Opinión

[PIE DERECHO] Por lo general, la temperatura política en los meses del verano, marcha al revés que los grados Celsius ambientales: se enfría a la par del receso legislativo, las vacaciones ciudadanas y la sensación de reseteo psicológico que alberga el inicio de un nuevo año.

Momento feliz para que los gobiernos, mas aún los precarios como el de Dina Boluarte, ensayen un periodo de revisión de lo actuado, además de reflexión sobre las mejoras que cabría efectuar.

En esta columna somos muy críticos de la gestión gubernativa, pero hoy debemos saludar que haya vuelto a convocar al Consejo para la reforma del sistema de justicia, estrenado el 2019, pero suspendido por la administración nefasta de Pedro Castillo, quien no entendía nada de políticas públicas y de administración del Estado.

Este Consejo llegó a proponer nueve metas estructurales de cambios: Gobernanza de datos e interoperabilidad; Acceso a la justicia; Modernización de los procesos no penales; Modernización de los procesos penales y sistema penitenciario; Recursos humanos; Ejercicio y formación para la abogacía; Políticas anticorrupción, control ético y disciplinario; Combatir la violencia contra la mujer e integrantes del grupo familiar; Predictibilidad de las decisiones judiciales y adecuación normativa. Inclusive, presupuestó su implementación en cuatro mil millones de soles.

Esta propuesta, para alcanzar mayor consenso, podría ser trabajada también, al alimón, con el Legislativo, y producir cambios en un sector clave del quehacer cívico peruano, sobre todo en los últimos tiempos de abundancia de acusaciones penales contra la clase política.

Lo que un sistema de justicia eficaz debe cautelar, es la vigencia del Estado de derecho, y sin éste es imposible que prospere una economía de mercado competitiva, como se aspira a instalar en el país. Ambas tareas siguen siendo parte del déficit republicano que arrastramos desde la Independencia.

Este año, que se conmemora la real fecha de nuestro proceso independentista -con las victorias en las batallas de Junín y Ayacucho-, debería ser uno dado a este tipo de reformas estructurales, no sólo en el ámbito económico sino también el institucional, siendo parte esencial de estas, la reforma judicial.

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Desarrollo cívico, Estado de Derecho, independencia, Reforma judicial

[PIE DERECHO] En principio, corresponde denunciar la carencia absoluta de una visión respecto de la importancia gigantesca que tienen los espacios públicos en una urbe ciudadana. Por ejemplo, en lugar de construir 60 puentes que, en su mayoría, no van a resolver problema alguno del tránsito, el alcalde de Lima debería destinar esos fondos a subsidiar el ingreso gratuito de la población a los parques zonales, hoy llamados clubes metropolitanos. O, siendo más ambiciosos, debería dedicar esos millonarios montos a terminar de habilitar la Costa Verde para uso playero (hoy solo el 25% del litoral costero capitalino es utilizable para los bañistas).

Al mismo tiempo, la autoridad del gobierno central debería determinar de inmediato, la expropiación de las pistas que forman parte de los clubes privados de las playas del sur de Lima e incorporarlas al sistema vial nacional para así permitir el ingreso de cualquier ciudadano y que se corte de raíz el concepto de playa excluyente que los sectores acomodados del país albergan.

Otro acto significativo y simbólico de recuperación del espacio público sería la eliminación de las rejas que inundan las calles de todas las principales ciudades del país. Al respecto, se podría buscar un acuerdo con los vecinos, para que no se sientan desprotegidos, una suerte de “sereno por reja” para así no dejar al barrio a expensas de la delincuencia.

Lo mismo con los parques, algunos enrejados por las propias autoridades ediles y otros por infeliz iniciativa de los vecinos que los circundan, determinando quiénes pueden entrar y en qué horarios. So pretexto de la seguridad, se han terminado invadiendo, cual traficantes de terrenos, espacios que deberían ser de solaz abierto y libre.

El día que se revalorice la importancia de los espacios públicos para la mejor calidad de vida ciudadana, la mayor integración social e, inclusive, el impacto en la disminución de la delincuencia, la convivencia urbana en el Perú será cualitativamente superior.

La del estribo: a falta de teatro, recomendaciones luego de una maratón cinematográfica esta semana (los chascos no son referidos): Cerrar los ojos (España), director: Víctor Erice; Maestro (EEUU), director: Bradley Cooper; Priscilla (EEUU), directora: Sofía Coppola; Fallen Leaves (Finlandia), director: Aki Kaurismaki; Inshallah a boy (Jordania), director: Amjad Al Rasheed; Anatomía de una caída (Francia), director: Justine Triet; Io capitano (Italia), director: Matteo Garrone; The Pigeon Tunnel (Reino Unido), director: Errol Morris; el documental Angels of Sinjar (Polonia), directora: Hanna Polak; otro documental, Les Filles d´Olfa (Túnez), director: Kaouther Ben Hania; La sociedad de la nieve (España), director: Juan Antonio Bayona; la primera temporada de la serie 1923, con las actuaciones estelares de Helen Mirren y Harrison Ford, y la dirección de Ben Richardson.

 

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Apropiación espacios públicos, Convivencia urbana, Inclusión social, Playas peruanas

[MÚSICA MAESTRO]  Hay una frase popular que, aunque aparenta ser muy centrada y hasta sensible, en realidad encierra un preocupante nivel de intolerancia: “Si no tienes nada amable qué decir, entonces mejor no digas nada”. Pensé en ello durante lo que se desató en redes sociales tras la muerte de Pedro Suárez-Vértiz, ocurrida hace poco más de una semana, a los 54 años, por complicaciones cardíacas ocasionadas por la terrible ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica).

Como se imaginarán, el debate crecía en intensidades a cada segundo, lo que dio lugar a la aparición de variantes de la citada frase, menos educadas, por cierto. Desde el todavía recatado “si no te gusta, cállate la boca…” hasta toda una batería de insultos y descalificaciones a aquellos que osaran contradecir a los fans que, entre entristecidos y furiosos, clamaban al cielo por la muerte de quien para ellos fue “un genio de la música peruana”.

En un país de ignorancias desbordadas como el nuestro, la desesperación por crear ídolos propios hace que las masas pierdan la capacidad de poner las cosas en su justa dimensión. La muerte de un artista conocido puede despertar pasiones y contraponer puntos de vista, siempre ha ocurrido eso. Pero, lo visto entre el 28 de diciembre de 2023 y el 1 de enero de 2024 -y que no ha parado, aunque sí disminuido debido a que, al final de cuentas, no es un tema tan importante para quienes no sean sus familiares o amigos más cercanos- es una absoluta ausencia de perspectiva, un desborde de adjetivos y ese tufillo, por parte de los medios, de usar esta noticia -jugando con los sentimientos de un determinado grupo de personas- como elemento distractor que, entre lo desinformativo, lo desproporcionado y lo huachafo, hace que los públicos usuarios de redes y consumidores de música local popular hagan derroches de energía dignos de otras causas y terminen, como dirían mis admirados Les Luthiers, “reflexionando fuera del recipiente”.

Nunca fui fanático de Pedro Suárez-Vértiz. No lo fui durante esa gelatina aguada que fue Arena Hash, por más que haya liderado los rankings en mis épocas de escolar ansioso por convertirse en melómano, con canciones divertidas -en algunos casos, por lo tontas- y desprovistas de peso como Cuando la cama me da vueltas, Me resfrié en Brasil (de su primer LP) o Y es que sucede así y El rey del ah, ah, ah (del segundo y último), muy pegajosas, cargadas de chacota juvenil y, en el caso de las segundas, con asomos de esa línea sexista disfrazada de diversión inocua que dominó sus producciones posteriores.

El mayor recuerdo que tengo de la trascendencia de Arena Hash fue su incomprensible inclusión como teloneros de Foreigner en mayo de 1993, anunciada como “la despedida de los escenarios” del cuarteto sanisidrino que terminó, como cuentan testigos de aquel concierto en el colegio San Agustín -uno de los primeros de ese tipo en Perú-, con una masiva pifiadera de quienes habían ido a ver y escuchar a la recordada banda británica-norteamericana, creadora de clásicos del hard-rock melódico y power ballads como Waiting for a girl like you, Urgent (1981), Hot blooded, Double vision (1978) o I want to know what love is (1984).

Tampoco lo fui durante su comercialmente exitosa etapa en solitario, en la cima de la escena local con amplio acceso a radios, periódicos y canales de televisión, en la que además consolidó un perfil como personalidad mediática asociada a las clases altas limeñas (apellido compuesto, biotipo común a privilegiadas familias de Lima Metropolitana y La Punta), a mitad de camino entre la farándula enmierdada de Magaly Medina y las secciones sociales de Caretas/Somos/Cosas. Por ahí alguien, creo que fue Fidel Gutiérrez, equiparó lo hecho por Pedro Suárez-Vértiz en ese mismo periodo (1986-1999), a lo de Raúl Romero con los Nosequién y los Nosecuántos. Más allá de muy puntuales diferencias que pudiésemos establecer entre uno y otro, considero que le asiste razón al crítico musical de El Peruano y otros medios alternativos.

Eso no significa que no conozca bastante bien sus canciones ni que deje de reconocer, como mencioné en mi recuento de obituarios de la semana pasada -al que ingresó casi por la ventana, al cierre de su elaboración- que se trató de un personaje muy popular y carismático, vigente antes y ahora, a diferencia de muchos de sus contemporáneos que desaparecieron de las preferencias, gracias al olvido y la indiferencia de un público extremadamente manipulable en eso de los gustos y fanatismos.

Literalmente, no había quién no conociera temas como Me elevé, Cuéntame (ambas de su primer CD como solista, (No existen) Técnicas para olvidar, 1993); Me estoy enamorando, Mi auto era una rana (Póntelo en la lengua, 1997); Degeneración actual, Un vino, una cerveza (Degeneración actual, 1999), y otras de aquella trilogía de discos, dos de los cuales fueron producidos y distribuidos por la división latina de Sony Music. En muchos casos, hasta las de letras más odiosas, sonaban musicalmente divertidas, de aceptación comprensible para un enorme segmento de adolescentes o adultos jóvenes que, por el hecho mismo de ser adolescentes o adultos jóvenes, no podían ser criticados por disfrutar de tonterías.

Por supuesto, hay un abismo de proporciones titánicas entre eso y decir, ya en la plenitud mental de la adultez, que son hitos geniales de la composición musical peruana. O, como exageradamente dijo recién Jaime Bayly en uno de los videos que le ha dedicado, que “Pedrito era nuestro Dylan, nuestro Springsteen”. Para cualquier conocedor de rock, eso es un disparate, una exageración provocada por la excesiva cercanía, en este caso amical, que unió al escritor y periodista con el artista fallecido.

Desde la distancia uno puede ver y expresar con mayor claridad y mesura estas cosas. No digo objetividad, porque es un tema relacionado al arte musical y las conexiones del público con aquello que su propia capacidad apreciativa le permite valorar. Y todo ello se rige por las leyes subjetivas de lo emocional. Aun cuando intentemos ser lo más racionales posible, habrá en nuestras opiniones y conclusiones una fuerte presencia de saludable subjetividad. Saludable y respetable, así no coincida con las opiniones y conclusiones del resto, de las mayorías. Esto aplica únicamente a las reacciones del público, de los oyentes, tanto fieles seguidores como feroces detractores.

Los periodistas y comunicadores sociales tienen otro rol. No pueden decir, alegremente, que Pedro Suárez-Vértiz era un genio cuando, claramente, no lo era. No pueden decir que acaba de fallecer “el mejor músico del Perú”, barriendo tácitamente el piso con infinidad de nombres que podrían disputarse dicho título, tan rimbombante como inútil. Que una barra brava publique algo así en Twitter, trate de imponer esos y otros conceptos a punta de retuiteos y que, en el camino, insulte a los que piensan diferente, es una cosa. Pero que lo diga un par de periodistas/escritores famosos, hábiles en el uso del lenguaje pero que son también reconocidos por sus pasiones desbordadas a la hora de levantar o destruir a alguien, califica ya de irresponsabilidad. O de ejercicio retórico más orientado al lucimiento personal que al homenaje póstumo.

El problema radica en que, esa misma irresponsabilidad que para temas políticos y sociales genera una polarización entre reduccionismos idiotas (“ultras vs. caviares”), cuando se aplica a esta clase de asuntos se convierte en una anécdota aparentemente inofensiva y, a quienes nos atrevemos a mostrar sus grietas, en un ejército de envidiosos de alma oscura, carentes de empatía por los familiares, monstruos sin sentimientos y sin derecho a decir nada porque va a contracorriente del dolor nacional. La excesiva cercanía –“fue mi amigo en la universidad”, “era como un hermano para mí”, “fui su productor en Puerto Rico”, “fue mi vecino en El Olivar”- parcializa y deforma, comprensiblemente, la percepción. Aun así, no debería dar patente de corso para que esos líderes de opinión hagan pasar sus pareceres personales como si fueran verdades absolutas, intocables.

Por eso es mejor ubicarse a distancia, sin esa contaminante y excesiva cercanía que tiende a relativizar las cosas. Así como cuando juzgamos con menor severidad las acciones de nuestros hermanos o compañeros de promoción en casos que reprobaríamos sin contemplaciones si fuesen ejecutadas por extraños, así se vienen procesando la muerte y el valor artístico de las producciones musicales de Pedro Suárez-Vértiz. Que no me gusten sus canciones hasta el punto de considerarlas inmortales o geniales, a pesar de que la mitad del país piense diferente, no me convierte en un traidor a la patria.

En la misma línea, aquellas personas que se indignaron por las alabanzas sobredimensionadas y, en reacción a ello, comenzaron a puntualizar los aspectos negativos del personaje a pocas horas de anunciada su muerte, no son seres humanos abyectos ni desalmados. Hacerlo prácticamente en simultáneo a las transmisiones vía streaming de su velorio puede ser socialmente incorrecto, pero es también un pleno ejercicio de la libertad de expresión, la misma que usan en toda su extensión y sin remordimientos los fans de Pedro que, cuando algo no les gusta, atacan a quienes no piensan como ellos.

El caso de la muerte de Pedro Suárez-Vértiz tiene dos dimensiones que, desde la distancia, conviene identificar. Una, la más notoria, es la artística. En ese terreno, se equivocan de cabo a rabo quienes lo comparan con grandes íconos del rock global como Bruce Springsteen, Mick Jagger o Bob Dylan. No importa que quien lo haya dicho sea Beto Ortiz, Jaime Bayly o cualquier otro líder de opinión. Un paralelismo tan absurdo como ese no resiste el más mínimo análisis serio y desapasionado.

Cuando pienses en volver (Play, 2004), por ejemplo, con su efectismo sonoro e intención patriotera, es tan superficial y calculada -instrumentación novoandina, ritmo discotequero, coro de barra pelotera, mensajes manidos teledirigidos a cierto tipo de migrantes peruanos en el extranjero- que termina alejándose del propio estilo con el cual Pedro Suárez-Vértiz buscó ser identificado, cada vez que aparecía rodeado de su hermosa colección de guitarras y tratando de sonar como los Rolling Stones (otro de los disparates difundidos durante años es que Pedro Suárez-Vértiz era “el Keith Richards peruano”). Alguien argumentará que no existe la unidimensionalidad en los artistas. Pero, en todo caso, se trata de una canción pegajosa y popular. Nada más.

Se dice que Pedro Suárez-Vértiz fue hiperactivamente creativo y prolífico. Otra exageración. Su producción real, entre 1988 y 2009, en total llega a ocho discos, contando los dos de Arena Hash. En promedio, un álbum cada dos años y medio. Es cierto que el Perú no ofrece nada a la escena rockera, tanto la masiva como la marginal, donde determinados artistas logran mantenerse y hacer de su pasión por la música un modo de vida gracias a golpes de suerte y contactos. Pero, en este caso, hablamos de una persona que provenía de un medio socioeconómico de alto a elevado, equipado para solventar sus producciones y que, además, contaba con millonarios índices de ventas gracias al apoyo unánime del público masivo, los medios de comunicación y auspiciadores capaces de colocarlo en las ligas mayores haciendo una o dos llamadas telefónicas.

Con todo eso a favor, su trayectoria no alcanzó grandes picos en el panorama del pop-rock latinoamericano, más allá de que tuviera éxito en otros países de habla hispana o entre comunidades de peruanos en el exterior. No corresponde mencionar sus limitaciones vocales -antes de la enfermedad, quiero decir, como cantante- puesto que, en el rock, muchos de sus más importantes exponentes no tuvieron nunca grandes voces, desde el punto de vista formal. Y como guitarrista era bastante promedio, casi elemental.

En cuanto a sus letras, pasaba del sexismo absoluto de Mi auto era una rana o Los globos del cielo a las reflexiones de carácter introspectivo/romántico de Sé que todo ha acabado ya, Sentimiento increíble o No pensé que era amor. Fuera en clave de pop-rock saltarín o de volátil baladista con uno que otro tinte bluesero, lo suyo fue extremadamente simple y liviano, cuya única aspiración a la trascendencia tenía como límites finales la emoción pasajera, el escapismo individual, la aceptación general.

La otra dimensión es la personal, la humana. En primer lugar, es muy triste pensar en lo duro que debe haber sido, para él y su entorno más íntimo, el padecimiento desde 2010-2011 de una enfermedad degenerativa como la disartria, ocasionada por un grave trastorno neurológico conocido como ELA -Esclerosis Lateral Amiotrófica-, que ha afectado a figuras muy famosas de la música global como el contrabajista y director de orquestas Charles Mingus (1922-1979), uno de los compositores de jazz más importantes del género en su etapa dorada, el virtuoso guitarrista de hard-rock y heavy metal instrumental Jason Becker (1969), un prodigio que sigue componiendo a pesar de su postración, recordado por sus grabaciones con Cacophony, junto al ex-Megadeth Marty Friedman; o el científico Stephen Hawking (1942-2018), cuyo nombre ha vuelto a los titulares esta semana pero por un asunto para nada admirable, su presunta participación en las orgías montadas por el depredador y mafioso Jeffrey Epstein. El deterioro físico que la ELA produce en sus víctimas no hace más que generar empatía y solidaridad frente al dolor ajeno, tanto del mismo Pedro Suárez-Vértiz como de sus familiares directos, amigos y colaboradores más cercanos.

Por otro lado, está el asunto de su comportamiento como figura pública. Aunque siempre se mantuvo, antes de la enfermedad, alejado de escándalos farandulescos y se mostraba como una persona relajada, divertida, capaz de generar simpatías por consenso, su alejamiento de los escenarios destruyó todo eso. Incapacitado para seguir trabajando como músico, se convirtió en una especie de líder de opinión en redes sociales y a través de una columna semanal en la revista Somos del diario El Comercio. Con una incontinencia diametralmente opuesta a sus limitaciones psicomotrices y vocales, Pedro Suárez-Vértiz escribió y escribió. Sin parar.

Cuando lo hizo sobre sus gustos musicales o sus anécdotas de carrera, todo era bastante inofensivo. Pero cuando tocó temas de coyuntura política o decidió lanzar reflexiones sobre la vida o las relaciones interpersonales, muchos de los textos de Pedro Suárez-Vértiz revelaron una forma de pensar, por decir lo menos, antipática y desubicada que es, lastimosamente, compartida por una considerable cantidad de personas que creció escuchándolo.

En ese sentido, Pedro Suárez-Vértiz alejó de sí mismo, voluntariamente, la oportunidad de pasar a la posteridad como un artista de miras elevadas, que se ubicara por encima del debate menudo y la militancia fallida. En lugar de eso, se hizo vocero de posturas que vienen haciéndole daño al país, promoviendo la división que hoy padecemos. Una amarga realidad que ni los halagos de sus amigos famosos ni su prematura y dolorosa muerte puede edulcorar porque, como escribió, desde una larga distancia frente a los gustos de las masas, mi buen amigo John Pereyra (aka Hákim de Merv) en redes durante esa semana, “la muerte no nimba de mayor vileza al ruin, ni de una corte angélica al noble”.

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Arena Hash, Pedro Suárez-Vértiz, Pop-Rock peruano, Rock peruano

[PIE DERECHO] El solo hecho de que ante la presunción de su salida, el aún ministro de Economía, Álex Contreras, haya pretendido irse tirando un portazo al gobierno que lo ha colocado en el puesto que ocupa, acusando “falta de transparencia”, ya debería ser causal de despido.

Si a ello le sumamos una gestión ineficaz, mediana, que no está a la altura del desafío enorme que tiene al frente, sobran las razones para que la presidenta Boluarte o el premier Otárola, busquen su reemplazo en el lapso más inmediato posible.

El manejo económico no requiere arreglos cosméticos sino una reingeniería estructural. El modelo económico instaurado en la década de los 90, ha ido siendo trastocado a paso lento, pero firme, desde el gobierno de Ollanta Humala, y los efectos los sufrimos hoy, con la recesión en curso, la pérdida de confianza, las bajas tasas de crecimiento (cuando nuestro potencial es alto) y el terrible dato del aumento de la pobreza.

No basta por ello con respetar el manejo monetario del BCR o ajustar las cuentas fiscales (lo que, dicho sea de paso, este gobierno no está haciendo), para que la economía se enderece y volvamos al círculo virtuoso de aumento de la confianza empresarial, inversión privada, crecimiento del PBI y reducción de la pobreza.

Se debe volver a desregular las actividades económicas, potenciar los organismos reguladores, fomentar la inversión promercado, sacar los proyectos mineros trabados, privatizar lo que resta por privatizar (Petroperú, Sedapal, Córpac, etc.), y la suma de todo ello generará la atmósfera económica necesaria para volver a enrumbar al país por la senda del desarrollo que habíamos seguido hasta el 2011, con los impresionantes resultados obtenidos.

La única forma de revertir la espiral descendente de la economía pasa por hacer reformas estructurales nuevamente. Si no se hacen, seguiremos atrapados en la recesión o el bajo crecimiento, que ya no se explican solo por la pandemia o por las protestas de fines del 2022 e inicios del 2023.

Un ministro que se presta a la lógica política de diseñar un aumento exorbitante del gasto público, tan solo para revertir la baja popularidad del régimen, y que cree que con ello basta para remediar la crisis económica, no es lo que el Perú necesita en estos momentos.

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Desafíos Económicos, Economía, Gestión Ministerial, Reformas estructurales

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA]  Los niños como personajes en la literatura peruana no han tenido mucha fortuna que digamos, pero, en el fondo, todo es según el color del cristal con que se mire. Recordaré aquí algunos ejemplos. Empecemos por el satanizado “Paco Yunque”, de César Vallejo, interpretado desde ciertos radicalismos de derecha como el símbolo del resentimiento y la derrota. Sin embargo, “considerando en frío, imparcialmente”, como diría su autor en un célebre poema, ¿no terminan revelando las amargas lágrimas de Paco Yunque la continuidad histórica de la desigualdad en nuestro país?

“Warma Kuyay” (“Amor de niño”) es un cuento de José María Arguedas que tiene indudable sabor autobiográfico, pero más allá de esa circunstancia, ubica a los lectores en el meollo latifundista, ese mundo terrible fundado en el abuso. Ernesto (notar por favor la coincidencia en el nombre con el protagonista de Los ríos profundos) se enamora de una indígena, la bella Justina, pero ella prefiere a Kutu, un joven y diestro novillero que trabaja para el hacendado, llamado Don Froylán. El amor no correspondido, la ingenuidad de Ernesto, se enmarcan en el contexto de la hacienda y sus implicancias. Ernesto termina viajando a una ciudad de la costa, donde se sentirá “como un animal de los llanos fríos trasladado al desierto”. Ernesto, vale la pena anotar esto, pertenece a la familia del hacendado, por lo que su amor por Justina transparenta las distancias sociales y la separación tajante de clases existente en ese mundo.

En “El trompo”, cuento de José Diez Canseco, el personaje central, Chupitos, no solamente es víctima de un hogar disfuncional, donde impera más la violencia que el afecto, sino también debe enfrentar la pérdida de un objeto muy preciado: un trompo “de naranjo purito”. El trompo es por cierto un objeto lúdico, pero lleno de contenido simbólico: representa la virilidad, el machismo impulsado por el padre de Chupitos, un hombre cruel y que ve en la mujer a un ser destinado a su servicio.

Julián Huanay, en su extraordinaria y olvidada novela corta El retoño, nos cuenta la conmovedora historia de Juanito Rumi, un niño que decide abandonar su pueblo natal, en la sierra central, para migrar a Lima, pasando mil peripecias. Durante el viaje, Rumi (nombre ya conocido por ser la comunidad que protagoniza El mundo es ancho y ajeno, la novela de Ciro Alegría) es enganchado en una hacienda algodonera sin que él supiera nada y cuando finalmente llega a Lima, ciudad sobre la que ha escuchado relatos de maravilla, enferma y es internado en un hospital. Al ser dado de alta, Juanito reflexiona: “Tenía hambre. También tenía miedo a la gran ciudad desconocida que se alzaba frente a mí. Así, con muchas dudas y grandes temores, me quedé, de pie, en el umbral de la puerta del Hospital Dos de Mayo”.

Esteban, el protagonista de “El niño de Junto al Cielo”, relato de Enrique Congrains, sufre también una dura experiencia citadina. Por azar un día se encuentra una libra (diez soles de hoy) y Pedro, a quien acaba de conocer en una calle del centro, lo convence de hacer un negocio. Pedro desparece con el billete y Esteban queda profundamente decepcionado de su experiencia en Lima, el “monstruo de mil cabezas”, como suele llamar a la capital. Como dice el final del relato, “(…) ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía”. Ironía aparte para “Junto al Cielo”, que designa el lugar que ocupan las viviendas ubicadas en la parte alta del cerro San Cosme.

“Los gallinazos sin plumas” es uno de los textos más emblemáticos de Julio Ramón Ribeyro. En él, dos niños, Efraín y Enrique, son cruelmente explotados por su abuelo, el viejo don Santos. Ellos viven en una casucha en uno de los acantilados de la capital y dedican sus días a buscar en los basurales cercanos comida para Pascual, el cerdo que don Santos cría con cariño digno de mejor causa. El relato es espeluznante. Uno de los niños recoge un perro de la calle, lo que irrita a don Santos, que finalmente lo entrega a las fauces del voraz artiodáctilo. El relato termina con el propio don Santos siendo devorado por Pascual, situación que aprovechan para huir. Efraín y Enrique se liberan,  así,  del ominoso trato del abuelo pero enfrentan ahora un peligro mucho mayor: la ciudad, que “abría ante ellos su gigantesca mandíbula”, mientras “desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla”.

Hay que decir que no todo tiene un sesgo negativo o violento. Un hermoso relato, también de Julio Ramón Ribeyro, titulado “Por las azoteas” muestra la infancia como un periodo de descubrimientos y experiencias trascendentes, incluso podríamos decir formativas. En la relación que se da entre un niño de diez años y un enigmático anciano que, según la madre del niño, “está marcado”. Hay entre ambos una complicidad lúdica, algo que el niño parece no encontrar en su hogar y eso le resulta muy seductor. La muerte del anciano, “rey de los gatos”, provoca en el niño una honda tristeza, un acendrado sentimiento de soledad.

Este recuento termina aquí, pero volveré sobre el tema. Gracias lector por tu compañía.

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Análisis Literario, infancia, Literatura peruana, Paco Yunque

[PIE DERECHO] A pesar de los conflictos militares que involucran a Rusia y Ucrania, y a Israel y Gaza, el gran trasfondo internacional del 2024 será la creciente disputa hegemónica entre los Estados Unidos y China, según reportan los principales medios de comunicación internacionales especializados.

El país de Norteamérica sigue siendo la principal potencia económica y militar del planeta, pero el coloso oriental emerge con tal fuerza que es previsible alcance la cúspide antes de la primera mitad del siglo. Y como suele suceder en semejantes trances, los conflictos militares salen a flor de piel (nunca olvidaré las clases con el brillante historiador y periodista Efraín Trelles y su insistencia en leer la historia bajo esos ejes interpretativos).

Y esa disputa coloca al Perú en una situación expectante porque somos uno de los países con mayor presencia inversora china en la región y ya EEUU ha lanzado advertencias sobre los riesgos de esa espiral de crecimiento transoceánico.

El camino correcto, parece quedarle claro a los últimos gobiernos que hemos tenido, es mantener la equidistancia necesaria. No estamos para hacerle ascos a la inversión china, por más que la mayor parte de ella provenga del propio Estado chino y no de empresas privadas y quepa el riesgo, por ende, de que puedan albergar, dados ciertos momentos, una lógica política contraria a nuestros intereses.

Corresponderá, al respecto, a los organismos reguladores nacionales evitar que un abuso de las posiciones de dominio que eventualmente ejerzan las empresas chinas (como ocurrirá con la distribución eléctrica en Lima, por ejemplo) cruce las fronteras de lo permisible en una economía abierta y presuntamente competitiva.

Y en materia política, cabrá a la Cancillería diseñar una estrategia de largo plazo que sepa aquilatar los ejes internacionales que no controlamos, pero que debemos transitar. Hoy más que nunca se impone una mirada geopolítica del planeta, más aún cuando es pasible de ocurrencia la aparición de conflictos en nuestra propia región (el cambio climático y su devastadora lógica de recursos escasos y apetencias imprevistas, desatará problemas que calentarán las fronteras, inevitablemente).

No es un exceso pedirle a la tríada Boluarte-Otárola-Gonzáles Olaechea, que incorporen esa mirada en su manejo de la política exterior. Es parte de las obligaciones básicas de un gobierno atender las políticas de Estado, la perspectiva geopolítica y la sapiencia diplomática, más aún en un periodo altamente tenso que amenaza con explosionar en distintos frentes en el momento más inesperado.

 

 

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Disputa EEUU-China, Estrategia Internacional, Geopolítica, inversiones

[AGENDA PAÍS]  En los últimos años, los peruanos nos hemos enfrentado políticamente, y de manera feroz, sin poder establecer un derrotero en común que (lejos de las pasiones ideológicas) permita a la ciudadanía ver una luz de bienestar y paz.

Las confrontaciones están dejando de lado prioridades elementales como la seguridad, la alimentación, la salud y la educación. Ahora el gobierno tiene el plan de construir un Puerto Espacial en Talara que costaría a todos los peruanos la friolera suma de $1,000 millones de dólares. Perdidos en el espacio.

La guerra por el control político del Ministerio Público tiene para rato y salvo revelaciones extraordinarias, las próximas elecciones presidenciales serán, lo más probable, en el 2026, con más de 30 candidatos para escoger.

Esta tormenta perfecta no deja de crecer y sus principales fuentes, como las aguas cálidas que incrementan la intensidad de los huracanes, son las falacias ad hominem, que la alimentan y polarizan hasta el punto de que nos impiden encontrar elementos en común.

Un ejemplo clásico es la sentencia por la cual se le condenó a Alberto Fujimori. Una parte de la clase política y de periodistas continúan diciendo, con contundencia, que el expresidente fue condenado por delitos de lesa humanidad, argumento por el cual, no cabría un indulto. Esta falacia ya ha sido desmentida por el mismo juez que dictó la sentencia, el juez San Martín, quien en una entrevista televisiva aclaró que la mención a lesa humanidad fue meramente de carácter declarativo porque a Fujimori no se le extraditó ni se le condenó por ese delito. La realidad es que a Fujimori se le condenó por autoría mediata en los crímenes de La Cantuta y Barrios Altos, pero no por lesa humanidad.

Otra falacia ad hominem es aquella que trata de limpiar al expresidente Pedro Castillo del golpe de estado que un 7 de diciembre de 2022, en un mensaje televisado a toda la nación, claramente expuso. Siendo presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas, Castillo dio la orden de cerrar el congreso y otras instituciones, violando la constitución en frente de toda la ciudadanía. Castillo dio un golpe de estado que no prosperó porque nuestras instituciones se inclinaron por mantener el orden constitucional y apoyar una sucesión hacia la vicepresidenta Dina Boluarte. Esa es la realidad.

La pelea en el Ministerio Público parece más que evidente. La izquierda apoya la salida de Patricia Benavides para retomar el control de la fiscalía, como lo acaba de confirmar Glatzer Tuesta en una entrevista en Epicentro. Por el lado de la derecha, más bien se apoya a la suspendida fiscal; entonces, siendo tan claras las vertientes políticas que sostienen a uno y otro grupo de fiscales, la realidad nos indica que, efectivamente, lo que se busca, es el control con fines políticos sin importar las graves consecuencias de politizar a la fiscalía, que podría, entonces, perseguir a rivales políticos dañando su imagen y sus aspiraciones.

Así estamos, sin ponernos de acuerdo en cuestiones básicas, que están allí, en esa realidad que el vendaje ideológico no deja ver.

Un verdadero liderazgo, aquel que esperamos de los futuros aspirantes al sillón presidencial, se ejerce primero con valores universales, no con valores a mi manera, con pragmatismo para reconocer la realidad y con la amplitud política de poder convocar a los mejores para de una vez, enfocarnos en el bienestar de los ciudadanos en vez de priorizar intereses mercantilistas e incluso personales.

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Confrontaciones, Falacias, Prioridades perdidas, Proyectos costosos

[LA TANA ZURDA]  La ola Arguedas sigue imparable

Siete ediciones en un año es un récord que pocos libros alcanzan. Kachkaniraqmi, Arguedas, la novela de Eduardo González Viaña, ha sido publicada en Madrid, Lima y Boston y ha completado 77 exitosas presentaciones en universidades, centros culturales y ferias de libros en el Perú y el extranjero.

La primera presentación fue hace un año en la Universidad Complutense de Madrid y la que sigue será en Hunan, China, donde la obra y el autor han sido seleccionados para un congreso sobre literatura mundial el próximo abril.

La novela narra la vida de José María Arguedas. González Viaña lo hace con una prosa que la crítica sin excepción califica de magnífica. Bryce decía que “dan ganas de cantar, mientras se lee a González Viaña”. Pero ¿quién cuenta la historia? Como ocurre siempre en el mundo andino, son las montañas, los zorros y los ríos quienes la entonan en un concierto armónico y poderoso.

Otro acontecimiento en el género novela fue Le dedico mi silencio, la última de nuestro Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Sus obras siempre despiertan interés desde antes de que se hayan terminado de imprimir. Ese es el caso de esta historia de músicos y decepciones. En el Perú, su patria, como en el ámbito mundial, se ha esperado con pasión entreverada de angustia esta obra que se anuncia como el «ultimum opus» del gran autor. Las opiniones, sin embargo, están divididas entre quienes la consideran un viaje agradable por la cultura y la música peruana y quienes querían oír el canto final del cisne y no lo hallaron.

Entre los libros más vendidos del género novela figuran, además, Los genios, de Jaime Bayly (desigual pero divertida); El mundo que vimos arder, de Renato Cisneros; Cien cuyes, de Gustavo Rodríguez; Francisca, de Alonso Cueto; Cenizas en el cielo, de Juan Morillo Ganoza; Danza entre cenizas, de Fabiola Pinel; y El Camarada Jorge y el dragón, de Rafael Dummet.

Sobre algunos de estos libros y otros de años recientes sobresale el ensayo lapidario La guerra cultural de baja intensidad en la literatura peruana, de Miguel Arribasplata Cabanillas, que cuestiona la validez ideológica y formal de una buena parte de la que el crítico norteamericano Mark Cox llamó la «prosa pituca peruana». Recomendamos leer este ensayo para tener una visión menos celebratoria de algunos autores ensalzados por intereses editoriales y no por su calidad literaria.

En cuento solo puedo mencionar La rebelión, de Luis Fernando Cueto Chavarría, y Geografía de la oscuridad, de Katya Geraldine Adaui, como lo más legible que llegó a mis manos.

César Vallejo sigue siendo best-seller en 2023

El ilustre poeta peruano continúa impulsando a brillantes estudiosos para tratar de desentrañar su asombrosa obra, dado que el 2023 fue el año del centenario de Escalas y Fabla salvaje, los dos primeros textos narrativos del gran autor de Santiago de Chuco. Por eso, hay que mencionar la muy completa César Vallejo. Correspondencia, de los acuciosos investigadores Valentino Gianuzzi y Carlos Fernández, que contiene el recuento más completo de las cartas de Vallejo y un erudito aparato de notas. También sobresale Vallejo, a un siglo de Trilce: nuevos estudios, del poeta y catedrático peruano José Antonio Mazzotti, quien lee y relee Trilce y explica por qué es un clásico que traspasará los tiempos y las generaciones. El libro está conformado también por 27 artículos de los más destacados vallejólogos del mundo. Otro importante libro sobre el poeta es César Vallejo, Trilce y dadá París: huellas de un estímulo silenciado, del ya mencionado Carlos Fernández, que estudia la relación del primer vanguardismo europeo con la obra de Vallejo. Asimismo, hay que destacar Las mujeres de Vallejo, de Miguel Pachas Almeyda, uno de los mayores biógrafos del poeta, que nos cuenta la importancia de las musas y la madre de Vallejo tanto en su vida como en su poesía, y la edición facsimilar y los estudios que acompañan a Escalas, por el infatigable editor Jaime Chihuán y su sello Sinco Editores (sí, con S).

Poesía, producto peruano de exportación

En poesía destacaron, sin duda, Murmullos del delfín Koshoshka (Antología mínima), de José Antonio Mazzotti, la edición inglés-español de Nawa Isko Iki / Amazonian Chants (en Nueva York) y la edición francés-español de Nawa Isko Iki / Chants Amazoniens (en París), del mismo autor. También Exhumaciones del colibrí, de Edián Novoa (otro destacado poeta del Movimiento Kloaka); Cosecha de invierno. 50 años de poesía 1973-2023, de Dante Lecca; Cenizas en la aurora, de Edwin Camasca (en tono ecológico); el regreso del noventero Xavier Echarri después de treinta años de silencio con Un ciervo en la carretera y la publicación de Enrique Bernales Albites con El lenguaje que la nombra; el notable Canta en mi nuca el ruiseñor, de la excelente Zoila Capristán; y Poesía reunida 1985-2016, que compila los cinco libros publicados de la poeta ochentera Rossella Di Paolo. Menciono también Cisnes del transbarroco José Morales Saravia y la antología que compilé del grupo La Huaca es Poesía, donde aparecen voces jóvenes como Valeria Chauvel, Brenda Vallejo, Lesley Costello, Sandra Luna, Yazmín Cuadros y Santiago Morales junto a los ya consagrados Rafael Hidalgo, José Antonio Mazzotti y Raúl Bueno.

Perú, país histórico y crítico

La historia y la crítica fueron foco de atención en libros como Presidentes por accidente, de Christopher Acosta; La guerra del Pacífico, de Carmen McEvoy; Yo tirano, yo ladrón: memorias del Presidente Leguía, de Augusto B. Leguía; Esclavos, jesuitas y el baratillo, de Zelmira Aguilar; Coros mestizos del Inca Garcilaso: resonancias andinas, segunda edición corregida y aumentada de este ya clásico de los estudios garcilasistas por José Antonio Mazzotti; Non onan Shina, libro de los artistas e investigadores Pedro Favaron y Chonon Bensho, con enfoque altamente interdisciplinario; la edición más completa hasta ahora de las Tradiciones cuzqueñas de Clorinda Matto de Turner, por el investigador peruano Christian Fernández Palacios; y sin duda Los incas, en la ruta del Antisuyo y el Atlántico, del reconocido antropólogo e historiador José Carlos Vilcapoma.

Dejo fuera muchas cosas, pero, como decía al principio, no se puede ser exhaustivo y completamente objetivo, ni a la vez ni por separado. Si quieren ver otras opiniones, vayan a los periódicos de la DBA y de la caviarada, donde abundan las componendas grupales y editoriales.

Feliz Año Nuevo y mucha lectura.

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[ENTRE BRUJAS] En el umbral de un nuevo año, reflexionamos sobre los acontecimientos que marcaron el 2023, un periodo plagado de retrocesos y resistencias en materia de derechos humanos e igualdad.

La crisis política que lo definió fue determinante para el auge de actores autoritarios que buscaron socavar toda propuesta en favor de la libertad y la igualdad.

Estos actores usaron la categoría “democracia”, para destruirla. Haciendo uso de métodos como la amenaza, la calumnia, compra de conciencias y medios de prensa; fueron preparando el terreno para asirse del poder.

Con indignación, hemos observado cómo se ha vulnerado la libertad de expresión y de prensa, así como el derecho a la protesta. En esta misma línea, la igualdad de género y el enfoque de derechos en las políticas públicas han sufrido fuertes ataques. ¿Quiénes son los ganadores del viejo año? La corrupción, la impunidad, la injusticia, la ambición de poder, la violencia de género, la inseguridad ciudadana, la xenofobia y el racismo estructural.

Fotografía: Connie France

El ser humano, presa de sus creencias, necesita pensar que, inaugurado un nuevo año, se pueden dar nuevos comienzos. Aunque la esperanza nunca debe perderse, es difícil pensar en nuevas rutas con los mismos actores políticos y sociales.

Este 2024, quienes defendemos derechos vamos a tener que contribuir a que el miedo cese y exigir un cambio real, siempre siguiendo la legalidad y el Estado de Derecho.

Habrá que iniciar por exigir nuevas elecciones, pero con eso no basta.

La sociedad civil organizada, las feministas, los/as defensores/as de derechos, los gremios, los/as estudiantes, deberán tomar el liderazgo de procesos más largos. Se tendrá que vencer el miedo a protestar y exigir justicia para las masacres. Se tendrá que superar algunas diferencias ideológicas y centrarse en la importancia de defender garantías mínimas para construir una democracia real.

El 2024 es un año de desafíos, en donde tocará seguir resistiendo a posturas autoritarias y narcisistas de las y los políticos. El 2023 ha sido un año intenso, en donde muchos escenarios se definieron. Ahora ya sabemos frente a quiénes estamos y lo que está en riesgo: la paz, la democracia y la justicia.

Que sigan avanzando ya no es una opción. Nuevas elecciones sí, pero necesitamos renovar la clase política también, sino será más de lo mismo.  La esperanza de un país mejor no se pierde.

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Análisis 2023, Crisis política, derechos humanos, Resistencia 2024
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