Opinión

Rubén Blades escribió esta canción en 1983 y la incluyó en Buscando América, su primer LP con Seis del Solar, el proyecto con el que se acercó a un público diferente, incorporando géneros poco comunes en el universo salsero (reggae, balada, latin pop) y haciendo inteligente uso de teclados, baterías y sonidos sintetizados afines al pop radial de los ochenta, pero sin abandonar su vocación por las maracas, las percusiones y el soneo inspirado, características básicas del género latino que nació como síntesis de la riqueza musical cubana, de cuyo nacimiento fue protagonista.

Decisiones es la canción más conocida y recordada de aquel disco, lanzado en 1984 por la multinacional Elektra (asociada a los sellos Atlantic Records y WEA Internacional, división latina de Warner Brothers Records), y viene a mi mente hoy, sábado de víspera a las elecciones, en que muchos votantes, a solas o en familia, están deshojando margaritas para ver qué símbolo marcar, qué número(s) escribir, qué insulto o garabato anónimo y obsceno usar para dar cuenta, inútilmente, de su rechazo, de su desconfianza, de su no resuelta indecisión.

Buscando América fue el primer álbum del cantautor panameño fuera del contexto de Fania, el sello de Johnny Pacheco y Jerry Massucci, casa que lo vio surgir como artista y de la cual salió azotando la puerta por mezquindades legales de todo tipo, después de casi una década de enriquecer su catálogo con clásicos de la salsa de todos los tiempos. Y Blades acometió el inicio de esta segunda etapa de su exitosa carrera con una decisión arriesgada: apartarse del sonido que elevó la salsa a niveles de sabiduría culta y popular, a través de la extraordinaria discografía que produjo junto a Willie Colón, entre 1977 y 1982, antes de que su amistad terminara y pasaran de compartir creativos estudios de grabación a frías salas judiciales.

Pero que no se malentienda lo que acabo de decir. Hay bastante salsa, y de la buena, en Buscando América: El Padre Antonio y su Monaguillo Andrés, la coda del tema-título, el potente arreglo de nuestro vals Todos vuelven. El sexteto que acompaña a Blades -que al poco tiempo se hizo llamar Son del Solar, con la incorporación de músicos como Arturo Ortiz (teclados), Robbie Ameen (batería), Reynaldo Jorge (trombón), entre otros – demuestra mucho oficio y frescura, resultado de una década y media tocando con los mejores soneros de la era dorada de la salsa dura. Sus principales arreglistas -Óscar Hernández (piano, teclados), Mark Viñas (bajo) y Ricardo Marrero (vibráfono, teclados)- interpretaron con excelencia las ideas musicales de Blades, con secciones instrumentales de alta calidad que le permitió mantenerse al frente de la vanguardia salsera. El grupo lo completaban Ralph Irizarry (timbales), Louie Rivera (bongós) y Eddie Montalvo (congas), todos ellos experimentados músicos de la escena portorriqueña.

Decisiones se inscribe en el habitual vocabulario sonoro y rítmico del músico. La canción presenta tres mini historias, unidas por un común denominador: las consecuencias, generalmente funestas, de ciertas decisiones que deben ser asumidas con resignación por la persona que las toma. El músico y abogado con título de Harvard –“una calibre 45 que uno pone sobre la mesa”, decía él de su grado académico de alto perfil- hace pedagogía social de poderosa vigencia en esta descarga salsera de cinco minutos.

Así, la pareja joven que decidió tener relaciones sin protegerse no sabe qué hacer ante el embarazo -ella no ha decidido qué hacer, él preferiría el aborto-; el vecino que decidió hacer una indecente propuesta a su vecina casada recibe su merecido a palazo limpio; y el conductor pasado de copas se estrella y muere tras decidir pasarse la luz roja, convencido de que no le iba a pasar nada. Vea aquí la versión en vivo que hiciera en el 2009, en Puerto Rico, con Son del Solar.

Decisiones hace recordar, en términos de su estructura, a aquel manifiesto anti-materialista y de integración latinoamericana que Blades publicara seis años antes, en 1978, en el álbum Siembra. Me refiero, por supuesto, a Plástico que, por cierto, comparte diversos elementos con la canción que nos ocupa. Ambas abren su respectivo disco, sus letras están organizadas como un collage de historias cortas amarradas por un tema común y las dos arrancan con una introducción que hace referencia, como una sutil burla, a géneros musicales de los EE.UU., «el tiburón». Mientras que el inicio de Plástico es con un contagioso riff de música disco para luego agarrar ritmo salsero; Decisiones comienza con un satírico arreglo vocal de doo-wop, con piano y batería de fondo. A los pocos segundos aparece la voz de Blades: «La ex señorita no ha decidido qué hacer…»

Esta tríada de cuentos cortos -cortísimos, una estrofa cada uno- es narrada, además, en clave de humor. Blades siempre se ha caracterizado por escribir canciones con mensajes profundos sobre temas de intensa carga social, expresados en lenguaje sencillo pero emotivo, apoyado en su forma de cantar, de manera directa y sin disfuerzos, desde el corazón, desde la esquina. Pero, de vez en cuando, don Rubén -hoy de 72 años- también encontraba en la agudeza humorística un camino para sus crónicas urbanas que nos invitan siempre a alguna reflexión. Ejemplos claro de ello son Ligia Elena (Canciones del solar de los aburridos, 1981), o Noé (Mucho mejor, 1983).

Este talento, casi literario, de Blades para lanzar contenidos muy serios a partir de lo cotidiano e incluso lo gracioso no es, por lo tanto, novedad para los conocedores de su obra. Decisiones relanzó la carrera del cantante en un momento crucial para la salsa, en ese entonces invadida por una generación de nuevos intérpretes superficiales que dejaron de lado la creatividad de sus antecesores para concentrarse en el facilismo de la «salsa sensual».

Esta tendencia optó por apartarse del sentido social y popular del género nacido en las comunidades de inmigrantes latinos en New York en los setenta y se convirtió en la banda sonora de hostales y relaciones de poca monta. En el reino de Hildemaro y Eddie Santiago, los personajes y moralejas de Rubén Blades eran algo así como los libros de García Márquez cubiertos por una montaña de pasquines de cincuenta céntimos con titulares sensacionalistas y fotos grotescas de toda clase.

Tomar decisiones es algo que los seres humanos hacemos a diario, desde cosas sencillas e imperceptibles hasta situaciones extremadamente complejas y trascendentales. En cada una de las historias cortas de su canción, Blades nos muestra esa dualidad inherente a casi todo lo que hacemos. Una pequeña  decisión, por menor o insignificante que parezca, puede traer consecuencias enormes que afecten la vida y el futuro, no solo de la persona involucrada directamente sino de su entorno -su pareja, su familia, sus amigos, su comunidad, su país, su planeta. En política –un mundo que Blades conoce muy bien pues ejerció, entre 2004 y 2009, el cargo de Ministro de Turismo de Panamá e incluso postuló a la presidencia de su país, en 1994, como líder del movimiento independiente Papa Egoró (Madre Tierra, en dialecto indígena colombo-panameño)- esto se cumple al pie de la letra.

En ese sentido, y estando a pocas horas de entrar a un proceso electoral en el que los peruanos tendremos que decidir por quién votar, entre 18 variantes de Pedro Navaja y Juanito Alimaña (que van de lo disimulado y dudoso a lo abiertamente retorcido y criminal), el predicamento de Rubén Blades -«alguien pierde, alguien gana, Ave María»- se convierte en un asunto que merece pensarse más de una vez. Con una notable diferencia: acá ya sabemos de antemano cómo se reparten los resultados: acá solo ganan ellos y perdemos todos los demás. Salgan y hagan sus apuestas, ciudadanía.

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Decisiones, Jorge Tineo, Música, Rubén Blades, Salsa

Hace unas semanas se activó un intenso debate sobre la libertad de expresión, cuando la periodista Juliana Oxenford quiso demostrar tendenciosamente, que, de llegar a ser gobierno, Veronika Mendoza estaría dispuesta a censurar contenidos en los medios de comunicación. Esto fue a propósito de unas declaraciones en las que la candidata señaló, que, si un medio ponía en riesgo la salud de la gente divulgando información falsa, el Estado debía regular y sancionar dichos contenidos.

 

El canal del Estado- TV Perú, volvió a colocar el debate en el ojo de la tormenta, cuando decidió arbitrariamente no emitir la película La Revolución y la Tierra, programada para este Domingo 4 de abril. Al parecer, la decisión estuvo influenciada por dos personalidades del periodismo y la política, que calificaron su divulgación en la coyuntura electoral actual, de “desatino, manipulación y sesgo político”.

 

Así fue como luego de un par de tweets, una película programada y pactada con anticipación, que cumplió los procedimientos de rigor para su divulgación y cuya fecha de estreno fue propuesta por el mismo canal, se censuró sin mayor explicación.

 

¿Qué puede ser tan desatinado y sesgado de una película sobre la historia del Perú?

 

La Revolución y la Tierra es un documental que gira en torno al complejo proceso que significó la reforma agraria de 1969, así como la controversia en torno a la figura de quien la llevó a cabo; el General Juan Velasco Alvarado.

 

El film presenta distintos argumentos a favor y en contra. Tiene la gran cualidad de haber podido diversificar la participación de protagonistas y espacios de enunciación; la discusión se ve enriquecida por académicos y académicas, militantes políticos, artistas, activistas, dirigentes campesinos, expropietarios y extrabajadores de haciendas, periodistas y exfuncionarios públicos.

 

El documental es también, un tributo al cine peruano, pues el corazón visual se constituye en fragmentos de películas, que dan cuenta del imaginario nacional que fue cobrando sentido a partir de la reforma agraria, y que la cultura popular recogió y resignificó a través del cine de autor.

 

La Revolución y la Tierra, intenta dar una explicación sobre las causas y consecuencias de la reforma y para ello, revisa históricamente las desigualdades estructurales que han sido y siguen siendo la espina dorsal de nuestro país.

 

La película tiene el potencial para unos, y el peligro para otros, de generar una reflexión aguda sobre racismo, exclusión y discriminación, que conectan como una continuidad el pasado y el presente. La crisis sanitaria ha agudizado las desigualdades y en un contexto en el que nos toca ejercer nuestra ciudadanía, el conocimiento de la historia es una herramienta poderosa, capaz de activar una respuesta crítica y consciente sobre el proyecto de país que necesitamos y queremos.

 

Si bien la divulgación masiva del documental en redes sociales, se ha convertido en un importante gesto ciudadano de resistencia. La emisión de La Revolución y la Tierra en el canal del Estado, significaba la posibilidad real y simbólica, para miles de familias peruanas sin acceso a internet, de encontrar reconocimiento en una película que les ofrecía la posibilidad de rescatar sus propias historias de lucha, las de sus padres, abuelos y abuelas. Historias antes silenciadas y marginadas.

 

El canal nacional, es un espacio democrático que se debe a todos los peruanos y peruanas, no es la hacienda en la que algunos gamonales, a quienes no les gusta que se hable de racismo, discriminación y desigualdad social, puedan tener el poder de bajarse el trabajo de un equipo de profesionales del cine, de un fuetazo.

 

Ninguno de los periodistas que semanas atrás alzaron la voz por la libertad de expresión, han manifestado alguna opinión en contra de la censura a La Revolución y la Tierra. Irónicamente solo Veronika Mendoza, (la candidata a quien se le pregunta suspicaz y constantemente sobre el tema), se pronunció de forma crítica sobre el hecho, en una entrevista realizada en el mismo TV Perú.

 

Más irónico aún es, que el film si toma posición sobre la libertad de expresión, pues la crítica unánime sobre el gobierno de Velasco que está presente en el documental, es el gravísimo error que significó la decisión de censurar los medios y sus contenidos.

 

Esperemos que reprogramen formalmente La Revolución y la Tierra en la señal de televisión pública, será el mejor indicio de que en los medios también hay una revolución, una muy necesaria de apertura, autonomía e inclusión.

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Karen Bernedo, La Revolución y la tierra, Medio de comunicación

Era previsible, como lo señalamos ayer, que Pedro Castillo apareciese encabezando las encuestas. Venía en alza ya un par de semanas antes del día de la elección y además ha merecido una natural exposición en los medios en los últimos días por haber ocupado el primer lugar el 11 de abril.

Eso puede explicar por qué, a diferencia de las primeras encuestas que se han hecho en anteriores segundas vueltas, esta vez la distancia sea mayor (42 a 31%, según Ipsos), lo cual, por cierto, no es, de ningún modo, un predictor del resultado final.

Si algo hemos visto en esta elección es que las encuestadoras no están en capacidad de prever a dos meses de una elección cuál será el resultado final. Ni siquiera a una semana de la misma. Y no ocurre así porque sean parte de una conspiración manipulatoria sino porque nuestro país es políticamente desafecto y cambiante.

Seremeos partícipes, además, de una elección polarizada que conforme se acerque el día electoral arreciará en ataques y denuncias que irán mostrando el verdadero rostro de ambos candidatos.

En ese sentido, Keiko tiene una cierta ventaja porque ya la gente la conoce. Los que la respaldan y los que la odian. A pesar de ello, su antivoto viene disminuyendo.

En cambio, a Castillo no se le conoce. Y tiene mucho por explicar no solo en materia de delirantes propuestas económicas -a las que se va a aferrar tozudamente, ha dicho- sino por sus evidentes cercanías con grupos radicales a su vez vinculados a Sendero Luminoso. No es terruqueo, es realidad constatable. Mientras el antivoto de Keiko parece que tiende a disminuir, el de Castillo tenderá a subir.

Será una final ajustada en donde Keiko la tiene cuesta arriba porque tiene que explicar las bondades del modelo económico no solo a muchos marginados del crecimiento que dicho modelo ha traído sino también a los afectados de la pandemia que instintivamente quieren un cambio del statu quo y encuentran en Castillo la mejor expresión de ese deseo.

La encuesta refleja un Perú segmentado, sin duda, pero donde ambos candidatos comparten importantes nichos sea por nivel socioeconómico, región geográfica o cualidad centralista o provinciana (Castillo tiene 17% en el sector A!!!, y Keiko 24% en el E). Hay una estratificación diferente, pero compartida, lo cual hace más difícil el pronóstico final.

No es un Perú clara y radicalmente dividido en dos, como sí hubiera ocurrido si por ejemplo a Castillo le tocaba al frente algún otro candidato de la derecha como Rafael López Aliaga o Hernando de Soto.

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Juan Carlos Tafur, Keiko Fujimori, Pedro Castillo

Hay diversas variables contrapuestas que se cruzan en la elección de hoy. Conservadurismo versus liberalismo; democracia versus autoritarismo; estatismo versus libremercadismo; corrupción versus anticorrupción (esta dicotomía está cada vez más devaluada luego de conocer el destino de quienes se erigieron en paladines de la moralidad). Por alguna de ellas o su sumatoria, muchos ciudadanos decidiremos nuestro voto.

Haciendo expresión manifiesta de mis filtros, considero que en estos momentos es el tema económico el fundamental. No es el único, pero es el principal junto con el talante democrático del candidato. La pandemia ha destrozado la economía y ha sumido a millones de peruanos que ya habían logrado ascender a la clase media nuevamente en la pobreza. Y la pandemia no tiene cuándo acabar, siendo lo más probable que la crisis dure todo este año.

Se va a necesitar de modo urgente, para librarnos de las consecuencias funestas de la pobreza (delincuencia, anomia, autoritarismo, corrupción, violencia familiar, etc.), que quien nos gobierne despliegue un shock de inversiones privadas, capaz de movilizar el aparato productivo nacional y echarlo a andar.

Por cierto, hay que aprender de las lecciones del pasado. No basta con crecer. Lo hemos hecho en veinte años: a despecho de gobernantes mediocres o corruptos, se ha logrado reducir la pobreza como nunca antes en nuestra historia republicana.

Pero a tales gobiernos no les importó el desastre de nuestra salud pública (y su superlativa incidencia en la capacidad de inserción ciudadana al sistema), lo paupérrimo de nuestra educación universal y gratuita, la desgracia lacerante de la inseguridad ciudadana sobre todo en las zonas más humildes del país, y la corrupción endémica de nuestro sistema judicial (que también golpea, más que a nadie, a los pobres).

Esas reformas hay que hacerlas con sentido de urgencia. Pero ninguna de ellas será viable si no se sustentan en una economía en crecimiento que alimente las alicaídas arcas fiscales. La economía es hoy en día la madre de todas las batallas.

Por eso cabe la invocación de votar por aquellos candidatos que garanticen ello. Manteniendo alertas las salvaguardas de los otros criterios de decisión, lo indudable es que apostar en estos momentos por experimentos populistas o radicales estatistas es asomarnos a un abismo del que nos demoraremos décadas en salir.

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11 de abril, Elecciones 2021, Juan Carlos Tafur

En un sintonizado programa de entrevistas políticas, el destacado periodista César Hildebrandt señaló que, de resultar electa Keiko Fujimori en segunda vuelta, el límite de su poder sería su propia voluntad, debido a la vocación de metástasis del movimiento fujimorista, cuyo afán de copamiento institucional se evidenció tanto durante el decenio de Alberto Fujimori (1990 – 2000) como durante el actual quinquenio, al menos mientras la citada lideresa tuvo control sobre 73 parlamentarios. De hecho, la dramática crisis política por la que hoy atraviesa el país es en gran parte el resultado del sitio desplegado por la mayoría naranja al Poder Ejecutivo desde el 28 de julio de 2016, de allí las vacancias y las renuncias presidenciales, dos de ellas, en plena pandemia.

 

La lectura del experimentado periodista contradice la que proviene de círculos fujimoristas y que difunde, en las redes sociales, la narrativa de que la eventual elección de la candidata de Fuerza Popular supondría garantizar la vigencia del orden democrático pues, sin mayores sobresaltos, en 2026, asistiríamos a un nuevo recambio constitucional. Al contrario, Pedro Castillo, con su programa socialista-nacionalista, representaría la amenaza de la interrupción democrática y su reemplazo por un esquema autoritario semejante al de la revolución bolivariana de Venezuela.

 

En realidad, todos los precedentes validan la interpretación de César Hildebrandt sobre Keiko Fujimori. También lo hacen las fuerzas representadas en el Congreso. Al respecto, no veo que a la candidata de derecha se le dificulte demasiado establecer alianzas políticas con grupos parlamentarios tales como Renovación Popular, Avanza País, Alianza Para el Progreso, Acción Popular y Podemos. La mayoría de los congresistas que conforman dichas bancadas, y que sobrepasan largamente la mitad de la representación nacional, se mueven bajo la misma lógica populista clientelar que el fujimorismo. Así que es cuestión de ponerse a negociar prebendas y cuotas de poder. Con Keiko podríamos llegar a lo que he denominado la estabilidad de la corrupción, pero, por ese mismo camino, también corremos el riesgo de alcanzar el imperio de la corrupción.

 

 

De esta manera, el fujimorismo paulatinamente irá copando todas las instituciones del Estado, incluido las judiciales y electorales, transgrediendo la independencia de poderes, al mismo tiempo que irá fidelizando congresistas a través de diversas metodologías que ya probó exitosamente y de sobra durante el gobierno de Alberto y, no sería de extrañar que inclusive congresistas de Perú Libre pudiesen llegar a ser captados dentro del esquema fujimontesinista que se echará a andar de nuevo, tras dos décadas de cauta espera.

 

Finalmente, luego de un par de años de populismo a ultranza y de masas agradecidísimas con Keiko, por haber restituido el vínculo sagrado entre su padre Alberto y las masas, las condiciones estarán dadas.  Vía referéndum constitucional, o modificación constitucional con 87 votos, la bancada fujimorista y sus aliadas presentarán al Congreso el proyecto de ley modificatorio de la Carta Magna que le permitirá la reelección a su lideresa el 2026 y con todo el aparato estatal a su servicio.

 

Es cierto que al cruzar la vereda naranja nos encontramos con Pedro Castillo, un hombre de muchos talantes sin que ninguno de ellos, hasta hoy, nos parezca democrático. Pero no nos equivoquemos, si Keiko llega al poder es para quedarse, luego de arrasar la precarísima institucionalidad republicana que hemos edificado tras 20 años de república de papel. La disyuntiva es básicamente dramática.

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Daniel Parodi, Fuerza Popular

El Marqués de Vargas Llosa sorprendió a la afición hace dos días con su apoyo público a la candidata Keiko Fujijmori.

 

Después de que el 2016 había dicho que de ninguna manera se podía votar por la hija de un comprobado ladrón y asesino como “el Chino”, de pronto “se echa” con la hija del dictador y señala que es el “mal menor” frente al profesor Pedro Castillo.

 

La lógica de este sapazo que el Marqués ha debido tragarse tiene que ver con esa paranoia tan criolla de que los indios no saben gobernarse, y que si llegaran al poder se desataría el caos, la asonada, la ruina masiva e inmediata de la sociedad civil.

 

Esta paranoia se ampara en el “cuco” venezolano y cubano, unimismando en dos realidades distintas un posible escenario supuestamente más catastrófico que la opción de la hija del dictador, que ha demostrado desde la caída de su padre el 2000 que actúa con saña, ambición corrupta (recuerden Odebrecht), flagrante prepotencia y poco sentido democrático.

 

La paranoia también viene de esa arraigada concepción de que “el indígena está corrompido porque aspira a cosas que no son de él, aspira a algo que no le corresponde”, como dijo una poeta oficial, amiguísima del Marqués. O sea, el indígena aspira a compartir los beneficios del crecimiento económico, de la democratización de la cultura, del bienestar para él y sus hijos luego de quinientos años de saqueo y opresión económica y racial.

 

Al profesor Castillo, por ende, le achacan ignorancia, folclorismo, resentimiento, pero principalmente el tocar los intereses del gran capital. Ah, no, eso no se lo pueden permitir. Se “igualaría” con los criollos limeños (o en este caso arequipeños).

 

También, en una graciosa apelación a la bola de cristal, predicen que el profesor Castillo se perpetuaría en el poder y que la democracia se acabaría para siempre (como si ahora no viviéramos ya bajo una dictadura neoliberal que solo busca perpetuarse).

 

Dejémonos de paranoias. No sabemos tanto del profesor Castillo como de Keiko Fujimori. Dentro de los marcos legales, el profesor Castillo tendrá que atenerse a las normas jurídicas e institucionales vigentes para poder implementar sus reformas y la ansiada nueva constitución que garantice salud y educación. No es que por ganar la presidencia Pedro Castillo en segunda vuelta el próximo 6 de junio el Perú se vaya a convertir en un páramo desolador y la inflación se dispare. Hay mucho por ver y sin duda el profesor Castillo tendrá que asesorarse bien para no caer en lo que algunos han llamado “el abismo”.

 

Pero ocurre que el pueblo peruano ya ha estado viviendo en el abismo por treinta años de corrupción y marginación. Ya es hora de que los criollos compartan un poco la mamadera del estado y saquen la cara por el Perú, por ese pueblo de empleadas domésticas, jardineros, ambulantes, obreros, campesinos, indios y mestizos que los sustentan y forman la gran mayoría del país, esperando desde hace siglos alcanzar un poco más de dignidad.

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Keiko Fujimori, Vargas Llosa

El impacto electoral del apoyo que Mario Vargas Llosa le ha dado a Keiko Fujimori, considerándola el mal menor respecto de Pedro Castillo, no es tan alto, como algunos parecen suponer.

El sector que de algún modo lidera moral e intelectualmente el escritor es aquel integrado por la derecha liberal y cierto centro progresista. Un sector que en algunos casos podía mostrarse culposo o avergonzado de tener que endosarle su voto a su archienemiga fujimorista, pero hoy, con el aval moral del Premio Nobel, puede aliviar un poco esa angustia existencial y descamisarse sin complejos.

Pero ese sector, que fue incidente en el triunfo de Toledo sobre García el 2001, de García contra Humala el 2006, de Humala contra Keiko el 2011 y de PPK contra la propia Keiko el 2016 (en todos los casos, con la participación abierta de MVLl), ha quedado reducido a polvo en esta elección.

La “coalición paniaguista” ha quedado muy maltrecha en las urnas. Si uno suma a Guzmán, algo de Forsyth y algo menor de Mendoza, no llega ni al 4% de votos válidamente emitidos. Claro, en una elección ajustada puede influir, pero claramente ya no es el 15% o más del electorado, como era antaño (ello es consecuencia de la sucesión de gobiernos centristas mediocres, como los que hemos tenido los últimos lustros).

Keiko va a tener que correr la cancha si quiere ganarle a Castillo, quien seguramente en la encuesta que aparecerá hoy en la noche estará arriba, porque viene en alza y además ha estado sobreexpuesto en los medios, como es natural por su triunfo en primera vuelta.

No le bastan ni de lejos respaldos precoces como los de Vargas Llosa (¿no pudo esperar un poco más, para certificar las reales intenciones democráticas del fujimorismo?) ni tampoco otros como los que pudiera recibir de algunos candidatos perdedores de la contienda (De Soto, López Aliaga, Acuña, Forsyth, Lescano, etc.).

La lucha es clara: entre los beneficiarios del modelo aplicado los últimos 25 años, que suman millones, versus los marginados del mismo, que también suman millones (acrecentados por el efecto devastador de la pandemia y el mal manejo de ella por parte de Vizcarra).

Quien logre convocar más razones y emociones alrededor de esa batalla ganará la elección, sin importar endoses o respaldos personales, por más impactantes que estos sean.

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Juan Carlos Tafur, Keiko Fujimori, Vargas Llosa

Buscando sosiego tras una tensa semana post-electoral, cargada de terruqueo indiscriminado y mafias disfrazadas, me senté, imaginariamente, en un muelle de la bahía de San Francisco para escuchar al rey caído del soul, un gigante de voz aterciopelada y aguda, cantando el tema que lo hizo inmortal entre los melómanos del mundo, terminado días antes del accidente aéreo en el que perdió la vida, apenas a los 26 años de edad. Brisa marina, gaviotas, silbidos y resaca de olas para apaciguar la desazón de ver cómo nuestro país va rumbo al despeñadero, un abismo oscuro lleno de bestias hambrientas de poder y revancha.

 

(Sittin’ on) The dock of the Bay es un acompasado ejercicio de balada soul, que mostraba una faceta más reflexiva y calmada de su autor. Poco antes de grabarla, Otis Redding había hecho explotar las cabezas de miles de hippies blancos en el Monterey Pop Festival, en 1967, dos años antes de Woodstock, con un electrizante show que solo fue superado, en términos del impacto producido, por el lisérgico ritual de Jimi Hendrix y su Fender Stratocaster en llamas.

 

Lanzado un año después de su trágica y temprana muerte, The dock of the Bay (Atco Records, 1968) se convirtió en el primer single/álbum póstumo en llegar al #1 en los EE.UU.  y es, hasta ahora, una de las canciones más tocadas en las radios de música del recuerdo en ese país. Los amantes del cine ochentero norteamericano quizás recuerden el tema como parte de la banda sonora de Top Gun (Tony Scott, 1986), en una escena en la que el joven piloto interpretado por Tom Cruise recuerda a su padre, también caído en una tragedia de aviación. Otros probablemente hayan escuchado las versiones que hicieran, Sammy Hagar y Michael Bolton (en 1979 y 1987, respectivamente). O los covers en vivo de Pearl Jam, Neil Young. Hasta Justin Timberlake la ha cantado alguna vez, en el siglo 21, en un homenaje frente a Barack Obama.

 

Pero (Sittin’ on) The dock of the Bay no es, ni por asomo, la canción que representa mejor el sonido de este cantante nacido en Macon, Georgia, en 1941. Poseedor de una imponente presencia escénica -tenía casi 1.90m de estatura y 100 kilos de peso- Otis se sacudía en las tarimas, dirigiendo a los metales de manera frenética y lanzaba alaridos de un soul forjado, a la vez, en las iglesias gospel y los clubes nocturnos más sórdidos del sur afroamericano. Cuando Little Richard, su paisano y principal influencia musical, presentó su introducción al Rock and Roll Hall of Fame, en 1989, recordó su reacción cuando escuchó la versión que Redding hizo de su clásico Lucille, incluido en su primer LP, Pain in my heart, de 1964. «¡Pensé que era yo!» exclamó el extravagante pianista, pionero del rock and roll, fallecido el año pasado.

 

Otis Redding tuvo una carrera musical sorprendentemente corta, comercial y prolífica, con una serie de singles exitosos e intensas giras a ambos lados del Atlántico. En solo dos años se convirtió en propietario de un enorme rancho de 300 acres en Georgia, gracias a que ganaba más de 30,000 dólares por cada semana de conciertos. Las crónicas publicadas en Inglaterra, en las revistas especializadas Melody Maker y New Musical Express, son testimonios escritos de la llamarada de endemoniado talento que llegó a sus costas rockeras en 1966. Tanto en las canciones románticas como en los arrebatos poseídos por los espíritus del gospel, Redding daba todo de sí, sin concesiones. En una era en que el soul y el R&B se recomponía con artistas tan importantes como James Brown, Sly Stone o Wilson Pickett, el repertorio de Otis Redding trajo un sonido y una actitud nueva, más agresiva y personal.

 

Como compositor, podía pasar de la clásica balada sensual y sofisticada al lamento reivindicativo frente a la segregación y de ahí a los poderosos cánticos inspirados en los servicios religiosos que vio desde niño, todo combinado con su propia actitud dispuesta a convocar a públicos de todo tipo racial y socioeconómico. Entre las canciones que firmó podemos mencionar la romántica I’ve been loving you too long o Fa-Fa-Fa-Fa-Fa (Sad Song), en la que ironiza sobre sí mismo. Su máxima contribución al cancionero de la década de los años 60 fue, definitivamente, Respect, que Otis incluyera en su tercer LP, Otis Blue (1965) y que dos años después fuera grabada por Aretha Franklin, con arreglos del productor y músico turco Arif Mardin. A la larga, este tema se convirtió en el más emblemático de la recordada Reina del Soul, un himno de la liberación femenina y los derechos civiles de la comunidad afroamericana.

 

Redding también hacía covers, tanto de sus ídolos Little Richard y Sam Cooke (su versión de A change is gonna come es una de las páginas más memorables del soul de entonces), clásicos como My girl de los Temptations o Stand by me de Ben E. King, como de artistas de moda como los Beatles y los Rolling Stones, de quienes versionó Day tripper y (I can´t get no) Satisfaction, transformadas por los arreglos de Isaac Hayes –ganador del Oscar, en 1971, por la música central de Shaft, icónica película de la blaxpoitation- en gemas del soul con identidad propia. Try a little tenderness, un single de media tabla, grabado por el crooner blanco Bing Crosby, en los años treinta, terminó siendo la canción central de los repertorios de Otis Redding, una incombustible muestra de su versatilidad y talento como intérprete. Un clásico de todos los tiempos.

 

Los jóvenes amantes del rock noventero tuvimos un pequeño acercamiento a la música de Redding, cuando The Black Crowes, la excelente banda de blues, R&B y hard-rock de los hermanos Chris y Rich Robinson, también de Georgia, reactualizaron uno de sus éxitos, en su primer álbum Shake your money maker, de 1990. Hard to handle apareció originalmente en The immortal Otis Redding (1969), el segundo de los cuatro discos póstumos que Atlantic Records pudo lanzar con el copioso material que dejó grabado entre 1965 y 1967.

 

Redding llegó a vender más discos que Frank Sinatra y Dean Martin juntos, y su estilo vocal inspiró a muchos otros artistas negros, desde Al Green y Marvin Gaye hasta Lenny Kravitz. Sus grabaciones, siempre acompañado por los legendarios Booker T. & The M.G.’s -Booker T. Jones (teclados), Al Jackson Jr. (batería), Donald «Duck» Dunn (bajo), Steve Cropper (guitarra, co-autor de (Sittin’ on) The dock of the Bay), bajo el sello Stax Records, son hoy artículos de colección.

 

La trágica muerte de Otis Redding, ocurrida el 10 de diciembre de 1967, dejó en shock a la escena musical de ese entonces. A pesar de haber sido uno de los artistas más influyentes de su tiempo, su recuerdo fue desapareciendo, poco a poco, del imaginario colectivo popular. Ni siquiera tuvo “la suerte” de fallecer un año después, con lo cual su nombre habría sido mencionado cada vez que se recordara al desafortunado “Club de los 27” (en el que están Brian Jones, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Amy Winehouse y Kurt Cobain). En aquel avión que se estrelló contra el lago Monona, en Wisconsin, iban también cuatro miembros de The Bar-Keys, su banda de apoyo para conciertos, jóvenes que no pasaban los 20 años.

 

Si quieren conectarse con la energía de Otis Redding, chequeen su participación en el Monterey Pop Festival, el 17 de junio de 1967, seis meses antes del accidente. El show completo fue editado en 1970, como Lado B de un LP titulado Historic performances, en el que el Lado A es el famoso show de Hendrix en el que quema su guitarra. Pero si lo que  buscan es relajarse un poco sin recurrir a la manoseadísima versión de Over the rainbow/What a wonderful world, ukelele en mano, del hawaiiano Israel Kamakawiwo’ole, siéntense conmigo, imaginariamente, en ese muelle de la bahía de San Francisco y escuchen, a todo volumen, (Sittin’ on) The dock of the Bay, una invitación a la tranquilidad y la sana pérdida de tiempo, mirando al horizonte, mientras acá abajo, en Perú, todo se quema.

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Música, Otis Redding

Lo mejor que ha hecho el malhadado Congreso que tenemos es haber inhabilitado por diez años, en sus derechos políticos, al expresidente Martín Vizcarra, quien había logrado ingresar al Parlamento entrante mediante su candidatura en Somos Perú.

Ya no hablamos solo -que sería suficiente- de una gestión mediocre en grado sumo (la tragedia de la falta de vacunas se debe exclusivamente a él y a su negligente si no acaso corrupto intento de teledirigir todo a favor de la empresa china), o de un personaje taimado a niveles patológicos.

Se trata de un exgobernante que aprovechó inmoralmente su cargo para gestionarse para sí mismo y sus allegados el beneficio de la vacuna, saltándose a la garrocha todos los protocolos y tirando al tacho de basura la angustia de decenas de miles de compatriotas que han visto a familiares y cercanos fallecer justamente porque no hay vacunas en el país, en gran parte por su culpa.

Por supuesto, Vizcarra tratará de recurrir a estratagemas legales que lo presenten como una víctima de persecución política, pero confiamos en que ningún tribunal nacional o internacional dará crédito a semejante disparate. Sancionado justamente está. Es más, la sanción debería ser perpetua, si cupiese.

No podemos dejar de mencionar, además, que también hablamos de un sujeto que ha intentado ingresar al Congreso no para contribuir a la patria con sus proyectos de ley, sino simplemente para escabullirse de las serísimas denuncias por corrupción que se han conocido en los últimos meses y que lo vinculan a pago de sobornos de empresas constructoras a cambio de obras en su región natal, Moquegua, cuando ejerció el cargo de gobernador.

Que nos sirva, además, de ejemplo, de cómo mantener el ojo avizor respecto de líderes populistas, que suelen crear el proscenio bien/mal, para lucrar políticamente y detrás de ello esconden trasiegos y trastadas que luego, ya tarde, descubrimos.

La política peruana necesita hacer una mejora radical. Ojalá el Congreso entrante no sea la reedición de los últimos que hemos tenido y su fragmentación lo obligue a hacer pactos políticos que construyan algo de sensatez y estabilidad. Lo mejor de todo es que en ese escenario no existirá la mancha de un Vizcarra arrellanado en una curul.

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