Opinión

Como bien ha señalado el politólogo Rodrigo Barrenechea, los inicios aprobatorios de Pedro Castillo, en su calidad de líder populista de izquierda, son escuálidos si se les compara con aquellos que tuvieron sus pares regionales al inicio de su mandato.

Mientras Hugo Chávez tenía 91.9% (Datanálisis), Evo Morales 79% (Ipsos) y Rafael Correa 71% (CEDATOS), Pedro Castillo apenas tiene 38%, según la encuesta de Ipsos publicada hoy en el diario El Comercio.

En esa circunstancia, sin respaldo mayoritario de la población y sin dominio congresal, solo le quedan dos opciones: o se radicaliza buscando ganar aceptación popular para poder confrontar luego con el Congreso, o se modera y tiende puentes de gobernabilidad hacia el Legislativo y el país, migrando al centro, buscando un horizonte de gobernabilidad de cinco años.

Si uno se guía por la entrevista exclusiva que nos concediera Vladimir Cerrón (https://sudaca.pe/noticia/entrevistas/vladimir-cerron-yo-sugeri-permanencia-julio-velarde/), que es una excelente radiografía de cómo se reparte el poder en el Perú, el camino de choque que pasa por la disolución del Congreso estaría negado.

Si ese es el caso, lo más probable es que la opción radical de la Constituyente no sea viable en el corto plazo y que a la postre, quizás terminemos teniendo un gobierno de fraseología radical, pero tecnocráticamente moderado (Francke-Velarde), más aún si es cierto que fue el propio Cerrón quien sugirió la permanencia del presidente del Banco Central de Reserva.

Castillo recién se está acomodando. A diferencia de Cerrón, no tiene experiencia político partidaria. Pero lo cierto es que si la dupla de marras lee correctamente la realidad social y política, e imprime un sentido pragmático a su gestión, debiera entender que el camino del choque o la provocación (como supuso la designación de Bellido) no conduce a nada bueno para el propio régimen y ni siquiera le permite acumular fuerzas si a mediano plazo quisiese intentar el camino de la refundación constitucional.

Habrá que ver en los siguientes días cuál es el tenor del gabinete ministerial, si Castillo sorprende y hace cambios antes de su presentación ante el Congreso, si no lo hace habrá que evaluar bajo qué espíritu se presenta, cómo se redefinen las relaciones de poder al interior del gobierno, etc. Hay mucha tela por cortar aún para poder tener una prospectiva clara de hacia dónde nos conducimos.

Estas primeras semanas son decisivas. El gobierno ha empezado con mal pie, tanto que ha generado que opciones opositoras radicales, como la de la vacancia, afloren en el lenguaje político y mediático. Ojalá haya propósito de corrección.

 

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Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Esta semana ha estado gratamente agitada por el nombramiento del reconocido escritor Eduardo González Viaña como nuevo Agregado Cultural del Perú en España. De larga y nutrida trayectoria, González Viaña empezó a publicar en los años 1960 y formó efímeramente parte del grupo Narración, para luego desarrollarse individualmente como escritor, recogiendo tradiciones populares y chamánicas de su norte querido, ya que es oriundo de Chepén, en el departamento de La Libertad.

Los méritos de este autor son enormes, sobre todo internacionalmente desde los años 90, cuando se trasladó a los Estados Unidos para ejercer la docencia universitaria y se encontró con la dura realidad de los migrantes latinos en ese país. Ese fenómeno inmenso e intenso le dio material vital y literario para algunas de sus más reconocidas novelas: El amor de Carmela me va a matar, El corrido de Dante, El camino de Santiago, Siete noches en California, La frontera del paraíso, etc., que apuestan por el derecho de los migrantes a establecerse en el gigante del norte y de vivir vidas dignas hablando su propio español y sus lenguas originarias. También ha dedicado numerosas páginas a elaborar ficciones basadas en personajes muy queridos y valiosos para el Perú: Vallejo en los infiernos, El largo camino de Castilla y, hace apenas pocas semanas, ¡Kutimuy, Garcilaso! (¡Vuelve, Garcilaso!), que recrea e imagina pasajes de la vida del Inca Garcilaso en su búsqueda de sus raíces peruanas en medio de un mundo adverso para los mestizos ilegítimos en el siglo XVI. ¡Kutimuy, Garcilaso! es una novela que nos atrapa desde el principio y que nos lleva a repensar nuestro destino como miembros de una comunidad dividida aún por los rezagos del sistema discriminador heredado de la colonia.

Los méritos intelectuales y profesionales de González Viaña como referencia cultural sobran y no creo que haga falta explayarse sobre eso. Los premios y reconocimientos internacionales que ha recibido atestiguan esa trascendencia. La Cancillería, pues, ha dado en el clavo al designar a una figura de enorme prestigio para representarnos en un país con el que el Perú comparte una historia ineludible y en el que habitan decenas de miles de compatriotas que requieren de la protección y ayuda del estado peruano, incluso en el plano simbólico y cultural.

Por eso sorprende que un periodista –Golem de su abuelo– ataque la figura de González Viaña para destilar esa piconería de la derecha local por perder su “chacra” estatal (léase su mamadera y sus argollerías). Acusan a González Viaña de haber sido simpatizante de las guerrillas en los 60. Vaya noticia. Casi toda la generación del 60 lo fue (¿cómo no quitarse el sombrero –ironía presidencial– ante la figura y el heroísmo de Javier Heraud, aun si discrepamos de su ideología?). También lo acusan de tener casi 80 años. Ya quisiéramos muchos llegar a esa edad tan sanos y lúcidos (con esa lucidez profunda que otorga la experiencia). El periodista simplemente peca de algo que está penado por la ley: la discriminación etaria.

Por último, acusan a González Viaña de decir que la derecha peruana carece de intelectuales y que en el Perú hay presos políticos, como en tantos otros países. Lo primero carece de contrapruebas sólidas. Si vamos a lo alto (Vargas Llosa) encontramos tantas falencias y desigualdades literarias y periodísticas imbuidas de golpismo y apoyo a la corrupción que ese personaje resulta hoy poco creíble como intelectual. No hablemos ya de los periodistas que escriben ensayos enclenques y se dedican a propalar psicosociales en las ondas de las radios y televisoras de la maquinaria cavernícola. Su papel es más bien político, y como tales echan mano de cuanta mentira y manipulación les sirva. Pensemos en la superficialidad de sus “investigaciones”, que los descalifican como verdaderos intelectuales.

Y sobre los presos políticos: numerosas entidades (la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, la Corte Interamericana de Derechos Humanos) definen este concepto en relación con los presos de conciencia y aquellos que ejercen su derecho a la libertad de expresión sin recurrir a métodos violentos. Para aquellos que incurren en delitos tipificados por motivaciones políticas, la extensión injustificada de sus condenas ya cumplidas los convierte de facto en prisioneros políticos. A esto se suman los arrestos “preventivos” bajo la dudosa figura de la “apología del terrorismo”, un criterio que, como el lecho de Procusto, se ajusta a los intereses de los políticos de turno. De modo que sí hay prisioneros políticos en el Perú (como en muchísimas democracias neoliberales; pensemos en los propios Estados Unidos y su tratamiento de los nacionalistas puertorriqueños o los activistas indígenas) y declararlo no significa de ninguna manera una defensa de la violencia.

González Viaña tiene llegada mediática a través de su ya legendaria columna “El correo de Salem” y es un apasionado investigador y defensor de los derechos humanos de los migrantes peruanos en todas partes del mundo. Sin duda que lo espera una tarea ciclópea en España, pero no dudamos que hará una labor memorable dados sus prolíficos antecedentes.

Hay que felicitar, por eso, a nuestra Cancillería, que retoma con este nombramiento la antigua tradición de enviar intelectuales de peso al extranjero para representarnos (lo hicieron Chile con Raúl Zurita y Pablo Neruda, México con Octavio Paz y Argentina con Mempo Giardinelli en su momento). También hay que felicitar a RREE por el afianzamiento de su política de diplomacia cultural a través de sus consulados y, de paso, al Canciller Héctor Béjar por haberle devuelto la dignidad a la política exterior peruana al retirar a nuestro país del lambiscón Grupo de Lima y propiciar así un diálogo abierto y sin injerencias en la soberanía de los países hermanos de América Latina.

Lo demás son ñoñerías con tufo gamonalesco de parlamentarios y periodistas ardidos por haber perdido su “hacienda”. Triste papel el que les dio la historia.

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Eduardo González Viaña

Mis experiencias con Felipe Pinglo y Chabuca Granda son, sin lugar a duda, distintas. Los temas más afamados de Chabuca como La Flor de La Canela o Fina Estampa los conocí primero, yo no cumplía ni quince años y llegué a “El Embrujo” de Barranco, Chabuca todavía vivía, aunque nunca pude verla cantar y menos conocerla o intercambiar algunas palabras con ella. “El Embrujo” era un bello lugar a la que su anfitriona, la Sra. Elena Bustamante dotaba de un estilo inigualable. Por allí desfilaban, los viernes, artistas de la talla de Eva Ayllón, Luis Abanto Morales, Carlos “Caitro” Soto, Andrés Soto, el argentino “Vinko”, con su celebrada imitación de la autora de Bello Durmiente; así como otros menos conocidos como Neuman y otros más cuyas caras están, pero los nombres ya no.

El local quedaba justo al lado del Puente de los Suspiros, con lo que era normal que Chabuca Granda hubiese resultado mi primer entorno musical criollo, o el segundo, después de mi hogar, y las grandes jaranas de mi niñez, en los cumples de mis viejos, cuyos amigos me despertaban aguardientosos, cantando el vals La Andarita (Luis Pardo) a viva voz, a las 4 de la madrugada.

Sin embargo, desde los 16 años, 1984, empecé a frecuentar la peña Valentina, “el rincón más criollo de la Rica Vicky”, ya dirigida por la señora Norma Arteaga Barrionuevo (hija de Valentina, quien falleciera en 1983) y que contrastaba con el confín barranquino que acabo de describir. El Centro Social Folclórico Valentina era la catedral de la música y de la cultura afroperuana. Sobre un atril de madera, en cuyo fondo lucía una gran fotografía de Valentina Barrionuevo en blanco y negro, una pequeña orquesta compuesta por un director, -yo recuerdo a Román Herald y Hugo Jaén, maestro con la campana-  dos guitarristas, un bajista, un conguero, un bongosero, y dos cajoneadores hacían retumbar La Victoria con los mejores festejos del momento.

En Valentina, todo era negritud, y puedo decir con cierto orgullo que alguna vez bailé el vals Olga, cantado en vivo por el popular Arturo Zambo Cavero y pude escuchar, ante el absoluto, momentáneo y respetuoso silencio de la concurrencia, la aún vigente y señorial voz de la entonces octogenaria Eloísa Angulo, la soberana de la canción criolla, entonar El Payandé.

En todo caso, fue poco antes de cumplir los 20, y no recuerdo muy bien cómo, que descubrí en todo su esplendor a Felipe Pinglo. El asunto tuvo mitad de vintage y mitad de ideológico, por el notable contenido social de temas suyos como el celebérrimo El Plebeyo, Jacobo El Leñador, Mendicidad, entre otros.

En realidad, tanto Felipe Pinglo como Chabuca Granda describieron a la Lima que se fue; pero, curiosamente, Pinglo, siendo dos generaciones anterior, retrató a la joven y moderna urbe industrial, llena de contradicciones, de obreritas, canillitas y mendigos que se abría paso en los veinte y treinta; mientras que Chabuca rescata la ciudad idealizada de zaguanes, balcones y flores de Amancaes que aquella emergente capital obrera suplantó.

Yo entonces opté por Pinglo porque lo sentí más barrio, y en esos días yo también lo era, él compuso De Vuelta al Barrio, yo, humildemente, La Calle Inclán, que todavía entonamos en ocasionales reuniones los viejos parroquianos de la paralela a la 44 de la Arequipa, que poblábamos en los telúricos años ochenta, donde la marginalidad alcanzó a las clases medias, al “expituco” Miraflores, y cómo no “El Plebeyo de ayer, es el rebelde de hoy” a quien Pinglo presenta como agente de la reivindicación social, muy a tono con mi propia rebeldía juvenil, que, igual que la de toda mi generación, solía inclinarse hacia la izquierda.

Felipe Pinglo era la Lima que añoraba, pero, hasta cierto punto, la que aún vivía en mi rioba, la que me encontraba los domingos en tribuna sur, en el Comando antes de que se llamase Comando, cuando me iba a ver a mi Alianza Lima, a cuyos ases de hacía cincuenta años, como Alejandro Villanueva y Juan Quispe, el bardo barrioaltino les dedicó varias polkas, pasos dobles y one step.

Creo que los años tienden a desideologizarnos, al menos un poco, y a valorar más lo puramente estético. Fue así como me encontré con los Boston Vals de Pinglo, Hawái, Horas de Amor y ¡Oh Mujer!, luego su único tema vanguardista, Palabras Esdrújulas, así como con una exquisita Chabuca Granda que está mucho más allá del caballero de Fina Estampa, como la que desafía el romper del río Rímac con su Pobre Voz, o con Una Larga Noche junto a María Sueños que arde de deseos en su Cardo o Cenizas, “como será mi piel junto a tu piel”.

Si tuviese que comparar las poesías de ambos, diría que la de Chabuca es de una estética insuperable (Pinglo y Chabuca corresponden a épocas y estéticas distintas) pero que los temas y personajes de Pinglo me recuerdan a los de Charles Chaplin, como en sus Luces de la Ciudad o El Pibe, o a los de Toulouse Lautrec y alguno que otro de Francisco de Goya “cubierto de harapos, la faz macilenta, el pobre mendigo limosnea un pan, implorando siempre la bondad ajena, a todos le pide una caridad” (vals Mendicidad).

Felipe Pinglo y Chabuca Granda fueron nuestros dos genios de la música criolla, qué duda cabe, y como tales supieron adivinar el final, la propia muerta, como Chaplin, el hombre, y el vagabundo, su personaje, el que muere para siempre en el drama Candilejas. En El Espejo de Mi Vida, Felipe Pinglo, joven, pero consumido por una enfermedad pulmonar, se describe así a sí mismo:

 

“Ayer tarde me he mirado en el espejo

pues sentía por mi faz curiosidad,

y el espejo al retratar mi cuerpo entero

me ha brindado dolorosa realidad.

Estoy viejo, hay arrugas en mi frente,

mis pupilas tienen un débil mirar,

y mis labios temblorosos y arrugados

saboreando están los besos

que ayer dieron y hoy no dan “

A su turno, Chabuca se retrata yaciente en su casi desconocido pero desgarrador landó: “Me he de guardar”

“En un hoyito iré yo a parar

solitita me he de guardar

dentro la tierra, al pie de un rosal

bajo un almendro te he de esperar”

 

Las obras de Felipe Pinglo y Chabuca Granda no son lineales. Entenderlas así sería renunciar a conocerlas y disfrutarlas en toda su plenitud. Ambos artistas fueron prolijos y experimentaron con diferentes influencias musicales, comprendieron cabalmente que no podían imponerle límites, ni cortapisas, a la inspiración y la búsqueda constante de nuevos caminos. Descubrir sus derroteros, y sus escondidos recovecos, es acercarnos un poco más a sus vivencias y al espíritu de su arte.

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Chabuca Granda, Felipe Pinglo

El Congreso viene cumpliendo hasta el momento de modo satisfactorio su rol de control y oposición del Ejecutivo. En base a la holgada mayoría del centro y la derecha han logrado hacerse de la Mesa Directiva y de las principales comisiones parlamentarias, y además, como corresponde, han empezado a ejercer control político del gobierno central citando a ministros a dar explicaciones.

De otro lado, la calle sigue movilizada. Hasta el momento, de un modo muy parcial, en base a la legítima y valiosa colaboración del empresario Erasmo Wong (lástima que se haya sumado a la estrategia golpista, pero, en fin, eso ya es hoja a la que se le debe dar vuelta, en términos de estrategia opositora), y deberá ampliarse a gremios que como el Sutep ya han expresado su malestar por la clara inconducta del régimen con los términos sindicales del magisterio.

Pero lo que falta es que surjan líderes políticos que galvanicen este estado de ánimo y lo conduzcan durante el periodo que dure este gobierno. No se entiende, por ejemplo, el silencio de Keiko Fujimori. Muy activa cuando se trataba de obstruir desde el saque al gobierno de PPK (cuando allí debió haberse promovido un pacto de derechas que hoy habría arrojado un desenlace inmensamente superior al que tenemos), y hoy silente y pasiva.

Ha hecho bien en abstenerse de aprovechar su número de parlamentarios para tener presencia en la Mesa Directiva. Aún tiene heridas que restañar ante la opinión pública por lo abominable que fue la conducta de su bancada en el periodo anterior. Pero fuera de las instancias congresales tendría mucho que decir y hacer.

Julio Guzmán salió muy mal parado en las elecciones. Puede perder, inclusive, la inscripción, pero no es un político muerto y más bien podría capitalizar la creciente decepción por la gestión de Castillo para recolocarse y retomar posiciones expectantes que antaño tuvo.

Y así por citar solo dos. Podrían surgir también nuevos liderazgos. La circunstancia lo amerita. Se viene una batalla larga para contener cualquier eventual arresto radical y autoritario de un régimen que alberga en su seno esta variante y que no se sabe, a ciencia cierta, cuánto tiempo convivirá con la tecnocracia del MEF (Francke) y del BCR (Velarde) sin patear el tablero populista.

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Julio Guzmán, Julio Velarde, Pedro Francke

El Presidente Castillo optó por comenzar su Gobierno con la designación de un Gabinete históricamente provocativo y controversial.  El frenesí de nombramientos completamente inapropiados en puestos clave del Estado que le siguió hizo inequívoco el mensaje: no habrá consenso, ni negociación – lo que se busca es la confrontación, y luego, la conquista.

Las consecuencias no se hicieron esperar. Se consolidó una sólida mayoría opositora del establishment político y económico del país en tiempo record, que estaría satisfecha de abortar al Gobierno ya mismo. Hasta figuras mesuradas, como Alberto Vergara, empezaron a hablar de vacancia

Pero el desenfreno inicial debe estrellarse con la realidad: remover al Presidente es harto difícil. Primero, está la aritmética: el oficialismo es la bancada más grande, y sumada a sus aliados de JPP tiene 42 votos – apenas dos menos de los necesarios para bloquear la temida vacancia.

Los 88 votos restantes ofrecen posibilidades – pero no dejan margen de error, lo que en sí actúa como desincentivo: impulsar una vacancia creyendo que se tienen los votos sólo para que uno o dos congresistas se echen para atrás al último minuto arriesga dejar al Congreso en una posición extremadamente vulnerable.

Eso es sin mencionar lo evidente: ¿saben lo lunático que debe sonarle al observador neutral hablar de vacar a un Presidente a las tres semanas?

El Presidente se ha ganado la enemistad de casi toda la clase política, pero no confundamos a los influencers con los influenciados: el electorado, como es usual, se está tomando su tiempo en llegar a una idea clara sobre su gobernante. En una encuesta reciente de Datum, el Presidente tiene una desaprobación neta de apenas -2%, con 20% esperando a ver qué más hace antes de emitir un juicio. CPI arrojó números similares.

Por otro lado, al Presidente Castillo tampoco le será nada fácil forzar la disolución del Congreso. Para empezar, sus principales aliados están enfrascados en serios problemas judiciales, en un país donde la Fiscalía colecciona prisiones preventivas para políticos. Por si fuera poco, existen serios problemas de convivencia entre el ala magisterial y el ala cerronista de su propia bancada. No suele ser sabio ir a la ofensiva con el flanco expuesto.

La oposición, además, cuenta con una sólida mayoría en el Congreso – una que, crucialmente, a diferencia de lo que ocurrió en 2016-2019, no depende de un solo partido. En un país de líderes impulsivos, eso es una desventaja para el Gobierno. El Presidente Vizcarra encontró fácil provocar al sanguíneo liderazgo de Fuerza Popular a cometer bravuconadas. Apretar los botones de diferentes bancadas decididas a sobrevivir, es bastante más difícil. La mejor defensa del Congreso contra pisar el palito está en su propia atomización.

Arrinconar al Congreso a aprobar un referendo constituyente mediante cuestión de confianza también es descabellado. Para empezar, el Congreso puede reformar la Constitución para limitar la cuestión de confianza – es más, ya lo están intentando, y hay Congresistas que siendo renuentes a vacar al Presidente, si ven apropiado contener el poder de un Mandatorio que ya ha dado gruñidos autoritarios.

Además, está el Tribunal Constitucional.  En la sentencia del caso Disolución del Congreso este ya aclaró que hay límites a las cuestiones de confianza, y que uno de ellos es “condicionar el sentido de una decisión (…) que sea competencia de otro órgano estatal”. Parece improbable que el Tribunal vea constitucional una arremetida tan indecorosa. Demás está decir que intentar arrinconar al Congreso sólo para que el Tribunal le enmiende la plana al Gobierno, bien podría convencer a varios Congresistas de inclinarse por la vacancia.

Todo esto lleva a entretener un escenario que muchos parecen despreciar, pero que yo veo bastante probable: uno de estancamiento, y guerra fría. No es descabellado concluir, a la luz de la distribución de poder entre Gobierno y Oposición, que nos podemos pasar los 4 años que necesita el Congreso para librarse de la amenaza de la disolución en este plan: con un Gobierno que hace guiños de dar golpes bruscos de timón hacia el autoritarismo, pero nunca consuma, y un Congreso que gruñe, fiscaliza, amenaza – pero nunca se siente confiado de tener los votos para dar la estocada final.

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Pedro Castillo

«Tenía carisma, era simpático, tocaba la flauta con la nariz, como un flautista de Hamelin, que atraía a los chavales. Te dejaba fumar en el despacho, con 13 ó 14 años, cuando ibas a verle». Así recuerda Eduardo Mendoza al P. Cesáreo Gabaráin cuando éste era capellán del Colegio de Chamberí de los Maristas en Madrid (España) en los años 70. Gabaráin era entonces un cura moderno, que vestía de civil pero con clergyman (alzacuello blanco distintivo de los sacerdotes católicos), que había introducido la guitarra eléctrica y la batería en las celebraciones litúrgicas, que era un gran deportista conocido como “el cura de los ciclistas” y amigo de varios futbolistas, que tenía llegada con los jóvenes y les presentaba una visión atrayente del mensaje cristiano.

Pero sobre todo se le recuerda como compositor de unas 500 canciones para la liturgia católica, varias de las cuales hemos cantado quienes somos católicos en las misas dominicales: “Pescador de hombres”, “Vienen con alegría”, “Juntos como hermanos”, “Iglesia peregrina de Dios”, “Una espiga dorada por el sol”, “La paz esté con nosotros”, entre otras. La venta de sus canciones en vinilo le llevaron incluso a obtener un Disco de Oro.

El pasaje central de su canción “La muerte no es el final” sería adoptado en 1981 por las Fuerzas Armadas Españolas como himno a quienes perdieron la vida en acto de servicio, interpretado en el marco del Ceremonial en Homenaje a los Caídos por España. En 1979 el Papa Juan Pablo II, quien consideraba “Pescador de hombres” en su versión polaca “Barka” como su canción preferida, lo nombró prelado personal de Su Santidad, honor que mantuvo hasta su muerte por cáncer en el año 1991.

Una vida ejemplar por donde se la mire. ¿Será cierta tanta maravilla? ¿O se cumple lo que alguna vez dijo el escritor alemán Johann Wolfgang Goethe: «Donde hay mucha luz, la sombra tiende a ser profunda»?

El mismo Eduardo Mendoza, ahora de 57 años, señala: «Era como el doctor Jekyll y mister Hyde, por un lado, un cura carismático, popular, amigo de deportistas famosos y del Papa, y por otro, un pederasta. Algo inimaginable para todos los que le admiran».

Efectivamente, según un informe reciente del diario El País (España), el P. Cesáreo Gabaráin habría abusado sexualmente de varios menores de edad durante el período de 12 años (de 1966 a 1978) que estuvo en el Colegio de Chamberí. Si bien las principales denuncias se refieren a hechos ocurridos en diciembre de 1978 durante un retiro para alumnos en Los Molinos, una residencia de los maristas en la sierra de Madrid, un testigo relata que ya a fines de los 60 el cura Gabaráin tenía prácticas inapropiadas, valiéndose de su puesto de autoridad y confianza para toquetear y manosear a los alumnos. Y para llegar incluso más lejos, a aquello que resulta difícil relatar.

Fue Eduardo Mendoza quien acusó al cura pederasta ante su tutor, el hermano marista Aniceto Abad, quien le creyó a él y a otros de sus compañeros que sabían de los hechos. Fue este religioso quien habría presionado para que expulsaran a Gabaráin del colegio. Pero el detonante parece ser que lo puso el Sr. Aguilera, cuyo hijo César habría sido víctima de un intento de abuso por parte del cura. El director del colegio, el hermano Aquileo Manciles, no obstante reconocer los hechos habría tratado de quitarles peso. Refiriéndose a las agresiones sexuales de Gabaráin, habría dicho: «Lo sabemos. Está muy arrepentido y quiere hablar con ustedes, porque lo ha pasado muy mal y dice que ha pensado en suicidarse». Pero el padre de familia se mantuvo en sus trece: «O este señor se va del colegio o yo me voy a hablar con Interviú (desparecida revista española de corte sensacionalista)». Esto selló la salida definitiva de Gabaráin del colegio de los maristas. El cura sería reubicado en 1980 en el Colegio San Fernando de los salesianos. Y ahí quedó el asunto. La provincia de los maristas no abrió ninguna investigación ni tampoco habría informado a la diócesis de San Sebastián (a la cual estaba adscrito el cura pederasta) ni a la arquidiócesis de Madrid (que es donde ejercía sus actividades pastorales). Se siguió en todo el nunca escrito pero sí fervientemente practicado manual del silencio de la Iglesia católica cuando había que abordar casos de pederastia dentro de sus filas clericales: encubrir los delitos y reubicar al criminal en otra localidad donde no se tuviera noticia de sus fechorías.

Carmelo González Velasco, un amigo de Gabaráin, decía lo siguiente sobre el cura:

«Vivió en constante captación de situaciones de necesidades humanas, que traducía en cantos de ayuda para los momentos de oración personal o comunitaria. Todos ellos son vehículos de acercamiento al mundo trascendente, manifestaciones de alabanza a Dios y a la Virgen, expresiones del celo litúrgico-musical que le consumía».

¿Es esto cierto en lo que se refiere a sus canciones? Un análisis somero nos muestra tonadillas ligeras fáciles de recordar y letras cargadas de clichés religiosos sin mayor profundidad. Son canciones que suenan bonito, pero que están alejadas de la profundidad de la música sacra de otros tiempos, capaz de suscitar experiencias religiosas que llevaran a los oyentes al encuentro de lo sagrado, de aquella belleza que resulta casi imposible expresar con palabras. Experiencia de lo sagrado y de lo trascendente que puede incluso conmover con su vena artística el corazón de no creyentes.

El P. Francesco Interdonato, ya fallecido, un jesuita que me impartía cursos de teología dogmática en la Facultad de Teología Pontifica y Civil de Lima, se quejaba de que, con la reforma litúrgica de los años 60, se hubiera abandonado la antigua música sacra, reemplazándola con cancioncillas religiosas sin mayor trascendencia. Decía que antes uno se elevaba con la música sacra, “pero después vino Gabaráin, y nos dejó toda su mierda”. Las canciones de Gabaráin no sin innovadoras y difícilmente podría decirse que alcanzan un nivel artístico. Parece que también tomó prestadas algunas ideas musicales ajenas, pues su canción “Juntos como hermanos” en el fondo no es otra cosa que una versión algo más acelerada de “My Lord What a Morning” del compositor afroamericano Henry Thacker Burleigh (1866-1949).

La pregunta que muchos se hacen es si estas canciones se deberían seguir cantando en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia católica, dado que han acompañado la vida religiosa de varias generaciones de católicos. Por más penoso que sea, creo que deberían ser vetadas de toda ceremonia pública de la Iglesia católica. En caso de que esto no se haga, se estaría infligiendo dolor a las víctimas del cura Gabaráin y todos aquellos que son sensibles ante el problema de la pederastia eclesiástica y que quieren mantenerse como creyentes, pues se verían obligados a escuchar en eventos públicos las obras de un victimario de menores. Y, por otra parte, de proceder así, la Iglesia le estaría quitando peso a los delitos de pederastia. Pues ya no tendría mayor importancia que un sacerdote o religioso abuse de menores, si su presencia continúa a través de canciones que se siguen difundiendo. Si se han vetado los textos de abusadores como Marcial Maciel, Luis Fernando Figari y Germán Doig, por mencionar a algunos, aunque se trate de escritos espirituales edificantes, ¿por qué no hacer lo mismo con las mediocres canciones de Gabaráin, aunque sean populares?

Esta medida sólo abarcaría el ámbito público. En privado uno puede leer o escuchar lo que quiera. Y quizás meditar sobre esa frase que aparece en la canción “Madre, óyeme” de Gabaráin: «Madre, sálvame, mil peligros acechan mi vida». Sin olvidar que uno de los principales peligros para los jóvenes parece haber sido este cura pederasta.

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Cesáreo Gabaráin

Noviembre 2020. Llega por emergencia una paciente mujer joven, de hecho, más joven que yo, quien había convulsionado hace poco. El esposo, desesperado, no entendía qué pasaba con ella. En casa quedaron sus dos hijos a cargo de la abuela, que tenía el alma pendiendo de un hilo… Hay varias razones por las cuales una persona que nunca ha convulsionado lo hace por primera vez y, tras escuchar la historia narrada por su pareja, la causa se me hizo obvia, así como el pronóstico fatal si no actuábamos rápido y que, lamentablemente, no podríamos hacer mucho por ella en nuestro hospital.

Recuerdo también el caso de un paciente que estuvo varios meses en UCI y en el cual existía la sospecha de que se había formado una fístula, es decir, un conducto por el cual los alimentos podrían pasar del esófago a la vía aérea y poner su vida en riesgo. Por motivos poco usuales, el estudio con el que contábamos no nos permitía hacer el diagnóstico, por lo que era necesario hacer estudios más especializados. No, no contábamos con ellos en la ciudad ni en las ciudades más cercanas y al no poder descartar la presencia de la fístula, teníamos que continuar protegiendo su vía aérea, es decir, debía continuar alimentándose por una sonda y portando la traqueostomía (un dispositivo en la tráquea a través del cual respira). Estas dos cosas repercutían enormemente en su calidad de vida: ¿se imaginan pasar más de 3 meses de su vida sin poder saborear alimento alguno ni hablar? Él estaba frustrado y deprimido y, pese a que le dábamos fármacos y recibía terapia psicológica, no podíamos ayudarlo más: habíamos entrado en un círculo vicioso.

¿Qué tienen en común estos casos? Ambos requerían ser referidos a un establecimiento de mayor complejidad, donde podrían salvarle la vida (en el caso de ella) o mejorar su calidad (en el caso de él); pero pese a que la referencia se tramitó día tras día por más de un mes, en ninguno de los dos casos se efectivizó.

Para mí, el sistema de referencias en nuestro país es un mito. Funciona cuando se trata de referir un paciente de la posta al hospital, eso no lo niego; pero cuando se trata de casos que no son emergencia, requieren hospitalización y además de una atención especializada que solo se encuentra en Lima, el sistema es solo una pantalla, ya que solo se logra conseguir la aceptación del traslado de la forma en la que, lamentablemente, se consiguen muchas cosas en nuestro país: por contactos (solo que en este caso, son usados por algo a favor de la vida de una persona).

Pero no es desidia ni desinterés de los hospitales de Lima. Todos conocemos bien la realidad: Me atrevería a decir que todas las emergencias están llenas de pacientes en sillas de ruedas esperando por una camilla. Entonces, si a las justas tienen una para ofrecerle a los pacientes que ya están ahí, ¿no es avaricia solicitar que en la lista de espera de esa cama tenga prioridad alguien que se encuentra a 12 horas de ese hospital? Teniendo en cuenta eso, es muy lógico que la respuesta día tras día sea “no contamos con camas disponibles” y que por ende, ese paciente, nunca se refiera.

Por otro lado, hay un asunto que muchas veces pasa desapercibido. Cuando un paciente es trasladado a otra ciudad, lo acompaña como mínimo un familiar. Muchas veces esta persona debe dejar de lado su trabajo y otras personas bajo su cuidado para poder viajar con él y quedarse atento a lo que pueda necesitar estando ya en la capital. Ese familiar deja de percibir ingresos en el momento en el que probablemente con mayor razón los requiere, ya que a pesar de que su familiar esté asegurado al SIS, siempre hay algún medicamento o examen con el que no cuenta el hospital que el familiar debe costear de forma particular. Y lo peor, muchos de ellos no tienen dónde quedarse en Lima, aumentando los gastos no solo por una habitación (si es que llegan a tener dinero suficiente para alquilar una), si no también por pasajes y comida. Todo eso representa un estrés extra a la familia, que de por sí ya viene preocupada por “esa enfermedad que debe ser tan grave que necesitó que lleven a su familiar a la capital”.

¿Qué podríamos hacer al respecto? Es claro que nuestros hospitales no se dan abasto para atender la demanda de Lima y alrededores como para hacerlo con el resto de regiones, por lo que es necesario lo que siempre se ha solicitado al gobierno: descentralizar la salud. Pero esto no es tan sencillo y requiere años de trabajo. Construir la infraestructura quizás sea lo más sencillo, ya que conseguir recursos humanos que ejerzan en provincias siempre ha sido lo más complicado.

Se requieren incentivos y el más importante de ellos siempre será que el especialista pueda ejercer adecuadamente su especialidad a donde vaya. Díganme ustedes, ¿de qué serviría llevar a un neurocirujano a una ciudad donde no cuenta con las herramientas necesarias propias de su especialidad para operar? ¡Sería frustrante y no podría ayudar realmente al paciente! Y ojo, un neurocirujano podría salvar la vida de una persona si entra a operar de emergencia, pero sin las herramientas adecuadas, es como si prácticamente él no existiera en el momento que justamente más se le necesita.

  • Su hijo ha sufrido una lesión grave en el cerebro tras el accidente de tránsito, necesita ingresar a operarse de emergencia, pero lamentablemente no podremos ayudarle acá.
  • Pero hay un neurocirujano en la ciudad, ¿puedo hacer que venga de forma particular?
  • Él ya trabaja con nosotros, el problema es que no contamos con una herramienta que se necesita para la operación.
  • ¿Dónde puedo comprarlo?
  • Lamentablemente no es algo que pueda conseguirlo acá. Solo queda referirlo lo más pronto posible, antes de que el pronóstico empeore. Siento mucho no poder ayudarlo más.

En realidad, a pesar de que son pocos los que se animan a ejercer en provincia, ya se cuenta con algunos especialistas en regiones. No son muchos, pero la mayoría de ellos suelen estar atados de manos por diversas razones (exámenes de laboratorio, equipos, herramientas, etc), por lo que siempre estarán haciendo malabares con lo que cuentan. Varios de ellos trabajan en Lima, pero deciden ir a provincias quizás por familia o quizás por amor a esa tierra, pero principalmente por querer ayudar aunque sea en lo poco que se les permite.

He escuchado a algunos de ellos verse desanimados por no contar con lo necesario para ayudar y, basándose en ello, poner en consideración el seguir viniendo o no; por lo que creo que implementar bien los hospitales que están en regiones, teniendo en cuenta los especialistas con los que ya cuentan, es un buen punto desde el cual se podría empezar, para así poco a poco incentivar la llegada de más de ellos, poder descentralizar los servicios especializados y cumplir realmente con uno de los derechos principales de toda persona: acceso a salud de calidad.

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Covid-19, UCI

Que no los engañe su actual apariencia reposada, sus pelos y bigotes blancos, su hablar suave y reflexivo de abuelito bonachón. En sus años mozos fue considerado uno de los personajes más difíciles y contradictorios del rock. Figura clave del hippismo y la contracultura de los años sesenta y setenta, sus comportamientos extremos lo pusieron al mismo nivel de peligrosidad de Keith Richards (The Rolling Stones) o Jim Morrison (The Doors) mientras que, en paralelo, mostraba una sensibilidad musical superlativa y un talento único para los arreglos vocales que lo convirtieron en una de las columnas vertebrales de la escena californiana de aquellos años. Sobreviviente de mil y una batallas contra la adicción, la salud y una forma de ser díscola e intratable, David Crosby cumple hoy, sábado 14 de agosto, 80 años.

Y para celebrarlos lanzó, el 23 de julio pasado, su octavo álbum como solista, For free, un lánguido compendio de nuevas composiciones, a excepción del tema-título, un clásico de Joni Mitchell de 1970 –interpretada a dúo con una joven promesa del country lo-fi, Sarah Jarosz-, que exhiben a un David Crosby consciente de su fragilidad, ofreciendo su inspiración, algo afectada por los años, pero aún capaz de mostrarse auténtica y creíble, un rezago de lo que fue una carrera musical tan brillante como accidentada.

Las canciones de For free no tendrán el filo psicodélico ni el peso de antaño, pero son testimonio de un artista que busca, en los últimos tramos de su vida, la redención a través de la música tras años de alejar de sí a sus amigos, amores y compañeros de ruta, algunos de ellos tan molestos con él que no quieren ni dirigirle la palabra. Como él mismo declara en Remember my name (A. J. Eaton, 2019), el documental producido por el prestigioso cineasta y crítico musical Cameron Crowe (Singles, Almost famous, Jerry Maguire): «Le hice daño a muchas personas y no puedo repararlo. Lo que sí puedo hacer es música. Es lo único que tengo para ofrecer».

David Crosby fue miembro fundamental de la primera formación de The Byrds, entre 1964 y 1968, que definió el sonido de toda una época: Mr. Tambourine Man (compuesta y grabada originalmente por Bob Dylan), Turn! Turn! Turn!, Eight miles high. La luminosidad de The Byrds se ensombreció con los primeros chispazos de esa personalidad tanática y autodestructiva que harían célebre a «Croz». Roger McGuinn, líder factico del grupo, lo despidió luego de cinco exitosos álbumes debido, entre otras cosas, a unos comentarios políticos sobre el asesinato de John F. Kennedy que soltó, en pleno vuelo ácido, durante la actuación del quinteto en el Monterey Pop Festival (1967).

Luego llegó el megaestrellato, cuando se unió a Stephen Stills (ex Buffalo Springfield) y Graham Nash (ex The Hollies) -poco después se uniría también el canadiense Neil Young, también de Buffalo Springfield. Su segundo concierto oficial y debut masivo fue el último día del legendario Festival de Woodstock, la madrugada del lunes 18 de agosto, cuatro días después de su cumpleaños número 28. Los álbumes CSN (1969) y Déjà Vu (1970) condensan todo aquello de lo que se trataba el espíritu libre y bucólico de la generación hippie. Crosby, Stills, Nash & Young fue el primer supergrupo de la historia del rock norteamericano. Las voces combinadas y los potentes mensajes de sus canciones emocionaron a toda una generación: Teach your children, Ohio (single de 1974 acerca de la matanza policial a estudiantes de la universidad de Kent), Long time gone u Almost cut my hair, las dos últimas compuestas por Crosby.

En aquel pico de popularidad y éxito comercial, el desenfreno de Crosby fue resquebrajando, uno por uno, los muros de esa fortaleza de country rock y psicodelia. Un romance fallido con Joni Mitchell -que la encantadora chanteuse canadiense terminó con una de sus canciones, That song about the midway (álbum Clouds, 1969)-, peleas constantes con sus compañeros y luego, la trágica muerte de su novia Christine Hinton, apenas a los 21 años en un accidente de tránsito, fueron hechos que sumieron al músico en un profundo torbellino de depresión y drogas, del cual salió con un álbum brillante, titulado sugerentemente If I only could remember my name (Si tan solo pudiera recordar mi nombre, 1971). Acompañado de varios integrantes de The Grateful Dead, Jefferson Airplane y Santana, amigos entrañables de festivales, grabaciones e interminables juergas, Crosby dejó, para la posteridad, una obra maestra de profundo lirismo psicotrópico. Crosby, Stills, Nash & Young –a veces sin Young, a veces solo como Crosby & Nash- tuvieron, de 1974 en adelante, un camino intermitente hasta el año 2016 en que Graham Nash anunció que nunca más se reunirían con Crosby debido a sus insoportables actitudes. Su última producción oficial en estudio fue Looking forward (1999), que aun llegó a captar la magia de sus voces y guitarras.

Crosby pasó cinco meses en prisión estatal de Texas, en 1986, por posesión de drogas y armas (la condena real era a cinco años). A fines de los ochenta colaboró con Phil Collins en su exitoso álbum … But seriously (1989), haciendo armonías vocales en That’s just the way it is y Another day in paradise. También fue noticia a inicios del siglo 21 al revelarse que había donado esperma para que Julie Cypher, pareja de la cantante Melissa Etheridge –que consideraba a Crosby como una de sus principales inspiraciones- quedara embarazada. A través de un procedimiento de inseminación artificial, Cypher dio a luz a dos bebés, un hombre y una mujer. Beckett, que era el vivo retrato de su padre biológico, falleció en mayo del año pasado a los 21 años, por consumo excesivo de drogas.

For free parece ser un disco inocuo y fácil de escuchar, firmado por un tranquilo anciano que da consejos, rodeado de sus perros, gatos y caballos, sobre cómo vivir en paz con el universo. Pero en realidad se trata de un nuevo capítulo en esa rutina de exorcismo personal que Crosby viene ejecutando desde hace siete años, periodo en el cual ha lanzado cuatro discos –Croz (2014), Lighthouse (2016), Sky trails (2017) y Hear if you listen (2018). Cuando la mayoría de sus contemporáneos ya están muertos o viven de sus viejos éxitos, el cantante y guitarrista, cuyo característico bigote inspiró al personaje de Dennis Hopper en Easy rider (1969), se reinventó a los 72 años, asociándose a un grupo de músicos jóvenes entre quienes destacan su hijo James Raymond, el guitarrista Jeff Pevar (con quienes formó The CPR Band) y el talentoso bajista y compositor Michael League, líder de Snarky Puppy, la super banda de jazz, R&B y fusión fundada por él en el 2004.

Canciones como Boxes, The other side of midnight o I won’t stay for long son, claramente, testimonios de esa oscura búsqueda unipersonal por la redención. Crosby mantiene la frescura de su voz, aunque ahora la usa con menos agresividad que en sus años psicodélicos –por momentos recuerda a Barry Gibb de los Bee Gees-, lo cual resulta ser una proeza si tomamos en cuenta que ha sobrevivido a varios episodios de sobredosis –fue adicto a la cocaína y la heroína por años-, tiene ocho by-passes en el corazón y superó, con éxito, un trasplante de hígado que le hicieron a los 53 años. Por otro lado, los ángulos más optimistas del disco son las canciones que Crosby coescribió con dos celebridades del rock clásico: River rise con Michael McDonald, en que el ex integrante de los Doobie Brothers hace sentir su inconfundible voz; y Rodriguez for a night con Donald Fagen, que podría haber sido parte de alguno de los álbumes clásicos de Steely Dan. La ilustración de la carátula es un retrato hecho por Joan Baez, otra de las sobrevivientes de aquella época florida y lisérgica.

En tiempos de la contracultura, los músicos siempre tuvieron una conexión visceral y auténtica con los eventos que ocurrían a su alrededor. A diferencia de los escritores, siempre ensimismados y sumergidos en mundos paralelos de ficción; y los actores, que se pasaban la vida entera interpretando sentimientos y emociones ajenas; compositores e intérpretes de los estilos dominantes en aquella época mostraron al público, sin disfraces ni filtros, su realidad a tiempo completo, con toda la amplia gama de fortalezas y vulnerabilidades de las que es capaz un ser humano. Y, a veces, con un nivel de intensidad capaz de crear alucinantes bellezas sonoras mientras que, en simultáneo, iban destruyendo su vida y las de los demás, como ocurrió con David Crosby, quien se pregunta todo el tiempo cómo es que todavía sigue vivo después todos estos años.

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David Crosby, For free

Una batalla campal en redes sociales y medios se ha desatado entre quienes consideran que aquellos que, por cuestión de dignidad o principios, votaron en blanco o se inclinaron por Castillo como mal menor en rechazo al keikismo, no tienen autoridad moral ahora de irritarse por los yerros del gobierno y tienen, pues, que asumir contritos las consecuencias de lo que se considera fue una frivolidad o una estupidez (les han endilgado la chapa de “cojudignos”), versus quienes, a su vez, estiman que todos los que se sumaron a la absurda tesis de un fraude y luego a las iniciativas golpistas, no son los llamados a liderar ninguna resistencia moral al casticerronismo (son éstos, los fachos y la DBA).

Tremendo favor se le hace al régimen y sus eventuales arrebatos radicales y autoritarios, si la oposición a esa deriva se dedica intensamente a un tonto ajuste de cuentas antes que a erigir una fuerte barrera de contención en todos los frentes posibles para evitar que el verbo radical de algunos voceros del gobierno termine haciéndose realidad.

A la mediocridad del gobierno nos tenemos que resignar. Parece irreversible. Requerirá también, sin duda, vigilancia y oposición, pero la batalla dura -que puede pasar in extremis, por un proceso de vacancia- se tendrá que dar solo si el régimen traspone los linderos constitucionales y democráticos, o si el Primer Mandatario incurre en las causales de incapacidad moral permanente para gobernar.

Las dos acciones, la de oposición a la mediocridad rampante, o la dura a una deriva autoritaria del régimen, necesitan, como condición ineludible, de la unidad consolidada de la clase política, de los poderes institucionales, de las bases populares organizadas y de los poderes fácticos (gremios sindicales, empresariales, medios de comunicación, etc.).

La ruptura de la oposición, como sucedió en Venezuela o Nicaragua, solo ayudará al régimen a desplegar su eventual agenda radical y consolidar un proyecto autoritario (al respecto, muchos están esperando la bomba política de Castillo cuando todo parece indicar que se tratará de una confrontación permanente de baja intensidad que va a requerir además de unidad, de mucha inteligencia estratégica).

Lo menos indicado en tales circunstancias es que la oposición se dedique a zaherirse mutuamente, en un plan tonto de ajuste de cuentas. Lo prioritario para la salud democrática del país es la unidad opositora. En esa perspectiva, insistimos: todo suma, nada resta.

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Casticerronismo, cojudignos
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