Opinión

[PIE DERECHO] Gran parte del desasosiego generalizado de la ciudadanía, puesto de manifiesto en la encuesta de Ipsos que revela que el 75% de peruanos considera que estamos empeorando, se debe a razones psicológicas, como señalamos en nuestra columna de ayer.

Correspondería a los “jefes de familia”, la clase dirigente, enrumbar el camino. En esa línea interpretativa, se debe exigir de nuestras élites y dirigencias, la recuperación de una perspectiva futura, de una mirada país, que aliente las expectativas de que la cosa no viene para peor, aun cuando, si no se desalinean los astros políticos, todo apunta a que el hoyo se haga más grande.

Por lo pronto, queda claro que la única manera de que el Perú recupere la senda del desarrollo y de una relativa estabilidad política pasa por asegurar que el 2026 gane una opción de centroderecha o de derecha monda y lironda. Que sea capaz de remontar la pendiente, de atender los problemas de inseguridad, crisis económica y crisis política.

Que nuevamente gane la izquierda supondría un retroceso grave para el país y nos llevaría al caos, como ya sucedió con Pedro Castillo a nivel nacional o, como ya ocurrió, a nivel regional y municipal, cuando administraciones de ese perfil ideológico han tomado el poder.

Ello pasa, sin embargo, en primerísimo lugar, porque los partidos que van del centro a la derecha se aglomeren y no que haya más de veinte candidaturas, como hasta ahora todo hace suponer. Si eso termina ocurriendo, lo más probable no es solo que pase a la jornada definitoria un candidato radical de izquierda sino que, de repente, lo hagan dos.

El Perú sigue siendo un país mayoritariamente centrista y derechista, más que izquierdista, como corroboran las regulares mediciones que efectúan Ipsos y el IEP. Debería haber, pues, terreno fértil para el sembrío de planteamientos ideológicos de ese perfil. Pero si la derecha se aconchaba con el establishment, como viene sucediendo respecto del régimen de Dina Boluarte, a la par, se desperfila ideológicamente (parece tener miedo de decir lo que piensa) y, lo que es peor, presenta una baraja tugurizada de candidatos, le tenderá la cama a quienes nunca más deberían ocupar el poder, mientras no se modernicen y no reculen de ideas autoritarias y populistas.

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Crísis, elecciones 2026, Estabilidad Política, IPSOS, Pesimismo

[PIE DERECHO] La última medición de Ipsos respecto del optimismo/pesimismo de la ciudadanía es pavorosa, pero al mismo tiempo sorprendente. Hoy, el 75% de peruanos considera que el Perú está retrocediendo, una cifra superior al 73% que lo consideraba así en junio del 91, hasta ahora la cifra más alta, históricamente hablando, de pesimismo colectivo.

Objetivamente hablando, a inicios de los 90, cuando aún no cedía la hiperinflación heredada del primer alanismo, y Abimael Guzmán todavía no había sido capturado, la situación del país era peor, y por ello la fuga al exterior de casi dos millones de peruanos.

¿Por qué hoy existe tamaña desesperanza, cuando también objetivamente hablando, estamos mejor que hace un año, cuando nos gobernaba Castillo, o que hace tres, cuando nos azotaba la pandemia y sufríamos el peor manejo político del mundo de la misma? Entre el 2022 y el 2023, ya se deben haber ido del país millón y medio de peruanos. El 2022 se entiende, de alguna manera, ¿pero el 2023?

Según la misma encuestadora, los principales problemas del país son la delincuencia/inseguridad, el costo de vida, la corrupción y la falta de empleo. Pero igual, reiteramos, no hay punto de comparación entre esa conjunción de males con la que había en los 80.

Lo que está sucediendo, al parecer, es un fenómeno más psicológico que sociológico. Venimos de casi treinta y cinco años de crecimiento económico, de reducción de la pobreza, de disminución de las inequidades, y ya varias generaciones de peruanos no habían sufrido una crisis como la que hoy transitamos (aunque la encuesta señala que es entre los peruanos mayores de 43 años que cunde la mayoritaria percepción de que su situación económica ha empeorado este año).

Es el equivalente a la comparación de expectativas de alguien que viene del mundo de la pobreza respecto de las de alguien que, habiendo vivido en bonanza durante su infancia y niñez, de pronto ve a su familia caer en la miseria. La sensación de catástrofe es mayor.

Algo así parece estar ocurriendo en el país. La desesperanza se amplifica porque muchos peruanos, la mayoría, nunca han vivido una crisis y recién ahora sienten que se derrumba su castillo de expectativas.

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Crisis Psicológica, desesperanza, IPSOS, Pesimismo

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]No quiero llenar estas líneas con perogrulladas. Qué podría añadir al debate si dijese que el Perú termina el año con una lucha de poderes bárbara, que divide a quienes quieren cooptarlo de quienes defienden su independencia y equilibrio, aunque es posible que estos últimos también tengan sus propios intereses ocultos. La política siempre fue la guerra entre el bien común y el poder, la justicia y el interés subalterno, la honestidad y la corrupción. En cada país, la correlación entre estas fuerzas es distinta, en el Perú ganan los segundos por siglos de ventaja, porque en el Perú se trata de una cuestión histórica, compuesta por robustas raíces enrevesadas bajo tierra.

En el Perú el sistema no es el que creemos ver, no es el que nos dicen los medios, no es aquel por el cual votamos cada cinco años. En el Perú el sistema es el otro, es el que está debajo, no es la ley, es la costumbre y esa costumbre de la corrupción no separa a occidentales y andinos, fractura de la que tanto se habla, notable durante el proceso eleccionario de 2021. En el Perú, el sistema subterráneo es el lugar común que relaciona lo occidental y lo andino, principalmente si hablamos del Estado y las instancias del gobierno, pero también de las altas economías formal e informal.

El tema estuvo siempre allí, en la estructura como diría Carlos Marx, y yo no soy marxista, teóricamente me gusta ser ecléctico y utilizo las herramientas que me son útiles de acuerdo con el análisis. Algo tengo claro, no me voy a amilanar por usar categorías de Marx o algún toque de los libertarios, creo en la recuperación de la deliberación que hoy vemos con nostalgia, como algo que existía en el siglo XX y que ya no existe más.

¿De verdad es este el signo del siglo XXI? ¿la intolerancia, la eliminación del contrincante, la cancelación y la guerra cultural? ¿no hay más? En todo caso, y vuelvo a Marx -qué útil resulta a veces, será porque reducía la sociedad a esquemas bastante básicos- la polarización se produce en la superestructura, por ello, hoy más que nunca, la lucha es cultural, derechas e izquierdas se entretienen en una guerra sin cuartel que nos ciega del avistamiento de los grandes cambios y permanencias en el poder mundial.

Al terminar el 2023, sigue siendo una verdad de Perogrullo que somos el mundo de las transnacionales y que las grandes mayorías, inclusive las capas intelectuales, no lo entendemos del todo, o nos dejamos llevar por las referidas guerras culturales. Imagino a China, imagino su infraestructura industrial y tecnológica, y me da la impresión de que las guerras reales van por ahí, que estamos distraídos y dispersos. Luego viene la inteligencia artificial.

Este año nos ha dejado el chat GTP que responde con bastante acierto preguntas de desarrollo de exámenes universitarios y mucho más. Lo peor, o lo mejor, es que hablamos de su primera versión. Imaginemos los años setenta, esas computadoras que abarcaban salas completas, o pisos completos de edificios del gobierno norteamericano o de las grandes empresas pioneras de la cibernética. Luego, pensemos en los primeros ordenadores personales, sin internet y con programas limitadísimos. Reflexionemos sobre todo lo que se ha avanzado en 40 años, y ahora apliquemos la ecuación a la Inteligencia Artificial. Y preguntémonos también quiénes manejan y manejarán todo eso, porque dificulto que el mundo de mediados del siglo XXI sea un mundo socialista.

¿Qué es lo que debatimos entonces? ¿qué es lo que nos enfrenta? ¿cuáles son las causas o utopías por defender? ¿o acaso ya no existen, solo que no nos hemos dado cuenta? Este año me esforcé por comprender la guerra cultural, la de los extremos – una vez más – comprendí, a medias, las radicalidades libertaria, ultraconservadora y progresista radical. Como historiador tiendo a pensar que el extremismo de hoy será superado por una era de mayor consenso y diálogo. Sin embargo, me asalta también la sospecha de que el fanatismo se nos ha ido de las manos y que, de anularnos unos a otros, si seguimos así, podemos acabar en guerras, en grotescas guerras de esas que son de verdad y que matan a muchísima gente, sólo porque optamos por la intolerancia cuando la mesa de la democracia estuvo más servida que nunca cuando cayó el muro de Berlín en 1989.

Pero después pienso en el poder real, estructural, en las multinacionales, las industrias y la tecnología, y me pregunto si esa idea de las olas históricas conservadoras y liberales pueden llegar a su fin ante el advenimiento de un planeta en el que a los hombres y mujeres se nos arrebate el derecho de tomar nuestras propias decisiones, esto es, de ser libres. Me pregunto si eso no está ocurriendo ya y que pronto colegiremos que tanto enfrentamiento cultural no fue más que un bluf, que una distracción, que una cortina cibernética que nos impidió ver lo que pasa al otro lado, lo que no podemos ver con nuestros propios ojos, aunque lo vivimos cotidianamente, todos los días, muchísimo más que la cortina de hierro que anunció al mundo Winston Churchill en 1946.

Tras esta reflexión ¿qué puedo decirles de Dina Boluarte a quien veo como quien ve al Planeta Tierra desde un confín muy en las periferias del Universo? ¿y qué decir de nuestra clase política que constituye la perversión de lo que una clase política debería ser? Esta reflexión busca la confusión, el completo caos. Porque lo más sensato que podría dejarnos el 2023 es el absoluto desconcierto, las absolutas incertidumbre y desolación. Solo cuando comprendamos que somos presas de un barullo incomprensible, que nos congracia en la conformidad con una superestructura engañosa, podremos comenzar a hacernos las preguntas que realmente valen la pena. A ver si hacemos posible lo imposible y, una vez más, tomamos al Mundo en nuestras manos, a través del conocimiento.

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[PIE DERECHO]  En estas fechas comienzan las elucubraciones de quién podría ser el peruano que mejor ejemplifique el año. De arranque, debe decirse que ninguna autoridad política, económica, empresarial, judicial lo merece.

Sí, en cambio, una persona ilustre con la que el país ha guardado siempre una relación ambigua de amor-odio, nuestro escritor Mario Vargas Llosa, que este año ha recibido el alto honor de ser admitido en la Academia Francesa, pero que, más allá de honores a los que ha estado acostumbrado toda su trayectoria, ha decidido poner fin a su carrera de una manera digna y propia, como siempre ha sido su línea de vida.

Vargas Llosa ha renunciado a escribir más novelas, a redactar sus columnas periodísticas quincenales y a conceder entrevistas. Consciente del paso del tiempo, reposará seguramente ensimismado en el mayor de sus placeres, la lectura, y en culminar el libro de ensayos que ha anunciado sobre Jean Paul Sartre (si hubiera podido imaginar el cierre redondo de su ciclo vital, no lo podría haber hecho mejor que rindiendo homenaje a su paradigma de juventud).

Vargas Llosa ha llevado una vida ejemplar. Celoso de su propia consecuencia ha sido capaz de enfrentar grandes adversarios en aras de sus convicciones, empezando con su enfrentamiento al establishment cultural de izquierda cuando decidió denunciar, antes que nadie, las tropelías dictatoriales del régimen de Fidel Castro, en Cuba.

Nos ha demostrado -y ojalá los jóvenes estudien su vida- que las pasiones vitales acompañadas de una inmensa vocación de trabajo y dedicación, puede hacer realidad los sueños más difíciles (aún hoy, es una temeridad querer ser escritor en el Perú). Es realmente digno de admiración.

Su vida es una gran aventura intelectual, preñada de compromisos, desvelos y actitudes valientes para defender sus convicciones. En ristre, sin cálculos subalternos, se ha comprometido con las causas de la modernidad de su tiempo y siempre lo ha hecho sin medir otra cosa que no sea la consecuencia con su verdad.

Este año, que marca su retiro, el país le debe rendir homenaje a uno de sus hijos más ilustres y que hasta el final de sus días (léase la extraordinaria novela Le dedico mi silencio) no ha cejado en rendirle tributo a su patria natal, a pesar de ser ciudadano del mundo, en el cabal sentido del término.

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[PIE DERECHO]  La Navidad, para un ateo contumaz como el que escribe, no es una festividad religiosa. Además, me cuesta entender cómo así para los cristianos es la fiesta más relevante, cuando debería serlo la Semana Santa, cuando se conmemora la resurrección de Cristo, la esencia del cristianismo (sin ella, no habría fundamento para esta religión monoteísta). Pero, en fin, son devenires de la conjunción de lo sagrado y lo profano que escapan a mi potestad ejercida desde los extramuros de este cuerpo de creencias.

La Navidad es para mí una fiesta familiar, gastronómica, alegre. Nunca he dejado de celebrarla en casa, tratando de reunir, en casa abierta para quien quisiera acudir, a la mayor cantidad de miembros de la familia. A sabiendas de que es un objetivo cada vez más difícil, ya que mi familia no ha sido ajena a la diáspora que hoy afecta a muchas familias en el país. Mis hijos viven fuera, uno de ellos recién ha vuelto para embarcarse en nuevos rumbos, el otro ya radica permanentemente en el extranjero, mi familia política también tiene un pie fuera y otro dentro, pero aún así nos arreglamos para tratar de celebrarlo juntos.

La familia es importante. Lo familiar es lo siniestro, decía Freud. Es verdad. Siempre aconsejo no escarbar mucho, salvo que uno lo haga en una sesión de psicoanálisis. Apenas se rasguña la superficie aparece el vómito negro que toda familia, aún la más feliz, tiene bajo la epidermis. No hay necesidad de ahondar. Basta con disfrutar los cientos de motivos que existen para celebrar su vigencia unida.

Duele que esta Navidad muchos peruanos no la pasen bien. Con deudos recientes que recordar -por la pandemia o por la represión violenta de principios de año-, con los efectos de la crisis económica debida a la impericia de un gobierno que ha empleado todas sus energías en sobrevivir políticamente y ha descuidado las tareas esenciales del ejercicio público, con una cifra impresionante de víctimas por culpa de la desbordada inseguridad ciudadana.

Pero a pesar de todo, los peruanos podemos darnos maña para celebrar, porque somos un pueblo resiliente, marcado por la adversidad, pero capaz de sobreponerse, y donde la mayoría -estoy convencido de ello- son personas de bien, que actúan con honestidad, que ayudan al prójimo, que quieren a sus familias, que trabajan más de la cuenta para llevar el pan a sus casas. Ya llegará un buen gobierno que extirpará los tres grandes males del país: la corrupción, la violencia y el mal manejo económico del Estado.

Por ello, no puedo dejar de escribir esta columna sin desearle a mis lectores que pasen una feliz Navidad con los suyos y que sigan sacando fuerzas de flaqueza para resistir y prepararse para un mejor porvenir, que nos merecemos.

La del estribo: si aún no han comprado el regalo navideño que necesitan, vayan a una librería -de las tantas que resisten heroicamente en el país- y compren y regalen un libro. Cuestan menos que un juguete o un artefacto electrónico y dejarán una huella imperecedera en quienes lo reciban.

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[MÚSICA MAESTRO] Si un grupo de artistas locales grabara, en el Perú de hoy, una versión en español de esta canción, cambiando la palabra «África» por «Abancay», «Huamanga» o «Juliaca» -o cualquiera otra empobrecida región de nuestro país- saldrían las Chirinos, los Thorndike y sus miles de clones/troles a bramar, furiosos, que se trata de una estrategia elucubrada por la «mafia caviar». «Al grito de «¡Alimentemos al mundo!» -reseñaría algún medio afín- los caviares y terrucos cojudignos intentan manipular sentimentalmente a la población esta Navidad. ¡No pasarán!» y en los grupos de WhatsApp de profesionales jóvenes y universitarios de zonas urbanas sin nexos directos con la política corrupta, circularían la nota adjuntando el sticker del presidente argentino Javier Milei gritando, puño en alto, una de las frases más populares de su campaña («¡Zurdos de m…!»).

Así de desenfocado y agresivo es el pensamiento de un grueso sector del público nacional, especialmente en Lima, incapaz de distinguir entre un genuino deseo de ayudar a quienes, por esas dinámicas socioeconómicas que son consideradas inamovibles, tiene menos/no tiene nada, y una postura ideológica desfasada que no posee ya la influencia ni las buenas intenciones que alguna vez tuvo. Es incomprensible tal desaparición del pensamiento empático en muchas de estas personas, que fueron niños o adolescentes cuando, en los ochenta, circuló el video de un colectivo de superestrellas del pop, jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 21 y los 35 años, iniciando una cruzada musical solidaria que se convirtió en uno de los momentos definitivos de la cultura popular en esa década.

El proyecto Band Aid recaudó millones de dólares para dar un breve respiro a una situación de pobreza extrema que sobrepasaba todo lo imaginable e inspiró a otros artistas a hacer lo mismo. Y aun cuando este problema sigue siendo muy grave y hasta peor que hace cuarenta años, aquel nivel de compasión surgió de forma auténtica y espontánea, en una época caracterizada por los inicios del consumismo y la cultura pop occidental. Ahora, en estos tiempos de hedonismo idiotizado, vulgaridad reggaetonera y estigmatización, sería muy difícil que un movimiento similar, sin cálculos políticos -no como lo que hizo TV Perú con ese mamotreto llamado Peruanos de verdad-, genere los consensos suficientes para acallar las críticas nacidas de la ignorancia o la prepotencia de quienes desprestigian cualquier preocupación por los demás.

Todo comenzó con un desgarrador reportaje del periodista Michael Buerk acerca de la infernal hambruna en Etiopía, transmitido en el programa The Six O’Clock News de la BBC de Londres. El 23 de octubre de 1984, el cantautor irlandés Bob Geldof y su entonces esposa, Paula Yates -conductora durante años del programa musical The Tube- quedaron impactados y conmovidos después de ver las imágenes de hombres, mujeres y niños en estado cadavérico, con los cuerpos desfallecientes, las cabezas rapadas y los ojos a punto de salirse de sus órbitas, con aquella expresión moribunda e impávida, tan débiles que no podían ni siquiera levantar sus manos para ahuyentar las densas nubes de moscas a su alrededor. “Un desastre bíblico en pleno siglo XX” fue la descripción que hizo Buerk en aquel informe que mostraba el obsceno contraste entre el glamour de Occidente y la miseria al otro lado del mundo.

A la semana siguiente, Geldof se comunicó, a través de Yates, con el compositor, cantante y multi-instrumentista escocés James “Midge” Ure, le habló de lo que había visto y, a grandes rasgos, le explicó que quería hacer algo al respecto. Después de dos o tres conversaciones más, los músicos acordaron componer un tema cuyas ventas se destinarían íntegramente a la golpeada población etíope. Pero no podía ser una canción cualquiera, tenía que mover a la acción. Entonces Geldof concibió una idea que parecía una locura: reunir a los artistas más populares del momento para grabar un tema navideño que se vendiera durante diciembre. Todo en menos de un mes.

Bob Geldof (33) y Midge Ure (31), eran personajes muy conocidos y respetados en la escena británica. El primero como fundador y vocero de The Boomtown Rats, sexteto de actitud irreverente, sarcástica y bastante punk, con varios éxitos locales como I don’t like Mondays (1979) o Banana Republic (1982). El segundo, al frente de Ultravox, banda de synth-pop a la que había ingresado en 1980 -después de fundar Visage y pasar una breve temporada como guitarrista de Thin Lizzy- para imprimirle un estilo más sofisticado, colocando temas como Vienna (1980) y Dancing with tears in my eyes (1984), entre las favoritas de los seguidores de las nuevas olas que llegaban desde Inglaterra. Incluso Geldof había ganado notoriedad como actor, personificando al atribulado protagonista de The Wall (Alan Parker, 1982), la versión fílmica del clásico álbum doble de 1979 de Pink Floyd. Sin embargo, ninguno de los dos ostentaba un perfil alto, en términos de fama mundial, como para que las coordinaciones fueran un poco más sencillas, por lo que tuvieron que mover cielo y tierra para llamar la atención sobre su proyecto. Y así lo hicieron.

Sobre la base de una letra que Geldof escribió mientras recorría la ciudad en un taxi, encargó a Ure los arreglos musicales para concentrarse en la ardua tarea de establecer contacto con un listado de prominentes artistas ingleses e irlandeses, a muchos de los cuales ni siquiera conocía personalmente, más allá de coincidir en los circuitos de conciertos y medios de la época. Poco a poco y usando las sencillas herramientas de comunicación de entonces -no celulares, no redes sociales, no WhatsApp- Geldof conversó, en persona o por teléfono, con sus colegas, saltándose con garrocha a los burocráticos managers y logró comprometerlos para participar en una única fecha de grabación. ¿El lugar? Los estudios Sarm West, en el barrio londinense Notting Hill, del reconocido productor Trevor Horn (The Buggles, Yes). El día pactado para aquella histórica sesión fue el 25 de noviembre de 1984.

Allí estuvieron, entre otros: George Michael (21), del dúo Wham! que ese mismo año lanzó otro tema pascuero, Last Christmas; Sting (33), bajista y líder de The Police que estaba en plena grabación de su debut solista, el extraordinario The dream of the blue turtles; Francis Rossi (35) y Rick Parfitt (36), voces y guitarras del legendario quinteto de rock clásico Status Quo. Duran Duran y The Spandau Ballet, bandas “rivales” dentro del movimiento conocido entonces como New Romantics, cuyos álbumes y canciones encabezaban las listas de éxitos en el mundo entero, fueron los primeros en aceptar la propuesta de Geldof.

También respondieron al llamado Boy George (23), el extravagante y andrógino frontman de Culture Club, cuarteto de reggae y new wave infaltable en cualquier recuento del pop de los ochenta. El cantante tuvo que volar, el mismo día de la grabación, desde New York hasta Londres en un Concorde pues la había olvidado por completo. Asimismo, estuvieron presentes Paul Young (28), quien un año después se convirtió en estrella mundial con Everytime you go away (balada original de Daryl Hall & John Oates); el trío pop femenino Bananarama, en pleno apogeo en 1984; tres integrantes del combo norteamericano Kool & The Gang, una máquina de éxitos radiales en esos años; y Paul Weller (26), cantante y guitarrista de larga trayectoria como fundador de The Jam que, justo en aquel 1984, se había reinventado con un grupo de pop-jazz llamado The Style Council.

Dos integrantes de U2, Bono (24) y Adam Clayton (24), llegaron también para colaborar. Para 1984, el cuarteto estaba en pleno ascenso, con cuatro álbumes en el mercado, poco antes de convertirse en un fenómeno mundial, algo que ocurrió con el lanzamiento de The Joshua tree (1987). El cantante, quien desarrollaría su propio camino como activista promotor de temas benéficos y búsqueda de reflexión entre los políticos y líderes del mundo, protagonizó una de las dos polémicas en aquella sesión. Cuando Geldof y Ure le mostraron la línea que le tocaba cantar –“Well tonight thank God it’s them instead of you…”-, al principio se negó pues no se sentía capaz de expresar la indignación contenida en esa frase, pero finalmente Geldof lo convenció tras confesarle que la había escrito pensando en él. Y el resultado fue más que elocuente. Por su lado, los Status Quo parecían estar más interesados en hacer bromas y no tomarse muy en serio las cosas, por lo que se limitaron a ser parte del coro final como puede verse en este documental del año 2004, preparado para conmemorar el vigésimo aniversario de Band Aid.

En total, fueron 37 artistas los que grabaron Do they know it’s Christmas?, lanzada finalmente el 7 de diciembre en Inglaterra. Al mes, se convirtió en el single más vendido a nivel nacional, desplazando a una canción de Paul McCartney & Wings, Mull of Kintyre (1977). Tres días después, el 10, la canción se publicó en los Estados Unidos, donde también causó gran impacto, aunque no tanto como en su país de origen. En su punto más alto, Do they know it’s Christmas? produjo más de 28 millones de dólares con ventas que superaron los 15 millones de copias alrededor del mundo.

Musicalmente, la canción es una melodía que evoca a la Navidad, con sonidos de campanas y ecos, enmarcada en la estética del pop sintetizado tan vigente en ese tiempo. Midge Ure había grabado y producido toda la base instrumental con teclados, sintetizadores y máquinas de ritmo para que, sobre esa pista, se montaran voces individuales, dúos y coros. El momento climático de la canción, el mantra final -“Feed the world! / let them know it’s Christmas time again!” le da el carácter de himno solidario con el que Geldof había soñado desde el comienzo. Para reforzar la base rítmica, Phil Collins (33) -otra de las superestrellas convocadas, aunque no fue incluido entre los vocalistas principales- colocó el sonido de su inconfundible y poderosa batería, dotando al tema de un pulso orgánico y vibrante.

El producto final es un tema muy emotivo y sentimental, con frases que apelan a la sensibilidad de quienes viven de espaldas al dolor ajeno. Sin embargo, en su momento, Do they know it’s Christmas? no motivó mucho entusiasmo en cierta crítica especializada, que llegó a catalogarla de efectista y poca cosa, a pesar del innegable altruismo que motivó su creación. Como lado B del single original, editado por los sellos Phonogram (en Reino Unido) y Columbia (en EE.UU.), se incluyó una versión instrumental del tema, reemplazando la letra por mensajes navideños grabados por los cantantes que participaron, a quienes se sumaron los integrantes del cuarteto escocés Big Country, la cantante irlandesa Sinéad O’Connor y los astros británicos David Bowie y Paul McCartney.

Ninguno de ellos pudo llegar al estudio por problemas de agenda -de hecho, estaba planificado que Bowie cantara la primera línea, algo que finalmente hizo Paul Young. Al finalizar esta versión, se escucha a Bob Geldof dejar constancia de lo titánica que fue aquella sesión: “Este disco fue grabado el 25 de noviembre de 1984. Son ahora las 8 de la mañana del 26. Hemos estado aquí 24 horas y creo que es hora de irnos a casa. Midge y yo les decimos buenos días a todos y un millón de gracias a todos los que participaron. Feliz Navidad”. Además, un equipo completo de cámaras registró cada detalle de ese maratónico día. Con ese material grabaron el icónico videoclip que todo el mundo vio en 1984.

La onda expansiva de la canción convirtió a Bob Geldof y Midge Ure en abanderados del activismo musical en los ochenta. Si en la década anterior, el ex Beatle George Harrison había organizado el primer concierto benéfico de ayuda monetaria para las poblaciones de Bangladesh -el 1 de agosto de 1971 en el Madison Square Garden de New York-, el single de Band Aid fue la primera canción grabada por un colectivo de artistas famosos con propósitos caritativos. De hecho, inspiró otros dos proyectos benéficos: USA For Africa, que reunió a casi 50 superestrellas norteamericanas del pop, rock y R&B para grabar, en enero de 1985, We are the world. Meses después, hicieron lo mismo sus pares canadienses, con el single Tears are not enough, bajo el nombre de Northern Lights con gente de la talla de Joni Mitchell, Neil Young, Bryan Adams, Geddy Lee (Rush), entre otros.

La canción fue también punto de partida para la realización, 13 de julio de 1985 del megaconcierto Live Aid, otra vez con el dúo Geldof/Ure como principales organizadores, que pasó a la historia por la legendaria presentación de Queen en el estadio Wembley de Londres. Al final de esa misma jornada, conocida hoy como el Día Mundial del Rock, una versión ampliada de Band Aid, con varios de los artistas estelares del concierto que no estuvieron en la grabación original, como Paul McCartney, Freddie Mercury, David Bowie, Elton John, Roger Daltrey y otros, interpretó Do they know it’s Christmas? en vivo frente a más de 70 mil personas.

No obstante, el proyecto de Bob Geldof no estuvo libre de suspicacias. A pesar de todo lo recaudado, que llegó durante los primeros meses de 1985 en forma de donaciones de comida, medicamentos y ropa, a través de los años se han tejido conjeturas -todas sin mayor sustento- respecto de que buena parte del dinero habría ido a parar, debido a intermediaciones ajenas a los artistas, a los bolsillos del dictador etíope Mengistu Haile Mariam, quien gobernó dicho país catorce años, entre 1977 y 1991. También surgieron críticas sobre supuestos “trasfondos racistas y prejuiciosos” con respecto al África. Geldof, conocido por sus respuesta claras y directas, contestó así a sus críticos: “Es solo una canción, no una tesis doctoral. Así que pueden irse a la mierda”. Cáustico como siempre, también ha mostrado hartazgo por la popularidad del tema. En una entrevista del 2010 dijo que estaba “cansado de escucharla en todos los putos centros comerciales en Navidad”.

La canción ha sido grabada tres veces más, siempre bajo la supervisión de Bob Geldof (72) y Midge Ure (70). En 1989, como Band Aid II, con la participación de Bono, Cliff Richard, Lisa Stansfield, entre otros. Luego, en el 2004, como Band Aid 20, liderada esta vez por Chris Martin (Coldplay), Joss Stone, miembros de bandas como Radiohead y The Darkness. Y, en el 2014, con letra adaptada a la crisis del ébola, con figuras más contemporáneas como Sam Smith, Ed Sheeran, One Direction, junto con los experimentados Chris Martin, Bono y Sinéad O’Connor. Aunque todas cumplieron sus objetivos de recaudación, ninguna tuvo la calidad emocional y artística que convirtió a la versión original de Do they know it’s Christmas? en un clásico moderno de la Navidad, solidario, combativo y sincero, concebido y hecho realidad jóvenes idealistas que pusieron sus talentos al servicio de una causa humanitaria.

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1984, Band Aid, Bob Geldof, Canciones Navideñas, Live Aid, Midge Ure, Música de los ochenta, Navidad, Pop-Rock Benéfico

[PIE DERECHO]  El Congreso o el Ejecutivo harían bien en formar una comisión de la Verdad que investigue los sucesos que llevaron a que el Perú sufriera casi trescientos mil muertos por el Covid -la cifra más alta del mundo- y se establezca responsabilidades políticas y eventualmente penales de quienes condujeron a ello.

¿Quiénes negociaron pésimo la compra de vacunas y por qué demoraron tanto en llegar? ¿Quiénes permitieron que no hubiera oxígeno en hospitales y postas? ¿Quiénes no se dieron el trabajo de adecuar unidades de cuidados intensivos para atender los casos graves?

Murieron cinco veces más peruanos por el negligente manejo del covid, que por la guerra contra el terrorismo, y así como se establecieron responsabilidades y reparaciones para lo segundo, corresponde exactamente lo mismo en este caso mencionado.

Honda huella psicológica ha dejado esa inmensa cantidad de fallecidos. Familias enlutadas, huérfanos abandonados, proyectos de vida destruidos, por obra y gracia de un gobierno como el de Vizcarra que, sospechamos, actuó con negligencia punible, si no corrupción, aprovechando la tragedia.

Hablamos de por lo menos un millón de peruanos afectados por la indolencia estatal, que deben contener rabia y frustración porque en el momento que necesitaron del Estado, éste no respondió por ellos. Y, como suele suceder, fueron los más pobres los que terminaron sufriendo las peores consecuencias.

Un grupo de expertos, independientes, puede lograr determinar si hubo responsabilidades y si las halla, elevar sus conclusiones al Ministerio Público y al Poder Judicial para que actúen en consecuencia. Mientras no haya justicia y atención a esa enorme cantidad de peruanos, tendremos una fractura ciudadana corrosiva y lacerante. Esa fractura se debe cerrar y eso pasa por establecer responsabilidades y disponer indemnizaciones.

Demasiadas fisuras cívicas existen en un país que no ha sabido acompañar el crecimiento económico con el cierre de brechas institucionales -entre ellas la de la salud pública-, como para soslayar la acción necesaria del Estado para recomponer ese tejido con acciones de verdad y justicia.

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Comisión de la Verdad, Covid-19, Gestión Pandemia, vacunas

[ENTRE BRUJAS] El 2023 ha sido un año complejo en donde hemos visto continuos retrocesos en materia de igualdad. A la vez que el fortalecimiento de alianzas anti derechos y, por lo tanto, el incremento de pensamientos retrógrados resistentes a las luchas para erradicar la discriminación y la agenda defensora de los derechos humanos.

La profunda crisis democrática que seguimos arrastrando, agudizada por factores como la criminalización a la protesta social, el racismo, el clasismo, el machismo y otros, ha debilitado la institucionalidad y puesto en jaque al Estado de Derecho. Este ha sido el escenario perfecto para que la corrupción avance a ritmos escandalosos y se deslegitime todo aquello que tiene que ver con promover garantías y libertades fundamentales para una adecuada convivencia social. Así, las narrativas que desvalorizan a los derechos humanos han avanzado, constituyéndose un ambiente hostil para el avance de políticas y normativas que garanticen estas libertades.

Lamentablemente en este contexto nada alentador, pierden las poblaciones más vulnerables. La precarización de la vida se relaciona con la pobreza económica, por supuesto; pero a la vez, con la falta de condiciones para el ejercicio de derechos concretos y garantías para vivir la vida que las personas necesitan.

Sin embargo, en medio de la incertidumbre, siempre existen quienes siguen dando la batalla. Tanto en la sociedad civil como en el Estado se encuentran defensoras de derechos que creen en una sociedad más igualitaria y apuestan por fomentar la implementación de políticas aprobadas en años anteriores y la construcción de nuevas estrategias y espacios de articulación para que no se siga retrocediendo y no se pierdan logros históricos. Las defensoras de derechos existen y están en la disposición de seguir incomodando.

En octubre pasado diversas expresiones del movimiento feminista nacional tuvieron un encuentro histórico, en donde se acordó una agenda pendiente por la que seguir luchando en los próximos años. En esta se resaltan muchos temas, imposibles de enlistar en una columna. Sin embargo, para quienes estén interesados/as pueden leer el Manifiesto del Encuentro, el cual se ha difundido por las redes sociales de distintas organizaciones y colectivos feministas[1]. Entre las demandas más urgentes están: el acceso a la justicia y reparación para las víctimas de desaparición y feminicidio y sus familiares; la creación e implementación del Sistema Nacional de Cuidados como una política pública integral; así como la despenalización del aborto en todas sus formas.

También son demandas urgentes el acceso a la justicia y reparación de las víctimas de la represión policial durante las protestas sociales que empezaron en diciembre de 2022; el reconocimiento de los derechos de las personas de la diversidad sexual y disidencias sexuales; así como la erradicación del racismo como una de las formas de discriminación estructurales más graves en el escenario reciente de vulneración estatal a los derechos humanos.

El 2024, sin duda, será un año en el que la crisis política, económica y el avance de los conservadurismos y las expresiones antidemocráticas no se detendrán. Desde los distintos territorios del país las defensoras de derechos humanos y la igualdad de género continuaremos resistiendo y haciendo frente a este contexto, defendiendo los avances que hemos logrado con mucho esfuerzo y exigiendo que el Estado, pese a sus distintas falencias, cumpla con sus obligaciones frente a la ciudadanía.

[1] Disponible en: https://www.facebook.com/story.php?story_fbid=122125286870040347&id=61551210415104&mibextid=WC7FNe

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Demandas 2024, derechos humanos, desafíos, Igualdad, Retrocesos

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Por eso resulta imperativo saludar la aparición de una nueva publicación o la persistencia, siempre heroica, de las ya existentes. El caso que nos ocupa hoy tiene que ver con un nuevo proyecto, Pulsión, que reúne tres palabras en su identidad: sicoanálisis, sociedad y cultura, como para no dudar ni un segundo de su orientación.

Sin embargo, a riesgo de contradecirme, la nota editorial de la revista no comparte la idea quijotesca y señala: “Estamos convencidos de que existe una demanda ciudadana por el saber y anticipamos, por ello, una cabal respuesta de los lectores, a quienes desde ya agradecemos por su apoyo y compromiso.

Pulsión, como se sabe, es un concepto fundamental en el universo sicoanalítico, pues designa un estado de tensión interna del ser humano, que algunos equiparan, discutiblemente, con el instinto. Lo importante aquí es señalar que el nombre de la publicación asegura en el imaginario de los lectores un campo conceptual y temático definido con claridad, mérito inicial.

El índice resulta altamente tentador. La revista se abre con una indagación de Marcos Herrera en relación con las bondades terapéuticas del psicoanálisis, así como su papel de herramienta mas que útil en la búsqueda del bienestar emocional de las personas. Seguidamente Carlos de la Puente aporta valiosas reflexiones en torno a las relaciones entre dos campos; la filosofía política y el sicoanálisis y, a su manera, manda al diván a Donald Trump, caso elegido para ilustrar el tema. El mismo De la Puente conversa páginas más adelante con Matilde Ureta, una figura pionera del sicoanálisis en el Perú (fue la primera mujer en ejercerlo en nuestro medio).

Juan Carlos Tafur examina un tema apasionante: la presencia cada vez más marcada del erotismo en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana. ¿Qué significa esta insistencia y qué implicancias tiene en la sociedad? Pregunta que el autor del artículo intentará responder con suficiencia.

Conocido analista político, Hernán Chaparro se interna en un asunto que tiene estrecha relación con la manera en que los peruanos suelen ejercer su voto: la intervención de factores emocionales en la escena política, factores que muchas veces llegan a condicionar la conducta ciudadana.

La sección de arte ofrece un portafolio de Roberto Huarcaya, destacado fotógrafo contemporáneo peruano. Imágenes y textos que plantean un viaje a un fascinante universo creativo. Tres últimos artículos cierran la primera (e impecable) entrega de esta publicación: “¿Alguna vez sabremos lo que es la conciencia?”, a cargo de Ricardo Braun, “La actitud liberal”, de Gonzalo Gamio y “Tiempos apocalípticos”, certero diagnóstico de nuestros días según Miguel Giusti La Rosa.

El número despide a los lectores con una nutrida sección de comentarios de libros, donde se revisan novedades bibliográficas. Un primer número redondo y sin pierde. La revista está a la venta en las principales librerías de Lima.

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Arte Contemporáneo, Filosofía Política, Psicoanálisis, sociedad, Terapia
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