Opinión

Cuando todos pensábamos que el laberinto de las elecciones al fin encontraría salida al esclarecerse los reclamos infundados del fujimorismo estas últimas semanas después del 6 de junio, nos llega la noticia de los Vladi-audios, que nos retrocede treinta años en la historia nacional y vuelve a hundirnos en la vergüenza histórica.

El “Doc” se las había ingeniado todo este tiempo para manejar sus redes desde la cárcel dorada de la Base Naval del Callao y manipular el futuro político del Perú. Y, de paso, la salvación de su fortuna mal habida y el destino del clan Fujimori.

¿Hasta qué niveles de abyección debe llegar la clase política peruana para que el pueblo se levante enardecido?

La pregunta cae por su propio peso, pues el desenmascaramiento de los partidarios de “la chica” Keiko ya es demasiado evidente. Apoyarla a estas alturas es coquetear con el golpe de estado, sea rápido (mediante un alzamiento militar) o lento (a través de leguleyadas congresales). Esta última opción es la que se ha practicado en Honduras, Paraguay y Brasil y se ha puesto de moda entre las Derechas Brutas y Achoradas de nuestros sufridos países.

Sin embargo, debemos recordar que no hay nada nuevo bajo el sol. El Perú adolece de una historia en que siempre se impuso por la fuerza la “república de españoles”, como se le llamaba durante la colonia a la minoría europea y neoeuropea que dominaba sobre la inmensa “república de indios”. La versión actualizada de esa “república de españoles” es nuestra endeble república criolla, que en doscientos años ha sido parásita de las masas indígenas y mestizas, con el cuento de formar todos parte integral de una gaseosa identidad peruana.

Pero en el caso de los sectores radicales y racistas de la criollada política ya no se puede hablar de conciencia nacional ni nada por el estilo. Aquí simplemente van por la suya, prefiriendo el crimen y el narcotráfico a que suba el profesor Castillo, quien según todas las instancias de observadores internacionales y hasta el mismo Departamento de Estado norteamericano ha ganado limpiamente las elecciones.

Los gritos y rezos públicos de “la chica” Fujimori me hacen recordar la tristemente célebre anécdota de los oligarcas limeños que pedían el ingreso de las tropas chilenas a sus haciendas antes que permitir que los trabajadores negros, indios y chinos tomaran sus propiedades.

Vladimiro Montesinos encarna esa miasma moral que hunde al país mediante el soborno, el asesinato y la prepotencia. El simple hecho de que pueda darse el lujo de hacer decenas de llamadas para arreglar desde su celda los resultados de las elecciones nos pone sobre el tapete la fragilidad de nuestro sistema legal y electoral.

Ya no se trata aquí de simple criollada. Esto bien merece llamarse traición a la patria. Y el castigo lo conocemos todos.

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Vladimiro Montesinos

El 27 de agosto de 1930, el teniente coronel Luis M. Sánchez Cerro encabezó un golpe de Estado contra el dictador Augusto Leguía, poniendo así fin a su largo gobierno autoritario que iniciara el 4 de julio de 1919. Con Sánchez Cerro al mando, la incertidumbre se apoderó del país, las asonadas militares y civiles se multiplicaban unas tras otras por lo que decidió dejar el poder a la junta presidida por David Samanez Ocampo y Gustavo Jiménez, quienes apelaron a las viejas y olvidadas formas de la República para resolver el impase: las elecciones.

Sin embargo, las cosas habían cambiado tras once años de dictadura civil. Leguía había sido muy represivo con las masas que ya desde la década de 1910, y a principios de la de 1920 se organizaban sindicalmente y comenzaban a irrumpir en la política. Durante su mandato, se clausuraron las universidades populares que fundara Haya de la Torre al iniciarse la década, y se reprimió duramente al movimiento obrero organizado.

Para las elecciones convocadas en 1931, Leguía no estaba, pues purgaba prisión. Por otro lado, penosamente había muerto José Carlos Mariátegui, el rival ideológico de Haya de la Torre en la izquierda, con lo cual la suma de los movimientos anarquista, sindicalista, entre otros, migraron sin mayores contratiempos hacia el APRA y en cuestión de meses se había formado el primer partido de masas del Perú, que nació fuerte y organizado, y con una agenda política reformista, aunque no socialista.

Por su parte, la oligarquía asistía, aterrorizada, a las primeras elecciones a las que las masas concurrían con partido propio y con grandes posibilidades de vencer. Fue así como se gestó la alianza oligárquico-militar, que mantuvo su vigencia en el Perú prácticamente hasta el golpe de Velasco del 3 de octubre de 1968. En sus orígenes, la finalidad de esta alianza era evitar a como dé lugar que los “aprocomunistas”, como entonces se les llamaba, llegasen al poder. El primer fruto de esta alianza, fue el apoyo oligárquico a la candidatura del teniente-coronel Luis Sánchez Cerro, quien finalmente se impuso en las elecciones de 1931.

Lo que siguió fue la violencia política, el APRA protestaba en las calles a través de los sindicatos obreros que estaban bajo su control y, apenas asumió la presidencia, Sánchez Cerro decidió que lo más sano para el Perú era exterminarla, para lo cual declaró el estado de emergencia e inició una sangrienta e implacable persecución que, entre sus consecuencias principales,  contó con la deportación del país de la célula parlamentaria aprista, y el encarcelamiento de Haya de la Torre en el panóptico de Lima, todo en los primeros meses de 1932. Las bases apristas respondieron tomando Trujillo desde el 7 de julio del mismo año. Fue una danza de la muerte. Al batirse en retirada, la turba masacró una veintena de oficiales del ejército que se encontraban confinados en una celda de la prisión de Trujillo. Como represalia, la milicia fusiló a miles de apristas en las ruinas de Chanchán.

Esta historia, teñida con sangre, se prolongó por décadas y fue conocida como la secular enemistad entre el APRA y el ejército. Debido a ella, el Perú no pudo construir una democracia en circunstancias normales prácticamente hasta 1980, cuando elegimos por segunda vez a Belaúnde presidente del Perú, y esa democracia duró apenas doce años. Otro Fujimori, el padre, Alberto, la sepultó con el autogolpe del 5 de abril de 1992, y no la recuperamos hasta el 19 de noviembre de 2000 cuando el patricio Valentín Paniagua se puso la banda presidencial. Será por todo eso que hasta hoy nos cuesta tanto pensar y actuar democráticamente.

Acabo de hablarles de un proceso que duró 50 años, como tal, no es comparable con la coyuntura actual. Pero centrémonos en sus orígenes: la oligarquía (poder económico) + las fuerzas armadas, + la prensa (diario El Comercio) se unieron para evitar que una fuerza política que estaba fuera de su control asuma el gobierno del Estado. El precio que ha pagado la historia del Perú y, por consecuencia, nuestra ciudadanía por esa decisión es no poder disfrutar, hasta hoy, de un país plenamente democrático, inclusive en sus costumbres y en el desempeño de sus élites y de sus actores más influyentes

Escribo esta larga reflexión, porque tengo el mal presentimiento de que ayer, cuando el representante del Ministerio Público en el pleno del JNE, Luis Arce Córdoba, declinó formar parte del ente electoral, dejándolo sin posibilidad de seguir sesionando y de concluir el proceso electoral, cruzamos el punto de no retorno. El tema se complica, pues le correspondería ser reemplazado por el fiscal Víctor Raúl Rodríguez Monteza, de la misma línea política por lo que se esperaría de él, similar actuación.  La intención detrás de la maniobra es dilatar la proclamación de Pedro Castillo, intentar que no asuma el 28 de Julio y preparar el terreno para un golpe de Estado. De esta manera, una alianza entre Fuerza Popular, el poder económico, las fuerzas armadas y la prensa, impediría, como tantas veces en el siglo XX, que una fuerza política emergente, acceda al poder por la vía democrática. Asistimos, así, al nacimiento de una neoalianza oligárquico-militar y la historia, una vez más, se repite.

La idea me venía rondando la cabeza. Velasco no acabó con la oligarquía, esta apenas se adormiló por un tiempo, pero en los noventa volvió con nuevos bríos. En las dos primeras décadas del siglo XXI no tuvo mayores problemas con los presidentes de turno, se inquietó un poco con Alejandro Toledo y con Ollanta Humala pero, finalmente, ambos resultaron funcionales a sus intereses. En cambio, Pedro Castillo sí es un problema, y lo es no porque vaya a estatizarlo todo, ni porque se haya propuesta encarnar una apocalíptica distopía hollywoodense con Pol Pot y Abimael Guzmán de coprotagonistas, sino porque hará reformas, reformas como las de Joe Biden -no les dice algo que Washington acabe de darle el espaldarazo- y esas reformas sacan a nuestros grupos económicos de su zona de confort. No más oligopolios con las APF, no más concertación de precios, no más grandes negociados en las licitaciones con el Estado.

50 años duró, en el siglo XX, la alianza oligárquico-militar erigida para impedir que las masas organizadas alcancen el poder a través de un partido político. Lo paradójico de la situación, es que no “resolvimos” el impase con democracia, sino con la dictadura de Juan Velasco y Francisco Morales Bermúdez (1968-1980), quienes nos sumieron en la noche autoritaria por otros doce largos años.

Ayer, cuando Luis Arce Córdova presentó su renuncia a formar parte del pleno del JNE, superamos el punto de no retorno. La pregunta que queda por hacernos es qué páginas de la historia escribiremos a partir de hoy, cuando falta tan poco para celebrar el Bicentenario de la República. ¡Ay Perú! eres un país que se resiste a ser patria.

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Haya de la Torre, Juan Velasco, Sánchez Cerro

Se trata de desconocer a la mala el triunfo de Pedro Castillo en las urnas. El juego está claro y la cancha está trazada. Felizmente, predominan en nuestras Fuerzas Armadas sectores racionales e institucionalistas que han puesto rápido coto en la interna a los llamados golpistas de sus ex compañeros de armas.

Pero ahora toca que los magistrados del Jurado Nacional de Elecciones apuren su trabajo y eviten, de su parte, el golpe blando que los sectores más recalcitrantes de la derecha quieren perpetrar para postergar e impedir la juramentación de Castillo, en el peor de los casos, o para teñir su gobierno de ilegitimidad social cuando finalmente asuma, en el mejor.

Y le corresponde también a los partidos de centro marcar distancia de las pretensiones de la derecha cada vez más bruta y cada vez más achorada (hasta Montesinos se ha sumado a la conspiración) que es incapaz de reconocer a la democracia como un sistema superior a cualquier voluntad propia. Acción Popular, Alianza para el Progreso, básicamente, pero también Somos Perú, Podemos y los morados, debieran pronunciarse claramente contra el propósito golpista y ejercer opinión en el sentido favorable al camino de moderación que todavía con timidez despliega el candidato ganador.

La ultraderecha  va a terminar por hacer que su profecía se cumpla. Arrinconando de la forma en lo que está haciendo a Castillo no solo lo obliga a radicalizarse sino a no despegarse de quien le puede asegurar alguna capacidad de movilización social de defensa política, como es el inefable Vladimir Cerrón.

Corresponde estar alertas y vigilantes. La democracia no puede verse interrumpida por un grupo minoritario aunque poderoso, que no acepta su derrota electoral y es capaz de hacer lo que sea para evitar la legal proclamación del ganador.

No soy de los que se alegra por el triunfo de Castillo. Ojalá me equivoque respecto de mis pronósticos de un desmadre gubernativo (esperemos que Castillo entienda que su ruta debe ser la que la marca Pedro Francke y la renuncia a la Asamblea Constituyente), pero aún ese mal pronóstico no es argumento que permita justificar el trasiego político que se pretende para impedir que Castillo sea el Presidente del bicentenario.

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JNE, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

El pasado 11 de junio el Congreso de la República aprobó en mayoría el dictamen del Proyecto Ley General de Museo. Dicho dictamen constituye una grave amenaza al potencial crítico del arte, la producción cultural y al ejercicio de la libre expresión.

De acuerdo al dictamen son consideradas infracciones muy graves, sujetas a penalidades y multas, los siguientes puntos:

  •  La implementación de exposiciones y/o la ejecución de actividades que busquen tergiversar la verdad de los hechos o situaciones pasadas, con el fin de modificar maliciosamente la memoria colectiva de la ciudadanía.
  • La implementación de exposiciones y/o la ejecución de actividades relacionadas a una apología al terrorismo (alabanza, defensa o justificación).
  • La implementación de las exposiciones que contravengan a las buenas costumbres en la exposiciones y actividades de los museos.

Resulta sumamente preocupante que la interpretación de la norma recaiga en la subjetividad y arbitrariedad de los funcionarios que la aplican. Cabe preguntarse qué significa “modificar maliciosamente la memoria colectiva de la ciudadanía”, “realizar actividades relacionadas a una apología al terrorismo”, o ir en contra de “las buenas costumbres”.

Cabe preguntárselo en un país con una historia reciente de censuras, persecuciones y acusaciones a piezas y exposiciones de arte. En 2015, la obra de teatro La Cautiva fue investigada bajo la figura de apología al terrorismo; en 2017 ocurrió lo mismo con un mural y una cerámica del Museo de la Memoria de ANFASEP y con la serie de Tablas de Sarhua, Piraq Causa (¿Quién es el culpable?).

Las investigaciones y acusaciones prescribieron, pues las piezas claramente tenían una posición crítica frente a la violencia, tanto a la de las organizaciones subversivas como la que ejercieron las fuerzas del orden.

Preocupa que uno de los ámbitos de acción de la norma sea precisamente el Lugar de la Memoria (LUM), cuyo director fue separado por el Ministro de Cultura en el 2017 debido a una exposición crítica de la dictadura fujimorista, la Carpeta Colaborativa Resistencia Visual 1992-2017. Preocupa más, porque en 2018 todos los contenidos del LUM fueron revisados debido a las acusaciones de apología al terrorismo del ex congresista fujimorista, actualmente en prisión por corrupción, el señor Edwin Donayre.

Un argumento de la acusación de Donayre fue que el camino de piedras para entrar al LUM era un “sendero” que estaba “iluminado”. Para el entonces congresista, eso encerraría un mensaje de apología.

Las piezas, proyectos culturales y espacios mencionados tienen mensajes claros en   contra de la violencia por lo que no queda duda que las investigaciones fueron interpretaciones antojadizas y maliciosas frente a propuestas que comparten una visión crítica y de denuncia frente a las responsabilidades que tuvo el Estado durante el periodo de violencia.

La memoria sobre el conflicto armado interno en nuestro país es un tema doloroso y complejo que aún como sociedad no hemos procesado. Eso no quiere decir que no existan verdades históricas, cuerpos, sentencias, ausencias, así como criminales en prisión. El arte y su potencial crítico y provocador han servido para sanar, pero también para colocar en el debate público dichas verdades.

Los funcionarios que tienen en sus manos la potestad de normar sobre la libre expresión en el ámbito de la cultura deben hacerlo con ética y responsabilidad, en especial en una sociedad fracturada por un pasado de violencia y cuyo tejido social debe recomponerse de la mano de la libertad de pensar y reflexionar sobre aquello por lo que nuestro país atravesó.

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Arte y cultura, Congreso, Museos

Si el CBGB -legendario local de conciertos, en la zona más bohemia de Nueva York a mediados de los setenta -hubiera sido un salón de colegio, los Talking Heads tendrían que ser el equivalente a los nerds, los chancones de la clase. En medio de la rabia de los Ramones, la sensualidad de Blondie y la fibra rockera de Television y Patti Smith, el cuarteto conmocionó a la efervescente escena neoyorquina con una música sofisticada y bailable, vestimenta común y corriente, ritmos inspirados en el funk y letras inteligentes acerca de relaciones humanas, reflexiones sociopolíticas y personajes controversiales.

Tras casi dos décadas de su última aparición pública -en el 2002 se reunieron, por primera vez desde 1984 para tocar en la ceremonia de su inducción al Salón de la Fama del Rock And Roll-, tres hechos han reactivado el interés mundial por esta banda, pionera de la new wave: el estreno en Broadway, en octubre del 2019, de American Utopia, un musical de David Byrne elaborado sobre la base de diversos éxitos del grupo y de su prolífica carrera en solitario (que también existe como documental, dirigido por Spike Lee); el Grammy por sus logros artísticos (Lifetime Achievement Award) que recibieron este año; y la publicación de Remain in love, autobiografía de Chris Frantz publicada en julio de 2020, libro en el que cuenta la historia de Talking Heads y las dificultades que produjeron su agria separación, en 1989.

Byrne, compositor creativo, guitarrista y cantante de voz atenorada y amplio registro, nació en Escocia pero vivió en Maryland, EE.UU., desde los 10 años. En la escuela de arte y diseño de Baltimore conoció a una inquieta pareja de músicos, el baterista Chris Frantz y la bajista/guitarrista Tina Weymouth. Los tres se mudaron a Nueva York y formaron The Artistics. Al poco tiempo se les uniría Jerry Harrison, guitarrista y tecladista que acababa de salir de la formación original de The Modern Lovers, la misteriosa banda de Jonathan Richman. Pronto, cambiaron su nombre a Talking Heads y, de la mano del productor Seymour Stein (cabeza de Sire Records), consiguieron ser parte del cartel del CBGB, cuna del punk norteamericano.

Para muchos, el mayor aporte de Talking Heads es haber tendido un puente entre la música popular anglosajona con la riqueza sonora y polirrítmica del África, primero a través de sus derivados afroamericanos -funk, soul-, evidente en su primeras dos producciones Talking Heads: 77 y More songs about buildings and food (1977 y 1978); y, luego, con el afrobeat, género que Fela Kuti trajo desde Nigeria, con álbumes como Fear of music (1979) y, principalmente, Remain in light (1980) y Speaking in tongues (1983). Basta con escuchar temas como I Zimbra (con Robert Fripp, de King Crimson, como invitado en guitarra), Cities o Slippery people para entender eso.

Para mí, Talking Heads hizo, además de esta extraordinaria colección de canciones que van de lo divertido a lo experimental, de lo oscuro a lo sarcástico, de lo africano a lo marciano, una contribución muy especial con sus videoclips, alterando las imágenes para crear situaciones imposibles y mundos paralelos, al estilo de Peter Gabriel o David Bowie. Pensemos por ejemplo en Burning down the house, éxito de su quinto álbum Speaking in tongues (1983); la extraordinaria And she was (LP Little creatures, de 1986, cuyo coro es usado por Soda Stereo como coda de Picnic en el 4to. B durante su gira de despedida Me verás volver) o Blind, de Naked, su octavo y último disco, de 1988, en que ya asoman los ritmos latinos que luego Byrne desarrollaría, en extenso, en su álbum de 1989, Rei Momo.

Gran parte de este multicolor estilo proviene de la personalidad excéntrica y, a la vez, introvertida de David Byrne. De aspecto frío y desconectado, el creador de clásicos de finales de los setenta como Psycho killer (1977) o Heaven (1979)– es el principal responsable de la evolución del grupo. Si bien es cierto el trabajo de composición era 100% colectivo, Byrne se encargaba de las letras y de definir la estética visual y sonora de Talking Heads. Como narra Frantz en su interesante libro, David fue, desde el principio, el motor del grupo pero también su más grande problema, debido a que su excesivo control lo llevó a desconocer los aportes de los otros tres. De hecho, fue esta actitud díscola la que motivó el quiebre final, en momentos en que gozaban de enorme aceptación entre el público y la crítica especializada. Byrne trata de justificar la pésima conducta que tuvo con sus ex compañeros, aduciendo que padece de una «modalidad funcional de autismo». Tina Weymouth lo describió alguna vez como «una persona incapaz de retribuir la amistad que se le ofrece».

David Byrne, cuyo comportamiento social y aspecto físico podrían haber inspirado a los creadores de Sheldon Cooper, el genio antisocial de The Big Bang Theory, ha tenido una muy exitosa carrera como solista, a la que podríamos dedicar un artículo completo, con exploraciones musicales que lo llevaron, entre otras cosas, a formar el sello Luaka Bop Records y descubrir al mundo de la música internacional a artistas de la talla del brasileño Tom Zé o nuestra Susana Baca. En cuanto a los miembros restantes, jamás dejaron de hacer música, aunque no alcanzaron la resonancia comercial de su extraño camarada. Mientras que Harrison se dedicó a la producción de conocidas bandas alternativas noventeras como Violent Femmes, Crash Test Dummies o Live; la pareja Weymouth/Frantz se mantuvo activa con su propio grupo, Tom Tom Club, además de producir los discos que lanzaron a la fama al hijo de Bob Marley, Ziggy, entre 1987 y 1990. Los tres lanzaron, en 1996, el álbum No Talking just Heads, con un elenco de destacados vocalistas invitados: Debbie Harry (Blondie), Johnette Napolitano (Concrete Blonde), Michael Hutchence (INXS), entre otros. La aventura les costó una denuncia de parte de Byrne, quien consideró que era “un obvio intento por hacer caja con el nombre de Talking Heads”.

Otra de sus innegables contribuciones fue acercar géneros aparentemente disfuncionales -new wave, post-punk, electrónica, funk, rock, afrobeat- y convertirlos en una amalgama natural y agradable al oído. La asociación, desde su segundo LP, con el productor, compositor y multi-instrumentista Brian Eno fue fundamental para ello, tanto como la inclusión del guitarrista Adrian Belew y del tecladista Bernie Worrell, legendario integrante de Parliament Funkadelic, así como de un colectivo de músicos y coristas afroamericanos que ampliaron el formato de la banda, convirtiéndola en una máquina de ritmos contagiosos y orgánicos, como podemos comprobar en Stop Making Sense, película dirigida por el cineasta Johnatan Demme en 1984. El concierto, filmado en diciembre de 1983 en el Teatro Pantages de Hollywood, California, es una vibrante experiencia audiovisual que muestra a los Talking Heads en su mejor momento, durante la que se convertiría en su última gira oficial.

Un repaso por su catálogo nos permite entender esa amplitud de estilos. Once in a lifetime (Remain in light, 1980), por ejemplo, con aquel video en el que Byrne ironiza sobre las ridículas actitudes de los tele-evangelistas, sirve también para exhibir su fascinación por los ritmos y cosmovisiones africanas. En Road to nowhere (Little creatures, 1985), juega con el country y los coros gospel y grafica, en su respectivo videoclip, la evolución de la clásica familia perfecta. Y en Wild wild life (True stories, 1986) hace una divertida parodia de los artistas y estilos de moda, en clave de estricto pop-rock ochentero. Este video es una de las escenas de True stories, largometraje que Byrne urdió para criticar, con un estilo de humor agudo y surrealista, el estilo de vida de los Estados Unidos, y que hoy forma parte de la prestigiosa colección Criterion, que lanzó el film en DVD el año 2018.

Por cierto, hay una razón más por la cual el legado de Talking Heads regresó a las notas sobre música y cultura de importantes medios alrededor del mundo: los 40 años que cumplió su cuarta producción discográfica, Remain in light, la que cimentó su estilo integrador de estilos electrónicos y étnicos. El disco, considerado el mejor de 1980 por la revista especializada Sounds, contiene los éxitos Once in a lifetime y House in motion, además de intensos temas como Crosseyed and painless, The great curve o Listening wind. Para celebrar este aniversario, el guitarrista/tecladista Jerry Harrison había anunciado una serie de conciertos en el que estaría acompañado de Adrian Belew –que participó de las grabaciones originales- y Turkuaz, una sensacional banda de jazz y funk integrada por diez jóvenes egresados de la prestigiosa escuela de música de Berklee. Lamentablemente, la pandemia frustró estas presentaciones, canceladas hasta nuevo aviso. Pero aquí los podemos ver, en cuarentena, tocando Psycho killer y Houses in motion.

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Talking Heads

A propósito del fallo del Cuarto Juzgado Constitucional de Lima, declarando nulo el contrato de compraventa de las acciones de Epensa al Grupo El Comercio, es menester discutir sobre algunos problemas serios que subsisten en el mercado periodístico peruano, además del tema puntual citado.

En prensa escrita, más allá de la concentración refutada, hay barreras que impiden la libre competencia y acceso de nuevos competidores. ¿Sabía usted que a cualquier diario nuevo, los canillitas le cobran 5% más de comisión que a los diarios antiguos? Eso no debería estar permitido. Es como que los restaurantes nuevos paguen 23% en lugar de 18% de IGV por el solo hecho de serlo. ¿Sabía usted que la anterior empresa responsable de medir la lectoría no medía a los diarios nuevos si no recién después de su segundo año por un acuerdo en el que, felices ellos, participaron los grupos periodísticos más importantes, obligando así a cualquier diario nuevo a transitar por el desierto publicitario durante ese lapso? ¿Indecopi no tiene nada que decir respecto de ambos temas? Al parecer, el tema de la medición de lectoría acaba de cambiar, enhorabuena, pero hay que estar vigilantes para que no se reedite esa barrera de ingreso al mercado.

En el tema de la radio y la televisión, el mayor problema es que los gobiernos últimos vienen postergando una y otra vez el apagón analógico, que al abrir las señales al campo digital permitiría transitar de los actuales siete canales de señal abierta a que hubiese por lo menos cien. Y en el caso de la radio (que debió empezar el 2004 con la digitalización de la AM), multiplicaría por seis el número de estaciones vigentes.

El lobby de los actuales canales de señal abierta y de los “cableros” ha impedido que se produzca el apagón analógico mencionado, el cual permitiría la democratización del espectro radioeléctrico, al coadyuvar al ingreso en igualdad de condiciones de nuevos actores empresariales sin necesidad de tener que pagar fortunas por las señales ya existentes, que son pocas.

La libertad de empresa es condición necesaria para que haya libertad de prensa, pero si el propio Estado permite o dispone restricciones serias a la libre competencia en este sector empresarial, restringe la posibilidad de acceso de los ciudadanos a un mercado informativo libre y democrático.

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Indecopi, Libertad de prensa

En los últimos años han ido apareciendo algunos libros que, desde diversas ópticas académicas, examinan la práctica musical costeña. Algunos ejemplos de muestra: Celajes, florestas, secretos. Una historia del vals popular limeño (2009) de José Antonio Llórens y Rodrigo Chocano; Ritmos negros del Perú. Reconstruyendo la herencia cultural afroperuana (2009), de Heidi Feldman o Lima, el vals y la canción criolla (2012) de Gérard Borras muestran un interés por desentrañar el universo social y musical que late en este valioso archivo musical.

Lo mismo cabe decir de otros libros como Felipe Pinglo y la canción criolla. Estudio estilístico de la obra musical del bardo inmortal (2018), de Rodrigo Sarmiento o  Cantarureando/Canterurías (2020), volumen que reúne las letras de Chabuca Granda y permite una lectura integral de la obra de esta gran compositora. Sin embargo, es más escasa la atención brindada al género testimonial, a la palabra de los cultores que son, verdad sea dicha, los protagonistas de esta historia.

La aparición de Mi vida entre cantos (2018) de Alicia Maguiña retomó el ejercicio de la memoria y la voz propia. En los últimos tiempos, como aliviando el encierro, llegan a mi mesa de trabajo dos libros de factura reciente en los que dos figuras importantísimas de la tradición costeña ejercen, a viva voz, el ejercicio memorioso de desandar lo andado. Se trata de Guitarra criolla. Mi testimonio, de Willy Terry (2020) y Pepe Villalobos, el rey del festejo. Presencia de la música negra en el bicentenario (2021) diálogo entre Vicente y Tilsa Otta y un músico patriarca en las artes de jarana.

Willy Terry es una reconocida primera guitarra de nuestro medio. Su estilo es inconfundiblemente clásico, en términos del canon criollo: punteo exigente y a veces algo acrobático, trino en el ataque, síncopa cuando se debe y dominio sin cuestionamiento del bordón. A eso se suman las virtudes de una apreciable segunda voz. Terry ha escrito una memoria en la que además de recorrer retrospectivamente su experiencia deja constancia de la gratitud que guarda por sus maestros, entre ellos don Óscar Avilés. Un libro lleno de anécdotas, en un marco en el que resuenan por igual la melancolía y el ardor de la fiesta.

En tanto, Vicente y Tilsa Otta mantienen una larguísima conversación con Pepe Villalobos Cavero, figura cimera de la música costeña, miembro de distinguidos conjuntos musicales como el recordado Tradición Limeña, autor de valses como “Copas rotas” y de festejos que se han incrustado en nuestro seso como “El negrito Chinchiví”, “Mueve tu Cu Cu” o “Mi comadre Cocoliche”. Instumentista versátil (se entiende con el cajón, la quijada, la cajita y la guitarra), cantor de golpe barrioaltino (ya saben, eso de alzar el pecho) y padre de Victoria y José, continuadores, cada uno a su modo, de este noble linaje.

Dos maneras de revivir, en medio del encierro, la magia de eso que algunos llaman el “sonido limeño”, de recobrar, a través de la palabra y la memoria, la mano que pulsa sabiamente una guitarra o una voz vibrante, pícara, que nos saca de nuestros asientos a golpe de cajón. Que siga la música.

Guitarra criolla. Mi testimonio. Lima, edición del autor, 2020.

Pepe Villalobos, el rey del festejo. Lima: Editorial Horizonte, 2021.

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Guitarra criolla, Pepe Villalobos

Javier Heraud ha sido reconocido en París. La película sobre su vida fue elegida como la mejor en el XII Festival de Cine Peruano de la ciudad francesa. “Le Soleil Tournant” es el premio que cada año reciben las mejores producciones peruanas y que en su momento cintas como Wiñaypacha, El Limpiador y Viaje a Tombuctú obtuvieron. 

Conseguir el galardón peruano en tierras francesas le concede a La pasión de Javier un apoyo importante. Quizás el que no tuvo en su estreno. Además permite traer a la memoria la corta vida del escritor y más aún reflexionar sobre personajes como este que han sido antisistema. Ponerlo en valor también es reconocer el riesgo que tomó su director Eduardo Guillot al retratar al poeta guerrillero.

La historia que relata esta película está comprendida dentro de los últimos años de vida del poeta Javier Heraud. Desde su ingreso a la Universidad de San Marcos, su viaje a París, pasando por su estadía en Cuba y finalmente el desenlace que todos conocen en Madre de Dios. 

La producción tomó en cuenta las décadas de los 50’s y 60’s, a la hora de ambientar los diversos lugares de la filmación y al margen de un par de errores mínimos que se puedan advertir; este es un aspecto muy destacado. Como también el hecho de haber grabado en diferentes locaciones dándole un aire muy verosímil a la narración. En la propuesta visual es evidente que hay un ojo tras la cámara con experiencia que sabe dónde colocarse y generar la atmósfera adecuada. 

La pasión de Javier es una película idealista, probablemente bajo la misma perspectiva de su personaje real. Así como Javier Heraud arriesgó su propia vida con la idea de conseguir una sociedad más justa. Guillot puso en el écran a un personaje que pudo haber generado las reacciones más iracundas de rechazo y asumió ese reto. 

Este proyecto, que para su director ha sido completamente personal; demoró diez años para convertirse en realidad. Contó con el financiamiento de la Dafo, Ibermedia y algunos productores independientes. Dijo Guillot que Heraud fue un romántico mientras él se emocionaba hasta las lágrimas en su estreno. 

Por otro lado, Stefano Tosso, el protagonista, ha recibido diversos comentarios con respecto a su actuación. Pareciera que la crítica no se ha puesto de acuerdo sobre la caracterización que hizo del poeta limeño. Más bien, es en el reciente festival francés donde los calificativos positivos han sido mayoritarios. Este es sin duda, el mejor trabajo hasta el momento, del hijo del desaparecido cómico Ricky Tosso.

Una tarea pendiente para el director también de Caiga quien caiga podría ser la homogeneidad en su dirección actoral. Por un lado están actores como Lucho Cáceres, quien encarna al padre de Heraud y que destaca por su naturalidad. Al igual que Tommy Parraga que recientemente también se lució en la película Canción sin nombre y que se muestra convincente en su rol una vez más de guerrillero. Mario Vargas Llosa en la piel de Sebastián Monteghirfo y Oscar Meza por su lado como Razzetto. Frente a otros personajes que no resultan tan convincentes, pero que son actores que han dado la talla en otras producciones. 

Este largometraje también es una oportunidad para ver uno de los últimos trabajos de la recordada actriz Sofia Rocha en el papel de la madre del escritor. Actualmente la cinta se puede apreciar en una conocida plataforma de telefonía digital.

La industria cinematográfica sigue luchando por mantenerse en medio de esta pandemia. Las restricciones que aún existen para la apertura de las salas de exhibición es uno de los motivos de esta incertidumbre. Esta situación es más compleja aún para el cine de autor que no siempre puede acceder a las plataformas de streaming. Sin embargo, hace ya dos años se estrenó en Perú  La pasión de Javier y su recorrido por festivales internacionales continúa. Un logro más frente a la coyuntura actual y una posibilidad hoy para revisar la historia. 

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Eduardo Guillot, Javier Heraud, La pasión de Javier

Ante Colombia, funcionó todo. Ante Ecuador, días atrás en Quito, también. Y ha vuelto a suceder ayer, al menos en el segundo tiempo. Perú ha librado tres partidos con lo justo, sufriendo, como en los viejos tiempos. Esto es solo posible cuando todo funciona, si todos juegan bien, si cada uno de los peruanos tienen rendimiento alto. 

Perú es un equipo corto y frágil. Corto porque cuenta con doce o trece jugadores al mismo nivel, no más. De hecho el único suplente que parece titular es Aquino. El resto son muy nuevos, están ya de salida, o necesitan más minutos para demostrar.

Es frágil porque en la cancha, si una pieza falla, se desmorona el colectivo. Si se falla un penal. Si un foul termina en roja. Si el árbitro inclina la cancha. Si el lateral no cierra la banda. Si al arquero se le escapa la pelota. Si la que tenemos no entra.

Perú solo gana si se alinean los planetas. Si ese palo salva el gol en contra. Si Gallese saca una mano milagrosa. Si Bolivia pierde puntos de local. Si Guerrero la aguanta y saca la pierna. Si la toca (la tocó!) Ospina. Si la pelota entra por dos centímetros y hay VAR. O si el VAR le quita cuatro, cinco goles a Suárez y Cavani.

Perú gana si es que no hay eclipse ese día. Gana si los once en cancha están metidos y cumplen sus roles. Más aún, si no faltan Advíncula y Trauco, Abram, Tapia y Yotún, el mejor Guerrero, Carrillo y Cueva. Es decir, gana si podemos alinear el mismo once un partido tras otro, como cuando fuimos a Rusia. Y esa es, sí, una utopía. 

Que López y Callens funcionen no es un descubrimiento, es una casualidad. Hasta que se confirme lo contrario. Lo van a demostrar partido a partido, cuando en uno la hagan bien y en otro ya no tanto. Y para lograr consistencia se necesita rodaje. Lo mismo con Peña siendo un volante confiable o con un Ormeño siendo opción de cambio.

Lo único que parece confirmarse es Lapadula. Y qué buena noticia es esa. Que ese nueve italiano, que corre como trotando, que parece va cojeando por el campo, que ese sea el nuevo guerrero (con minúscula) es hoy una hipótesis que se va validando. Ante Ecuador en Quito hizo la diferencia. Ante Colombia fue pieza clave. Y de nuevo ante Ecuador encontró dos y las convirtió en gol.

Gianluca Lapadula parece destinado a hacer algo grande con esta selección. Y todo se debe a su actitud. Juega bien y el equipo lo entiende. Pero su mayor virtud es la mentalidad. Su cerebro está programado para encontrar espacios, ir al choque, buscar el balón largo, marcar el pase, gambetear, y celebrar los goles como si de una final del mundo se tratara.

Para Perú, un equipo sin recambios, hacer un gol es una epopeya. Y eso Lapadula, tirado de rodillas en el piso en cada celebración, lo siente. A Gareca hoy le toca plantear el ataque peruano alrededor del italiano, como hace cuatro años se hizo con Guerrero. Hay que cuidarlo, seguir acogiéndolo, y darle ese lugar protagonista que él busca. No se me ocurre mejor alimento para un delantero con su estilo que la titularidad, la camiseta 9 y el sistema de juego orientado para él. 

Así y todo, Gareca no tiene recambios, los tiene que crear. Y esa es una de sus virtudes más notables. El argentino ha entendido desde siempre que el fútbol peruano es una cuna de talento inestable y espontánea. Su triunfo es ganar con todo ello, aunque parezcan eventualidades o casualidades. Pero no lo son. Gareca pone a disposición del equipo la mentalidad adecuada. Es una pausa. Es el pensá convertido en un estándar permanente. Y el equipo lo recibe. Con esa docilidad de jugador de liga menor, que para ganar sólo puede cumplir. 

Porque es una utopía pensar que Perú puede ganarle siempre a sus rivales. No se le puede exigir tanto. A un Brasil donde todo los once titulares pelean la Champions League cada año. O una Colombia con jugadores protagonistas en Europa. O la Argentina aún de Messi y Chile con una generación de oro que resiste irse. 

Pero Perú, pierda o gane, su gran motivación es dar pelea y hacerle la vida imposible al rival. Tiene jugadores para eso. Y, sólo si todos juegan bien (y Lapadula) tenemos opción de ganar. 

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Gianluca Lapadula, Perú, Ricardo Gareca
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