[MÚSICA MAESTRO] Aunque se estrenó oficialmente en el mes de noviembre de 1992, Aladdin, la entrañable versión en dibujos animados de uno de los personajes más famosos de esa fantástica obra de la literatura universal llamada Las mil y una noches (1706-1721) -aunque, concretamente, el relato Aladino y la lámpara maravillosa, usado como base, es considerado una de las “historias huérfanas” que no habrían formado parte del compendio original-, fue recibida en la cartelera cinematográfica de nuestro país al año siguiente, con el mismo impacto que tuvo a nivel global en términos de aceptación por parte del público.
En ese entonces, niños, niñas, adolescentes y parejas jóvenes aun teníamos acceso a historias que, más allá de cualquier camino por el que nos llevara nuestra pertenencia a la “Generación X” -apolítica, bizarra, indiferente, nihilista, cínica, individualista, indie-shoegaze, grunge- aun activaba aquellos idealismos y romanticismos con los cuales nos formamos en nuestras casas y escuelas. Esos idealismos y romanticismos -hoy considerados, en el mejor de los casos, “habilidades blandas”- han desaparecido casi completamente del radar de las nuevas juventudes, más hechas al pragmatismo hedonista, farandulizado y materialista que le huye a todo lo sensible para no ser vistas como débiles en el mundo actual, agresivo/competitivo, una selva de cemento y redes sociales infestadas de depredadores, duros e inflexibles frente a cualquier muestra de vulnerabilidad emocional.
Aladino -o Aladdin, su título original en inglés- es el trigésimo largometraje animado de los estudios Disney y el tercero de lo que se denominó el periodo de renacimiento de la productora que legó para la cultura e imaginario colectivo del mundo entero personajes inolvidables como Blanca Nieves, la Cenicienta, la Bella Durmiente, Pinocho y tantos otros, creando un universo de cuentos infantiles audiovisuales que fueron y siguen siendo atesorados por grandes y chicos como una de las últimas manifestaciones valiosas del cine de animación enfocado más en los sentimientos que en los efectos especiales modernos que, más que entretener, aturden y saturan a ciertos tipos de espectadores, conduciéndolos a un escapismo infértil, sobrecargado de colores brillantes, personajes amorfos o violentos, golpes y alaridos a cuadrafónico volumen.
Este renacimiento de los estudios Disney se caracterizó por combinar la profundidad habitual de los contenidos de sus películas, basadas en cuentos clásicos, con los inicios de una sofisticada técnica de animación, que se nutría tanto de dibujantes a mano alzada como de las primeras aplicaciones de la tecnología computarizada, que alcanzó absoluta maestría en años posteriores con títulos como El Rey León (The Lion King, 1994), Pocahontas (1995), El Jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, 1996) y Hércules (1997), solo por mencionar algunos. Todos estos largometrajes, además, destacaron siempre por sus bandas sonoras, auténticos referentes de este estilo que integra lo sinfónico y lo popular. Y, en el caso de Aladdin, hablamos de una de las más impresionantes y musicalmente diversas de su tiempo.
Desde los primeros acordes de Arabian nights, sentimos los influjos de las legendarias narraciones que, desde el siglo dieciocho, han fascinado a toda clase de públicos con su exotismo y voluptuosidad. Las progresiones y escalas armónicas del Medio Oriente se fusionan con desarrollos más convencionales de vaudeville en lo que va avanzando el metraje, típicos en esta clase de musicales, gracias a la inventiva y experiencia de Alan Menken (73), compositor neoyorquino que ya había trabajado en los films La Sirenita (The Little Mermaid, 1989) y La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 1991) -que dieron inicio al mencionado renacimiento de Disney- y contaba con una trayectoria copiosa musicalizando obras en Broadway y trabajando con los productores de Plaza Sésamo.
Aunque los trabajos de composición se iniciaron en 1991 con el letrista Howard Ashman, el fallecimiento de este, ese mismo año, motivó el ingreso del británico Tim Rice, otra megaestrella del cine y teatro musicales, lo cual fue de vital importancia para completar el encargo. De hecho, de las seis canciones que contienen letras, solo tres fueron escritas por Ashman -Arabian nights (aquí en español), Prince Ali y Friend like me, las dos últimas interpretadas, en sus versiones originales en inglés, por el recordado actor y comediante Robin Williams (1951-2014), quien dio la voz para el personaje del Genio de la Lámpara. Las otras tres: One jump ahead -la secuencia de presentación del personaje central, basada en otro clásico del cine de aventuras, El ladrón de Bagdad (The thief of Baghdad, 1940)-, la segunda parte de Prince Ali –cantada esta vez por el malévolo visir Jafar-, y la balada central de la película, A whole new world, pertenecen a Rice, célebre colaborador de Andrew Lloyd Webber en obras clásicas del género teatral-musical como Jesus Christ Superstar (1970) o Evita (1976).
Este tema, A whole new world, es una tierna y romántica balada en la que los personajes Aladino y la princesa Jazmín expresan mutuamente sus sentimientos a bordo de una alfombra que no solo vuela sino que posee alma propia. Visto a la distancia, el mensaje blanco e inspirador de la canción es reflejo de los primeros estertores de muerte de un tiempo en que los sentimientos aun valían la pena, en lo que a entretenimiento masivo se refiere. La composición de Alan Menken y Tim Rice se llevó todos los premios posibles aquel 1992 -Oscar, Globo de Oro y Grammy- y tuvo enorme rotación en radios y programas de videoclips en la versión que hicieron a dúo Regina Belle y Peabo Bryson, dos recorridas y extraordinarias voces de gospel y R&B que la incluyeron en sus álbumes Passion (1993) y Through the Fire (1994), respectivamente.
El despliegue musical de Alan Menken alcanza ribetes de espectacularidad en los segmentos dedicados al Genio de la Lámpara, con divertidas orquestaciones de big band que le dan aires extremadamente saltarines y alegres. Por ejemplo, escuchar el inicio de Friend like me, con una brillante sección de metales que nos hace pensar en Glenn Miller o los ensambles que acompañaban al recordado cantante, director de orquestas y bailarín Cab Calloway (1907-1994) hace más de noventa años, conexiones con un mundo de sonidos que hoy no tienen ningún significado para los públicos modernos. Quizás haya algo de cierto en quienes aseguran que todas las generaciones anteriores han reclamado que lo suyo fue mejor comparado con lo presente pero, haciendo comparaciones objetivas, actualmente tenemos más razones que nunca para pensar eso. Otro ejemplo es la primera parte de Prince Ali que, en menos de cinco minutos, convierten una ancestral caravana arábiga con cimitarras y odaliscas en un desfile de Día de Acción de Gracias de Macy’s, cargado de referencias tanto a la subcultura pop contemporánea como al cine musical clásico.
Considerada como una de las películas de dibujos animados más exitosas de la historia del género, Aladdin dio el paso hacia el circuito de musicales de Broadway, con una adaptación que fue estrenada en el año 2011, con las partituras supervisadas por el mismo Alan Menken. La versión teatral de las aventuras románticas de Aladino y Jazmín dio la vuelta por varios teatros de Estados Unidos, Europa y Japón, con elevados niveles de audiencia que se rindieron a la mágica historia de Agrabah, la lámpara maravillosa, el alocado genio azul, la alfombra voladora y sus evocadoras canciones. En el año 2019 se estrenó la versión “live-action” -es decir, actuada por seres humanos- con mucha publicidad de por medio, en especial por la participación de Will Smith en el papel del Genio.
Aunque fue un sorprendente éxito de taquillas -superando a otras en el mismo estilo como El Rey León o Dumbo, lanzadas el mismo año-, los efectos especiales y las coreografías no llegan a producir el mismo impacto de aquella en dibujos animados, con escenas y decorados que la hacen parecer más una película de Bollywood. Por otro lado, la banda sonora, basada en las partituras originales de Alan Menken, tuvo diversas modificaciones, aprobadas por él mismo, que buscan dar un sonido más moderno y actualizado e incluso tratan de hacerlas calzar en el estilo y personalidad de Will Smith, con letras aumentadas por el dúo de autores Benj Pasek y Justin Paul -conocidos por su trabajo en La La Land (Damien Chazelle, 2016), robándoles algo de su encanto original.
Para celebrar el trigésimo aniversario de su estreno, en noviembre del año pasado, el sello discográfico Walt Disney Records lanzó un CD doble con todas las grabaciones que se realizaron entre 1991 y 1992, incluyendo gran cantidad de composiciones que no encontraron su lugar en la película original, como parte de una amplísima serie denominada The Legacy Collection. La variedad de matices que apreciamos en los segmentos instrumentales de esta selección de casi dos horas de música incidental ofrecen una visión más panorámica de todas las imágenes que poblaron la imaginación de Menken al emprender la tarea de escribir esta banda sonora, más allá de los golpes de efecto de temas como Friend like me (en español Un amigo fiel) o incluso Un mundo ideal, versión en español de A whole new world que fuera grabada por la norteamericana Michelle Early con el reconocido baladista argentino/venezolano Ricardo Montaner (para Latinoamérica) y con Enrique de Pozo, del recordado dúo de canciones infantiles Enrique y Ana (para España). Aquí dejamos la versión de la película en nuestro idioma, interpretada por los cantantes españoles Miguel Morant y Angela Aloy.
Uno de los factores del éxito de películas como Aladdin y afines es, precisamente, la exaltación abierta de aquellas cosas que hoy la oficialidad suele despreciar y calificar injustamente de “cursilerías”, como la ilusión de conocer a personas que te cambien la vida para siempre con actitud sincera o que un ladrón pobre sea, en el fondo, “un diamante en bruto”. Claro que, en este último punto, viendo la espantosa e insensible criminalidad rampante en el Perú y en el mundo, la realidad aplasta por completo aquella noción del “maleante bueno”, pero ese es otro tema. Aun así, y sin dejar de lado que todavía deben existir historias de amistades y amores auténticos y positivos, tan humanas como las canalladas que nos muestran a diario la farándula nacional e internacional, en el mundo moderno es mucho más cursi querer parecerse a esos despatarrados y grotescos personajes, que demostrar algo de humanidad o siquiera empatía hacia el prójimo. Eso, hoy por hoy, es tan contracultural como en su momento lo fueron el movimiento hippie en los sesenta o la escena nórdica de black metal en los ochenta. Hoy, aquellos jóvenes -chicos y chicas- que se esfuerzan por ser buenas gentes -confiados, amables, honestos, discretos- son los bichos raros, los freaks del siglo XXI.