Opinión

De los casi seis millones de venezolanos que han salido de su país producto de la demencia ideológica perpetrada por el chavismo y sus seguidores, casi un millón ha recalado en nuestro país.

De arranque debe decirse que desde esta columna no nos lamentamos de esta migración. Creemos que es positiva para el país, que el Perú debería ser, como siempre ha sido, destino de comunidades foráneas que luego terminan perfectamente asimiladas a nuestra cultura (véase la migración africana, china, japonesa o italiana).

La inmigración irriga y enriquece a un país, no lo contamina y mucho menos lo empobrece. A la postre, más allá de los problemas logísticos que pueda suponer un influjo masivo como el que se ha producido acá, la llegada de miles de extranjeros que buscan labrarse un porvenir en nuestras tierras debe ser saludado.

Por ello es que resulta cuestionable, moral y políticamente, que el gobierno peruano se haya desentendido del problema inmenso que ha supuesto para la comunidad venezolana la llegada de la pandemia. Vizcarra no los incluyó en ninguno de los programas de asistencia económica y muchos de ellos, dada su situación legal irregular ni siquiera pueden acceder a la salud pública viéndose obligados a costear atenciones privadas sumamente onerosas.

Es menester que se les incluya en el programa de vacunaciones que se iniciará este mes según ha anunciado hoy, al inicio de la tarde, el presidente Sagasti. Y ahora que se avecina la segunda ola y probablemente ello lleve al Ejecutivo a congelar nuevamente cierto sector de la actividad económica y se requiera nuevamente de entrega de bonos, es preciso alzar la voz para que en ese bolsón de beneficiarios también se incluya a los venezolanos afincados en el país.

Se debe acelerar las labores de reconocimiento legal del status migratorio de la comunidad de venezolanos. Es de interés estratégico del Perú que sea una migración definitiva, que se afinque en el país, y por ende se debe otorgar la mayor facilidad para que se normalice su situación legal y puedan así trabajar, estudiar o realizar cualquier trámite legal sin problemas.

Resulta inadmisible, además de contraproducente, dejar librados a su suerte a un millón de persona que radican en el país, así no sean connacionales. El virus y sus consecuencias no distinguen pasaporte ni documento de identidad.

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Si el gobierno de Sagasti no logra disponer la logística sanitaria necesaria para enfrentar el rebrote o la segunda ola del Covid19 que se halla en ciernes, y si además tampoco logra remediar el desastre administrativo heredado de Vizcarra respecto de la compra de las vacunas (que ya llegan a buena parte del planeta menos al Perú), va a tener serios problemas de gobernabilidad.

La segunda ola lo puede encumbrar, si la maneja bien, pero si no, le dará argumentos casi irrefutables a quienes aun conspiran para sacarlo del poder y colocar a alguien más cercano a la restauración derechista que representó Manuel Merino (el que, a la postre, no era otra cosa que una reedición emergente del espíritu fujiaprista del Congreso anterior).

Resulta francamente inaudito que se vuelva a repetir el escenario de los meses de abril, mayo y junio, con hospitales colapsados, sin unidades de cuidados intensivos, sin médicos a mano o sin oxígeno. En su momento, se indicó, mentirosamente, que la logística médica mundial había colapsado y que eso hacía imposible proveer los insumos necesarios. Si antes fue una antojadiza versión explicatoria, hoy sería una chapuza punible.

Lo mismo sucede con las vacunas. Cuando leemos que países como Bolivia, para mencionar uno cercano a nuestra realidad, ya tiene contratos firmados y suministro asegurado, indigna ver a la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, quien ocupa el cargo ya el tiempo suficiente para haber previsto el tema, enredarse en explicaciones que más suenan a excusas negligentes que a razones fundadas.

El tema es doblemente grave, porque si la situación de la pandemia se complica y repetimos las escenas apocalípticas de mediados de año, el gobierno seguramente, ante la incapacidad de manejar con finura estratégica el tema, recurrirá a un confinamiento irracional.

Si ante la sola reaparición del problema, el Ejecutivo es capaz de medidas tan absurdas como prohibir, con soldados enfundados en armas de largo alcance, el acceso a las playas, o de establecer cuarentenas a todos los ciudadanos que lleguen al país, no queremos ni imaginar los grados de irracionalidad punitiva a los que podría llegar en caso la crisis se acreciente.

Y si eso ocurre, además del problemón político en el que embarcará al régimen, nos hará despedirnos del rebote económico previsto para este año. Tendremos recesión dos años seguidos, con el inmenso costo en vidas que eso genera y el brutal empobrecimiento de la sociedad peruana.

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Gobierno

En los últimos días se ha generado una batalla campal en las redes sociales entre algunos candidatos o voceros de Avanza País, de Hernando de Soto, y Renovación Popular, de Rafael López Aliaga.

Frente a ello, han surgido algunas voces alarmadas que, templanza en ristre, han advertido que hacen mal peleándose entre afines y que el verdadero enemigo está en la izquierda y que frente a ello hay que unir esfuerzos.

Lo cierto, sin embargo, es que, lejos de lamentarla, debe saludarse tamaña trifulca y que de una vez por todas se marque la cancha entre la derecha liberal y la derecha conservadora, que no tienen nada que hacer juntas.

Si algo de bueno hay que saludar del desmembramiento del fujimorismo y su crisis institucional es que le ha permitido a la derecha desflemarse y mostrar sus claras diferencias ideológicas. Una de ellas, la señalada en este comentario, entre liberales y conservadores.

Hay margen suficiente para que la derecha se divida y no se sienta en la obligación de juntarse a pie forzado. La gran mayoría del electorado -lo confirman todas las encuestas- se define de centro y de derecha. Hay sinfín de interpretaciones para ello: la huella mnémica del terrorismo y su asociación a la izquierda, el fracaso económico de los 80 vinculado al populismo fiscal y monetario que un sector de la izquierda sigue pregonando, la migración individual rural-urbana, la proliferación de iglesias conservadoras en sectores populares, etc.

En esa medida, es refrescante que se produzcan encendidos debates entre las derechas. Es verdad que hasta el momento, no ha pasado de troleo en redes y artificios verbales, pero es claro que una cosa es una derecha liberal en lo económico, democrática y moralmente libertaria, y otra una derecha mercantilista, autoritaria y ultramontana en temas morales. No tienen casi nada en común.

A la postre, el electorado va a saber distinguir o va a aprender a hacerlo y a darse cuenta de que lo que comúnmente se ha definido como la derecha en el Perú admite muchas variantes. Por lo menos, a la opción más moderna, que es la liberal, le conviene plantear ese debate.

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Derecha

Lo que ha hecho el Congreso en las últimas horas, con la nueva ley agraria y la que pone topes a las tasas de interés, casi no tiene parangón en términos de incompetencia y demagogia populista inútil (porque ni siquiera va a producir el efecto deseado por la norma).

Lo que en la norma agraria cabía era mantener, con pocas variantes, un esquema laboral idóneo para la actividad y para una realidad de mano de obra poco calificada, y alterar, eso sí, un régimen tributario de escándalo. Bueno, pues, la norma aprobada ha hecho las cosas casi al revés.

Y respecto de las tasas de interés, cualquier economista serio lo que hubiera aconsejado es que el Parlamento investigue las causas del problema y así se habría dado cuenta de que lo que falta en el sector bancario es competencia, no controles absurdos. Más competencia hubiera logrado mucho más eficazmente y sin vulneraciones financieras básicas, el objetivo buscado.

Ojalá el 2021 nos traiga una elección en la que no solo triunfe una opción pro mercado, favorable a la inversión privada, y que además logre tener una bancada mayoritaria que lo acompañe. Sería lo mejor que le podría pasar al país para salir del trance que nos ha tocado cruzar.

Un gobierno de izquierda sería económicamente catastrófico y un gobierno de centro aguachento lo único que haría es prolongar la agonía y dejarle la cancha servida para que en la siguiente elección gane una opción ya abiertamente radical, antisistema y disruptiva con el modelo económico.

Va a ser difícil que ello ocurra este año entrante, dada la dispersión en candidatos con pequeños porcentajes de intención de voto. Lo más probable es que disputen la segunda vuelta dos postulantes que bordeen el 10% de los votos válidos, lo que hará que tengan una bancada claramente minoritaria.

En ese talante, queda al menos la esperanza de que se vote por mejores parlamentarios y en particular por aquellos identificados con las reformas liberales que el país necesita a gritos para salir del entrampamiento en el que se halla. Y los hay diseminados en varias agrupaciones. Que haya un voto derechista consciente y con capacidad de discriminar y elegir lo mejor, es mi deseo mayor para un 2021 que, de otro modo, podría ser peor, inclusive, que el malhadado 2020 que hoy nos deja.

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2021, Congreso

Es hora de que en el Perú se empiecen a discutir estos temas al punto de generar creciente masa crítica que permita algún día llegar a esos niveles de libertades morales. Por lo pronto, con el aborto, y no sólo con el terapéutico o en caso de violación, como hasta el momento se suele discutir, sino con aquel pleno de derechos.

Hay que dejar de hablar a media voz e ir por todo, que la estrategia de ir avanzando de a pocos ha demostrado su inutilidad, más aún en medio de una sociedad que mayoritariamente es conservadora en el Perú, pero que lo seguirá siendo si desde la clase política y periodística no surgen voces que hablen claro sobre el tema y desplieguen con energía los argumentos a favor de la opción liberal.

Del mismo modo, debe hacerse con un tema como el del matrimonio homosexual. Ya estuvo bueno eso de buscar fórmulas intermedias, con afán de ser progresivas, como las de la unión civil patrimonial. Acá se va por todo o nada. El Perú debe aprobar la unión matrimonial plena de derechos de personas del mismo sexo y a la vez reconocer todas las variantes de identidad de género que nuestro erotismo permite.

Y ya no puede dejar de estar en la agenda nacional la despenalización de la producción, distribución y consumo de las drogas. Cualquier riesgo potencial de que ello genere un aumento del consumo -cosa bastante improbable, porque ya hoy en día cualquier droga se consigue en todas las esquinas del país-, es nada comparado con el enorme y republicano beneficio de erradicar el narcotráfico, principal fuente del delito y la corrupción en el Perú.

La agenda moral liberal debe empezar a plantearse sin ambages. Si algún día queremos ser una sociedad de libertades civiles plenas hay que empezar a dar la batalla contra el conservadurismo reinante, cuya mayoría es real, pero no es aplastante.

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Aborto, Argentina

Resulta inverosímil que el Apra haya visto frustrada la inscripción de buena parte de sus listas congresales por un error informático o por un personero despistado. Estamos claramente ante un acto conspirativo de la gerontocracia aprista en contra de las nuevas generaciones que se habían desplegado en la plancha y listas conformadas. Han sido los cincuentones y sesentones del APRA los autores intelectuales y materiales del despropósito.

Muchos errores ha cometido el aprismo a lo largo de su historia. Para no remontarnos a los tiempos aurorales de Haya de la Torre hablemos tan solo del periodo alanista. Cuando su opción era convertir a su primer gobierno en una opción socialdemócrata sensata optó por un desquiciado populismo estatista que llevó al país a su ruina mayor. Su ignorancia económica y su soberbia megalomaníaca causaron el mayor desastre político, social y económico de nuestra historia.

Y cuando regresó por segunda vez al poder, lo que mejor hizo fue impulsar la inversión privada (récords históricos), pero ese estímulo pichicatero de los capitales no vino acompañado de ninguna reforma promercado y mucho menos de reformas institucionales. García desaprovechó los tiempos de vacas gordas (acentuadas por el boom de los minerales) y tiró por la borda la que podría haber sido la última ocasión de construir un capitalismo liberal en el país.

Pero, a despecho de los errores señalados, uno de los grandes activos que el APRA ha sabido construir en los últimos años es el de la renovación generacional. Hay un grupo de cuadros entre treinta y cuarenta años, muy bien formados, aunque quizás se les pueda acusar de ser demasiado alanistas, pero que gozan de solvencia académica, experiencia política y dotes de elocuencia. Además, habían tenido un envión anímico con el ingreso en las lides de la hija de Alan García, Carla, quien seguramente hubiera tenido un papel protagónico.

Todo ello ha sido tirado por la borda por los viejos del partido que no toleran no poder postular ellos y temen, con pavor que Nidia Vílchez, aguerrida lideresa partidaria y estos jóvenes hubiesen podido lograr una buena performance, que los cancelase políticamente. En clara vocación suicida y delirante, han preferido sacar al partido de la contienda, hacerlo perder su inscripción y dejarlo atravesar cinco años de desierto político.

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Apra

La izquierda celebra alborozada las encuestas que indicarían que la mayoría de la población está a favor de un cambio de Constitución. Así, por ejemplo, la última encuesta de Ipsos señala que el 60% de la ciudadanía considera que se debe convocar a una Asamblea Constituyente para hacer una nueva Constitución, frente a un 12% que estima que debe mantenerse la Constitución sin cambios.

Del mismo modo, en la medición del IEP, se aprecia que un 49% considera que se deben hacer algunos cambios a la Constitución mientras que un alto 48% cree que hay que cambiar a una nueva Constitución.

¿Triunfo de la postura maximalista y reiterativa de la izquierda peruana? ¿Por fin llegó el momento de tirarse abajo el modelo de libre empresa que aunque rengueante por las múltiples perforaciones mercantilistas que el Estado ha permitido a la economía de mercado, nos ha gobernado los últimos treinta años?

La respuesta no es tan simple. La izquierda no se puede atribuir ninguna victoria ideológica ni mucho menos. La gente no quiere el cambio del modelo económico. Quiere novedades, pero no esas. En la primera encuesta, la de Ipsos, cuando se entra en detalle y se le pregunta a la gente cuáles son los cambios que se le quiere hacer a la Constitución, un 65% señala “mejoras en la educación”, un 59% “mejoras en la salud”, un 57% “combatir la delincuencia con mayor efectividad” y un 53% “más eficacia para combatir la corrupción”. Recién con 46% aparece algo que se pueda vincular al modelo económico: “leyes más favorables para los trabajadores”.

En el caso de la segunda encuesta, la del IEP, los resultados indican lo mismo. Un abrumador 74% estima que se debe cambiar la Constitución para que haya “penas mayores para delincuentes y corruptos”, frente a un 36% que habla de “fortalecer la intervención del Estado en la economía” y un sorprendente 25% “fortalecer los valores tradicionales y la tradición católica”.

Mejor gestión pública y más mano dura pide la gente respecto de sus expectativas de una nueva Constitución. El cambio de modelo económico es una cansina ilusión de la izquierda, que no tiene arraigo y que explica en gran medida, su poca fortuna electoral en las últimas elecciones. No registra la real demanda ciudadana.

 

 

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Izquierda

La izquierda peruana ha agregado a su arremetida contra la minería la del sector agroindustrial, uno de los sectores más productivos y modernos del país. Insiste en un programa dadivoso en gasto social y a la vez se empeña en afectar a actividades que cómo la minería proveen la mayor cantidad de recursos tributarios.

Hay decenas de proyectos mineros enterrados bajo protestas sociales ideologizadas y ahora hay violencia destructiva detrás de la agricultura moderna, la que más formal es, mejores sueldos paga y mayor productividad laboral tiene. Injusta la exoneración tributaria de la que goza, a la que debería ponérsele término rápidamente, pero en términos laborales se ajustan plenamente a la realidad del sector en el que opera.

La izquierda parece haberse quedado fijada en la primera mitad del siglo XIX. Es premarxista, inclusive. Los cánones marxistas clásicos señalan que es preciso llegar al agotamiento de las fuerzas productivas de un sistema -en este caso el capitalismo- para recién esperar que las fuerzas sociales irrumpan contra él y provoquen el advenimiento de un nuevo orden.

Pese al pronóstico, el capitalismo ha sorprendido a propios y extraños y ha mostrado una capacidad tal de adaptación que ha superado inclusive los parámetros de la revolución industrial. Tiene vida y para rato. Pero eso no parecen entenderlo los voceros de la izquierda antediluviana peruana.

Verónika Mendoza maneja conceptos tan arcaicos de economía que francamente da terror lo que pudiera hacer si llegase al gobierno. Sería una mezcla de chavismo con el primer García.

Lo que el Perú necesita a gritos es retomar la senda del crecimiento de la inversión privada a los niveles que los dejó el segundo gobierno de García y que Humala malversó hasta niveles de mediocridad y que luego de él, alguien considerado abanderado del capitalismo moderno, como PPK, desdibujó aún más.

Hace falta una revolución capitalista, pasar del capitalismo mercantilista que hoy nos rige a uno liberal, pletórico de libre competencia, con un Indecopi con dientes que rompa los nudos de privilegios que en muchos sectores subsisten. Hace falta un gobierno con clara voluntad política para hacerlo.

La tradición republicana que hay que resguardar, que ha surgido con fuerza estas décadas y se ha expresado en las recientes protestas contra los abusos de la clase política, merece ser acompañada de una reforma pro mercado radical y profunda, que siga sacando a los peruanos de la pobreza y convirtiéndolos en ciudadanos plenos, materia prima justamente de la República que se quiere construir a partir del bicentenario.

 

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DBA, Izquierda

Muy interesante el Test de Orientaciones Políticas, Económicas y Sociales (TOPES) que acaba de publicar Ipsos. Investiga la autopercepción de la gente y distingue entre dimensión política, económica y moral/social. Y los resultados son básicamente alentadores.

En cuando al aspecto político, un 56% se considera semidemócrata y un 15% demócrata (71% en total), en comparación a un 22% semiautoritario y un 7% abiertamente autoritario. Quizás haya que entender lo de semidemócrata como al creyente en una democracia enérgica, con mano dura. En esa línea, se puede ponderar y claramente, hay un tope marcado a quienes desde la derecha y la izquierda consideran que la democracia es algo que se puede saltar a la garrocha en pro de algún bien mayor.

Respecto del tema económico, la cosa es aún más propicia. Un 47% se define como defensor del semilibremercado, y un 14% de libre mercado (61%), contra un 26% semicontrolista y un 13% abiertamente controlista. Cuando algunos analistas celebran alborozados que el país está girando a la izquierda habría que remitirlos a la data. Dos tercios del país valora el libre mercado y no una economía planificada por el Estado. La mayoría pide un mercado cautelado pero no subordinado. Casi treinta años de estabilidad macroeconómica y buenos resultados en crecimiento de la riqueza, disminución de la pobreza, el desempleo y las desigualdades en base a un relativo modelo de mercado, han rendido frutos ideológicos.

En el aspecto que, desde un punto de vista personal, aún hay esfuerzo que librar es en el moral/social. Un 28% se considera conservador y un 37% semiconservador (65%); mientras que un 30% se considera semiliberal y solo un 5% liberal. Toda la lucha por el matrimonio gay, la despenalización de las drogas, la libertad de abortar, etc., no encuentran eco mayoritario en la población. La enorme influencia de sectores religiosos ultraconservadores en sectores populares ha surtido efecto y hay mucho por hacer al respecto (la batalla no está en los sectores altos sino en el pueblo).

Las dos primeras batallas están siendo ganadas. A ponerle empeño a la vinculada a los aspectos de moral individual (en el resultado puede influir también que esa lucha sea tan pudorosa y básicamente restringida a los cenáculos de algunas ONG). Demócrata, promercado y moralmente conservador es el perfil tipo del peruano promedio.

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DBA, Izquierda
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