Opinión

[MÚSICA MAESTRO] Cuando pensamos en Queen lo primero que viene a nuestras mentes es, desde luego, Bohemian rhapsody, la espectacular suite de casi seis minutos de duración que desbarató los conceptos de lo que tenía que hacer una canción de rock para sonar en las radios, con sus múltiples cambios rítmicos y ese intermedio operístico que resulta inconfundible para todos los públicos -incluidos aquellos idiotizados por el reggaetón y el latin-pop-, un prodigio de la interpretación musical orgánica pero también del uso del estudio de grabación como instrumento; que dio título a la aclamada película biográfica acerca de su legendario líder, estrenada en el año 2018.

Y, a partir de allí, podríamos hacer una lista de diez o quince canciones de intensa rotación en radios y plataformas digitales, muchas de las cuales forman también parte de la memoria musical de (casi) todo el mundo -pienso, por ejemplo, en I want to break free, Radio Ga Ga (The works, 1984), Under pressure, a dúo con David Bowie (Hot space, 1982), Don’t stop me now (Jazz, 1978), We are the champions (News of the world, 1977) o Crazy little thing called love (The game, 1980), solo por mencionar algunas. Pero, siendo todas alucinantemente buenas y representativas de sus diversas etapas, ninguna de ellas alcanza el nivel de popularidad, influencia y reconocimiento del tema central de A night at the opera, el cuarto álbum de Queen, publicado originalmente en 1975.

Sin embargo, en los inicios del cuarteto integrado por Freddie Mercury (voz, piano), Brian May (voz, guitarras, teclados), John Deacon (bajos) y Roger Taylor (voz, batería) se esconden joyas musicales que, a pesar del estatus que ganaron tras el inapelable logro artístico de Bohemian rhapsody, jamás han sido lo suficientemente expuestas. Salvo para aquellos verdaderos conocedores de la discografía de Queen, su historia comienza precisamente con la mencionada mini-ópera cuya letra trágica y oscura ha sido objeto de múltiples análisis e interpretaciones (como este del músico y comunicador español Ramón Gener). Muchas de las técnicas de grabación, fusión de estilos y temas abordados en estas canciones escritas entre 1970 y 1973 sirvieron de entrenamiento para lo que producirían un año y medio o dos años después.

En sus dos primeros álbumes, titulados simplemente Queen I (1973) y Queen II (1974) la banda exhibe un sonido intrincado, sinuoso y duro, marcado por el impresionante poderío vocal del cuarteto -además del extraordinario talento de Mercury, Taylor y May aportan muchísimo en ese terreno- e influenciado por el hard-rock imperante en ese entonces, con varios atisbos de la voluptuosidad, grandilocuencia y glamour que, posteriormente, caracterizó su trabajo discográfico. Esto se percibe con mucha más fuerza en el segundo LP, cuya carátula es la famosa foto que tomó Mick Rock (1948-2021) en noviembre de 1973 -inspirado en una antigua imagen de la diva alemana Marlene Dietrich (1901-1922)-, usada en el video promocional de Bohemian rhapsody (1975) y recreada, una década después, en el de One vision (A kind of magic, 1986), que se convirtió, a la larga, en la imagen más representativa de Queen, después del clásico logo en el que se fusionan elementos de la realeza británica con los signos zodiacales de sus integrantes.

Desde el comienzo del debut, con las guitarras superpuestas en la energética Keep yourself alive, queda claro que Queen llegaba con una propuesta diferente a la de otras bandas contemporáneas, a pesar de que los ataques filudos y electrizantes de Brian May hicieran que muchas reseñas de entonces relacionaran al grupo con Led Zeppelin o Black Sabbath, sobre todo si prestamos atención a la potencia de sus riffs y solos en Modern times rock ‘n’ roll, escrita y cantada por el baterista Roger Meddows-Taylor (nombre con el que el rubio baterista fue acreditado hasta 1974); o Son and daughter, buenos ejemplos de la fuerza que alcanzaban en este periodo. Para las versiones en vivo de este tema, May ejecutaba el segmento de orquestaciones eléctricas que luego plasmó en Brighton rock (Sheer heart attack, 1974) y que, hasta la actualidad, usa en los conciertos de Queen + Adam Lambert. En Liar incluso se aventuran con un intermedio latino que, a primera escucha, resulta un tanto desconcertante. El estribillo “mama, I’m gonna be your slave / all day long!”, con cencerro y todo, hace recordar más al Santana de Woodstock que a las poderosas descargas guitarreras de sus pares, presentes también en este explosivo tour-de-force por el primer sonido de Queen.

Asimismo, temas como Great King Rat o Jesus tienen momentos cercanos al folk-rock tradicionalista de Jethro Tull o Gentle Giant, con letras fantasiosas o espirituales, pero sin dejar de lado aspectos melódicos más relacionados a una sensibilidad un poco menos densa. Parte de esa atmósfera se debe al trabajo de Mercury en el piano, lo que dota a estas canciones de texturas profundas y matices preciosistas. Un ejemplo claro de todo esto es My fairy King. En cuatro minutos, la banda pasa de un arranque rockero que hace recordar al Highway star de Deep Purple (Machine head, 1972) -incluso Roger Taylor lanza un grito agudo idéntico al de Ian Gillan y después sube una octava más- para luego tornarse suave y envolvente, como un anticipo de Killer queen (Sheer heart attack, 1974) mientras que sus pianos, juegos vocales y estructuras estilísticas dejan entrever un trasfondo musical orientado hacia lo clásico y sofisticado. En este tema, compuesto por Freddie cuando todavía utilizaba su apellido real, Bulsara, acuñó el que finalmente usaría el resto de su vida, en la frase “Mother Mercury look what they’ve done to me“.

Hay dos canciones en este álbum que merecen especial atención para aquellos interesados en sumergirse en la prehistoria de Queen: Doing all right y The night comes down. La primera empieza como una balada, suave y atmosférica -con énfasis en los efectos de eco para el piano, tocado aquí por May- que evoluciona hasta convertirse en un intenso hard-rock para finalmente retornar a la calma, una fórmula muy usada por la banda. Para la segunda, May compuso una misteriosa introducción de guitarras acústicas, eléctricas y bajos que tiene algo de música flamenca da paso a una acompasada canción de letra que convoca a la nostalgia ante la juventud perdida. Ambas -como la brillante Mad the swine, grabada en ese tiempo pero que no encontró lugar en el disco oficial y fue redescubierto recién en 1991- contienen finas armonías vocales, un recurso que Mercury, May y Taylor usarían de manera permanente en sus posteriores lanzamientos. En el caso de Doing all right, se trata de una de las canciones que el guitarrista había coescrito junto a Tim Stafell, cantante y bajista de Smile -como el blues See what a fool I’ve been, lado B original de Seven seas of Rhye-, la banda en la que estuvo con Taylor antes de que decidieran armar Queen. De hecho, existe una versión con Stafell en la voz, disponible aquí.

Queen II, lanzado casi un año después, mostró una vertiginosa evolución en el sonido del grupo, en comparación a Queen I. Si bien es cierto, como ya hemos visto, el debut no fue, ni por asomo, un disco de ideas musicales planas o de estilo único, la diversidad y el atrevimiento de su siguiente bloque de canciones se dispararon de una forma que muchos consideraron inesperada y hasta exagerada. Organizado a la manera de un disco conceptual (aunque claramente no lo es), el álbum presentó canciones suaves en un lado y fuertes en el otro -Side White (Lado A) y Side Black (Lado B) en la versión original en vinilo- con composiciones repartidas entre Brian May y Freddie Mercury, más una contribución de Roger Taylor -el bajista John Deacon tuvo que esperar hasta el tercer álbum, Sheer heart attack (también publicado en 1974), para colocar una composición suya, la electroacústica Misfire.

El lado “blanco” de Queen II se inicia con una marcha fúnebre de poco más de un minuto (Procession), una construcción de guitarras sobre guitarras, escrita y ejecutada por Brian May desde su icónica Red Special, acompañado por el paso rítmico del bombo de Taylor. Este misterioso comienzo da paso a Father to son, una especie de ¿balada? de intensos mensajes, potente instrumentación y cambios sorpresivos en espacios muy cortos. Este combo Procession/Father to son sirvió para abrir los conciertos de la banda en esa época, como quedó registrado en el álbum y DVD Live at The Rainbow ’74, editado en el año 2014. Luego siguen dos de las mejores canciones de este primer periodo de Queen.

White Queen (As it began) es una enigmática melodía en la que May, para su primera sección, utiliza una guitarra acústica antigua de marca Hallfredh -él la llamaba “Hairfred”- de tono juglaresco y medieval que, por momentos, suena como una sítara. Posteriormente, la Red Special toma absoluto protagonismo. El mismo sonido acústico aparece en Some day one day, en que el extraordinario guitarrista realiza solos intercalados que se superponen unos a otros hasta el final. Además, esta es la primera vez que Brian May funge de vocalista principal. Los fans de Soda Stereo recordarán la versión que grabaron Gustavo Cerati, Héctor “Zeta” Bossio y Charly Alberti para el CD Tributo a Queen: Los grandes del rock en español (1997) y que sería el último trabajo en estudio del trío argentino. The White Side cierra con la ultrarockera The loser in the end, compuesta y cantada por Roger Taylor, influenciada por la onda glam-rock de David Bowie y T-Rex.

¿Cómo definir el lado “negro” del álbum Queen II? Del lirismo vocal y pianístico de Nevermore al aquelarre de hard-rock y heavy metal de Ogre battle y The march of the Black Queen -un claro antecedente de Bohemian rhapsody-, pasando por ese collage de voces divertidas, y efectos circenses de The Fairy Feller’s Master-Stroke -título inspirado en un cuadro del pintor victoriano Richard Dadd (1817–1886), especialista en criaturas sobrenaturales, hadas y demás bichos mitológicos-, se trata de una exhibición de destreza y creatividad compositiva que, en su momento, fue vista como “pretensiosa”. Las líneas de bajo de John Deacon son precisas y contundentes, mientras que el frenético estilo de Brian May va lanzando latigazos por aquí y por allá, que dejan al oyente esperando siempre por más, ya sea en forma de riffs o de solos sorpresivos. Funny how love is es una optimista composición de Mercury que propone un contraste luminoso a los cuentos oscuros de ogros y criaturas extrañas de los minutos previos.

El caso de Seven seas of Rhye es curioso pues se trata de una de las primeras canciones que Freddie Mercury escribió, allá por 1969, cuando lideraba su primera banda, Wreckage. “Rhye” es un mundo ficticio creado por él, que vuelve a ser mencionado en otra de sus composiciones de este periodo, la breve Lily of the valley (Sheer heart attack, 1974). El tema apareció en ambos discos, primero en una corta y rudimentaria versión instrumental, cerrando el Queen I y, posteriormente, con letra completa y nuevos arreglos, al final del Queen II. Seven seas of Rhye es una de las dos canciones de esa época que la banda tocó hasta sus últimos conciertos de 1986 con Mercury al frente e inclusive figuraron en el setlist de The Rhapsody Tour (2017-2018), ya con el vocalista Adam Lambert. La otra es Keep yourself alive.

Queen I y Queen II -ambos grabados en los históricos Estudios Trident de Londres, bajo la producción de Roy Thomas Baker y el grupo- han permanecido durante décadas lejos del alcance del público masivo, acostumbrado a consumir siempre las mismas canciones de este importante grupo británico, uno de los más respetados de la edad dorada del rock. Solo para que se den una idea de cuán poco conocidas son estas canciones entre los oyentes convencionales de Queen: Bohemian rhapsody tiene, en Spotify, un total aproximado de 858,707 reproducciones diarias mientras que las veintitrés canciones que conforman estos dos primeros discos -once del primero + doce del segundo- suman, en conjunto, un total aproximado de 73,181 reproducciones diarias, doce veces menos. Si nunca los han escuchado, un detalle a tomar en cuenta: háganlo con audífonos para que consigan acercarse a la experiencia multicanal completa.

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Según información de la Sunass, 3.3 millones de peruanos no cuenta con servicio de agua potable y 6.4 millones no tiene servicio de alcantarillado. ¡Una barbaridad ciudadana!

No solo hay un impacto evidente de esta carencia en la salud, educación y medio ambiente, sino uno directo en la generación de condiciones vitales de peruanos sin ciudadanía, sin sentido de pertenencia al Estado y, por ende, materia prima dispuesta para que cosechen los radicales antisistema.

Según información oficial, “en los hogares que cuentan con el servicio de agua potable, los casos de diarrea se reducen en 10% y si además tienen instalaciones sanitarias la tasa disminuye en 20%. Estudios también han corroborado que el acceso al agua potable y alcantarillado acorta en 13% la desnutrición crónica infantil, porque contribuye a prevenir las enfermedades diarreicas agudas”.

En materia educativa, “en el ámbito rural sólo 3 de cada 100 personas recibe agua adecuadamente clorada. Se ha comprobado que, en este ámbito, al acceder a los servicios de saneamiento, un grupo de estudiantes mejoraron sus calificaciones, se enfermaron menos y no faltaron a clase”.

Todo este problema se debe, en gran medida, a que es el Estado el responsable de la cobertura de agua y alcantarillado. Fujimori entró en pánico cuando suspendió la ola de privatizaciones, que empezó a inicios de los 90, y dejó Sedapal y las empresas municipales en manos de los gobiernos central o locales responsables (y Petroperú campante).

Hoy, como era de esperarse, las empresas no tienen los capitales para invertir en obras que permitan aumentar los recursos y la consecuente cobertura, sobre todo a los mercados menos rentables (zonas populares y zonas rurales), que una empresa privada, con la debida regulación y supervisión (que no debería dejar de existir), sí podría brindar rápidamente.

Una deuda social inmensa se mantiene viva y lo grave es que inevitablemente conlleva efectos políticos como los señalados. Mientras la brecha de servicios básicos se mantenga (agua, salud, educación, infraestructura, etc.), no habrá ciudadanía activa y, en consecuencia, seguiremos siendo una democracia incompleta y fallida.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] El alcalde de la ciudad, Dominik Geissler, miembro del conservador partido demócrata cristiano, ha cancelado cualquier colaboración de la administración municipal con la Alianza Evangélica —de la cual forma parte la Comunidad Él Vive—, debido a sus posiciones sobre la homosexualidad, la identidad sexual y las terapias de conversión. «Mientras estas posiciones inaceptables persistan, la ciudad de Landau no colaborará con la Alianza Evangélica», señaló Geissler. El evento que gatilló esta decisión fue un festival techno en el Fórum Él Vive, que sirvió de ocasión para que los organizadores entregaran dinero a una organización transfóbica que atenta contra los valores del colectivo LGTBI.

La Comunidad Él Vive ha rechazado las imputaciones. Sin embargo, hay alguien que puede dar testimonio de esas posturas transfóbicas —que violan derechos humanos fundamentales— por la experiencia que tuvo con un pastor de la comunidad. Se trata de Kaycee Hesse, una activista trans de 23 años de edad, comprometida no sólo con las actividades del movimiento ecologista Fridays for Future sino también con Schlau, un proyecto de formación y antidiscriminación sobre identidades de género y orientaciones sexuales a nivel del estadio federado de Renania-Palatinado. En una entrevista publicada el 10 de junio de este año en el diario local “Die Rheinpfalz”, Kaycee cuenta su historia.

Durante su pubertad la pasó psíquicamente muy mal. Sufría bajo el desarrollo de su pubertad masculina y se sentía cada vez peor en su cuerpo, hasta que se determinó que era trans, una mujer nacida en el cuerpo equivocado. Pasaron dos años antes de que pudiera aceptar su realidad, años en los que tuvo que interrumpir su educación escolar debido a depresiones y malestares psíquicos.

Su madre, una mujer religiosa, quiso que Kaycee, al cumplir los 18 años, se confrontará con la fe y con Dios, en quien Kaycee ya no creía. Como participaba entonces de la Comunidad Él Vive, le pidió a Kaycee que asistiera a una reunión bíblica para escépticos. La reunión era dirigida por un pastor que es llamado “Elías”. Si bien la reunión le pareció correcta, Kaycee no obtuvo respuestas a sus inquietudes. Aún así, Elías la abordó después de la reunión. Kayceee tuvo la impresión de encontrarse ante una persona relativamente abierta, que pensaba por sí misma, que indagaba y con la cual se podía discutir muy bien. Elías la invitó a tomar un café para discutir un poco más, y Kaycee aceptó la invitación.

Durante los tres o cuatro encuentros que tuvo con Elías, Kaycee le habló de su escepticismo y de su historia como persona trans. Kaycee se encontraba al inicio de su transición y estaba buscando una terapia de hormonas, de la cual Elías buscó disuadirla, con la frase bíblica que a todas las personas trans les refriegan en los oídos: “Dios creó al hombre varón y mujer”. Dado que Dios es todopoderoso y no comete errores, es difícil encontrar su lugar como persona trans dentro de esta visión muy limitada del asunto. Al final —sobre todo en los últimos encuentros— la conversación se enrumbó en esa dirección: «¿Podrías conformarte con tu pene y vivir como hombre, si lo intentaras?» Así de abierta fue la pregunta que le formuló Elías.

Kaycee cree que Elías pretendía un fin pseudoterapéutico, más bien de carácter “misionero”. Se trataba del cumplimiento del “Plan de Dios”. La homosexualidad y la transexualidad no serían en sí nada malo, pero no debían hacerse públicos, dado que no formaban parte del Plan de Dios y no había justificación para su existencia. Elías aparentaba al principio ser abierto y curioso, pero todo iba en dirección de querer disuadirlo de su transexualidad, pues —según él— en un proceso de transición se practicaba una “violación” del cuerpo. Elías estaba convencido de que si Kaycee se decidía por la voluntad de Dios, se aceptaría como era entonces. Es decir, con pene.

En ese momento Kaycee ya había dejado atrás interiormente su salida del clóset y estaba decidida a seguir el camino de la transexualidad. Aún así era una carga que le restregaran el tema en los oídos, como si por el hecho de ser una persona trans no tuviera ya suficiente con sus luchas en los ámbitos médico y jurídico, y con el propio cuerpo. Dice que ella hubiera necesitado de un oído abierto, considerando el largo y penoso camino que tenía que recorrer. Hubiera necesitado apoyo en vez de tener que oír que todo estaba mal e iba contra la voluntad de Dios. Posteriormente se daría cuenta de que las conversaciones y determinadas preguntas de Elías sobrepasaban gravemente los límites de lo permitido. Sin tapujos de ninguna clase, Elía le preguntó si ya había tenido relaciones sexuales. Elías era del parecer de que Kaycee tenía que haber experimentado el sexo para poder tener una opinión. También le contó algo sobre sus propias experiencias sexuales, cosa que Kaycee no quería ni tenía por qué saber. También se habló sobre la infidelidad y el disfrute del deseo sexual como hombre. Elías concluyó a partir de los sentimientos de Kaycee, que ella estaba frustrada sexualmente. Si daba rienda suelta su deseo, volvería a ser varón.

Kaycee cree  que si hubiera escuchado los consejos de Elías, el camino que siguió le hubiera tomado más tiempo. Dice que antes de cumplir los 18 años había intentado ignorar su deseo de ser mujer, y cada vez le fue peor. No salía de su casa y cuando cumplió los 18 años ni siquiera se levantó de la cama. Si le hubiera hecho caso a Elías, habría caído otra vez en depresiones. Al respecto menciona que 45% de las personas trans que han cumplido 30 años tienen por lo menos un intento de suicidio tras de sí. Quizás también lo propuesto por Elías le habría obstaculizado el acceso a las alternativas médicas, debido a cambios irreversibles en su cuerpo durante la pubertad.

¿Y la madre de Kaycee? Ya no participa de la Comunidad Él Vive. Se enteró de todo, lo cual se sumó al hecho de que también se sentía insatisfecha con los servicios religiosos de la comunidad, a la cual veía dividida en dos: entre aquellos miembros que actuaban como personas normales y aquellos que asumían posturas conservadoras y extremistas de derecha que ella no consideraba justificables, y que eran contrarias a sus convicciones morales.

Cuenta Kaycee que Elías era muy querido como párroco, pero desde hace un par de años ya no está en la Comunidad Él Vive, la cual, si bien no es responsable de lo que haga cada uno de sus miembros, aunque diga que no tiene nada contra personas LGTBI, eso no sirve de nada cuando existen varios testimonios de personas que han tenido experiencias similares con ella. Kaycee ha conocido por lo menos cinco casos través del proyecto de formación Schlau y de contactos con el grupo “Queerulanten” —integrado por personas queer de escuelas superiores—, tratándose de personas que no quieren hablar en público sobre esto porque no quieren hacerse vulnerables y porque lo vivido ya ha sido suficientemente agobiante.

En conclusión, no basta con que una comunidad religiosa diga que no tiene nada en contra de los integrantes de minorías sexuales, si al interior de ella la realidad es otra. Los actos de discriminación siempre salen a la luz, y esos actos no sólo afectan a quienes han sido víctimas de ellos, sino también la imagen y reputación de la comunidad religiosa que los ha permitido. Y eso ya debería a saberlo también la Iglesia católica, una de las instituciones religiosas más homofóbicas y transfóbicas que existe, no obstante sus declaraciones en contrario.

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] A esta vertiente se suma ahora una novela compuesta de fragmentos narrativos (cosa que concede un lugar especial a la manera cómo opera la memoria) en la que su protagonista, una niña frágil y solitaria es sometida a presiones disciplinarias y sociales que, a la larga, le brindan un puntual conocimiento del mundo adulto, de los condicionamientos sociales que limitan su propia existencia y le dan la posibilidad no solo de ser autoconsciente, sino también de explorar lúcidamente su intimidad.

Agua, de Lucero de Vivanco, se instala pues en una escritura que supone para la narradora la experiencia de desarrollar la habilidad de comprender el mundo que la rodea, desde los secretos que toda familia calla hasta las sutiles formas en que la sociedad impone su hegemonía sobre los sujetos, especialmente en contextos en los que el género resulta problemático. La propia relación de la protagonista con su madre presenta estos rasgos: “Es que mi historia de intimidad con la munchi ha sido desafortunada. Siempre marcada, además, pro las advertencias de lo que yo “no” debía ser, en lo que “no” me podía convertir: no debo ser introvertida (…), no tengo que ser soberbia (…), nada de ser desobediente (…)” (p.77).

Por otro lado, desde el inicio de la narración, la presencia del padre es poderosa y acaso asfixiante. La protagonista practica la natación, bajo la estricta supervisión del padre, quien además se encarga de controlar el tiempo, una de las maneras en que ejerce poder. “Mi padre está parado en la tribuna de la piscina del Campo de Marte, a media altura. Tiene su cronómetro Omega en la mano, apoyado en la palma. El pulgar en el botón derecho, listo para iniciar la cuenta. Dos agujas y números en negro y rojo le permiten medir minutos, segundos y décimas con precisión suiza. Controla la velocidad con la que me desplazo de extremo a extremo en estilo libre, una y otra vez, ejercitándome para que mi técnica sea cada vez más eficaz” (p.13).

La memoria es el archivo en el que reposa lo más trascendente. O lo que conviene o se puede a duras penas recordar. O lo que, también a duras penas, se pueda callar. La memoria es una cicatriz y en esta narración el adagio no es una excepción: “No hay sutura definitiva para los labios de una herida. Es necesario limpiarla cada tanto tiempo, renovarle el vendaje, rociarla con ungüentos que limiten su expansión, que mitiguen su agravamiento. Blindarla contra las nuevas lesiones que llegan con otros ropajes” (157). En esa analogía, la memoria alcanza su mejor capacidad de conmover al lector y en relación con el sujeto, la descarnada revelación de su propio ser íntimo.

Lucero de Vivanco. Agua. Cocodrilo Ediciones. Lima, 2023.

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Una de las escasísimas reformas que se emprendieron durante el largo periodo de la transición democrática (2000-2016), fue la reforma universitaria, y dentro de ella la creación de la Sunedu, una entidad encargada de supervisar la calidad universitaria y exigir cualificación institucional a aquellas entidades que se habían acostumbrado a ser una fábrica de títulos bamba y carreras sin fundamento.

Por ejemplo, se necesitaba autorización expresa de la Sunedu para gestionar y aprobar la creación de facultades, maestrías y cursos de especialización. Con ello, se buscaba desterrar el engaño terrible a los alumnos que esforzadamente dedicaban su tiempo y su dinero a formarse, cuando, en verdad, no lo hacían y los papeles que obtenían no servían luego para nada en el mercado.

Pues bien, ahora, gracias a la labor punible y cómplice del Legislativo y el Ejecutivo, la Sunedu ha sido desmantelada y minimizada en su rol supervisor, cediendo a las presiones de los conglomerados universitarios. Baste decir que ahora se pueden crear facultades y programas de estudio, a sola cuenta de la universidad, solo informando, con posterioridad, a la Sunedu de ello, en un acto meramente administrativo.

Con el pacto aprobado entre el fujimorismo y el cerronismo, se ha permitido el retorno de los dinosaurios, como bien ha titulado un reciente editorial de La República. Los portavoces del antiguo statu quo, fábricas de dinero fácil, logradas en base al engaño de cientos de miles de estudiantes, han vuelto a sentar sus reales aposentos sobre la dignidad de los jóvenes universitarios.

Las consecuencias van a ser dramáticas. Pronto veremos el festival de títulos sin valor, años desperdiciados de jóvenes pagando matrículas para estudiar carreras sin sustento ni estándares mínimos de calidad, millones embolsicados por traficantes de esperanzas juveniles. En suma, capitalismo salvaje en un mercado que, como el educativo, que además confiere títulos a nombre de la nación, debería estar supervisado y regulado.

Y cuando eso ocurra, habrá que recordarle a Keiko Fujimori, de reciente reaparición, que difícilmente puede hablar de querer ser la representante de una derecha liberal y moderna, cuando sus mastines parlamentarios actúan por el contrario y lo vienen haciendo desde que en el gobierno de Kuczynski, se desembalsaron todos los instintos autoritarios soterrados de la opción ideológica que en verdad representa Fuerza Popular.

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[LA TANA ZURDA] Se ha ido uno más de las más grandes voces del Grupo Narración, de las voces del cincuenta y el sesenta que buscaban darles voz a aquellas personas que no la tenían. Junto con Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y Augusto Higa, Gálvez Ronceros configuró un movimiento innovador y reivindicador de la narrativa peruana, llevando el castellano a niveles de creatividad poco antes vistos.

A través de obras como Los ermitaños (1962), Monólogo desde las tinieblas (1975), Historias para reunir a los hombres (1988), Aventuras con el candor (1989), La casa apartada (2016) y Perro con poeta en la taberna (2018), Gálvez Ronceros supo dar vida a personajes del mundo popular peruano sin caer en el realismo puro y duro ni en la fantasiosa visión de quienes no conocen esa realidad.

Además, de escritor y gran catedrático sanmarquino, fue un excelente ilustrador cuyos dibujos aparecen y acompañan de una manera complementaria sus textos. Gálvez Ronceros logró retratar los nuevos grupos emergentes de una sociedad pluricultural y diversa.

Es así como yo conocí El Carmen y el Guayabo, con esos primeros referentes en los relatos del maestro don Antonio, para luego tener el gusto de encontrarlo en persona y ser testigo de la musicalidad y el optimismo que rezumaban por su voz y sus ojos cuando hablaba de las comunidades afrodescendientes, especialmente la de El Carmen, en Chincha.

A continuación comparto uno de los cuentos más populares y difundidos de la obra del magistral escritor. Este cuento lo analizamos recientemente con una promoción de estudiantes que identificaron no sólo un sociolecto, sino un ideolecto que rescato y comparto para que sea vista bajo una nueva luz:

“TRE CLASE DE SÓ”

Por el callejón del Guayabo venían de un sembrado de yucas dos negras encima de sus burras. Las burras caminaban medio agachadas del lomo porque debajo de la carga negra traían los serones reventando de yucas. Era el mediodía y el sol quemaba como candela. Como les habían cobrado un sol por cada planta de yuca, una de las negras empezó a quejarse:

—Cómo etán lo tiempo… ¡A só cada planta e yuca!

Y mirando el cielo agregó:

—Y con ete só.

Como en ese instante su burra se desvió del camino, demandó colérica:

—¡Só, borica!

Enderezó al animal y prosiguió la marcha.

La otra anduvo largo trecho pensativa. Al cabo habló en tono de sentencia:

—En eta vida hay tre clase de só: só de prata, só de cielo y só de borica.

(En Monólogo desde las tinieblas, 1975).

A través de este microrrelato podemos ver toda una cosmovisión que compartía don Antonio, la vida del afrodescendiente peruano, con personajes populares y familiares del mundo rural costeño y su sabiduría espontánea. Muchos de ellos se ven frecuentemente representando papeles protagónicos; la mayoría de ellos llenos de humor y viendo siempre la vida con una visión optimista, así sepan que el resultado final será diferente a lo esperado. La ambigüedad de la existencia mediante analogías que suceden en el diario vivir es el meollo de la narrativa de Gálvez Ronceros al identificar en la comunidad afroperuana una cosmovisión que expresa su experiencia de vida para no solo decirla, sino para ponerla en acción. Desde el lenguaje, don Antonio rescata y reivindica a una gran parte importante de nuestra cultura afroperuana.

Como mi suegro don Amador Ballumbrosio, Gálvez Ronceros también gustaba de la tutuma, la cual pude compartir con él cuando lo conocí con mi esposo Meno en El Carmen. Su manera de hablar, su complicidad de palabra, su humor y su picardía fueron algunos de los rasgos más admirables de este gran escritor. Hincha del Muni como muchos chinchanos de esa generación, gracias por lo compartido y lo bailado, maestrazo.

Su voz se hará extrañar, su don de gentes y su generosidad. Nos vamos quedando más solos.

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La combinación de una situación política que empieza a alterarse a causa de la distancia paulatina que la derecha está anteponiendo respecto del gobierno (habiendo sido las declaraciones de Keiko Fujimori las más impactantes al respecto) y la débil reacción de los indicadores macroeconómicos (todos los especialistas han reducido sus expectativas de crecimiento para este año), puede poner en riesgo la confiada declaración de la presidenta en el sentido de que su mandato culminará el 2026, “ni un día antes ni un día después”.

Eventual crisis política y mayor empobrecimiento de las clases medias (“el desempeño de la actividad económica obligaría no solo a revisar las cifras de junio, sino también las proyecciones para el segundo trimestre. El PBI crecería 1.3%, lejos de la previsión de 2% de marzo, de acuerdo con el Focus Economics Consensus Forecast de junio. Y, para el 2023, los analistas estiman un crecimiento de 1.9%”, señala Semana Económica), son el telón de fondo propicio para que cualquier gobierno democrático se tambalee. Y si tomamos en consideración que, en el caso peruano, el Ejecutivo carece de bases parlamentarias, sufre una tremenda desaprobación, los conflictos sociales están a flor de piel y la desconfianza es generalizada, podemos vislumbrar que el camino político de acá a tres años no está necesariamente allanado.

Dina Boluarte tiene que andar con pies de plomo a la hora de arriesgar políticamente o dar declaraciones presuntuosas, pero ser muy ágil y dinámica en cuanto a la administración de la cosa pública. Y bueno, pues, parece que lo está haciendo al revés. Comete groseros dislates verbales y políticos y, a la vez, víctima de lo que hemos considerado su vizcarrización, ha plantado al Estado, salvo en los sectores en los que la calidad particular de los titulares de los pliegos ministeriales rompe con la inercia a la que el Ejecutivo parece encadenado.

No hay forma de que de persistir ese talante, el gobierno no esté libre de un zamaquón callejero o parlamentario que se lo lleve de encuentro. La política peruana es imprevisible, pero sí se puede prever que un gobierno mediocre tiene pocas posibilidades de durar.

La del estribo: notable la puesta en escena de Nací para quererte, el musical, producido por Denisse Dibós, codirigido por Juan Pablo Lostaunau y Tommy Párraga, con la dramaturgia de Mateo Chiarella, y un gran elenco de actores y actrices, además de bailarines, entre los que destacan Paul Martin, el querido Hugo Salazar, Sandra Muente, etc. Va en el Teatro Municipal y solo quedan cuatro funciones, desde hoy hasta el domingo. Entradas en Teleticket.

 

 

 

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[AGENDA PAÍS] Hace poco, en una amena reunión social, uno de los asistentes recibió unos documentos relacionados con una infracción de tránsito en la Panamericana Sur.

Habiendo ya pasado varios procesos, sin respuesta a las autoridades ni pago de la multa por exceso de velocidad (el vehículo iba a más de 130 km/h cuando el límite era de 100 km/h), el caso había pasado a ejecución coactiva. Pequeño problemita.

La primera reacción fue de rebeldía, casi de ofensa, un cachetadón a nuestro bolsillo y a nuestra dignidad de intrépidos pilotos. Luego siguieron las sugerencias, como la del “no pagues que no pasa nada”, comentario que empezaba a generar entusiasmo el cual fue complementado por un comentario adicional de que en 4 años las multas prescribirían.

Luego de ver la foto adjunta al documento, donde se reconoce al vehículo y a un sonriente conductor, las siguientes reacciones fueron de una rebeldía distinta, que la velocidad permitida es muy baja (con lo cual coincido), que debería de haber una tolerancia (bueno de 100 km/h a 130 km/h difícil pero un 5% podría ser) o incluso alguien se animó a decir que recién pagaría una multa a partir de los 150 km/h.

Me atreví entonces a hacer un comentario nada inocente y quizá, poco pertinente para la ocasión. Aunque coincidía con algunos de los argumentos expuestos, argumenté que, si queremos construir de verdad una nación con valores deberíamos respetar la ley nos guste o no. La otra opción es buscar los mecanismos para poder proponer modificaciones, así se adaptan las leyes en beneficio de la sociedad y no solamente de unos pocos.

El cargamontón fue fenomenal, mi posición era ampliamente minoritaria. Felizmente nos conocemos hace tiempo, saben que me gusta provocar con el objetivo de buscar una reflexión, fuera del bosque, ya que lamentablemente nos hemos acostumbrado en el Perú a hacer lo que nos da la gana.

La ley de la selva en la cual vivimos no nos permite salir del subdesarrollo social que sigue generando brechas enormes, incentiva la informalidad y la corrupción a todo nivel, y agrega fuego al sentimiento de injusticia social que puede generar mayores desbordes violentos de los que ya hemos tenido.

Actuemos con el ejemplo. No porque muchos no cumplen la ley tenemos que actuar igual.

Es tarea de todos, pero principalmente de nuestras autoridades públicas, el implementar de una vez el curso de educación cívica y ser implacables con la corrupción, para que se escuchen las demandas de la ciudadanía y se sigan las recomendaciones de la OCDE para hacer políticas públicas que generen bienestar.

Pero nosotros, los ciudadanos de a pie, tenemos también el deber de colaborar activamente en una visión de país con valores y no ponernos al margen, en el mundo de la indiferencia y de la amoralidad.

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Dos grandes desafíos geopolíticos tiene que resolver la Cancillería en el corto y mediano plazo. Hasta el momento, la canciller Ana Gervasi se viene manejando con solvencia y profesionalismo y digitando correctamente ambos ejes de acción, pero es preciso trazar un derrotero que luego sigan los eventuales futuros ministros de Relaciones Exteriores y también los próximos gobiernos.

Uno de ellos, el de corto plazo, es el desafío que plantea la hostilidad manifiesta de los gobiernos de México y Colombia, socios de la Alianza del Pacífico, cuyos mandatarios, Manuel López Obrador y Gustavo Petro, se niegan a reconocer la legitimidad constitucional de Dina Boluarte e insisten en la ilusión de que Pedro Castillo regrese al poder, soslayando el rol corrupto, mediocre y golpista del correctamente encarcelado exmandatario.

Frente a ello, prudencia, mantenimiento de las relaciones comerciales y gestos diplomáticos de protesta reiterados, es lo que corresponde. Como López Obrador y Petro responden a una lógica ideologizada, no van a entrar en razón, pero el Perú debe actuar en función de sus propios intereses sin esperar que reconvengan dos gobernantes insensatos.

A mediano plazo es que se juega la alta diplomacia, y corresponde al lugar que debe ocupar el Perú frente al choque de dos potencias globales como los Estados Unidos y China, ambos con intereses económicos y geopolíticos en América Latina y con mayor agresividad la potencia oriental (aunque ya con mañas punibles como las que acaba de denunciar la ministra de Transportes).

¿Nos toca alinearnos con una de ellas? Todo parece indicar que el Perú debe jugar a mantener una prudente distancia respecto de un conflicto del que no somos parte y frente al que nos conviene guardar la mayor neutralidad posible (tanto los Estados Unidos como China son nuestros principales socios comerciales). Hay mayor cercanía geopolítica con Washington que con Beijing, pero la ascendente potencia económica de China debe llevarnos a una mirada pragmática y centrada en los intereses de Estado del país.

Se espera que el profesionalismo institucional de nuestra Cancillería, probado en reiteradas ocasiones (acuerdo de paz con Ecuador, tratados de libre comercio, fallo de La Haya con Chile, etc.), se mantenga y sepamos dar los pasos pertinentes en función de los intereses nacionales y no de los gobiernos, siempre pasajeros.

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