Opinión

Hay una tendencia cada vez más de moda por hacer pasar testimonios personales y amicales como relatos verídicos o “historias”. Si bien es cierto que la disciplina de la musa Clío debe estar sujeta a constante revisión, porque incluso en su ejercicio más serio no está exenta de articulaciones retóricas –como ya demostró hace décadas Hayden White–, se espera que haya un mínimo de rigor en el uso y cita de las fuentes y que se mantenga una perspectiva neutral. De lo contrario, se está haciendo grueso partidarismo y pasando gato por liebre.

Esto es lo que sucede con el reciente libro Hora Zero: una historia, de José Carlos Yrigoyen Miró Quesada y Carlos Torres Rotondo, aparecido en Lima a fines de este 2021 bajo el sello Pico y Canto, a cargo de Víctor Ruiz Velasco, quien en un post reciente en su Facebook dice que esta no es “una” sino “la” historia de Hora Zero, ya que “así de luminoso es este estupendo trabajo”.

Vayamos, pues, por partes.

En la contratapa del libro, repitiendo palabras de la introducción, los autores afirman: “Esta no es una historia contada por dos horazerianos, pero sí por un par de escritores que admiran la poesía de Hora Zero y su legado literario, humano y social. Por eso mismo, han vuelto sobre la historia del movimiento poético peruano más importante del siglo XX con la finalidad de iluminar sus rincones más oscuros y profundizar en sus zonas menos concurridas”. Y así, hablan de una “épica fulgurante del colectivo [que] termina incólume y vigente”. Es decir, desde el principio reconocen su favoritismo por HZ, especialmente el de la Segunda Fase, iniciada en 1977, luego de cuatro años de la ruptura de la fase inicial (1970-1973).

Es precisamente ahí donde se asoma el “rincón más oscuro” del libro: el papel distorsionado que le atribuyen a Juan Ramírez Ruiz, fundador de la primera fase en 1970 junto con Jorge Pimentel, en el devenir del movimiento. Cuando en la misma introducción señalan “el inmenso silencio que nos legó Ramírez Ruiz”, se saltean el marxismo-leninismo que aparece clarísimo en el manifiesto “Palabras urgentes-2” (1980) de JRR, reafirmando el espíritu revolucionario que lo guiaba y que según él –y con razón– abandonaron los miembros de la Segunda Fase de HZ a partir de 1977. Si bien en la sección sobre “Palabras urgentes-2” se citan algunos fragmentos, el sentido fundamental de la denuncia del oportunismo y personalismo del HZ-Segunda Fase no queda muy claro. No olvidemos tampoco las declaraciones del mismo JRR en esa misma dirección. Así, en esta “historia” se termina descafeinando a Ramírez Ruiz y, a lo sumo, dejarlo como un personaje problemático y elusivo. Hora Zero es, sin duda, un fenómeno importante en la poesía peruana del circuito letrado, pero al sobredimensionamiento que practican los autores se le notan demasiado los tintes.

Este carácter de historieta se acentúa precisamente en su no entendimiento de la herencia poética e intelectual de Juan Ramírez Ruiz. Trataré de explicarme. Tanto Yrigoyen como Torres se enmarcan a sí mismos como dos escritores-cronistas miraflorinos (el señalamiento distrital no es gratuito) que apuestan por rescatar en formato mítico oralizador un anecdotario rockeril y poético de la Ciudad Jardín en los estertores de su reputación arcádica y en paralelo con la desacralización de Sebastián Salazar Bondy en su ensayo Lima, la horrible de 1964, precisamente el año que da marco al inicio de la trama de Hora Zero: una historia en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Cuando Yrigoyen Miró Quesada y Torres Rotondo inician su libro con una cuestión de principios titulada “Once años después” (de la publicación el 2010 de su libro Poesía en rock, se entiende) expresando ser “muy conscientes del inmenso silencio que nos legó Juan Ramírez Ruiz”, silencio situado “al margen de la oficialidad y los poderes mediáticos”, ilustran su ideología de carácter burgués. Este carácter es el que convierte en “silencio” a un discurso autorial que nunca dejó de alentar (expresar, sentenciar, fijar) una posición ideológica de transformación radical, en sintonía con ambas “Palabras urgentes” de 1970 y 1980. Luego de retratar la realidad social y literaria nacional en una “época de desfallecimientos y omisiones”, el primer manifiesto señala: “compartimos plenamente los postulados del marxismo-leninismo, celebramos la revolución cubana”. Y en el segundo, Ramírez Ruiz es enfático desde la primera palabra: “Todo debe estar expuesto al aire de los días para que cada cosa sea recortada por la luz del sol. Por más dolorosos que sean ciertos hechos es necesario que se conozcan si con ellos se abren nuevas perspectivas a la realidad”. Ninguna “poética del silencio”: la ruta de Juan Ramírez Ruiz (que es la de Vallejo, la de Heraud) está clara y elocuentemente fijada. Esa ruta es la de la historia, no la de la historieta para el imaginario conservador de la Ciudad Jardín postmodernamente contraculturalizada.

Mención aparte, y en relación con el tema de mi anterior columna “¿Qué pasa en la Kloaka?”, es la presencia de Róger Santiváñez, cuya entrada –vía la dedicatoria del libro– al “Paraíso” horazeriano, nada menos que al lado de la “Santísima Trinidad” de Ramírez Ruiz, Pimentel y Verástegui (desplazando, por ejemplo, a Tulio Mora), explica suficientemente su revisionismo y (llamémoslas así) ambigüedades sobre el Movimiento Kloaka, sobre las que no hace falta abundar. Ese es el paradisiaco importe, pues, los ágiles testimonios con que Yrigoyen Miró Quesada y Torres Rotondo han podido parchar diversos momentos en la construcción de su historieta sobre Hora Zero.

Para terminar: los autores del libro abundan en citas insultantes hacia algunos de los críticos de HZ-2, pero no reproducen las réplicas de los insultados. Mala y manipuladora práctica. Hubiera sido ideal que, en ejercicio igualitario, citaran el famoso manifiesto de Kloaka –firmado por Santiváñez– en que se refieren a Jorge Pimentel, uno de los fundadores del HZ-2, de esta manera en enero de 1984: “Jorge Pimentel: chichero (poético) malo, ya sabemos que no tiene chamba (tiene que publicar un libro [Palomino] para decirlo); eres un bluf; gritoneas en el Queirolo y lloriqueas en el regazo del sistema; animador hz, eres el ‘belmont’ del 70” (Manifiesto “Carta a los imbéciles de la poesía peruana: quema de basura”).

En fin, conocido es que Yrigoyen fue corrector de los libros de Alan García y que lo vincula una fuerte amistad con la familia de Jorge Pimentel. No se trata de atacar a las personas, pero si lo hacen, no pueden estar inmunes al mismo chocolate.

Salud y espero su réplica.

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Puede leerse el texto completo del manifiesto “Palabras Urgentes-2” de Juan Ramírez Ruiz aquí:

https://tajo-tajodido.blogspot.com/2015/10/juan-ramirez-ruiz-palabras-urgentes-2.html?m=1&fbclid=IwAR2T8b9OaQc7gzdesuHDBEhOfeVrJUCKjAlqPHPGSGXvQJ_n3J9dAA0oxUM

 

Hora Zero_ una historieta

 

 

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Hora Zero, Poético

Se desploma la aprobación de Castillo, según la última encuesta del IEP. Cae de 35 a 25% en apenas un mes y su desaprobación crece de 48 a 65%. Duro golpe político para un régimen que ya viene dando severas muestras de disfuncionalidad, a las que ahora se agrega una brecha cívica muy difícil de remontar y que, de persistir, ahondará la crisis política en la que se encuentra.

Casi no se ve salida política posible a este creciente desencuentro entre Castillo y el pueblo. Aún no ha llegado al punto de quiebre (55% reprueba el intento de vacancia frente a un 43% que lo aprueba), pero el desenganche parece inminente. Tanto así, que para el 47% de la ciudadanía, la situación empeorará.

Va a tener que realizar gestos políticos audaces, el presidente Castillo, si quiere recomponer la precaria relación que mantiene con el país. Solo se asoman en el horizonte dos opciones: o convoca a un Premier y, por ende, a un gabinete más de centro, descartando o subordinando la coalición de izquierdas que hoy lo acompaña y que ha demostrado terrible torpeza ejecutiva; o anuncia oficialmente, y sin ambages, el abandono de la pretensión de refundar el país a través de una Asamblea Constituyente.

Ello tendrá un costo, sin duda, entre sus bases radicales, pero en la práctica ya muchas de ellas lo han abandonado luego de su ruptura con Vladimir Cerrón, de modo tal que la pérdida eventual no sería muy significativa. Y lo que ganaría con ese giro o ese anuncio sería enorme, en comparación a lo que perdería.

Y no hablamos solamente de la confianza de los inversionistas privados, cuya recuperación es crucial para que el 2022 no sea un año perdido, sino de la confianza ciudadana, capital necesario para sobrevivir políticamente y que en los meses entrantes no se genere un momento destituyente que lo saque de Palacio, como hasta ahora solo la derecha quiere, pero a cuyo afán podría sumarse el centro si aprecia que apoyar a un gobierno en caída libre deja de serle políticamente rentable.

Castillo no puede gobernar manteniendo el statu quo. El grado de impericia, torpeza y negligencia es de tal envergadura que, de mantenerse, lo llevará al abismo. Tiene que dar un golpe de timón pronto si no quiere ser uno más de los últimos mandatarios que tuvieron que salir por la puerta falsa de Palacio.

La del estribo: la mejor prueba de que el formato impreso sigue vivo es el aumento sostenido de las ventas de libros. Si los periódicos están cayendo no es por el formato, es porque no hacen lo que deben hacer. En el mundo entero el libro digital no ha derrotado al libro físico. Y en el Perú hay que saludar la aparición de cada vez más librerías por toda la ciudad. La lectura es un placer adquirido que puede cambiar una vida, enriqueciéndola notablemente.

 

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desaprobación, encuestas IEP, Pedro Castillo

¿Qué relación existe entre el primer lugar obtenido por el ultraderechista José Antonio Kast en la primera vuelta presidencial chilena, el ataque de la radical Resistencia al domicilio del excongresista Jhony Lescano, la nueva moción de vacancia presentada por Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza Perú contra el Presidente Pedro Castillo, los gobierno ultra derechistas de Polonia y Hungría, que aterrorizan a sus ciudadanos en contra de una inmigración que, en sus países, es casi inexistente, el supremacista blanco con cuernos de búfalo en el Capitolio cuando Donald Trump no aceptaba su victoria, los representantes de la ultraconservadora Vox en felices coloquios con Keiko Fujimori y un larguísimo y global etc.?  

La respuesta, que parece compleja, es sencilla y absolutamente preocupante. En el mundo se impone el pánico dirigido hacia enemigos, las más de las veces imaginarios, pero, al mismo tiempo, perfectamente identificables por enormes masas que ya no se sienten seguras con el pacto demoliberal que se afirmase en el planeta tras la caída del muro de Berlín en 1989. En tal sentido, las razones de la migración de montones de gente hacia posturas integristas, esencialistas, conservadoras, religiosas, nacionalistas, identitarias deben abrir urgentemente el espacio para la autocrítica. 

La línea que separa la defensa de los derechos civiles de la cancelación violenta y autoritaria -mediática y en redes sociales- de cualquier opinión que pudiese interpretarse políticamente incorrecta, y que incluye la prohibición de películas, monumentos y autores que desarrollaron sus obras en tiempos en los que otras epistemes predominaban y que de pronto debían sencillamente ser borrados, quemados, olvidados o demolidos se cruzó con total y absoluta naturalidad. Esta puede ser la causa principal de la proliferación de binarismos, reduccionistas pero efectivos, que, básicamente, tildan de comunista o descalifican, sin más, todo lo que perciben que amenaza su forma de vida tradicional, a la que se aferran con mucha más conciencia que hace diez o veinte años. Son tiempos de guerra ideológica, no tiempos de paz, disenso/consenso, deliberación y democracia. Son tiempos como los previos a los fascismos europeos de las décadas de 1920 y 1930, y ya sabemos cómo acabaron esos experimentos. 

Ante contextos de polarización se desarrollan condiciones propicias para el advenimiento de gobiernos populistas, sólo hacen falta líderes que encajen en el momento (ojo Perú). De aparecer estos líderes, el paso principal hacia el autoritarismo se habrá dado con masas eufóricas apoyándolo en las calles, no sólo Lenin se preguntó “¿libertad para qué?”.

Vayamos a Chile, los candidatos de la derecha e izquierda sistémicas han obtenidos, juntos, 22%, en un mar de postulantes y partidos que nos hace plantearnos si realmente las reformas al antiguo bipartidismo fueron una buena idea. Luego, 30% de los chilenos están dispuestos a votar por cualquier tipo de derecha -con más ganas si resulta que José Antonio Kast tiene un aire a Pinochet- si esta representa una vuelta al orden, en lo que entienden como dos años de caos propiciado por la izquierda. 

No toman en cuenta que el pacto neoliberal de 1989, cuyas desigualdades económicas fueron llevadas al extremo durante las últimas tres décadas, está en la base de las protestas de las clases medias y populares que forzaron un nuevo pacto social a través de la Convención Constitucional. En todo caso, las posibilidades de triunfo de un candidato tildado por algunos como “el Bolsonaro de Chile” sólo se explica en un mundo sin certezas, sin parangones, en el cual la democracia es vista como debilidad y la moderación política como defecto. 

Por otro lado, Franco Parisi, enigmático candidato que postula desde el exterior, y realizó su campaña a través de las redes, ha obtenido el 12% de las preferencias y resultará decisivo en el balotaje del 19 de diciembre.  La política de las TIC y la virtualidad también está presente en el Chile contemporáneo, quizá tengamos que acostumbrarnos más y más a ella en las próximas décadas. 

Salir del autoritarismo

El mundo avanza hacia el autoritarismo. La incertidumbre posmoderna es una profecía autocumplida, pensamos que el credo liberal y la impronta de los derechos civiles podía imponerse a través de la dictadura de las redes sociales y hemos obtenido por repuesta el atrincheramiento de la derecha en la tradición y la intolerancia: el mundo, una vez más, se ha polarizado. De aquí en adelante, vuelvo a la idea, hay que rescatar el centro político, los valores de la república y la democracia, valores que nos amparan a todos, hay que rescatar cuestiones tan elementales como la inviolabilidad del domicilio, el derecho al honor y la libertad de opinión, venga esta de donde venga y por incorrecta que pudiese parecernos. 

Necesitamos reencontrar aquel pacto global democrático que hemos perdido. Siglos de derechos fundamentales no pueden tirarse al pozo debido a pasajeros exabruptos generacionales, al margen de su impronta y de su color político. 

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derechos fundamentales

Los lectores de Sudaca pensarán, seguramente, en puertos bloqueados, en la crisis de los contenedores, en anaqueles vacíos, o en cualquiera de las pesadillas logísticas que caracterizan la economía en tiempos de pandemia. Pero, no. Este columnista no entiende nada de esos asuntos. 

“Primero encontré un nido, más adelante un colegio donde ponerlo. Luego vino la academia y posteriormente ingresó, felizmente, a la universidad. El año pasado fue contratado —¡increíble, qué alivio!— en una consultora como practicante, cuando estaba haciendo su último ciclo de contabilidad. Los primeros meses la cosa fue remota, claro, pero ahora les han ofrecido regresar —en su caso va a ser un debut— de manera flexible, ahora le dicen híbrida, a la oficina. Le han dicho hasta 3 días a la semana, pero él no quiere. Yo estoy desesperado porque no veo las horas de que tenga un horario de trabajo fuera de casa. ¡Hasta le he ofrecido llevarlo y traerlo!” Dice un padre, en tono de confesión, a una ejecutiva de alto nivel de una consultora. 

Nido, colegio, academia, universidad y oficina —puede ser también fábrica u otro lugar en el que se labora— son espacios alternativos a los que sirven de vivienda, digamos el hogar. Desde que nuestra vida dejó de ser agrícola y se convirtió en predominantemente urbana, pero sobre todo con la revolución industrial, sirven para albergar a muchísima gente. Últimamente son depósitos, almacenes, de individuos hasta los 23 años que en realidad no producen nada, ni dinero ni hijos, por lo menos del nivel socioeconómico medio bajo hacia arriba y en países de desarrollo intermedio para adelante. Se supone que están aprendiendo a hacerlo, de acuerdo, pero tenerlos todo el tiempo en casa sería, pues, terrible.

Y terrible ha sido. Para ellos y la o las generaciones anteriores. 

Porque más allá de las declaraciones protocolares y románticas que se escucha en los días de la madre, del maestro, que hacen ministros de educación, directores de escuelas, gerentes de recursos humanos y gurús del desarrollo personal, la sabiduría organizacional y el crecimiento colectivo, tener todo el tiempo en casa a los aprendices, digamos, profesionales —esos que en el nido se preparan para la escuela, en la escuela para la academia, en la academia para la universidad, en la universidad para el trabajo y en el primer tramo laboral pichanguean para poder jugar los partidos de verdad—, no sale a cuenta. 

Parte de la energía con la que se propugna el regreso a los mencionados lugares obedece a que deseamos que sus ocupantes vuelvan a un aprendizaje socializado y relevante desde el punto de vista interpersonal, a una experiencia educativa que vaya más allá de lo académico, de los datos y los conocimientos. Recluidos en el hogar dejan de tener vivencias sumamente importantes. Otra parte, sin embargo, deriva de lo que perdemos teniéndolos encima nuestro, interfiriendo con lo que consideramos, a veces con razón, a veces sin ella, es el manejo de aquello que verdaderamente cuenta, define, produce y reproduce.

No es muy glamoroso y hay algo de provocación en haber llamado a nidos, escuelas, academias, universidades y empresas, depósitos y almacenes. Pero tienen mucho de eso, de contenedores, palabra que, dicho sea de paso, también se refiere a contención —control, sujeción, moderación— de energías que en la calle pueden ser subversivas, devastadoras. En casa es enormemente difícil manejarlas. Rompen equilibrios —por ejemplo entre géneros y generaciones, en el hogar y fuera de él— que ha tomado décadas lograr y cuyo futuro, pandémico y pospandémico, no es fácil avizorar.  

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Almacenes, Depósito, vida

No cabe descalificación alguna respecto de la movilización permanente de la derecha peruana y el creciente activismo que muestra en medios y calles (a excepción, claro está, de la agresiva intolerancia de algunos grupúsculos extremistas que han proliferado en estos tiempos).

Discrepo de la racionalidad actual de su causa, la de la vacancia presidencial. Me parece que no tiene asidero constitucional y que vulneraría el Estado de Derecho, pero, sobre todo, que sería contraproducente y podría ocasionar un rebrote radical izquierdista, por la victimización concomitante a una salida abrupta del poder de alguien que cosechó un respaldo inmenso en los sectores populares y andinos del país, y aún mantiene una alta aprobación en los mismos.

No me considero un fetichista antivacancia, pero, sin embargo, considero que, además de las razones jurídicas, debe haberlas políticas. Y el “momento destituyente” aún no ha llegado. Lo más probable es que acontezca a mediados del 2022, cuando sobrevengan y coincidan la crisis sanitaria (tercera ola), la crisis económica (con un crecimiento, en el mejor de los casos, del 2% del PBI habrá una sensación generalizada de pérdida de bienestar), la crisis política (por el desgaste inevitable de un régimen mediocre e incompetente) y la crisis social derivada de la frustración de las sobreexpectativas populares respecto de un gobernante que prometía un cambio que no va a llegar si no para mal. Allí puede ser otro el cantar.

En cualquier caso, la movilización derechista señalada es saludable para la democracia, en la medida que implica una fiscalización permanente y un aviso al gobierno de que no puede regodearse en la inutilidad ni ensoberbecerse estúpidamente por un triunfo que no le da patente de corso para perpetrar despropósitos como los que hemos visto, pródigos, en estos primeros cien días de ejercicio gubernativo.

Este gobierno debe ser manejado por la oposición con rienda corta, respirándole en la nuca. Y ya que el centro no sabe cómo jugar ese papel, por lo que se ve, por parte de Acción Popular y Alianza para el Progreso, el sector llamado a hacerlo es el de la derecha. Le haría bien al país, por ello, que su mitin de hoy sea multitudinario. Levantaría los ánimos fiscalizadores -imprescindibles con un régimen tan precario- y enviaría un mensaje de advertencia de que hay un sector del país que no está dispuesto a tolerar francachelas irresponsables desde las alturas del poder.

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Marchas, Pedro Castillo, Vacancia

Rubén Blades (Panamá, 1948) es un icono de la contracultura latina. Cuando apareció, a los 29 años, se puso al margen de los salseros de barrio y filosofó, como ninguno, acerca de la familia, el orgullo latinoamericano, el pueblo, la esclavitud y la sociedad de consumo. Cuando la salsa se volvió «sensual» en los ochenta, Blades escribió sobre Óscar Arnulfo Romero y Gabriel García Márquez. A finales de los noventa, ya con el reggaetón empantanando nuestras músicas e idiosincrasias, el maestro puso clarinetes y violines a sus extraordinarias descargas salseras, con letras cada vez más interesantes, sin perder ese sabor de esquina, esa voz arrabalera. Y en el siglo 21, confirmó su estatus de leyenda con discos que sirven para entender cómo no debe sonar la música latina si lo que quiere es estar de moda y vender millones de discos.

Ahora lo ha vuelto a hacer, con su más reciente producción en estudio, Salswing! (Blades Productions, 2021) En medio de la crisis de valores artísticos, infecciosa y multidrogorresistente, que concede premios a esperpentos malaspectosos y mononeuronales como Bad Bunny, Maluma, J Balvin, Daddy Yankee y Camilo, don Rubén lanza un homenaje recalcitrante al pasado más antiguo, con un álbum en el que amalgama salsa, latin jazz, bolero y big band. Un disco como este ya habría sonado a antigüedad hace cuatro décadas y, sin embargo, Blades se lanza al ruedo sin pensar en los efectos comerciales. A sus 73, el compositor de Pedro Navaja, Buscando América y Sicarios vuelve a poner su Colt calibre 45 sobre la mesa y le dice al mundo globalizado y equivocadamente convencido de que “canciones” como Despacito son las que mejor representan a nuestra comunidad, que la verdadera música latina aun existe, tiene riqueza, historia, profundidad e íntimos nexos con la elegancia de los ensambles grandes de Glenn Miller. Una música con la que se puede bailar, enamorar, emocionarse y pensar, todo a la vez.

Salswing! sigue la línea argumental de los trabajos de Blades durante los últimos siete años, que incluyen una selección de tangos, un disco con big band y un concierto en el lujoso Lincoln Center de Nueva York, acompañado por el conjunto de jazz del trompetista Wynton Marsalis. Con la colaboración extremadamente eficaz de su compatriota Roberto Delgado, bajista, arreglista y director de una orquesta de gran formato -13 músicos en total-, Blades ofrece 11 canciones que ingresan, de manera directa, a su catálogo de música urbana emparentándola con algunos de los sonidos que él y la gloriosa generación de inmigrantes caribeños y nuyoricans que inventaron la salsa en los setenta, seguramente escuchaban en aquellos barrios del Bronx, Queens y Brooklyn por los que daban vueltas con sus ritmos incendiarios. En esas épocas, Times Square era un lugar peligroso y todo en Nueva York era expresión de un mundo diferente al de las cuestiones plásticas y carentes de contenido que el cantautor denunció desde sus primeros éxitos. Y que siguió denunciando -a veces en serio, a veces en clave humorística- en discos posteriores a sus brillantes etapas junto a Willie Colón (1975-1982, Fania Records) y Seis/Son del Solar (1984-1992, Elektra Records) como Tiempos (2000) y Mundo (2002) bajo la multinacional Sony; o su retorno tras casi una década de silencio, Cantares del subdesarrollo (2009), estrenando sello discográfico propio.

Roberto Delgado y su Orquesta hacen un trabajo de interpretación impecable, pasando de la descarga sonera al registro de big band con soltura y propiedad. Son el fondo musical perfecto para esta nueva aventura de Rubén que se divide en dos partes. La primera está dedicada a la salsa, donde rescata dos joyas poco difundidas de su abultado catálogo con Fania Records: la auroral Canto abacuá, que grabara en 1970 con la orquesta del percusionista Ray Barretto, aquí rebautizado como Canto niche (su título original, en realidad); y Paula C, esa declaración de amor con aires de bossa nova y sofisticados arreglos para cuerdas, escritos por el vibrafonista y productor Louie Ramírez y tocados por un ensamble de cámara venezolano, que apareciera por primera vez en 1978, en un LP llamado Louie Ramírez y sus amigos, y luego fuera incluida en la recopilación Bohemio y poeta (1979), que hace una selección de temas compuestos por Blades en diferentes momentos de su carrera. En la versión de Salswing!, Delgado y su combo respetan el alma y corazón de esta dolorida melodía mientras Blades refrasea los soneos finales para darle actualidad.

En la segunda mitad, dedicada al swing, Rubén Blades se transforma en crooner, mezcla de Desi Arnaz y Tony Bennett, para entregarnos alucinantes relecturas de dos standards: The way you look tonight y Pennies from heaven, ambas compuestas en 1936. La primera es una romántica balada que ha sido grabada por cantantes de todas las épocas, desde Frank Sinatra y Bing Crosby hasta Rod Stewart y Michael Buble; mientras que la segunda fue éxito en la voz de Sinatra, quien la grabó en dos ocasiones, en 1956 y 1962, con las orquestas de Nelson Riddle y Count Basie. Asimismo, el bolero Ya no me duele -compuesto por Rubén y el joven cantante y flautista portorriqueño Jeremy Bosch, integrante de la Spanish Harlem Orchestra, -que trabajó con Blades a inicios del siglo 21- suena al Tropicana, aquel legendario nightclub habanero de los años cincuenta. 

Do I hear four y Mambo Gil, dos instrumentales, permiten el lucimiento de la orquesta. Otros temas destacables son  Cobarde (versión salsa de un tema original de Ray Heredia, integrante de los españoles Ketama), Tambó y Contrabando (escritas por Blades); y Watch what happens, cantada en inglés. Esta canción, registrada por artistas como el pianista canadiense Oscar Peterson (1975) o el cantante norteamericano Tony Bennett (1965), es la versión en inglés de parte de la banda sonora que escribió Michel Legrand para Les parapluies de Cherbourg (Los paraguas de Cherbourg), un film francés de los años sesenta, protagonizado por Catherine Denueve.

Salsero atípico, siempre dejó evidencia de su amplitud estilística sin dejar de hacer lo suyo con absoluta maestría, incorporando elementos de pop, rock, jazz, bossa nova y hasta creando mundos paralelos, como en la historia de Maestra vida (1980), una «ópera-salsa» al estilo de Hommy (1973) de Larry Harlow, su colega y amigo, pianista y arreglista de la Fania, conocido como “El Judío Maravilloso”, fallecido en agosto de este año; o su más reciente invención, Medoro Madera (2018), en la que Rubén se transforma en un ficticio sonero cubano, octogenario y de voz ronca -mezcla de Compay Segundo y Cheo Feliciano, con sombrerito de ala corta y todo. En la carátula de ese álbum, que nunca sonó en las mezquinas radios limeñas, una combinación digital funde los rostros de Rubén y su padre. Cualquier persona podría decir que, a estas alturas de su carrera, un artista como Rubén Blades ya no necesita reinventarse. Sin embargo, con Salswing! el sonero panameño demuestra que tiene cuerda para rato, como también se vio en el documental Yo no me llamo Rubén Blades, del 2018, estrenado para celebrar su cumpleaños número 70.

Solo Rubén Blades, el salsero inteligente, podía atreverse a colocar en una portada un collage con 32 fotos de leyendas de la música norteamericana y latina, entre ellos Tito Puente, Count Basie, Mongo Santamaría, Benny Goodman, Damaso Pérez Prado, Glenn Miller y Benny Moré, en estos tiempos de reggaetoneros que utilizan solo los aspectos más vulgares y primitivos de ambos universos y que ni siquiera son capaces de expresarse apropiadamente en ninguno de los dos idiomas sino que balbucean un dialecto gutural y animalesco de difícil comprensión, aniquilando la riqueza del español y la simplicidad del inglés con total impunidad. Como decía al principio, este homenaje al pasado -que acaba de generarle a Blades su décimo octavo Grammy- va totalmente en contra de lo que hoy se entiende como música latina. Más que un homenaje, es un grito de rebeldía ante toda esa basura estereotipada que nos presenta a latinos, hombres y mujeres, como narcos misóginos y bataclanas materialistas, sin nada más interesante que ofrecerle al resto del mundo. 

Blades saca la cara por nuestra música y como dijo René Pérez «Residente» quien, a su estilo, vendría a ser “el Blades del reggaetón”, con quien colaboró en el tema La Perla, del álbum Los de atrás vienen conmigo (2009) de Calle 13, en la última ceremonia de los Grammy Latino, seguramente pensando en clásicos incombustibles de la música latinoamericana como Pablo Pueblo, Pedro Navaja, El padre Antonio y su monaguillo Andrés, El cantante, Juan Pachanga, Ligia Elena o Camaleón: «Tus historias son de gente que existe, gente real, sin superpoderes, gente que se desangra si le disparan. Me enseñaste que el arte va por encima de todas las cosas, aunque la historia de Superman venda más que la de Ramiro”. Amén.

 

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Rubén Blades

El 7 de diciembre será interpelado en el Congreso el ministro de Educación, Carlos Gallardo. Los parlamentarios no debieron haber sido tan fetichistas del proceso y debieron proceder a censurarlo de inmediato. Si hay un ministro incapaz y pernicioso en el gabinete Vásquez, es justamente el de Educación.

Primero, porque se quiere tirar abajo la reforma magisterial que tantos años ha empeñado a sucesivos titulares del pliego (desde los tiempos de José Antonio Chang en el segundo gobierno de Alan García, pasando por el quinquenio de Humala, y los periodos de PPK y Vizcarra). Sin empacho, busca anular la meritocracia en el sector y por si fuera poco, también le mete zancadillas a la reforma universitaria, tan laboriosamente gestada.

Segundo, porque no está en capacidad de asegurar el reinicio de las clases presenciales. Sus últimas declaraciones lo muestran reñido con un proceso que en otros países ya funciona casi a total plenitud. Son las bases magisteriales radicales las que se oponen y el ministro solo parece serles funcional como furgón de cola.

Tercero, porque su principal propósito es darle patente de corso al sindicato pro Movadef, Fenatep, dedicando la mayor parte de su tiempo a socavar al sindicato histórico del magisterio, el Sutep, y pretendiendo con malas artes tumbarse a una entidad privada, autónoma y altamente regulada por la Superintendencia de Banca y Seguros, SBS, y que funciona con excelencia administrativa, como es la Derrama Magisterial (en complicidad con el ministro de Trabajo están acosando a los sindicatos que forman parte del directorio de la entidad referida).

En lugar de gastar energías en diseñar una irracional y peligrosa iniciativa de vacancia presidencial, que podría producir el desgaste de la oposición y el fortalecimiento del Ejecutivo, el Legislativo debería ser más recio y vigilante respecto de los despropósitos que se perpetran en los pasillos ministeriales y sobre los cuales el Congreso tiene el gran poder disolvente de la censura, arma legítima que no utiliza hasta el momento a pesar de haber sobradas razones para haberla empleado en más de un caso.

El ministro de Educación, Carlos Gallardo, no debería terminar el año sentado en el despacho ministerial desde el cual está desplegando una estrategia destructiva que solo va a afectar a los propios maestros, y principalmente a los millones de estudiantes de la escuela pública.

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Congreso de la República, Ministro de educación

Otras caricias es el título de la más reciente novela del escritor peruano Alonso Cueto. Es propiamente una nouvelle cuya trama se basa en la historia de un personaje singularísimo: Albino Reyes, viudo pertinaz, de día profesor de literatura en un colegio y por las noches guitarrista y cantante de una peña limeña. Aunque no es la primera vez que Cueto exhibe su gusto e interés por la práctica musical que gruesa y cómodamente llamamos “criolla” (ver Valses, rajes y cortejos, de 2005), Otras caricias representa la primera vez que el autor ingresa a este universo desde la ficción.

La historia de Reyes es acompañada continuamente por la inserción de fragmentos de letras de valses. Ese gesto textual no es, de modo alguno, gratuito: entre la vida solitaria y gris de Reyes y el espíritu muchas veces resignado y fatalista del vals peruano hay una correlación auténtica, natural. “Piensas que la vida es la letra de un vals”, lo recrimina un sobrino. Y remata: “O sea, te imaginas que todo es «Si un rosal se muere herido de aromas» y toda esa vaina. Así eres tú” (p.73).

El inicio nos muestra a Reyes en la peña La Oficina, momentos antes de empezar a cantar y el narrador penetra en su conciencia y nos informa: “Tantos años en ese piso de maderas, los sonidos enardecidos por la tristeza, la soledad de los tablones oscuros, las facciones borradas por la bruma, recuerdos de recuerdos, manchas encima de otras manchas, voces ausentes que persisten, tanta niebla detenida bajo los tubos de neón. Y en ese estrado de canciones y guitarras y cajones y quijadas de burro y castañuelas criollas. Toda esa felicidad de la pena” (pp.15-16).

En Reyes se acumulan las frustraciones y algunos logros. El personaje tiene sin duda un aliento ribeyriano: una vida cercana al fracaso, la paternidad no realizada con Gladys –su mujer ahora ánima con quien conversa imaginariamente en un alarde neorrealista y melodramático necesario– y la imposible relación con Andrea, una joven acomodada que visita la peña y queda prendada del arte de Reyes, pero entre ambos hay barreras de clase que resultan infranqueables. ¿Y los logros? Pues el sueño del disco propio, un asunto de suma importancia para cualquier músico.

El narrador, además de mostrar en varios momentos de la nouvelle los sentimientos y el temperamento sombrío y melancólico de Albino Reyes, adopta también una cierta forma ensayística para definir la música que interpreta el personaje, como se puede ver en estos pasajes, en los que proyecta estas anotaciones en la mente de Reyes: “Apenas sonó la guitarra, Albino entró en la delicadeza sombría de las palabras y sonidos de La abeja de Ernesto Soto (…) La tierra o el fuego eran para otros géneros, como el tango o la ranchera, géneros que insistían en la violencia de las pasiones como una verdad definitiva (…) En cambio, el vals evitaba mirar de frente a la vida y a la muerte (…) Escoge el silencio para ser escuchado” (pp. 53-55).

Otras caricias, más allá de la historia de Albino Reyes, nos devuelve también la mirada al vals peruano, esa especie de ADN sonoro que está impregnada en el temperamento, sobre todo, de los seres citadinos. Ese respeto por la renuncia o por la forma cómo el destino teje nuestras vidas, a veces sin apelación posible. Albino Reyes no encarna una diatriba contra el destino ni contra las desigualdades que lo rodean, es apenas un hombre cuya función es llevar al canto todas las complejidades de la vida. Un pequeño héroe, en medio de tanta sombra.

Alonso Cuesto. Otras caricias. Lima: Random House, 2021.

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Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

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