Opinión

[MÚSICA MAESTRO] Desde mediados de los años noventa, con la llegada de la tecnología digital y el boom de los almacenes por departamentos, centros comerciales y supermercados, trabajar en una tienda de discos se convirtió en una especie de condena, un subempleo que contaba para su existencia con la pasiva resignación de enormes cantidades de jóvenes que, atraídos por la posibilidad de estar en contacto permanente con la música que les apasionaba (además de la necesidad de trabajar), terminaron aceptando condiciones laborales en empresas con horarios asfixiantes, sueldos ínfimos, tratos desconsiderados y una serie de desórdenes que impiden el desarrollo personal, anulan la vida social, no ofrecen línea de carrera, etc.

El disco -de carbón en los años treinta, de vinilo entre los cuarenta y ochenta/noventa, y los discos compactos que se comercializaban masivamente hasta hace diez o quince años- como producto comercial, siempre causó fascinación porque combinaba dos aspectos marcadamente diferentes, pero complementarios para efectos del desarrollo de la industria discográfica: la música como expresión artística y el soporte en el que venía almacenada, un objeto concreto, manufacturado, producido en serie.

El valor de un disco no solo estaba determinado por la obra de arte grabada en audio que contenía sino también por cómo venía presentada. Los empaques de vinilos cuidaban cada detalle de su diseño, con mucha creatividad e imaginación -casos excepcionales son las carátulas preparadas por los diseñadores de Hipgnosis, equipo gráfico comandado por el inglés de padres noruegos Storm Thorgerson (1944-2013), responsable de icónicas portadas para Pink Floyd, Led Zeppelin, Black Sabbath, Genesis y un larguísimo etcétera que llega hasta los años dos miles; las oníricas tierras fantasiosas que creó su colega y amigo Roger Dean (1944) para álbumes de Gentle Giant, Uriah Heep y Yes, principalmente. O las imaginativas escenas caballerescas que elaboró durante años el neoyorquino Ron Levine, para LPs de Fania Records y, particularmente, La Sonora Ponceña.

Esta tradición, que aun es proseguida por varios artistas con raíces en las guardias viejas -pienso, por ejemplo, en bandas como The Mars Volta, Tool, Howlin’ Rain o tantísimos otros que buscan trascender a la subcultura moderna del mp3 y ven cumplidos sus sueños con el renacimiento de la industria fabricante de vinilos -un tema fascinante en sí mismo. Ni hablar de géneros como el heavy metal en todas sus vertientes -los encartes de Iron Maiden, por ejemplo, diseñados por el legendario Derek Riggs- que son extremadamente pródigas en iconografías que van de lo mitológico y monstruoso a lo pesadillesco y satánico. Lo mismo ocurre con los cultores del rock progresivo y bandas de shoegaze que incluyen tipografías, colores y diseños con especial dedicación. Por ello, entrar a una discotienda en sus años dorados era, en muchos aspectos, como entrar a una verdadera galería de arte.

Hoy en día, que las opciones musicales orientadas a públicos masivos son cada vez más superficiales y que tanto productores como artistas colocan en segundos y terceros planos conceptos como valor artístico, calidad musical, trascendencia para darle preponderancia a la masificación, el éxito instantáneo, la sobre exposición de la imagen, la fama, la exposición en redes sociales, etc., la oferta de productos musicales es inmensa pero, al mismo tiempo, descuidada en lo relacionado a empaques y presentaciones. Con todo ello, a pesar de que la tecnología ha convertido a los coleccionistas de vinilos y CDs en una especie minoritaria y en riesgo de extinción, pareciera que, primera vista, el negocio de las tiendas de discos aun podría ser realmente fascinante y rentable, tanto para empresarios como para trabajadores. Y lo es, por supuesto que sí. No en nuestro país.

El music business involucra dos aspectos a menudo contrapuestos: a) la subjetividad asociada a la naturaleza artística de la actividad musical, sea cual sea su género o procedencia y b) la objetividad que rige en todo negocio comercial y sus variables, tales como tendencias, modas, atractivos, proyecciones, índices de rentabilidad, estrategias de marketing, etc. Por ende, así como lo ideal para un estudio legal es estar manejado por abogados; para un medio de comunicación, estar al mando de un comunicador/periodista; para un hospital, ser dirigido por un doctor en medicina; o para un restaurante, tener como jefe a un maestro de cocina; para una tienda de discos lo ideal sería tener, en la dirección/administración, a personas que, además de dominar el campo de los negocios, y que -atendiendo a las tendencias actuales- posean una buena capacidad de adaptación a los nuevos formatos, tengan una sensibilidad y una pasión especial, fuera del promedio, por la música.

Lamentablemente, eso no ocurre en el Perú desde hace, por lo menos, treinta años. Cuando no existe una combinación equilibrada de ambos aspectos, se produce la desnaturalización del negocio en cuestión y se comienza a distribuir mal las prioridades, llevando una actividad tan rica en matices y en posibilidades de desarrollo tanto comerciales como culturales, en un simple y llano puesto de mercado y, en extremos peligrosos, en pantalla para cubrir otra clase de actividades, menos santas. En un mundo laboral como el nuestro, tan carente de oportunidades, en el cual el 80% de empresas que ofrecen empleo son informales o que siendo formales, viven obsesionadas con optimizar sus ganancias invirtiendo lo menos posible, la mayoría de empresarios peruanos dedicados a la venta de música de las últimas tres décadas mantuvo sus tiendas sobre la base de una dinámica bastante pobre, sin llegar nunca a posicionarse como establecimientos comerciales ligados al mundo del arte, la cultura y el entretenimiento de alto nivel.

Los empresarios peruanos que decidieron continuar con las tiendas de discos tras la debacle de la legendaria cadena Discocentro -con una o dos excepciones a la regla- nunca tuvieron ese perfil que representó, en su momento, el hoy magnate Richard Branson quien inició su imperio -que incluyó en su momento el sello discográfico Virgin Records- con una pequeña tienda de discos en 1971, en Londres. Por el contrario, se alejaron de la intención humanista y ligada al arte para apegarse a lo peor de nuestra idiosincrasia empresarial clasista y explotadora. Disfrazados de jefes gamonales, con los ojos puestos únicamente en sus ganancias individuales, comenzaron a medir su éxito en su capacidad de ventas por volumen mas no en el potencial impacto social y educativo que tenía aquel rubro que atrajo, durante dos décadas y media, a fuerza de trabajo joven, con ansias de crecer y dar a poyo a sus familias.

Esto podía verse, por ejemplo, en la concentración de beneficios que obtenían los dueños frente a las estáticas condiciones laborales del personal de las tiendas, sin importar ni su producción, ni sus capacidades individuales, ni sus años de experiencia en contacto directo con aquellos clientes que sentían nostalgia por aquellos tiempos en que coleccionar discos no era, como lo es ahora, placer de minorías sino un acto de amor por las canciones con las que musicalizaban su vida diaria y que una discotienda no era, como es ahora en nuestra ciudad, un lugar semiclandestino destinado al eterno perfil bajo. Quienes alguna vez laboramos en algunas de estas cadenas vemos, con una combinación de nostalgia y tristeza, cómo aquellos locales, que podrían ser reductos de cultura musical en medio del caos sonoro que contamina nuestros distritos, sirven hoy para peluquerías, zapaterías, venta de cosméticos o videojuegos.

A nivel internacional, siempre hubo dos clases de tiendas de discos formales: las megatiendas estilo Virgin Records, Tower Records, Musimundo, etc. y las tiendecitas escondidas, esos huecos en los que, por lo general, uno puede encontrarse con personas extremadamente conocedoras, capaces de conseguir las rarezas discográficas más alucinantes. Las primeras son, hoy más que nunca, inimaginables en nuestro país: establecimientos inmensos que uno podría tardarse días en recorrer. Pisos y pisos en los que se vendían desde simples y llanos cassettes hasta instrumentos musicales, partituras, colecciones enteras de CDs y DVDs de cualquier artista o género. Cabe destacar que en pleno siglo XXI, esta situación ya es global. Por ejemplo, si uno entra al impresionante local de Barnes & Noble en Union Square (14th Street en el Bajo Manhattan, New York), hallará cinco pisos de libros, revistas y afines, pero su área de vinilos, CDs y DVDs no alcanza el área de un piso siquiera. Y las mencionadas Virgin o Tower Records simplemente ya no existen. En el documental All things must pass: The rise and fall of Tower Records (Colin Hanks, 2015) se aborda la historia de esta recordada cadena de discotiendas.

Las segundas son, más bien, parecidas a la que muestra la película High Fidelity (Stephen Frears, 2000) y que todavía pueden encontrarse por algunos recovecos de ciudades grandes de los Estados Unidos y Europa. En esta aclamada película, adorada por los melómanos de ayer, hoy y siempre, el actor John Cusack encarna a un apasionado coleccionista de discos que además, es dueño de una de esas tiendas pequeñas, que mantiene a flote debido a la exquisitez de sus conocimientos musicales, capaces de satisfacer las exigencias del cliente más especial y en diversidad de géneros, estilos y épocas. Aunque sus compañeros -representados por Jack Black y Todd Louiso- no se muestran tan amables con el público y presentan características y formas de comportamiento algo marginales, también poseen extremados conocimientos y un innegable amor por la buena música, lo cual asegura una atención esmerada cada vez que los clientes les demuestran estar «a su altura» en cuanto a sus elevados niveles de apreciación. Ellos no venden cualquier cosa. No señor. Ellos venden arte.

Las megatiendas de discos eran, como indica el prefijo, empresas gigantescas, obligadas a cumplir con estándares de atención y rendimiento. Y aunque es probable que su personal tuviese los niveles de automatización que podríamos encontrar en Lima en un vendedor de, por ejemplo, almacenes especializados como Saga/Ripley o Sodimac, nunca he escuchado que sus conocimientos musicales fueran limitados o que su capacidad de respuesta no haya sido óptima al momento de satisfacer los requerimientos de potenciales compradores, desde los más convencionales hasta los más extravagantes y rebuscados. Aun cuando sus vendedores no fueran todos expertos en música, sin duda alguna estas cadenas contaban con un sistema computarizado que ubicaba los productos a la velocidad del rayo y con una actualización permanente.

Y también era una regla que ese personal en aquellas megatiendas hoy desaparecidas trabajara en horarios rotativos y recibiera capacitación a cada momento -como seguramente pasa hoy en establecimientos gigantescos estadounidenses dedicados a otros rubros como Home Depot (construcción) o Whole Foods (alimentos)- y además estaban en contacto directo -por razones de mera ubicación geográfica- con el interesantísimo mundo de la industria musical que se desarrollaba a su alrededor. Aunque sería iluso pensar que no practicaron diversos niveles de explotación en su momento, no las imagino tan mal administradas como lo estuvieron aquí cadenas como Discocentro -en sus últimas dos décadas-, Music Box y (((Phantom Music Store))).

En Lima, las tiendas de discos fueron administradas por personajes a quienes difícilmente podríamos identificar con el que interpretó Cusack. Empresarios que nunca tuvieron esa conexión emocional, visceral con la música y, si la tuvieron alguna vez, fue tan superficial que desapareció cuando vieron que los números comenzaron a subir -para ellos- y terminaron dejando de lado esa naturaleza casi mística que existe en el círculo conformado por el COMPRADOR-PRODUCTO MUSICAL-VENDEDOR, utilizándola únicamente cuando podía servir como instrumento de marketing.

A pesar de esa desidia, esos empresarios tuvieron la suerte de que aquel círculo místico posee una profunda raíz que resulta muy difícil de quebrar. En muchos casos, vendedores y clientes desarrollaron amistades que trascendieron la existencia de las tiendas mismas. En ese entonces, los puntos de venta estuvieron llenos de personas que buscaron ingresar a esos subempleos por necesidad y por su afición por la música. Jóvenes aspirantes a melómanos, coleccionistas de cassettes y discos piratas, fanáticos de ciertos géneros, iban y se presentaban a las convocatorias para captar personal nuevo y al ingresar, se autocapacitaban. En muchos casos, los niveles de atención especializada en las cadenas musicales de Lima fueron altísimos pero aquello no fue, en ningún caso, mérito de los dueños, sino una casualidad de la cual se aprovecharon y que jamás valoraron debidamente.

¿Por qué pasó esto? Por la necesidad, por supuesto. La mayoría de aquellos jóvenes no contaba, al momento de empezar a trabajar en cualquiera de las cadenas mencionadas, con estudios superiores y aunque no eran del todo marginales, provenían en muchos casos de medios socioeconómicos que evidentemente no eran los mejores. Este es el esquema clásico que los expertos en problemática laboral denominan «mano de obra barata» y que, casi sin ninguna modificación, rige en el mercado laboral del Perú con enorme vitalidad y fuerza, en desmedro de las masas trabajadoras. La necesidad produjo un cuerpo de vendedores (una «fuerza de ventas») que terminó convirtiéndose en una cuadrilla homogénea que espera las directivas de quienes «más saben», los empresarios, los dueños. Como hoy ocurre en otros ámbitos de servicios, los horarios completos hacían imposible seguir estudios o tener una vida más normal. Porque para esos empresarios, hoy olvidados o metidos en vergonzosos líos legales, manejar una cadena de discotiendas era como vender ropa, seguros, celulares o papas. Pero no es así. No señores. Vender música es vender arte. Y eso fue lo que nunca comprendieron.

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Declive musical, discotienda, Industria discográfica, Tiendas de discos

[AGENDA PAÍS] Según la Real Academia de la Lengua Española, la RAE, se define a la prescripción, en una acepción relacionada al derecho, como “Modo de extinguirse un derecho como consecuencia de su falta de ejercicio durante el tiempo establecido por la ley”.

La situación por la que atraviesa el Perú, en este desorden estructural que alimenta la “ley de la selva”, donde el individualismo prima sobre el colectivismo, donde la palabra solidaridad es solamente parte de un bonito discurso pero ausente en la realidad, es un claro síntoma de que estamos perdiendo el derecho y la libertad de vivir en democracia.

El incremento de la violencia ciudadana y el sicariato ante la inacción de un Estado carente de ideas, de capacidades y de “cojones” para enfrentar con firmeza este atentado contra nuestra libertad de vivir en paz, no solamente aumenta la decepción que la ciudadanía tiene de sus autoridades, sino que también, llama a soluciones drásticas e incluso fuera de la ley, como el famoso “Plan Bukele” que temerariamente el Premier Otárola ha querido peruanizar presentándolo como el “Plan Boluarte”. A propósito o no, llamarlo “Plan Boluarte” le entrega la responsabilidad entera a la presidenta, es como jugar al todo o nada, con los riesgos políticos que eso implica.

Por el lado del Congreso las cosas no van mejor. El flamante presidente del Congreso, Alejandro Soto, una joya perdida de este poder del Estado, sale a la luz con un rosario de denuncias, declaraciones indignas hacia la madre de su hijo, con un ejército de “troles” que lo defienden en redes pagados con plata de todos los peruanos y con el “postre” supremo de haber promovido la Ley 31751 que acelera la prescripción de delitos, favoreciéndose él, varios congresistas y hasta Vladimir Cerrón.

Y esta semana, nos despertamos con la desagradable noticia que el terrorista del MRTA, Víctor Polay Campos, ha presentado una demanda contra el Estado Peruano por supuestas violaciones de debido proceso y derechos humanos que, por supuesto, ha sido admitida por la CIDH. Desde el gobierno de Sagasti, pasando por el de Castillo y ahora el de Boluarte, se debió tener conocimiento de esta solicitud (citando a la Dra. Delia Muñoz en su entrevista con Mávila Huertas) pero ya sea por omisión involuntaria o más bien, por querer esconder el hecho, los peruanos no estábamos enterados. Cierto que Sagasti salió de la toma de rehenes con un autógrafo de Néstor Cerpa Cartolini y que Castillo estuvo rodeado de personajes como el Canciller Héctor Béjar, actor en los 60’s de actos terroristas que lo tuvieron preso y otros como el congresista Bermejo, en pleno juicio por colaborar con extremistas.

Estamos perdiendo nuestro derecho a vivir en democracia, de hecho, ya no vivimos en una democracia plena porque no se puede vivir con temor; y los únicos culpables somos nosotros mismos que con nuestro voto, permitimos que incompetentes, requisitoriados y extremistas, tomen los poderes del Estado como el Ejecutivo y el Congreso que como consecuencia nos suman en el desorden, la desconfianza y la desesperanza.

Si el 2026 es el horizonte para un cambio de gobierno y de parlamentarios, nos queda en estos casi 3 largos años, ser incisivos como ciudadanos en exigirle al Ejecutivo acciones concretas de corto plazo para reactivar la economía y retomar la seguridad ciudadana. Con esos dos temas en vías de solución, tendríamos más que suficiente para recuperar la confianza, motivando a inversionistas extranjeros a regresar al Perú; y a contar con recursos para programas de inversión pública en infraestructura y mejorar servicios como salud y educación.

La democracia ya está en peligro y su prescripción tiene un plazo, 28 julio del 2026. Es nuestro deber mantener este derecho.

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Crisis política, prescripción de derechos., seguridad ciudadana, Víctor Polay Campos, vivir en democracia

[CASITA DE CARTÓN] Esta casita de cartón abre su puerta un 26 de agosto, un día en el que naciera el que ahora escribe años atrás como también el recordado escritor del jazz y de las rayuelas literarias de nuestro idioma, Julio Cortázar. Por eso mismo, este último sábado me levanté muy temprano para ir el café y restaurante, el ‘London City’, en pleno corazón del centro porteño, donde fuera un asiduo visitante el escritor en los días en que radicó en la ciudad que amó, odió y que le provocaba tanta nostalgia cuando estuviera con otros ‘muchachitos’ que cambiarían los párrafos de las letras mundiales, como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa entre otros grandes, cuando París todavía destellaba con honores el rótulo de ‘Ciudad de la luz’. Y como a muchos artistas que emigran en busca de nuevos aires e inspiraciones, descubrimientos como aprendizajes para sus obras, Cortázar lo haría a Francia, pero del que, por más que quisiera, sus pasos siempre estarían marcados por las huellas de Buenos Aires, y del que nunca pudo alejarse de él, en sí de la misma Argentina, por eso mucho de su obra, así estando lejos, bebe de estas latitudes como a la vez sus personajes están engullidos en estas geografías y costumbres, y he de aquí a una confrontación ya histórica con José María Arguedas, pero esa es historia aparte. Y como alguna vez Hemingway mencionara sobre su París que alguna vez pisó de joven como otras grandiosas plumas o artistas monumentales, como Fitzgerald o Picasso en los tiempos en que París era una fiesta, y de esto florece esta frase: ‘Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, entonces donde sea que vayas por el resto de tu vida, se queda contigo, ya que París es una fiesta’. En este caso, para los artistas latinoamericanos que hemos pisamos este país, Argentina, nunca lo olvidaremos, siempre quedará algún rastro de sus vientos como su insuperable y única pasión con nosotros por el resto de nuestros días.

En este café un hay una estatua del insigne escritor, sentado, que parece pensar mientras mira el panorama, casi existencial, para inspirarse a escribir, con un cigarro en la mano y unos lentes estilo intelectual y un libro, como tenía que ser, al costado. Así como innumerables fotografías en las paredes, como una tocando la trompeta. De la que no me sorprendería, y que allí mismo haya escrito algún cuento (hay varios) donde estuviera presente la atmósfera de su género musical favorito, el jazz, envuelto en los sonidos estridentes de Charlie Parker, escribiendo bajo esa frenesí envolvente, revoloteando las letras, ya que decía que escribía y trataba de caldear esas notas en la escritura, algo así como haría Kerouac.

Es curioso, pero al ver mucho de las fotos en estos tiempos de las redes sociales, hay una frase que normalmente es parte de la descripción de muchas fotos. Y que para sus lectores, no es de sorprenderse por su precisión y belleza, escrito en su obra más conocida, que sería parte del ‘boom’, Rayuela, de 1963: «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos». Majestuosa y hermosa, ¿no? Pero más hermoso es saberlo y poder decir a la persona que realmente lo merece, pero eso enseña los años, los pasajes y los ojos y lo cuánto se ha caminado. Y entre mi retrospección, alguna vez le oyera esa dedicación de mi amiga de la escuela, Perla Ballona, a su pareja de aquellos tiempos, otro amigo, Jefri. Pero aduciendo que la frase era de ¡¡¡Cancerbero!!! A lo que yo irremediablemente di mi grito al cielo diciéndole, es de ¡¡¡Julio Cortázar!!! Sucede que el rapero venezolano, por ese entonces muy oído, lo menciona al inicio de su canción, ‘Querer querernos’ y es por eso que muchos de mi generación erróneamente le atribuyen como autor y que aún hoy pasa al leer las descripciones de las fotos.

Luego, en la tarde la pasaría en una exposición de arte con dos grandes amigos artistas, Jairo Tokumine y su noble y tierna compañera, Jin Ju. Después de esa reflexiva e introspectiva charla en un bar de San Telmo sobre la función del artista y sobre la vida, comprendería de que lo que ‘natura no da, Salamanca no presta’, y a su vez, que uno puede escuchar a los vientos removerse, como el síncopas de una canción de jazz, pero de que no vuelve a rozar la misma brisa del mar, que para estos ojos de poeta, es la eternidad. Y luego iríamos a rockanrolear con mi siempre amigo y hermano, Bruno Raitzin, en una noche llena de bohemia y festividad, delirio y carnaval, como suele pasarnos cada vez que nos juntamos por nuestro querido River Plate, en Palermo. Para al día siguiente continuarla como se debe, en la cancha (5-1 ganó River) y en otra noche más de locura. Esta casita de cartón cierra su puerta con lo que entendió ese día al cumplir un año menos: que la vida no es más que una página escrita a medias, una parte que ya está escrita antes que naciera y la otra que está para escribirla hasta que el destino quiera.

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Buenos Aires, influencia cultural, Julio Cortázar, legado literario., Literatura, París

El Partido Popular Cristiano, de casi 60 años de existencia, ha decidido relanzarse y volver a incursionar en la política luego de los zarandeos internos que lo llevaron prácticamente a su disolución.

¿Tiene posibilidades? Se ve muy difícil. Primero por la gente que ha convocado para la ansiada renovación. Carlos Neuhaus podrá tener el prestigio de haber organizado los Panamericanos, pero tiene el carisma político de un clavo. Y ponerle el membrete de “renovación” a un dinosaurio como Miguel Ángel Mufarech es casi una broma.

Pero el mayor problema es que el PPC ya no tiene sitio en la atiborrada escena electoral peruana. Antes, en sus mejores tiempos -en los que nunca logró nada espectacular (su mejor performance fue en la Constituyente del 78, pero porque no participó Acción Popular)-, era la derecha ilustrada frente a la izquierda, el populismo radical del APRA y el neopopulismo moderado de Acción Popular. El PPC ocupaba, solo, sin disputa, el sector de la derecha.

¿Hoy dónde podría marcar presencia? No hay espacio. Hay decenas de movimientos de derecha, antiguos y nuevos, que compiten por el mismo electorado. ¿Qué distinguiría al PPC del resto? No se ve perfil propio, ni candidaturas espectaculares que lo saquen del marasmo. Inspirados tal vez en los pasajeros bríos mostrados por otro viejo inquilino de la política, como Acción Popular, cuya luna de miel ya terminó en medio de la corrupción, en el PPC crean que les puede ligar el boleto de la lotería.

El PPC, además, se desperfiló groseramente en los últimos tiempos. De ser un partido doctrinario pasó a ser una agrupación desembozadamente mercantilista, presta al manoseo de intereses, teniendo entre sus máximos representantes de ese perfil a Xavier Barrón, por lo que el PPC fue sugerido, irónicamente, de cambiarse de nombre, de ser el PPC a ser “Cambio de zonificación”, por su trasiego de licencias en los múltiples municipios en los que sí tenía éxito electoral.

Mucho futuro no se le ve a la anunciada renovación. Enhorabuena que más ciudadanos se interesen por hacer política y no se la dejen a los aventureros de paso, pero si el PPC quiere lograr algo preponderante, sólo será si logra sumarse a alguna de las agrupaciones en el amplio espectro de la centroderecha que ya existen, entre ya tradicionales y los nuevos partidos que asoman con flamantes inscripciones. La pregunta es qué puede aportar el PPC a esos eventuales pactos. Vaya uno a saber.

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Acción Popular, Carlos Neuhaus, PPC, Renovación

La frase es de Nano Guerra García, vicepresidente del Congreso y connotado parlamentario de Fuerza Popular. No lo debe discernir, tal vez, pero claramente lo suyo es una delusión publicitaria, marketera, que no se condice en absoluto con la realidad.

En materia de seguridad ciudadana el de Fujimori fue un gobierno tan desastroso como los actuales. No hizo nada para derrotar a la delincuencia y, más bien, hizo de la alta corrupción gubernamental un emblema particular. Y si lo a lo que quiere referirse Guerra García es a la lucha contra la subversión, debería empaparse un poco más de la historia.

Fujimori derrota a Sendero Luminoso no con el Grupo Colina ni los jueces sin rostro. Lo hace porque cambia la estrategia en la sierra, aplica una política que los propios organismos de derechos humanos reclamaban y enfatiza la inteligencia policial, no la represión indiscriminada, como hace el admirado protodictador Nayib Bukele en El Salvador.

Y respecto del tema económico, la cosa tiene claroscuros que es menester subrayar. Es verdad que Fujimori reforma la economía del país al punto de casi revertir las políticas estatistas que hiciera Velasco en los 70s y que ni Belaunde ni García I se atrevieron a remediar.

Durante el primer mandato de Fujimori se sentaron las bases del modelo económico que hasta hoy rinde frutos, al impedir que gobernantes mediocres como Humala, Kuczynski, Castillo y Boluarte (en materia económica) se hayan tumbado por completo la espiral de crecimiento y no nos hayamos conducido al abismo.

Pero a la vez, Fujimori, en su segundo mandato, casi borró lo bueno del primero en materia económica al paralizar las reformas de segunda generación, que un equipo tecnocrático encabezado por el entonces premier Alberto Pandolfi, tenía preparado, y que, esas sí, nos hubieran hecho pegar un salto hacia el desarrollo económico de primer orden (seguramente hoy estaríamos a la par que Chile si ello se hubiera hecho).

Pudo ser un Milei económico en su primera gestión, pero fue casi un kirchnerista en su segundo mandato, dejando, por ejemplo, a salvo, dos monstruos burocráticos, que hasta hoy lastran al Estado peruano, como Petroperú y Sedapal. A Guerra García le haría bien conocer un poco más de la historia de los gobiernos del padre fundador del movimiento que hoy integra.

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Fujimori, Guerra García, Milei., Nayib Bukele, seguridad ciudadana

[ENTRE BRUJAS: FEMINISMO, GÉNERO Y DERECHOS HUMANOS] La presentación del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) en Perú marcó un hito crucial al desvelar la trágica historia que nuestro país vivió entre 1980 y el año 2000. Durante el conflicto armado interno, más de 69,000 vidas se perdieron. A pesar de que han transcurrido dos décadas desde entonces, es preocupante observar que las recomendaciones formuladas por los comisionados aún no han sido implementadas.

A pesar de los esfuerzos de las organizaciones de derechos humanos y de las víctimas junto a sus familias, son pocos los casos que han logrado obtener justicia. En lugar de ver avances en la reconciliación y la construcción de la memoria, el informe y el proceso en sí continúan cargados de un injusto estigma promovido por aquellos que, por motivos políticos, buscan que persista la impunidad de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas.

Es fundamental destacar que la CVR enfatizó en la condena al terrorismo, señalando a Sendero Luminoso y el MRTA como los principales perpetradores de la violencia y quienes la iniciaron.

Al mismo tiempo, el informe evidencia las numerosas violaciones a los derechos humanos que se cometieron en el marco de la estrategia contraterrorista estatal, las cuales estuvieron motivadas por un profundo racismo. No es casual que la mayoría de las víctimas sean personas quechua hablantes o indígenas amazónicos.

Estos hechos no fueron excesos, sino graves violaciones de derechos que se llevaron a cabo de manera sistemática por miembros de las fuerzas armadas y la policía nacional, los cuales fueron motivados por un arraigado odio racial y de clase. Estos actos no fueron aislados, sino que formaron parte de una estrategia institucionalizada y tolerada durante los gobiernos de Alan García y Alberto Fujimori, principalmente.

Masacres, asesinatos colectivos, desapariciones forzadas, violaciones sexuales, torturas y otros tratos crueles y humillantes.

Señalar esto no implica negar el horror del terrorismo, ni eximir de responsabilidad o buscar la absolución para aquellos que decidieron enfrentar el descontento por las profundas desigualdades tomando las armas. Visibilizar y condenar el hecho de que la población tuvo que vivir y sufrir entre dos frentes (el terrorismo y la violencia estatal) tiene como objetivo fomentar una reflexión colectiva, para evitar que este escenario dramático se repita.

El Estado tenía la obligación de proteger a la ciudadanía del terrorismo, por supuesto. No hay duda de que el Estado debía tomar medidas para prevenir la propagación de la violencia y el horror. Sin embargo, lo censurable no es eso, sino que en el marco de dicha estrategia se permitiera y promoviera el odio, la violación, el asesinato y la desaparición de personas racializadas. El Estado no podía combatir el horror con más horror.

Una verdadera democracia no se construye negando el pasado ni fomentando el odio. El país necesita retomar los procesos de memoria y reconciliación incompletos para avanzar hacia una sociedad más respetuosa de los derechos humanos, donde el «terruqueo» no sea la herramienta para resolver diferencias y el racismo sea erradicado. Esta sigue siendo una tarea pendiente.

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Comisión de la Verdad y Reconciliación, conflicto armado interno, derechos humanos, violaciones a los derechos humanos

[EMPRENDE] Pensar siempre en el “paradigma globalizador” ha generado, quizás, para los gobiernos latinoamericanos, la necesidad de impulsar el desarrollo del comercio exterior y la modernización de la tecnología, acentuando en muchos casos los desequilibrios y desigualdades sociales y económicas en sus regiones y motivando de esta forma también, sucesos de migración de las regiones pobres hacia los lugares donde se concentra la mayor y mejor inversión. En muchos casos también permite que las culturas tradicionales vayan perdiendo claridad en sus hechos y que el manejo de la biodiversidad se altere en las regiones. Perdiendo además de vista, muchas oportunidades que se dan, al no reconocer actividades que se encuentran institucionalizadas y que tienen un fuerte componente social, siendo poseedoras de interesantes estrategias que, con el apoyo estatal, podrían revertir situaciones a futuro.

Por mencionar una de ellas, sería bueno auscultar un poco en lo que significan las empresas sociales rurales que son entidades muy organizadas con bienes en propiedad común y que manejan actividades que son por excelencia formas colectivas para la producción y que basan su desarrollo generando todo tipo de bienes bajo los principios agroecológicos sustentables y plasman su mirada en el tema de mercado sin obviar lo ecológico. Aún toman decisiones mediante asambleas, existe la autogestión y hay una economía llamada solidaria que no marca distancia de la tradicional historia de nuestros antepasados.

Creo yo, también, que continuar hablando de una economía solidaria, es seguir considerando la imagen de los apoyos mutuos, de las cooperaciones familiares y de las diversas formas de compartir conocimientos teniendo muy presente el sentido propiamente solidario. Esta estrategia lo que puede permitir es lograr que se satisfagan y se optimicen los procesos de desarrollo en los espacios locales, permitiendo en el sector rural un mejor nivel de vida de su población, motivando la participación conjunta para la potencialización de los recursos. Sin embargo, la realidad también nos permite reconocer que muchas empresas sociales rurales cuentan con recursos limitados, pues la mano de obra empírica, las habilidades de experiencia pura y el bajo capital alarga, pero no corta el camino para el cumplimiento de los estándares requeridos para los mercados locales, regionales y/o nacionales.

Es por esta sencilla razón que una de las prioridades, considero, es la necesidad de fortalecer las políticas para el desarrollo de todo el sector rural y poner en la agenda política la búsqueda de soluciones sostenibles integrales que trabajen procesos y no momentos de asistencia que no llevan a cubrir seriamente la necesidad y la posibilidad de cambio real. De esta forma, no sería iluso pensar en la posibilidad de emprendimientos comunales sostenibles, de la posibilidad de trabajos decentes en el campo, o de frenar las migraciones internas actuales de nuestra población, por una apuesta de cambio y de identidad fortalecida por las nuevas oportunidades que se generarían, en fin, son muchos también los problemas ya conocidos que se enfrenta en el sector rural, como la informalidad, la debilidad de algunas instituciones que no cubren expectativas siendo ineficaces en todo sentido, los sistemas de producción poco desarrollados; las infraestructuras inadecuadas y por supuesto lo más importante los accesos limitados a una buena y verdadera educación, a la inclusión financiera real y asistida y también a la  necesaria asistencia sanitaria. Superar estos temas, harían más eficiente y seríamos más eficaces en un contexto moderno integrado.

También cabe recordar que las economías llamadas rurales no solo son agricultura, como es bien sabido, éstas se caracterizan por tener una gran diversidad de actividades económicas, el turismo, el procesamiento y venta de productos de la tierra, en algunos casos la minería y diversos servicios que salen de la sociedad rural misma, para ello es muy importante contar con intervenciones intersectoriales, y que estén muy adaptadas al contexto rural propiamente. Superar la débil coordinación entre las instancias gubernamentales es fundamental para garantizar que las intervenciones obtengan los resultados esperados. Es papel fundamental del Estado brindar asistencia continua y considerar el acompañamiento constante a todas las apuestas empresariales que pueden surgir o que están plasmadas en la realidad rural, existen los programas sociales, existe la infraestructura, existen los expertos, lo que si falta es la planificación con base a un conocimiento probado de campo que supere los errores que los gabinetes y subjetividades cometen al plantear soluciones de apoyo sostenido, pero no eficaces.

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No tiene sentido que un país laico como el Perú tenga la cantidad de feriados religiosos que mantiene: semana santa, día de San Pedro y San Pablo, Santa Rosa de Lima (hoy), Todos los Santos, Inmaculada y Navidad.

El Perú es mayoritariamente católico, pero practicante de a de veras no debe pasar del 30% de la población. Por esa minoría, el país laboral y productivo pierde siete días al año en crecimiento de la economía, que hoy tanto urge (vamos a crecer alrededor del 1% al año hasta el 2026, según acaba de declarar el solvente economista Luis Carranza).

Dice textualmente Apoyo Consultoría: “En los últimos tres años, el Congreso ha aprobado cuatro nuevos feriados nacionales. Hemos pasado de 12 a 16 feriados para el sector público y privado al año. Si, además, consideramos otros períodos de descanso como las vacaciones, los días no laborales en el Perú suman 46 días al año, es decir, casi 20% del total de días potencialmente laborales del año”.

“Antes de la inclusión de estos nuevos feriados, el Perú ya era uno de los países con más días no laborables, con lo cual sobrepasamos a cualquier otro país de la región. Evidentemente, las vacaciones son un beneficio necesario para que los trabajadores descansen y por eso son un derecho laboral. Asimismo, todos los países celebran días especiales ya sea por religión, cultura o alguna festividad. Sin embargo, el Perú hoy se consolida como el segundo país con más días no laborables a nivel mundial, solo superado por Irán (53 días)”.

Los días religiosos que los celebren los católicos en su íntimo guardar y que eventualmente solo se mantenga vigente Navidad, que es ya una fiesta universal. Más bien, habría que agregar feriados laicos significativos, como el 12 de setiembre para recordar la captura de Abimael Guzmán y la victoria contra Sendero Luminoso.

Ya somos un país con un periodo de vacaciones laborales (un mes) extendido. La mayoría de países tiene a lo sumo quince días, como para encima sumarle los feriados. A ello hay que agregarle los de naturaleza solo estatal que con graciosa displicencia los gobiernos conceden a cada rato. Necesitamos urgentemente recuperar productividad y eso requiere ajustarse los cinturones y, además, se trataría de un justo recordaris de que no somos un país teocrático sino uno que se pretende laico y moderno.

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[LA COLUMNA DECA(N)DENTE] Durante los primeros meses de la presidencia de Dina Boluarte, el país ha sido testigo de una serie de acontecimientos que han dejado una marca indeleble en nuestra historia reciente y en la percepción pública nacional e internacional. Ciudadanos de diversas regiones, incluyendo Ayacucho, Puno, Apurímac y Cusco, entre otras, protestaron contra su gobierno y su permanencia en el mismo. Lo que debería haber sido una oportunidad para escuchar las voces de la ciudadanía, o de los «nadies», como le gustaba decir cuando ocupaba el cargo de vicepresidenta bajo Pedro Castillo, se transformó en una tragedia de proporciones inimaginables.

La respuesta de su gobierno fue desproporcionada y mortal. Las fuerzas del orden, en un acto que desafía la noción misma de justicia y respeto por los derechos humanos, abrieron fuego contra los manifestantes, dejando un saldo trágico de 49 vidas perdidas: 49 personas ejecutadas por proyectiles de armas de fuego. Las impactantes imágenes y las historias desgarradoras de familias destrozadas por las ejecuciones extrajudiciales de sus seres queridos no dejan de conmovernos.

Lo que agrava aún más la situación es el cinismo con el que Boluarte se expresó de los manifestantes. “Hay un grupo menor ligado a actos ilegales, en este caso, la minería ilegal y el narcotráfico (…) Hay gente ligada al Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef)”. Sin embargo, estas afirmaciones carecían por completo de pruebas sustanciales y parecían más una estrategia para desviar la atención de la brutalidad cometida por las fuerzas del orden bajo su mando. La incredulidad ante sus declaraciones se acentuó cuando intentó explicar algunas de las muertes como resultado de una supuesta “avalancha de cinco mil personas” o que “la mayoría de ellos [los fallecidos] es por impacto de un arma artesanal denominado dum dum”, una explicación que insulta la inteligencia y la sensibilidad de quienes buscamos la verdad y la justicia.

La presidenta Boluarte ha demostrado ser cínica, mentirosa e indigna de su cargo. Su falta de empatía hacia las vidas perdidas y su negación de la responsabilidad en estas muertes atroces son un ejemplo claro de su cinismo. Sus mentiras para justificar lo injustificable demuestran su total desprecio por la verdad y la confianza de los ciudadanos. Su indignidad se refleja en su incapacidad para reconocer los errores y asumir la responsabilidad, en lugar de esto, busca evadir las consecuencias de sus acciones.

En tiempos de crisis, el liderazgo político se somete a prueba y las acciones hablan más que las palabras. La presidencia de Boluarte ha quedado marcada por una represión desmedida y cruel, por afirmaciones infundadas y por la falta de moralidad en su respuesta a las ejecuciones extrajudiciales y otras violaciones de derechos humanos. Nuestro país merece líderes capaces de empatía, honestidad y responsabilidad; no merece una presidenta cínica, mentirosa e indigna.

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