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Opinión archivos | Página 241 de 342 | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Opinión

Los lectores de Sudaca pensarán, seguramente, en puertos bloqueados, en la crisis de los contenedores, en anaqueles vacíos, o en cualquiera de las pesadillas logísticas que caracterizan la economía en tiempos de pandemia. Pero, no. Este columnista no entiende nada de esos asuntos. 

“Primero encontré un nido, más adelante un colegio donde ponerlo. Luego vino la academia y posteriormente ingresó, felizmente, a la universidad. El año pasado fue contratado —¡increíble, qué alivio!— en una consultora como practicante, cuando estaba haciendo su último ciclo de contabilidad. Los primeros meses la cosa fue remota, claro, pero ahora les han ofrecido regresar —en su caso va a ser un debut— de manera flexible, ahora le dicen híbrida, a la oficina. Le han dicho hasta 3 días a la semana, pero él no quiere. Yo estoy desesperado porque no veo las horas de que tenga un horario de trabajo fuera de casa. ¡Hasta le he ofrecido llevarlo y traerlo!” Dice un padre, en tono de confesión, a una ejecutiva de alto nivel de una consultora. 

Nido, colegio, academia, universidad y oficina —puede ser también fábrica u otro lugar en el que se labora— son espacios alternativos a los que sirven de vivienda, digamos el hogar. Desde que nuestra vida dejó de ser agrícola y se convirtió en predominantemente urbana, pero sobre todo con la revolución industrial, sirven para albergar a muchísima gente. Últimamente son depósitos, almacenes, de individuos hasta los 23 años que en realidad no producen nada, ni dinero ni hijos, por lo menos del nivel socioeconómico medio bajo hacia arriba y en países de desarrollo intermedio para adelante. Se supone que están aprendiendo a hacerlo, de acuerdo, pero tenerlos todo el tiempo en casa sería, pues, terrible.

Y terrible ha sido. Para ellos y la o las generaciones anteriores. 

Porque más allá de las declaraciones protocolares y románticas que se escucha en los días de la madre, del maestro, que hacen ministros de educación, directores de escuelas, gerentes de recursos humanos y gurús del desarrollo personal, la sabiduría organizacional y el crecimiento colectivo, tener todo el tiempo en casa a los aprendices, digamos, profesionales —esos que en el nido se preparan para la escuela, en la escuela para la academia, en la academia para la universidad, en la universidad para el trabajo y en el primer tramo laboral pichanguean para poder jugar los partidos de verdad—, no sale a cuenta. 

Parte de la energía con la que se propugna el regreso a los mencionados lugares obedece a que deseamos que sus ocupantes vuelvan a un aprendizaje socializado y relevante desde el punto de vista interpersonal, a una experiencia educativa que vaya más allá de lo académico, de los datos y los conocimientos. Recluidos en el hogar dejan de tener vivencias sumamente importantes. Otra parte, sin embargo, deriva de lo que perdemos teniéndolos encima nuestro, interfiriendo con lo que consideramos, a veces con razón, a veces sin ella, es el manejo de aquello que verdaderamente cuenta, define, produce y reproduce.

No es muy glamoroso y hay algo de provocación en haber llamado a nidos, escuelas, academias, universidades y empresas, depósitos y almacenes. Pero tienen mucho de eso, de contenedores, palabra que, dicho sea de paso, también se refiere a contención —control, sujeción, moderación— de energías que en la calle pueden ser subversivas, devastadoras. En casa es enormemente difícil manejarlas. Rompen equilibrios —por ejemplo entre géneros y generaciones, en el hogar y fuera de él— que ha tomado décadas lograr y cuyo futuro, pandémico y pospandémico, no es fácil avizorar.  

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Almacenes, Depósito, vida

No cabe descalificación alguna respecto de la movilización permanente de la derecha peruana y el creciente activismo que muestra en medios y calles (a excepción, claro está, de la agresiva intolerancia de algunos grupúsculos extremistas que han proliferado en estos tiempos).

Discrepo de la racionalidad actual de su causa, la de la vacancia presidencial. Me parece que no tiene asidero constitucional y que vulneraría el Estado de Derecho, pero, sobre todo, que sería contraproducente y podría ocasionar un rebrote radical izquierdista, por la victimización concomitante a una salida abrupta del poder de alguien que cosechó un respaldo inmenso en los sectores populares y andinos del país, y aún mantiene una alta aprobación en los mismos.

No me considero un fetichista antivacancia, pero, sin embargo, considero que, además de las razones jurídicas, debe haberlas políticas. Y el “momento destituyente” aún no ha llegado. Lo más probable es que acontezca a mediados del 2022, cuando sobrevengan y coincidan la crisis sanitaria (tercera ola), la crisis económica (con un crecimiento, en el mejor de los casos, del 2% del PBI habrá una sensación generalizada de pérdida de bienestar), la crisis política (por el desgaste inevitable de un régimen mediocre e incompetente) y la crisis social derivada de la frustración de las sobreexpectativas populares respecto de un gobernante que prometía un cambio que no va a llegar si no para mal. Allí puede ser otro el cantar.

En cualquier caso, la movilización derechista señalada es saludable para la democracia, en la medida que implica una fiscalización permanente y un aviso al gobierno de que no puede regodearse en la inutilidad ni ensoberbecerse estúpidamente por un triunfo que no le da patente de corso para perpetrar despropósitos como los que hemos visto, pródigos, en estos primeros cien días de ejercicio gubernativo.

Este gobierno debe ser manejado por la oposición con rienda corta, respirándole en la nuca. Y ya que el centro no sabe cómo jugar ese papel, por lo que se ve, por parte de Acción Popular y Alianza para el Progreso, el sector llamado a hacerlo es el de la derecha. Le haría bien al país, por ello, que su mitin de hoy sea multitudinario. Levantaría los ánimos fiscalizadores -imprescindibles con un régimen tan precario- y enviaría un mensaje de advertencia de que hay un sector del país que no está dispuesto a tolerar francachelas irresponsables desde las alturas del poder.

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Marchas, Pedro Castillo, Vacancia

Rubén Blades (Panamá, 1948) es un icono de la contracultura latina. Cuando apareció, a los 29 años, se puso al margen de los salseros de barrio y filosofó, como ninguno, acerca de la familia, el orgullo latinoamericano, el pueblo, la esclavitud y la sociedad de consumo. Cuando la salsa se volvió «sensual» en los ochenta, Blades escribió sobre Óscar Arnulfo Romero y Gabriel García Márquez. A finales de los noventa, ya con el reggaetón empantanando nuestras músicas e idiosincrasias, el maestro puso clarinetes y violines a sus extraordinarias descargas salseras, con letras cada vez más interesantes, sin perder ese sabor de esquina, esa voz arrabalera. Y en el siglo 21, confirmó su estatus de leyenda con discos que sirven para entender cómo no debe sonar la música latina si lo que quiere es estar de moda y vender millones de discos.

Ahora lo ha vuelto a hacer, con su más reciente producción en estudio, Salswing! (Blades Productions, 2021) En medio de la crisis de valores artísticos, infecciosa y multidrogorresistente, que concede premios a esperpentos malaspectosos y mononeuronales como Bad Bunny, Maluma, J Balvin, Daddy Yankee y Camilo, don Rubén lanza un homenaje recalcitrante al pasado más antiguo, con un álbum en el que amalgama salsa, latin jazz, bolero y big band. Un disco como este ya habría sonado a antigüedad hace cuatro décadas y, sin embargo, Blades se lanza al ruedo sin pensar en los efectos comerciales. A sus 73, el compositor de Pedro Navaja, Buscando América y Sicarios vuelve a poner su Colt calibre 45 sobre la mesa y le dice al mundo globalizado y equivocadamente convencido de que “canciones” como Despacito son las que mejor representan a nuestra comunidad, que la verdadera música latina aun existe, tiene riqueza, historia, profundidad e íntimos nexos con la elegancia de los ensambles grandes de Glenn Miller. Una música con la que se puede bailar, enamorar, emocionarse y pensar, todo a la vez.

Salswing! sigue la línea argumental de los trabajos de Blades durante los últimos siete años, que incluyen una selección de tangos, un disco con big band y un concierto en el lujoso Lincoln Center de Nueva York, acompañado por el conjunto de jazz del trompetista Wynton Marsalis. Con la colaboración extremadamente eficaz de su compatriota Roberto Delgado, bajista, arreglista y director de una orquesta de gran formato -13 músicos en total-, Blades ofrece 11 canciones que ingresan, de manera directa, a su catálogo de música urbana emparentándola con algunos de los sonidos que él y la gloriosa generación de inmigrantes caribeños y nuyoricans que inventaron la salsa en los setenta, seguramente escuchaban en aquellos barrios del Bronx, Queens y Brooklyn por los que daban vueltas con sus ritmos incendiarios. En esas épocas, Times Square era un lugar peligroso y todo en Nueva York era expresión de un mundo diferente al de las cuestiones plásticas y carentes de contenido que el cantautor denunció desde sus primeros éxitos. Y que siguió denunciando -a veces en serio, a veces en clave humorística- en discos posteriores a sus brillantes etapas junto a Willie Colón (1975-1982, Fania Records) y Seis/Son del Solar (1984-1992, Elektra Records) como Tiempos (2000) y Mundo (2002) bajo la multinacional Sony; o su retorno tras casi una década de silencio, Cantares del subdesarrollo (2009), estrenando sello discográfico propio.

Roberto Delgado y su Orquesta hacen un trabajo de interpretación impecable, pasando de la descarga sonera al registro de big band con soltura y propiedad. Son el fondo musical perfecto para esta nueva aventura de Rubén que se divide en dos partes. La primera está dedicada a la salsa, donde rescata dos joyas poco difundidas de su abultado catálogo con Fania Records: la auroral Canto abacuá, que grabara en 1970 con la orquesta del percusionista Ray Barretto, aquí rebautizado como Canto niche (su título original, en realidad); y Paula C, esa declaración de amor con aires de bossa nova y sofisticados arreglos para cuerdas, escritos por el vibrafonista y productor Louie Ramírez y tocados por un ensamble de cámara venezolano, que apareciera por primera vez en 1978, en un LP llamado Louie Ramírez y sus amigos, y luego fuera incluida en la recopilación Bohemio y poeta (1979), que hace una selección de temas compuestos por Blades en diferentes momentos de su carrera. En la versión de Salswing!, Delgado y su combo respetan el alma y corazón de esta dolorida melodía mientras Blades refrasea los soneos finales para darle actualidad.

En la segunda mitad, dedicada al swing, Rubén Blades se transforma en crooner, mezcla de Desi Arnaz y Tony Bennett, para entregarnos alucinantes relecturas de dos standards: The way you look tonight y Pennies from heaven, ambas compuestas en 1936. La primera es una romántica balada que ha sido grabada por cantantes de todas las épocas, desde Frank Sinatra y Bing Crosby hasta Rod Stewart y Michael Buble; mientras que la segunda fue éxito en la voz de Sinatra, quien la grabó en dos ocasiones, en 1956 y 1962, con las orquestas de Nelson Riddle y Count Basie. Asimismo, el bolero Ya no me duele -compuesto por Rubén y el joven cantante y flautista portorriqueño Jeremy Bosch, integrante de la Spanish Harlem Orchestra, -que trabajó con Blades a inicios del siglo 21- suena al Tropicana, aquel legendario nightclub habanero de los años cincuenta. 

Do I hear four y Mambo Gil, dos instrumentales, permiten el lucimiento de la orquesta. Otros temas destacables son  Cobarde (versión salsa de un tema original de Ray Heredia, integrante de los españoles Ketama), Tambó y Contrabando (escritas por Blades); y Watch what happens, cantada en inglés. Esta canción, registrada por artistas como el pianista canadiense Oscar Peterson (1975) o el cantante norteamericano Tony Bennett (1965), es la versión en inglés de parte de la banda sonora que escribió Michel Legrand para Les parapluies de Cherbourg (Los paraguas de Cherbourg), un film francés de los años sesenta, protagonizado por Catherine Denueve.

Salsero atípico, siempre dejó evidencia de su amplitud estilística sin dejar de hacer lo suyo con absoluta maestría, incorporando elementos de pop, rock, jazz, bossa nova y hasta creando mundos paralelos, como en la historia de Maestra vida (1980), una «ópera-salsa» al estilo de Hommy (1973) de Larry Harlow, su colega y amigo, pianista y arreglista de la Fania, conocido como “El Judío Maravilloso”, fallecido en agosto de este año; o su más reciente invención, Medoro Madera (2018), en la que Rubén se transforma en un ficticio sonero cubano, octogenario y de voz ronca -mezcla de Compay Segundo y Cheo Feliciano, con sombrerito de ala corta y todo. En la carátula de ese álbum, que nunca sonó en las mezquinas radios limeñas, una combinación digital funde los rostros de Rubén y su padre. Cualquier persona podría decir que, a estas alturas de su carrera, un artista como Rubén Blades ya no necesita reinventarse. Sin embargo, con Salswing! el sonero panameño demuestra que tiene cuerda para rato, como también se vio en el documental Yo no me llamo Rubén Blades, del 2018, estrenado para celebrar su cumpleaños número 70.

Solo Rubén Blades, el salsero inteligente, podía atreverse a colocar en una portada un collage con 32 fotos de leyendas de la música norteamericana y latina, entre ellos Tito Puente, Count Basie, Mongo Santamaría, Benny Goodman, Damaso Pérez Prado, Glenn Miller y Benny Moré, en estos tiempos de reggaetoneros que utilizan solo los aspectos más vulgares y primitivos de ambos universos y que ni siquiera son capaces de expresarse apropiadamente en ninguno de los dos idiomas sino que balbucean un dialecto gutural y animalesco de difícil comprensión, aniquilando la riqueza del español y la simplicidad del inglés con total impunidad. Como decía al principio, este homenaje al pasado -que acaba de generarle a Blades su décimo octavo Grammy- va totalmente en contra de lo que hoy se entiende como música latina. Más que un homenaje, es un grito de rebeldía ante toda esa basura estereotipada que nos presenta a latinos, hombres y mujeres, como narcos misóginos y bataclanas materialistas, sin nada más interesante que ofrecerle al resto del mundo. 

Blades saca la cara por nuestra música y como dijo René Pérez «Residente» quien, a su estilo, vendría a ser “el Blades del reggaetón”, con quien colaboró en el tema La Perla, del álbum Los de atrás vienen conmigo (2009) de Calle 13, en la última ceremonia de los Grammy Latino, seguramente pensando en clásicos incombustibles de la música latinoamericana como Pablo Pueblo, Pedro Navaja, El padre Antonio y su monaguillo Andrés, El cantante, Juan Pachanga, Ligia Elena o Camaleón: «Tus historias son de gente que existe, gente real, sin superpoderes, gente que se desangra si le disparan. Me enseñaste que el arte va por encima de todas las cosas, aunque la historia de Superman venda más que la de Ramiro”. Amén.

 

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Rubén Blades

El 7 de diciembre será interpelado en el Congreso el ministro de Educación, Carlos Gallardo. Los parlamentarios no debieron haber sido tan fetichistas del proceso y debieron proceder a censurarlo de inmediato. Si hay un ministro incapaz y pernicioso en el gabinete Vásquez, es justamente el de Educación.

Primero, porque se quiere tirar abajo la reforma magisterial que tantos años ha empeñado a sucesivos titulares del pliego (desde los tiempos de José Antonio Chang en el segundo gobierno de Alan García, pasando por el quinquenio de Humala, y los periodos de PPK y Vizcarra). Sin empacho, busca anular la meritocracia en el sector y por si fuera poco, también le mete zancadillas a la reforma universitaria, tan laboriosamente gestada.

Segundo, porque no está en capacidad de asegurar el reinicio de las clases presenciales. Sus últimas declaraciones lo muestran reñido con un proceso que en otros países ya funciona casi a total plenitud. Son las bases magisteriales radicales las que se oponen y el ministro solo parece serles funcional como furgón de cola.

Tercero, porque su principal propósito es darle patente de corso al sindicato pro Movadef, Fenatep, dedicando la mayor parte de su tiempo a socavar al sindicato histórico del magisterio, el Sutep, y pretendiendo con malas artes tumbarse a una entidad privada, autónoma y altamente regulada por la Superintendencia de Banca y Seguros, SBS, y que funciona con excelencia administrativa, como es la Derrama Magisterial (en complicidad con el ministro de Trabajo están acosando a los sindicatos que forman parte del directorio de la entidad referida).

En lugar de gastar energías en diseñar una irracional y peligrosa iniciativa de vacancia presidencial, que podría producir el desgaste de la oposición y el fortalecimiento del Ejecutivo, el Legislativo debería ser más recio y vigilante respecto de los despropósitos que se perpetran en los pasillos ministeriales y sobre los cuales el Congreso tiene el gran poder disolvente de la censura, arma legítima que no utiliza hasta el momento a pesar de haber sobradas razones para haberla empleado en más de un caso.

El ministro de Educación, Carlos Gallardo, no debería terminar el año sentado en el despacho ministerial desde el cual está desplegando una estrategia destructiva que solo va a afectar a los propios maestros, y principalmente a los millones de estudiantes de la escuela pública.

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Congreso de la República, Ministro de educación

Otras caricias es el título de la más reciente novela del escritor peruano Alonso Cueto. Es propiamente una nouvelle cuya trama se basa en la historia de un personaje singularísimo: Albino Reyes, viudo pertinaz, de día profesor de literatura en un colegio y por las noches guitarrista y cantante de una peña limeña. Aunque no es la primera vez que Cueto exhibe su gusto e interés por la práctica musical que gruesa y cómodamente llamamos “criolla” (ver Valses, rajes y cortejos, de 2005), Otras caricias representa la primera vez que el autor ingresa a este universo desde la ficción.

La historia de Reyes es acompañada continuamente por la inserción de fragmentos de letras de valses. Ese gesto textual no es, de modo alguno, gratuito: entre la vida solitaria y gris de Reyes y el espíritu muchas veces resignado y fatalista del vals peruano hay una correlación auténtica, natural. “Piensas que la vida es la letra de un vals”, lo recrimina un sobrino. Y remata: “O sea, te imaginas que todo es «Si un rosal se muere herido de aromas» y toda esa vaina. Así eres tú” (p.73).

El inicio nos muestra a Reyes en la peña La Oficina, momentos antes de empezar a cantar y el narrador penetra en su conciencia y nos informa: “Tantos años en ese piso de maderas, los sonidos enardecidos por la tristeza, la soledad de los tablones oscuros, las facciones borradas por la bruma, recuerdos de recuerdos, manchas encima de otras manchas, voces ausentes que persisten, tanta niebla detenida bajo los tubos de neón. Y en ese estrado de canciones y guitarras y cajones y quijadas de burro y castañuelas criollas. Toda esa felicidad de la pena” (pp.15-16).

En Reyes se acumulan las frustraciones y algunos logros. El personaje tiene sin duda un aliento ribeyriano: una vida cercana al fracaso, la paternidad no realizada con Gladys –su mujer ahora ánima con quien conversa imaginariamente en un alarde neorrealista y melodramático necesario– y la imposible relación con Andrea, una joven acomodada que visita la peña y queda prendada del arte de Reyes, pero entre ambos hay barreras de clase que resultan infranqueables. ¿Y los logros? Pues el sueño del disco propio, un asunto de suma importancia para cualquier músico.

El narrador, además de mostrar en varios momentos de la nouvelle los sentimientos y el temperamento sombrío y melancólico de Albino Reyes, adopta también una cierta forma ensayística para definir la música que interpreta el personaje, como se puede ver en estos pasajes, en los que proyecta estas anotaciones en la mente de Reyes: “Apenas sonó la guitarra, Albino entró en la delicadeza sombría de las palabras y sonidos de La abeja de Ernesto Soto (…) La tierra o el fuego eran para otros géneros, como el tango o la ranchera, géneros que insistían en la violencia de las pasiones como una verdad definitiva (…) En cambio, el vals evitaba mirar de frente a la vida y a la muerte (…) Escoge el silencio para ser escuchado” (pp. 53-55).

Otras caricias, más allá de la historia de Albino Reyes, nos devuelve también la mirada al vals peruano, esa especie de ADN sonoro que está impregnada en el temperamento, sobre todo, de los seres citadinos. Ese respeto por la renuncia o por la forma cómo el destino teje nuestras vidas, a veces sin apelación posible. Albino Reyes no encarna una diatriba contra el destino ni contra las desigualdades que lo rodean, es apenas un hombre cuya función es llevar al canto todas las complejidades de la vida. Un pequeño héroe, en medio de tanta sombra.

Alonso Cuesto. Otras caricias. Lima: Random House, 2021.

Otras-caricias

 


Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

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Alonso Cueto, Literatura, Otras caricias

Está probado que este gobierno es mediocre e incompetente, hasta la saciedad. Y no parece exagerado pensar que ese es el techo al cual llegará el régimen, si se considera que su cabeza, el Presidente de la República, no tiene el empaque psicológico que le permita empoderarse del cargo y asumir las riendas del poder.

Vamos a navegar en medio de aguas turbulentas, con permanente ruido político, con nombramientos inverosímiles, con escandaletes por doquier, con marchas y contramarchas gubernativas (una de ellas, felizmente, la del despropósito del cierre de minas que una Premier prejuiciada quiso desplegar). Eso queda claro.

¿Por qué, entonces, no vacar a Castillo y librarnos de esa agonía? Hay varias razones para creer que la vacancia no es el camino adecuado. Primero, primerísimo, porque nos regimos por una democracia y un Estado de Derecho. Y el señor Castillo, nos guste o no, ganó las elecciones, es el Presidente legítimo, y, además, hasta el momento no hay razones legales que permitan deducir una incapacidad moral permanente que sirva de causal de vacancia.

Debe, pues, culminar su mandato. Mientras el propio gobierno no se aparte del texto constitucional y no pretenda, por ejemplo, forzar un cierre del Congreso para imponer una deriva chavista en base a una espúrea Asamblea Constituyente, ni siquiera hay razones políticas para pensar en que la vacancia pueda ser el camino aconsejable.

¿Elegimos mal? Sí, pésimo. Desde esta columna advertimos durante toda la segunda vuelta de los riesgos que el país corría si Castillo era elegido y no nos equivocamos. Se están cumpliendo al pie de la letra las precauciones anticipadas.

Pero vacar precozmente a Castillo solo traería consecuencias políticas altamente peligrosas para el país. Lo primero es que abortaría el desprestigio en el que está cayendo toda la izquierda peruana, lo cual favorece que en el próximo proceso electoral se asome, como el país necesita, un triunfo de una derecha más clara y directa. Si a Alan García lo hubieran vacado el 87 -y vaya que lo merecía más que Castillo-, no hubieran sobrevenido treinta años de sensatez macroeconómica, y lo más probable es que hubiera regresado al país, al poco tiempo, alguna otra opción populista.

En ese sentido, si se vaca, fuera del tiempo político correcto, a Castillo, probablemente en las elecciones adelantadas gane otro candidato de izquierda y esta vez, por la victimización concomitante, con mayoría parlamentaria suficiente para perpetrar la conversión del Perú en una “república bolivariana”.

A eso están jugando irresponsablemente los promotores de la vacancia que desde la derecha no parecen preocupados en detenerse a pensar en la juridicidad de sus actos, ni siquiera en un realismo pragmático, que los haga entender que hoy la vacancia es una apuesta fallida y peligrosa.

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Alan García, Pedro Castillo, peligros, política peruana, vacancia presidencial

UNO

“Sus colegas se apiadarán de él, y no serán tan críticos con el seleccionado”, pensó Joao Havelange, entonces Presidente de la CBF, que lo contrató a inicios de 1969. Era un tipo con personalidad. Periodista prolífico, fue corresponsal de la 2da Guerra Mundial, lector ávido y miembro del Partido Comunista. Era ácido crítico de la selección brasileña en aquellos años. Su máximo y único antecedente como DT: había creado el Botafogo más brillante, el del 57 (Didi, Garrincha, Paulo Valentim, Zagalo, Nilton Santos, Quarentinha, etc.) Que ganó ese año, el Campeonato Carioca.

La derrota del Mundial de Inglaterra había calado hondo. Del 66 al 68 Brasil había cambiado más de 4 técnicos y no daba pie en bola. Recordemos que Brasil que vivía una dictadura militar en ese momento. Como es lógico a los militares les preocupaba la selección, necesitaban del Opio del Pueblo. La Dictadura lo necesitaba para legitimarse. Ergo, brindaron todos los medios y recursos al Presidente de la CBF. Lo único que hacía falta era el entrenador adecuado.

Entonces, Havelange lo contrató. Cuestión de supervivencia

Pele había renunciado a la selección y Saldanha lo convenció de volver.

DOS

Recuperó la identidad del futbol brasileño y le añadió la preparación física. Trajo los métodos de los NASA (que estaba en boga en aquellos tiempos) y los aplicó en el Scratch.

“Todos los entrenadores me veían como reserva de Pele” y Saldanha me dijo: “Se acabó, Usted es el primer nombre del equipo; por delante de Pele”, contó una vez Tostao. Aun con la lesión de su retina, esperó pacientemente la recuperación del nuevo ídolo. También Saldanha exigía a Pele despliegue defensivo. Y no le aseguraba la titularidad. Esto molestaba al Rey. Para el intelectual/técnico el Scratch era: Tostao y 10 más.

En las eliminatorias del 69 Brasil arrasó: goleó y gustó. A JS no le temblaba el pulso para elegir los mejores, su team se basaba en jugadores del Botafogo, Santos y Cruzeiro. En vez de Rivelinho, prefería a Edu, el puntero izquierdo del Santos. Piazza era volante de contención (su puesto verdadero en el Cruzeiro) mientras que Clodoaldo era su suplente. Y atrás, optaba por la defensa titular del Santos: Carlos Alberto, Djalma Dias, Joel y Rildo. Gerson y Jairzinho completaban el team. Esto, no era del agrado de la dictadura, que pretendía una selección más diversificada.

 

TRES

“Convoque 23 fieras. Tuvieron que ser 23. Y son fieras porque la fiera más brava es el hombre. Que es una fiera consciente. Nuestro equipo nunca provocó, ni va a provocar. Mas, toda vez que seamos provocados, va a reaccionar de la misma manera. A todas las insolencias, a todos los insultos y todas las provocaciones en cualquier terreno, en cualquier lugar.”

Dichas palabras fueron en alusión al futbol desplegado por los europeos en el Mundial inglés. Luego sendos amistosos, ante Perú (hubo batalla campal) e Inglaterra, reafirmaron sus dichos.

Los militares comenzaron a elucubrar que era un elemento incómodo para el régimen. Su carisma era evidente y el pueblo lo adoraba. Medici no iba a soportar, que, de la mano de un comunista, Brasil conquiste la preciada Jules Rimet. Sería el triunfo de la oposición al régimen fascista.

CUATRO

«Yo no le digo a usted a quién tiene que nombrar en sus ministerios, y usted no tiene que decirme a quién debo nombrar en mi equipo».

Le contestó al dictador, que había pedido por su jugador favorito Dadá Maravilla (goleador del Atlético Mineiro). Se dice que Coutinho, su preparador físico (era militar), cumplía el doble papel: de espía ruin para los milicos. Asimismo, la prensa adicta al régimen, destrozaba a Joao. Luego de un partido amistoso contra un Combinado Mineiro, el Dt Yustrich, técnico del Flamengo, lo insultó ante la prensa. “Joao Sem Medo” fue con su Colt 32 a buscarlo, en las instalaciones del Mengo, para exigir explicaciones. Antaño, había disparado al dueño de una farmacia por abusar de su empleada, o al portero Manga, del Botafogo, sospechado de venderse.

Pero la frutilla del postre fue la denuncia de las torturas y abusos del régimen militar ante los corresponsales extranjeros. Eso no.

Luego de una derrota ante Argentina en marzo del 70, lo destituyeron. Brito, el zaguero titular, hizo lo posible, junto con sus otros compañeros, para evitar su salida. Pero no se pudo. Pele, el mejor jugador del mundo, brilló por su ausencia.

El negro siempre estuvo ligado al poder por conveniencia. En esos años, su situación económica no era de las mejores. Incluso agradeció a Medici, cuando este le pidió que lo representara en la inauguración de la Plaza Brasil, en Guadalajara. Mientras, a Tostao le prohibieron que hable nuevamente de política.

Hubo una reunión de los caciques del grupo: Carlos Alberto, Gerson, Pele, Jarzinho y otro más. Decidieron como iban a formar y jugar. Se lo plantearon a Zagallo y éste lo aceptó. Diversificó el team: Incluyó a Rivelinho (gran acierto), Everaldo (Gremio), Brito (Flamengo) y llamó a Dadá Maravilla. Eso sí, no jugó ni un minuto.

Lo demás es historia harto conocida.

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1970, Brasil, Fútbol

Tal como el capitalismo occidental en el que florece, el sistema mundial de ciencia y tecnología es degenerativo para los países subdesarrollados. Es decir, a medida que pasa el tiempo, las economías desarrolladas avanzan en inventos muy sofisticados – veloz y acumulativamente – y nosotros seguimos prácticamente estancados, dando pasos de pigmeo o retrocediendo. Esto es consecuencia de la tendencia natural a la concentración que tiene el mercado capitalista, y de la histórica división mundial del trabajo, donde los que deciden nos han sujetado – por las buenas o las malas – a labores primario-exportadoras y de bajo valor agregado, desde hace 500 años. Mientras tanto, ellos acumulan, hacen infraestructura moderna e innovan tecnología. La escala de esta brecha – cinco siglos de degeneratividad -, nos saca de carrera en automático, y nos imposibilita de acceder al progreso tecno-científico globalmente competitivo, pues esto demanda un enorme esfuerzo financiero y gubernamental –  de largo plazo – del que no somos capaces (¿alguien lo duda a estas alturas?). Es verdad que a veces avanzamos, inercial y nocivamente durante las bonanzas falaces, o con músculo en medio de algunos esfuerzos desarrollistas, pero los progresos son casi nada en relación a los niveles de mejora de quienes nos subordinan económicamente.

En este orden estamos condenados a vivir en el rezago tecnológico con precariedad mayoritaria, y es ilógico pretender lo contrario desde nuestra capacidad económica y productiva. Nada como el mercado de la tecnología para saber que el disparate aquel de que la riqueza se crea, y está al alcance de todos, es otro de los lugares comunes propagandísticos y chapuceros del liberalismo, que prenden rápidamente en nuestras cabezas esnobistas y todavía colonizadas. En los rankings internacionales de producción tecnológica siempre están arriba los mismos: Estados Unidos, Alemania, los países nórdicos y, en las últimas décadas, Asia, con autoritarismo, mano de obra barata y sustitución de importaciones. Casi todo lo que consumimos, y nos resulta indispensable, lo producen ellos (tecnología informática, medicinas, maquinaria productiva, telecomunicaciones), sin contar que acá llegan sus productos de segundo nivel. Nosotros no sólo no producimos ni exportamos, sino que importamos poca y mediana innovación. Sino miren las polémicas vacunas: las menos malas se quedaron allá. No producir los bienes y la maquinaria que necesitamos hace que seamos presa fácil de la dictadura internacional del tipo de cambio y sus especuladores, y que nuestra producción pague muy elevados costos por importación de tecnología. Nos hunde cada vez más la degeneratividad productiva.

Las cifras hablan, pero hay que saber preguntar. El oficialismo económico mundial observa tendenciosamente, siempre, porque eso es parte del velo. Qué hacemos, por ejemplo, comparándonos con las economías desarrolladas en cuanto a porcentajes del PBI dedicados desarrollo tecnológico. Es seguir en la trampa de querer emular otras escalas y realidades productivas. Veamos las cifras en absoluto, los montos donde está la realidad radicalmente asimétrica. Según Cepal, en el 2012 Estados Unidos invirtió (entre Estado y privados) un aproximado 400,000 millones de dólares en ciencia y tecnología. El PBI peruano de ese año fue 192,000 millones de dólares. El presupuesto peruano (porque de eso dependemos inicialmente) fue de alrededor de 30,000 millones de dólares. Las distancias, en un año, están a la vista. Calcula brecha de siglos. De acuerdo al ex-presidente Sagasti, hacia 1910 la academia norteamericana había titulado a 2,500 doctores. En 1908, según Marcos Cueto, el Perú tenía 167 médicos, cerca de 100 ingenieros y alrededor de 30 personas con título de especialidad científica del extranjero (o profesionales que profundizaban en algunas de las líneas experimentales de su carrera). Son sólo ejemplos de esta realidad general: en cualquiera de los elementos de un ecosistema científico-tecnológico que pretendamos compararnos (facultades, centros de investigación, gasto privado, patentes, instituciones públicas, publicaciones científicas, y otros) veremos crecientes, históricas e insuperables brechas. Estamos cada vez más lejos del desarrollo y accedemos a las migajas del modelo global, que siempre son escenarios de precariedad mayoritaria y de subdesarrollo. 

No hacemos ni exportamos inventos en el Perú porque aquí no casi no existe la ciencia aplicada. No hay espacios institucionales dedicados a buscar nuevas soluciones tecnológicas a partir de premisas científicas, salvo algunas entidades públicas de poco volumen. Lo que tenemos es una reducida cantidad de investigación universitaria, que generalmente es observación de casos que busca validar, ampliar o retar a la teoría científica aceptada. Los países fabricantes de alta tecnología, cuyas economías inventan constantemente, lo hacen desde la neurociencia, la física cuántica, la genética, la informática y sus cruces. En nuestro subdesarrollo, todas son especializaciones académicas que apenas existen, sin capacidad de incidencia alguna. 

No todos los sentidos comunes que opinan sobre ciencia y tecnología en el Perú tienen la misma parada frente a la degeneratividad que padecemos. Pero, ciertamente, la gran mayoría es bastante conservadora y despistada. El progresismo que necesitamos apenas empieza a levantar la voz, según lo visto por el suscrito. Para la mayor parte de opinantes con registro e influencia en redes – de consumo relativamente comparable al de las clases medias acomodadas del primer mundo – estamos donde estamos por nuestras pobres capacidades y desempeños, la ciencia y su deriva tecnológica son neutrales, y los perdedores del sistema mundial podrían ser ganadores si estuvieran a la altura y se gobernaran como corresponde. No ven, desde sus entornos, que hay una asimetría radical entre ellos y la gran mayoría del país, y que competimos en el mercado mundial con la capacidad productiva de toda la nación, no con la de algunos distritos capitalinos. Todos ellos son víctimas del mito de la ciencia emisora de verdad definitiva y respuesta superior en cualquier contexto, lo que le da derecho a la opacidad y a la imposición de soluciones. Las vacunas son un caso elocuente. Más allá de su dudosa calidad y de la descarada voluntad de imponerlas sin explicación, es obvio que la mayoría las defiende – y agrede en su nombre – sin conocerlas. Lo dice la ciencia, suele ser el argumento final, cuando ésta se equivoca, tiene intereses millonarios y miente como cualquier colectivo humano. A este público le parece conspiranoico pensar que hay arreglos internacionales entre poderosos para hacer que las cosas sigan como están sin evidenciar voluntad interesada, o ver peligro en que las trasnacionales vinculadas a la creación científica tengan más poder que la mayoría de estados del mundo, y que con eso puedan bloquear a todo nuevo país que intenta competir en el mercado millonario de las tecnologías de punta, o escapar de él.

Luego está el grupo de los científicos y especialistas peruanos en asuntos de tecnología y ciencia. Muchos de ellos piensan exactamente igual a la mayoría de nuestras élites opinantes, en cuanto a su concepción de ciencia y en cuanto a su desinformación sobre el hecho tangible de que hay un norte productivamente sofisticado y de permanente mejora, y un sur tecnológicamente degenerativo. Llama la atención que, a pesar de estar familiarizados con una metodología hecha  para enfrentar la duda trascendental y permanente, terminen creyendo que dicho protocolo no tiene premisas contextuales, que es tan universal como sus resultados, y que si arroja resultados imperfectos, éstos se van superando en camino ascendente por obra del método. La ciencia, y toda institución canónica que se impone desde una centralidad y con mitos de pretensión absoluta, comete atrocidades en nombre de sus principios y del orden que les da primacía. Son también así el Estado, los grandes grupos políticos y la religión. La verdad de la institución científica es diferente a la de estos núcleos, pasa por diferentes exigencias, pero es igual de subjetiva, potencialmente política y débil frente al perfil de perfección del que vive. Y hoy más que nunca – con las redes sociales y su transparencia – dejan ver sus interiores. No digo nada nuevo: hace décadas que hay epistemólogos comentando estas verdades, que todavía tienen poca tribuna entre nuestra opinión pública más activa.

También hay un grupo reformista entre quienes tratan estos temas. Tienen algunas miradas interesantes hoy consensuales, pero niegan la carga política del tema. Uno de ellos es el congresista Edward Málaga, otro es el ex-presidente Francisco Sagasti. El primero dijo incluso que la ciencia podría desideologizar la acción política, porque trabaja con evidencias. Hoy no estamos seguros de si hay universo o multiversos cuánticos alrededor nuestro, y el congresista asegura que nuestros sentidos dicen verdad final, pues pueden encontrar evidencias indiscutibles en la realidad, y en la social. El segundo no llega tan lejos, pero sostiene que izquierdas y derechas son esquemas mentales, y que debemos enfocarnos en los grandes asuntos nacionales por medio de buenos gobiernos. Como si tomar adecuadas decisiones de Estado fuera una ecuación que arroja números, un modelo ingenieril, y no una elección entre poderes asimétricos y asumir las consecuencias. Argumentó, cuando era presidente, que algunos temas de su despacho (sobre todo los más polémicos y pro-empresariales) no tenían su respuesta rápida – por semanas – porque pasaban por el equipo de ministros y un protocolo que aseguraba el carácter técnico de la postura final. Como si se necesitara análisis técnico decidir, por ejemplo, si el gobierno eleva una denuncia constitucional para defender a las AFP que nos estafan. Se viene una tragedia financiera, dijeron, ya llega la demanda amenazaron. Cuando el congreso asestó el golpe y obligó a las AFP a aceptar los retiros, parece que las “razones técnicas” indicaron que ya no era necesario seguir metiendo miedo al país. No hubo más mención del asunto ni amago de ir al Tribunal Constitucional. La jerga tecnocrática había sido usada políticamente, para decirlo con eufemismo.

Durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado – el que más ha hecho en este terreno – el ex-presidente fue una de las cabezas del proyecto de desarrollo tecnológico, y por entonces escribía de las relaciones norte-sur en el asimétrico mercado tecnológico, y hablaba de un desarrollo autónomo y endógeno para el tercer mundo, denunciaba la concentración de la oferta y la innovación tecnológica, y el uso subdesarrollante – en contra nuestra – que se da a este inmenso poder. Seguramente Francisco Sagasti tiene copiosos y pesados argumentos para explicar su cambio de perspectiva, y para deducir que no estamos impedidos de desarrollar tecnologías con este esquema internacional y bajo este modelo económico subordinante, pero no entiendo cómo ni desde cuándo la discusión y dinámica sobre los grandes temas nacionales – entre otros la producción y la tecnología – se volvió apolítica y exenta de intereses dominantes. No puede ser apolítica aquella realidad donde lo que es privilegio excluyente de algunas sociedades (la tecnología de punta) explica lo central del desarrollo de los pueblos. Al final no puede ser apolítico nada donde haya subjetividad, porque ahí se debe decidir por mayorías o por imposición de poder. Sí, por supuesto que todo es subjetivo y potencialmente político, sobre todo lo económico, donde hay un norte reducido y un sur interminable, y por tanto izquierdas y derechas, entendiblemente irreconciliables en el polarizante subdesarrollo. 

También es justo decir que este grupo es una de las fuerzas responsables de que nuestra actual normativa sobre desarrollo tecnológico – el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2006-2021 y la reciente Ley 31250 que regula y cohesiona el sistema en mención – contemple elementos progresistas, como cierta sensibilidad frente al potencial de las tecnologías pre-hispánicas para nuestro desarrollo, y sobre todo conciencia frente al hecho de que nuestro enfoque de innovación tecnológica debe partir de la realidad de nuestro territorio y sus necesidades, de nuestra escala productiva. Pero casi nada se ha avanzado en 20 años – más bien retrocedemos desde 1975 -, porque pese a lo que dice la norma, se sigue mirando el patrón de desarrollo occidental como norte, sin considerar la imposibilidad de alcanzarlo. La norma y la literatura especializada definen las elocuciones, pero al momento de las decisiones estratégicas y los arreglos institucionales, puede más la sujeción mental a los formatos y la creencias de procedencia europea, porque no se conoce de cerca a la mayor parte de nuestra realidad productiva, que es micro-empresarial, precaria y de subsistencia. También, en cuanto a sus resultados, los reformistas suelen ser víctimas del carácter apolítico del se enorgullecen, que es letal para reformar en sociedades convulsivas por alta demanda social. El punto es que siempre, entre sus propuestas concretas, se cuela el sueño del imposible aspiracional: el hallazgo sofisticado para el salto a la gran escala mundial; pretender aplicar conocimiento proveniente de especializaciones que casi no tenemos; promover más publicaciones académicas bajo estándares internacionales excluyentes, reduccionistas, disfuncionales para nuestros fines, y promotores de miradas conservadoras que no necesitamos; elevar el gasto según porcentajes y proporciones de otras realidades; crear la gran institución responsable que cuente  con la protección política necesaria y sea escuchada por el ejecutivo central (bajo orden del presidente). No sorprende esta última caricatura, piensan que la ciencia (la occidental que conocen) ofrece herramientas y contenidos para llegar a la verdad universal y así eliminar el motivo de conflicto en la acción política.

Y hay un tercer grupo multidisciplinario y joven, mucho más progresista, que asoma en las redes y que empieza a aproximarse a la inevitable politización que el tema demanda. En ese núcleo reflexivo-hacedor se empieza a sugerir que las ciencias naturales no tienen el monopolio de la verdad ni superioridad alguna sobre ningún otro saber, que las tecnologías no tienen por qué ser tema, actividad o decisión de ninguna élite política – pues son asuntos de sentido común perfectamente divulgables -, y que en nuestros planes de desarrollo tecnológico deben ser protagonistas las industrias tradicionales donde podemos competir (textilería, alimentación, bebidas, cuero, papel, lo que tenemos desde hace un siglo). Este germen regenerativo debe crecer y consolidarse en el camino elegido, lo que implica tener racionalidad política y postura económica explícita, porque construir demanda – y más en el subdesarrollo – disputar poderes y sentidos comunes hegemónicos. No hay cambio sin lograr el retiro del velo. Todo el mundo debe saber que pretender lo que no podemos nos degenera productivamente, y que hay poderes buscando que sigamos empeorando. También que el cambio traerá inevitables sacrificios de consumo, porque el desarrollo de nuestra oferta tecnológica e industrial demanda obligarnos a comprar lo que producimos aquí, en desmedro de lo importado. Lo han hecho así todas las potencias del mundo, aunque repitan y repitan el cuento del liberalismo para que caigamos en su mejor escenario: ellos se protegen y se fomentan millonariamente y, nosotros abrimos nuestro mercado a sus productos y maquinarias, y quebramos a nuestros productores. Los interesados en ver cómo nos mienten sin el menor rubor histórico pueden googlear a Ha-Joon Chang. No hay camino sin un gobierno nacionalista y promotor, muy pro-activo en ello. Antes y durante la primera revolución industrial, que fue inglesa, Reino Unido tenía los aranceles a la importación más altos del mundo. También prohibió la entrada de bienes que su mercado podía fabricar, para impulsar al productor local. Estados Unidos hizo lo mismo, en la segunda revolución industrial que encabezó. Para el resto del mundo, incluidos nosotros, recomendaron liberalismo y extorsionaron por ello, conscientes del extranjerismo colonial de nuestra opinión pública. Heraclio Bonilla y Pablo Macera lo han descrito, sus textos están en las redes sociales. No hay que tomar en serio a los políticos liberales con acceso medios, las sandeces económicos que les hacen hablar sus ventrílocuos son sólo propaganda para clases medias distraídas en su consumo. Y tampoco hay que creer que existe un camino republicano-regulador para el subdesarrollo capitalista, donde no hay riqueza limpia de origen. El millonario que se siente superior jamás va a aceptar límites en lo que considera su chacra, no hay que ser ingenuos como veedores ciudadanos.

También debemos introducir en el imaginario de la gente la enorme ventaja competitiva que puede significar aprovechar nuestro legado pre-hispánico. Hay, en el suelo rural peruano, un enorme tramado tecnológico agrícola, alimentario y de salud, a la espera de ser recuperado y puesto en práctica. No como complemento de la “tecnología moderna”, como dice la Ley 31250 recién aprobada, sino como fuente protagónica de nuestro contexto, cuyo contenido civilizatorio es accesible y muy útil para la mayoritaria agricultura familiar y de comunidades que hay en el Perú. Las recetas tecnológicas de nuestros ancestros podrían ser de gran utilidad para masificar el derecho a la salud y a la alimentación de alta calidad, lo que no hemos podido hacer en 200 años. También para conservar entornos naturales únicos en el mundo, y detener el deterioro del territorio peruano, refugio nuestro y codiciado entorno planetario dentro de pocas décadas. Nuestros camayoc, o innovadores andinos vivos, están llenos de soluciones ingenieriles funcionales a la sostenibilidad productiva. Siempre se está buscando hacer globalmente competitivos a los campesinos, pensando en que logren grandes volúmenes de exportación. La opinión pública debe saber que casi ninguno cuenta con dichas capacidades productivas, y que ese tipo de agricultura – de monocultivo – deteriora la riqueza naturalmente diversa de la sierra. Es en su universo cultural, con su epistemología, su escala y sus fines, que se les debe repotenciar, recuperando su tejido socio-económico para que, desde ahí, encuentren sus fusiones y caminos competitivos. 

De otro lado, la cosmovisión pre-hispánica tiene una perspectiva de ciencia y tecnología que podría servirnos de paradigma referencial; es tan increíble como triste que no se enseñe en las escuelas. Se trata de una mirada distinta del asunto tecnológico, propia de geografías adversas con temporadas de escasez, donde el razonamiento inventivo es parte de la vida cotidiana y el acervo de soluciones es de libre acceso, pues nadie quiere romper con cierta paridad de riqueza o hacerse glorioso con el aporte disruptivo, porque lo cooperativo es el patrón lógico frente a la inmensidad inescapable de la naturaleza. Esta concepción nos viene muy bien, porque aún con el mayor de sus esfuerzos, el Estado no puede sacarnos adelante solo, y debemos sumar entre todos. Cada civilización tiene su ciencia, no demos desperdiciar la nuestra, ni desaprovechar nuestra aporte civilizatorio al mundo entero. La ciencia de ellos piensa para ellos, obviamente, y es insensible a las desgracias que nos generan y a nuestras particularidades productivas. La nuestra – si la recuperáramos – es capaz de mirar como un sistema de innovación válido al entramado tecnológico micro-productivo que practica el 95% de nuestra estructura empresarial, donde está el emporio Gamarra, el parque industrial de Villa El Salvador, o la aglomeración El Porvenir de Trujillo. Desde ese barro hay construir. Nuestra filosofía de la ciencia originaria es mucho más útil frente un contexto donde no hay laboratorios ni universidades, sino maquinaria importada de segunda mano y ajustes artesanales permanentes. Nuestra cosmovisión pre-hispánica sostiene que ha habido ciencia desde que el hombre inventó su primer instrumento de piedra a partir premisas relativas a la realidad física, y divulgó la explicación ingenieril de su hallazgo entre los suyos. Nada de halos para ningún terrícola, todos somos humanamente iguales. A diferencia de la lógica privada, gratuitamente competitiva y ultra-autoral de la ciencia-tecnología occidental, nuestra narrativa constituyente más tradicional no empuja al mundo hacia una división entre pocos ricos hi-tec y ultra-especializados y muchos pobres precarios, porque no aspira a otra cosa que no sea la calidad de vida generalizada y la sostenibilidad del entorno, respetando diferencias culturales y, sobre todo, considerando escalas propias y ecologías. 

Sólo desde la desubicación histórica y geopolítica – que promueve la concepción científico-tecnológico occidental – se puede entender que el sector textil – potencia regional y competidor mundial alguna vez – no esté seleccionado como ámbito prioritario en el plan nacional de tecnología e innovación vigente. Más cuando tenemos un algodón de calidad mundial en la costa norte. No me hablen de CITEs raquíticas, sin oferta de financiamiento ni capacidad de afectar a más 1% superior del universo micro-empresarial. Por favor dejemos la jerga y la escala cosmopolita por un rato, y pensemos sin complejos desde nuestra austeridad: ¿qué gobierno cooperativiza Gamarra por medio de un esquema de propiedad mixta temporal, invierte en su productividad y su capital fijo, la hace mínimamente competitiva y reproduce el modelo a nivel nacional, para que nuestra textilería produzca en cantidad y calidad de protagonista mundial? ¿Qué gestión eslabona a nuestros micro-empresarios con los productores del muy buen algodón que tenemos, con precios preferenciales para que podamos penetrar el mundo con bienes baratos y de calidad? ¿Qué gobierno plantea fomento para empezar a producir nuestras propias maquinarias e impulsa los programas de capacitación técnica necesarios? ¿Qué política económica eleva al límite los aranceles para la importación de productos textiles, para que consumamos lo nuestro (quién lo hará si no)? Miles y hasta millones de empleos podría haber tras este esfuerzo, y para todos, porque la industria textil es de tecnología simple, y por lo tanto cualquiera puede aprenderla con algo de capacitación básica o experiencia. Y casualmente esto es lo que desanima a los gobiernos conservadores que hemos tenido, pues a sus “empresarios consultivos” no les resulta atractivo apostar por un mercado que, ciertamente, no es de los más importantes en términos de acumulación millonaria – como lo fue en el siglo XIX -, pero puede dar mucho empleo de mínima calidad a un país que tiene cerca del 75% de informalidad laboral. Pero resulta que así lo hizo no sólo Reino Unido en su periodo más imperial, sino todas las potencias textileras que han tomado el liderazgo mundial del sector, incluido el gigante chino que hoy lo encabeza. Obviamente, todos estos países valoraron la cantidad de empleo en juego cuando decidieron apoyar a esta industria hoy tradicional. Nadie dice que sea sencillo, pero éste es el único tipo de camino industrialista y micro-productivo que nos puede resultar factible, pues no necesita de laboratorios ni de grandes sistemas institucionales para andar, sino sólo de un ejecutivo que tenga claridad en relación al sistema científico tecnológico mundial y local, que cuente con mayorías congresales, y sepa legitimar el camino explicando sus necesidades y grandes objetivos sociales.

Esto, para terminar, debería ser paralelo al esfuerzo de crear una cultura científica nacional donde se fusionen las dos fuentes que explican nuestro código social, desterrando lo nocivo y retardatario del conservadurismo científico occidental. Lo básico es que el proyecto educativo escolar recupere y haga permanente la curiosidad libre y proactiva del inventor cotidiano, lo que se dice fácil. Y que nuestras universidades tengan claro que si nuestros científicos no son epistemólogos no nos sirven de mucho en el subdesarrollo. Eso sí que se puede hacer relativamente rápido. Además necesitamos que el MINCUL se convenza de que las tecnologías y sus explicaciones son también cultura a divulgar, y que debe asegurarse su oferta, porque es muy valiosa en términos de desarrollo. Es un largo aliento, como todas las cosas valiosas que necesitamos construir, pero la parte micro-productiva del proyecto está al alcance, y debería ser su primer ariete.

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ciencia y tecnología, programa político, proyecto
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