Opinión

Compraba algo para el desayuno y la bodega tenía la televisión encendida. El noticiero emitía un reportaje sobre Mayra Couto y sus recientes declaraciones acerca de la necesidad de educar con igualdad en las escuelas. Mientras pedía el pan, escuché que el presentador señaló: “Muy mal, Mayra”; y la vendedora, al tiempo que me entregaba la bolsa, me dijo buscando complicidad: “Esa Mayra está loca”.

 

Hace unas semanas, el Poder Ejecutivo presentó ante el Congreso el proyecto de ley sobre la organización y funciones del Ministerio de Educación. Dicho proyecto, que en teoría tenía como objetivo modernizar el sector educativo, omitió expresamente los enfoques de género y de derechos humanos. Frente a esta perniciosa modificación, se manifestaron diversos colectivos, grupos feministas, activistas y personas individuales de la sociedad civil (véase la «Carta por una educación con enfoque de género»).

 

La actriz Maya Couto también se pronunció al respecto y publicó en sus redes sociales un mensaje sobre el tema. En el video difundido, Couto señala lo siguiente:

 

“El colegio es el primer lugar donde somos seres sociales. Y es por eso que es vital que en estos espacios se aprenda con amor a respetar las diferencias, a respetar a los niños, las niñas y les niñes. Es por eso que es importante que la ley de organización y función del Ministerio de Educación aplique explícitamente el enfoque de género y los derechos humanos”.

 

Sus declaraciones desataron ataques, burlas y expresiones violentas de numerosos usuarios de redes sociales e incluso de periodistas locales. Fue llamada “retresede mentel” en un programa televisivo y tildada de “tarada” en reiteradas ocasiones en un artículo en el que también se sugirió que era bruta e histérica.

 

El Perú es un país en que los índices de abuso sexual infantil en hogares y aulas son elevados y en que a diario desaparecen niñas y se asesinan y golpean mujeres. Es un país en que los estereotipos que aprendemos en la escuela atraviesan las formas de relacionarnos en nuestra vida adulta. En este contexto, cabe preguntarse por qué Mayra Couto fue humillada por medios de comunicación y en las redes sociales de esa manera tan grosera y violenta. ¿Qué fue lo terrible de sus palabras?

 

A finales del siglo XIX dos distinguidas escritoras peruanas, con las que la historia y la literatura nacional tienen una enorme deuda, propusieron que la educación fuera laica. Ambas, además, expresaron ideas a favor de la emancipación de la mujer, asumieron públicamente posiciones políticas de avanzada y revalorizaron la cultura indígena.  Me refiero a Clorinda Matto de Turner y a Mercedes Cabello de Carbonera, conocidas como las ilustradas, mentes brillantes, pero incomprendidas y, muchas veces, marginadas, atacadas e insultadas por sus contemporáneos.

 

En El Chispazo, semanario de sátira limeño, el periodista y escritor Juan de Arona (seudónimo de Pedro Manuel Nicolás Paz Soldán y Unanue) usó sus columnas para castigar la insolencia y osadía de esas dos mujeres que se atrevieron a expresar sus ideas en la esfera pública. Después de la publicación de Aves sin nido, a Clorinda Matto, Juan de Arona la llamó «marimacho», «opa», «vieja jamona», bruta y alcohólica. También hizo alusión a su origen andino y la calificó como “tea Clorenda”. A Mercedes Cabello, luego de que ella obtuviera el concurso internacional del Ateneo de Lima, con su novela Sacrificio y recompensa, la apodó como «Miercedes Caballo de Cabrón-era».

 

La antropóloga Marcela Lagarde habla del «mandato de género» para referirse a los roles que cultural e históricamente se han asignado a mujeres y hombres en la sociedad. Mientras el liderazgo y el protagonismo público están asociados a lo masculino; la sumisión y lo doméstico, a lo femenino. La trasgresión de estas normas, dice Lagarde, es objeto de castigo.

 

En un extremo están los castigos al cuerpo como son los feminicidios, la violencia sexual y doméstica, así como las constantes justificaciones que culpan a las mujeres de esas violencias. En otro, los castigos a las mujeres que reclaman un espacio en el mundo; en las letras, la política, la educación y la esfera pública. Con estas mujeres trasgresoras, ya no se argumenta ni se debate, simplemente se las tilda de locas, histéricas y brutas.

 

De este castigo no se libraron las escritoras mencionadas. Los intentos por silenciarlas fueron extremadamente violentos. Clorinda Matto de Turner fue perseguida y obligada a exiliarse. Ejemplares de Aves sin nido y El Perú Ilustrado, en donde ejercía la jefatura de redacción, fueron quemados en actos públicos. Mercedes Cabello de Carbonera falleció encerrada en un manicomio en el silencio y el olvido.

 

Más de un siglo después, el mandato patriarcal sigue condenando y hostigando a las mujeres.  Los insultos a Mayra Couto son la estrategia para que no se atreva a levantar la voz nunca más. De lo dicho por ella, solo se ha recogido su uso del lenguaje inclusivo para denostarla. Sin embargo, con este lenguaje, Couto está reconociendo la identidad de los niños trans, cuya existencia es una realidad mundial. Medios de comunicación instalan masivamente la opinión de que está “loca” y, sin embargo, si analizamos sus palabras, lo señalado por ella es totalmente coherente, urgente y necesario.

 

Una educación con enfoque de igualdad de género es indispensable para combatir los estereotipos sobre la mujer, el machismo y para erradicar la violencia contra las mujeres. Instituirla en las escuelas es fundamental, porque promueve el respeto a las diferencias, contribuye a reflexionar sobre las prácticas sexistas y discriminadoras que ubican a las mujeres en una posición inferior frente a los hombres.

 

Queremos más Clorindas, Mercedes y Mayras, menos Juan de Aronas y machos abusivos en los medios de comunicación y las redes sociales.

Si Luis Bedoya Reyes hubiese ganado las elecciones de 1980 o 1985, el país hubiera sido otro, sin duda. Nos habríamos evitado el desastre del segundo belaundismo y el apocalipsis del primer alanismo. La infame y horripilante década de los 80 no habría sido tan desgraciada si llegaba al poder alguien que hubiera emprendido algunas reformas económicas urgentes ya en esa época y que recién el país pudo ver plasmadas en los 90.

Pero la suerte electoral no le sonrió. En 1980, Belaunde obtuvo el 44.93% de la votación, Armando Villanueva el 27.24% y el Tucán apenas el 9.58%. En el 85, ya luego del desgaste de haber sido cogobierno con Belaunde, Bedoya tambien salió malparado. Un fulgurante Alan García obtuvo el 53.1%, Alfonso Barrantes 24.69% y Bedoya tan solo el 11.89%. Nunca más volvió a postular a la Presidencia.

Bedoya no era estrictamente hablando un liberal. Era confeso socialcristiano. Creía que el Estado debía tener una participación en el manejo económico. Era más un proempresa que un promercado. Y cometió el grave error de llenar a su partido de abogados lobistas, más interesados en obtener poder político para favorecer a sus clientes ocultos, que en desplegar políticas públicas liberales (esa tara le ha durado al PPC hasta hace muy poco).

Recuerdo mucho algunas tertulias organizadas por don Arturo Salazar Larraín en su domicilio, a inicios de los 80, a las que invitaba a los jóvenes periodistas de La Prensa a departir con el líder pepecista. Nunca me quedó claro si lo que quería don Arturo era que convenciéramos a Bedoya de las bondades del liberalismo o, si, al revés, buscaba que el exalcalde limeño nos reconviniera de nuestro radicalismo liberal. Lo cierto es que el Tucán aguantaba a pie firme todas las insolencias posibles y no perdía nunca el buen talante. Mi recuerdo es el de un demócrata por encima de cualquier contingencia.

No fueron sus extraordinarias gestiones al mando de la Municipalidad de Lima, lo que mejor hizo en términos políticos. Su rol en la Constituyente del 78, que dio pie a la Carta Magna del 79, encumbrando a Víctor Raúl Haya de la Torre a la presidencia de la misma y evitando así que la izquierda se metiera por los palos, fue un acto político de primer orden.

Luego tuvo una fructífera labor en la conformación del Fredemo. Fue un proyecto electoralmente fallido, pero que dejó mucha huella ideológica en el país y ello se debió en gran medida al talante componedor de Bedoya, que supo compensar las arbitrariedades señoriales de Belaunde, que tan bien ha consignado Mario Vargas Llosa en El pez en el agua.

Se ha ido un gran político, que mereció mayor reconocimiento cívico y éxito electoral. Un político de una estirpe que tardará muchos años en reaparecer en el Perú.

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1985, Elecciones, Luis Bedoya Reyes

Una de las líneas temáticas más importantes de la narrativa colombiana contemporánea tiene que ver estrechamente con la representación, desde diversas aristas, de la violencia y sus efectos en la sociedad de dicho país. Una constatación empírica nos dice, además, que no hay una sino varias violencias: la de las guerrillas, la de los narcos, la del bogotazo y, ciertamente, la violencia de género.

 

En la tradición más reciente pueden encontrarse ya textos emblemáticos, como La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo; Rosario Tijeras (1999), de Jorge Franco; Delirio (2004), de Laura Restrepo; Los ejércitos (2007) de Evelio Rosero o esa gran novela que es La forma de las ruinas (2015), de Juan Gabriel Vásquez, por mencionar algunos textos que son ya referencia en este tema.

 

Si bien Pilar Quintana (Cali, 1972) se suma a la tradición colombiana de la violencia, es preciso mencionar también que ella forma parte de un nutrido grupo de escritoras latinoamericanas, entre ellas las argentinas Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, que han construido un mundo narrativo en el que lo excéntrico, lo fantástico, la locura, el horror y la percepción alterada de la realidad constituyen un poderoso núcleo temático, sin olvidar las connotaciones que se pueden establecer con la experiencia histórica latinoamericana.

 

Quintana, ha sido recientemente galardonada con el Premio Alfaguara de Novela por Los abismos, que debería estar muy pronto en librerías y es autora de otras cuatro novelas: Cosquillas en la lengua (2003), Coleccionistas de polvos raros (2007), Conspiración iguana (2009) y La perra (2017).

 

En días pasados, la editorial arequipeña La Travesía presentó una impecable edición de Caperucita se come al lobo, reunión de ocho relatos de Quintana, un cuentario que sirve de síntesis de las preocupaciones de su mundo narrativo: la exploración de los aspectos más sórdidos de la vida cotidiana (entre ellos, naturalmente, la violencia) y el erotismo abierto y sin tapujos, siempre en el marco de un humor ácido, de una ironía sin concesiones.

 

Ya desde el título, el volumen invita a la inversión de paradigmas, al cuestionamiento de ciertos órdenes consagrados en el imaginario de nuestras sociedades. El cuento que da título al volumen, muestra claramente esa inversión: la joven personaje de este relato tiene una total autonomía de su sexualidad y la ejerce con independencia absoluta, de ahí que ella “se coma al lobo” y abandone el lugar pasivo asignado por el clásico cuento maravilloso. Léase lo que tenga de alegoría y de reclamo a nuestra actualidad, que esa es la manera.

 

Otro cuento presente en este volumen es “El hueco”, en mi opinión el más logrado de todos, no solo por su manejo de la tensión narrativa sino además por la manera descarnada en que la autora describe el sadismo y la bárbara ferocidad con que el narco castiga la deslealtad. A propósito, cualquier parecido con la Hacienda Nápoles y los modales de verdugo de Pablo Escobar, no son mera coincidencia.

 

El lugar de enunciación de estos relatos es sin duda anti hegemónico y todos ellos, de una u otra forma, invitan a un examen crítico de las convenciones aceptadas, de la “normalidad” patriarcal y someten a prueba la pacatería moral. Cuentos que ponen al lector frente a experiencias intensas, dolores inenarrables y vivencias sórdidas. Excúsenme, lectores, de adelantar más argumentos. Solo abran Caperucita se come al lobo, sumérjanse y lean.

 

Era previsible que su ascenso repentino en las encuestas terminase por marear a Rafael López Aliaga. A la legua se le ve que es una persona inestable, voluble y a la que se le sale la cadena a la primera de bastos.

Tremendamente agresivo e intolerante con periodistas, sin importar si son de casas televisivas que son sus hinchas, gestos políticos altisonantes y frases desafortunadas resumen muy bien su último itinerario político.

Lo que parece va a ser un parteaguas en este romance disfuncional que un sector poco ilustrado de la élite AB del país le venía prodigando ha sido este pacto con el Frente Patriótico que comanda Virgilio Acuña, y que no oculta su antaurismo y ha hecho de la libertad del etnocacerista su objetivo mayor.

¿Qué lo pudo haber llevado a cometer ese grave error, que no se va a lograr disimular con desmentidos pueriles a través de notas de prensa? Quizás su vocación miliciana, propia del Opus Dei, orden religiosa ultraconservadora a la que se adscribe, lo llevo a dejarse seducir por los uniformados radicales de la izquierda antaurista. Quizás el mismo espíritu protofascista lo terminó de encandilar. Vaya uno a saber. Tarea de especialistas.

Lo cierto es que nos revela un rostro político más que cuestionable y una personalidad y carácter poco propicios para conducir los destinos del país. A consecuencia de ello, todo permitiría especular que su crecimiento se va a detener y que su votación explosiva será solo efímera y terminará por recalar a predios menos disparatados.

En la derecha, se sobrellevan dos campañas paralelas a la de Renovación Popular, que son las de Keiko Fujimori y Hernando de Soto, que al costado de la de López Aliaga parecen campañas británicas. El juego de ambos es más racional. Keiko apuesta a un crecimiento lento pero sostenido (que puede dar un salto con el trasvase de los lopezaliaguistas desencantados), y De Soto parece haber colocado todas las balas en el último mes de la campaña, suponemos que con mejores resultados que aquellos que se mostraban con una campaña opaca y silente.

Esperemos que así sea. La derecha del país merece una mejor representación que la de alguien como Rafael López Aliaga, el summum de la derecha bruta y achorada, autoritaria en lo político, mercantilista en lo económico y ultraconservadora en lo moral.

Ojalá sus crasos dislates le pasen factura. Si su rush hubiese sido a dos semanas de la elección, quizás era inquilino fijo en la segunda vuelta. No habría dado tiempo para calibrarlo. Felizmente creció faltando un mes y ese impulso anímico lo ha terminado de mostrar en su horrorosa desnudez.

 

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Rafael Lopez Aliaga, Renovación popular

Hasta antes de su exclusión por parte del Jurado Nacional de Elecciones de la contienda del 2016, Julio Guzmán llegó a tener 18% de intención de voto, y César Acuña 13%. Ambos se asomaban como eventuales contendores de la segunda vuelta electoral. ¿Qué ha pasado para que ahora muestren escuálidos resultados? Según la última encuesta de Ipsos, el líder morado tiene apenas 3.1% y el candidato de Alianza para el Progreso 2.6%.

Julio Guzmán: su incidente flamígero, definido como prueba de carácter, le ha jugado una muy mala pasada. Ha destruido su capital político y ello ya se vió en la última elección congresal de enero del año pasado, donde afectó a una buena lista parlamentaria. Guzmán no ha sabido reaccionar. Creyó que guardando silencio y perfil bajo iba a lograr que el incidente se olvidase. Inició así una campaña edulcorada, sin mayor filo, en medio de una situación en la cual la ciudadanía pide confrontación y radicalidad. Recién en la última semana ha empezado a mostrarse beligerante y agresivo. Puede ser demasiado tarde, pero también le puede resultar. Está al borde de la eliminación. Si no muestra crecimiento en la siguiente encuesta, ya casi podría ser descartado en esta contienda, aun a sabiendas de que en el Perú una semana es una eternidad.

César Acuña: se traumó por el escándalo de las denuncias por plagio de la campaña anterior. Se dedicó cinco años a limpiar su imagen y quizás pensó que toda la contienda actual iba a estar destinada a ese tema por parte de sus adversarios. Y resulta que no ha sido así. Por lo mismo, se quedó pasmado los primeros meses sin desplegar una estrategia correcta de campaña y huyendo de los medios de comunicación, temeroso de que su pobre elocuencia lo único que hiciese fuera aumentar la campaña de memes ridiculizantes que lo han agarrado de punto. Al final, ha sabido encontrar un filón productivo, como es el del empresario exitoso que surgió de la pobreza, que además reivindica su hablar como propio del pueblo. Tiene una marca potente, sobre todo en el norte del país. Quizás tiene un voto escondido por esa razón.

Ninguno de los dos está descartado. Dada la poca intención de voto de todos los candidatos, basta crecer cinco o seis puntos -lo que es perfectamente factible- para volverse a colocar en el partidor. Esta elección se va a definir faltando días u horas. Nadie está fuera aún. Por lo menos, no lo están los dos mencionados, los excluidos del 2016.

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César Acuña, JNE, Julio Guzmán

Es tiempo de visibilizar aquellas candidaturas que aprovechando un contexto de dolor traen consigo propuestas, personajes y una ideología de odio revestida de “superioridad moral” que amenaza con hacer daño, poniendo la palabra de “Dios” como justificación para retroceder décadas en materia de derechos de las mujeres e igualdad y profundizar un modelo económico deshumanizante que – en gran parte- es responsable del drama que se vive.

 

Concretamente me refiero a Rafael López Aliaga y su entorno plagado de personajes peligrosos, fanáticos y fundamentalistas, con pensamientos trasnochados y discriminatorios. No sólo su candidata a la Vicepresidencia Neldy Mendoza (que renuncia fuera de tiempo), sino además una de sus candidatas al congreso, la señora Milagros Aguayo; cada una de forma diferenciada ha señalado que las mujeres somos seres sin derechos, sancionando moralmente el uso de anticonceptivos, afianzando roles tradicionales de género e incluso una de ellas se ha atrevido a afirmar que somos menos inteligentes que los hombres por lo que no debemos cuestionar su autoridad.

 

En pleno siglo XXI estas dignas representantes del patriarcado nos devuelven a la edad media. Son ellas las guardianas del orden de género, ese que debe mantenerse para que el mundo de privilegios masculinos siga funcionando.

 

Pero acaso ¿son sólo ellas o es toda una organización política ideologizada y con propuestas peligrosas para las mujeres, empezando por su líder? El partido Renovación Popular trae consigo el pañuelo y color celeste, utilizado muchas veces por representantes de “Con mis hijos no te metas” en oposición al pañuelo verde de las feministas que defienden el derecho a decidir por años. Pero, además, el candidato, muy al estilo de los antiderechos ha tenido afirmaciones falsas sobre los contenidos de las guías de educación, señalando que estas quieren “homosexualizar a los niños.” Cuestión que es claramente errada y tendenciosa, pero que además pone en evidencia un trasfondo homofóbico.

 

De otro lado, las propuestas de este partido en materia de derechos de las mujeres son mínimas y nada ubicadas en la realidad. Primero, propone la reducción de Ministerios, lo que indicaría una intencionalidad de eliminar el Ministerio de la Mujer, así como una propuesta basadas en la meritrocaria, lo que desconoce por completo las desigualdades preexistentes y que hoy más que nunca son evidentes. Nada en relación a la violencia que mata y viola todos los días a las mujeres y niñas, ni a la educación, justicia o salud. Ver propuestas aquí: https://bit.ly/3dlrRIq

 

Este candidato al que no le importan las mujeres, las niñas ni las personas LGBTIQ+, ni ninguna población vulnerable; difunde un discurso peligroso y estratégico. Muchos/as han afirmado que, si Lopez Aliaga señala que se flagela para estar más cerca a Dios, si difunde que practica el celibato y afirma sin problema que si ve un “mujeron” piensa en la Virgen María, porque está enomorado de ella, es parte de su vida privada y no debe importarnos. Pienso todo lo contrario. Estas afirmaciones bastante desequilibradas, son parte de una estrategia para situarse desde una “superioridad moral”, construirse como un santo, una persona por encima de lo terrenal que guiará los destinos del país. No es su vida privada, es un mensaje de un candidato a la presidencia, por lo tanto, ni simple ni inocente. Hay una ruta trazada.

 

Sumado a todo ello, en los últimos días se han publicado evidencias de deudas con la SUNAT. Es decir, el candidato de la “moralidad” no estaría pagando sus impuestos, pero además en una reciente entrevista dejó claro que incurre en “pitufeo”, aunque luego intentó desdecirse con un descaro consternante, burlándose así de la justicia.

 

Lopez Aliaga no es un mal candidato, es el peor candidato que he visto en mucho tiempo, trae una propuesta peligrosa, quiere afianzar un modelo económico para enriquece a los que más tienen y empobrecer a la mayoría, es ultraconservador, fundamentalista, misógino, machista, antiderechos, fanático religioso y que ha decidido que colocarse como “superior moral” es un buen disfraz.

 

El Bolsonaro peruano al parecer odia a las mujeres, no defiende ninguno de nuestros derechos; por el contrario, afianza el sistema de dominación que nos ha relegado por siglos. Un posible presidente con este perfil fascista generaría retrocesos inimaginables, mayor violencia, discriminación, pobreza, desigualdad y corrupción. Un representante así jamás defenderá derechos básicos como la salud, la educación, el empleo digno, eso es lo que tenemos que entender, si se opone a la igualdad se opone a todo lo bueno en el mundo.

 

Bloquear su avance es una obligación ética con los derechos de las mujeres, con la igualdad, con la democracia y con el sentido común.

 

Solo basta un costurero y alguien que promocione el traje.

O una encuestadora y una portada. Trabajar en pared. Nada más.

 

Hace 5 años, entrevisté a Alfredo Torres, presidente de Ipsos, la encuestadora que innovó en cuarentena con encuestas por WhatsApp entre sus vecinos, yendo, incluso, contra sus propios principios de investigación. Alguna vez el director de Estudios de Opinión de Ipsos, Guillermo Loli, me explicó que para que una muestra sea válida, tiene que ser probabilística, tiene que ser aleatoria: «Yo no puedo seleccionar solamente a una zona porque ahí me interesa ir porque ahí están mis amigos», con ese argumento, Loli intentó convencerme de que Ipsos realizaba sus estudios sin sesgos y que, por eso, sus resultados eran fiel reflejo a la realidad. Lógico, así debería ser, pero los whatsappazos de Alfredo finalmente desdibujaron toda esa teoría idealista que me pintó Loli porque ¿a quién tienes agendado en el WhatsApp?: a tus amigos, a tus vecinos, a un grupo que no representa al Perú sino a tu mundo personal.

 

En la entrevista con Torres, justo después de que conociéramos los resultados oficiales de la primera vuelta presidencial del 2016, en la que resultaron contrincantes Keiko y PPK, le pregunté cómo influyeron las encuestas en el elector hasta ese momento. Alan, Acuña, Toledo, Popy, Ántero, Urresti, Reggiardo, Nano, Hilario, Gregorio, casi todos los derrotados en las urnas se habían quedado con el sinsabor de que las encuestas les jugaron en contra porque —claro— figurar en la cola del catálogo o en el club de los «otros» indujo al elector a usar el famoso «voto útil»; o sea a elegir a última hora entre los que sí tienen posibilidades de ganar según los resultados de las encuestadoras, por supuesto. Este comportamiento de sumisión del público ante «la opinión dominante» no es particular de los peruanos, está sustentado en un estudio de la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann publicado en 1977 al que ella denominó «La espiral del silencio». Esta teoría estudiada hasta hoy en las escuelas de periodismo reconoce que la tendencia de la gente, efectivamente, es enmudecer si detecta que sus opiniones forman parte de las minorías. En resumen, el comportamiento del público está influido por la opinión dominante. ¿Y cuál es la opinión dominante? Artificialmente la que aparece en las portadas de los periódicos. Un control social.

 

Con Torres, no hablé de la espiral del silencio, pero su respuesta a mi pregunta me convenció de que conoce bien la teoría y el comportamiento sumiso del público.

 

—¿Cómo influyeron las encuestas en el elector?

— Si quedan tres candidatos con opción [de ganar] y alguien tiene preferencia por el candidato que está sétimo, lo más razonable es votar por alguno que pueda pasar a la segunda vuelta, esa es una decisión que las encuestas ayudan a tomar —afirmó Alfredo Torres aquél día de abril del 2016.

 

Hoy, según la gran prensa: encuestas + portadas, la opinión dominante es que George Forsyth, el alcalde distrital inconcluso, es el segundo favorito de los peruanos, sí, el arquero que tiene el fetiche de eructar en la cara a las mujeres, como lo ha denunciado públicamente su propia esposa y víctima. Ella se apartó de él apenas 8 meses después de su boda, pero no sin antes contar a los medios que los maltratos comenzaron en el día cinco de su matrimonio, cinco días después de que todo el Perú observara por televisión el casamiento infeliz. ¡Ah!, no puedo dejar de mencionar el detalle de todo esto, el especial detalle que me hace pensar que probablemente Forsyth usó a una mujer para ganar popularidad electoral llevándola falsamente al altar: el matrimonio, televisado, se realizó en medio de la campaña municipal, 20 días antes de la elección de Forsyth como alcalde de La Victoria, distrito que por supuesto tampoco amó porque dejó botado tan fácilmente como dejó su matrimonio, para aspirar a algo… mejor, claro: ser presidente. ¿Tú votaría por él? Haz esa pregunta a diez personas y el resultado te dirá lo contrario a lo que dicen las grandes encuestadoras. Te lo aseguro. Ya lo hice.

 

¿Y con quién pasaría a la segunda vuelta George Forsyth, según las encuestas + portadas? Nada menos que con el castigado en el parlamento por acosar sexualmente a una periodista: Yonhy Lescano. ¡Mira ve! El obsceno personaje que pertenece al partido político «golpista» para la prensa vizcarrista hoy resulta ser presidenciable. Este «político tradicional», «dinosaurio», «viejo lesbiano» que desde el 2001 no ha sabido hacer otra cosa más que reelegirse como parlamentario hasta el 2019, hoy resulta ser presidenciable. Que este candidato puntee en las encuestas solo me lleva a concluir una cosa: que las marchas de noviembre antivacancia fueron fabricadas, nadie odiaba al expresidente Merino (acciopopulista como Lescano) por haber asumido el cargo que dejaba Vizcarra tras ser vacado por incapacidad moral permanente. No encuentro otra explicación.

 

Lescano, con todo su historial obsceno y cercano al terrorista Abimael Guzmán, no es presidenciable ni en el barrio donde vive. Lo ponen primero en las encuestas porque la argolla que dejó Vizcarra desea meterlo a la segunda vuelta para, cuando esta ilusión se haga realidad, en ese momento empujarlo al vacío sacándole todos sus trapos sucios y así destruir de una vez por todas al monstruo que hoy fabrican.

 

Y Forsyth, ¿dónde quedaría? Sentado en Palacio, siguiendo al cuidado del legado de Vizcarra que hoy está bien custodiado por el gobierno morado. La impunidad.

 

17 DE MARZO DEL 2021


Verónika Mendoza ha decidido romper con sus consejeros que le recomendaban migrar al centro y tratar de conquistar ese electorado mayoritario, pero indefinido que identifica a la ciudadanía peruana. Así, ha propuesto recientemente, por ejemplo, la nacionalización (estatización) del gas o la toma de posesión de todas las plantas de oxígeno privadas para atender la emergencia, etc.

Para quienes aspiramos a que en el Perú se construya una opción de izquierda creyente en el libre mercado, no es una buena noticia que la lideresa mayor de la izquierda peruana se radicalice, claro está, pero, sin duda, es su mejor estrategia electoral. En el caso de Mendoza, lo que de ella asusta a la alta burguesía limeña es lo que le gusta a su electorado de a pie.

Mendoza tiene un doble desafío por delante: arrebatarle votos a Yonhy Lescano, quien sin ser propiamente de izquierda, le ha quitado un caudal significativo de electores. Si Acción Popular lanzaba a Alfredo Barnechea o a Raúl Diez Canseco probablemente hoy estaría debajo de la valla electoral. Con Lescano la achuntaron. Ese bolsón de votos tiene que ser recuperado por Mendoza. Ese debería ser su objetivo estratégico (increíblemente vemos a sus huestes enfervorizadas haciendo campaña contra un zombie, como es el partido Morado)

Y para ello necesita propuestas concretas, audaces, como las referidas líneas arriba, no engolosinarse tontamente en abstracciones como el cambio de la Constitución, que además la mayoría del país apoya, pero porque quiere una Carta Magna más conservadora y autoritaria, no como aquella con la que sueña la candidata de Juntos por el Perú.

Y de otro lado, Mendoza no puede permitir que Pedro Castillo le quite los votos radicales del sur. Según la última encuesta del IEP, el candidato de Perú Libre tiene 8% de intención de voto en el sur y 3.5% a nivel nacional. Si Mendoza sumase esos votos estaría segunda en las encuestas.

Verónika Mendoza está congelada desde hace meses. Habrá que ver en el transcurso de los días, y con la siguiente encuesta en mano, si le funcionó la estrategia de radicalización. Anticipo que sí, que la gente está esperando formatos confrontacionales, sean de derecha o izquierda, y no las de un malaguoso centro. La crisis simultánea de salud, economía, social y política nos ha conducido a eso y quienes lo han entendido están cosechando fructíferamente.

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Es verdad que en primera vuelta se produce un desfleme de propuestas y que recién en la segunda vuelta -en la búsqueda de conquistar el centro- éstas se morigeran, pero de por sí, si nos guiamos por el formato discursivo de los candidatos, el panorama que se viene para los siguientes cinco años no es muy alentador.

Yonhy Lescano y Rafael López Aliaga, los dos candidatos más potentes (a pesar de la aparición de George Forsyth en la última medición de Ipsos), han hecho gala de un populismo desmadrado. Lescano ha anunciado controles de precios y tasas, presiones al BCR por plata, empleos en base a inversión pública; López Aliaga ha arremetido contra los monopolios mediáticos, lechero y farmaceútico con clara connotación intervencionista.

En ambos casos, no proponen el libre mercado competitivo como mecanismo de solución de los problemas que se puedan encontrar sino la intervención estatal.

A esa situación de riesgo populista se agrega el escenario de un Congreso tan o más fragmentado que el actual y, por ende, lleno de competencias internas por ver quién lanza la iniciativa más populista y demagógica. Y el problema es que a diferencia de lo sucedido con PPK, Vizcarra o el propio Sagasti, lo más probable es que esta vez estas iniciativas tengan eco en el Ejecutivo.

El último bastión contra propuestas de este tipo ha sido en los últimos tiempos el Tribunal Constitucional, pero a la vez hay que tener en cuenta que será el nuevo Congreso hiperfragmentado el que designará a los seis reemplazantes de los magistrados con mandato ya vencido. Así pues, probablemente toque en suerte un TC a la medida del populismo desembozado del flamante Legislativo.

Ya que no está Verónika Mendoza en lugar expectante, se podría descartar un cambio del modelo económico, pero sí vamos a ver infinidad de perforaciones populistas. No veremos expropiaciones, pero sí regulaciones ad hoc contraproducentes; no veremos empresas estatales creadas, pero sí injerencia en procesos privados.

No se ve muy halagueño el panorama. Queda un mes todavía por delante y podría ocurrir que los candidatos más liberales (Keiko Fujimori o De Soto), o menos populistas (Forsyth), logren crecer o mantenerse en lugar expectante y variar la perspectiva, pero la foto de hoy nos muestra un panorama sombrío.

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