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Regreso de un deicidio | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Alonso Rabí Do Carmo

Regreso de un deicidio

Una de las reediciones más esperadas de los últimos años es Historia de un deicidio, el libro que Vargas Llosa dedicara en 1971 a examinar con gozo y rigor la obra narrativa conocida hasta entonces de Gabriel García Márquez, aunque la parte más significativa de este estudio es una lectura de la potencia fundacional, realista y alegórica de Cien años de soledad (1967), sin duda, su libro crucial. Una enemistad nunca resuelta hizo que Vargas Llosa decidiera no autorizar reediciones de este libro, excepción hecha para sus Obras completas en Galaxia Gutemberg, una edición ciertamente impecable, pero muy costosa.

Cincuenta años después, Historia de un deicidio reaparece en edición masiva. Vargas Llosa ha escrito memorables ensayos literarios, dotados de una meticulosidad poco común y, en más de un caso, de indudable brillo. Carta de batalla por Tirant Lo Blanc (1969), La orgía perpetua (1975), La verdad de las mentiras (1990) o El viaje a la ficción (2008) son cuatro ejemplos del ejercicio de un lector lúcido y apasionado. Mención aparte para La utopía arcaica (1996), el libro sobre Arguedas que despertó enconos, aun a pesar de su adhesión a Los ríos profundos, su gran novela.

La lectura de Vargas Llosa no está guiada por principios teóricos rígidos, se basa sobre todo en un íntimo diálogo con el propio texto. Sus armas provienen de la mejor tradición estilística (la de Martí de Ricquer) y apela a una metodología que se aproxima en varios sentidos al close reading, a esa búsqueda, en el propio texto, de la contradicción, los principios estructurales de la obra, sus componentes históricos y universales. A eso se suma la pasión propia de un lector que encuentra en el texto un espejo en el que se reflejan también sus obsesiones. Esa regla es la que domina claramente la mirada vargasllosiana en los textos de otros, donde se descubre a sí mismo.

¿Y qué ve Vargas Llosa en García Márquez? Principalmente el poder de la ficción en las formas que el propio escritor practica: la capacidad de crear mundos verbales autónomos y que funcionen con una sólida coherencia interna; la ansiedad por emular a dios y acaso superarlo (de ahí el deicidio) traduciendo el mito de la creación del universo en el trabajo con las palabras; las obsesiones y demonios del propio escritor (algo tan caramente romántico) y un elemento que marcó la etapa inicial del boom: la idea de crear novelas “totales”, que se atrevieran a competir con la mismísima realidad en su avidez constructiva.

Cito, sin más: “Cien años de soledad es una novela total sobre todo porque pone en práctica el utópico designio de todo suplantador de Dios: describir una realidad total, enfrentar a la realidad real una imagen que es su expresión y negación. Esa noción de totalidad, tan escurridiza y compleja, pero tan inseparable de la vocación del novelista, no solo define la grandeza de Cien años de soledad: da también su clave. Se trata de una novela total por su materia, en la medida en que describe un mundo cerrado, desde su nacimiento hasta su muerte y en todos los órdenes que lo componen (… y por su forma, ya que la escritura y la estructura tienen, como la materia que cuaja en ellas, una naturaleza exclusiva, irrepetible y autosuficiente” (p.478).

El libro se divide básicamente en dos capítulos: “La realidad real” y “La realidad ficticia”. El primero no deja de asombrarnos, en la medida en que revela las fuentes familiares de la imaginación de García Márquez, al punto de poder afirmar, sin caer en simplismos, que ya el niño Gabito había imaginado Macondo escuchando, detrás de la cortina, las historias de su abuelo y sus parientes, sus correrías en las guerras civiles, ese drama sin concesiones que es la historia colombiana.

“La realidad ficticia” ingresa, en cambio, en el terreno de la realización literaria, que es desmenuzada con detallismo de cirujano. Vargas Llosa examina los primeros libros de García Márquez: La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), los cuentos de Los funerales de la mamá grande (1962) y La mala hora (1962), culminando con Cien años de soledad (1967), libros que establecen un gran sistema de vasos comunicantes, en la medida en que Cien años de soledad es la culminación estética de un mundo que venía construyéndose desde inicios de los años cincuenta en la “cocina” del escritor colombiano.

Por si fuera poco, además de este libro, que demuestra mantener intacto el poder de hechizar a lectores de hoy, aparece también un documento de primera mano para el buen entendimiento del boom, una importante compilación hecha por el acucioso Luis Rodríguez Pastor y que nos devuelve al auditorio de la UNI, un día de 1967, cuando García Márquez y Vargas Llosa sostuvieron un inolvidable diálogo. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina, incluye además un prólogo de Juan Gabriel Vásquez, una intervención de José Miguel Oviedo, los testimonios de Abelardo Sánchez León, Abelardo Oquendo y Ricardo González Vigil, además de las dos entrevistas concedidas por el colombiano en Lima, a cargo de Carlos Ortega y Alfonso La Torre. Cierra el volumen un conjunto de fotografías, algunas poco conocidas, relacionadas a este irrepetible encuentro. Deleite asegurado.

Historia e un deicidio - Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa: García Márquez, historia de un deicidio. Lima: Alfaguara, 2021.
Dos soledades-Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina. Edición de Luis Rodríguez Pastor. Lima: Alfaguara, 2021.

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Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa

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