Opinión

Hola amigos. Soy Pedro Guevara y esto es: “En pellejo ajeno”. Quiero empezar agradeciéndole a Juan Carlos Tafur por permitirme estar con ustedes este y todos los miércoles. Tengo que hablar un poco de mi porque ustedes dirán: “¿Quién es este pata?”. Soy arquitecto, urbanista, economista, politólogo y músico. Por eso recurrí a mi piano para ponerle una introducción al programa, como algunos me sugirieron.

En este programa hablaremos de política, de gestión pública y de políticas públicas tratando de mirar al futuro con optimismo y con propuestas concretas. Ustedes se preguntarán: ¿Por qué ese nombre: “En pellejo ajeno”? Pues porque los países pueden también “aprender en pellejo ajeno”. Por eso hablaremos de la experiencia exitosa de los “Tigres Asiáticos: Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong, y también de la experiencia no tan exitosa y nefasta de países como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte.

Hablaremos de temas que son urgentes e importantes y de temas que son importantes pero no urgentes. Y también, de los temas que no son ni urgentes ni importantes, porque distraen nuestra atención de lo prioritario.

En la actual coyuntura, tenemos que ocuparnos de lo que es urgente e importante, y es la inestabilidad que está viviendo el Perú, generada por la indefinición y la falta de decisión del Presidente. Estamos viviendo lo que en el mundo académico se conoce como un equilibrio inestable. Es decir, una situación que puede volcarse hacia el éxito y el progreso del país o, hacia el abismo. Y, en el medio, una situación en la que la indefinición no va a -sino- traer perjuicios al país.

En esta coyuntura pues, se presentan 3 escenarios que dependen de lo que decida el presidente. En primero lugar, la ruta de persistir en sacar adelante su Asamblea Constituyente para cambiar la Constitución prescindiendo del Congreso. Esta ruta, implica una alianza con las fuerzas de la izquierda radical y, concretamente, con Cerrón.

El segundo camino es el de optar por buscar un equipo de gente que: (i) ame al Perú, (ii) que sea honesta y (iii) que sea competente. Cuando llegan al poder los gobernantes, a veces no tienen idea de qué es lo que hay que hacer. En algunos casos, saben qué es lo que hay que hacer. Pero no siempre llegan al poder sabiendo qué y cómo lo van a hacer. En ese sentido, la segunda ruta del presidente sería -justamente- rodearse de ese equipo que (i) ame al Perú, (ii) que sea honesta y (iii) que sea competente.

Y la tercera ruta para el presidente es la de la renuncia. Probablemente el presidente ame al país. Para muchos peruanos, todavía está en duda si es una persona honesta. Pero lo que ha quedado claro, es que no está rodeado de gente competente. Por amor al Perú, le queda al presidente también la opción de renunciar.

La pregunta que nos hacemos es: ¿por qué es que el presidente opta o ha decidido seguir por ese primer camino? ¿Será que Cerrón tiene algo en el legajo del presidente, y se vale de eso presionarlo y hasta chantajearlo? En los próximos días esperamos que todo esto se aclare…

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Pedro Castillo, política peruana

Sobre descentralización, dice bien Juan Carlos Tafur (Sudaca, 19 de Enero): “los gobiernos regionales, provinciales y distritales son antros de corrupción, las obras un desastre inacabado, las responsabilidades esenciales son abandonadas” y enumera un largo etcétera de problemas; efectivamente, el resultado de ese proceso es muy malo hasta ahora, pero, como también añade el director de Sudaca,  “No se puede volver al centralismo. Es antirepublicano y antidemocrático”

 

Y tampoco sería realista intentar volver atrás, la descentralización es obligatoria en una realidad como la nuestra: el Perú es enorme, ocupa el lugar número 20 en magnitud de superficie en el mundo, dato que esconde una topografía que parece un papel arrugado, decenas de climas simultáneos, una gran diversidad humana … Las disposiciones del gobierno central normalmente han sido letra muerta fuera de Lima y las principales ciudades, carecen de valor por falta de información específica local actualizada, sus procesos de implante por lo regular se interrumpen por el cambio de autoridades; se necesita instancias regionales que conozcan territorio, población, y trabajen en su propio espacio, y estas solo pueden ser resultado de procesos democráticos para tener legitimidad. 

 

Hablando más precisamente de la regionalización, hay medidas que sería conveniente implementar pero que resultan imposibles sin pasar por grandes tensiones sociales, por ejemplo, reagrupar las regiones que se crearon erróneamente tomando como base los antiguos departamentos. Seguramente esto sería deseable desde la perspectiva de la política pública, pero altamente resistido por la ciudadanía regional.

Buscando alternativas de mejora que pudieran tener viabilidad, creo que vale la pena dedicarle atención a la baja definición de la división del trabajo entre gobiernos regionales y el gobierno central. Para esto propongo usar un esquema muy conocido en el desarrollo organizacional y también en la gestión pública: el ciclo Diseño-Ejecución-Evaluación-Mejora (los términos varían ocasionalmente); casi cualquier actividad puede analizarse siguiendo este flujo de operaciones. 

Si aplicáramos el esquema a la división gobierno central/gobierno regional, habría que asignar la Ejecución al segundo. Por ejemplo, en Educación esto pasaría por habilitar colegios, contratar profesores, garantizar los materiales impresos y electrónicos, etc. La Evaluación, complementariamente, debería ser independiente de los procesos mencionados , nadie puede ni debe ser al mismo tiempo ejecutor y evaluador de una misma actividad (es buena parte del origen de la tensión actual entre SUNEDU y los rectores de universidades truchas). Por esto, lo más razonable sería asignar la función evaluativa al gobierno central, pero coordinando con los gobiernos regionales los estándares respecto a los cuales serán evaluados y amarrando los avances a la disposición de recursos.

Las otras dos grandes funciones, el Diseño de las acciones y la Mejora post evaluación son más complejas; respecto a la primera, el gobierno central vía el ministerio de educación es rector del sector, por lo que debería ser tarea suya; esto cubre cosas como el currículo (no usar la expresión “currícula”), los lineamientos para materiales impresos y electrónicos, la formación y capacitación docente, etc. Sin embargo, esta también es una función compartida, el diseño central generalizable a todo el país, debería limitarse a lo mínimo indispensable y dar a las regiones suficiente autonomía como para que la regla no termine ahogando la ejecución. Y lo mismo vale para la mejora, la instancia central no debería excederse en sus prerrogativas y entregar lineamientos más que productos acabados; esto implica manejar los tiempos de la gestión de modo distinto y reducir la “creatividad” en las políticas, que en realidad es generada por la alta rotación de las autoridades, la llamada con ironía “gestión por ocurrencia”.

Pero, se preguntará el lector, ¿podemos darle estas funciones a unos gobiernos que se han mostrado ineptos durante años para implementar incluso tareas menores? Podemos si hacemos esto con seriedad, iniciando la transformación de un par de regiones en acuerdo con el gobierno central en un proceso muy pautado y seguido de cerca, donde se pueda aprender y mejorar la propuesta en la propia ruta. 

Pero estos cambios dibujan unos ministerios distintos de los actuales; que dejen de trabajar en paralelo a los gobiernos regionales, contengan su afán regulador, profesionalicen sus capacidades de evaluar, desarrollen programas de asistencia técnica que impulsen la mejora del trabajo en las regiones en acuerdo con ellas. Y que aprendan a gestionar el conocimiento requerido contratando bien y transparentemente, porque para cumplir tareas de esta magnitud no basta el sector público: el Estado nacional y los gobiernos regionales requieren de socios, privados, del “tercer sector”, etc. para poder transformarse.

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No hacía falta, en verdad, que el Congreso expidiera una ley prohibiendo que se pueda convocar a un referéndum para aprobar una reforma constitucional o convocar una Asamblea Constituyente. Pero de lo bueno, mejor que sobre a que falte.

La propia Carta Magna es explícita, y taxativamente señala que la única manera de reformar la Constitución de 1993 pasa por lograr 87 votos en dos legislaturas consecutivas o 66 en una y consolidarla en un posterior referéndum. En ambos casos, el pase por el Congreso es de obligatorio cumplimiento.

El gobierno, mal asesorado por esa decepción ministerial que es el titular de Justicia, Aníbal Torres, ha anunciado que va presentar una demanda de inconstitucionalidad de la ley aprobada en el Congreso, ante el Tribunal Constitucional. Claramente, no hay que ser un erudito constitucionalista para anticipar que el Ejecutivo va a perder, con estrépito, esa causa.

Debemos alegrarnos como país que ocurra así y no prospere el deseo de las izquierdas de reformar la Constitución y tirarse abajo el modelo económico que el texto del 93 dispuso, felizmente, con celo reglamentarista (el trauma de la hiperinflación y la demagogia económica del primer alanismo, fueron la causa política del puntilloso desvelo).

La izquierda peruana es, en su mayoría, antediluviana y a pesar de las experiencias globales, no entiende y se resiste a aceptar que el libre mercado, cuando es competitivo y no mercantilista, es un lecho rocoso inamovible, el único sobre el cual se puede construir prosperidad y reducción de la pobreza.

Los nativos de izquierda siguen creyendo en un modelo estatista, regulatorio, intervencionista. No han logrado, por ventura, retrotraernos a los 70s o los 80s, como parecen desear, y el Perú, a pesar de haber sufrido gobiernos corruptos y mediocres en estas últimas décadas, ha podido, gracias a la vigencia relativa de una economía de mercado (o de semimercado, sería más propio decir), crecer de manera asombrosa y reducir la pobreza de modo ejemplar.

Y por ventura mayor, cuando, como ha ocurrido este año, esa izquierda retrógrada gana las elecciones y llega al poder, no cuenta con los votos suficientes en el Congreso para lograr sus cometidos a plenitud y tiene que resignarse a los corsés democráticos que, felizmente, le ponen coto a sus anhelados desmanes ideológicos.

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Asamblea Constituyente

Una enorme cantidad de personas cree en el relato de los pastorcitos de Fátima. Según este, a comienzos del siglo XX la virgen María se les apareció repetidas veces a tres pastorcitos portugueses, revelándoles tres secretos acerca del futuro de la humanidad. Es obviamente falso que esas apariciones hayan ocurrido. La razón por la que tantas personas creen esa barbaridad tiene que ver con su educación católica. 

Muchos colegios católicos les enseñan a sus alumnos patrañas como esa. No solo eso, sino que les enseñan que deben aceptar esas tonterías sin objeciones, porque ‘son cosas que deben aceptarse por fe’. De esta manera, los colegios ahogan el sentido crítico de sus alumnos y los educan en la credulidad. La credulidad, como estamos comprobando tristemente en esta época de desinformación y movimientos anti vacuna, es tal vez uno de los grandes problemas de nuestro tiempo. 

Es más, al poner énfasis en la fe, se manipula a los niños diciéndoles que los que creen esas cosas son buenos, y los que no las creen son malos (porque no tienen fe). De esta manera, se incentiva a que los niños se autosugestionen para no escuchar la voz de su razón. No se me ocurre nada más antipedagógico que eso. 

Conozco muy pocos sacerdotes que se atreverían a afirmar categóricamente que el relato de los pastorcitos de Fátima es falso. No sé si alguno de los que sí lo haría se atrevería a hacerlo públicamente, sin ambigüedades ni ejercicios de gimnasia mental del tipo “los niños de Fátima construyen su propia realidad, y en ese sentido el relato es real”, o cosas por el estilo. 

La enseñanza de la religión suele estar acompañada de pensamientos mágicos como los del relato de Fátima. Es cierto que más adelante, al madurar, uno puede aprender que la religión no se limita a ello, y que hay mayores sutilezas y complejidades. Pero la gran mayoría de la población es completamente ajena a estas estas sutilezas y complejidades, y ciertamente estas están por encima del nivel de comprensión de los niños.

Se dice frecuentemente que la enseñanza de la religión es una manera de introducir a los alumnos al pensamiento ético, pero este no es un buen argumento, básicamente por dos razones. En primer lugar, los valores positivos que enseña la fe católica, tales como el amor al prójimo, el respeto a los demás, la dignidad de la persona humana, etc. pueden aprenderse perfectamente fuera de un contexto católico (independientemente de si algunos de estos valores se originaron, históricamente, en contextos católicos). Por otro lado, la gran mayoría de la población no entiende la religión en términos de valores, sino de consecuencias personales: si hago x, me voy a salvar. La retórica de la salvación, ya sea en vida o después de la muerte, se suele entender en términos de recompensa individual. Y si bien es cierto que la idea católica de la salvación es más compleja que eso, dicha complejidad pasa por encima de la cabeza de la gran mayoría de personas, especialmente de los niños.  

Por esas razones sostengo que es contraproducente enseñar religión a los niños en el colegio. Comencé esta columna diciendo que es obviamente falso que las apariciones de la virgen María hayan ocurrido. Que a varias personas esta afirmación les parezca problemática o polémica es prueba suficiente del terrible daño que le hace la educación religiosa a los escolares.  


* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. 

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Colegios, Educación, pensamiento crítico, Religión

Mientras en el Perú en cada campaña electoral nos la pasamos discutiendo sobre el gas de Camisea- fuente no renovable de energía que, además, se acabará en los próximos 30 años- nuestro vecino del sur (Chile) ha anunciado que quiere convertirse para el 2050 en líder mundial de producción y exportación de hidrógeno verde, una de las energías renovables más prometedoras de los últimos tiempos. 

El hidrogeno verde es una energía renovable que se obtiene de un proceso llamado electrólisis del agua, utilizando electricidad proveniente de fuentes renovables. Este proceso transforma el agua en moléculas de gases de hidrógeno y oxígeno. El hidrógeno obtenido puede ser una fuente de energía alternativa limpia muy versátil, utilizable para automóviles, cocinas, aviones, etc. El papa Francisco, por ejemplo, conduce un carro alimentado con hidrógeno. 

El hidrogeno verde viene ganando relevancia entre las diferentes energías alternativas, dado que solo emite vapor de agua al ser utilizada, además de ser fácil de almacenar y transportar. Así, se presenta como una buena alternativa para la industria de transportes, por ejemplo, para la cual las baterías pueden resultar bastante pesadas.

Empresas de Retail como Walmart ya han comenzado proyectos en Estados Unidos y Chile para migrar hacia un sistema de transportes a base de hidrógeno verde, reduciendo significativamente su huella de carbono. En el caso de Chile, la empresa Engie viene trabajando de la mano de Walmart para implementar en el 2022 la primera planta de producción de hidrógeno renovable a nivel industrial del país.

La estrategia de nuestro vecino del sur no tiene fines solo medio ambientales, sino también económicos. La demanda de energías renovables verdes a nivel global podría aumentar hasta diez veces para el 2050 dados los objetivos de carbono- neutralidad firmados por 185 países en el mundo. Esto sin contar que Chile, al igual que el Perú, es un país importador de petróleo y desarrollar esta industria le permitirá independizarse de la importación de dicho recurso.

Chile busca aprovechar su posición geográfica ventajosa, que cuenta con una fuerte radicación solar y fuertes vientos en el sur. Vale la pena resaltar que la prioridad que se le está dando al desarrollo de energías alternativas al petróleo es transversal a los colores políticos: este proyecto fue impulsado por el ex presidente de derecha Sebastián Piñera, y es también una prioridad del plan de gobierno de presidente electo de izquierda, Gabriel Boric.

El Perú también tiene potencial para convertirse en un país productor y exportador de hidrógeno verde, dado su potencial para generar energía eólica y solar en el norte y sur del país. Sin embargo, aún no se han desarrollado políticas de gobierno concretas para desarrollar esta industria, pese a las condiciones favorables. Algunas empresas del sector privado vienen impulsando poner el tema en agenda nacional, y desastres medioambientales como el ocurrido este fin de semana en la costa peruana nos hacen reflexionar más que nunca sobre la urgencia de abrirnos un camino hacia el cambio de nuestra matriz energética. ¿Para cuándo pues, este tema en agenda? 


*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Exportación, gas de Camisea, hidrógeno verde

La empresa petrolera transnacional Repsol ha cometido una cadena de errores y negligencia mayúscula en este desastre ambiental ocasionado por el derrame de crudo en el litoral costero limeño, que ya se extiende, inclusive, hasta la región Áncash.

Desde la incapacidad de percatarse rápidamente de lo que sucedía, sin esperar a que el flujo que se escapaba de control fuera tan grande, hasta la falta de respuesta inmediata para contenerlo; desde la negligencia para remediar rápidamente los daños, hasta la torpe estrategia comunicacional para aclarar el tema; desde la ausencia de una cabal respuesta tecnológica hasta la pueril insistencia en que todo se debió a un oleaje anómalo que muchos entendidos señalan que no es causa suficiente de lo ocurrido. Todo lo que se pudo hacer mal se hizo pésimo.

El daño reputacional de la empresa es gigantesco y el perjuicio legal y penal que va a acarrear este desastre, como corresponde, va a ser inmensamente oneroso, pero lo que hoy corresponde también subrayar es la falta de respuesta del entorno público y privado a lo sucedido, sin desmedro ni soslayo de las responsabilidades propias de la empresa.

Primero, el Estado peruano, que ha demostrado una pasmosa orfandad de respuestas institucionales inmediatas, y aún hoy mismo, a días del desastre, no es capaz de organizar siquiera un operativo de supervisión adecuado del problema.

Segundo, los gremios privados. Han brillado por su silencio. Comunicados tibios y tardíos no remedian la carencia de una enérgica condena a lo sucedido y una exigencia de investigación y sanciones a una de sus asociadas (porque Repsol es parte de la Sociedad Peruana de Hidrocarburos, de la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía, lo es, por tanto de la Confiep, y seguramente de muchos otros gremios). El mutis o el dicho esquivo han sido la norma.

Tercero, la clase política, que no ha sido capaz de actuar con diligencia y seriedad frente a un problema que ha afectado y va a afectar por buen tiempo a miles de ciudadanos peruanos a los que ellos representan y que verán afectados sus negocios o su vida común por culpa de este desastre sin atenuantes. Peor que eso, algunos demagogos oportunistas han tratado de llevar agua a sus molinos ideológicos con un absurdo discurso antiempresarial.

Todo lo que se pudo hacer mal, se hizo pésimo, repetimos. No queremos ni pensar en la eventualidad de un desastre mayor al sucedido, o alguno de otra índole (como un terremoto), que seguramente hallará al Estado peruano y a su sector dirigente presos de la parálisis o atrapados en el despropósito. Una tragedia institucional ha sido puesta de relieve.

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Para empezar, como la enorme mayoría de los peruanos, no tengo conocimientos en petróleo ni en temas de preservación ambiental, más allá de lo que la divulgación periodística ha hecho y de lo que cualquiera pueda haber averiguado de manera general. No digo esto con orgullo, a mi generación eso del medio ambiente no nos vino con la etiqueta de “urgente” y nos ha costado integrarnos en la comprensión de la importancia que esto tiene.

Sin embargo y desde la ignorancia técnica sobre la relevancia de lo que ocurrió la última semana con el derrame de petróleo en Ventanilla, no debemos dejar de lado algunas aristas y algunos temas que sobresalen de esta crisis, que la trascienden y que -otra vez- sirve para comprendernos mejor como país.

1.

Lo primero que hay que decir es que la sensibilidad máxima sobre una tragedia en el país nunca descansa en las autoridades o implicados. Siempre en la gente. La que ve las crisis y desesperada por la inacción trata de hacer algo. Lo vimos en Mesa Redonda, en Pisco, en cuanta necesidad hay, allí se generan cantidad de grupos de interés que genuinamente quieren hacer algo y remediar, desinteresadamente, lo que otros provocaron. Sin política o políticos por medio. 

Pero esto entusiasma tanto como desanima. El voluntariado siempre será aplaudido por lo que representa, el compromiso total, sin esperar recompensas, con el alivio de una situación crítica. Pero desanima por el otro lado, por la pregunta que obligadamente nos hacemos y es ¿por qué sólo podemos esperar algo de la sociedad civil desarticulada? ¿Por qué esos mismos voluntarios no son representantes o participantes en la política real? ¿Por qué es tan relevante que cualquier movimiento cívico para ser relevante tenga que ser apolítico? Esa es una pregunta que ronda y ronda y lo más probable es que la respuesta esté en la política, esa actividad que significa solo malas palabras en el país.

También desanima porque es la constatación de que frente a una ya muy mala oferta general, encima solemos elegir a los peores representantes posibles para cualquier cargo público, desde alcaldes hasta gobernadores, de congresistas a presidentes, lo que genera una distancia enorme entre lo que como ciudadanía podemos “hacer” y lo que nuestros representantes “hacen”. Un divorcio del que estamos advertidos pero que ya consideramos la regla general.

2.

La acción de Repsol como principal responsable nos hace quedar pésimos como país. Sus acciones indolentes, grotescas y falta de toda consideración y respeto con un territorio que les permite generar ganancias es no solo preocupante sino humillante. Ver operaciones de limpieza costera usando recogedores domésticos y baldes afecta la autoestima de cualquier país. Esto es algo que no ha dimensionado bien. Es una mirada alpinchista del problema, el burdo salir del paso, el decir: “pero yo sí hice”, cuando en el fondo no hicieron realmente nada. 

Ver a sus directivos hablando y sus comunicados estos días ha sido igual de ofensivo. Más allá de una revisión de sus políticas de comunicación corporativa, que es problema de ellos, generar la sensación tan general de que mienten descaradamente y que lo van a seguir haciendo sin pudor sigue retumbando nuestro ya magro sentido de país. Anoche, en Punto Final de Latina tuvimos una imagen potente sobre esto: el presidente de Repsol Perú titubeante e inseguro contando una versión que era evidente él mismo no creía e inmediatamente la PCM que consideraba insuficiente la respuesta que daba la empresa. ¡Pero desde la mirada del gobierno que es quien tiene que decir qué se hace, como se hace y quien lo hace!

La entrevistadora los puso al mismo nivel de responsabilidad y la ministra se sintió equidistante. Así no hay forma de generar una real mirada de responsabilidad corporativa. Repsol mintió desde el primer día y nada hace pensar que no seguirá haciéndolo. Eso es dolo y es tratar de guardar el polvo debajo de la alfombra. 

¿Por qué es relevante esto? Porque nos va a poner en evidencia si es que en el fondo vivimos en una democracia corporativista. Repsol -empresa- no puede tener un discurso tan descarado y el gobierno no puede ser tan complaciente con ello. Se comprende que no es el momento de la sanción sino de la acción, pero incluso allí se le debe poner límites a lo que la empresa menciona y lograr generar un permanente fact checking y contraste público de hechos. Y un plan de sanciones no solo por lo ambiental, también por el dolo al mentir.

3.

Le ex ministra del Ambiente, Fabiola Morales, ayer señaló algo que es clave: ¿quién lidera todo esto? Estamos en la peor tragedia ambiental de la historia de la costa peruana y con sinceridad, ¿usted puede señalar quién es la persona, la autoridad, el cargo, que está encargado de coordinar todo lo referente a la crisis? ¿Quiénes son los voceros autorizados? ¿Quiénes encabezan las coordinaciones? Conjunto vacío. Cero. Nadie.

SI tuviéramos un ministro del sector que supiera algo del tema, muy probablemente sería quien tome el liderazgo. Pero sabemos que no es el caso. La PCM es una figura clave pro su conocimiento del tema ambiental pero debe ver ese y muchos otros temas más. ¿Petroperú? Es un chiste.

Si algo pudiese definir a un gobierno de izquierda en este país debería ser la capacidad de enfrentar esta crisis con soberanía e integridad, con firmeza. Con audacia. Representando al “pueblo”. Pero acá parece no existir ni el pueblo ni el gobierno de izquierda.

El presidente del Perú eligió la semana pasada para mostrar su nueva estrategia de comunicación: dos entrevistas nacionales y hoy tendrá la primera internacional por la cadena CNN (con un entrevistador mucho más agudo que los que solemos tener por acá). Interesante que quiera hacerlo, pero ¿tenía que ser la semana pasada? Anoche, mientras escuchábamos al presidente de Repsol en Perú, el presidente del Perú le hacía un tour guiado de Palacio de Gobierno a Nicolás Lúcar. Una de las cosas que la opinión pública no le va a perdonar a su presidente es que cuando las papas queman se distrae con casi todo y no enfrenta lo urgente. El análisis de la entrevista que le dio a Hildebrandt en sus 13 era el tema inicial de este artículo, pero creemos modestamente que no lo es tanto como discutir esta tragedia. El presidente Castillo claramente no lo considera así.

Pero no solo es el gobierno. Para el Congreso el tema no ha existido. La falta de un discurso unificado, sólido, institucional es clamorosa. Ni siquiera los “líderes de opinión” que hablan de todo siempre se manifiestan con claridad sobre este tema. Ni qué decir de los líderes de opinión. Lo único que hacen, de manera descarada, es ver responsabilidad del gobierno. Nada de cuestionamientos, nada de nada. El silencio de personajes como Fujimori o López Aliaga es cuando menos cuestionable. ¿Qué hace que no puedan tomar posición sobre esto?

No hay ningún liderazgo real para enfrentar este tema.

4.

Cualquier conflicto que provoque una empresa va a dejar viudas. Voceros no oficiales que van a tratar de convencernos del rol que la empresa juega, siempre a favor de ésta desde luego. Desde el día 1 de la crisis se ha visto cómo replican argumentos falaces y después tratan de acomodarlos con una retórica bien intrincada y que siempre termina en lo mismo: todas las críticas son de troles de la izquierda.

Sin importarles su imagen pública y sin ningún criterio de realidad estas “viudas” van a tratar de convencernos de que la empresa actúa siempre de buena fe y de que no hay que desconfiar de que remediará el daño con celeridad y honestidad.

En resumen, en esta tragedia ambiental, todos perdemos y nadie gana. Pero el que más pierde, como siempre, es el nadie, el pescador que ahora tiene que conformarse con canastas y vales alimenticios y tendrá que pensar mañana cómo pagar agua y luz,  y cómo pagar matrículas, y cómo pagar el entretenimiento porque vino una empresa que lo despojó de su medio de subsistencia elemental y ahora quiere remediarlo solo con vales de comida y canastas. El que más pierde es ese cormorán que no puede volar porque el petróleo en sus alas no lo deja y tuvo que ver morir a su lado a tantos otros como él. Los que más pierden son esas 10 nutrias muertas, seres únicos que dejan en cero la capacidad de sobrevivir como especie.

Pero todo lo medioambiental es remediable, como dice el presidente de Repsol en Perú. Mientras el presidente del Perú muestra su casa.

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La oferta electoral en estos momentos cuenta con más de una veintena de agrupaciones entre inscritas y en proceso de inscripción. Así como lee, estimado lector, más de una veintena de agrupaciones políticas. Muchas de ellas de vida orgánica prácticamente inexistente, la cual no merecen la etiqueta de partidos políticos. Terrible escenario para nuestra joven democracia en el país.  

Por razones de espacio, quisiera reflexionar sobre lo que refleja la inconsistencia política de gran parte de la oferta electoral y las consecuencias que traído a los ojos de la ciudadanía. 

La inconsistencia política que se aprecia es el reflejo de los problemas estructurales por lo que atraviesan actualmente las organizaciones políticas (como la falta de principios, organizaciones no duraderas en el tiempo y –como consecuencia de ello- ausencia de trayectorias políticas). El transfuguismo, la improvisación y el desmedido poder otorgado a los tecnócratas, y últimamente a sindicalistas y activistas políticos son un claro ejemplo de la actual situación en la que nos encontramos. 

Gobernar un país no es fácil. Para ello se necesita personas calificadas técnica y políticamente. Por ejemplo, el 2021 se apostó por el “cambio” que supuestamente representó Pedro Castillo. A la fecha, hemos visto que la inconsistencia política del presidente representa un retroceso económico y social. Ante esos problemas por la que atraviesa el país (y por otros problemas) muchos de los que ahora están con Castillo, no dudemos que terminaran por irse a otras agrupaciones políticas. Es la constante en la política del país. 

Desde las elecciones pasadas hasta esta que se avecina este año, hemos estado apreciando declaraciones poco acertadas de ciertos políticos en la que se puede ver su poco conocimiento de la geografía del país, de reformas importantes del Estado y del buen funcionamiento del mercado. Mucho de esta oferta política reinante tiene conocimiento de turista sobre nuestros diversos problemas y sus soluciones. 

Con estos argumentos expuestos no quiero descalificar lo nuevo en política. Hemos visto que en España la crisis política tuvo una respuesta política como Podemos, Ciudadanos y la renovación del PSOE. Actualmente, en el Perú eso no pasa, vemos que la inconsistencia política del legado autoritario y el mercantilismo se han apoderado del escenario político sin respuesta alguna desde dentro del sistema. Necesitamos volver a la política que representa organización territorial en regiones y funcional que genere agregación de intereses, así como escuelas de gobierno para preparación de reformas importantes que requiere el Perú. No volver al siglo xx, de política de masas, es ingenuo pensar ello, sino volver mínimamente a estas características mencionadas que requiere nuestro sistema político. 

 

  

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política peruana

Cuando todos temían el descalabro apocalíptico en Chile, el flamante presidente izquierdista Gabriel Boric ha sorprendido a muchos con la designación de un gabinete altamente calificado, más que paritario (hay más mujeres que hombres), con personas casi todas de izquierda y unos cuantos de centro. No ha cedido un milímetro a sus aspiraciones políticas y programáticas, pero no ha hecho de la improvisación su insignia, como una parte de la sociedad chilena temía, dados sus antecedentes contestatarios y beligerantes.

¡Qué diferencia con el imperio de la mediocridad que ha instaurado en el país, el gobierno de Pedro Castillo, capaz en pocos meses de desandar reformas importantes, golpear el esquema meritocrático de muchas entidades públicas, incluyendo ministerios, y rebajar la investidura presidencial con inconductas penosas!

Porque lo que de nuestro gobierno subleva es la rampante medianía, la indolencia para atender los asuntos públicos, la absoluta miopía para emprender siquiera alguna reforma importante y la ausencia honda de autocrítica (Castillo, por lo que se ha visto en la entrevista con César Hildebrandt, ni siquiera parece ser consciente de los estropicios cometidos).

La izquierda peruana, que integra sin excepciones el régimen de Castilllo, ha demostrado carecer de cuadros técnicos calificados en casi todas las materias vinculadas al quehacer administrativo del Estado. Se la ha pasado años y hasta décadas pontificando y criticando a los gobiernos de derecha, pero cuando le ha tocado salir a bailar, no atina un solo paso.

Ojalá el pueblo aprenda esta lección. Es una lástima que le deba agregar una frustración política adicional a las muchas que lleva acumuladas en las últimas décadas, pero ayudaría mucho a la maduración democrática y política del país, que los ciudadanos de extracción popular entiendan que no basta con lanzar proclamas antiestablishment o engalanar un discurso con consignas populacheras, para asegurar un gobierno medianamente viable.

A ver si el inevitable fracaso de Castillo hace que el país asuma que el momento actual del país lo que requiere es un régimen de derechas, procapitalista, democrático e inclusivo, identificado con la inversión privada y el desarrollo liberal. Solo así saldremos de la meseta del subdesarrollo en la que parecemos atrapados irremediablemente. Habrá que esperar hasta el 2026 para que cuaje una opción así, pero sería formidable, al menos, que este lustro sirva como aprendizaje colectivo de lo que representa la fallida izquierda peruana.

La del estribo: algunas recomendaciones cinéfilas: La tragedia de Macbeth, dirigida por Joel Coen, con Denzel Washington y Frances McDormand; Cyrano, dirigida por Joe Wright, con Peter Dinklage; Flee, dirección de Jonas Rasmussen; Hive, por Blerta Basholli; Maixabell, bajo la dirección de Icíar Bollaín; y Munich, al filo de la guerra, dirigida por Christian Schwochow, con Jeremy Irons, entre otros.

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Boric, Pedro Castillo
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