Opinión

«Llamo a estas personas que nuevamente están anunciando la ‘tercera toma de Lima’ o la ‘nueva toma del Perú’, ¿cuántas muertes más quieren por el amor de Dios, acaso no les duele en el alma haber perdido a más de 60 personas en estas movilizaciones violentas? Ninguna de esas muertes la ha provocado ni la ha buscado el Gobierno», señaló la presidenta Dina Boluarte respecto de la anunciada protesta que grupos de izquierda han convocado.

Hay un error conceptual y moral de base en la declaración de la presidenta. Los muertos no se ocasionaron solos o los causaron los protestantes. Como se ha acreditado, fueron obra y gracia de excesos policiales y militares. ¿Qué nos quiere decir la gobernante? ¿Que de producirse nuevas protestas violentas, el gobierno reaccionaría represivamente igual que en diciembre y enero y, por ende, se volvería a producir la carnicería que se produjo?

No hay justificación alguna para lo sucedido, y las investigaciones fiscales presentes o futuras deberán acreditar las sanciones penales de quienes resulten responsables (Dina Boluarte y Alberto Otárola incluidos en la pesquisa) y ser debidamente castigados judicialmente.

Por más violenta que sea una protesta, por más que se tomen carreteras, bloqueen puentes, incendien locales públicos o privados, o se tomen aeropuertos, la respuesta no puede ser la muerte de sus autores. No hay pena de muerte para tales delitos (definitivamente, lo son). Lo que corresponde es la detención inmediata de los violentistas y su procesamiento penal.

El uso de las armas por parte de la policía o de las fuerzas armadas, cuando se les encarga labores policiales, solo es justificable legalmente cuando está en riesgo la integridad o la vida de los propios hombres de uniforme o de terceros civiles, por acción de los manifestantes que protestan. Así corresponde en un Estado de Derecho, como el que supuestamente nos ampara.

Eso es algo que, lamentablemente, la presidenta Boluarte no parece entender y por ello sus declaraciones, ignominiosas para los deudos y para la sociedad civil aún indignada por lo sucedido, indignación que, entre otros factores, explica el inamovible grado de desaprobación del régimen. Los muertos seguirán lastrando al gobierno mientras éste no enmiende, repare o haga justicia.

 

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Alberto Otárola, Dina Boluarte, Muertos, tercera toma de Lima

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] El nombre de Franz Kafka designa a esa clase de escritor fundamental e insustituible tanto en el seno de su propia tradición (las literaturas alemana y Occidental, digamos) como en el resto del universo literario: Kafka pertenece a una lengua y una cultura, pero en el papel ha viajado intensamente por millones de lectores y ha ejercido un decisivo influjo en escritores de diverso origen que se han planteado, en algún momento, reflexionar desde la ficción sobre la condición humana. No postulo que todo escritor sea kafkiano; lo es, en mayor o menor grado quien pretende arriesgar su palabra para retratar el absurdo, la incomprensión, la crisis de la subjetividad de una época; para hablar de ambientes opresivos y realidades cercanas a la aberración.

Uno de esos viajes ha ocurrido recientemente entre nosotros. El destacado narrador peruano Jorge Valenzuela ha obtenido el Premio Copé de Ensayo 2022 con un volumen titulado Un mundo precario. Ensayo sobre la obra y la escritura de Franz Kafka. Es muy sugerente el hecho de remarcar en el título la palabra “ensayo” en clara alusión a un género que privilegia la especulación pero, en este caso, no su forma: se trata de cuatrocientas viñetas que van tejiendo un acercamiento puntilloso a muchos de los temas que se dan cita en el universo kafkiano: la ley, la condición de judío, la vocación por la escritura, la crisis del sujeto y el lenguaje, la angustia (asunto que Kafka lleva a niveles cósmicos), la contradicción, la vida siempre a merced de un phatos incontrolable, en fin, todo aquello que nos hace pensar en el adjetivo “kafkiano” para designar algo que nos provoca una profunda perturbación.

Aunque el texto tiene un planteamiento de naturaleza eminentemente fragmentaria, incluso calidoscópica, su lectura evidencia una organicidad que se demuestra en la lectura, ordenada o no, de los fragmentos que componen la totalidad del texto. Valenzuela parece haber apelado aquí a la idea de obra abierta de Umberto Eco, dejando al lector la libertad de elegir la aleatoriedad como método de lectura. Es posible también renunciar a dicha elección y seguir una lógica lineal, que será igualmente provechosa.

Cada viñeta tiene una cierta autonomía, pero eso no implica una desconexión. Cada viñeta, más bien, concreta un acercamiento. Por ejemplo, en la número 246, brevísima, se alude a una obra capaz de cancelar binarismos convencionales: “En el mundo de Kafka lo opuesto al amor no es el odio, lo opuesto es el orden establecido cuyo poder, oscuridad y anonimato lo aniquila todo” (p.148). La 329, por citar otro caso, se detiene en la autopercepción de uno de los grandes personajes de Kafka: “Es atrozmente conmovedor cómo Gregorio Samsa asume con naturalidad, pero sin dejar de sufrir, su condición de insecto. Es como si su nueva apariencia lo fuera afirmando en lo que es (alguien diferente de lo que es en su exterior): una persona en busca de aceptación y amor” (p.193).

El final del libro es crepuscular. Se representa la escena final del trayecto vital del escritor. Aquejado de un mal que lo ha dejado fuera de toda posibilidad vital, Kafka suplica a su médico que le inyecte morfina para terminar su calvario: “Su espantosa lucidez lo lleva a considerar que seguir viviendo, en las condiciones en las que se encuentra, es la peor muerte que se le puede imponer a un ser humano: ´Máteme´, le ordena a su médico, ´si no, usted es un asesino´” (p.234).

Un mundo precario es un trayecto crítico y reflexivo a través de la obra de un escritor emblemático y universal; un escritor al que George Steiner, en su célebre artículo “K” recomendaba encarecidamente leer como lee Valenzuela ahora: evitando “que la muralla china de la crítica no aprisione la obra, que el mensajero pueda pasar por las puertas del comentario”. Un mundo precario ofrece al lector agudeza en la mirada, libertad en la interpretación y una prosa más que estimable. Vala la pena internarse en él.

Jorge Valenzuela Garcés. Un mundo precario. Ensayo sobre la obra y la escritura de Franz Kafka. Lima: Ediciones Copé, 2023.

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Franz Kafka, George Steiner, Libros, Un mundo precario, universo kafkiano

El Congreso se siente impune, cree que sus actos no generan consecuencias políticas, que su desprestigio no afecta a todo el establishment político, que las barbaridades que se perpetran y las corruptelas que se develan pasan debajo del radar de la irritación ciudadana.

Porque en el caso de la presidenta Dina Boluarte se entiende de alguna manera su desaprobación, más allá de lo que haga. Que haya sucedido a un mandatario que tenía la aprobación de un tercio del país y que, además, haya ocasionado las muertes conocidas, justamente en las zonas castillistas, es un pasivo que difícilmente la abandonará, y que explica en gran medida los altísimos niveles de desaprobación que exhibe y de los que no se puede librar desde que asumió la posta presidencial.

¿Pero el Congreso por qué tiene tan alta desaprobación? Es verdad que el fenómeno es global, que los Legislativos no gozan de simpatías y que en el Perú en particular la gente lo aborrece (alguna vez un congresista me refería que al día siguiente de haber juramentado ya le mentaban la madre en la calle), pero el desastre nacional tiene otras causas.

A los sótanos a los que ha llegado el Parlamento actual, solo se llega con empeño y premeditación. Una tras otra, este Congreso ha dado muestras de mediocridad y corrupción, además de absoluta indolencia respecto de los pesares ciudadanos (la condecoración y develamiento del retrato de la expresidenta del Legislativo, Maricarmen Alva, no es, si no, un síntoma más de ese desprecio por la opinión pública).

Si a ello le sumamos, la ausencia total de un programa de reformas o iniciativas legislativas orgánicas, que se basen en la relativa mayoría congresal obtenida, se entiende por qué el desenganche, aparentemente irreversible, de este poder del Estado de la gracia ciudadana.

Y en ese plan, se llevan de encuentro el prestigio de las élites políticas, abonando y allanando el camino de un autócrata próximo, que prometa arrasar con el establishment. Tamaña irresponsabilidad debe ser denunciada y los integrantes de la clase política que no tiene curules deben mostrar la mayor distancia crítica posible de este engendro legislativo que las elecciones del 2021 parieron.

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Ha salido con todo Keiko Fujimori a zarandear al gobierno de Dina Boluarte. Le ha enrostrado “una actitud triunfalista y con cero autocrítica”. “Después de ver eso, nos debe llevar a nosotros a un cambio de actitud porque si ella y su Gobierno no es capaz (sic) de hacer los cambios que corresponde, debemos nosotros de señalar justamente cambios en el gabinete”.

Así, ha pedido la salida de los ministros de Salud, Energía y Minas, Salud e Interior, nada menos. Y, por cierto, tiene razón. Son ministros que no dan la talla para las urgencias del momento y afectan directamente la viabilidad del régimen, contribuyendo a su permanente nivel de desaprobación ciudadana.

¿Le hará caso la primera mandataria? Es un juego gana-gana el de Keiko. Si le obedecen, reforzará su perfil opositor y de poder. Si desoyen su solicitud, la alineará con mayor distancia respecto de un gobierno con el que la ciudadanía la identificaba. Buen negocio político por donde se le mire.

Esta paulatina lejanía del fujimorismo y del oficialismo, puede traer, sin embargo, más allá del impacto político general referido, consecuencias directas en la gobernabilidad congresal y la anuencia facilista con la que hasta ahora contaba Dina Boluarte.

Una bancada grande como la de Fuerza Popular es el fiel de la balanza en muchas de las decisiones que se toman en el Legislativo y si se encrespa respecto de la voluntad palaciega, le puede ocasionar más de un problema. Baste mencionar la ola de interpelaciones y censuras que podrían venir (como ya ha insinuado la propia Keiko Fujimori).

Alguna vez lo dijimos: Dina Boluarte durará en Palacio, el tiempo que le demore a la derecha darse cuenta de que su permanencia allí afecta sus intereses políticos y particularmente electorales.

No ha llegado aún ese momento de ruptura total, pero es el primer paso de lo que podría ser un distanciamiento que luego sea seguido por otras bancadas de derecha, que sumadas a las de la izquierda resentida, siempre dispuesta al contragolpe, podrían reducir las probabilidades de que Dina Boluarte gobierne sin sobresaltos hasta el 2026.

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Dina Boluarte, Fujimorismo, Keiko

Pero también en otra novela crearía un protagonista así de intimidante y legendario. Y ese sería en “Meridiano de sangre”, una novela western, apocalíptica, cuyo personaje, el juez Holden, un ser maquiavélico, de dos metros y 50 kilos, albino y a su vez políglota e imponente por su sapiencia y sabiduría, le daría un sitial privilegiado en las letras norteamericanas, por el reconocido crítico literario, Harold Bloom, al considerarla como la figura más terrorífica de toda la literatura estadunidense. De la misma forma, Meridiano de sangre, le daría un espacio en el sagrado parnaso literario, al lado de otros otros grandes escritores que le influenciaron, como Melville, Hemingway o Faulkner. Del que entendió bien la lección que dejara para todo escritor comprometido con su arte: 99% de talento, 99% de disciplina y 99% de trabajo.

Pero su apetito literario no quedaría allí, tendría todavía guardado para sus miles de seguidores otro interesantísimo proyecto, y que sería publicado lustros después con el nombre de “La Carretera”. Texto de ciencia ficción, distópica, de prosa parca y minimalista, como en alusión de los restos que quedaba en ese mundo destruido, de paisajes devastados como la naturaleza alrededor. Todo es tan sombrío como hasta las conversaciones de sus personajes, que continúan por la inercia sin alma ni esperanzas. Estáticos. Inhóspitos. Fiel reflejo de lo que queda de ese mundo desgraciado y monótono. Esta obra, merecidamente, lo volvería conocido a nivel mundial y a su vez le daría el prestigioso Premio Pulitzer.

Al terminar de escribir esta columna, se me aparece un párrafo leído en Meridiano de sangre, que retrata el determinismo en varios de sus personajes, como la vida, nosotros, y el azar y su derrotero que muchas veces no tiene sentido común pero que existe y del que siempre estamos determinados: “Cuando los corderos se pierden en el monte se les oye llorar. Unas veces acude la madre. Otras el lobo”. Se va una pluma que deja un legado importante. Justo un 13 de junio, fecha en qué se celebra el día del escritor, y sin duda, Cormac McCarthy encaja perfecto con esta celebración. Nos vemos en la carretera, maestro.

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Meridiano de sangre, Stephen King

[EN LA ARENA] El expresidente Donald Trump compareció por primera vez el martes 13 de junio ante la Corte Federal de Miami por 37 cargos penales que enfrenta por haberse llevado, al salir de la Casa Blanca el 2021, documentos clasificados de la CIA, del Departamento de Defensa, de la Agencia de Seguridad Nacional, del Departamento de Energía y del Departamento de Estado a su resort en Mar-a-Lago. Los cargos también incluyen haber obstruido la recuperación del material. Como todos los analistas lo señalan, es el primer exmandatario de Estados Unidos acusado de cargos federales. Él único que pudo haber sido acusado a ese nivel fue Richard Nixon. Por eso es que en las afueras de la corte de Miami, esperando la salida de Trump muchos periodistas no dejaban de comparar la caída de ambos presidentes. Pero se trata de historias muy distintas. Esta acusación contra Trump tiene como preocupación que los documentos clasificados que almacenó en cajas en su visitado resort incluían información sobre la defensa y el armamento, incluido el nuclear, no solo de Estados Unidos sino también de países extranjeros, incluyendo tanto las vulnerabilidades de su país, como las represalias posibles ante ataques extranjeros. Una dimensión muy distinta a la que nos remite el caso de Richard Nixon cincuenta años atrás: el caso Watergate, con el que muchos están familiarizados por haber sido llevado a al cine y la televisión.

Desde que llegaron al gobierno, Nixon y sus colaboradores del Partido Republicano acosaban a políticos de la oposición y grupos de activistas utilizando la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), la Agencia Central de Inteligencia (CIA) e incluso el Servicio de Impuestos Internos (IRS). Estas acciones salieron a la luz cuando fue detenido un grupo de integrantes del “Comité de reelección del presidente” por entrar a robar a la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, la cual quedaba en el complejo de oficinas Watergate de Washington D. C. Cuando se supo que “los ladrones” estaban vinculados al gobierno, el Congreso de los Estados Unidos inició una investigación. Nixon negó tajantemente cualquier participación, insistía en que se había enterado al mismo tiempo que el Congreso del robo. Pero un año y unos meses después, el 5 de agosto de 1974, la Casa Blanca entregó una cinta de audio grabada en la Oficina Oval de sólo unos días después del robo, en la que Nixon y otros funcionarios discutían cómo impedir la investigación del FBI para evitar ser implicados. Hasta los abogados de Nixon reconocieron que el presidente había mentido no sólo a ellos, sino a toda la nación. De inmediato, los congresistas de todos los partidos, más aún el republicano, declararon que apoyarían su destitución. Pero Nixon renunció de inmediato y abandonó junto con su familia la Casa Blanca. El Congreso, entonces, abandonó el proceso de destitución quedando a la espera de que se abriera la investigación penal a nivel federal. Sin embargo, contra toda expectativa, el vicepresidente Gerald Ford, apenas tomó el mando del gobierno, indultó a Richard Nixon. Con un indulto completo e incondicional lo eximió de cualquier crimen que hubiera cometido o en el que pudiera haber participado como presidente, basándose en que “el perdón” era en ese momento lo mejor para el país. Una suerte de fantasía fujimorista, digamos.

Nixon jamás aceptó ser culpable. Al parecer, Trump tampoco lo hará. Él culpa a Joe Biden, el actual presidente, de ser quien usa al Departamento de Justicia para ganar las elecciones del 2024. De poco sirven sus rabietas contra el fiscal. Temerosa, la ciudad de Miami esperaba miles de fanáticos defendiendo a su republicano. Pero que fueran tan pocos los seguidores que llegaron a la Corte a darle su apoyo, puede ser una señal de un país que ojalá despierte pronto de las mentiras de un hombre acostumbrado a sentirse por encima de la Ley.

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Mar-a-Lago, Nixon, Trump, Watergate

Del débil gobierno central se espera poco, a pesar de que, para hacerle frente a las protestas en su contra, sí supieron desplegar todas sus fuerzas del orden. Pero en el Congreso, ¿a nadie le interesa tomar esta batalla? ¿No puede este Congreso ponerse de acuerdo en al menos en un paquete de leyes en conjunto con el Ministerio del Interior que logren hacerle frente a la inseguridad ciudadana y la migración irregular? Temas que deberían ser transversales a las derechas e izquierdas.

Sin ir muy lejos, en Chile, el partido Republicano logró aprovechar muy bien el malestar ciudadano por el tema de la inseguridad ciudadana y convertirlo en una bandera política, que incluso les dio la mayoría en la nueva Asamblea constituyente. Pero en el Perú, no se oye, padre.

La inseguridad ciudadana seguirá siendo un tema que crecientemente preocupe a la ciudadanía, y será un eje de debate durante elecciones próximas, dándole ventaja al candidato o partido que sepa construir credibilidad sobre cómo solucionar el tema. Esto puede- peligrosamente- favorecer discursos radicales y antisistema, o puede ser aprovechado inteligentemente por los nuevos partidos que ostentan el poder en el 2026.

Otro factor que contribuyó al ocaso de las ideologías fue la globalización y la creciente interconexión de la economía mundial. La apertura de los mercados y la liberalización comercial generaron nuevas dinámicas y desafíos que las ideologías tradicionales no estaban preparadas para abordar.

Además, la complejidad y diversidad de la sociedad contemporánea dificultó la capacidad de las ideologías para movilizar a la población en torno a una visión común del futuro. La fragmentación social y la multiplicidad de intereses y demandas individuales y colectivas hicieron difícil la construcción de una identidad colectiva y un proyecto político compartido.

Por otro lado, el surgimiento de nuevas formas de comunicación y la democratización de los medios de información permitieron una mayor pluralidad y diversidad de opiniones y puntos de vista. Esto dificultó la hegemonía de las ideologías tradicionales y permitió la aparición de nuevas corrientes y discursos políticos y sociales.

En este contexto, el individualismo y la apatía política se han convertido en rasgos característicos de la sociedad contemporánea. Muchas personas se sienten desencantadas con la política y con las ideologías tradicionales, y prefieren centrarse en sus intereses individuales y en su bienestar personal.

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Crísis, Globalización, ideología, socialismo

No vivimos, pues, tiempos de utopías, vivimos tiempos de realidades muy complejas, cuyo telón de fondo es una disputa ideológica mundial entre derechas muy conservadoras y fundamentalistas, e izquierdas que hicieron de una supuesta “corrección política” un paradigma que debía imponerse derribando estatuas o mutilando libros. Pero el problema es social, no es cultural. Nos lo acaban de demostrar las masas chilenas que rechazaron un proyecto constitucional que básicamente abandonó las banderas que generaron su espacio de deliberación y las reemplazó, unilateralmente, por otras. Qué importantes las lecciones de Gonzáles Prada, cuando advierte al intelectual acerca de los límites de su liderazgo sobre las masas y subraya los peligros de su propia soberbia.

Caudillismo, populismo, clientelismo, militarismo, corrupción, precariedad de los servicios del Estado, absoluta crisis de valores – sí, en efecto- pobreza y pobreza extrema, hambre, son las principales características de una sociedad que no solo es informal en más del 70% de la población del país, sino que piensa, actúa y respira informalmente, y que ve al Estado como la fuente de enriquecimiento, desde los grupos de poder hasta los aspirantes a funcionarios, igual que sus homólogos españoles de nuestro virreinato, hace siglos.

Haya y Mariátegui lo tuvieron claro:  hay que partir de la realidad, y, tras conocerla a fondo, teorizar sobre ella. Por eso ambos sufrieron el exilio simbólico de la Comintern: ninguno aceptaba ortodoxias teóricas. La república, en efecto, es una utopía, por eso tiene que pensarse como lugar de llegada -nunca como punto de partida- de una examinación cuyo principio solo puede ser la definición más cabal y ceñida posible de lo que somos, del presente en el espacio y en el tiempo, del único lugar que realmente existe y desde el cuál todo comienza y se proyecta.

*Tomo prestado el título, del libro de nombre análogo de Tulio Halperin

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