Opinión

[Agenda País] Hasta el cierre de esta edición, los ciudadanos y la clase política continúan esperando la propuesta de fusión de “dos pares de ministerios”, a lo que se suma la incertidumbre creada por la renuncia de todo el directorio de PetroPerú.

Si bien estas ideas de fusionar ministerios y juntar en una sola institución toda la inversión en infraestructura no son nuevas, la pregunta que nace es si no sería mejor preparar un proyecto integral de la reforma del ejecutivo, que este gobierno deje como legado para la próxima contienda electoral.

Por otro lado, fusionar ministerios a menos de dos años que la presidenta termine su mandato, no parece una idea que atraiga confianza y más bien, distrae al propio ejecutivo cuando en estos últimos meses debería dedicarse a cumplir pocos, pero decisivos objetivos. Uno de ellos debería ser la reducción de la pobreza multidimensional, lo cual sería, eso sí, un gran legado de la presidenta Dina Boluarte que ya ha mostrado su emoción al expresar que es la pobreza lo que más le preocupa.

Es por ello que una propuesta para entregar a la presidenta y a su consejo de ministros es que tomen el fondo de la idea de fusionar ministerios, en un trabajo transversal que culmine con una propuesta de reforma integral del ejecutivo.

Este trascendental proyecto lo puede liderar el CEPLAN que es, y cito, ‘ … un organismo técnico especializado que ejerce la rectoría efectiva del Sistema Nacional de Planeamiento Estratégico, conduciéndolo de manera participativa, transparente y concertada, contribuyendo así al mejoramiento de la calidad de vida de la población y al desarrollo sostenible del país”.

El Perú de ahora no será el mismo de aquí a 10 o 20 años. La cuarta revolución industrial, aquella que mezcla técnicas de producción avanzadas con sistemas inteligentes que se integran con las organizaciones y las personas, está cambiando nuestra manera de interactuar e incluso, nuestras prioridades de vida.

El estado tiene la necesidad, e incluso la responsabilidad, de percibir estos cambios, tener la visión de hacia dónde está yendo la sociedad y organizarse para otorgar los servicios en común que esta nueva sociedad está requiriendo.

El CEPLAN junto a representantes de la academia, sociedad civil organizada, partidos políticos, gobierno y personalidades invitadas, tiene el conocimiento como para traer desde el futuro la visión de hacia dónde vamos y proponer una estructura ministerial, con sus respectivas instituciones, que se adapten a estos tiempos y por los próximos 20 años.

De esta manera también, el ejecutivo se concentra en dar resultados tangibles en la lucha contra la inseguridad, y mejorar ostensiblemente los servicios de educación y salud, componentes del índice de pobreza multidimensional.

Imagine Usted presidenta Boluarte, terminar su mandato reduciendo la pobreza multidimensional porque su gabinete se enfocó en dar resultados, y en paralelo, dejar a la ciudadanía el proyecto de reforma del ejecutivo con visión 2040 donde prevalezca la meritocracia, que articule al Estado, pero al mismo tiempo, que evite duplicaciones y que se enfoque en el servicio al ciudadano.

Dos grandes legados que nadie le podrá negar.

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Dos grandes desafíos tendrán al frente los movimientos moderados de la derecha y la izquierda. Por el lado derechista, la revitalización del fujimorismo, fruto del fallecimiento del líder histórico, Alberto Fujimori. La centroderecha liberal va a tener que aguzar el ingenio para lanzar propuestas divergentes que la diferencien del fujimorismo y le hagan entender a la población del desastre que supondría una elección de Keiko Fujimori.

El mercantilismo, autoritarismo y devaneos con la corrupción de Fuerza Popular lo tornan inaceptable como opción de desarrollo. Baste ver el mamarracho mercantilista que ha supuesto la reforma del sistema de pensiones que nos han endilgado y que solo beneficia a los grupos de poder que las manejan. Y si a ese combo le sumamos el conservadurismo que Keiko le ha agregado al movimiento, se entenderá que lo suyo no constituye una apuesta por la modernidad.

Por el lado de la izquierda, la centroizquierda democrática tiene frente a sí a propuestas radicales hasta el desquiciamiento, que se encaraman en la furia popular existente contra el statu quo y a la que será muy difícil combatir, si no se pliegan de alguna manera a lanzar propuestas disruptivas. Y claro que hay un arsenal ideológico capaz de movilizar los afectos negativos de la población sin caer en el delusivo plan de un Antauro, Bellido o Bermejo.

Una izquierda democrática, que entienda que la economía de mercado es el motor de la inversión, pero que debe ser ecualizada por un Estado presente, y que además haga de la democracia formal un valor supremo, inviolable, podría tener éxito si logra romper los parámetros de la “normalidad” discursiva o narrativa.

El desastre gubernativo de Dina Boluarte hace difícil que las propuestas moderadas se impongan sobre las que prometen patear el tablero, pero tendrán que hallar la forma de distinguirse del statu quo y a la vez marcar distancia de los radicalismos que de ambas orillas van a surgir.

De hecho, el fallecimiento del líder histórico del fujimorismo, Alberto Fujimori, con la imagen de unidad precedente que había logrado galvanizar con su familia, supondrá una inyección anímica política a favor del keikismo.

Si ya, según las encuestas, Keiko mostraba índices de potencial votación cercanos al 10%, seguramente aquellos subirán y la colocarán ya, casi segura, en la segunda vuelta del 2026.

De allí la urgencia de clamar por la unidad de la centroderecha liberal. Le haría daño al país que llegue al poder la opción populista, mercantilista, autoritaria y conservadora que representa Keiko Fujimori, que ha heredado lo peor del legado de su padre y le ha agregado un ingrediente conservador que su progenitor no tenía.

Debe evitarse a toda costa que el país se vea envuelto nuevamente en la tesitura de tener que votar por Keiko Fujimori como mal menor frente a un Antauro Humala o un Guido Bellido, como sucedió en el 2021 frente al nefasto Pedro Castillo.

El país merece una opción de derecha moderna, democrática e institucionalista, ya no el modelo ajado del keikismo, pero si no se produce una conjunción de esfuerzos políticos le estarán regalando el pase a la segunda vuelta a Fuerza Popular.

Y lo peor es que lo más probable es que pierda esa elección. En los predios naranjas confían en que esta vez sí la harán porque Antauro es un cuco mayor que Castillo. Se equivocan de cabo a rabo. Antauro es mejor candidato que Pedro Castillo y, además, postula encaramado sobre una mayor furia popular que la que existía el 2021.

Si queremos a un desquiciado proyecto político sentado en Palacio el 2026, asegurémonos de que Keiko Fujimori pase a la segunda vuelta. Para evitarlo, no nos cansaremos de reiterarlo, ello pasa por lograr un gran frente centroderechista, con equipos tecnocráticos y un buen programa de gobierno (además de, por supuesto, un buen candidato).

Alberto Fujimori y Abimael Guzmán nacieron en un Perú muy distinto, uno que pocas veces podemos imaginar. En la década de 1930, en Lima no había más de 300,000 personas en el área urbana, número cercano al de las personas que vivían en todo el departamento de Arequipa en esos mismos años. En Mollendo, donde nació Guzmán, apenas si había 15,000. El Perú se encontraba bajo el régimen de un presidente afín al nazismo, Oscar R. Benavides.  

La accidentada infancia de Abimael Guzmán, cambiando de ciudades y escuelas fue muy diferente que la de Alberto Fujimori, pero lo cierto es que ambos llegaron a cursar una carrera universitaria. Fujimori estudió Agronomía en la Universidad Agraria de la Molina, y Guzmán, Derecho y Filosofía en la Universidad San Agustín de Arequipa. Guzmán se graduó en filosofía y se entregó al comunismo. Apenas comenzada la década de 1960, mientras Abimael Guzmán fue contratado por la Universidad San Cristóbal de Huamanga para enseñar filosofía, Alberto Fujimori fue a realizar sus estudios de posgrado en Francia y en Estados Unidos. Cuando regresó a enseñar en la Agraria hizo también carrera política como decano, luego rector y presidente de la Asamblea Nacional de Rectores. La afiliación de la Universidad huamanguina con el comunismo, permitió a Guzmán crear los vínculos para dejar la universidad, viajar a China, Checoslovaquia y la Unión Soviética, y pasar a la clandestinidad. De tal forma que mientras Fujimori estaba liderando su universidad, Abimael iba creando por el país, comités de Sendero Luminoso en las aulas universitarias.

En 1980 comenzó el terror. Abimael Guzmán, convertido en el Presidente Gonzalo, decidió que debía combatir al Estado destruyendo a sus colaboradores. Los colaboradores éramos todos, pero comenzó con los campesinos y militantes de izquierda que traicionaban la causa al ejercer el recién universalizado derecho a votar. La vorágine ocasionó decenas de miles de muertes, con terribles atentados y con la estrategia de dejarnos sin luz y energía. El Estado reaccionó casi al mismo nivel, amenazando y asesinando ante la incapacidad de poder identificar a los verdaderos senderistas. Nuestro retorno a la democracia fue caótico. Sumidos en la pobreza, a la exorbitante deuda externa, se sumaron el impacto de fenómenos naturales y la crisis económica mundial que dio paso al neoliberalismo. En ese contexto, Alberto Fujimori se lanza a las elecciones presidenciales, sin imaginarse que la población, atemorizada por las radicales medidas económicas que Mario Vargas Llosa anunciaba, lo escogería como el candidato alternativo (costumbre de votar por oposición que ha mellado las prácticas democráticas peruanas).  

Ya elegido, a Fujimori no le quedó más que aplicar las duras medidas contra la inflación y de reducción del estado que promovía el Fondo Monetario Internacional, además de un nuevo plan para pagar la gran deuda. En ese contexto, la violencia de Sendero Luminoso se incrementó en Lima y en la Amazonía. Fujimori optó por crear un escuadrón paramilitar, el Grupo Colina. Meses después cerró el Congreso de la República. Guzmán fue capturado el 12 de septiembre de 1992 por el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Dirección Nacional contra el Terrorismo (DIRCOTE) de la Policía Nacional peruana. Fujimori, que estaba en un viaje de descanso, regresó de inmediato para montar la parafernalia con la que fue mostrada su captura. Bajo la dictadura, Guzmán fuejuzgado por un tribunal militar sin rostro. Más de diez años después hubo que volverlo a sentenciar con el debido proceso y darle la cadena perpetua.

Fujimori cantó victoria y aparentó convertirse en un presidente que luchaba por los derechos humanos. Mientras tanto, sus vínculos con el narcotráfico, la compra de los medios de comunicación, la liberación de la informalidad y la corrupción empresarial, llegó a dimensiones insospechadas. Los videos grabados por su mano derecha, Vladimiro Montesinos, dejaron todo en evidencia. Él escapó a Japón y renunció por Fax. Fue detenido en Chile, cuando pensaba regresar desafiante al Perú, el año 2003.

Durante la guerra entre el Estado peruano y Sendero Luminoso, murieron cerca de 50,000 personas. Abimael Guzmán murió en la cárcel, el 11 de setiembre de 2020 a los 86 años. Alberto Fujimori, consiguió que la casta política que asentó en el congreso, le diera el indulto para salir de la cárcel de oro en la que estaba y querer seguir manipulando la política peruana, a pesar de la oposición de 24 millones de peruanos. Murió también a los 86 años, el 11 de setiembre de 2024.

Alberto Fujimori ha sido, sin duda, la figura central de la política peruana en el siglo XX. Con claroscuros inevitables de mencionar, pero su paso por el poder marcó un antes y un después que hasta hoy perdura.

En su haber figuran la gran transformación económica, que revirtió el régimen estatista instaurado por el otro gran reformista del siglo pasado, Juan Velasco Alvarado, la misma que les permitió a Toledo y García llevar el crecimiento económico y la reducción de la pobreza a niveles impensados.

Fue responsable político también del cambio de estrategia antisubversiva que arrinconó a Abimael Guzmán y a Sendero Luminoso, aunque en ese trance haya tolerado la existencia de grupos paramilitares como el grupo Colina y se haya hecho de la vista gorda con violaciones a los derechos humanos (no obstante lo cual, resulta arbitraria su sentencia como autor mediato de las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta).

Revolucionó el interior del país con una política de infraestructura popular (luz, agua, desague, colegios, postas, caminos rurales), con instituciones superlativas como Foncodes, que nunca antes se habían plasmado en el Perú (quizá su antecedente más cercano sea Cooperación Popular de Fernando Belaunde).

Contra lo previsto, logró firmar con gran inteligencia estratégica de Torre Tagle la paz con el Ecuador, un logro que se subestima mucho en el Perú pero que ha tenido un impacto mayúsculo en nuestra colocación geopolítica en la región.

Pero Fujimori fue un dictador explícito entre 1992 y 1995 y encubierto entre el 95 el 2000, cuando permitió que Montesinos destruyera las instituciones democráticas y la corrupción haga metástasis de una manera como hasta entonces nunca se había visto.

La segunda reelección lo terminó de pervertir al punto de paralizar, inclusive, las reformas económicas que había emprendido en su primer lustro (fruto de ello, hoy tenemos a Petroperú y Sedapal y un Estado elefantiásico, como muestras de lo dicho).

Fujimori fue extraordinario en lo bueno y en lo malo. Su recuerdo seguirá albergando por ello amores y odios eternos que seguirán marcando la política los siguientes lustros. Lo cierto es que pesar sus pasivos, entregó un país bastante más viable que el que recibió, que estaba al borde del colapso. El balance final lo hará la historia larga.

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[EN EL PUNTO DE MIRA] En el bicentenario de nuestra independencia, convendría pensar el Perú —desde el pasado hasta hoy— para saber cómo está en términos políticos y sociales. En las ciencias sociales existe un debate sobre el proceso de las sociedades a través del tiempo.

Algunos autores sostienen (cuestionando al marxismo) que las sociedades no tienen procesos evolutivos, que en su seno se encuentran continuidades del pasado y cambios. Si partimos desde este punto, al cual me adhiero, podríamos sostener que el Perú tiene dentro de sí el país de cuando recién se independizó. Parece un país en el que el Estado no es más que un botín que quienes llegan al poder buscan repartirse: arrasan con todo lo que encuentren a su paso para saciar su ambición más vil, la de tener dinero mal habido.

En los primeros años de la República los militares que asumieron la presidencia no pensaron en construir Estado, legalidad y ciudadanía, sino que pensaron llenarse los bolsillos; salvo prácticas excepcionales, como la del gobierno de Ramón Castilla (1856), con el primer Presupuesto Público y la liberación de los esclavos negros. El resto del tiempo hemos visto el saqueo de las arcas públicas, una situación que coincide conlaactualidad.

Podemos comprobar —desde la transición a la democracia— como quienes han gobernado el Perú —desde Alejandro Toledo, Susana Villarán, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski— han sido implicados en casos de corrupción con sumas cuantiosas de dinero. Todos ellos vieron en el Estado no la oportunidad de construir grandes proyectos nacionales, sino su botín de la guerra electoral ganada.

Pero no todo está perdido. Producto del crecimiento económico sin precedentes en el país, en las últimas dos décadas y media nuestra sociedad ha incrementado su clase media. Precaria, pero clase mediaal fin y al cabo. El mito del progreso y la educación ha tenido asidero, aún con colegios y universidades de pésima calidad. El sociólogo Danilo Martuccelli sostiene que en este país caótico, de cambios y retrocesos, se están gestando las bases de una sociedad democrática a futuro.

El paso a seguir para ello es pensar nuestro país y reeducarlo en humanismo. El modelo productivo imperante en el sistema educativo es importante, pero el humanismo lo complementa para que no exista el llamado “cholo barato”. Y para que en reemplazo del arribismo y la argolla, el mérito sea el motor de nuestrasociedad.

Que el dinero no se superponga al hombre y la mujer. ¿De qué sirven los viajes al extranjero si el mundo no ha pasado por renovar nuestras viejas prácticas? En Europa, por ejemplo, a pesar de su crisis, producir es tan importante como reflexionar para generar espacio público. Producir es tan importante como respetar los derechos laborales. Producir es tan importante como respetar los derechos sociales obtenidos durante décadas de luchas ciudadanas. Y producir es tan importante como educar a la sociedad.

Esos son los tiempos modernos

Si los seres humanos fuésemos enteramente racionales, seríamos como los vulcanos de la profusa serie Star Trek. Pero eso significaría que no seríamos humanos. No solamente tenemos sentimientos, sino que disfrutamos de ellos. Los sentimientos son además difíciles de expresar verbalmente y por ello se canalizan de otras maneras, principalmente, mediante la violencia y el arte. Dado que la primera opción es antisocial, debemos preferir siempre la segunda. El arte tiene como fin entender qué es vivir como humanos, pero no mediante la razón sino a través de la expresión. Cuando se dice que “ser de la U es un sentimiento” se afirma un hecho correcto. No hay razones para ser hincha de la U, como tampoco del Alianza, del Boys o del Cristal. Tales afiliaciones no se tienen que explicar. Se sienten, solamente y con ello debería bastar. Nunca habrá buenos argumentos para justificar una identificación u otra. De hecho, en tales casos los razonamientos sobran.

Tanto la ausencia de sentimientos como su exceso nos causan problemas. Deberíamos reconocer que la dificultad para empatizar con lo que acaece a nuestros semejantes como el exceso de sentimentalismo nos pueden volver igualmente injustos y crueles. En los casos en los que debemos buscar la justicia y la verdad, los sentimientos o la ausencia de ellos pueden igualmente nublar el juicio.

El viernes 6 de setiembre la especialidad de Filosofía de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos invitó al biólogo Luis Arbaiza a ofrecer una charla titulada “Feminismo y biología”. Conozco personalmente al ponente y por tanto puedo atestiguar de primera mano su ánimo polémico, como también pedagógico. En un par de ocasiones ha expresado opiniones que no me resultaron convincentes (específicamente, sobre educación y sobre los transgénicos). Pero de tales discrepancias no pude inferir que estaba conversando con un fanático o un desinformado. Arbaiza es un humanista tanto porque su conocimiento va más allá de la biología (se interesa también por las artes y especialmente por la literatura) como por su actitud abierta al conocimiento y al diálogo.

En su charla (a la que no asistí, de modo que mi comentario puede ser parcial) presentó datos que enlazó con argumentos en contra de la teoría feminista hegemónica y los estudios de género. Porque he conversado con él muchas veces, no se puede sostener que sea un misógino, un transfóbico ni mucho menos un homofóbico. Arbaiza es abiertamente gay y promueve una visión peculiar sobre dicho estilo de vida, con el que podemos estar de acuerdo o no.

Muchos asistentes a la charla expresaron su disgusto por las tesis propuestas por el ponente y generaron una ola de rechazo que llevó a la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad a comunicar que la responsabilidad de la invitación recaía exclusivamente sobre la especialidad de Filosofía, como dando excusas y expresando disculpas por haber traído al campus a Luis Arbaiza.

Pero los argumentos contra su ponencia no eran argumentativos sino únicamente sentimentales. Arbaiza estaba equivocado, según quienes protestaban, porque ofreció datos y argumentos que ofendían a una parte de la comunidad universitaria, a las mujeres y a los grupos LGTBI.

Es cierto que una ponencia académica, que se ubica en el espacio de la razón, no debe buscar jamás la ofensa porque ello implica necesariamente cruzar los límites de la argumentación razonada. Pero de ello no podemos inferir que un dato o un argumento están errados porque son ofensivos. Lo que me puede ofender es ilimitado: mis sentimientos pueden ser agredidos por el color de una corbata o un corte de cabello, por una preferencia musical o simplemente por el color de piel de una persona con la cual tengo que interactuar. Por eso una ofensa solo puede ser respondida con otra ofensa o bien, como resulta más aconsejable, con la absoluta indiferencia. En cambio, un argumento solo puede ser respondido con otro argumento, que consideremos mejor.

La ciencia ofende constantemente mi sentido común. Y no puede ser de otra manera. El sentido común me dice que hay un “castellano correcto” pero la ciencia me dice lo contrario y, de hecho, la ciencia lingüística me informa que ni siquiera se puede decir que exista el castellano sino como mero constructo social. El sentido común me dice que el Sol sale por el este y se pone por el oeste. Pero sabemos por conocimientos básicos de cosmología que eso es una mera ilusión. Ya hay muchos filósofos y científicos que han cuestionado el libre albedrío, lo que sin duda ofende dos corrientes de pensamiento que aprecio, como son el existencialismo y el liberalismo.  

Los motivos para ofenderse son ilimitados. Muchos todavía se sienten ofendidos por la evolución, otros se sienten ofendidos por la ley de la oferta y la demanda, otros tantos se pueden legítimamente ofender cuando la biología nos señala que la sexualidad no es binaria. Sentirse ofendidos por argumentos basados en evidencia nunca lleva a nada, salvo a la sinrazón y el ánimo de censura. Lo correcto frente a un argumento que nos parezca débil o falaz es desarrollar argumentos que consideremos sólidos y no falaces. Un argumento no es mejor ni peor, una teoría científica no es más ni menos certera por el solo hecho de que afecte los sentimientos de la mayoría.

Una Universidad debe ser el espacio de la razón, de la verdad, de la ciencia y de la justicia. En ella se puede y se debe discutir apasionadamente siempre y cuando dicha pasión esté impulsada por un interés sincero por llegar (o reconocer que no se puede llegar) a la verdad. Se dice que Karl Popper y Ludwig Wittgenstein, dos de los filósofos más influyentes del siglo XX, discutían de manera tan ardorosa que debían ser apaciguados por sus colegas. Ambos personajes son admirables porque siempre ponían su pasión al servicio de la verdad. Cuando se procede de esa manera, la competencia permite que las ideas en conflicto se afinen y mejoren. No será posible tomar provecho de una polémica si una de las posturas es cancelada.  

Así, quienes no estén de acuerdo con las ideas de Arbaiza deberían procurar rebatirlo dentro del plano científico, no del sentimental. De especial interés es observar que hay una crítica fundamental a la teoría de género y la teoría queer, a saber, que se niega a dialogar con la biología y, en especial, con la evolución. El presupuesto de que los seres humanos somos animales especiales, radicalmente distintos a las demás especies porque somos tábulas rasas definidas por cuestiones meramente sociales y nunca biológicas me resulta de una ingenuidad insondable y, sobre todo, de una ignorancia radical. Llamo “ignorancia radical” no al no saber sino a la persistencia en no querer saber. La ignorancia por sí sola es un rasgo común a todo miembro de nuestra especie. No lo es, en cambio, la indiferencia ante el conocimiento. En otras palabras, no saber no es un pecado, pero sí lo es no querer saber. El origen de la filosofía y de la ciencia se halla precisamente en la consciencia de la ignorancia, en darse cuenta de que el sentido común puede ser efectivo en cuestiones comunes, pero completamente errado en la aventura de conocer el mundo hasta donde nos sea posible.

Los datos se contrastan. Los argumentos se critican. La justicia solo puede fundarse en el discernimiento de la verdad. Es cierto que la Universidad no debe dar cabida a charlatanes que medran de la ignorancia de las masas. Pero esta regla no se puede confundir con la censura. La Universidad debe ser un espacio privilegiado en el que el debate debe estar siempre abierto para quienes tengan algo que aportar a él. Cuestionar la teoría feminista hegemónica o la teoría queer no significa sacrificar la dignidad de las mujeres, gays, lesbianas o trans.

Hemos llegado al consenso de que la vida humana es invaluable, que la dignidad de toda persona debe ser el centro de la moral universal, que ninguna orientación sexual, como ningún color de piel, disminuye el valor de una persona y que ser mujer no puede querer decir que ella deba estar sometida al varón. Hemos llegado al consenso de que todo ser humano, sin importar su origen étnico o social, tiene el mismo derecho a la búsqueda de la felicidad y la prosperidad.

Pero no es posible sostener este consenso huyendo del debate científico y de la razón. Marx sostuvo que los filósofos debían pasar de entender el mundo a transformarlo. Este dictum es provocador y persuasivo. Sin embargo, a él se le puede responder observando que no es posible transformar algo si no se lo entiende. Así, las raíces biológicas del ser humano no se pueden negar, a menos que adoptemos el dogma de que somos seres desprendidos de la naturaleza. Y ciertamente nuestra naturaleza puede contener maravillas, pero también abismos y vilezas de los cuales sobre los cuales es mucho mejor tener consciencia precisamente para domesticarlos utilizando la razón. Dedicarse a las letras, las artes y las humanidades insistiendo en ignorar la animalidad de la cual descendemos es persistir una ilusión.

La ponencia de Luis Arbaiza fue seguramente provocadora y por ello mismo resultó ofensiva para muchos. Pero la provocación (cuando es fundamentada, no cuando está inspirada en la charlatanería) es necesaria para cuestionar nuestras creencias. Temer a la polémica razonada es una actitud contraria al espíritu fundante de la Universidad. La Universidad no debe estar al servicio del cliente, ni del poder, no debe ser un espacio de confort ni un lugar en el que el estudiante esté protegido de las ideas que lo cuestionen sino todo lo contrario. Es un espacio, por definición, político, en el sentido en que es allí donde debemos gestionar el disenso, orientados por un solo fin, que es la búsqueda de la verdad.

Las ideas que nos cuestionan pueden doler. Pero también duelen los ejercicios en un gimnasio. Aceptamos ese dolor porque nos hace más fuertes. La conformidad, en cambio, nos debilita y nos convierte en sujetos fácilmente manipulables. Sin sentir desafíos, sin la capacidad de enfrentar la contrariedad, no se puede fortalecer el pensamiento.  

El crimen organizado ha dejado de ser una fuerza oculta que opera en las sombras. Hoy en día, en América Latina, y en el Perú en particular, las organizaciones criminales no solo influyen en la economía y la sociedad, sino que también han logrado infiltrarse en las instituciones del Estado. Este fenómeno, conocido como gobernanza criminal institucionalizada (GCI), representa una amenaza estructural para la democracia y el estado de derecho.

La GCI se caracteriza por la capacidad de las organizaciones criminales para infiltrarse en el Estado en todos sus niveles. Esto va más allá de la simple corrupción; implica la inserción estratégica de sus representantes en posiciones clave dentro del poder ejecutivo, legislativo, judicial y de las fuerzas del orden. Desde estas posiciones, las organizaciones criminales influyen directamente en la toma de decisiones, asegurando que las políticas públicas y leyes se adapten a sus intereses. Esta infiltración sistémica no solo facilita la operación del crimen organizado, sino que lo convierte en una fuerza que actúa desde dentro del aparato estatal, transformando al Estado en un cómplice activo de sus actividades ilegales.

El sociólogo italiano Diego Gambetta, en su obra «La mafia siciliana: El negocio de la protección privada», ofrece un marco teórico útil para analizar este fenómeno. Gambetta describe a la mafia como un «proveedor de protección privada» en contextos donde el Estado es débil o ineficaz. En lugar de operar exclusivamente al margen del Estado, la mafia asume roles que normalmente corresponderían al gobierno, brindando seguridad, arbitrando disputas y aplicando su propia forma de justicia en las comunidades que controla.

En el contexto de la GCI en Perú, el análisis de Gambetta sugiere que las organizaciones criminales no se limitan a buscar beneficios económicos. También llenan vacíos de poder dejados por un Estado debilitado o corrupto, convirtiéndose en una forma de gobernanza paralela. En regiones donde el Estado no tiene la capacidad o la voluntad de intervenir de manera efectiva, estos grupos criminales ofrecen «protección» y otros servicios. Sin embargo, este «servicio» tiene un costo elevado: la erosión de la legitimidad estatal y el fortalecimiento del poder criminal.

Además, Gambetta destaca el papel de la corrupción y la confianza como factores clave en la expansión del poder criminal. Las organizaciones criminales dependen de la corrupción para penetrar en las estructuras estatales y, una vez dentro, colaboran con actores estatales corruptos para mantener un status quo que beneficia a ambas partes. Este sistema de complicidad perpetúa la desconfianza en las instituciones públicas y debilita inexorablemente el estado de derecho. Las pasadas y recientes exposiciones de redes criminales que han cooptado fiscales, jueces y altos funcionarios ilustran cómo esta complicidad opera en la práctica, minando la capacidad del Estado para actuar en favor del bien común.

La infiltración de las organizaciones criminales en el Estado también permite que estas «legalicen» sus actividades ilícitas. Esto se manifiesta en la promulgación de leyes que favorecen a sectores controlados por el crimen organizado o en la promoción de funcionarios públicos y autoridades electas afines que protegen sus operaciones. Así, lo que en principio es ilegal se normaliza y se presenta como parte del funcionamiento regular de las instituciones estatales. Un claro ejemplo en el país es la influencia de estas organizaciones en la regulación de actividades económicas extractivas como la minería ilegal, donde el crimen organizado controla desde la extracción hasta la comercialización, con la protección de actores estatales.

Por último, la GCI no es solo un problema de corrupción o crimen organizado; es una amenaza estructural a la democracia y al estado de derecho. Las organizaciones criminales, al capturar las instituciones del Estado, se convierten en actores internos que controlan y manipulan el sistema desde dentro, subvirtiendo su propósito original. Este fenómeno erosiona la legitimidad del Estado, perpetúa la corrupción y socava la capacidad del Perú para gobernarse de manera efectiva y justa. En consecuencia, al próximo gobierno no solo le corresponderá enfrentar a las mafias enquistadas en las instituciones estatales, sino también impulsar una reforma profunda de las instituciones y revalorizar el estado de derecho, restaurando la confianza pública y fortaleciendo la democracia.

Hace unas pocas semanas, en Chicago, en la convención del Partido Demócrata que nominó a Kamala Harris como candidata a la presidencia de los Estados Unidos, un discurso llamó poderosamente mi atención: lo pronunció el ex – representante republicano Adam Kinzinger, quien renunció a su partido porque Donald Trump lo había alejado de principios irrenunciables ¿cuáles eran esos principios irrenunciables? La democracia, el respeto a la Constitución que Kinzinger, desde su visión conservadora, interpreta como un legado de sus antepasados, que hay que defender.

Se dolía Kinzinger, de que el 6 de enero de 2020, una turba enardecida, arengada por Trump, hubiese asaltado el Capitolio, allí donde sesiona el Congreso de Estados Unidos, debido a que se negó a aceptar el triunfo electoral del candidato demócrata Joe Biden, su actual presidente. Ese día, dijo Kinzinger, fui testigo de un profundo dolor, fui testigo de la profanación de nuestra sagrada tradición de transición pacífica del poder. ¿Cómo puede un partido afirmar ser patriótico si idolatra a un hombre que intentó derrocar unas elecciones libres y justas?

Por esos mismos días, en el extremo sur de nuestro continente, al izquierdista presidente chileno Gabriel Boric, opuesto ideológico a Kinzinger,  no le temblaba la voz para denunciar la perpetración del fraude electoral del dictador Nicolás Maduro en Venezuela. Además, el joven mandatario denunció que dicha dictadura estaba violando los derechos humanos y denunció: “se está reprimiendo a la gente que se está manifestando, se están realizando persecuciones judiciales que son irrisorias y que no serían aceptables en nuestro país ni en ningún otro país democrático».

¿Qué tienen en común los discursos de Kinzinger y de Boric? Un conservador de derecha y un progresista de izquierda, pues precisamente que pusieron por encima de sus ideologías, un principio común, un ideal común, unos derechos comunes, inalienables, que constituyen la base, las reglas del juego dentro de las cuales debe situarse necesariamente el debate ideológico: la democracia, la constitución, las leyes, los derechos humanos.

el Doctor Alfonso López Chau, Rector de la UNI, suele referir el preámbulo de la Constitución de 1979, la única auténticamente democrática de la historia del Perú, y nos la recuerda porque fue firmada Roberto Ramírez del Villar, del PPC, Andrés Townsend Escurra, del APRA, Héctor Cornejo Chávez la Democracia Cristiana, reciente aliada de Juan Velasco, y Jorge del Prado del satélite moscovita PCP. ¿Cómo pudieron ponerse de acuerdo si provenían de ideologías tan distintas y hasta opuestas? Porque existen principios básicos que preceden a las ideologías.

El académico Hugo Neira se lo lamentaba en su introducción a su estudio sobre la república y el republicanismo: “nos olvidamos de preguntarnos lo más simple; ¿para qué queremos vivir juntos?” No hacerlo nos complica y nos complica mucho. Nos complica tanto que, por analogía, a mí me recuerda el extraño caso de la casa Winchester, situada en California, Estados Unidos, llamada así por Sarah Winchester, mujer desafortunada que, perdió a su hija y a su esposo de manera dramática y consecutiva.

La mujer, en su desespero, creyó que la mansión donde vivía estaba embrujada por lo que hizo de esta un laberinto de habitaciones, pasillos y escaleras sin sentido. La casa tiene 161 habitaciones, 47 chimeneas y dos sótanos.

Así hemos construido al Perú en 200 años de vida independiente. Ojalá pudiésemos comenzar desde cero, el problema es que no existe un lugar para empezar desde cero, el problema es que tenemos que pensar qué hacer con el laberinto que hemos construido para convertirlo en un Estado funcional, en una democracia funcional en la que todas las ideas y las ideologías puedan confrontarse pero también consensuarse en busca del bien común.

¿Hubo proyectos nacionales en la historia del Perú republicano? ¿hubo intentos por hacer de la casa fantasma un estado-nación que funcione bien? Si los hubo, pocos, pero los hubo. Para situarnos solo en el siglo XX, tendría que citar el proyecto de Víctor Raúl Haya de la Torre, como un proyecto nacional, proyecto frustrado porque no lo dejaron ser.

Se interpuso la alianza oligárquico-militar y aquí otra advertencia: en el Perú no solo tenemos una casa fantasma, tenemos una casa fantasma que quiere seguir siendo tal, que está llena de corrupción, que está llena de autoritarismo, que no deja de construir, una y otra vez, habitaciones que no llevan a ninguna parte, ¡así se multiplican!, ¡así se reproducen!, ¡así proliferan!, ¡así nos niegan el desarrollo!, nuestro desarrollo, el desarrollo de toda la nación, el de los peruanos que llegan y los que vendrán.

Me quedo con una idea del proyecto de Haya de la Torre, una idea que suena a perogrullada pero que está más vigente que nunca: en lugar de expulsar al capitalismo, como decían los comunistas, tenemos que negociar de igual a igual con él para obtener así los capitales y la tecnología que nos permitan desarrollarnos a nosotros mismos. Los comunistas de hace 90 años no lo entendieron pero ¿no se trata de eso? ¿no se trata de la revolución capitalista que nunca hemos tenido?

Pero ¿qué es la revolución capitalista?: en las cumbres altoandinas existe una familia que posee una granja en la que cría camélidos y gallinas, cuenta con instalaciones adecuadas para su cuidado en la temporada de las heladas, produce lanas y huevos que comercializa en los mercados cercanos, lo que le permite una aceptable calidad de vida. Los padres conducen una camioneta cuatro por cuatro que pagan a plazos y son propietarios de una vivienda de mediano tamaño que cuenta con internet, calefacción, agua, desagüe y todos los servicios.

Durante las nevadas, los padres llevan a sus hijos al paradero más cercano, donde puntualmente el bus del transporte público, que también cuenta con calefacción, los llevará a la escuela del pueblo más cercano. Esta escuela es similar a cualquiera otra escuela pública de Lima y del país, su nivel es bueno, los profesores tienen exactamente la misma formación y más adelante, si el niño o niña, al hacerse joven, deciden ir a la universidad, pueden tomar un moderno ferrocarril hasta la ciudad más cercana donde una moderna y muy barata universidad estatal les brindará servicios educativos de primer nivel y no solo en el área de agronomía, podrían estudiar filosofía si quieren y tendrán salida laboral para su carrera.

Lo que acabo de hacer es transferir la situación de una familia rural europea -postrevolución capitalista- al Perú, para que se comprenda qué es lo que se busca, que es lo que se quiere. Una vez instaurado el Estado como debe ser, sus servicios como deben ser, la igualdad de oportunidades como debe ser, el civismo y la ciudadanía, como deben ser, entonces habremos sentado esa base de principios y derechos fundamentales a la que han apelado recientemente el ex – representante republicano Adam Kinzinger y el presidente chileno Gabriel Boric. Esa base coloca primero a la democracia y el respeto a la Constitución, que parte de un contrato social ya convertido en costumbre e implica, además, la previa revolución capitalista del Estado y de sus servicios.

Entonces discutiremos las ideologías, sabiendo que no cederemos a la tentación autoritaria, ni de la derecha, ni de la izquierda, ni, mucho menos, a la perversa tentación de la corrupción. Por eso yo creo que el primer debate es la democracia. No la demos por sentada, solo nos quedan sus ruinas y, con todo, hay sectores organizados que pugnan por acaban con cualquier atisbo de independencia de los poderes del Estado en su propio y pérfido beneficio.

Es que yo tengo la certeza, tengo el pleno convencimiento, tengo un sueño, como alguna vez dijese el reverendo Martín Luther King, de que la democracia, sus reglas de juego, los derechos irrenunciables que nos otorga, y la revolución capitalista, constituyen la base para forjar la nación que hace un Bicentenario nos está esperando. Con esta base, esta nación ya forjada dialogará, en democracia, republicanamente, los programas e ideales que mejor impulsen su desarrollo y que mejor interpreten los sentimientos más profundos del alma nacional. Construyamos el camino.

*Discurso pronunciado en la Universidad Nacional del Callao como parte del foro “5 Hélices para el Desarrollo” organizado por la Universidad Nacional de Ingeniería el pasado sábado 6 de septiembre de 2024.

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