Opinión

“A ti, la torre; y porque no salgas de ella nunca, hasta morir has de estar allí con guardas; que el traidor no es menester siendo la traición pasada” 

(Pedro Calderón de la Barca, La Vida Es Sueño)

Siempre que se habla del controversial Eudocio Ravines, importante político del siglo XX, se resalta que fue un tránsfuga que se pasó del comunismo al anticomunismo. Empeora el relato que junto a José Carlos Mariátegui haya militado en el Partido Socialista del Perú fundado en 1928. Su cercanía con el amauta y fundar seguidamente el Partido Comunista del Perú en 1930 agravan el pecado de su posterior vinculación con la oligarquía en la década de los cuarenta. 

En lo que casi nadie repara es en que la militancia política de Ravines comenzó en el APRA, de la que también fue fundador. Haya de la Torre lo consideraba su hombre de confianza pero en febrero de 1927, en las sobremesas del Congreso Antimperialista de Bruselas, Ravines es captado por la Comintern(1) y se convierte en su agente. A su turno, Haya rompió con la IC a mediados de ese año.

Ravines nunca le confesó a Haya que se había vuelto agente soviético. Al contrario, le hizo creer que seguía militando en el APRA. Por ello conmueve leer las cartas que este le escribe confiado, contándole que iba a iniciar una revolución en el Perú al margen de la IC. Haya no sabía que le estaba mostrando sus cartas al enemigo. 

Ya durante la polémica con Mariátegui, Víctor Raúl sigue creyendo en la fidelidad de Ravines. En la intimidad de la correspondencia ataca duramente al amauta y alude su precaria salud. Por estas expresiones fue muy criticado por la izquierda debido a que Ravines entregó las cartas nada menos que a Mariátegui y cincuenta años después fueron publicadas por el recordado historiador Alberto Flores Galindo. 

Han pasado cien años de la felonía de Ravines contra Haya pero a nadie le importa. Al contrario, se le valora positivamente pues, al fin y al cabo, apoyó a Mariátegui. La traición de Ravines solo se cuestiona cuando abandona el comunismo para servir a la oligarquía.   

Haya, Mariátegui, Ravines: narrativas historiográficas

La realidad no puede ser distinta a su narración, mucho más si se trata del pasado. Entonces la realidad no existe: solo existen relatos que dan cuenta de ella. En su trayectoria, Haya presenta más elementos discutibles que Mariátegui porque la vida del amauta se apagó temprano el 16 de abril de 1930 en plena efervescencia de su socialismo heterodoxo, cosmopolita y a la vez local. Haya siguió su camino hasta 1979, abandonó el marxismo en 1931, y de allí transitó por varias etapas que, según la lectura de la izquierda, constituyen una claudicación a su ideología primigenia. 

En este relato, escrito por “los vencedores”, la izquierda triunfó largamente sobre el APRA. La versión más difundida sobre la trayectoria de Haya y su partido la escribieron sus rivales políticos. Por eso mismo, Eudocio Ravines es un traidor frente al comunismo pero no frente a Haya y su partido. 

En los actuales tiempos, la política y la historia -aunque se relacionan gracias a la nueva historia política – han seguido cada una su camino. El historiador ya no se guía -o no debería- por su ideología como lo hacía en el siglo XX. Por ello es momento de revisar estas viejas narrativas que siguen presentando a Mariátegui como el bueno del cuento y a Haya como el malo, en un esquema maniqueo y epistemológicamente superado.  

Dentro de este esquema, la traición selectiva de Ravines requiere de urgente revisión porque los historiadores ya no establecemos quienes son los héroes y villanos del pasado. Además, es preciso no heredarle a las nuevas generaciones los sesgos ideológicos y antipatías de quienes todavía se guían por enfoques que se cayeron a pedazos junto con el muro de Berlín en 1989.  

1.- Comintern, Internacional e IC son sinónimos, refieren a la Internacional Comunista fundada en Rusia en 1919, cuya misión fue organizar y nuclear a todos los partidos comunistas del mundo. 

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Eudocio Ravines, Haya de la Torre, José Carlos Mariategui

Contrariamente a lo que opinan los creyentes ultraconservadores en su habitual ignorancia, esgrimida con atrevida fatuidad y petulancia, la Iglesia católica no ha sido siempre la misma a lo largo de la historia.

Es un hecho histórico que nunca ha sido un bloque monolítico, donde se hayan plasmado los enunciados de la fe cristiana de la misma manera y con el mismo sentido. A preguntas importantes se les ha dado respuestas distintas, sin que ello significara poner en duda la unidad eclesial. Lo que ha existido siempre es la convivencia mutua de diversos catolicismos, de diversas maneras de entender y vivir la tradición católica. 

También es un hecho que la Iglesia ha evolucionado —y muchas veces también involucionado—, de modo que lo que existe ahora —las actuales estructuras sociales de la Iglesia, con sus rituales y tradiciones— son producto de un perpetuo cambio y devenir a través de los siglos, sin que ello signifique que la plasmación actual sea la mejor. Más bien, nunca ha habido una plasmación perfecta o ideal de la Iglesia en ningún momento de la historia.

Tampoco ha habido una doctrina constante y libre de contradicciones, que se haya mantenido invariable a través de los siglos y que haya sido única, continua, y que pueda remontarse sin sombra de duda a las enseñanzas de Jesus y sus apóstoles en el siglo I.

Sobre estas bases construye Hubert Wolf, sacerdote católico alemán y renombrado historiador de la Iglesia, su libro “Cripta: Tradiciones silenciadas de la Iglesia católica” (“Krypta: Unterdrückte Traditionen der Kirchengeschichte”, C.H.Beck, München), publicado originalmente en el año 2015. En este fascinante escrito Wolf describe tradiciones antiguas de otros tiempos, muchas de las cuales si se vivieran en la actualidad, serían acusadas de prácticas progresistas por la estulticia conservadora. Tradiciones que han sido relegadas al olvido, pues su recuerdo incomodaría a muchos católicos, que creen que la Iglesia católica siempre ha sido sustancialmente como es en la actualidad.

Por ejemplo, dice el Código de Derecho Canónico que «el Sumo Pontífice nombra libremente a los Obispos» (c. 377 § 1). Esto no siempre ha sido así. Más aún, durante la mayor parte de la historia de la Iglesia esto no ha ocurrido En los primeros siglos el obispo era elegido por aclamación popular del pueblo creyente. Más adelante se añadieron dos factores: la elección de un obispo debía recibir la aprobación del clero de la diócesis, y los obispos de diócesis aledañas debían estar también de acuerdo, de modo que para la ordenación válida de un obispo, ésta debía ser impartidas por lo menos por tres obispos de diócesis vecinas. La evolución histórica llevaría a que luego fuera el cabildo catedralicio, conformado por clérigos eminentes de la diócesis, quien eligiera al obispo, práctica que se mantuvo hasta el siglo XIX, donde se iniciaría el cambio que eliminaría estos mecanismos democráticos en la elección de los obispos, cambio que se afianzaría definitivamente recién en el siglo XX. Como curiosidad, si se busca la palabra “democracia” en el Catecismo de la Iglesia Católica vigente en la actualidad, no se encontrará ni una sola mención del término. La democracia parece ser una mala palabra en los ámbitos eclesiásticos de la Iglesia católica.

También las condiciones para ser un obispo han variado a lo largo del tiempo, como se puede leer en la Primera Carta a Timoteo del apóstol Pablo, un escrito del siglo I, donde dice lo siguiente:

«Palabra fiel: “Si alguno anhela obispado, buena obra desea”. Pero es necesario que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; que no sea dado al vino ni amigo de peleas; que no sea codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); que no sea un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo» (1Tim 3,1-5).

Según se puede constatar, el celibato obligatorio para los clérigos no se cuenta entre las tradiciones que se remontan a épocas antiguas, sino que comenzó a imponerse, muchas veces recurriendo a la violencia, a partir del siglo XI de la mano de Papas que provenían de órdenes monacales y que consideraban el ejercicio de la sexualidad como algo sucio e impuro.

No todos los Papas de la historia compartieron esa idea, habiendo una lista de Sumos Pontífices que se entregaron de manera disoluta a los placeres de la carne, entre los cuales destaca Juan XII (937-964), quien asumió el cargo en 955 y fue conocido como “el Papa Fornicario”. Se cuenta que murió de un martillazo en la cabeza, propinado por un marido que lo encontró en el lecho de su mujer. Incluso la pederastia tiene una larga data en la historia de la Iglesia, habiendo un Papa, Bonifacio VIII (1235-1303), conocido por tener esa práctica y a quien se le atribuye la siguiente frase: «el darse placer a uno mismo, con mujeres o con niños, es un pecado tan insignificante como frotarse las manos».

Eso nos lleva a la cuestión de si el Papa siempre tuvo la autoridad suprema absoluta que ostenta en la actualidad. Así como el cabildo catedralicio fue un contrapeso a la autoridad del obispo —de modo que éste no podía tomar las decisiones más importantes sin la anuencia de aquél—, de modo similar el colegio cardenalicio, a partir de la Edad Media, constituyó un contrapeso a la autoridad del Papa, de modo que éste sólo podía tomar decisiones importantes previa consulta con los cardenales, que debían dar su aprobación. Queda el antecedente del Concilio de Constanza (1414 a 1418) que dio fin al Cisma de Occidente, cuando tres Papas se arrogaban el derecho a ser el auténtico sucesor de la cátedra de San Pedro (Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII) y donde los obispos reunidos destituyeron el primero, obligaron a renunciar al segundo y desconocieron la autoridad del tercero. La doctrina que se asumió entonces es que un concilio, por representar a a toda la Iglesia, estaba por encima de la autoridad del Papa.

Si bien en el siglo XIX el Papa Pío IX comenzó a restarle poder a los cardenales, haciendo que el Concilio Vaticano I proclamara la infalibilidad del Sumo Pontífice —es decir, la suya propia, en un evidente conflicto de intereses—, fue recién en el siglo XX que el Papa Pío XI tomó decisiones propias sin informar a los cardenales ni consultar con ellos. De esta manera, el absolutismo monárquico de la Santa Sede recién se afianza en época reciente, contradiciendo una larga tradición que postulaba algunos mecanismos democráticos y participativos en la conducción de la Iglesia católica.

Una de las cosas más interesantes que señala Hubert Wolf en su libro es la existencia de mujeres con potestades episcopales, entre ellas el nombramiento y destitución de párrocos, la concesión de licencias a sacerdotes para celebrar Misa y predicar, la convocación de sínodos diocesanos que ellas mismas presidían, la concesión de dispensas matrimoniales —por ejemplo, cuando dos primos querían casarse—, la presidencia de tribunales canónicos y, por consiguiente, la imposición de penas eclesiásticas. Se trataba de las abadesas de ciertas jurisdicciones eclesiásticas, que tenían esa autoridad debido a que en esa época podía haber obispos que no hubieran recibido la ordenación sacramental, pues se distinguía entre el ámbito jurisdiccional y el ámbito sacramental-litúrgico del ejercicio de las funciones episcopales. De modo que había obispos que tenían todos esos privilegios, pero que no podían impartir sacramentos ni celebrar una Misa, funciones que eran confiadas a sacerdotes que sí hubieran recibido el sacramento del orden sacerdotal. Lo mismo se aplicaba a algunas abadesas, como, por ejemplo, la abadesa de Las Huelgas (Burgos, España) que, como mujer, no podía confesar, decir una misa, ni predicar, pero era ella quien daba las licencias para que los sacerdotes realizaran estas funciones. No estaba sometida a ningún obispo y dependía directamente el Papa. A todo esto le puso punto final, en el siglo XIX, el Papa Pío IX, el primero que se hizo venerar en vida como representante de Cristo en la tierra, iniciando esa actitud fanática de muchos católicos conocida como papismo o papolatría.

Hubert Wolf menciona otras tradiciones ocultadas y acalladas, como el rol directivo que tuvieron no-clérigos —conocidos como laicos o seglares— en varios momentos del devenir histórico de la Iglesia, o la utopía de una Iglesia de los pobres, que encontró plasmación en varias comunidades de la Edad Media, no solamente entre los seguidores de Francisco de Asís.

En todo caso, Wolf cree que esta cripta de tradiciones silenciadas constituye un reservorio de ideas para efectuar una auténtica reforma de la Iglesia católica, una reforma que se presenta cada vez más como una auténtica necesidad a fin de evitar la palpable decadencia de está institución de dos mil años de antigüedad.

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«Gracias Rubén… Gracias Willy… ¡Conciencia, familia!»… se escucha mientras se acercan los últimos compases del tema-título de Siembra (Fania Records, 1978), cerrando un álbum que, hasta el día de hoy, mantiene el rótulo de «disco de salsa más vendido de todos los tiempos». El agradecimiento mutuo de los dos principales responsables de aquel logro artístico, pronunciado con dulces tonos de voz, expresa la satisfacción por haber concretado un proyecto que costó mucho, en términos de lo que significa defender una propuesta controversial frente a las clásicas dudas de quienes prefieren que los artistas populares no muestren actitudes críticas ante lo que pasa ni difundan mensajes de cierta profundidad, pues eso es peligroso: pueden hacer pensar a la gente en lugar de distraerla.

¿Qué pasó para que las celebraciones del aniversario número 45 de tan trascendental disco de música latina se hayan visto empañadas por la polémica? ¿Por qué no pudimos ver sobre el escenario al extraordinario cantante y letrista panameño junto al talentosísimo arreglista, productor y trombonista nacido en New York de padres boricuas, como ocurrió en los primeros ochenta y como volvió a pasar en el 2003, cuando se cumplió un cuarto de siglo de aquella grabación?

Las respuestas no son sencillas, por supuesto, porque las desavenencias personales y legales entre ambos iconos de la salsa tiene casi la misma edad que el disco que acaba de reactivarlas. La última pelea -parafraseando el título en inglés de aquella producción de 1982- entre Willie Colón (73) y Rubén Blades (75) se produjo hace menos de veinte días, tras conocerse el Premio Grammy a Mejor Álbum Tropical Latino que Rubén recibió por Siembra: 45 Aniversario (En vivo en el Coliseo de Puerto Rico, 14 de mayo 2022), grabado con la solvente orquesta de Roberto Delgado.

En cierto modo, los dos músicos tienen algo de razón -y de responsabilidad- en el entuerto que los separa. Por un lado, es justo que Blades, en pleno uso de sus derechos de autor, decida interpretar en vivo y, por primera vez, completo y en su secuencia original, el disco que consolidó sus dotes de cantautor y comercializar ese concierto para conmemorar su lanzamiento hace 45 años. Después de todo, seis de las siete canciones que conforman el álbum le pertenecen, en letra y música. Y también es justo que los organizadores del Grammy den visibilidad el acontecimiento, concediéndole un galardón para que, de pasada, las nuevas generaciones se enteren de su existencia y le hagan quizás un espacio entre las paparruchadas reggaetoneras que llenan sus iPads.

En la otra orilla, también es justo que Willie Colón exprese su malestar por no haber sido invitado a esa fiesta, de la que fue una de las columnas fundacionales. El reproche va tanto para Rubén -por no bajar la guardia y no llamarlo para participar- y a los Premios Grammy por dar la estatuilla, a sabiendas de que él no estuvo considerado en el cartel. Por lo demás, el lamentable alejamiento entre ambos artistas tuvo su origen, precisamente, en algo que pasó después de aquella presentación del 2003, en que unieron sus fuerzas por última vez, para celebrar los 25 años del Siembra.

En esa ocasión, Willie Colón enjuició al panameño el año 2007 por más de cien mil dólares, por supuesto incumplimiento de contrato tras el concierto que ofrecieron cuatro años antes, en mayo del 2003, en el Estadio Hiram Bithorn (San Juan, Puerto Rico). Blades, en su defensa, aseguró que el responsable de esa estafa no había sido él sino Roberto Morgalo, representante de la compañía Martínez, Morgalo & Associates Inc., organizadora y promotora del show. Y que él había sido también una de las víctimas de tan abultado robo.

Como decíamos, Willie inició las acciones legales pero, poco tiempo después, retiró la denuncia. Esto desató la ira de Rubén quien declaró públicamente que esa movida de su antiguo camarada había sido producto de un acuerdo económico privado con Morgalo, cuyos detalles eran desconocidos para él. «No puedo trabajar nunca más con alguien así» manifestó Rubén en esa ocasión, visiblemente mortificado por la que según su punto de vista había sido una traicionera negociación realizada por Colón (ver detalles aquí). Como dice en Plástico, una de las canciones del disco homenajeado, “se ven las caras, pero nunca el corazón”. 

Aunque Rubén y Willie ya habían mostrado ciertas grietas en su relación tras el LP The last fight (1982), por temas estrictamente artísticos, no fueron lo suficientemente graves. De hecho, se juntaron en 1995 para grabar el decente Tras la tormenta (Sony Music), que incluyó éxitos como Talento de televisión, Como un huracán y un emotivo Homenaje a Héctor Lavoe. Pero la discordia gestada en el periodo 2003-2007 sí puso punto final a esta otrora entrañable y productiva amistad. Hasta aquí la historia de la pelea. 

Una semana después de la 66ta. edición de los Premios Grammy, Willie Colón lanzó, en su canal de YouTube, un video de siete minutos en el que hace serias reflexiones y cuestionamientos a las políticas de “la Academia”. En la última parte, considera doloroso que se entregue un premio a “un clon de mi trabajo realizado sin mi participación”. En su queja, no menciona una sola vez el nombre de Rubén Blades y asegura que el LP Siembra fue un trabajo suyo, nunca fue reconocido en su momento y que ahora, debido a los favoritismos, sesgos y desconocimiento de la historia de la música latina que Colón señala, refiriéndose a los que deciden quién recibe Grammys y quién no (algo en lo que tiene mucha razón, por cierto), “otros artistas se benefician sin merecerlo”.

Blades, por supuesto, respondió. En su web www.rubenblades.com, publicó un artículo, dos días después del video de Colón, titulado Con respecto a Siembra: 45 Aniversario, grabado en PR, en 2022, en el que expone sus puntos de vista y reitera, en varias ocasiones, su gratitud y reconocimiento a las importantes contribuciones de Willie Colón en la producción, dirección de ensayos, grabación, selección de arreglistas, músicos y demás, dejando claramente establecido que sin su experiencia, talento y conocimientos, el álbum original Siembra “no hubiese provocado la atención y el impacto que tuvo”. Y defiende el premio recibido por considerarlo “una reivindicación de la decisión de crear y presentar canciones basadas en historias, nuestras vivencias, nuestra realidad urbana y existencial, sin huirle a los temas políticos o a las escenas difíciles”.

Y es que de eso se trata Siembra. Las letras que elaboró Rubén Blades para el disco no hicieron más que confirmar su perfil de cantautor capaz de lanzar mensajes relevantes, con fuertes dosis de ironía y humor popular, en un contexto de música para bailar. Esto ya lo venía construyendo desde sus primeras grabaciones con las orquestas de Ray Barretto y Pete “El Conde” Rodríguez y, especialmente, en su primera colaboración con Willie Colón, Metiendo mano! (1977), con composiciones como Pablo Pueblo, Fue varón o Pueblo. Pero fue en Siembra donde Rubén, entonces de 30 años, mostró en formato más amplio su talento para contar historias, gracias al apoyo absoluto de Johnny Pacheco y Jerry Massucci, los mandamases de Fania Records. La grabación estuvo dirigida por Willie Colón y, como ingeniero de sonido, el recordado Jon Fausty -fallecido en septiembre del año pasado a los 74 años- a quien el intérprete y compositor de Gitana reivindica en su reacción contra los Grammy. 

Los primeros treinta y cinco segundos del álbum son una alucinante interacción entre el bajista Salvador Cuevas y el baterista Brian Brake, en clave de disco, con elegantes coros y violines de fondo, para luego convertirse en un muscular ritmo de salsa/bomba con fuertes percusiones y vertiginosas cuerdas. La denuncia al consumismo, la discriminación y las arengas integradoras de Plástico hacen gala de brillo retórico, agudeza crítica y simplicidad para lanzar sus dardos, hoy más vigentes que nunca. Lamentablemente todavía vemos por ahí a parejas formadas por chicas “que no le hablan a nadie si no es su igual a menos que sea fulano de tal” y chicos que “por tema de conversación discuten qué marca de carro es mejor” que van “diciendo a su hijo de cinco años: no juegues con niños de color extraño. Y, por supuesto, aquello de los “edificios cancerosos y corazón de oropel donde en vez de un sol amanece un dólar” (nótese la referencia a la moneda peruana) puede aplicarse a Lima o a cualquier otra megalópolis.

Después de Buscando guayaba, una cadenciosa descarga salsera que es una metáfora para describir la búsqueda de pareja e introduce en el coro un término que casi nadie usa –“mendó”, que según el mismo Rubén significa “salero”- viene el tema que hizo de Blades una superestrella: Pedro Navaja. La historia del matón que termina sucumbiendo por “un balazo como un cañón” mientras acuchillaba a una prostituta en una oscura calle de New York contiene elementos de categoría cinemática, tanto así que inspiró una película mexicana, en 1984, protagonizada por Andrés García y Maribel Guardia. 

La calidad narrativa de Pedro Navaja ha sido motivo de estudios y múltiples reconocimientos, así como sus arreglos musicales. Después de una introducción a toda orquesta, el tema inicia solo con voz y percusiones y, a medida que avanza, se van incorporando los demás instrumentos y las tonalidades van en ascenso, hasta alcanzar un intenso ensamble con momentos de brillo y destreza, pasando de sonidos pop a coqueteos con el jazz. El trompetista portorriqueño Luis “Perico” Ortiz (75) fue el arreglista principal tanto de este tema como de Plástico, con colaboración cercana de Willie Colón. 

Además, los efectos incluidos al final -el locutor de radio, las circulinas- y los creativos soneos de Blades en la coda hacen de Pedro Navaja un viaje sonoro lleno de imágenes vívidas y referencias a la cultura popular, desde refranes hasta menciones a Franz Kafka o el clásico de Broadway, West Side Story, en el mantra “I like to live in America”. Y, como buen creador de frases, Blades introduce en el imaginario colectivo latinoamericano una que resume el misterio de lo impredecible, aplicable a cualquier situación: “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.

El sonido de Willie Colón es omnipresente en todo el disco, por supuesto. Allí está su batallón de trombones, integrado por Leopoldo Pineda, José Rodríguez, Ángel “Papo” Vásquez, Sam Burtis y él mismo, haciendo solos en varias canciones. También está su voz en los coros, aunque no tan presente como en Según el color, del álbum anterior, la espectacular Tiburón o Madame Kalalú (ambas del LP Canciones del solar de los aburridos, 1981). Y su orquesta, con la que venía trabajando durante toda la época en que su cantante fue Héctor Lavoe (1967-1975), en la que brillan Joe “Professor” Torres (piano), Salvador Cuevas (bajo), y los percusionistas José Mangual Jr. (bongos, maracas), Eddie Montalvo (tumbadora) y Jimmy Delgado (timbales).  

María Lionza, dedicada a una divinidad popular venezolana, es el único tema arreglado al 100% por Willie Colón, con esos aires misteriosos y tribales que caracterizan muchas de sus obras. Sus requiebros de cumbia y bomba se redondean con una descarga final de fuerza telúrica. Cierran el álbum original un tema un poco más convencional, Dime, descrita por Blades como “una canción de amor parecida a lo de Oscar D’ León”; Ojos, del boricua Johnny Ortiz; y, por supuesto, Siembra, con esas elegantes olas de cuerdas tan características que adornan las producciones de Willie Colón -¿se acuerdan de Chinacubana o Sin poderte hablar, del álbum Solo (1979)?- tan cercanas a las sensibilidades pop de Barry White y Burt Bacharach. Así, las frases de Plástico –“estudia, trabaja y sé gente primero, ahí está la salvación”- se unen a las de Siembra –“Olvida las apariencias, diferencias de color y utiliza la conciencia pa’ hacer un mundo mejor” dándole a Siembra un trasfondo conceptual orientado a mensajes universales: buena educación, equidad, integración, orgullo latino, esperanza. 

En el concierto del 2022 en Puerto Rico, Rubén Blades canta los siete temas de Siembra en la misma tonalidad, algo que él mismo considera una bendición, dada su avanzada edad. Lo acompaña la orquesta de su compatriota, el bajista Roberto Delgado, que viene girando junto a él, en estudios de grabación y conciertos, desde hace más de dos décadas. La orquesta interpreta con exactitud los arreglos originales, con una que otra variación. Por ejemplo, el “solo de boca” que hace Rubén en Buscando guayaba –“porque el guitarrista no vino” bromea Blades en la versión original- es reemplazado por un solo de piano. Y, aunque los coros no tienen el sabor a calle que le dieron en los legendarios estudios nuyoricanos de la Fania el cuarteto integrado por Rubén, Willie, José Mangual Jr. y Adalberto Santiago, las canciones conservan esa picardía y ritmo que las hizo tan famosas.

Blades, al final del concierto que recibió el Grammy a Mejor Álbum Tropical Latino este año, menciona a Willie Colón y “a todas las personas que hicieron posible el disco” e incluye otros dos temas que grabara con su ex amigo, Ligia Elena, la historia de la niña rubia que se escapa con un trompetista negro causando espantos en la alta sociedad -que estuvo originalmente pensada para ser incluida en Siembra y finalmente salió en Canciones del solar de los aburridos (1981)- y El cazangero, la primera composición de Rubén grabada con la orquesta de Willie, para The good, the bad and the ugly (Fania Records, 1975), el noveno del trombonista. Al parecer, ello no habría sido suficiente para Colón quien, en su video, expresa sentirse desilusionado por nunca haber recibido un Grammy en 57 años de carrera discográfica, generando un nuevo capítulo en esta pelea que lamentablemente, parece no tener fin.  

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Así como los fallidos estados de emergencia distritales fueron un rotundo fracaso en la lucha contra las bandas delictivas que operan impunemente en todo el territorio nacional, lo dispuesto respecto del cierre de las tribunas populares de la U y Alianza Lima, a propósito de serios incidentes callejeros ocurrido entre barras bravas de ambos clubes, no va a servir absolutamente para nada.

Todos los días muere algún hincha identificado con ambos u otros clubes en enfrentamientos barriales por el predominio de la zona, y, que se sepa, la no asistencia al estadio no tiene racionalmente ningún sentido de escarmiento preventivo al respecto.

El premier Otárola, de la mano de las dirigencias deportivas, está haciendo demagogia al respecto. ¿Qué va a hacer cuando la violencia callejera continúe? ¿Impedir para siempre la asistencia del público a los estadios, cuando estáfehacientemente comprobado que no es en dichos recintos que ocurren esos actos violentistas? ¿Y cuándo ello, como es previsible, tampoco haga que desaparezcan los enfrentamientos callejeros? ¿Va a suprimir el campeonato? A ese nivel de absurdo escala el zafarrancho mental de quienes son los llamados s gobernar el país.

La policía sabe quiénes son los cabecillas de las barras bravas y si no lo supiera bastaría una labor de inteligencia y de infiltración para averiguarlo rápidamente. Ese es el camino a seguir para lograr que la paz vuelva a ser identificada con el deporte que más multitudes arrastra en el país.

La conclusión más terrible luego de analizar la medida tomada, es que el gobierno no tiene ni la más peregrina idea de cómo amainar el terrible problema social y político de la inseguridad ciudadana y mantiene en el cargo de ministro del Interior a un personaje incompetente para siquiera avizorar una luz de salida del oscuro túnel en el que nos encontramos.

La delincuencia creciente va a tener impacto político el 2026. El populismo punitivo, el autoritarismo, los antisistema disruptivos, gozarán de activos electorales gracias a la medianía del actual régimen para atender el que la ciudadanía ya identifica como el principal problema que la agobia, por encima de la corrupción o de la crisis económica.

Nota: esta columna se tomará unos días de merecidas vacaciones.

Podría decirse que las celebraciones por el Bicentenario de la independencia del Perú ni comienzan ni terminan. Nuestro país tiene una historia tan convulsa y tantos protagonistas en sus acontecimientos políticos que es difícil fijar de manera unívoca cuándo se dio la verdadera independencia y por lo tanto la fundación plena del estado-nación peruano.

La fecha oficial, como sabemos, es el 28 de julio de 1821, cuando el general José de San Martín proclamó la independencia en Lima con su famosa frase «El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de sus pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende». Al menos así es como la aprendimos en la escuela. Pero el acta misma de la independencia se había firmado trece días antes, el 15 de julio.

Para colmo, San Martín ya había declarado la independencia el año previo, el 27 de noviembre de 1820, en Huaura, y hubo en esos meses iniciales de 1821 numerosas adhesiones que confirmaban el sentimiento de que los exsúbditos peruanos de la corona española empezaban a sentirse ciudadanos de un país independiente. O sea, una independencia subjetiva.

Sin embargo, el virrey La Serna mantenía la hegemonía militar en la sierra y es por eso que, en la práctica, aún no había completa independencia. En ese contexto, y caballerosamente, San Martín accede a dejarle el terreno libre a Simón Bolívar en el famoso encuentro de ambos gigantes de la historia en Guayaquil el 26 y 27 de julio de 1822. Bolívar, quizá más ambicioso, buscaba desde el norte consolidar la independencia de su patria, la Gran Colombia, con una derrota definitiva de cualquier rezago de presencia española en el vecino Perú.

El resto ya es conocido: las victorias patriotas fueron protagonizadas por peruanos, colombianos, argentinos, chilenos y soldados y oficiales de distintas procedencias. Junín el 6 de agosto de 1824 y Ayacucho, el 9 de diciembre de ese mismo año, obligaron al ejército español a capitular y reconocer el poder político de los rebeldes, que poco a poco irían organizando un nuevo estado bajo el mandato del «dictador» Bolívar, en medio de disputas locales y rencillas egoístas que hasta hoy no acaban.

Pasados casi doscientos años de esos enfrentamientos militares, de donde han surgido nombres ya legendarios como los de Córdova, Necochea, Miller, Sucre y varios más, inmortalizados en los versos de José Joaquín Olmedo en su canto a «La victoria de Junín», las regiones correspondientes de Junín y Ayacucho desafían hoy el centralismo limeño y se preparan a conmemorar los aniversarios de las gloriosas batallas en sus propios términos.

Por lo pronto, el gobierno regional de Junín ha organizado para el próximo miércoles 28 de febrero el «Primer Encuentro Internacional de Historiadores, Profesionales y Estudiantes de Latinoamérica: Junín Bicentenario, a 200 Años de la Libertad Americana». Se trata de un foro con algunos de los mayores especialistas de distintas disciplinas que animarán la reflexión y el debate sobre el acontecimiento histórico de Junín.

Participan Manuel Andrés García (desde España), Susana Aldana (desde Perú), Juan San Martín (también de Perú), Apolinario Mayta (ídem), José Antonio Mazzotti (Perú-EEUU), Francisco Quiroz Chueca (Perú) y Gustavo Montoya (ídem). Se trata de una pléyade de peruanistas de talla internacional que abordarán la batalla de Junín desde distintos ángulos, incluyendo el literario y el militar.

La cita es en la Sala Raúl Porras Barrenechea del Congreso de la República el miércoles 28 de febrero de 3 a 7 pm.

Ojalá sigan las conmemoraciones y que Ayacucho haga lo suyo.

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Los fieles que rinden culto a Fujimori admiran la firmeza con la que tomó las decisiones drásticas que requería “el país” allá a comienzos de los años 90. Ante tal consistencia sienten realmente que se encuentran frente a un héroe. Y es que en los mitos y leyendas con los que crecemos, los héroes suelen pasar por la prueba de contravenir la ley con tal de salvar una, cien, mil vidas; así que para muchos, la manera como Alberto Fujimori montó en escena la captura de Abimael Guzmán y la forma cómo liberó el informal crecimiento económico, son motivo suficiente para justificar cualquier delito que cometiera, pues supuestamente puso fin al estado de violencia y pobreza del Perú. 

El fujimorismo consiguió convencer a sus feligreses de que la corrupción, los secuestros, torturas y asesinatos que caracterizaron su gobierno eran obras del frío y calculador villano que lo mantuvo algo confundido, Vladimiro Montesinos. Y si en todo caso, Fujimori fue culpable de alguna masacre o engaño, fueron los costos de su heroicidad. De esa manera, sus fieles consideran que los delitos por los que fue sentenciado no importaban gran cosa: fueron errores del Grupo Colina llevar a cabo las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, fue por seguridad que secuestró al periodista Gustavo Gorriti y al empresario Samuel Dyer. Si se compraron congresistas, líneas editoriales de los principales medios de comunicación y se engañó a la población con la prensa chicha, eso ya fue culpa de Vladimiro, así que los caviares fueron injustos en sentenciarlo por conductas ajenas. ¿Acaso Fujimori No había tenido la valentía de allanar su casa (sin los adecuados fiscales por el apuro) con tal de retirar las maletas con la evidencia de sus delitos? Así Fujimori dejó establecida su heroicidad antes de fugarse y abandonó en la villanía a su socio Montesinos.

Cuando el Tribunal Constitucional con el apoyo de la presidenta del Poder Ejecutivo le otorgó el indulto contraviniendo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sus fieles coparon ansiosos las calles aledañas al penal. Lo esperaban para celebrarlo rodeados de todos los medios de prensa y lo acompañaron en parte del recorrido agradeciendo su supuestamente justa liberación. Luego, pasaron los días y se abrió un prolongado silencio hasta hace un día cuando su frágil figura de 85 años irrumpió en un centro comercial. Sus fieles fujimoristas avisaron de inmediato a los medios. Por supuesto, el canal de televisión que sostienen sus más comprometidos feligreses de inmediato acudió a entrevistarlo y se quedaron boquiabiertos cuando Fujimori salió en defensa de Vladimiro Montesinos y descartó explícitamente la capacidad política de sus hijos, que dicho sea de paso, jamás se han doblegado durante su peregrinación elecciones tras elecciones en busca del gobierno prometido. 

De un día para otro, el indultado habló en nombre de sus feligreses, aseguró que el “fujimorismo” había acordado apoyar a la presidenta hasta el fin del mandato de Castillo, el año 2026. Evadió responder entre risas cuando le preguntaron por las posibilidades electorales de Kenji y de Keiko y agregó que Vladimiro Montesinos había cumplido muy bien sus funciones en el Servicio de Inteligencia Nacional y que todo lo demás habían sido errores. 

Sus voceros quedaron boquiabiertos y detuvieron la entrevista. ¿Él héroe tan esperado defendiendo al villano que tan útil les había sido? ¿Ese es el Fujimori que liberaron sus fieles? Esos son los momentos cuando debemos aceptar que la épica y sus protagonistas son tan sólo idealizaciones. En el caso del fujimorismo estas han sido urdidas consciente e intencionadamente. De forma que se ha quedado en el olvido que una de sus condenas se debió a que le pagó 15 millones de dólares a Vladimiro Montesinos por compensación de tiempo de servicios (¡como si su sueldo mensual hubiese sido de 1 millón y medio de dólares!) y que durante el juicio afirmara que esa compensación le parecía justa y que no encontraba el delito.

Ante este escenario, ¿conseguirán los fieles fujimoristas rescatar al heroico padre de familia, de gobierno, de país que construyeron en oposición a los ardides de su villano? Cuando lo sentencien nuevamente, ¿les quedará ánimo (y un poquito de ética) para rogar otra vez por indultarlo? 

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Carla Sagástegui, en la arena, fujimori y montesinos

El ingreso de personajes como Susel Paredes, Alfonso López Chau o Jorge Nieto a las arenas presidenciales, es saludable y debe ser visto con alegría por parte de quienes creen en el capitalismo democrático como única opción potable para el futuro nacional.

Los mencionados forman parte de una centroizquierda sensata, que reconoce las bondades de una economía social de mercado y sobre ese lecho rocoso construye una opción de Estado social que se distingue de la derecha liberal en su énfasis en la salud y educación públicas, y en políticas de asistencia más amplias.

El país necesita de una izquierda democrática y liberal, en el sentido amplio del término. La izquierda tradicional peruana -incluyendo a Verónika Mendoza- se ha apartado de esos cánones y hoy profesa un radicalismo antimercado que la torna altamente nociva para el bienestar nacional.

La izquierda que da pie a esta columna, se distingue, además, de la típica izquierda llamada caviar en el Perú, cuyo sectarismo, intolerancia y espíritu excluyente de cuerpo, ha hecho que segane a pulso el repudio nacional, no solo de la derecha más rancia sino también, inclusive, de la izquierda clásica.

El mejor ejemplo es el de Francisco Sagasti -injustamente vapuleado por la derecha- que hizo un gobierno sensato, que fue capaz de convocar a un economista ortodoxo como Waldo Mendoza, y que condujo un gobierno abierto a todas las líneas políticas siempre y cuando cumplieran ciertos mínimos requisitos tecnocráticos.

Es la izquierda española, escandinava, uruguaya, chilena (hasta Boric ha tenido que ajustar sus propósitos refundacionales a golpe de realidad), la que triunfa y logra objetivos caros a su ideología, cuando entiende que el libre mercado es una fuerza que juega a su favor y no en contra.

A ello parecía conducirse Verónika Mendoza y su grupo, pero el régimen de Castillo desnudó su esencial falsía y terminó acomodándose en un régimen nefasto en términos políticos, económicos y sociales, que destruyó al país en poco más de año y medio. Hoy, Mendoza y compañía hacen gala de un radicalismo que ya no la coloca en la centroizquierda en la que en algún momento pareció instalarse.

La derecha debe mirar sin ojerizas ni prejuicios el surgimiento de una izquierda moderna, con la cual eventualmente alternarse en el manejo del poder. Ojalá la crisis actual de los partidos dé origen al surgimiento de esa tendencia ideológica.

El reconocido sociólogo e internacionalista Farid Kahhat, viene de publicar un segundo libro dedicado al tema de la “derecha radical populista” (según la denominación propuesta por el politólogo neerlandés Cas Mudde), y que lleva por título “Contra la amenaza fantasma. La derecha radical latinoamericana y la reinvención de un enemigo común”. En esta reciente entrega, como en la precedente “El eterno retorno. La derecha radical en el mundo contemporáneo” del 2019, Kahhat hace un interesante y documentado análisis descriptivo de esta ideología, de sus orígenes y de las posibles razones de su actual auge expansivo en la escena política de los EE. UU, Europa y América Latina, al tiempo que pasa revista, tanto a sus más connotados líderes (Trump, Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Milei), como a algunos de sus rivales ideológicos más reconocidos (López Obrador, Evo Morales, Rafael Correa). Recomendamos sin reservas la lectura conjunta de ambos libros, pues no solo se complementan desde el punto de vista de la geografía política y sus condicionantes -el declive de la socialdemocracia en Europa y la “marea rosa” de gobiernos progresistas latinoamericanos- sino que ambos parten de los mismos modelos teóricos de interpretación, lo cual facilita enormemente la comprensión del texto. Pero quizás, como bien lo ha señalado Juan Carlos Tafur en su reseña (https://sudaca.pe/noticia/opinion/juan-carlos-tafur-contra-la-amenaza-fantasma/), el mayor interés del trabajo de Kahhat, es que permite polemizar con él y ahondar en el debate, cosa que pretendemos hacer en esta nota, refiriéndonos a tres aspectos que consideramos importantes: la definición de populismo, la diferenciación entre populismos de derecha e izquierda, y la conveniencia de caracterizar a la derecha radical populista como una ideología muy próxima, si no totalmente asimilable, al fascismo.

¿A que llamamos populismo?

Definir apropiadamente el populismo, es una difícil tarea no exenta de sesgos ideológicos, al punto que el sociólogo y periodista italiano, Marco d’Eramo señala, irónicamente, que populismo es un concepto que califica más a quienes lo utilizan que a quienes se describe con él. Kahhat eligió para su análisis la definición propuesta por Mudde y Rovira en “Populismo. Una breve introducción”. Esta definición, tan socorrida como criticada por su “minimalismo”, puntualiza que el populismo consiste en dividir a la población de un país entre el «pueblo», como un todo indiferenciado -de la que los populistas son los únicos representantes legítimos-, y las «élites», que controlan el gobierno y la economía en beneficio propio. El problema con este tipo de definiciones, es que, por una parte, al ser demasiado generales y laxas, permiten etiquetar como “populista” a prácticamente cualquier movimiento, partido o líder, según el gusto del cliente -así por ejemplo, periodistas de derecha como de Althaus, Álvarez Rodrich y Tafur relacionan de forma sistemática al populismo con la izquierda, la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo-, y por otro lado, como bien lo señala el sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torre, al carecer deliberadamente de criterios normativos, estas definiciones no permiten discernir si un determinado populismo es un riesgo, o un correctivo para la democracia. En este último sentido, resulta coherente que Kahhat haya elegido esta definición minimalista, pues a diferencia de otros autores que han tratado sobre las derechas y el populismo (Traverso, Brown, Forti), no emite ningún juicio de valor personal sobre esta corriente política -cuasi unánimemente calificada como una amenaza para la democracia-, lo que resulta cuanto menos llamativo.

Hace algunos días, en su cuenta X, Rosa María Palacios escribía: “El populismo y la corrupción no es patrimonio ni de la izquierda, ni de la derecha.” De acuerdo, pero ¿sería posible particularizar ideológicamente lo que sería un populismo de derecha y uno de izquierda?

¿Es posible aún hablar de izquierda y derecha?

El título mismo del último libro de Kahhat, así como su argumentación a todo lo largo de él, nos invitan a pensar que la izquierda latinoamericana no sería ya sino un fantasma, un ente imaginario al que racionalmente no debería considerarse una amenaza, pero cuya creación “de toutes pièces», resulta indispensable para brindarle a la derecha radical un “sentido de propósito” y la energía necesaria en su batalla épica contra un conspiranoico “marxismo cultural” del que nadie se reclama miembro (en clave aguafiestas, le señalamos al autor que nadie tampoco se reclama como neoliberal… y sin embargo abundan). Pero Kahhat ha ido aún más lejos en su minusvaloración de la izquierda, al declarar en una entrevista, que la dicotomía izquierda/derecha “no tiene más la capacidad explicativa de hace cincuenta años. Si es que alguna vez la tuvo.” No entraremos aquí en sesudas argumentaciones para rebatir esta afirmación, muy frecuente por cierto entre quienes defienden la supremacía de lo tecnocrático sobre lo político en el buen gobierno de los pueblos, bástenos simplemente adoptar la muy aceptada, a la vez que simple, distinción izquierda/derecha propuesta por el destacado filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio: la izquierda y la derecha son distinguibles nítidamente en sus posicionamientos con respecto a la igualdad, así, mientras la izquierda considera las desigualdades sociales y económicas como artificiales y negativas -que deben por tanto ser activamente eliminadas por el Estado-, la derecha concibe las desigualdades no solo como naturales, sino como positivas, por lo que deben ser defendidas, o al menos ignoradas, por el Estado. Partiendo de esta perspectiva, Barry Cannon, especialista irlandés en política latinoamericana, señala que este apego a la desigualdad, tan arraigada en la derecha de América Latina, se traduce en la defensa de un orden social jerarquizado, no solo a nivel de clase socio-económica, sino también de género, etnia y sexualidad. Cannon agrega que, en el actual período histórico, el neoliberalismo es el principal vehículo ideológico y programático que asegura esta tarea. La derecha radical populista defiende -si muchas veces no de palabra, siempre con los hechos-, un neoliberalismo enfrentado con numerosos grupos sociales segregados, excluidos y subordinados, los mismos que no necesariamente se identifican con el socialismo o el marxismo, pero que invariablemente son calificados como “rojos”, “comunistas” “subversivos” y “terroristas”. En este marco conceptual, y siguiendo los importantes trabajos del argentino Ernesto Laclau y la belga Chantal Mouffe, plasmados en sus numerosas publicaciones, es posible diferenciar claramente entre los populismos de derecha e izquierda: mientras los populismos de derecha intentan construir un “pueblo” del que se excluyen numerosas categorías sociales, vistas como amenazas para la identidad y/o la prosperidad de una sociedad, los populismos de izquierda denuncian y se oponen a las élites y oligarquías que sostienen el statu quo, estableciendo una frontera entre los de “abajo” y los de “arriba”. Los populismos de derecha, por su ADN ideológico, nunca abordarán las demandas de igualdad, inclusión y justicia social, mientras que estas mismas demandas son el rasgo definitorio de los populismos de izquierda, y ello, agreguemos, con las glorias y las miserias conocidas de todos.

¿Derecha radical populista, o fascismo?  

En “La ultraderecha hoy” del 2019, el ya mencionado Cas Mudde, distingue dos grupos que conforman la ultraderecha: la “extrema derecha” -que rechaza de plano la democracia liberal-, y la ya mencionada “derecha radical populista” (a la que Kahhat denomina simplemente derecha radical por “economía de lenguaje”), que en principio acepta la democracia, pero que termina destruyéndola desde dentro con su concepción autoritaria del orden social y un absoluto rechazo a los derechos de las minorías (culturales, raciales, sexuales), asociado generalmente a algún tipo de supremacismo. Enzo Traverso, reputado historiador de las ideologías, se muestra menos condescendiente con la derecha radical, calificándola llanamente de “posfascismo”, una mezcla de autoritarismo, nacionalismo, conservadurismo, populismo, xenofobia y desprecio del pluralismo, que, si bien no busca emular al fascismo de los años 20 y 30 del siglo pasado, puede hacerse subversivo -como pudo comprobarse con los violentos motines promovidos por Trump y Bolsonaro, con la intención de permanecer ilegalmente en el poder- y evolucionar hacia un “fascismo del siglo XXI” que ya no se contente solo con eliminar “simbólicamente”  a sus adversarios (Carlos de la Torre), sino que eventualmente recurra a las viejas prácticas expeditivas, propias de la “noche de los cuchillos largos”de la Alemania nazi.

La derecha radical populista -o posfascista- en el gobierno, es una experiencia relativamente nueva en Latinoamérica, limitada por el momento a los casos de Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina (tema tratado con cierto detalle por Kahhat). El gobierno de Bolsonaro se caracterizó, entre otras cosas, por una fuerte regresión de los derechos sociales, la desfinanciación de programas de salud y educación para los más desfavorecidos, el aumento de la violencia policial, y un lenguaje de odio contra minorías marginadas. Milei -un verdadero caso paradigmático de derecha radical-, quien ganó la presidencia argentina gracias a una campaña populista hipermediatizada, que prometía acabar con la “casta” política de su país (ver mi nota a este respecto: https://sudaca.pe/noticia/opinion/jorge-velasquez-pomar-la-casta-de-milei/), viene tratando de imponer, con talante autoritario, antidemocrático y represivo, las clásicas medidas neoliberales “austericidas”, que solo favorecen a los grandes consorcios, en desmedro de las clases medias y populares. Muy acertadamente, el intelectual de izquierda e investigador de la Universidad de Buenos Aires, Néstor Kohan, describe al mandatario argentino como un “hijo del neofascismo argentino”, que ha reunido las teorías económicas neoliberales de la “Escuela austriaca”, la doctrina de contrainsurgencia de la dictadura videlista y el pensamiento del libertario Robert Nozick, para quien la justicia social es una aberración. Solo el tiempo nos dirá si la apuesta mileista triunfa, en un país con instituciones democráticas relativamente sólidas y una fuerte tradición sindicalista.

Para concluir

El inmortal Umberto Eco nos alertaba hace 30 años acerca del fascismo eterno”, señalando que nuestro deber era desenmascararlo en cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada lugar del mundo. Creemos sinceramente que Farid Kahhat, con ambos libros, ha contribuido grandemente en este objetivo. Pero también creemos que faltó algo más, algo sobre lo que escribió Steven Forti como corolario de su libro “Extrema derecha. 2.0”: “Si tras haber estudiado un fenómeno que amenaza a nuestras democracias, no se intenta dar un paso más y reflexionar sobre cómo es posible frenarlo, combatirlo y derrotarlo, creo que como ciudadano le haría un flaco favor a la sociedad.” Todos deberíamos sentirnos interpelados.

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Fascismo, Populismo, Ultraderecha

Beto trabajó en una cevichería conocida por 4 años por esas cosas de la vida tuvo un altercado y se retiró y me dice tuvo que hacer taxi, la clásica del peruano que tiene que llevar si o si un pan a la mesa. 

Pero eso no le alcanzaba y su esposa tenía un puesto en un mercado de Chorrillos y siempre que el iba a recogerla le decían; Beto y ¿la cevichada para cuándo?

Me cuenta que abrió su “bocota” y les dijo que en diciembre les prepararía. Hasta que llegó diciembre y tuvo que cumplir su palabra.  Su padre también había sido cevichero así que sabía donde comprar los insumos, fue de compras a todos los caseros de su padre y se dio con la grata sorpresa de que todos le regalaron los insumos, me cuenta que para él fue como una señal, lo único que compró fue una bolsa de sal todos lo demás le vino de regalo. Llegó el gran día, la Gran cevichada de Beto un diciembre del 2008, los que le habían pedido que organizara la cevichada no llegaron a probar porque habían volado.  Y así empezó con una puerta echada forrada con plástico y dos baldes para formar su mesa, salieron  36 tapers a un costado del puesto de su esposa. Luego 50, el otro sábado 100 hasta qué llegó a los 200 y pensó que ya era hora de abrir un local. Le pregunto si estudió algo y dice que no, que él las cosas que sabe las aprendió en la vida, es un visionario y cumple lo que dice. 

Para su buena suerte dejaron un local en el mercado listo con mesas y sillas, cocina y fue otra señal para él. Abrió y ahí empezó la historia de la cevichería Beto hasta que tuvo que conseguir otro local. 

Pero ¿cuál es el secreto? Cuando conversamos me dijo tres cosas claves, primero; nunca cambiar de insumos, porque bajas la calidad y pierdes comensales. Segundo; Ganas un comensal y te trae 7 clientes más, pierdes un comensal y espantas 20. Y tercero; cuando la economía del país se hunde no pretendas ganar. Es mejor trabajar pan con pan que asustar a los clientes. Hay días que no se gana si el limón se dispara hay que esperar con calma. Es la manera que tiene Beto para fidelizar a los clientes. “Eso me ha ayudado a mantener a los clientes, pensar en ellos y dejar de ganar es un apoyo que de todas maneras tiene retribución”.

Liliana Gilvonio

En este último local empezó en el primer piso , y el resto estaba alquilado, hasta que poco a poco se fue  desocupando y fue ampliando en el segundo piso luego el tercero hasta llegar a ocupar los 4 pisos.

En Chorrillos tiene 80 mesas y cuenta con 3 locales. Los dos de Chorrillos los administra él y el de Lince lo administra su hijo mayor. 

El plato que más vende es el ceviche con chicharrón para mi el plato espectacular es el trío que viene con ceviche de erizo que él le llama el “busca pleito” porque tiene harto fósforo con conchas negras y ceviche de pescado es un plato de lujo con harto juguete (jugo) reparador, a ese yo le llamaría “experiencia” es un plato casi vivo, crudo, potente, histórico y espectacular. 

Beto nos ofrece en su cevichería una experiencia culinaria única que vale la pena probar.

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