Opinión

[Tiempo de Millenials]  El papa Francisco padece una “insuficiencia renal inicial leve”, además de la grave enfermedad respiratoria que ha dejado al pontífice de 88 años en estado crítico en un hospital de Roma, dijo el Vaticano el domingo.

El protocolo en caso de defunción

La muerte de un papa es confirmada inmediatamente por el jefe del departamento de salud del Vaticano y el cardenal camarlengo de la Santa Iglesia Romana, quien se convierte en el administrador de facto del Vaticano. Él y otros funcionarios, junto con miembros de la familia del papa, se congregan en la capilla para una ceremonia. 

Tras la ceremonia, el camarlengo redacta un documento que valida el fallecimiento del papa, adjuntando el informe médico. 

El funeral y los cambios del papa Francisco

Desde el siglo XIII, los cuerpos de los papas han estado a la vista pública, embalsamados y colocados sobre un pedestal elevado. El papa Francisco ha eliminado este tipo de velatorio. En su lugar, se celebrará un velatorio público directamente en la basílica de San Pedro, pero su cuerpo permanecerá en el ataúd, que no estará sobre un pedestal elevado. 

El funeral y el entierro del papa deben tener lugar entre cuatro y seis días después de su muerte, y los ritos funerarios en varias iglesias de Roma durarán nueve días.

Los papas anteriores eran colocados en tres ataúdes, uno dentro de otro: uno de ciprés, otro de zinc y otro de olmo. Pero como parte del cambio de reglas del papa Francisco, decretó que sería enterrado en un solo ataúd, de madera y forrado de zinc.

Las nuevas normas también permiten que un papa sea enterrado en una iglesia distinta de la basílica de San Pedro. Francisco ha pedido, en cambio, ser enterrado en la basílica de Santa María la Mayor, una iglesia muy querida para él y que visitaba a menudo para rezar ante una imagen de la Virgen María.

El cónclave

Entre 15 y 20 días después de la muerte del papa, el decano del Colegio Cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re, de 91 años, convocará a los cardenales en Roma para lo que se conoce como cónclave para elegir al sucesor. 

El periodo entre la muerte de un papa y la elección de uno nuevo se denomina sede vacante. Durante ese tiempo, el Colegio Cardenalicio mantiene la supervisión general de la Iglesia, pero no puede tomar decisiones importantes.

Los cardenales deben prestar juramento de secreto y votar en secreto. Solo pueden votar los cardenales menores de 80 años. 

El humo blanco

Los cardenales votan repetidamente hasta que se alcanza una mayoría de dos tercios. Después de cada votación, sale humo por una chimenea que puede verse desde la Plaza de San Pedro, donde suelen formarse multitudes para observar y esperar. Si una votación termina sin una mayoría de dos tercios, el humo es negro.

Cuando se alcanza una decisión, el humo es blanco.

Dentro del Vaticano, el decano del colegio pregunta al sucesor elegido si acepta el cargo. Tras obtener el sí, el decano le pregunta el nombre con el que desea ser llamado como papa.

En la sacristía de la capilla, el nuevo pontífice se viste con una sotana blanca. Tras saludar a los cardenales, se dirige a un balcón de la basílica de San Pedro, donde un cardenal de alto rango proclama, en latín, Habemus papam o “Tenemos un papa”.

Si algo faltaba para que cuaje el ánimo antiempresarial disruptivo en las elecciones del 2026, lo ha logrado la tragedia del Real Plaza de Trujillo, más aún bajo la consideración de que los centros comerciales en el Perú han reemplazado en el imaginario popular a las plazas de armas, son los centros públicos por excelencia de la vida cívica.

La tragedia del Real Plaza de Trujillo, que ha estremecido al país, puede ser interpretado no solo como una dolorosa cifra de víctimas, sino como un claro síntoma de la decadencia estructural que arrastra a la sociedad peruana. En su trágica magnitud, el colapso de la infraestructura del centro comercial no fue un evento aislado, y se va leer como el reflejo de la inoperancia de un sistema que ha puesto en manos de unos pocos, con intereses particulares, las riendas de una nación sumida en la corrupción, el descuido y la desidia. No es casualidad que, tras esta desgracia, resurjan voces disidentes, de aquellos que se identifican con el malestar popular, con los que no creen ni en el sistema ni en la clase política tradicional.

Lo que estamos presenciando, aunque parezca un fenómeno nuevo, es una manifestación recurrente de una sociedad que, ante la parálisis del Estado, se ve forzada a abrazar el descontento. Así, el accidente ha hecho saltar los cimientos de un sistema que se tambalea y va a empujar a los márgenes a sectores que ven en el caos y la protesta la única vía posible para la reconstrucción de una realidad mejor, aunque parezca utópico.

En este escenario, los candidatos antisistema se presentan como la alternativa que, en su exasperación, halla en el discurso populista y radical una respuesta al clamor de las masas, esas que hastiadas de promesas incumplidas, ven en ellos el último refugio ante el colapso.

Por ello, las elecciones del 2026 no solo serán el escenario de una confrontación política tradicional, sino también la oportunidad para que las ideologías radicales, nutridas por la rabia y el desencanto, den un paso más en su consolidación. No es de extrañar que el desastre de Trujillo se convierta en el caldo de cultivo para el ascenso de aquellos que se alimentan de la frustración popular, ofreciendo, tal vez, soluciones tan efímeras como el propio sistema que pretenden reemplazar.

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[La columna deca(n)dente] En los últimos años, ha ganado fuerza un discurso que promueve la reducción del Estado, argumentando que este es ineficiente y que su intervención limita el desarrollo individual y económico. Sin embargo, detrás de esta retórica anti-Estado, muchas veces se esconde un interés particular: el deseo de ciertos grupos de interés de operar sin regulaciones que frenen su ambición, su influencia y sus ganancias.

Este fenómeno no es nuevo, pero su impacto es cada vez más evidente. En el país, congresistas han impulsado normas que debilitan la capacidad del Estado para fiscalizar y sancionar, bajo la premisa de que la empresa privada es siempre más eficiente, También han propuesto normas, por ejemplo, para que las inspecciones a centros comerciales se realicen cada 10 años, como el proyecto de ley formulado por Maricarmen Alva y Adriana Tudela.

Sin embargo, la realidad ha demostrado que esta falta de control tiene consecuencias devastadoras. Por ejemplo, la tragedia en Trujillo, donde el colapso de un centro comercial dejó seis personas muertas y más de setenta heridas, evidencia lo que ocurre cuando se prioriza la desregulación sobre la seguridad pública. La erosión de los organismos reguladores, en nombre de la «libertad económica», ha permitido que se construyan infraestructuras inseguras, poniendo en riesgo la vida de las personas.

Hemos llegado a esta situación debido a la complicidad de quienes legislan. Muchos congresistas, influenciados por intereses privados, han promovido leyes que reducen la capacidad del Estado para fiscalizar y sancionar. Estas leyes, presentadas como medidas para «simplificar trámites» o «atraer inversiones», terminan siendo un bumerán para la sociedad. Al debilitar los organismos reguladores, se crea un vacío de poder que es aprovechado por aquellos que buscan operar sin rendir cuentas. El resultado es un Estado que no solo pierde su capacidad de proteger a los ciudadanos, sino que también se vuelve cómplice de las injusticias.

La narrativa de que el Estado es siempre ineficiente y la empresa privada siempre virtuosa ha calado hondo, pero es una simplificación peligrosa. Si bien es cierto que el Estado puede ser burocrático y lento, su papel como regulador y garante del bien común es insustituible. La desregulación no es sinónimo de progreso; en muchos casos, es la puerta de entrada a la impunidad y la desigualdad.

En este contexto, es urgente repensar el rol del Estado. No se trata de defender un aparato estatal obeso y autoritario, sino de garantizar que este cumpla su función esencial: proteger a los ciudadanos y asegurar que las reglas del juego sean respetadas por todos. Para ello, es necesario que los congresistas prioricen el interés público sobre los intereses privados, aunque hoy suene utópico, y que fortalezcan, en lugar de debilitar, las instituciones encargadas de la fiscalización. Solo así podremos evitar que más tragedias, como la de Trujillo, se repitan. El Estado no es perfecto, pero su desmantelamiento no es la solución; es, más bien, el problema.

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[Música Maestro] Cuando se le sugiere, en un comentario o pregunta, que las letras de sus canciones son irónicas, la respuesta de Leo Maslíah es cortante: “no ironizo con nada”. Un poco antes, durante el mismo intercambio de correos, Leo Maslíah se dedicó más tiempo a puntualizar, desde inconsistencias o imprecisiones de mis preguntas hasta errores involuntarios de tipeo que a ofrecer una respuesta concreta, casi como para desanimarme a seguir, como en aquella entrevista publicada en la revista argentina de literatura Cuadernos del Tábano, del 2008 (pp. 33-37). Busqué la entrevista voluntariamente, escribiéndole a la direcciónconsignada en su página web www.leomasliah.com con entusiasmo e interés genuinos, pues se trata de uno de los artistas que más me impactaron en mi etapa adulta.

Lamentablemente, fui aplazando la nota sobre él y, en ese camino, pasó casi un año. Cuando tomé contacto de nuevo a través de un mensaje, la explosión de incomodidad de sus palabras fue, por decir lo menos, desmesurada. En apariencia, Leo Maslíah es un artista intolerante a las entrevistas de quienes queremos saber más de él, conocerlo -ya me lo imagino respondiendo, por escrito, algo así como que no es “en apariencia” sino que “es” o que yo debería decir “me parece a mí que…” O que no es un “artista intolerante” sino una “persona intolerante”… O repreguntar, impaciente: “¿intolerante? Eso depende de cuál sea tu definición de intolerante…” A estas alturas, varios de ustedes deben estarse preguntando ¿y quién es Leo Maslíah?”

Leo Maslíah es un músico. Pero es también un escritor. Es un pianista fuera de serie, un virtuoso guitarrista y compositor de piezas sinfónicas e instrumentales en diversos estilos y registros. Pero también es, aunque él lo niegue, un afilado e inteligente humorista, capaz de ridiculizar con sus (no intencionales) ironías, asuntos tan de moda como el reggaetóncriticándolo mientras toca Eco, el octavo movimiento de la Obertura francesa (1735) de Johann Sebastian Bach– o la autoayuda –“los libros de autoayuda son de autoayuda pero solo para el autor, para que él gane guita– así como tópicos más, digamos, tradicionales, como el esnobismo de la alta sociedad, representado en la historia ficticia de Álex Estragón, un pianista mundialmente famosoa quien le piden con insistencia, en reunión casera, que “toque algo”para así tener oportunidad única de escucharlo gratis pero, al cabo de varias horas de interminables melodías clásicas y ejercicios, los asistentes a la reunión lo sacan a empujones de la casa y hasta acusándolo de egoísta, narcisista e irrespetuoso (El precio de la fama, Textualmente 2, 2002).

Obsesionado con los juegos de palabras y con encontrar múltiples maneras de ordenarlas para redondear una idea, Leo Maslíah tiene un particular talento, podríamos decir que único, para dar vuelta lingüísticamente a las situaciones más comunes y cotidianas -botar la basura, salir de viaje, asistir a un concierto-, con un sorprendente dominio del razonamiento (i)lógico, la argumentación que busca exacerbar las contradicciones -casi un marxista, me atrevo a pensar, aunque no me atrevería a decírselo personalmente- de un tema, una emoción, un hecho histórico o noticioso, real o (re)creado por él.

Los pleonasmos, la asociación/oposición de ideas, cruces de estilos y referencias culturales -algunas de ellas imposibles de imaginar- todo forma parte de un continuum narrativo y musical que hacen de su obra un hecho sin precedentes en la música popular contemporánea de Latinoamérica, junto al conjunto argentino de instrumentos informales Les Luthiers, con quienes se le ha comparado en más de una ocasión, solo para motivarle profundas respuestas en las que establece las diferencias entre lo suyo y lo de los geniales creadores del universo ficticio de Johan Sebastian Mastropiero, aunque sí reconoce que escucharlos fue crucial en su desarrollo musical.

Sus generales de ley están más o menos disponibles, como casi todo, en internet. Leo Maslíah nació en Montevideo, Uruguay, en 1954.Tiene más de sesenta álbumes grabados y más de cuarenta libros escritos, aunque no todos publicados. Hace recitales a casa llena en centros culturales, universidades y festivales literarios. Toca solo o acompañado, a veces de un solo músico, a veces de un conjunto u orquesta. Entre sus canciones hay pop, jazz, folklore, distintos estilos de música clásica o académica, instrumentos acústicos, orquestas y/o bases electrónicas.

Leo Maslíah es de ascendencia turca -sus padres nacieron en Esmirna, la ciudad que alberga al segundo puerto más importante de Turquía después de Estambul- pero esto solo se refleja en su apellido. En sus canciones, por lo menos en las que he tenido la suerte de apreciar, no hay un solo atisbo de sus genes sefardíes. Lo que hay es una irrestricta vocación por la disonancia, la combinación de géneros e intenciones y una manía por repetir sus propias fórmulas que, al ser buenas, nunca llegan a cansar a quien logre superar el primer impacto que suele ser, por decir lo menos, algo confuso. “Su capacidad de producción -parafraseando a Les Luthiers- es asombrosa, trabaja constantemente como si no pudiera dejar de componer. Y uno se pregunta ¿no podría dejar de componer?»

El prestigioso Auditorio Nacional Adela Reta, administrado por el Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos, el Sodre, institución estatal de gestión de artes y cultura, bautizado en homenaje a una de las gestoras culturales y maestras más importantes de la historia reciente de Uruguay, Adela Reta (1921-2001) -quien fuera ministra de Educación durante el primer periodo de uno de loslíderes históricos del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti- ha sido escenario de muchos recitales de este artista. Una de sus últimas apariciones en el Sodre fue en diciembre pasado, para ofrecer un concierto pianístico que incluyó obras propias y de otros importantes compositores, pianistas y educadores uruguayos de música instrumental contemporánea como Carmen Barradas (1888-1963), Felisberto Hernández (1902-1964) y Héctor Tosar (1923-2002).

Barradas, Tosar, Hernández, Maslíah. Apellidos desconocidos, por supuesto, para el oyente convencional. Incluso para quienes son medianamente expertos en la historia contemporánea de la música latinoamericana, popular y/o académica. Si pensamos en música pop, esa de la que escuchamos siempre en las radios, los únicos uruguayos notables son Los Iracundos y, en un segundo nivel -ya casi de experto- podemos pensar en los beatlescos Los Shakers de los hermanos Osvaldo y Hugo Fattoruso, con quienes Leo Maslíah ha tocado en más de una ocasión, sobre todo con Hugo, pianista como él.

Si miramos la escena trovadoresca, allí están Daniel Viglietti (1939-2017), el recordado cantautor y musicalizador de poetas como Mario Benedetti, Nicolás Guillén y nuestro César Vallejo, uno de sus referentes, el gran Alfredo Zitarrosa (1936-1989) y, para los más jóvenes, a mitad de camino entre Pedro Guerra (España) y Fito Páez (Argentina), se cuela el multipremiado cantautor Jorge Drexler. Y en cuanto a los seguidores del pop-rock (no tan) comercial en español, hablarles de Uruguay es hablarles de El Cuarteto de Nos -banda guitarrera existente desde 1978- o los noventeros La Vela Puerca y No Te Va Gustar. Para los oyentes más eclécticos, las figuras de loslegendarios Eduardo Mateo y Rubén “El Negro” Rada sonindispensables para entender la música popular uruguaya de origen africano, el candombe, y su evolución hacia ritmos más globales.

Pero el polifacético Leo Maslíah no aparece en esos radares, ni por asomo. Ni siquiera cuando uno escribe en la barra de búsqueda de Google algo tan genérico como “músicos conocidos uruguayos”. El amplio repertorio de Leo Maslíah permanece como un asunto de culto, oculto para el mainstream pero conocido y admirado por una enorme minoría de seguidores en varios países de América Latina. En lo que a mí respecta, conocí la música de Leo Maslíah por una absoluta casualidad.

Hace varios años, a inicios de los dos miles, mientras hacía despreocupado zapping, me crucé en un canal de cable con fragmentos de uno de sus recitales. En un teatro grande repleto de gente, vi a un señor de mediana edad, parado delante de lo que parecía ser un sencillo piano eléctrico, de esos que utilizan los conjuntos que uno contrata para interpretar canciones de misa.

Vestido de forma muy sencilla, con gruesos anteojos para miopes, una calvicie incipiente y denso mostacho entrecano que me hizo recordar al actor y humorista Groucho Marx –una asociación que también le irrita mucho, por cierto- y a esos lentes de utilería que vienen connariz y bigote incorporados, el artista aun desconocido para mí, con los labios muy pegados al micrófono, cantaba en voz baja una serie de frases obsesivas mientras tocaba arpegios complicados que iban aumentando gradualmente de velocidad y que me sonaron, en ese momento, a una balada de música clásica en tiempo de vals. Se tratabade Corriente alterna, uno de los temas más apreciados entre quienes conocen su vasta producción. Luego siguieron una o dos canciones más y varios monólogos, hilarantes, envolventes e impredecibles, como sus alucinados Horóscopos.

Para ese tiempo yo era bastante fanático de artistas contraculturales y emparentados con el humor negro e intelectual como Les Luthiers, The Residents o Frank Zappa (1940-1993). También había escuchado a íconos del stand-up de comedia y/o denuncia como George Carlin (1937-2008) o Enrique Pinti (1939-2022). Pero jamás a Leo Maslíah. Y me pareció genial. Años después, con toda la facilidad que ofrece internet, logré conocer otras canciones y espectáculos suyos, cada unomás desafiante que el anterior. Por ahí hay un video en el que Leo Maslíah se auto entrevista, como hiciera aquí también un impresentable congresista cusqueño se llama Autorreportaje (2016)-que es, a la vez, divertidamente absurdo y psiquiátricamente revelador.

Sus composiciones no son fáciles de escuchar y, por momentos, pueden llegar a ser extremadamente tensas y hasta exasperantes, pero siempre terminan generando sanas y sonoras carcajadas en su público y la satisfacción de estar frente a un artista que no huye de la confrontación -consigo mismo, con los demás, con las convenciones sociales, con la ligereza en todas sus formassino que más bien la promueve, en un constante uso del pensamiento crítico y de loslenguajes -musical, hablado, audiovisual, gráfico, escrito– como armasy vehículos de expresión libre y furiosamente independiente.

Para escuchar a Leo Maslíah uno requiere de mucho silencio -para no perderse cada giro estrambótico, cada frase/fraseo genial- y tiempo, dos cosas que hoy escasean. Y da gusto que, al margen de las tendencias populares o masivas, se haya mantenido vivo, prolífico y vigente, y no solo con sus publicaciones musicales y literarias, sino que utiliza profusamente medios interactivos (redes, internet), para regalarle al universo su inagotable creatividad. De hecho, en su perfil de Instagram cuenta con más de 60 mil seguidores que, casi a diario, se enteran de sus actividades, a través de reels, fotografías y anuncios de todo tipo, además de compartir inteligentes bromas en formato de cómic, fotos/videos generados con IA e ilustraciones en las que se ocupa de diversos temas.

Por ejemplo, el pasado 14 de febrero, Día del Amor y de la Amistad, publicó una canción llamada Samba lentín -que, como aclara el mismo autor, es del año pasado, en ritmo de bossa nova. Para quienes “amamos a Mastropiero” -Marcos Mundstock (1942-2020) dixít-, quedan clarísimos los diversos niveles de humor de la pieza. Contrapone, por un lado, la rapidez asociada a la samba versus el neologismo “lentín” que alude al ritmo pausado, lento, del género brasileño internacionalizado por João Gilberto (1931-2019) y Antonio Carlos Jobim (1927-1994); por otro lado, transforma “San Valentín” en otra cosa, “Samba lentín”, de grafías y significados diferentes. Y la cereza del pastel, la letra: “Hoy tengo que cantar un samba lentín (sic), así lo pide el calendario como un tonto pasquín, porque las cosas ya nunca más valen por lo que son sino por la fecha que las trae a colación”.

En esta pequeña viñeta, Maslíah realiza al piano un círculo armónico complejo, disonante, opuesto a la placidez natural de los acordes de la romántica bossa nova, que comienza en Mi mayor con sexta añadida(E6) y termina en Mi dominante con trecena (E13) pasando por una combinación de variaciones de notas mayores sostenidas –Fa mayor con novena añadida (F9), Do sostenido mayor aumentado (C#+), Fa sostenido mayor con séptima disminuida (F#-7), Sol sostenido con séptima de dominante y novena menor (G#7b9), son solo algunas-; mientras canta, con su voz apagada, aburrida, siguiendo una melodía más convencional. Y lo hace “mirando” directamente a la cámara, con los ojos cubiertos por dos gráficos, como GIF, de corazoncitos rojos latiendo. Todo en menos de dos minutos.

Así es todo en la discografía de Leo Maslíah. Desde su primer álbum oficial, Cansiones barias (1980, nótese la ortografía deliberadamente errónea), en que se le escucha más tocando la guitarra acústica -como en este video de 1984 de otro de sus ¿éxitos?, Agua podrida (LP Falta un vidrio, 1981)-, la transgresión musical y lírica del uruguayo se muestra en plenitud y madurez absoluta. Su debut, según él mismo cuenta, había sido seis años atrás, en 1974, interpretando un concierto del germano-británico G. F. Haendel en un festival organizado por elya mencionado Sodre.

Posteriormente, comenzó a publicar discos, hacer apariciones en televisión, principalmente en Uruguay y Argentina, y dar conciertos en varios países de la región, entre ellos el nuestro. Leo Maslíah pisó por primera vez tierras peruanas para una de las ediciones de larecordada Semana de Integración Cultural LatinoamericanaSICLA, festival organizado entre 1986 y 1989 por el primer gobierno aprista. En el 2007 fue su última presentación en Lima. Entre los discos de su primera década, entre 1980 y 1989, destacan además del mencionado Cansiones barias, Desconfíe del prójimo (1985), el LP Leo Maslíah y Jorge Cumbo en dúplex (1987), Punc (1985) y el disco de temas infantiles El tortelín y el canelón ¿Canciones para chicos? (1989), a dúo con el músico argentino Héctor Pichi de Benedictis.

En este último aparece una obra suya que llegó a otros públicos, en la versión que le hiciera Attaque 77 para su séptimo disco, Otras canciones (1998). La conocida banda argentina de punk incluyó en este disco de covers Cinco estrellas. Maslíah, sin embargo, me aclaró que el título correcto es simplemente Estrellas. El astro de la MPB y el jazz brasileño Milton Nascimento grabó, por su parte, Biromes y servilletas, otra de las composiciones ochenteras de Maslíah, en su trigésimo álbum Nascimento (1997), ganador del Premio Grammy a Mejor Álbum de World Music. Por si acaso, “birome” es un vocablo de amplio uso en Argentina, Paraguay y Uruguay, sinónimo de “lapicero”. La canción, considerada un clásico moderno de la música uruguaya, es un homenaje a los poetas anónimos de su país. Andrés Calamaro, icono del rock gaucho, también ha versionado este tema en su disco Romaphonic sessions con Germán Wiedemer-Grabaciones encontradas, Vol. 3 (2016).

Leo Maslíah ha lanzado tantos discos que es imposible conocerlos todos, a menos que se trate de sus seguidores más obsesivos y completistas. Pero si quieren tener un resumen de su voluminosa obra y de su personaje, recomiendo con mucho entusiasmo -el mismo que me llevó a contactarme con el autor- los discos Textualmente, lanzados en 2001, 2002 y 2004, con varias de sus canciones y sus desopilantes monólogos. Por supuesto que hay mucha más música de Leo Maslíah antes y después de este tríptico. De las producciones musicales que ha lanzado en lo que va del siglo XXI disfruté muchísimo Jazz (2020), Árboles (2005), Música no alineada (2013) y el concierto 40 años (2018), en el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay, con un grupo en el que participa su única hija, Paula, en los coros. La música (o)culta de Leo Maslíah está disponible para quien desee adentrarse en su profundo y controlado caos.

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La importancia de Enrique Prochazka en el panorama del cuento peruano de las últimas décadas es indiscutible. El año pasado apareció en Campo Letrado una edición de sus cuentos completos, lo que permite ahora, casi treinta años después de la publicación de Un único desierto (1997), su primer libro de relatos, hacer una lectura más comprensiva de un conjunto narrativo singular y sugerente.

Los lectores de Un único desierto (el comienzo de esta historia) ponderaron no solamente el hecho de que algunos relatos como “Cáucaso” abrieran nuevas posibilidades a un realismo que parecía exhausto, aun tratándose de una pieza que no ocultaba cierta filiación ribeyriana así como un impecable manejo de la oralidad popular y el intertexto mítico, pensando en una especie de Prometeo del arenal marginal limeño.

Ese mismo libro era un territorio compartido por otros registros, por ejemplo, cierto eco borgiano que, lejos de la imitación o del epígono, resulta una apropiación creativa e inteligente. Del mismo modo, la ciencia ficción y el fantástico ocupan un espacio significativo en un libro que, para ser el primero, cometía la audacia de mostrar a un autor versátil, capaz de moverse en varios frentes y que derrotaba, por fin, la tiranía del libro unitario. En todo caso, si alguna unidad tiene Un único desierto es, paradójicamente, su diversidad, su insistencia en lo disímil, en una cuentística que se asume múltiple.

Lo advierte Andrea Ortiz de Zevallos en “La máquina de alumbrar universos”: “Lo que da unidad a su obra es su voz, que tiene particularidades que la hacen única, profunda y maravillosamente entretenida”. Una voz, añadiría, que tiene la capacidad de encarnar una amplia tesitura de estilos, así como un variado catálogo de temas.

Hay en Prochazka cosas que delatan a un escritor que no rehúye riesgos y transparenta su deseo de construir un universo personal. La insistencia en la especulación, en un auténtico talante especulativo (“2984”), el trasfondo filosófico (“Acero”), en un lenguaje a veces muy cercano a la poesía, son una muestra de ello. No se puede hablar de Prochazka en términos definitivos, porque en todas las vertientes que practica, más allá de seguir un rumbo convencional, prefiere sorprender al lector.

Entonces, que su obra cuentística esté disponible ahora en una edición pulcra, es una circunstancia feliz. Volver a las páginas de Un único desierto, Cuarenta sílabas, catorce palabras (2005), Ocho cuentos de tampoco y todavías(2021) y dos textos inéditos o poco conocidos (“Like a Rolling Stone” y “Smisek en la casa Miró”) es internarse en un inventario de cambios que han afectado para bien los derroteros del cuento en el Perú, en especial en vertientes que se han propuesto, como ocurre en muchos cuentos de Prochazka, no afincarse para siempre en lo mimético.

Todos los cuentos. Enrique Prochazka. Lima: Campo Letrado, 2024.

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[Tiempo de Millenials] Era 1996, Shakira vino a Perú bajo la gira “Pies Descalzos” y era su primer concierto en nuestro país, en la extinta Feria del Hogar. En ese año, ella no era una cantante tan conocida y menos para mí que apenas estaba entrando en la adolescencia. Sin embargo, había logrado “el permiso” y estaba en la feria del hogar, parada en la tribuna esperando que salga la tal Shakira para que yo pueda disfrutar el primer concierto de la vida. 

Recuerdo ese día como mágico con una mezcla de emociones como independencia, felicidad y canciones que de pronto amaba y me sentía identificada. A lo largo de los años, Shakira ha permanecido entre mis cantantes favoritos en todas las etapas de mi vida. Es decir, no es la cantante que me gustaba de niña, joven o adolescente si no que siempre ha sido la cantante que me gusta en el presente.  

Esta semana estuve en el concierto -que fue increíble de principio a fin- y además de sorprenderme con la producción, me sorprendió el abanico de asistentes ya que eran de todas las edades con el factor común de que estábamos disfrutando a todo pulmón. Mi favorita -sin duda- fue la de mamás compartiendo un momento único con sus hijas y cantando las mismas canciones, sin duda un “core memory”. 

Y es que, para todos – en especial para las mujeres – Shakira se ha convertido en un símbolo de sororidad, de apoyo, de respetar los códigos y de lo importante que es levantarnos en lugar de meternos cabe, en conclusión, de unión. Esto me dejó como reflexión que Shakira es una cantante que trasciende y es muy influyente.

¿Por qué es tan influyente Shakira? 

Porque ha logrado trascender fronteras culturales y musicales gracias a su talento, carisma y capacidad para conectar con un público global. Ha abierto las puertas a nuevas generaciones de artistas latinos y han contribuido a que la música latina sea reconocida como una de las más importantes del mundo. Pero por sobre todo es percibida como una persona honesta, genuina y carismática. Haberse permitido mostrarse vulnerable frente a un momento doloroso en su vida hizo que las personas podamos conectar con ella y sentirnos identificados volviéndola así en un referente.  

Finalmente, es percibida como una persona que se aleja del odio y, por el contrario, busca unir a través de mensajes y actitudes positivas y que importante es -sobre todo en esta época- tener referentes que construyan en lo positivo. 

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El Premier en la sombra, el ministro de Justicia, Eduardo Arana, sería el autor intelectual del plan que busca descabezar al Ministerio Público y el Poder Judicial, a través de una denuncia constitucional del ministro del Interior contra la fiscal Delia Espinoza y una acción celerísima dela Junta Nacional de Justicia contra la titular del PJ, Janet Tello.

El objetivo sería crear, a renglón seguido, sendas comisiones reorganizadoras de ambos poderes del Estado, tarea que, dicho sea de paso, debieron emprender tanto Espinoza como Tello, pero se dejaron llevar por el statu quo degradado que representan, lamentablemente, las instituciones que presiden.

El Ministerio Público es, claramente, la entidad más podrida, con procesos ineficientes si no corruptos en los casos más emblemáticos, teniendo como símbolo de esa degradación a la fiscal Marita Barreto, sobre quien ahora pesan serias suspicacias de enriquecimiento ilícito y sele investiga por ello.

Pero una cosa es emprender una reorganización orgánica, institucional, con participación de diversos poderes del Estado, con ciertos consensos y apoyo logístico, y, sobre todo, participación activa de las entidades involucradas,y otra cosa es meter un caballazo como el que se pretende al amparo de cierta coalición mafiosa que nos gobierna, en este caso con conocimiento de causa de la propia presidenta de la República, Dina Boluarte.

La independencia del Ministerio Público y del Poder Judicial es la piedra angular de una democracia auténtica. Son guardianes de la ley, llamados a velar por la justicia sin ataduras políticas ni presiones externas. En un sistema sin esta autonomía, el poder se convierte en un instrumento de control y opresión, al amparo de la corrupción y la arbitrariedad. Un Ministerio Público comprometido y un Poder Judicial libre son el antídoto contra el abuso y la impunidad, pilares que, al no ceder ante los intereses de turno, protegen la equidad y el derecho de los ciudadanos a una justicia imparcial. Es una lástima que sus propios gestores hayan faltado a estos preceptos, pero en el caso que mencionamos el remedio puede ser peor que la enfermedad.

Si revisamos viejos periódicos de tan sólo cincuenta años atrás, las fotografías de presidentes rodeados de sus ministros nos mostraban un mundo totalmente masculino. Era en aquel entonces, lo natural. Veinte años antes, en Perú, las mujeres tampoco votábamos y era normal que las más pobres no supieran leer ni escribir. Todo ello estaba legislado o vetado en la norma para facilitarlo. Por esos mismos años, también era normal (estaba normado) que en el sur de Estados Unidos las personas afrodescendientes no compartieron los mismos espacios públicos con las personas blancas, incluidos buses, escuelas o la universidad.

Existe otra acepción de lo normal en una sociedad, ya noentendida como lo normado por escrito, con principios,reglas y leyes, sino como lo acostumbrado: una forma más “ejemplar” que siguen las personas, imitando y modelandosus hábitos, siguiendo las conductas aprobadas odesaprobadas por su sociedad. De esta normalización se suele hacer cargo la escuela, el gobierno, las religiones. También podemos ir más allá e imaginar la normalización como parte de nuestra condición animal vinculada a la supervivencia: sea donde estemos y como estemos, nuestra especie se tendrá que adaptar. Así, la normalización formaría parte del complejo proceso etológico o de comportamiento de la población estudiada por la Biología. Para las Ciencias Sociales, la normalización se produce cuando una sociedad o un gran sector de la población acepta o tolera actos violentos y los convierte en parte de la vida cotidiana. Buen ejemplo de ello fue cuando durante la guerra contra Sendero Luminoso, normalizamos la falta de luz eléctrica. La canción más popular de aquel entonces, llegó a ser una que hasta ahora canturreamos, “un elefante/ se balanceaba/ sobre una torre derrumbada… Frente a la amenaza del terrorismo senderista que buscaba mantenernos en la oscuridad para cometer sus abusos y ajusticiamientos, creció el mercado de velas, reemplazado después por los grupos electrógenos, necesarios también para la distribución del agua potable, los servicios sanitarios y muchos otros. Mientras tanto, Alan García imponía normas económicas que nos llevaron a la escasez de alimentos y a una inflación de mil por ciento anual. Con el Perú en quiebra, incapaz de pagar deudas internas y peor aún la externa, normalizamos la leche en polvo y las colas para conseguir alimentos, la emisión de billetes de corta duración con más y más ceros, los cúmulos de basura en las vías públicas y hasta tener un carnet del partido aprista. Naturalizamos vivir bajo toque de queda y soportamos la corrupción de los dólares MUC. Convivimos en las ciudades de la costa y más aún en Lima con cientos de miles de vendedores ambulantes y con pocos buses reventando de gente. Muchos se preguntan cómo conseguimos hacerlo. Simple y llanamente, se normalizó.

Se tornó natural enterarnos de las matanzas que los gobiernos y Sendero Luminoso cometían; fue común tener un amigo o familiar desaparecido y vivir con el vidrio de las ventanas protegido por cintas adhesivas para disminuir el impacto de las explosiones. Normalizamos nuestra convivencia con Vladimiro Montesinos y el Congreso Constituyente. Con los comedores populares y las combis. Con visionar en la televisión al presidente del país después de su divorcio, habitando con sus hijos el Cuartel General del Ejército.

La peor consecuencia de vivir bajo amenaza, sea de guerra, de alimentación, de vivienda, de odio, de corrupción es que tarde o muy temprano lo normalizaremos. Ahora el mundo se encuentra bajo grandes amenazas desatadas por Donald Trump y su gobierno en Estados Unidos. Amenaza con anexarse los territorios poblados o no que le convengan para susfuentes de energía. Ha arranchado del subempleo a los latinos y nos ha lanzado detrás de un muro. Y ha desnormalizado (en los dos sentidos del término) las políticas para reducir las brechas que separan a las minorías por género y raza.

Dicen las encuestas que la mitad de su país celebra sus decretos y normas amenazantes y es que gracias a ellas es que finalmente se puede visibilizar la ansiada normalidadcon la que siempre se aplaud el invasionismo, se grita el racismo, se criminaliza a los latinos y se condena la homosexualidad. Una mitad que en sintonía con la Biología, está lista para adaptarse y defender a su especie, y que siente, como todo animal, que ha de estar con el más fuerte.

[La columna deca(n)dente] El sábado pasado, los estudiantes del octavo ciclo de Artes Escénicas de la PUCP culminaron una breve temporada de «Incendios», la obra de Wajdi Mouawad, con una soberbia y conmovedora puesta en escena. Incendios es un poderoso testimonio sobre las consecuencias de la guerra y la importancia de la memoria y la búsqueda de la verdad. A través de la historia de Nawal y sus hijos, Jeanne y Simon, el texto explora cómo los conflictos armados no solo destruyen vidas, sino que también fracturan identidades y dejan cicatrices que atraviesan generaciones.

La trama comienza con un legado póstumo: Nawal, una mujer que huyó de un país en guerra, deja a sus hijos dos cartas que deben entregar a un padre que creían muerto y a un hermano del que nunca supieron. Este encargo desencadena un viaje físico, emocional y moral para Jeanne y Simon, quienes se ven obligados a adentrarse en un pasado marcado por la violencia, la traición y el sufrimiento. La pieza teatral plantea una pregunta incómoda pero necesaria: ¿es mejor dejar el pasado enterrado o es imperativo desenterrarlo, por doloroso que sea?

Mouawad no presenta soluciones sencillas. En cambio, muestra que la búsqueda de la verdad, aunque dolorosa, es esencial para sanar las heridas del pasado. Nawal, como personaje central, encarna esta lucha, pero también la resistencia y las cicatrices que deja la guerra. A través de su historia, la obra nos recuerda que la memoria no es solo un acto individual, sino colectivo. Los conflictos armados, internos o externos, no solo afectan a quienes las viven directamente; sus consecuencias se extienden a las generaciones futuras, que heredan el trauma y la responsabilidad de recordar.

Sin embargo, la memoria no es un acto pasivo. En Incendios, la verdad no se revela de manera fácil o lineal. Jeanne y Simon deben reconstruir la historia de su madre a partir de fragmentos, testimonios y documentos. Este proceso refleja la dificultad de acceder a la verdad en contextos de violencia y opresión, donde los registros históricos suelen ser incompletos o manipulados. La obra nos recuerda que la memoria es un acto de resistencia contra el olvido y la deshumanización que traen consigo los conflictos armados.

Pero la búsqueda de la verdad también tiene un costo emocional. Para Jeanne y Simon, descubrir el pasado de su madre significa enfrentarse a realidades que desafían su comprensión del mundo y de sí mismos. Mouawad nos confronta con otra pregunta crucial: ¿estamos preparados para asumir las consecuencias de conocer la verdad? El texto sugiere que, aunque el conocimiento puede ser doloroso, es preferible a vivir en la ignorancia. La verdad, por dura que sea, nos permite entender quiénes somos y de dónde venimos.

En un mundo donde las guerras siguen siendo una realidad, Incendios adquiere una relevancia particular. La obra nos recuerda que la memoria no es solo un ejercicio de nostalgia, sino una herramienta para evitar que los errores del pasado se repitan. Al recordar a las víctimas de los conflictos armados y al confrontar las verdades incómodas, honramos su legado y construimos un futuro más consciente y compasivo.

Por último, la poeta Wislawa Szymborska nos recuerda en “Fin y principio” que con el tiempo, la memoria de lo ocurrido se desvanece: «Aquellos que sabían / de qué iba aquí la cosa / tendrán que dejar su lugar / a los que saben poco. / Y menos que poco. / E incluso prácticamente nada”. En Incendios, la memoria es un acto de resistencia contra el olvido. Wajdi Mouawad nos muestra que, si no se confronta el pasado, las generaciones futuras perderán la comprensión de lo que ocurrió, perpetuando el ciclo de trauma y deshumanización.

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