Opinión

[EN EL PUNTO DE LA MIRA] Por eso, cada diez años, es importante saber cuántos peruanos somos en el Perú y cuáles son las necesidades que aún faltan cubrir, para poder tener un Estado que –a través del tiempo- cubra dichas demandas. Pero detengámonos en las lecciones que nos deja el censo del año 2017.

Una de ellas es el convenio que realizó el INEI con las universidades privadas César Vallejo –de César Acuña– y Telesup –del excongresista José Luna–. Aunque el INEI se haya amparado en la ley para sostener que la realización del censo garantiza la confidencialidad individual, es políticamente incorrecto establecer convenios con universidades que tienen fines más allá de lo educativo. ¿Dónde quedaron –por ejemplo– las universidades nacionales como San Marcos, Federico Villarreal y la UNI?, ¿se los convocó? Al respecto, no dijeron nada.

Otro punto –y muy importante– es la agresión que sufrió una joven empadronadora en Breña y la violación sexual que sufrió otra joven empadronadora en Villa El Salvador. Esta situación muy grave nos hace pensar en qué tipo de sociedad se ha ido formando, durante décadas, en el Perú. Sé que es importante la autoidentificación étnica para poder visibilizar como sujetos de derecho a las comunidades afro, nikei, entre otras, pero dónde queda el tema de la sexualidad relacionado a la salud mental. Por ejemplo: ¿el Estado –a través del Ministerio de Salud y otros ministerios– hizo algún tipo de campaña, al que haya asistido el ciudadano, sobre salud mental vinculado al respeto a la mujer? No hubo una pregunta sobre el tema.

Con respecto a su desarrollo. No hubo una coordinación adecuada para su realización. En algunos distritos, varios ciudadanos no fueron censados o los pasaron olímpicamente, pero con un sello de “casa censada”. Encima, el ciudadano no empadronado tiene que llamar para poder ser atendido, quien sabe cuándo. Antes del censo, para cualquier tipo de duda, los teléfonos no tenían servicio.

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Autoidentificación Étnica, Censo 2017, Coordinación, seguridad

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Más allá de defensores y detractores, es evidente que algo muy malo nos está pasando, y que eso malo que nos está pasando está relacionado con la actuación del Congreso y una serie de medidas que debilitan la institucionalidad del Estado. La última de estas fue la eliminación de las PASO -elecciones primarias en los partidos políticos- manteniéndose, de esta manera, la preponderancia de sus cúpulas, así como la posibilidad de negociar -léase vender- espacios en las listas parlamentarias.

Ayer también estuvieron a punto de tumbarse a la Junta Nacional de Justicia, lo que se frustró debido a que la totalidad de sus miembros no asistió al Plenario. Sé que el rol de la JNJ divide a los peruanos, pero es también bastante evidente una maniobra congresal cuya finalidad es desactivar una institución cuyas investigaciones podrían comprometer la situación de muchos parlamentarios.

Pero mi punto es que el país no reacciona, la calle no reacciona. Hasta hace pocos años la ciudadanía peruana era como un cuarto poder del Estado que se activaba para ordenar la casa cuando era necesario. Pasó tras el cuestionado nombramiento de Manuel Merino como Presidente. La designación fue legal pero interpretada como ilegítima por multitudes que, en calles y plazas de todo el país, salieron a protestar. El resultado: dos estudiantes muertos y la renuncia del gobierno.

Sin embargo, cinco años después el Perú parece otro. Más de setenta ciudadanos murieron en las protestas de hace un año, muchos de ellos eran transeúntes, ni siquiera participaban de las movilizaciones, pero la reacción fue tibia. Entonces señalé, en algún foro, que el gobierno de Dina Boluarte tenía todas las posibilidades de durar hasta 2026, algunos pensaron que así expresaba mi apoyo al gobierno, pero no iba por ahí la cosa.

Lo que quiero decir es que los ciudadanos de bien en el Perú, que se cuentan por millones, están cansados, están aburridos, lo que es peor, están perdiendo las esperanzas. Hasta 2016, dos o tres candidaturas aglutinaban las preferencias de la población, ya se hablaba del mal menor, por supuesto, pero no en los niveles de hoy. Hoy la gente no cree en nadie y prevalecen la fragmentación y la indiferencia en un país que siempre se caracterizó por su adhesión devota a caudillos políticos que arrastraban multitudes. Es así que una sociedad política y abnegadamente creyente -pensemos por ejemplo en los arraigos de Haya de la Torre, Fernando Belaúnde y Alberto Fujimori- se ha convertido en otra, políticamente atea y hasta blasfema.

Mientras tanto, las premisas de Marx son contradichas una por una porque pasó su hora de la historia, pero también porque así es el Perú. Aquí la política condiciona la economía y no al contrario. La economía tiene buena base macroeconómica pero la clase política, ni esforzándose, podría hacer las cosas peor, entonces se desaprovecha lo que se tiene e igual generamos crisis a pesar de las cifras macro. Y por eso los jóvenes, otra vez, quieren irse del Perú.

La historia me sorprende cada tanto, y volverá a hacerlo. En la década milenio (2000-2010) les contaba a los estudiantes, refiriendo una etapa pasada de la historia, que en las décadas de los ochenta y noventa, los jóvenes se iban del Perú a labrarse un futuro al exterior. Hoy les cuento que, hasta hace cinco o diez años, los jóvenes se quedaban porque veían futuro en el país y se quedan mirándome incrédulos. La paradoja se cuenta sola.

Y este no es el efecto de una ola de larga duración histórica, ni de una crisis mundial de los precios de las materias primas tumbándose una económica tercermundista. Somos nosotros mismos los que nos hemos colocado en esta situación, o nuestras clases política y económica, para ser más claro y directo. Asimismo, la sociedad no siempre se salva, vamos al mundo informal y nos encontraremos con gente honesta trabajando al lado de dragones y monstros de todo tipo, al frente de los más deleznables negocios ilícitos.

Un Perú religiosamente creyente pero políticamente ateo, es lo que nos ha dejado el caos político de 2016 en adelante, que deviene en la guerra descarnada y descarada por el control del Estado, protagonizada por interlocutores políticos a los que ya no les importa mostrarse como son, con toda su misera, revolcándose en el fango. En suma, la corrupción política ha coronado el mayor y más pernicioso de sus objetivos: aburrir y tornar indiferentes a las gentes de bien, respecto de su propia suerte y de su propio futuro, entonces languidecen todas las resistencias. Por eso hoy ya nadie defiende nada, si acaso queda algo por defender, mientras que los jóvenes miran hacia el exterior en busca de mejores oportunidades. Una vez más en la historia del Perú, la anomia ha derrotado a la utopía.

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Corrupción Política, Desencanto Social, Indiferencia Ciudadana, Medidas del Congreso

[PIE DERECHO]  Sería hilarante que la izquierda chilena o la regional celebre los resultados del plebiscito de ayer en Chile, que rechazaron la constitución pergeñada por la derecha de ese país.

Todos han perdido. Porque hubo un inmenso voto anti Boric en el “apruebo”, un voto contra la derecha, que perciben como parte de la élite, en el “rechazo”, pero por encima de todo un voto harto de este proceso constituyente de cuatro años que ha sumido a Chile en la incertidumbre y en la parálisis económica.

El estallido del 2019 tuvo como motivaciones el rechazo al sistema de salud pública, de educación estatal, el sistema de pensiones y las inequidades del modelo económico. Todo eso, después de cuatro años, ha empeorado en Chile y se malcreyó que la salida era refundar el país con una nueva Constitución, en lugar de exigirle al gobierno que cumpliera su tarea ejecutiva básica, porque los problemas aludidos se pueden resolver sin necesidad de una nueva Carta Magna.

A la postre, Boric no tendrá que gobernar con la Constitución de Kast y de la derecha, pero va a tener que acabar su gobierno -le restan dos años- con la mal llamada Constitución de Pinochet, la de “los cuatro generales”, como él mismo la calificó (en verdad, es un texto constitucional muy cambiado, sobre todo por el presidente Ricardo Lagos).

El caso chileno es un espejo en el que nos podemos ver, no solo por el fracaso del proceso constituyente y porque, ojalá, acá la izquierda entienda el despropósito de insistir con esa cantaleta, sino porque, sociológicamente, se aprecia en el vecino país, un hartazgo generalizado con toda la clase política y se teme la aparición de candidatos populistas radicales en los comicios que se llevarán a cabo el 2025, algo que algunos tememos pueda ocurrir acá el 2026, dado el conglomerado de razones psicosociales que apuntan a ello.

El resultado de ayer le da un pequeño aire a Boric. Le va a durar una semana. La ciudadanía lo desaprueba mayoritariamente. Tiene un 30% de respaldo duro, que lo mantiene a pesar de su pésimo gobierno o de que cometa eventuales errores políticos graves. Esa es su base, pero con ella, y con la composición parlamentaria que hay en Chile, donde Boric no tiene mayoría, su gobierno no andará. No tiene nada que celebrar.

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Boric, Chile, Plebiscito, Proceso Constituyente

[PIE DERECHO] Es cuestión de tiempo para que la ciudadanía, harta de los estropicios de nuestra clase política, tanto del Ejecutivo como del Congreso, asfixiada por la crisis económica, sofocada por la incontrolable inseguridad ciudadana, testigo del colapso moral de las principales instituciones, horrorizada por la corrupción rampante en prácticamente todas las entidades estatales, rompa su inercia y decida salir a protestar.

Ya lo ha hecho antes, cuando ciertos hechos detonaron su indignación. Los casos más recientes fueron las protestas de diciembre y enero últimos, la marcha espontánea por la imposición de un toque de queda absurdo, la reacción por la asunción de mando del inefable Manuel Merino, solo para citar las últimas acontecidas.

En el Perú no hay costumbre de movilizaciones. No hay antecedentes de que dos millones de personas salgan a las calles a protestar como ocurrió el 2019 en Chile o como sucede permanentemente en Argentina. Dentro de las muchas explicaciones que se enarbolan para ello, la más potable es la de la informalidad, que de por sí genera inactivismo y desaprensión de la política, pero, además, en términos prácticos, dificulta que la gente dedique horas a la protesta cuando apenas le alcanza al tiempo para cubrir una jornada laboral infrahumana.

Pero la coalición tácita del Ejecutivo y el Congreso está llenando el vaso de la indignación con sus estropicios democráticos (felizmente, una maniobra de Alianza para el Progreso impidió que se cometiera el legicidio de destituir a los integrantes de la Junta Nacional de Justicia). La semana que culmina, se destruyó la reforma política, se continuó desbaratando la mejor reforma de la las últimas décadas, la universitaria, se favoreció a las mafias al acotar el mecanismo de la colaboración eficaz, se atendió intereses delictivos, como los de los explotadores ilegales de los bosques, y todo ello con el silencio cómplice de un Ejecutivo rehén de la coalición gobernante en el Legislativo.

Hacemos votos para que la ebullición lenta del malestar que este trasiego inmoral de la clase política peruana genera, lleve pronto a las calles a manifestarse y eso conduzca a lo que desde un comienzo debió ser la salida más inteligente de la crisis política: el adelanto de las elecciones. La paciencia tiene límites que hace tiempo han sido desbordados por la desvergüenza de los principales poderes del Estado.

La del estribo: dos lecturas reconfortantes de la última sesión del Club del Libro de Alonso Cueto (mi mejor decisión del año inscribirme en él). Dos cuentos de Jorge Luis Borges, El milagro secreto y La forma de la espada. El teatro, el cine, la ópera y la literatura han hecho más llevaderos estos tiempos horribles que nos ha tocado vivir en los ámbitos político, social y económico.

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Adelanto de elecciones, corrupción, Crisis política, Protestas Ciudadanas

[PIE DERECHO]  El gradualismo finalmente elegido por el presidente argentino, Javier Milei, lo va a conducir al fracaso en el trazado de los grandes objetivos de sacar a su país del desquiciamiento fiscal y monetario al que el peronismo lo había conducido.

Influenciado negativamente por el macrismo, el equipo económico de Milei no ha optado por el corte radical del populismo precedente sino que ha preferido ir de a pocos (debió, por ejemplo, haber eliminado tajantemente el tipo de cambio oficial, pero no, ha optado tan solo por subirlo aun por debajo de su valor de mercado).

Es inocultable la preocupación que deben albergar los derechistas liberales o libertarios en la región respecto de este cambio de rumbo relativo que viene mostrando Milei. De ser un radical monetarista ha pasado a calcar el gradualismo que ya antes llevó a Mauricio Macri al fracaso absoluto y a la vuelta al poder del peronismo, bajo la figura de Alberto Fernández.

En el caso peruano preocupa doblemente porque supuestamente los resultados económicos positivos que Milei ha anunciado, se suponía que iban a notarse justamente en los momentos previos de la campaña electoral peruana del 2026. Si Milei fracasa, ello va a abonar en favor de las tesis populistas que albergan los candidatos de la izquierda peruana.

Lo bueno, relativamente hablando, es que de acá a dos años va a acabar con pena y nada de gloria el pésimo gobierno de Gabriel Boric en Chile (en ello coincide hasta la izquierda nativa) y Chile es más referencial para la política peruana que Argentina.

En el resto del panorama latinoamericano, salvo la potente influencia del pensamiento Bukele -que irradia a toda la región- no hay ningún líder que convoque esas adhesiones o animadversiones. Lula, el gobernante de la mayor potencia sudamericana, gobierna anodinamente Brasil y ya no es, ni de lejos, el eje referencial que fue en sus gestiones anteriores.

A la postre, lo que nos muestra el patio latinoamericano es que las influencias van a estar mediatizadas entre sí. Ni la izquierda ni la derecha van a poder cosechar electoralmente de ese ámbito y al final del día, serán los propios aciertos y errores políticos que cometan los candidatos locales, en sus campañas, los que determinarán el resultado final. Mal harían en querer construir una vía que utilice modelos regionales como paradigmas absorbentes.

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Argentina, Cambio Gradual, Javier Milei, Panorama Político

[MÚSICA MAESTRO]  Aunque aparentemente es un fenómeno moderno, la cumbia se cultiva en el Perú desde hace más de cuatro décadas. Adaptada de su matriz colombiana, la versión nacional de la cumbia alegró las fiestas en los años sesenta y setenta, pero nunca con la masiva aceptación de hoy. A finales de los sesenta, la cumbia -término que proviene de “cumbé”, danza africana de la época colonial- se hizo muy conocida entre nosotros. El género tropical más representativo de Colombia trajo canciones como La pollera colorá, La piragua o Festival en Guararé, entre otras, interpretadas por Los Corraleros de Majagual o Rodolfo Aicardi, infaltables en las fiestas populares e incluso las de salón, que compartían espacio con el mambo de Pérez Prado, las guarachas de Los Compadres y los boogaloos con sabor a latin-jazz.

Enrique Delgado, virtuoso guitarrista limeño con experiencia en música criolla y andina, armó Los Destellos, la agrupación más famosa de esta primera generación. Con su guitarra eléctrica cargada de ecos, Delgado puso sabor psicodélico a sus arrebatadas cumbias, influenciado por la onda hippie. Sus canciones Elsa (1970), Muchachita celosa (1976), entre otras, son clásicos definitivos del nuevo género que comenzó a ser llamado “cumbia peruana”. Debido a su naturaleza popular y 100% bailable, surgieron grupos en todo el país.

Si en la capital estaban Los Destellos, Pedro Miguel y sus Maracaibos, Los Beta 5 y Los Pakines; en el norte aparecieron orquestas como Agua Marina, Armonía 10 o Caribeños de Guadalupe, muy conocidas en Piura y Chiclayo, pero que recién llegaron a Lima después de dos décadas. Mientras tanto, de la selva llegaron Los Mirlos (Moyobamba, San Martín), Los Wembler’s (Iquitos, Loreto) o Juaneco y su Combo (Pucallpa, Ucayali), que se ganaron el respeto de sus pares por sus incontenibles y narcóticos ritmos.

En tiempos de gobierno militar, los aires alegres de la cumbia peruana fraternizaron con la música criolla, folklore, nueva ola, bolero y rock, con amplios públicos ávidos de escuchar a sus artistas locales favoritos. Sellos discográficos como Sono Radio, Iempsa y principalmente Infopesa, del productor Alberto Maraví, promovieron los lanzamientos de estas y otras orquestas. Sin embargo, para inicios de los ochenta, solo El Cuarteto Continental logró éxito nacional e internacional tocando cumbia, alternando con las orquestas de Rulli Rendo, Carlos Pickling, los argentinos Freddy Roland, Enrique Lynch y Peter Delis, entre otras, que cambiaron la guitarra eléctrica por el formato “orquesta y coros”, orientado a musicalizar las grandes fiestas de la decadente oligarquía que aun extrañaba los tiempos de “la república artistocrática”. Una época había terminado para dar paso a otra, mucho más orgánica y cercana al pueblo.

Como consecuencia de las migraciones del campo a la ciudad de los años cincuenta, una generación nueva de jóvenes provincianos o nacidos en Lima de padres migrantes, jornaleros de mercados populares de distritos como La Victoria, El Agustino y el Cercado, encontraron en la cumbia un vehículo ideal para quejarse de la discriminación y la pobreza que padecían. Combinando el sonido de los pioneros con elementos del huayno serrano, estos artistas urbano-marginales originaron un sorprendente fenómeno de masas, la “música tropical andina” o “chicha” (en alusión al delicioso brebaje de maíz fermentado). Informal, colorida y reivindicativa, la chicha le cantaba al cobrador de micro, al obrero, al vendedor ambulante, convirtiéndose en emblema del migrante que llegó a la capital en búsqueda de un mejor futuro, un sueño que se vio truncado por la crisis política, económica, por un lado; y por las amenazas terroristas por el otro. Apenas recuperada la democracia, una ola musical capturó el Centro de Lima y sus barrios más picantes. Muchos nombres notables destacaron: Pintura Roja, Grupo Guinda, Pascualillo Coronado, Vico y su Grupo Karicia. Pero de todos, dos se coronaron como los reyes de la chicha: Chacalón y La Nueva Crema y Los Shapis.

Lorenzo Palacios Quispe, más conocido como “Chacalón”, fue verdulero y zapatero antes de ser cantante. Su medio hermano, Alfonso “Chacal” Escalante, había formado el Grupo Celeste, que popularizó en 1975 la cumbia ahuaynada Viento. Por su parte, Chacalón y La Nueva Crema triunfaron con Soy provinciano (1979), hasta hoy considerado un himno generacional. La frase “cuando Chacalón canta, los cerros bajan” se acuñó para dar cuenta de su legendario poder de convocatoria, que terminó con su temprana muerte en 1994. Con el tiempo, “Chacalón” se convirtió en un personaje legendario, sobre todo entre el lumpenaje. Los más exagerados hasta le atribuían milagros.

Los Shapis –nombre de una danza guerrera huancaína- llegaron desde Chupaca (Junín), en 1981. Liderados por el vocalista Julio “Chapulín El Dulce” Simeón y el guitarrista/compositor Jaime Moreyra, Los Shapis llenaron estadios, triunfaron en Europa y hasta filmaron una película, El mundo de los pobres (Juan Carlos Torrico, 1985-1986). A diferencia de la mirada amenazante y achorada de Chacalón, Los Shapis se mostraban más festivos e inocentes. Sus uniformes blancos con los colores del Tahuantinsuyo y los graciosos saltos de 360° de “Chapulín” fueron sus marcas registradas. Sus canciones más conocidas fueron El aguajal (1982), La novia (1983) y Silencio (1984), que se desmarcaba un poco de su estilo para reflexionar por la dura situación que vivíamos a manos de la locura senderista.

Chacalón, Los Shapis y todos los demás hacían conciertos multitudinarios en “la Carpa Grau”, llamada así porque antes era espacio alquilado para circos. En aquel canchón ubicado entre la Av. Grau y Paseo de la República -hoy usado para ferias navideñas y de juguetes antiguos-, entre parlantes y cajas de cerveza, las fiestas comenzaban a las 3 de la tarde y terminaban de madrugada, muchas veces con batallas campales entre bandos alcoholizados. El impacto de la chicha fue tal que el significado del término se extendió para denominar no solo un género musical sino también las costumbres y la idiosincrasia urbano-marginal de una capital cargada de sobrepoblación y caos. En cuanto al sonido de la cumbia, estaba por experimentar una nueva mutación.

Entre los años ochenta y noventa se gestó una nueva capital. El crecimiento desordenado de los extramuros de la capital, expresado en la aparición de los “conos” (norte, sur, este) generó públicos masivos tanto para las leyendas de la cumbia como para los grupos de chicha. Aunque el tamaño de la escena creció rápidamente, aun era invisible para la Lima Metropolitana “oficial”, eternamente centralista y discriminadora.

El Tex-Mex –música tropical del norte de México-, la cumbia argentina y colombiana, sirvieron para abrir el siguiente capítulo en la cumbia peruana, la llamada “tecnocumbia”. Cantantes como Rossy War (Madre de Dios), Ada Chura (Tacna), Grupo Euforia, Ruth Karina (Pucallpa) impusieron un estilo dominado por mujeres, que ganó espacio en los medios de comunicación por razones ajenas a lo musical. Los productores Nílver Huárac y Rosa Arango -del sello Rosita Producciones- fueron quienes más capitalizaron esto con agrupaciones femeninas como Agua Bella, Alma Bella y afines, con la presencia de jóvenes bailarinas que cubrían sus limitaciones vocales con vestimentas y coreografías pensadas para atraer al público masculino.

Como contrapeso a esta tendencia farandulizadora de la cumbia, las experimentadas orquestas norteñas Armonía 10 y Agua Marina conquistaron Lima con sus poderosas secciones de vientos y coros masculinos. Esto inició una nueva escena de cumbia que, como la ciudad, creció desordenadamente, reduciéndola a la repetición de fórmulas predecibles de asegurado éxito comercial pero dudosa solidez artística. Paralelamente, la amplia popularidad de la cumbia en ambos formatos se convirtió en herramienta de captación de votantes, al ser incluida en campañas de diversos candidatos que vieron en el género una palanca para acercarse de manera emocional al público. El ejemplo más evidente de ello fue el uso psicosocial que hizo Alberto Fujimori de la cumbia con “El Baile del Chino”, una canción especialmente compuesta para él. Lamentablemente, con la reciente liberación del ex dictador, la cancioncita de marras volvió a sonar y fue nuevamente bailada por sectores ciegos e indolentes que celebraron este despropósito.

La canción El arbolito, grabada originalmente en 1997 por el Grupo Néctar en Argentina, fue un gran éxito en Lima en el 2000. Esta sencilla canción permitió un proceso de renacimiento de la cumbia que la hizo trascender hacia nuevos y rentables sectores socioeconómicos. De pronto, el género asociado a las clases populares comenzó a sonar en fiestas sofisticadas de las nuevas clases altas capitalinas, produciendo un movimiento de aparente integración que, más superficial y utilitaria.

Cuando llegó el nuevo siglo, los estándares de calidad sufrieron un dramático cambio en la movida de la cumbia. El discurso social de la chicha ochentera fue reemplazado por una fábrica de productos comerciales, con fuerte influencia de la farandulización iniciada en los años noventa como herramienta de control social y político. Los cambios en la industria musical y las redes sociales también abonaron a la difusión de diversos grupos cuyos principales miembros alternaban sus carreras musicales con apariciones en series televisivas de muy mala calidad, programas de espectáculos y “realities”.

La cumbia norteña tomó protagonismo gracias al Grupo 5, orquesta que popularizó las composiciones del piurano Estanis Mogollón, cuya canción El embrujo (originalmente grabada por la Orquesta Kaliente de Iquitos en el 2007) lo convirtió en el principal responsable de la preponderancia de la cumbia en el Perú moderno. La cumbia clásica llegó al nuevo público gracias a la inclusión de Elsa, éxito setentero de Los Destellos, en la premiada película La teta asustada (Claudia Llosa, 2008).

Aunque siguieron apareciendo grupos en costa, sierra y selva, la escena reciente de la cumbia no tiene sus raíces en lo ocurrido en décadas pasadas. Más bien se trata de un incontrolable y caótico aluvión de intérpretes que comparten escenarios con estrellas establecidas. Todos gozan de aceptación y congregan multitudes en sus conciertos pero es tan difícil diferenciarlos que incluso en sus canciones repiten constantemente sus nombres, para que los oyentes logren identificar a quién están escuchando. Entre los más famosos de esta nueva generación podemos mencionar a: Marisol y La Magia del Norte (Chiclayo), Corazón Serrano (Piura), Los Hermanos Yaipén y Orquesta Candela (Piura, derivados del Grupo 5), Orquesta Papillón (Tarapoto), El Lobo y la Sociedad Privada (Tingo María), y un larguísimo etcétera.

Diversas tragedias y muertes han puesto a la cumbia en las portadas de periódicos y noticieros. Por ejemplo, en mayo de 1977, cinco integrantes de la formación original de Juaneco y su Combo fallecieron en un accidente aéreo, rumbo a Pucallpa. También en mayo pero tres décadas después, en el 2007, dos conocidas figuras murieron trágicamente. La cantante Sara Barreto, más conocida como «La Muñequita Sally», y ocho miembros de su orquesta, perecieron al volcarse su camioneta en la Panamericana Norte (Puente Piedra, Lima). Dos semanas antes, en una autopista de Buenos Aires (Argentina), perdieron la vida los integrantes del Grupo Néctar, liderado por Johnny Orosco. Ambos habían sido integrantes de Pintura Roja, banda emblemática de la chicha ochentera.

En el 2014, la cantante piurana Edita Guerrero Neira, del conjunto Corazón Serrano, falleció a los 30 años en circunstancias extrañas. Por su parte, Lorenzo Palacios Quispe, «Chacalón», murió a los 43 años en 1994. A su funeral en el Cementerio El Ángel (Lima) asistieron más de 60 mil personas. Las muertes de otros personajes de la cumbia contemporánea como el cantante de Armonía 10, Alberto “Makuko” Gallardo (2015) o Walther Lozada, el director de esta misma orquesta (2022), produjeron masivas despedidas de parte de sus seguidores en diversas regiones del país.

Un sello independiente español, Vampi Soul Records, lanzó en 2010 Cumbia Beat Vol. 1 – Experimental Guitar-Driven Tropical Sounds From Perú (1966/1976), disco doble que recopila canciones de las primeras épocas de cumbia peruana, lo cual impulsó su redescubrimiento e internacionalización. Paralelamente, surgió una nueva generación de grupos que, sin provenir de las canteras de la cumbia, comenzaron a interpretar el repertorio clásico, tomando elementos básicos del género y envolviéndolos en una idea superficial de inclusión y rescate de canciones tradicionalmente asociadas a sectores marginales.

Ese movimiento estuvo encabezado por Bareto, grupo surgido en Lima en el año 2003 y que basó su éxito en canciones antiguas como Ya se ha muerto mi abuelo de Juaneco y su Combo, La danza de los mirlos de Los Mirlos, Elsa de Los Destellos o Cariñito de Ángel Aníbal Rosado, las mismas que rescató para presentarlas a los nuevos públicos, con resultados comercialmente notables aunque de poca trascendencia a pesar de presentarse como reivindicadores de aquella escena. Su vocalista principal, Mauricio Mesones, se desligó del grupo en el 2019 tras fuertes discusiones con los demás integrantes por asuntos poco claros. Otros representantes de esta post-cumbia fusionada con rock y otros géneros (reggae, ska, electrónica) son La Mente, La Nueva Invasión, Olaya Sound System, y otros.

En sus cuatro momentos -la generación de los años sesenta y setenta, el fenómeno de la chicha ochentera, la tecnocumbia de los años noventa y el renacimiento del género en modo fusión del siglo XXI-, la cumbia fue el género musical que mejor resumió la situación social, económica y cultural del Perú. Desde la sofisticación de los setenta hasta el deterioro del siglo XXI, hay en sus sonidos, personajes e historias elementos que nos permiten entender fenómenos como la migración, la informalidad, la farandulización, el caos y la popularidad, aunque en el camino se haya sacrificado la calidad interpretativa y, en muchos casos, el buen gusto.

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[EL DEDO EN LA LLAGA]  Fue precisamente este crimen el que llevó al jurista polaco judío Raphael Lemkin (1900-1959) a acuñar el término de “genocidio”, aparecido por primera vez en 1944 en su trabajo de investigación “Axis Rule in Occupied Europe” (“El poder del Eje en la Europa ocupada”), publicado en Estados Unidos. Lemkin había logrado escapar de Polonia en 1939, pero sin poder llevarse a sus padres, que serían asesinados en Auschwitz. En su escrito decía:

«En términos generales, el genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se logra mediante la matanza masiva de todos los miembros de una nación. Se trata más bien de significar un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a los propios grupos. Los objetivos de tal plan serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el idioma, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de los grupos nacionales, y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud, la dignidad y incluso las vidas de las personas que pertenecen a esos grupos. El genocidio se dirige contra el grupo nacional como una entidad, y las acciones involucradas están dirigidas contra individuos, no en su capacidad individual, sino como miembros del grupo nacional».

Lemkin dedicaría su vida a que el crimen de genocidio fuera reconocido internacionalmente como un crimen contra la humanidad, pues «cuando una nación es destruida, no es la carga de un barco lo que es destruido, sino una parte sustancial de la humanidad, con una herencia espiritual que toda la humanidad comparte».

Sus esfuerzos lograron que en diciembre de 1948 la Asamblea General de la ONU aprobara la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, que luego sería ratificada por cada uno de los Estados miembros.

Es de hacer notar que los criminales nazis juzgados en los Juicios de Núremberg (nov 1945 – oct 1946) no fueron sentenciados explícitamente por genocidio sino por crímenes contra la humanidad, dentro de los cuales estaban incluidos delitos que calificarían como genocidio.

En el documento mencionado de la ONU aparece una definición descriptiva bastante clara de lo que se debe entender por genocidio, definición que será recogida posteriormente en el Estatuto de Roma (1998), instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional:

«Se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:

  1. A) Matanza de miembros del grupo;
  2. B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
  3. C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
  4. D) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
  5. E) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo».

¿Son los genocidios cosa del pasado? ¿Ha aprendido la humanidad de las lecciones de la historia? Los hubo siempre y en lo que va del siglo XXI siguen ocurriendo, destacando entre ellos el de Darfur (Sudán) perpetrado por los yanyauid, milicianos árabes de tribus de criadores de camellos de etnia árabe, que asesinaron por motivos raciales y étnicos a unos 300,000 miembros de grupos etnolingüísticos saharianos, principalmente agricultores, o el genocidio de los rohinyá, minoría musulmana, en Myanmar, país de mayoría budista, que ya tiene en su haber más de 25,000 muertos y más de 700,000 desplazados.

O lo que está ocurriendo a vista y paciencia de la opinión pública mundial: el genocidio de palestinos en la Franja de Gaza, bajo el argumento de que el Estado perpetrador, Israel, se está defendiendo así del terrorismo, cuando en realidad está haciendo algo muy parecido a lo que hizo el grupo terrorista Hamás el 7 de octubre, cuando asesinó a unos 1,200 israelíes en territorio de Israel, con la diferencia de que lo actuado por Israel es proporcionalmente mucho peor de lo que hizo Hamás. Y esta acción de Israel está siendo tolerada —si es que no recibe un apoyo total— por parte de países como Estados Unidos, Reino Unido y Alemania.

La situación en Alemania es muy peculiar. Es un país cuyas autoridades perpetraron uno de los mayores genocidios del siglo XX durante el régimen nazi, asesinando a unos seis millones de judíos, siendo uno de los mayores genocidios en número de víctimas durante ese siglo, siendo superados sólo por los genocidios perpetrados por Stalin en la Unión Soviética y Mao Tse-Tung en la República Popular China. La excusa de muchos ciudadanos alemanes fue que no sabían lo que estaba haciendo su gobierno y no pudieron enterarse al respecto, excusa que no se sostiene después de la Noche de los Cristales Rotos, cuando entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 se atacaron masivamente establecimientos judíos y se incendiaron sinagogas con participación de la Sturmabteilung (SA), fuerza de choque del partido nazi, y la población civil junto con otras organizaciones vinculadas al nazismo, mientras la policía y las fuerzas del orden se limitaban a contemplar lo que sucedía sin intervenir. Poco tiempo después muchos alemanes comenzaron a ver como sus vecinos judíos eran detenidos y no regresaban nunca más. Si bien no se sabía las dimensiones del genocidio que se estaba realizando, era un secreto a voces que la intención de Hitler y sus subalternos era desaparecer a la población judía. Había indicios suficientes de que el Estado estaba cometiendo un crimen, pero la mayoría de la población prefirió ignorar esas señales y tomó la decisión de no saber. Esa voluntad de no saber persistiría incluso después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, hasta que en enero de 1979 se propaló en la televisión alemana la miniserie “Holocausto” (Marvin J. Chomsky, 1978), que constituyó un hito al confrontar a los alemanes con su pasado nazi y permitir un ajuste de cuentas con él, y un afianzamiento de la memoria del Holocausto judío para que un genocidio como ése no vuelva a repetirse.

Sin embargo, lo que constituyó un gran paso adelante parece ser también un obstáculo para reconocer un genocidio cuando es el gobierno de un país habitado por descendientes de víctimas del Holocausto el que comete ese crimen contra la humanidad. Desde que ocurrieron los ataques de Hamás contra Israel, el gobierno de Olaf Scholz y la cúpula de la Unión Europea, liderada por la alemana Ursula von der Leyen, han manifestado su apoyo irrestricto a Israel y defendido su derecho a defenderse de esos ataques. Los medios alemanes han estado atentos a cualquier señal de antisemitismo y han resaltado noticias al respecto, informando escasamente sobre las masacres y el desastre humanitario que Israel está ocasionando en la Franja de Gaza. A lo más se habla de “presunto” genocidio o de acusaciones de este crimen vertidas por los opositores de Israel, aun cuando las evidencias saltan a la vista día a día a través de informes y videos que se propalan en las redes y a pesar de las declaraciones de expertos de la UNO o de representantes de organizaciones como Médicos Sin Fronteras.

La activista sueca Greta Thunberg ha sido criticada por apoyar “unilateralmente” a Palestina, acusándosela de antisemitismo, cuando ella misma ha declarado que no está en contra de los judíos. El 11 de mayo de 2021, mucho antes de los sucesos actuales, ya había escrito en Twitter lo siguiente:

«To be crystal clear: I am not “against” Israel or Palestine. Needless to say I’m against any form of violence or oppression from anyone or any part. And again – it is devastating to follow the developments in Israel and Palestine».

«Para ser claros: No estoy “en contra” de Israel o Palestina. Huelga decir que estoy en contra de cualquier forma de violencia u opresión por parte de cualquiera o de cualquier parte. Y de nuevo, es devastador seguir el desarrollo de los acontecimientos en Israel y Palestina».

Aún así, han habido presiones para que la dirigencia en Alemania de Friday for Future, el movimiento fundado por Greta Thunberg, se distancie de sus declaraciones.

Quien se manifiesta a favor de Palestina en Alemania corre el riesgo de ser tachado de antisemita. A quien menciona los crímenes de guerra cometidos en Gaza por Israel y no menciona los crímenes cometidos por Hamás en Israel, se le tacha de antisemita, sesgado o unilateral. A decir verdad, un genocidio nunca tiene justificación alguna y, por lo mismo, no se requiere mencionar una causa que haya dado pie a que ocurra. No hay motivo valedero que justifique lo que Israel está haciendo en la Franja de Gaza. Y tampoco hay justificación para el apoyo político y armamentístico que recibe Israel para poder realizar este genocidio efectiva e impunemente.

Que esté ocurriendo actualmente un genocidio tolerado —cubierto por el manto de la indiferencia de muchos— es un signo manifiesto de la pérdida de humanidad de la así llamada civilización occidental.

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Crimen contra la Humanidad, derechos humanos, genocidio, Raphael Lemkin

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Pocos escritores latinoamericanos pueden hacer de la singularidad extrema no un rasgo, sino el centro de su mundo creador. Los mexicanos Juan José Arreola y Alejandro Rossi, por mencionar dos ejemplos, forman parte de una lista a la que podría sumarse sin mayor incomodidad el guatemalteco Augusto Monterroso, autor –cosa recordada hasta el cansancio por los manuales– del cuento más breve del mundo, sí, el del dinosaurio.

¿Y dónde cabe la singularidad, cómo se manifiesta? En un dominio del humor negro y en la imaginación de situaciones grotescas, absurdas, que desafían la lógica común; en el entendimiento de la literatura como un espacio en el que conviven armónicamente la erudición y el espíritu lúdico, en esa facilidad pasmosa con que cada uno de los miembros de este club (incluyendo a los que no he nombrado, con su perdón) le planta cara al sentido común.

El libro que motiva estos apuntes, El dinosaurio sigue aquí reúne la obra de Monterroso entre 1959 y 2003, desde el paradigmático cuentario Obras completas y otros cuentos hasta los exquisitos ensayos que conforman Literatura y vida. Un recorrido que incluye, además, Viaje al centro de la fábula, una selección de entrevistas concedidas por Monterroso a diversos críticos, entre ellos el peruano José Miguel Oviedo. Uno se pregunta qué hacen esas entrevistas allí y pronto se da cuenta de que, en el caso de Monterroso, la oralidad, su habilidad para tejer una conversación, constituyen sin duda un mérito literario. Quiero creer –y aplaudo– que esa es la licencia que se tomaron los editores.

Allí brillan declaraciones que valdría la pena enmarcar. Jorge Ruffinelli le pregunta en 1976 si le interesa la novela como lector. La respuesta no tarda: “Ya no tanto; leo con gusto trozos de muchas; en realidad más bien las examino (…) No entiendo cómo alguien dedicado un tanto a este oficio puede interesarse en una novela muy extensa (…) La mayoría de las norteamericanas son vulgares, las rusas y las inglesas no existen, las francesas son afectadas o aburridas hasta lo indecible (todas las latinoamericanas son perfectas, pero tienen el defecto de ser muchas)” (p.508).

En Monterroso hay una poética de la minificción, que se manifiesta en un libro paradigmático como La oveja negra y demás fábulas, parodia e inversión de una tradición insigne (Esopo, La Fontaine, Iriarte, Samaniego) que terminan por emparentarlo con Ambrose Bierce, enorme satírico desparecido en los confusos y violentos días de la Revolución Mexicana.

En esa poética, según descubre la investigadora Claudia Mondoño, hay una irradiación hacia el resto de la obra del escritor, impregnando incluso su novela, Lo demás es silencio, de esencia fragmentaria, así como sus ensayos. Londoño infiere que el cultivo de la brevedad en este caso tiene que ver con el hecho de que Monterroso cultiva preferentemente el cuento y el ensayo y que, de esa práctica, surge un impulso radical por la economía verbal.

Obras completas y otros cuentos ocupa un lugar importante en el mundo de Monterroso, pues allí se muestran los extremos: cuentos como “Mr. Taylor” con su carga cómico-política y claro, el infaltable dinosaurio y sus siete palabras (para nada bíblicas, no se confunda). Demostración, en la propia obra, del imperativo de hacer mucho con poco. Otros cuentos notables de este conjunto son “Sinfonía concluida” y “El eclipse”, donde se pasan a fuego las ideas eurocentristas con mordacidad pocas veces vista. No olvido consignar aquí “Leopoldo (sus trabajos)”, donde se postula la escritura como fracaso, como realización trunca.

Quisiera mencionar también Movimiento perpetuo, espacio híbrido en el que se funden relato y ensayo, algo que podría recordar, de alguna manera, las Prosas apátridas de nuestro Ribeyro. El texto que sirve de “obertura” al conjunto, ofrece indudables señales de sentido: “La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo” (p.205).

En suma, querido lector, El dinosaurio sigue aquí es a su modo un llavero; cada llave nos irá llevando por los diversos derroteros de la obra de Augusto Monterroso. Así, el humor, la tragedia, la sátira, la memoria personal, el juego desfilarán ante nuestros ojos asombrados y deleitados. No diga después que no se lo advertí.

Augusto Monterroso. El dinosaurio sigue aquí. Barcelona: Navona, 2022.

 

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Augusto Monterroso, El dinosaurio sigue aquí, Minificción, sátira

[PIE DERECHO]  Sin primarias abiertas, con elección por delegados (cúpulas), con voto preferencial, eliminación de multas, subida de vallas para nuevos partidos y movimientos regionales (5% de adherentes de cada circunscripción electoral), el Congreso se ha tirado abajo lo que de bueno tenía la reforma política establecida en el país, que, a pesar de sus bemoles, aportaba visos de mejoramiento respecto del statu quo previo.

Ahora se ha consagrado una oligarquía partidaria, con todos sus defectos precedentes, permitiendo que se consoliden los vicios que han llevado a la destrucción del sistema de partidos y el consecuente debilitamiento de la democracia. La reforma planteaba bajar la valla para el ingreso, pero filtraba su número con las PASO. Ahora es cancha abierta para que todos los actuales se queden tranquilos mientras se cierra la puerta de ingreso para los nuevos.

El problema es que ya hay como 25 partidos inscritos y eliminados los filtros que podían reducirlos, nos asomaremos a un escenario electoral sumamente fragmentado. Acabo de estar en Chile en un viaje relámpago de inmersión en su realidad social, política y empresarial, y allí se ha acuñado un término para definir la nueva realidad política chilena, que de albergar dos o tres agrupaciones fuertes hoy contiene alrededor de 20 agrupaciones en el Congreso sureño: se habla allí de la “peruanización de la política chilena”.

El Congreso peruano actual se ha convertido en un Atila de la democracia. Es verdad que el Perú no ha gozado, casi nunca en su historia, de una democracia impoluta, siempre hemos tenido una institucionalidad democrática precaria, politizada, maleable, pero la coalición derechista en el Congreso, a la que se suma entusiasta el cerronismo, está degradando a niveles pocas veces visto el espíritu democrático que se esperaría, primero, para que los dos años y medio que le restan a Boluarte se desenvuelvan con ciertos márgenes de salida de la crisis política y, segundo, para que las próximas elecciones se desenvuelvan en el marco de una relativa normalidad.

A eso, lamentablemente, no nos conducimos. Se ahondará la crisis política y las consecuencias de ello serán palpables y se agravarán: desconfianza empresarial, cero inversión, crisis económica y mayor pobreza. Un deterioro social, político y económico generalizado. La estabilidad mediocre que este gobierno ha construido, en todo su esplendor.

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Crisis económica, Democracia, Oligarquía Partidaria, reforma política
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