Opinión

La comunidad melómana aún no termina de asimilar la muerte del legendario pianista de jazz Armando «Chick» Corea, acaecida el 9 pero anunciada el 11 de febrero, y debe resistir otro duro golpe, casi una semana después. El flautista, productor y pionero de la salsa Johnny Pacheco, el martes 16, también «se mudó al otro barrio», como suele escribir en sus redes sociales Rubén Blades cada vez que un colega suyo abandona este mundo.

 

Johnny Pacheco nació en 1935 en República Dominicana pero vivió en New York desde los 11 años. Estudió para ser percusionista en la prestigiosa escuela de Julliard, la misma que Chick Corea (Massachussets, 1941) abandonó a los seis meses de estudiar piano clásico. Sus carreras, marcadas por el éxito desde el principio, jamás se cruzaron pero se desenvolvieron en los fondos bohemios de la misma ciudad, la que nunca dormía. Ambos se convirtieron en iconos, respetados por sus pares y venerados por las nuevas generaciones de intérpretes y amantes del jazz y la salsa verdaderas, no los remedos de lo comercial ni las actuales preferencias de las plateas embrutecidas por el reggaetón, la bachata y el latin-pop.

 

Corea era un maestro del piano, instrumento que dominaba en todos sus registros. Podía tocar Mozart o Bartók con extremada precisión académica, convocar a los espíritus jazzeros de Thelonious Monk o Bill Evans con espectacular creatividad y swing, o lanzar ráfagas de teclados y sintetizadores, atrayendo a los amantes del rock progresivo británico, quienes lo colocaban al lado de Rick Wakeman y Keith Emerson, como uno de los mejores de todos los tiempos. Desde un acústico Steinway o un Fender Rhodes con oscilador, Corea era capaz de todo.

 

A finales de los sesenta, Corea reemplazó a su colega y amigo Herbie Hancock en la banda de Miles Davis y compartió con Joe Zawinul y Keith Jarrett –en estudio y en vivo, respectivamente- el rol de tecladista-médium a cargo de dar sonido a las estrafalarias ideas de jazz-rock eléctrico del trompetista para LPs fundamentales como In a silent way (1969), Bitches brew (1970) o los conciertos en los Fillmore East y West, en New York y San Francisco. Por esos mismos años, Pacheco, al frente de la Fania All-Stars, llenaba nightclubs y teatros neoyorquinos como el Red Garter, el Cheetah y hasta el Yankee Stadium, donde la legendaria selección de estrellas de la salsa (término que él acuñó) actuó e hizo bailar a más de 40,000 personas. Fue en agosto de 1973. Tres años antes, Corea, con un look que lo acercaba a Carlos Santana, actuó ante más de 500,000 personas en el festival rockero de la Isla de Wight, como integrante del combo psicodélico de Miles.

 

Entre 1971 y 1977, Corea lideró Return To Forever, una banda que llevó al jazz-fusion y el jazz-rock a otro nivel. En ese tiempo escribió Spain, tema que sería grabado por él mismo y por otros, infinidad de veces, y que es hoy un “standard”, término que se usa en el jazz para denominar aquellas canciones que definen al género. Mientras, Pacheco lanzaba colaboraciones diversas: con su compadre Pete «El Conde» Rodríguez, Celia Cruz, Justo Betancourt, Rolando La Serie, Daniel Santos. En el rubro colaboraciones, la actividad de Corea también fue muy intensa: con Herbie Hancock lanzó extraordinarias exploraciones a dos pianos (tres décadas antes de que se les ocurriera lo mismo a Billy Joel y Elton John), con el baterista Steve Gadd, con el vibrafonista Gary Burton, con el cantante Bobby McFerrin.

 

La onda de Johnny Pacheco estaba pegada al suelo, al callejón, al barrio. Sus composiciones más famosas -Mi gente (1975) y El rey de la puntualidad (1984)- se hicieron inmortales en la voz de Héctor Lavoe. Su ascendente sobre aquella generación irrepetible de salseros de arrabal se siente y respira en el documental Our latin thing (Leon Gast, 1972). Por su parte, Chick Corea era de vuelos supraterrenales, como exhibe en esas historias musicalizadas en clave de sci-fi que dedicó a L. Ron Hubbard, fundador de la Cientología, secta «filosófica» y medio lunática a la que el compositor perteneció (nadie es perfecto, pues), a quien le dedicó varios de sus discos, desde el extraordinario Romantic warrior de Return To Forever (1976) hasta el díptico To the stars (2004) y The ultimate adventure (2006).

 

En los ochenta y noventa, mientras Corea reinventaba el jazz clásico y de fusión con su grupo The Elektric Band/The Akoustic Band, para sacarlo de los centros comerciales y devolverlo al circuito de escenarios y festivales más sofisticados del género; Pacheco era convocado, en su calidad de padre fundador de la salsa tradicional, por David Byrne para su álbum Rei Momo (1989) o para los arreglos musicales del soundtrack de The Mambo Kings (Arne Glimcher, 1992), película de crossover latino/franco-norteamericano protagonizada por Antonio Banderas y Armand Assante, donde se incluyó su composición La dicha mía, de 1984, preparada especialmente para Celia Cruz.

 

Pacheco tocaba la flauta. Y de qué manera. Será siempre recordado como cofundador y director musical del sello Fania Records, sin duda su más grande contribución a la música latina. Sus arrebatados bailes, en vivo en Zaire con la Fania All-Stars en octubre de 1974, en aquel concierto que sirvió de antesala para la llamada «pelea del siglo» entre Mohammad Ali y George Foreman -compartiendo cartel con James Brown, Miriam Makeeba y otros-, donde brilló una hipnótica y tribal versión de Quimbara, tema que grabó ese mismo año con la inolvidable Celia Cruz para su primer LP juntos, titulado simplemente Celia & Johnny, es la imagen más representativa del dominicano.

 

Pero también es fundamental escuchar al Pacheco pre-Fania, en discos como His flute and latin jam (1965, uno de los primeros del sello que armó con el neoyorquino Jerry Masucci) o esas dos joyas de 1961, Pacheco y su Charanga Vol. 1 y 2, para Alegre Records, al lado del percusionista Manny Oquendo, en la que figura su primera versión de El agua del clavelito, tema que fuera muy popular en Perú en una grabación de 1979 incluida en el LP Los amigos, junto al cantante cubano Héctor Casanova. Estos discos son un puente entre la música cubana -cha cha cha, guaracha, descarga-, el latin jazz y la futura salsa, término popularizado por «El Maestro».

 

Chick Corea también era un maestro. Y lo demostró con creces en tiempos de pandemia. Desde el 20 de marzo del 2020, tras cancelar una intensa agenda de conciertos, festivales y grabaciones a causa del coronavirus, el pianista inició una serie diaria de clases maestras por Facebook Live, conectándose con alumnos de todas partes del mundo para compartir sus conocimientos, técnicas y anécdotas de toda una vida dedicada a la música. La última de sus transmisiones fue en enero de este año, a pocas semanas de su inesperado fallecimiento, a los 79, a causa de «un extraño tipo de cáncer que se le había detectado recientemente», como dijo su familia en un comunicado. La muerte de Pacheco fue, en cambio, menos sorpresiva. Estaba retirado ya hacía varios años, a causa del Parkinson y fue homenajeado, como leyenda viva, en varias ocasiones por los artistas que ayudó a promover. Falleció de neumonía a los 85.

 

Dos maestros talentosos, dos estilos diferentes de humildad y destreza, dos pérdidas irreparables para la música que nos siguen dejando, huérfanos, en las manos de padrastros promiscuos, frívolos y vanidosos como Maluma y J. Lo. Que en paz descansen y que sus obras sigan levantándonos el ánimo en estos tiempos difíciles de enfermedad, corrupción política e incertidumbre ante un proceso electoral en el que predominan la grisura y la mediocridad en sus peores versiones.

 

OTROSÍ: También falleció en estos días, el 11 de febrero, el cantante Antonis Kalogiannis, de estilo muy similar al de Charles Aznavour, muy conocido en Grecia por poner su voz a las canciones de protesta escritas por Mikis Theodorakis, célebre en el mundo entero por la música que compuso para el film Zorba el Griego, de 1964, convertida en símbolo y cliché de la cultura musical de este país mediterráneo. Tenía 80 años.

Preocupan las ideas económicas de Yonhy Lescano. Más aún si, como parece, va a pasar a la segunda vuelta y probablemente pueda ser nuestro próximo Presidente.

Ha dicho que va a crear cinco millones de empleos en base a pura inversión pública. Como bien ha señalado el economista Iván Alonso, ello supondría gastar 75 mil millones de soles al año, es decir la mitad del Presupuesto de la República. Un claro despropósito cognitivo.

Ha señalado que las empresas mineras no pueden ser propietarias del recurso una vez extraído del subsuelo.  Craso error. Más bien, se debe entregar a los privados (lo que incluye a las comunidades nativas), la propiedad del suelo y del subsuelo. De eso se trata, de ir en sentido contrario a lo que sugieren las pautas estatistas. Así, además, se haría justicia a los pobres, que recibirían un justo precio por las riquezas que anidan bajo sus propiedades.

Ha insistido en que el BCR regule las tasas de interés bancarias. En principio, no es verdad que sean las más altas de la región. Pero, además, si se interviene coactivamente el mercado, se va a generar informalidad o lo que es peor escasez de créditos. La solución es abrir más el mercado y que haya más competencia, no de fijar precios.

Ha reiterado que el agua no se puede privatizar porque es un derecho humano. Justamente si consideramos que lo es y queremos garantizarlo, se necesita que no sea el Estado ineficiente y administrativamente corrupto el que maneje tan esencial servicio. Debe ser el sector privado, con las correctas regulaciones, como corresponde a un servicio que por su propia naturaleza tiene que ser monopólico (no puede haber dos o más redes de agua y desagua en una ciudad).

Ha sugerido la creación de una línea aérea de bandera. Es un despropósito mayor. Es crear un forado fiscal inevitable y un antro de corrupción, como ocurre en todas las empresas estatales del sector en el mundo. Y proponer ello, cuando la aviación comercial transita por la peor crisis de su historia es casi delusivo.

Lescano es claramente un populista del centro izquierda. Yo no dudo de sus buenas intenciones y comparto su mirada crítica de los grupos de poder mercantilistas en el país, pero haría bien en entender que la mejor forma de enfrentarlos es con libre mercado competitivo, no con más Estado, de cuya nefasta experiencia empresarial tenemos sobrados ejemplos.

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Elecciones 2021, Yonhy Lescano

El “Vacunagate” es un buen gatillo para disparar reflexiones más allá de la indignación que ha causado la miseria moral de la casta política, empezando por el expresidente Vizcarra y algunas ministras, que “no podían darse el lujo de enfermarse“. Peor aún cuando en la lista de los 487 privilegiados con la vacuna “muestra gratis” de los chinos hay parientes de los elegidos, choferes, un dueño de chifa y hasta un cura, que les quitaron la posibilidad de sobrevivir quién sabe a cuántos trabajadores de primera línea, médicos, enfermeras, policías, barrenderos. No hablemos ya de los ancianos, que están entre los más vulnerables. Se trata, simplemente, de un genocidio en segundo grado, de un crimen repulsivo de lesa humanidad, impulsado por el egoísmo y la falta de escrúpulos.

 

Quiero por ello recordar un dato que trajo hace varias décadas el gran crítico español Luis Monguió cuando en un artículo que examinaba los múltiples sentidos de la palabra “nación” se fijó en un documento antiguo que hablaba de una “nación porcina”. Puede sonar gracioso, pero tiene sentido, pues en su significado arcaico una nación es cualquier agrupación de origen común, con rasgos homogéneos de costumbre, apariencia, origen geográfico y ancestral, y con lealtades gregarias que benefician al conjunto. Se cumple para los chanchos como para los humanos, salvo que en estos la lengua es también un rasgo definitorio. Con el tiempo, la palabra nación (del latín “natio”) se usa exclusivamente para las personas, y corresponde al término “ethnos”, que en griego significa lo mismo.

 

Los tiempos cambiaron con la Revolución Francesa y el término pasó a significar algo más amplio, transterritorial y transétnico, marcado en sus límites por un territorio “nacional” dominado por un estado burgués o de aspiraciones burguesas para explotar mejor las nuevas tierras heredadas de las monarquías y la aristocracia y asimiladas a su dominio. Pero eso recién empieza a ocurrir desde el siglo XVIII, haciendo que el significado antiguo de nación sea cada vez menos común.

 

A pocos meses del Bicentenario, el “Vacunagate” hace pensar qué clase de nación somos en el Perú. Es obvio (y ya lo han dicho los historiadores hasta la saciedad) que la Independencia declarada por el general José de San Martín el 28 de julio de 1821 fue una de tantas proclamaciones, antes y después. Asimismo, que si bien participaron tropas mestizas, mulatas y en menor medida indígenas en los ejércitos tanto realista como patriota, la dirigencia de la causa libertadora estaba en manos de los descendientes de los encomenderos y los comerciantes coloniales, es decir, de los criollos de la élite, agrupados en su mayoría en Lima. Aunque no todos los criollos eran fervientes partidarios de la independencia, se trataba en su conjunto de una nación criolla que aspiraba a convertirse en nación peruana por arte de birlibirloque, buscando acomodar sus intereses y alimentar su empoderamiento. Por eso la situación de los grupos subalternos casi no cambió en nada, al menos hasta la Reforma Agraria del general Velasco Alvarado.

 

La “nación criolla” nos ha gobernado por casi 200 años y no tiene visos de cambiar. Su necropolítica volvió a mostrar su rostro asqueroso con el incidente del “Vacunagate”, uno de tantos escándalos de corrupción en que se muestra que el Estado supuestamente “nacional” está al servicio de los grandes personajes y los grandes negocios, no del pueblo.

 

Una búsqueda rápida en plataformas como Google nos lleva a que el origen de la palabra “vacuna”, según Pasteur, “viene de la palabra latina vacca (vaca), en homenaje a los experimentos de Edward Jenner con la inoculación de la viruela bovina (también conocida como viruela vacuna)”. O sea, el concepto de “vacuna” tiene su origen en el reino animal. Podemos hablar, pues, también, de una “nación vacuna” enquistada en el poder.

 

Ya sería hora de desalojar a esa nación de animales morales o de lograr que comparta sus privilegios con los más de treinta y dos millones de peruanos. Los criollos de a pie debemos formar alianzas fuertes y duraderas con el resto del pueblo de este hermoso país, con los pueblos originarios, con los mestizos de raíces fuertes, con nuestra olvidada comunidad afrodescendiente, que sufren la misma opresión histórica y la tremenda desigualdad económica.

 

Ojalá el “Vacunagate”, nuestra vergüenza nacional del momento, no se nos olvide a la hora de votar el 11 de abril. Ahí veremos si hay esperanza.

 

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Vacunagate

En el Perú ocurren 70 millones de actos médicos (atenciones, cirugías, consultas, etc.) al año, de los cuales 50 millones son públicos, es decir que transitan por alguna entidad estatal. Eso supone casi 140 mil actos médicos diarios.

Considerando una natural repitencia, es factible estimar que cerca de 20 millones de ciudadanos peruanos acude todos los años, en diversas instancias, a atenderse a alguna entidad del sistema público de salud.

Más allá de la actual situación crítica de la pandemia, ya antes de ello era moralmente inadmisible el sistema de atención, el maltrato individual y la indigna cobertura que recibían estos conciudadanos por parte del Estado.

Estoy convencido de que gran parte del malestar e irritación con el sistema existente en el país proviene del pésimo sistema de salud pública nacional. El acto médico supone un grado de indefensión del paciente y en esas circunstancias recibir el inhumano tratamiento que se prodiga del ente estatal es una cachetada a la integración simbólica con el sistema.

Por eso no deja de sorprender la miserable indolencia con la que todos los gobiernos últimos, sin excepción, han tratado al sector Salud. Es la Cenicienta presupuestal y se ha permitido que sea capturado por mafias sindicales y médicas que medran del miserable presupuesto que los gobiernos le asignan.

Más escandaloso aún es que no se escuche de parte de los principales candidatos una propuesta cabal sobre cómo reformar el sector, una reforma que se requiere a gritos. Con suerte algo se ha hecho en materia educativa, también, con remiendos, en materia electoral y judicial, pero en un sector que es vital no solo por sus consecuencias vitales sino esencial a la existencia de un Estado inclusivo y democrático, casi no hay líneas ni propuestas.

La salud pública, gratuita y universal, es una condición mínima necesaria para que el proyecto de construir una república en el Perú cuaje. El día que a un pobre lo atiendan con la misma diligencia que a un asegurado privado en una clínica particular, este país tendrá algo de viabilidad social y ciudadana.

Es una exigencia que la prensa y la ciudadanía le debe plantear a los candidatos. Superada la pandemia no podemos seguir coexistiendo con esa maquinaria de exclusión ciudadana que es el sistema de salud pública en el Perú.

(A propósito del terruqueo a las mujeres de izquierda)

Hace unos días el candidato presidencial por Acción Popular, Yonhy Lescano, se refirió a la candidata de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza, como alguien cuya ideología comulgaba con la “guerra de guerrillas”. La candidata de Fuerza Popular, Keiko Fujimori hizo lo propio llamándola ‘caperucita roja’ y señalando que “se hace la suavecita, pero es roja y peligrosa”. Días antes, partidarios del candidato de Podemos Perú emitieron un spot en el que aparecía una personaje apodada “Terrónika”, que claramente aludía a Mendoza.

 

Similares situaciones, vive a diario la congresista del Frente Amplio, Rocío Silva Santisteban, a quien la palabra “terruca” se le endilga como quien le dice hola.

 

La asociación simplista del terrorismo con la izquierda democrática y partidaria es una táctica de manipulación que apela, malintencionadamente, al miedo y al pasado traumático de violencia que experimentó nuestro país.

 

Dichos discursos tendenciosos, sin argumentos, siguen siendo la muletilla estigmatizadora de ciertos sectores políticos que no quieren entender (ni quieren que se entienda) que la apuesta de la izquierda partidaria por la vía democrática encarna una contradicción fundamental con la propuesta de Sendero Luminoso, cuyo fin era el de aniquilar el “viejo Estado”.

 

María Elena Moyano, emblema de la lucha contra la violencia, fue una mujer de izquierda. El pasado 15 de febrero se cumplieron 29 años de su asesinato a manos de un escuadrón de aniquilamiento de Sendero Luminoso. María Elena fue dirigente de organizaciones sociales de base, teniente alcaldesa de Villa el Salvador y militante de Izquierda Unida. Su muerte fue un episodio emblemático de nuestra historia y su figura ha sido reivindicada como un símbolo de paz.

 

Las interpretaciones en torno a los sentidos de su memoria, sin embargo, siguen siendo hasta el día de hoy motivo de disputa. En el artículo “Los usos y abusos de la memoria de Maria Elena Moyano”, la politóloga Jo Marie Burt expone la forma en la que Fujimori invocó la memoria de Moyano para recordar a los peruanos la brutalidad de Sendero Luminoso, pero también para legitimar las violaciones al Estado de derecho como parte de su política antisubversiva.

 

Durante la década de 1990, el Estado construyó un relato en torno a Maria Elena Moyano en aras de justificar la “mano dura”. Para ello invisibilizó convenientemente su militancia izquierdista y su paso por el Partido Unificado Mariateguista (PUM). También minimizó que fuera blanco de violencia como tantos otros militantes de izquierda. Y silenció sus críticas enfáticas a las políticas neoliberales de Alberto Fujimori.

 

Sendero Luminoso, por su lado, a través de su órgano de comunicación El Diario, acusó recurrentemente a Moyano y a otros alcaldes y tenientes alcaldes de izquierda de diversos distritos populares de Lima de corrupción y de ser enemigos de “la revolución maoísta”.

 

El 26 de setiembre de 1991, María Elena Moyano protagonizó una multitudinaria manifestación cuyo lema principal fue “Contra el hambre y el terror”. Meses más tarde en el CADE 91, manifestó que no era posible combatir el terror si no se combatía el hambre de la población. En este sentido, se pronunció tanto en contra de la violencia de Sendero Luminoso como contra la violencia del proyecto neoliberal fujimorista.

 

En el libro María Elena Moyano, Perú en busca de una esperanza, la escritora feminista Diana Miloslavich recoge la voz de María Elena a través de entrevistas y textos escritos por la dirigente misma antes de su asesinato. En estos documentos aparece la visión de Maria Elena sobre su historia de vida, Villa El Salvador, las organizaciones de mujeres, sobre su militancia en la izquierda, su experiencia en el gobierno local y sobre sus propuestas de pacificación.

 

Sus escritos dejan claro que su oposición a la violencia subversiva se enuncia desde su militancia política, pues para ella la mejor respuesta a Sendero Luminoso debía surgir desde un proyecto político íntegro que levantara banderas de justicia social.

 

En estos tiempos en los que la política peruana atraviesa una profunda crisis moral, la voz de María Elena nos recuerda, como flor en el pantano, que el miedo nunca fue ni será la respuesta. Los terruqueadores invocan el miedo para cerrarle paso al ejercicio crítico de la ciudadanía. El terruqueo no es solo un delito, pues mancha la honra y el buen nombre de personas que no tienen vínculo alguno con hechos delictivos; el terruqueo es también una muestra de la pobreza de ideas, tan predominante en esta campaña electoral.

 

La Fiscalía está siendo demasiado acomedida en el tratamiento e investigación que ha iniciado respecto del caso vacunagate. Acá el delito mayor no es haberse coludido para recibir indebidamente una vacuna, a expensas de la angustia de millones de peruanos que con más derecho que los beneficiarios esperan recibirla lo antes posible.

La hipótesis de trabajo con la que la Fiscalía debe trabajar es de que estamos frente a un colosal soborno, del cual fue parte mínima este lote de vacunas de “cortesía”. Hay demasiado indicios de que se dejó caer negociaciones con otros laboratorios para favorecer a Sinopharm, empresa estatal china que como tal debe estar acostumbrada a todo tipo de trasiegos (así funcionan las empresas chinas en el mundo).

En esa medida, debe incluirse en todos los rigores fiscales a las exministras Pilar Mazzetti y Elizabeth Astete (no se entiende por qué la Procuradoría las ha excluido del pedido de detención preliminar) y, por supuesto, al expresidente Martín Vizcarra, principal sostenedor del contrato con la empresa china.

De paso, haría bien el gobierno peruano en solicitar diplomáticamente a la embajada china su lista de beneficiarios. Puede usarse como instrumento de negociación y el gobierno chino, como su propia comunidad en el Perú lo ha señalado, haría bien en despercurdirse de las sospechas que en estos momentos recaen sobre ellos.

El gobierno, por su parte, a ver si de una vez por todas aprende a comunicar las cosas con claridad. Primero menciona una segunda lista, luego de que no hay tal; después anuncia el ingreso de privados a la comercialización de vacunas, luego se desdice. En ese trance, no sólo se percibe un régimen confundido sino uno cuyo carácter dubitativo parecería deberse a algún grado de involucramiento con la salvajada ética y penal de la que el país ha sido testigo.

Que no nos ocurra una vez más en nuestra historia que el latrocinio sale bien librado. Ya es una vergüenza lo ocurrido. Lo sería doblemente que se tienda un manto de impunidad sobre los miserables que han mancillado a la patria.

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Elecciones 2021

Han pasado 135 años, y Bel-Ami continúa su carrera desbocada hacia el poder. Garboso, bien plantado, de una belleza andrógina: cabello castaño, ondulado, tez clara, con los proverbiales ojos azules, de los anti héroes de la novela decimonónica. De cintura estrecha, sus piernas torneadas y su trasero respingado, pero sobre todo el bigote ─ese fetiche sexual de los hombres del siglo XIX─, su apariencia física es la perdición de las mujeres de todas las edades y condición social, sin dejar indiferente a los hombres que lo rodean y envidian.

 

Hijo de campesinos venidos a menos, es pobre de origen, miserable por elección ─en París, se opta por el hambre antes que el trabajo. Su condición física también es el producto de las fatigas castrenses en los confines más pobres de esa República Francesa, que ha descubierto un apetito tardío pero insaciable y voraz por la expansión colonial, avocada al saqueo y masacre colonial de los árabes sub saharianos. Las magras pillerías del suboficial Georges Duroy, durante su campaña en el desierto: robo de animales domésticos y estupro, son testimonio más bien de la miseria de su misión y del fracaso de esa política colonial francesa que de la torpeza criminal del personaje y sus cómplices de fechorías. Sin embargo, y como resabio de ese pasado militar le queda la prepotencia con que se desplaza a la deriva por las calles de París, como si las aceras le pertenecieran y los otros transeúntes le estorbaran.

 

Georges Duroy, es un anti héroe moderno, sus hazañas no son las de los caballeros medievales que alcanzan fama y renombre gracias a proezas de armas y amores castellanos, o la del fracasado héroe romántico, que aspira a la gloria intelectual y al ascenso social a través de la poesía o el teatro (véanse los héroes de Balzac). Gracias a sus características animales ─piense el lector en el modo reptiliano como acicala su bigote─, el anti héroe de Maupassant se eleva al rango más alto en la cadena alimenticia de ese nuevo orden natural que Darwin está describiendo. Georges Duroy entra en una alianza simbiótica con las mujeres de su entorno, gracias a ellas inicia su educación sentimental: con las obreras que lo codician con la mirada, con las prostitutas con quienes gusta codearse para aprender sus modos y adivinar sus fantasías eróticas, con las amantes despechadas o con las esposas o viudas burguesas que se convierten simultáneamente en víctimas y perpetradoras de infamias en esa sociedad exclusiva de hombres.

 

La historia de Bel-Ami es la historia de esa transformación. Pero no se trata de una lección naturalista o social sobre la pobreza como en las novelas de Emile Zola, ─quien significativamente publica Germinal en ese mismo año. Georges Duroy es una nueva especie animal y a Guy de Maupassant le interesa menos catalogarla que observarla, alimentarla, maravillarse con su capacidad de adaptación y sobrevivencia.

 

La primera fase de esa metamorfosis es la toma de consciencia ─ingrediente principal de la novela moderna. Charles Forestier ─el excompañero de armas quien reconoce a Georges en las calles de París─ le hace notar “tienes éxito con las mujeres, tienes que cuidar eso”. Forestier le muestra el camino, le abre las puertas a ese nuevo mundo, que requiere un cambio de piel: le presta el dinero para conseguir un traje alquilado, hacerse de una camisa limpia, pagarse una prostituta que le remonte la moral. Pero es la llegada de Bel-Ami al apartamento de su amigo donde simbólicamente se inicia la transformación interior del personaje. Frente al espejo ─en una escena que habría hecho el deleite de Freud, apenas seis años menor que Guy de Maupassant─, Georges Duroy se espanta de su propia imagen, intimidado por el reflejo de su propia transformación física. Ese espejo de cuerpo entero decora la escalera del edificio al que ha sido invitado a cenar. Esas escaleras que el personaje trepa se convertirán metafóricamente en el primer peldaño de su ascenso social.

 

Pero si es gracias a un hombre que se inicia su transformación exterior, son las mujeres la fuerza catalizadora que impulsa la evolución interior del personaje. Hay allí también un capital inicial, una base sobre la cual se desarrolla esa compatibilidad: se trata de una cierta sensualidad que Georges Duroy comparte con las mujeres, su atención por el perfume delicado y sutil que parece brotar de ellas y que contrasta con los olores nauseabundos de chamusquina y fogones viciados que infectan su existencia ─las fondas obreras donde se alimenta, los efluvios ofensivos que inundan la escalera que conduce a su buhardilla. Georges sufre también una fascinación por los pendientes, los collares, los prendedores con que se adornan las damas que frecuenta y que contrastan con su propia indigencia ─motivo recurrente en otras narraciones y cuentos de Maupassant.

 

En este permanente juego de contrastes, también el lector es seducido y capturado no tanto por la trama previsible de la novela ─el ascenso social de un arribista─, como por el comportamiento de Georges: el lector se sorprende una y otra vez tratando de adivinar si Bel-Ami lograra conquistar a la viuda de Charles o la hija del Banquero millonario, cómo hará para poder compaginar sus amoríos yuxtapuestos con tres mujeres a la vez o cómo podrá salir victorioso de un duelo a muerte con otro periodista. No hay ironía o condescendencia por parte del narrador con las vivencias del héroe. A cada paso de la aventura de Georges le acecha la posibilidad del fracaso y la debacle: por escasez de fondos, por inseguridad o dificultad creativa cuando enfrenta la página en blanco sea para escribir artículos periodísticos o esquelas amorosas.

 

¿Por qué le interesa tanto al lector la suerte de Georges Duroy? A lo largo de la narración, el lector descubre que Bel-Ami es un vividor de gustos abiertamente crapulosos, un amante infiel, un traidor, pero también entiende que se tratan de características para poder sobrevivir en ese medio hostil que es París, donde nadie es lo que parece. Una realidad donde los matrimonios alternan con sus amantes y los invitan a cenar en casa una vez por semana, donde las mujeres reciclan a sus amantes recomendándolos a otras, donde los sillones de la Academia se reparten en la sobremesa del café. Es un mundo dónde los reporteros inventan las noticias sin haber estado jamás en el lugar de los hechos, donde la duplicidad de los políticos y banqueros va a la par de su rapacidad y la bajeza de sus instintos sexuales.

 

El matrimonio religioso con la hija de un banquero millonario, podría parecer la coronación de la cúspide del prestigio social parisino, sin embargo, el lector sabe muy bien que Georges Duroy ─o, mejor, el ennoblecido Georges Du Roy─, no se detendrá allí y a cualquier precio apunta ya a su próxima presa, la política.

 

Publicada como novela por entregas, Bel-Ami apareció por primera vez como folletín del cotidiano parisino Gil Blas, entre los meses de abril y mayo de 1885. Su autor, Guy de Maupassant, de apenas treinta y cinco años, es en ese momento el protagonista de una carrera literaria que será tan fulgurante como efímera. Extenuado por la sífilis que lo conducirá a un intento de suicidio en 1891 y finalmente a una muerte prematura en 1893.

 

Buen-Amigo (Bel-Ami), Guy de Maupassant, Alba Editorial, Barcelona, 528 páginas

 

Ginebra, 20 de febrero de 2021

 

Luego de superar la pandemia, cuando se haya completado un mínimo plan de vacunación que la aminore, recién se podrá ver una luz al final del túnel de la recesión económica que las rígidas cuarentenas han producido (sigo pensando que han sido excesivas: no hay ningún vector que correlacione cuarentenas más estrictas con disminución de los contagios y muertes).

Cuando ese momento llegue, lo que el Perú va a necesitar no es de bonos, asistencia estatal o créditos subsidiados. Lo que se va a requerir a gritos es un shock de inversiones privadas, solo posible si desde el gobierno se destraban los nudos mercantilistas que afectan la libre competencia, se desregula el mercado laboral, se achica el Estado a lo mínimo indispensable y se sacan adelante megaproyectos diversos (entre ellos los mineros).

Un gobierno pichicatero de la inversión fue el de Alan García y a pesar de no ser uno promercado, disparó la inversión privada y eso generó la mayor reducción de pobreza de nuestra historia. Y si bien es cierto que contribuyó a ello el alto precio de los minerales, ese fenómeno está volviendo a ocurrir y debemos aprovecharlo.

Solo con un shock capitalista será posible construir un Estado capaz de brindar salud pública decente, educación pública competitiva, grados de seguridad ciudadana mínimos y un sistema de justicia confiable. Porque para ello se necesita recursos sinfín. Lo que el Perú necesita es un Estado chico con un presupuesto grande para poder incrementar las inversiones públicas donde es urgente y necesario.

La crisis pandémica no conduce al fin del “modelo neoliberal”, como gusta de llamarlo nuestra izquierda. Lo que hemos vivido estos últimos treinta años es un capitalismo mercantilista que aún a pesar de no haber sido liberal ha generado niveles de reducción de la pobreza y de la desigualdad inéditos en nuestra historia. Si hubiésemos tenido una economía liberal competitiva, ese crecimiento hubiera sido superlativamente mayor.

La única manera de que el Perú recupere su peso histórico en la región (como el que tuvo en la época prehispánica o en la colonia) es volviéndose una pequeña potencia capitalista, con altos grados de libertad económica y un Estado capaz de asegurar una mínima equidad social entre sus ciudadanos, haciendo a todos partícipes del desarrollo.

David Roca Basadre

No me gusta para nada el régimen del señor Maduro, en Venezuela. Además de las críticas que se le hacen sobre el cuestionable manejo de su gobierno, que tiene todas las características de una dictadura, me horroriza el proyecto denominado Arco Minero del Orinoco, que entrega el 12.2% del territorio de Venezuela a la más salvaje rapiña de minerales y piedras de las llamadas “preciosas”, que allí abundan, a manos de empresas extranjeras atareadas en la salvaje destrucción de ese bello y biodiverso territorio. En esta última crítica es posible que mucha gente en nuestro país no me acompañe, dado el ánimo extractivista que predomina y al que se induce, pero esa es una razón más por la que debo subrayar su gravedad, más visible en tiempos de cambio climático y pandemia.

 

La política de nuestro país hacia Venezuela ha sido errada y errática. Recordemos el viaje de Kuczynski a Estados Unidos, tras ser electo, para ver a Trump, sin invitación, que lo recibió en una sala de estar, apremiado por la circunstancia y, hemos de suponer, con las distancias que solía tener hacia los países que no le merecían consideración.

 

Luego, la política hacia Venezuela dictada por Washington para la que el Perú bajo gobierno de PPK y también de Vizcarra, se prestó solícito. Incluso promoviendo el llamado Grupo de Lima, supuestamente para presionar por democracia en Venezuela, pero que no dudaba en incluir a un país como Honduras, tan dictadura como Venezuela y donde la represión y los asesinatos son cosa de cada día.

 

El reconocimiento poco práctico de Juan Guaidó como presidente de Venezuela, con embajador y todo, fue otro error absurdo e inducido por ajenos, que no nos aporta nada.

 

 

Drama y problemas por la migración

La diáspora de migrantes venezolanos, gente que huía y huye de Venezuela por millones, es hoy una situación con varias aristas que hay que solucionar. El gobierno venezolano de Maduro argumenta que esa migración es por la situación en su país tras el brutal bloqueo norteamericano, pero la verdad es que el bloqueo agravó una situación que ya estaba degradada, sin solucionar nada. Y más bien fortaleció a Maduro internamente, y afectó más a una población que, antes del bloqueo, ya estaba migrando. Y llegando en gran cantidad, sobre todo a Colombia, Perú, y también a Ecuador, Chile, Brasil.

 

No podemos dejar de convivir con dos razonamientos en apariencia contradictorios sobre la migración: debemos ser y mantenernos solidarios y acogedores con los migrantes que no dejan su país porque quieran hacerlo, que son gente sufriente como lo fueran los migrantes peruanos en tiempos del terrorismo y la inflación con García, sin dejar de reconocer que tan apabullante migración constituye un problema muy grande, que es necesario confrontar. Aunque con racionalidad, y con mucha serenidad.

 

Porque, como es natural, la población peruana no estaba preparada para recibir a tantos extranjeros, y tan de golpe. El nuestro no es un país de gente rica y la bonanza macro económica – como el virus se encargó de demostrar – solo benefició a unos pocos. Quizá la única ventana abierta, en todo momento, ha sido la informalidad.

 

En un país de informales, basta con tener ganas, armar botica y ponerse a ofrecer bienes o servicios. Poco más, que es lo que ha aliviado tanto desde hace años la escasez de las mayorías, como ahora alivia a la presencia de tantos extranjeros. Atenuando, además, las tensiones con la comunidad migrante.

 

 

La xenofobia no ayuda

En medio de todo ello, la politiquería de personas que aspiran a cargos públicos, o que los ocupan, dedicados a alentar xenofobia con fines proselitistas, es vergonzosa. Se valen de la natural preocupación por la presencia de otros, y en tan gran número, por parte de muchos peruanos, alentando ese recelo de manera irresponsable. Eso solo perjudica más el clima social: ojalá esas personas nunca sean electas.

 

Eventos recientes, el asesinato en Trujillo de un comerciante venezolano por delincuentes que le exigían pagar un cupo, y el intento de asesinato de un joven peruano arrojado de un puente en Medellín, Colombia, pero que la xenofobia hizo aparecer – en las redes sociales – como asesinato en Venezuela, y además la muerte con bala de un joven repartidor venezolano de delivery en Lima, unido a amenazas de bandas de delincuentes tanto venezolanas como peruanas, también por redes sociales, generan temor de que se desate un escenario de tensión social más grave que lo que se ha vivido hasta ahora.

 

La pandemia, además, aviva esas tensiones, las emociones están al vivo, y puede bastar una pequeña brizna encendida para que ocurra algo peor.

 

El señor Maduro, por razones políticas y ahondando en la irresponsabilidad, se ha dedicado, además, a difundir, agrandándolos como un Urresti o un alcaldillo de San Juan de Lurigancho cualquiera, los casos de xenofobia en el Perú, de manera que, en su país, mucha gente supone que la situación de los migrantes es totalmente invivible. Lejos de la verdad, como sabemos. Pero eso tampoco ayuda.

 

 

Realpolitik

Partamos de constatar algo concreto: la totalidad de los migrantes venezolanos acuden, para sus papeleos legales, a una pequeña oficina del régimen de Maduro en Lima. El “embajador” de Guaidó no sirve para nada práctico a los migrantes. Y es que el control del Estado venezolano lo tiene Maduro. De facto o no, su autoridad es la que dirige y maneja el Estado venezolano.

 

Pero ocurre que lo que Maduro hace en su país ha dejado de ser tan solo un problema interno de Venezuela, sino que vía tan apabullante migración y los problemas que ello comporta, sus actos nos afectan directamente. Y no podremos incidir en cambios que impidan que eso nos afecte si no discutimos directamente con el régimen de Maduro. Tan claro como eso.

 

Lo que más conviene es lo que conviene al Perú, no a los intereses de otro país, por gran potencia que sea. Y es necesario decirle oficialmente al señor Maduro que ya dejó de ser un tema de asuntos internos todo aquello que hace en su país y provoca tan gran migración, que a su vez nos afecta directamente.

 

Habrá que negociar, habrá que gestionar que se afloje el bloqueo norteamericano, habrá que reunirse con los otros países afectados y acordar acciones comunes, aprovechar el cambio de mando en Ecuador, próximamente, y que posiblemente sea a favor del candidato pro Maduro del correísmo, para tender los puentes que sean necesarios.

 

El gobierno de Maduro hace tiempo que perdió la brújula del socialismo del que hablaba – y todavía pregona – y hoy es un país hambriento de inversiones que pactaría hasta con el diablo para salir de sus apuros. Bueno, pues, es la hora de aprovechar esa circunstancia.

 

Solo con políticas realistas, con realpolitik, es decir con acciones que se basen en consideraciones a partir de hechos concretos, sin que medien prejuicios ideológicos, pero también sin pecar de ingenuidad, es que podremos resolver estos problemas que nos afectan y que, si no los confrontamos directamente, podrían devenir en irresolubles.

 

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