Opinión

[Música Maestro] Música popular y guerras: En español

Un punto de vista diferente

La semana pasada, pensando en el conflicto que inició Israel contra Irán el pasado 13 de junio, con ataques supuestamente “preventivos” y del rol fallido de comisario que viene cumpliendo Donald Trump, con bombardeos de sobredimensionados logros y “llamadas de cese al fuego”, hicimos un recorrido por algunas canciones del pop-rock anglosajón que, en diferentes épocas, usaron el tema de las guerras (se me quedaron algunas: Culture Club, Slayer, Bob Marley, varias de Iron Maiden, como esta o esta otra). Esta vez haremos lo propio, pero usando composiciones populares en nuestro idioma.

Comenzaremos diciendo que, al haberse producido básicamente en Europa, Estados Unidos y Oriente Medio, los grandes conflictos mundiales no solían generar reacciones directas de artistas latinoamericanos, sino más bien referencias transversales o complementarias en canciones de mensajes genéricos que convocaban a la paz y la solidaridad, aplicables a cualquier coyuntura contraria a esos valores. A contramano, en nuestra región abundan los alegatos musicales sobre revoluciones, guerrillas, problemas político-sociales y resistencias frente a distintas formas de colonización e intervencionismo.

En el caso de España, al no haber sido tampoco protagonista activo en los enfrentamientos globales, los choques medio orientales de raigambre religiosa ni las invasiones norteamericanas motivadas por intereses geopolíticos y económicos, es más común encontrar composiciones ambientadas en sus propios líos internos: la Guerra Civil Española (1936-1939), la consiguiente dictadura franquista -que duró cuatro décadas-, los afanes divisionistas de Cataluña o el País Vasco.

Géneros musicales como la nueva trova de Cuba y la canción latinoamericana desarrollada principalmente en Chile y Argentina -también en Uruguay, México y Venezuela, en menores medidas e impactos-, además del pop-rock argentino y el punk español, fueron los vehículos más usados por artistas de la música popular para expresar sus adhesiones a las luchas sociales y la búsqueda de paz. Sin embargo, también hubo estrellas icónicas de géneros caribeños que, apelando a una visión festiva, irónica, tocaron temas relacionados a la guerra, dejando testimonio de su preocupación por esos asuntos, aun cuando estaba claro que se trataba de un punto de vista absolutamente distinto, producto no solo de las distancias geográficas sino también -y principalmente- de las idiosincrasias de cada región.

“Que la guerra no me sea indiferente…”

Si hay una canción en nuestro idioma que viene a la memoria cada vez que buscamos consuelo musical frente a las atrocidades que, hasta ahora, se siguen perpetrando sobre las poblaciones torturadas y hambreadas de Gaza –Israel es el monstruo grande que pisa fuerte la pobre inocencia de la gente-, esa probablemente sea Solo le pido a Dios del cantautor santafecino León Gieco. Sus versos, inspirados por el exilio de artistas y políticos de Argentina durante la dictadura de Jorge Rafael Videla, materializan los sentimientos de indignación que aparecen ante la injusticia y el abuso.

Como ocurrió con otros himnos de la trova sudamericana -por ejemplo, El pueblo unido jamás será vencido (Quilapayún, 1973); o Gracias a la vida (Violeta Parra, 1966); ambos chilenos-, este tema, que abre la cuarta producción discográfica de Gieco, titulada sencillamente 4° LP (1978), ha sido traducido a varios idiomas e interpretado por un abanico de artistas muy diverso, desde el norteamericano Bruce Springsteen (con el título I only ask of God) hasta la pareja española de esposos Ana Belén y Víctor Manuel San José -una de las mejores versiones aparece en el concierto El gusto es nuestro, de 1996).

Y, por supuesto, está aquella inolvidable grabación de Mercedes Sosa (1935-2009) que resume la semana de recitales de “La Negra” cuando volvió del exilio, en febrero de 1982, en el Teatro Ópera de Buenos Aires. Para una ocasión tan especial como esa, la recordada cantante tucumana invitó al mismo León Gieco quien, guitarra en mano y armónica en boca, a lo Bob Dylan, subió al escenario para conmover al público con su interpretación.

Entre los héroes de la trova sudamericana destaca el poeta, escritor, educador y músico Víctor Jara, símbolo de la resistencia artística de Chile. Entre 1966 y 1973 -año en que fue secuestrado, torturado y asesinado por el recién llegado régimen de Pinochet- lanzó ocho discos con canciones que iban desde homenajes a obreros hasta relecturas del folklore de otros países de la región. En su sexto disco El derecho de vivir en paz (1971) figura el tema-título, dedicado a los caídos en la guerra de Vietnam.

“Tus muchachos barren minas de Hải Phòng…”

Esta frase ubica geográficamente a Silvio Rodríguez y su canción Madre, que compuso pensando en su propia progenitora en 1973, en los campos minados cuya desactivación arrancó la vida a más de 200 soldados del ejército de Vietnam del Norte. Este tema apareció, por primera vez, en una selección de temas inéditos en 1977, titulada Antología, a guitarra y voz. Diez años después, en otro recopilatorio de canciones de varias épocas, Memorias, lanzó una versión más rítmica, con conjunto completo.

Como sabemos, Silvio escribió prácticamente todas sus canciones pensando en las campañas de Fidel, el Che Guevara y sus barbudos, pero su sensible y creativa pluma también puede relacionarse a las guerras en general, las de antes y las de ahora. El autor de clásicos de la canción revolucionaria como Ojalá, La era está pariendo un corazón (ambas publicadas en 1978), El tiempo está a favor de los pequeños (1984) o Preludio de Girón (1970), enfoca el tema bélico desde una perspectiva particular, denunciando sus horrores pero también describiendo/ensalzando el heroísmo de quienes caen luchando por un ideal.

Por ejemplo, en La gaviota (Unicornio, 1982), el cubano narra la historia de un soldado que vuelve intacto de la guerra, después de presenciar la muerte, la desesperación. De repente, una delicada gaviota lo distrae con su vuelo calmo. En ese preciso instante, una bala lo abate. Como vemos, no hay alusión a ningún conflicto específico. Pueden ser todos y ninguno. Del mismo modo, en Canción del elegido (Al final de este viaje, 1978), donde el protagonista viene de otra galaxia a matar canallas “con su cañón de futuro” en medio de la guerra (“la paz del futuro”). Alegorías hermosas de múltiple y vigente interpretación.

En un tono más relajado y sarcástico, el español Joaquín Sabina se mofa de la Guerra Fría en su tema El muro de Berlín (Mentiras piadosas, 1990) mientras que, en De purísima y oro (19 días y 500 noches, 1999), el autor describe la pobreza que azotó a España tras la guerra civil, recordando costumbres, formas de hablar y personajes en una narración cargada de simbolismos y referencias precisas que solo historiadores expertos en ese periodo y españoles que lo hayan vivido pueden entender a la primera.

Por su parte, el trovador y activista de izquierda venezolano Alí Primera (1941-1985) -padre de los tristemente célebres Servando y Florentino-, dedicó algunas de sus canciones al tema de las guerras, desde proclamas para levantar a las poblaciones oprimidas –No basta rezar (Vol. 2, 1979)-, las luchas por hidrocarburos en su país –La guerra del petróleo (La patria es el hombre, 1975)- o el conflicto en Vietnam, con una composición en que rinde homenaje a las madres –Mujer de Vietnam (Vol. 2, 1979).

“Nos dejaron varios muertos y cientos de mutilados…”

Como casi siempre en el rock argentino, las letras antibélicas tienen como foco dos temas muy específicos: la crisis social y política provocada por la Junta Militar (1976-1981) y el conflicto armado por las Islas Malvinas. Canciones clásicas del repertorio de Charly García, como Los dinosaurios (Clics modernos, 1983) e Inconsciente colectivo (Yendo de la cama al living, 1982) -solo por mencionar dos de su etapa solista- tienen que ver con lo primero, como también hizo con sus bandas previas, Sui Generis y Serú Girán. Por su parte, la furiosa No bombardeen Buenos Aires (Yendo de la cama al living, 1982) está inspirada en aquella guerra desigual contra el ejército británico.

También sobre ese asunto, una herida aun abierta en el corazón de Argentina, el cuarteto de punk Los Violadores compuso Comunicado No. 166, incluida en su segundo larga duración Y ahora qué pasa, eh? (1985), en que lanzan fuertes críticas a su propio gobierno, a poco tiempo de recuperar la democracia pero, especialmente, a los Estados Unidos y entes internacionales como la Comunidad Europea y la OTAN. Por cierto, el líder actual de esta coalición occidental, el holandés Mark Rutte, se deshizo en vergonzosos y genuflexos halagos la semana pasada ante Donald Trump, actualizando los reclamos de la banda liderada por Stuka y Pil Trafa.

El granadino Miguel Ríos lanzó, en 1976, su sexta producción discográfica, La huerta atómica. Es un álbum conceptual, al estilo del rock progresivo inglés, que narra la historia del dueño de una casa, al lado de una estación militar, que ve cómo se convierte en un infierno debido a la explosión de una bomba atómica. Los catorce temas del disco están conectados, en una suite musical crítica hacia las potencias que, en tiempos de Guerra Fría, pugnaban por desarrollar armas nucleares, con canciones como Bienvenida Katherine, La burbuja antirreacción o Buenos días, Supermán.

El punk español tiene, en bandas como La Polla Records y su hermana, Gatillazo, ambas lideradas por el siempre controvertido y lenguaraz Evaristo Páramos; y Eskorbuto -muy activos en la década de los años ochenta-; a las puntas de lanza de la protesta antisistema. En sus letras, frontales y agresivas, estos grupos disparan a todas las instituciones y fuentes de injusticia, entre ellas la maquinaria bélica y las relaciones internacionales que pisotean derechos con impunidad.

También desde España, el legendario cuarteto de heavy metal Barón Rojo -nombre inspirado en el apodo del piloto alemán Manfred von Richthofen, caído en 1918 durante la Primera Guerra Mundial-, escribió Hiroshima, para su tercer LP, Metalmorfosis (1983). Como los ingleses Iron Maiden o los alemanes Scorpions, Barón Rojo encontró en los conflictos armados una amplia temática para sus canciones, así como otros grupos metaleros de la época como Obús (España) o V8 (Argentina).

El quinteto de hard-rock Medina Azahara -como la ciudad sureña de Córdoba que fuera enclave musulmán desde su fundación en el siglo I d.C.- incluyó en su cuarto LP, Caravana española (1987), el tema El soldado, cuestionando la vocación de aquellos que se forman para morir y matar por intereses nacionalistas o corporativos. Por su parte, El Último de la Fila, popular dúo andaluz recordado por exitazos radiales como El loco de la calle o Como un burro amarrado en la puerta del baile, contribuyó a la onda antibelicista con Querida Milagros, de su primer LP Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana (1985). La letra es el contenido de una carta de despedida encontrada en las pertenencias de un soldado muerto en el campo de batalla.

“Si lo ven que viene, palo al tiburón…”

Rubén Blades dedicó al intervencionismo norteamericano, en tiempos de la guerra civil en El Salvador, uno de sus mejores temas. Con inteligentes metáforas, efectos de sonido -radios, gaviotas, olas de mar- y una instrumentación sofisticada donde brillan las percusiones de Milton Cardona, Johnny Andrews y Jimmy Delgado; los trombones de Lewis Kahn, Reynaldo Jorge y Willie Colón; y una sensacional línea de bajo de Salvador Cuevas; Tiburón dio con tanta certeza en el blanco que la comunidad latina de Miami terminó vetando al salsero hasta 1996. La canción se estrenó en el tercer disco del dúo dinámico de la salsa dura, Canciones del solar de los aburridos (1981). Y está, junto con Patria (Antecedente, 1988) y Prohibido olvidar (Caminando, 1991), entre sus canciones más políticas. Y eso que tiene varias.

Cuatro décadas atrás, en 1941, el guarachero y bolerista portorriqueño Daniel Santos (1916-1992), “El Anacobero”, grabó una de sus canciones más populares, el bolero Despedida –“Vengo a decirle adiós a los muchachos…”- del compositor Pedro Flores, también boricua. El recordado cantante de la poderosa voz nasal fue enrolado, ese mismo año, como soldado del ejército norteamericano que participó en la Segunda Guerra Mundial.

Años más tarde, ya como vocalista de La Sonora Matancera, grabó la divertida El corneta (1953) –“… te metiste a solda’o y ahora tienes que aprendé’…”, donde se burla de la vida en la milicia. Compuesta por él mismo, la jocosa guaracha incluye, al comienzo y en el intermedio musical, los clásicos toques de trompeta militar popularizados durante la Guerra de Secesión -llamados “bugle calls” en inglés- y que, hasta hoy, son de uso común en todos los ejércitos anglosajones, como la llamada para despertarse o avanzar hacia el enemigo.

En 1972, un olvidado sonero de la salsa primigenia firmó un par de temas, en clave bailable e ingeniosa, contra las guerras. Frankie Dante (1945-1993) compuso las descargas Presidente y Atájala (Se acabó la guerra) para el segundo disco de su Orquesta Flamboyán, lanzado por el sello Cotique Records, subsidiario de Fania Records. En la primera de ellas incorpora, para darle color al intermedio instrumental, el viejo himno presidencial norteamericano Hail to the Chief, escrito en el siglo XIX. En aquel disco, que los salseros de corazón conocen muy bien, los arreglos corren por cuenta de un integrante fundamental del supergrupo Fania-All Stars, el pianista norteamericano Larry Harlow (1939-2021), a quien su patota afrolatina apodó “El Judío Maravilloso”.

Por su parte, otro sonero boricua muy popular entre los amantes de la salsa clásica, Marvin Santiago (1947-2004), utilizó la historia de una canción infantil muy popular, que llegó hasta nosotros desde la Francia revolucionaria, para una divertida canción llamada El regreso de Mambrú, incluida en su octavo LP titulado Oficial! Y ahora… con tremenda pinta! (Top Hits, 1986), el último que lanzó desde la prisión, donde estuvo confinado por posesión y tráfico de drogas. Del mismo modo, la legendaria orquesta La Selecta, con la dirección del pianista y compositor Raphy Leavitt, dedica Soldado a cuestionar el envío de jóvenes a las guerras (LP Mi barrio, 1972).

Otros nombres destacados de la música latina hicieron, de manera directa o transversal, alusiones a la violencia y sus efectos en la población. El colombiano Joe Arroyo (1955-2011) dirigió su inspiración al pueblo de Medellín, bajo fuego por culpa de la red de narcos de Pablo Escobar, en el tema-título de su cuarto álbum al frente de la Orquesta La Verdad, La guerra de los callados (Discos Fuentes, 1991). Mientras que “la universidad de la salsa”, El Gran Combo de Puerto Rico, grabó Acángana (1963) pensando en la siempre latente amenaza de una bomba atómica que acabe con todos nosotros. “Después de muerto no se puede gozar” cantan Jerry Rivas y Charlie Aponte, en la nueva versión ochentera mientras que su director, el pianista Rafael Ithier, les lanza graciosas preguntas sobre la reencarnación.

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Señalar que en el Perú nunca existió una democracia es una perogrullada que pocos se atreven a enunciar. El concepto de crisis funge de comodín, de circunstancia atenuante. Entonces hablamos de la crisis de la democracia, de la crisis de los partidos políticos, de la crisis de la institucionalidad, pero no decimos que algo como la democracia nunca existió en el Perú y la verdad es que no pretendo ser crítico, ni dramático con este enunciado. Más bien, intento constatar una realidad para intentar coincidir en un punto de partida.

EL Perú nació militarizado y militarista. Sus primeros presidentes fueron los generales San Martín y Bolívar, después vinieron nuestros generales: Orbegoso, La Mar, Gamarra, San Román etc. Después el general de los generales, es decir, Ramón Castilla, manumisor de los esclavos, quien acabó con el tributo indígena, organizó el Estado y le dio forma al clientelismo más abyecto. Entonces los generales comenzaron a ser vivados. En realidad, la costumbre es antigua. ¡Viva el general! ¿cuál general? El que está en Palacio de Gobierno, quién más podría ser.

Y así construimos nuestra tradición política, nuestras instituciones y nuestra precaria división de los poderes del Estado. No es que en el siglo XIX la división de los poderes del Estado no existiese en absoluto. Existía a medias o inexistía a medias, fusionada con tradiciones más antiguas y arraigadas: el patrimonialismo, el corporativismo, el cuartelazo, la bayoneta, y un largo etc.

Pedro Planas se animó a decir lo que Alberto Flores Galindo no: la República Aristocrática, con todo lo que tuvo de aristocrática, fue el primer intento serio de instaurar en el país algo parecido a la democracia, solo que en versión minimalista (Planas dixit). Augusto B. Leguía canceló el proyecto y le impidió evolucionar.  “El Oncenio” nos trajo la dictadura que tantos aman en el fondo, que tantos esperan ver regresar en los confines más oscuros de su conciencia, que tantos sueñan angustiosamente como al recuerdo del padre represor.

Y la dictadura vino a quedarse, por lo menos en lo que le restaba de siglo al siglo XX. Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Odría, Velasco, Morales Bermúdez, Fujimori. El Perú de la pasada centuria no fue un país con intervalos autoritarios, como Chile, fue un país con intervalos democráticos, que observamos muy lejos de la posibilidad de echar raíces, de establecer alguna tradición.

El siglo XXI es astuto en el país de “Pepe el vivo”. Como me lo dijo un día el director de un colegio muy bueno pero muy conservador: “al final de cuentas, lo que importa es el billete”. Las formas de la democracia podrían resultar en un mecanismo aún más plausible del robo más descarado en agravio del Estado, y de la promoción de las actividades ilícitas más infames y creativas. Entonces tuvimos la democracia de cartón, o mejor de papel para no malograrle el descanso a Martín Adán. La democracia le es funcional a las mafias que gobiernan, la democracia no es el sistema, es el cascarón en el que ha anidado otro sistema, otro organismo que siempre estuvo presente en el Perú, pero que desde 2016 en adelante ha experimentado una vertiginosa y espeluznante metástasis.

Es difícil describir este organismo, más difícil es darle forma, es imposible decir lo que es, pero es la bestia con la que tenemos que acabar si queremos que en esta tierra de tantas noches oscuras, como decía Jorge Basadre, un rayo de esperanza democrático e institucional alumbre el próximo amanecer.

En el panteón de la memoria animada de nuestra infancia, Porky Pig ocupa un lugar entrañable. Tímido, tartamudo, ingenuo, con una pajarita sin pantalones y un corazón noble que brillaba frente a los desplantes del Pato Lucas. Porky era la encarnación de la dulzura cómica, el amigo bonachón al que todo le salía mal pero que siempre lo intentaba de nuevo. Su famosa frase “Eso es to… eso es to… eso es todo, amigos” nos hacía sonreír incluso antes de saber deletrear.

Compararlo con Rafael López Aliaga no es una broma: es una afrenta. Un insulto gratuito a nuestra infancia y a la inocencia que representaban aquellos dibujos animados.

Porky no gritaba. No insultaba. No buscaba pleito con la prensa ni menospreciaba a nadie por no tener fortuna personal. López Aliaga, en cambio, ha hecho del maltrato su estilo: llamó “perros sinvergüenzas” a los periodistas críticos, tildó de “delincuentes” a políticos opositores y llegó a decir que a las pequeñas empresas que no pagan sus deudas “hay que cerrarlas como sea”, sin mediar diálogo ni escuchar razones. Agresividad no como error, sino como método.

Su paso por la alcaldía de Lima no deja precisamente un legado de progreso. A los problemas reales ha respondido con discursos, no con soluciones. La ciudad sigue atrapada en el tráfico, la inseguridad  y la falta de planificación, pero él ya prepara las maletas. Al parecer, dejará el cargo para postular a la presidencia. No sin antes, claro, repetir su famosa retirada: “Eso es todo, amigos”… solo que esta vez, se lo dice a Lima. Se va dejándola en crisis, con demandas y sin planes ni rumbo claro, porque ya puso la mira en otra latitud donde pueda seguir causando estropicios,  pero a nivel nacional.

Comparar a Porky con López Aliaga es como comparar a Bambi con un cazador furtivo. Es confundir la ternura con la prepotencia. La torpeza entrañable con la soberbia ofensiva. Es, en resumen, una falta de respeto.

Quizás eso sea todo por el momento, pero lo de «amigos» no se lo cree ni el verdadero Porky.

[ENTRE BRUJAS] La gran mayoría de la población conoce algún caso de violencia contra las mujeres, ya sea en el entorno de pareja, en el espacio público o en el entorno familiar. Lamentablemente, se trata de un problema cotidiano, común y doloroso.

Aunque en el país se han logrado importantes avances en la prevención y sanción de estos crímenes, aún son insuficientes. Las cifras lo evidencian: miles de denuncias anuales por violencia sexual, agresiones físicas y psicológicas, así como feminicidios —162 en el año 2024— cada vez más crueles, reflejan una realidad terrible, que nos golpea a diario y contra la que debemos seguir luchando.

Durante años, no solo quienes nos identificamos como feministas, sino también muchas otras mujeres y hombres, han asumido un firme compromiso en esta lucha, generando una corriente de rechazo y preocupación que no debe detenerse ni debilitarse. Aunque la marcha Ni Una Menos no fue la primera en la historia de nuestro país, sí fue la más multitudinaria y diversa, al reunir a personas de diferentes estratos socioeconómicos, identidades, generaciones y roles en la sociedad. Definitivamente, fue un hito que marcó un punto de inflexión, generando la esperanza de reducir la tolerancia hacia la violencia de género en nuestro país.

Sin embargo, la actual crisis democrática y los retrocesos en materia de igualdad impulsados desde el Congreso, con el silencio o aval del Ejecutivo, afectan directamente la lucha contra la violencia hacia las mujeres y los integrantes del grupo familiar.

En este contexto, el congresista Alejandro Muñante, de la agrupación política Renovación Popular, ha presentado el proyecto legislativo N.º 11561/2021-CR, con el cual se busca amedrentar y criminalizar a las sobrevivientes de violencia de género y violencia familiar. La situación es grave, y la ciudadanía no puede permanecer ajena ante un escenario que podría tener un fuerte impacto en sus vidas y en las de sus seres queridos o entorno.

En concreto, esta absurda propuesta plantea sancionar a quienes supuestamente presentan “denuncias falsas”, promoviendo nuevamente el mito de que las víctimas mienten. Además, propone sanciones e inhabilitación para abogados, médicos, peritos o cualquier otro especialista involucrado en una denuncia, en caso de que esta sea considerada falsa. Es decir, si un especialista emite una opinión o certificado y luego la denuncia no prospera, podría ser sancionado.

Esta iniciativa, completamente misógina y con tintes revanchistas por parte de agresores, solo logrará que menos mujeres se atrevan a denunciar por miedo a ser criminalizadas. También empeorará la ya deficiente atención de los operadores de servicios y justicia, quienes actuarán no solo desde la desinformación, sino ahora también desde el temor.

Según la ENDES 2024, del total de mujeres que han sufrido violencia por parte de su pareja, solo el 29 % denuncia, precisamente por temor a la estigmatización y porque sienten que denunciar no da resultados. Por otro lado, un estudio del Poder Judicial reveló que entre 2018 y 2023, solo el 1 % de las denuncias llegó a una sentencia favorable a las víctimas. Así de dramática es la situación.

Esto no significa que las denuncias sean falsas, sino que el sistema les falla a las víctimas. Además, muchas abandonan los procesos por factores ajenos a la veracidad de los hechos, en un contexto de desprotección, estigmatización y hostilidad que las presiona constantemente.

Cualquiera que conozca a una mujer que ha sufrido violencia y ha tenido el valor de denunciar, sabe lo difícil que es el camino que enfrentar y acceder a la justicia: largo, hostil y lleno de dudas.

Las agresiones físicas, psicológicas y los delitos sexuales quedan impunes en nuestro país, sumiendo en la impotencia y el dolor a las víctimas y sus familias. Esta impunidad convierte al Estado en una entidad lejana y aumenta la desconfianza en las autoridades. Cada agresor que queda impune representa un riesgo para todas.

La mayoría de agresores sexuales de niñas —incluso aquellos que las asesinaron— ya tenían antecedentes de violencia contra otras mujeres o niñas. Denuncias previas que fueron desestimadas, delitos que no se sancionaron. La impunidad solo refuerza al criminal y a su poder.

No hay nada más miserable e indignante que utilizar este contexto de impunidad y de regreso de lógicas machistas, para proponer una norma como la mencionada. Intentar desalentar las denuncias y criminalizar a quienes no logran probar los hechos es una forma vil de quitarles a las mujeres el derecho a defenderse, a denunciar, a acceder a la justicia y a preservar su dignidad.

No solo los congresistas, sino toda la ciudadanía debe rechazar propuestas como esta, por su carácter absurdo y la falta de sustento técnico, pero sobre todo porque representan vehículos de impunidad y mecanismos para despojar de dignidad a todas las mujeres y niñas que sufren violencia en este país.

Por más que algunos sectores de la derecha se empeñen en revivir políticamente a Keiko Fujimori, la realidad —tarde o temprano— se impone con la tozudez de los hechos: es, según la última encuesta de Datum, la figura más rechazada del escenario electoral, con un 59% de desaprobación, que supera incluso a personajes deleznables como Waldemar Cerrón.

Ese dato, revelador y rotundo, debería bastar para que la derecha peruana —si es que le queda algo de sentido común— comprenda que su insistencia en una candidatura inviable no solo es un ejercicio de perniciosa nostalgia política, sino una peligrosa temeridad.

Keiko Fujimori estuvo a punto de ganar en el 2021, es cierto. Pero no porque hubiese convencido al país de su “renovación” ni porque hubiese conjurado los fantasmas del pasado, sino porque su oponente era un maestro rural improvisado, rodeado de incapaces y de ideólogos radicales, cuya sola presencia hacía temblar a buena parte del electorado. Aun así, perdió. ¿Qué otra prueba se necesita para entender que el antifujimorismo no es un simple sentimiento pasajero, sino una convicción democrática profundamente arraigada?

Porque el Perú, pese a su crisis política, no ha olvidado. Las esterilizaciones forzadas, los diarios chicha, los jueces digitados desde Palacio, las masacres encubiertas, la corrupción, la compra de congresistas. Todo eso permanece en la memoria colectiva como una herida abierta, y Keiko, con su ambigua distancia del legado paterno, jamás ha sabido —ni querido— cerrarla.

Persistir en su candidatura es suicida para cualquier estrategia de la derecha democrática. No solo porque divide el voto, sino porque representa todo aquello que la ciudadanía rechaza: el autoritarismo disfrazado de orden, el oportunismo con sonrisa impostada, el pasado que se niega a desaparecer.

Si la derecha quiere tener alguna posibilidad en el 2026, deberá encontrar nuevos liderazgos, más modernos, más éticos, más libres. Insistir en Keiko es regalarle el futuro al extremismo de izquierda.

 

[Música Maestro] 

Uno, dos, tres… ¿para qué estamos peleando?

“Escuchen gente… no sé cómo esperan detener esta guerra si no pueden cantar mejor que eso… ustedes son como 300 mil huevones allá afuera… ¡quiero que comiencen a cantar!” le espetó el cantante de country-rock y psicodelia Country Joe McDonald a la multitud de hippies en el festival de Woodstock, durante agosto de 1969, para que lo acompañen durante el coro de su himno I-Feel-Like-I’m-Fixin’-to-Die rag.

La canción, lanzada originalmente en 1967, dispara una letra sarcástica y dura, en ritmo de alegre country acústico, atacando el sinsentido al que se enfrentaban los jóvenes norteamericanos que eran enrolados al ejército para pelear en Vietnam, diciendo a los padres que envíen a sus hijos pronto “antes de que sea demasiado tarde” para que después se los devuelvan en una caja.

En ese periodo, marcado por las luchas por los derechos civiles, la liberación femenina y las reacciones ante la intervención fallida de los Estados Unidos en la zona de guerra del sudeste asiático, floreció la creatividad en músicos que usaron sus talentos y popularidades para unirse al clamor masivo que no entendía de intereses geopolíticos, ansias de poder y afanes hegemónicos del Tío Sam.

Aquel festival de tres días fue uno de los puntos culminantes para ese activismo que combinó arte musical y política. Nombres como Joan Baez, Arlo Guthrie (hijo de Woody) o la trovadora Melanie estuvieron, junto con Country Joe y, por supuesto, Jimi Hendrix y su alegoría a los bombardeos, generada magistralmente desde su Fender Stratocaster blanca, tras una dramática interpretación del himno norteamericano, estuvieron entre los más visibles de una contracultura que quizás no pudo detener la guerra, pero que trató de hacer sentir su voz pra proteger la vida de sus ciudadanos.

Y todos nosotros caeremos juntos…

Quizás Bob Dylan haya sido el compositor que dedicó más tiempo a reflexionar sobre las consecuencias nefastas de las guerras, especialmente en su primer periodo, cuando era un joven tremendamente idealista. Solo por poner un ejemplo, en 1963 lanzó su segundo LP The freewheelin’ Bob Dylan, que contiene canciones como Blowin’ in the wind -un interrogatorio cargado de sensibles metáforas-, A hard rain’s a-gonna fall -que hace alusión a la guerra nuclear y sus efectos- y, especialmente, Masters of war, letra que escribió sobre una melodía tradicional británica, en la que lanza dardos venenosos contra los que arman al mundo con bombas y balas, anunciándoles que, después de enterrados, irá a pararse sobre sus tumbas para verificar que, efectivamente, ya estén todos muertos.

En años posteriores, muchas otras estrellas de diferentes géneros, desde Bruce Springsteen hasta Metallica, desde Megadeth hasta Marvin Gaye, han confrontado desde sus letras con la codicia y la maldad de aquellos barones de los poderes políticos-económicos que se benefician con cada conflicto bélico y los padecimientos físicos y emocionales de los soldados. En 1970, el cuarteto británico Black Sabbath registró en su clásico tema War pigs, incluido en su segundo LP, Paranoid, diatribas que aplicaban tanto para las dos primeras guerras mundiales como para otros enfrentamientos como Vietnam, Corea o la Guerra de los Seis Días.

Otra clásica canción que usa la guerra como tema central es Gimme shelter, de los Rolling Stones, especialmente notable pues los famosos “chicos malos” regularmente no ingresaban en esos asuntos. El tema, que abre el octavo álbum oficial de los Stones, Let it bleed (1969), destaca por la portentosa voz de Merry Clayton, vocalista de soul y gospel, clamando en los coros “¡Violación, asesinato, a solo un disparo de distancia!”. Mick Jagger y Keith Richards, autores del tema, sostiene hasta ahora que la violencia que se vivía en esos tiempos fue la principal inspiración para hacerla.

Billy Joel, el hombre del piano, jamás luchó en Vietnam. Sin embargo, haber tenido muchos compañeros que sí lo hicieron lo inspiró para escribir la emotiva Goodnight Saigon, incluida en su octavo LP, The nylon curtain (1982). El cronista neoyorquino cuenta la historia de un escuadrón que cae frente al peso del Viet Cong y resalta, desde el punto de vista norteamericano desde luego, cuestiones como la hermandad, la solidaridad en batalla y la muerte, ante una insania bélica y el honor de las ordenes que se cumplían aun sin entenderlas del todo, algo que también desliza en Allentown, exitazo del mismo disco.

¿Por qué los presidentes no van a las guerras?

Es una de las frases que cantan, a gritos, Serj Tankian y Daron Malakian en el tema B.Y.O.B., uno de los más difundidos del cuarto álbum de System Of A Down, Mezmerize (2005). El acrónimo significa “Bring your own bombs” (Trae tus propias bombas) y, en el videoclip, podemos ver a una tropa de soldados irrumpir en un concierto del grupo para levantarlos en peso. Como sabemos, la banda con raíces en Armenia ha sido una de las más activas en esto de protestar abiertamente en contra de los maestros de la guerra.

Otros títulos de su discografía como Boom! (Steal this album!, 2002), War? o P.L.U.C.K. (System Of A Down, 1998), abordan el mismo tema, ya sea con referencias a la invasión norteamericana en Irak o el genocidio que sufrió su propia estirpe, a finales del siglo XIX e inicios de XX, a manos del ejército turco, respectivamente. Por cierto, en el segundo caso la sigla significa “Politically lying, unholy, cowardly killers” (Asesinos políticamente mentirosos, impíos y cobardes). Pero el cuarteto que hace poco remeció Lima no ha sido el único grupo contemporáneo que reacciona ante la barbarie bélica.

En 1994, The Cranberries, hasta entonces una banda de pop-rock alternativo de sonido más o menos romántico, electroacústico y amable, sorprendió con una críptica canción que hablaba de bombas, pistolas y madres que lloraban a sus hijos en guerra. Zombie fue el primer single del cuarteto liderado por la recordada Dolores O’Riordan (1971-2018) que se posicionó de inmediato en la memoria colectiva y se convirtió en sinónimo del pop-rock alternativo y el grunge de esa década. Como anteriormente lo hicieron sus compatriotas U2 y The Pogues, los Cranberries compusieron Zombie pensando en los conflictos internos de su país, Irlanda.

En esos mismos años, los californianos Rage Against The Machine lanzaron un par de álbumes cargados de furia y bastante polémica, especialmente por su desinformado apoyo a la locura senderista que asoló a nuestro país, a través del video de Bombtrack, uno de los temas de su disco debut. Sin embargo, canciones como Know your enemy (Rage against the machine, 1992) o Bulls on parade (Evil empire, 1996) sí enfilaron mejor las baterías hacia las agresivas políticas norteamericanas, convirtiéndose en clásicos de la resistencia musical. Como siempre, estos justificados arrebatos terminan siendo aplastados por la realidad y por el mismo ecosistema del espectáculo que, poco a poco, los va estigmatizando e invisibilizando hasta hacerlos minorías sin peso sobre la opinión pública.

2023-2025: Una guerra que divide a estrellas del rock

Desde octubre del 2023, el mundo está sometido a la incertidumbre y la desinformación, a escalas nunca antes vistas. En año y medio, ningún medio de comunicación occidental se ha atrevido a exponer los abusos en Gaza contra las poblaciones civiles palestinas, validando aquello del “derecho a la defensa” del Estado de Israel tras los ataques terroristas de Hamás.

Y hoy, después de una semana y media de que las huestes de Benjamin Netanyahu atacaran, sin previo aviso y amparándose en rumores, a Irán, sus titulares y páginas web están llenas de las consecuencias de la respuesta del régimen teocrático, cuna del ancestral Imperio Persa, también terribles por cierto, cuyas dimensiones se niegan a reconocer, concentrándose en repetir que son injustos, inhumanos y condenables.

Esa manipulación, mezcla de intencionales sectarismos ideológicos con ignorancias de múltiples niveles, ha generado polarizaciones dentro la escena de la música popular. A diferencia de las protestas hippies reunidas presencialmente en Woodstock, hoy los debates se dan a través de las redes sociales.

El ejemplo más claro fue la reacción de Roger Waters (81), que ha compuesto álbumes como The final cut (Pink Floyd, 1983) o Amused to death (solista, 1992), dedicados también a criticar guerras como las mundiales o la invasión estadounidense a Irak. El cantante y bajista inglés calificó con extrema dureza la actitud de Bono (65), vocalista y vocero de U2. El irlandés, en uno de sus multitudinarios conciertos en Las Vegas, pidió a una masa desinformada y que suele demostrar, especialmente, una supina ignorancia respecto de todo lo que pasa en Medio Oriente, que oren con él por los jóvenes israelíes que estaban en aquel festival de música que se desarrollaba a pocos kilómetros del infierno en la franja, obviando en sus plegarias a las víctimas son asesinadas allá, cotidiana y sistemáticamente.

Del pop de Eurovisión al punk de Holocausts

Otra manifestación de cómo las campañas propagandísticas encuentran ecos en la industria musical moderna de consumo masivo se produjo hace apenas un mes, durante el conocido concurso de talentos Eurovision. Creado en 1956, el festival internacional que lanzó a la fama a artistas como ABBA (Suecia), Céline Dion (representando a Suiza), Massiel (España), la banda de heavy metal teatral Lordi (Finlandia), entre otros, se anuncia como “apolítico” desde hace años.


Sin embargo, prohibió en el 2022 la participación de Rusia a consecuencia de las hostilidades con Ucrania, otros de los competidores. A pesar de este antecedente, Eurovision no accionó sus motores de censura contra Israel para las dos ediciones posteriores a sus ataques masivos sobre Gaza. Peor aun, influyó en el voto online que se abrió en la edición 2025 -en nuestros términos, soltó al ciberespacio a un batallón de troles- para hacer que su representante, la vocalista Yuval Raphael, llegue a la final, aun cuando su actuación no había recibido calificaciones positivas del jurado. Esto motivó reacciones en países como Bélgica y España, en medio de una crisis bélica y humanitaria que lleva ya varias décadas. Por cierto Israel, sin ser un país europeo, participa en Eurovision desde 1973.

Por otro lado, en las entrañas de Jerusalén, a media hora del Muro de los Lamentos, se encuentra el Club Pérgamo, un local nocturno donde se cocina desde hace algunos años un movimiento subterráneo integrado por músicos y artistas urbanos que, con sus declaraciones, desmienten la idea de que existe unanimidad en Israel respecto de toda acción militar que intente desaparecer a una raza. “Todos los extremistas religiosos del gobierno son belicistas, se benefician política, religiosa y económicamente de esta mierda», dice Roy Elani, joven cantante y bajista de la banda de crust-punk Holocausts que han lanzado un disco, Liberation (2023), disponible en su perfil de la plataforma BandCamp con poderosos riffs de thrash metal/hardcore punk y letras cantadas en hebreo, en las que critican el supremacismo sionista, las limpiezas étnicas y todas las formas de discriminación existentes.

Entre Jerusalén, Tel Aviv y Haifa -en estos días bajo fuego iraní por la irresponsabilidad y el cinismo de los principales líderes políticos de Israel- bandas como Holocausts o Alien Fucker son solo dos de las portavoces de esta movida que reacciona, como lo hicieron en su momento los hippies de Woodstock, los punks de Londres o toda la generación de grupos extremos que, desde D.R.I. en los Estados Unidos hasta Dios Hastío en el Perú, lanzaron sus gritos de ira frente a los acomodados líderes de cuello y corbata que deciden, sin el mayor remordimiento, quiénes pueden vivir y quiénes no. O como Bob Dylan quien, también en aquel segundo álbum de 1963, lanzó Talkin’ World War III Blues, toda una premonición.

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Recién el Papa León XIV, en carta dirigida a los periodistas peruanos que denunciaron el caso del Sodalicio de la vida cristiana y sus víctimas, ha señalado que <<hoy, vuelvo a elevar la voz con preocupación y esperanza al mirar hacia mi amado pueblo del Perú. En este tiempo de profundas tensiones institucionales y sociales, defender el periodismo libre y ético no es solo un acto de justicia, sino un deber de todos aquellos que anhelan una democracia sólida y participativa>>.

El mensaje de nuestro Santo Padre atañe al Perú y a la profunda crisis moral e institucional en la que estamos inmersos. Sin embargo, he querido enfocar las palabras del Sumo Pontífice desde una mirada global, internacional, pues la deriva de la democracia peruana es también reflejo de una coyuntura mundial en la que nos hemos olvidado de los derechos humanos más elementales y de las más básicas normas de convivencia entre las naciones.

Entrevistado hace poco por una institución académica, respecto de los cambios y continuidades entre los pontificados de Francisco y León XIV, señalé que un tema que debe levantar la Iglesia Católica en los actuales tiempos  es la indisoluble relación entre dos conceptos fundamentales: cristianismo y democracia.

La democracia contemporánea es un bien devaluado, es un cascarón, un esqueleto carente de órganos y de piel que le den vida. El drama es aciago pues ilumina, en medio de una lúgubre oscuridad, a las fuerzas que la han doblegado: los extremismos.

En esta columna hemos señalado reiteradas veces que la crisis global de la democracia como sistema político, pero también como marco que regula la vida entre los seres humanos, responde a los radicalismos progresistas. Estos radicalismos impusieron la cancelación, el olvido o supresión de eventos históricos <<políticamente incorrectos>> y han pretendido dividir a la humanidad en clanes o tribus, atentando así contra la universalidad de los Derechos Humanos.

También hemos denunciado la responsabilidad del ultraconservadurismo, el libertarismo y el ultranacionalismo que también pisotean Derechos Humanos, que difunden ideológicas misóginas y homofóbicas. Sus gobiernos transgreden cada vez con menos pudor el cerco de la democracia, la ley y las garantías constitucionales con la intención de apropiarse de los aparatos estatales bajo la forma de dictaduras soterradas.

Al 2025, el ultraconservadurismo ha inclinado la balanza a su favor luego de posicionar a Donald Trump como su líder global. Esta versión de Trump viene corregida y aumentada, no tienes límites, la legalidad internacional no le significa absolutamente nada y, en Irán, acaba de dar los primeros pasos – o bombazos- de lo que muy pronto podría convertirse en la Tercera Guerra Mundial.

Progresistas radicales y ultraconservadores son responsables del olvido de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, así como de la amnesia selectiva frente a derechos fundamentales del ser humano que están para ser respetados y defendidos en todos los casos.

Marx decía que la violencia es la partera de la historia y en parte llevaba razón. Lo cierto es que las guerras existen desde que decidimos sedentarizarnos y aparentemente no dejarán de existir aunque a veces da la impresión de que si ocurren, o si no se resuelven, es básicamente porque los seres humanos no somos capaces de transigir en soluciones básicas, elementales, que resolverían niños si se les plantease el problema en el aula de su escuela.

A pesar de que las guerras son de siempre, con la democracia y el orden mundial establecido en 1948 se avanzó en la edificación de un mundo que resolviese sus controversias en virtud de valores universales. Por eso aprecio tanto el llamado de León XIV a construir una democracia sólida y participativa que resulta también un llamado a la recuperación de los derechos fundamentales y del respeto a la vida, valor cristiano por excelencia.

Señálelo más seguido y con más fuerza, Papa peruano.

 

[MÚSICA MAESTRO] Brian Wilson (1942-2025): Toda una vida oyendo voces

El genio que no quería serlo

A Brian Wilson no le gustaba que lo llamaran “genio”, pues eso podía generar expectativas desproporcionadas sobre su trabajo. La palabra comenzó a asociarse a su nombre pasada la segunda mitad de los años sesenta, cuando ya tenía once álbumes en el mercado y el último de ellos, Pet sounds, recibía los mayores elogios de la crítica especializada, a pesar de que en su momento no le gustó prácticamente a nadie, por despegarse radicalmente del sonido “surf” que había creado con su grupo, The Beach Boys.

Como todo lo que hizo la banda entre 1962 y 1968, el legendario álbum de la carátula en que aparecen alimentando a unos animalitos en el zoológico de San Diego había sido también producto de su inagotable talento y vocación innovadora para componer y hacer arreglos vocales. La rivalidad que la prensa había creado entre los Beatles y los Beach Boys produjo algunas de las mejores producciones discográficas de mediados de los sesenta, que combinaron la estética pop-rock con sensibilidades sinfónicas y ganas de experimentar en los estudios de grabación, algo que en esos años también hicieron artistas como Grateful Dead, Bob Dylan o Frank Zappa & The Mothers Of Invention.

La sana competencia artística entre Brian Wilson y Paul McCartney solo trajo buenos resultados para los amantes de la buena música. Cuando el líder de los Beach Boys escuchó el LP Rubber soul -el sexto de los Beatles, que contiene clásicos como Norwegian wood, Nowhere man o In my life- decidió hacer algo mejor. Se encerró con el letrista Tony Asher y produjo el disco Pet sounds. God only knows, una de las canciones de ese disco, inspiró a McCartney para escribir Here, there and everywhere o Penny Lane y luego, para la construcción de “la banda del Sargento Pimienta”.

Wilson nunca disfrutó mucho de actuar en público –“me gusta estar más detrás de cámaras”, comentaba- y sus problemas psiquiátricos, que sufrió desde muy joven, lo hicieron pasar por épocas muy oscuras, tras su valiente actitud de romper los moldes de su propio grupo con aquel disco, una cruzada casi unipersonal que emprendió en búsqueda de extraer los sonidos que tenía en su cabeza. Solía pasar largas temporadas encerrado en su habitación, rodeado de personas ajenas a sus círculos familiares que le decían qué hacer para mantener un comportamiento social medianamente aceptable. Pero, cada vez que se recuperaba, hacía algo genial.

Brian Wilson, como Syd Barrett (Pink Floyd), Ian Curtis (Joy Division), Jim Gordon (baterista que terminó preso por asesinar a su propia madre) o Peter Green (Fleetwood Mac), es uno de los casos más conocidos de músicos acorralados por verdaderos demonios internos, más allá de haber desarrollado, posteriormente, vicios que bajo la apariencia de calmantes solo acrecentaban los síntomas de depresión, bipolaridad y enajenación. Tendencias suicidas e inseguridades múltiples poblaron la vida pública y privada de Brian, al margen de la atención y reconocimientos que recibía. Afortunadamente, esa vocación autodestructiva jamás fue más fuerte que su musicalidad.

Su muerte, el pasado miércoles, llegó para redondear una pésima semana para el universo de la música, al producirse un día después del fallecimiento de otra superestrella de los años sesenta, Sylvester Stewart, líder de Sly & The Family Stone. Y unos días después, nos enteramos del prematuro paso al más allá de Douglas McCarthy (58), uno de los fundadores de Nitzer Ebb, banda británica pionera de la música electrónica para discotecas. Nos estamos quedando sin los referentes que marcaron a fuego nuestra melomanía, pero nos quedan sus creaciones, eternas, inmortales. Brian Wilson, genio a pesar de sí mismo, habría cumplido 83 años este viernes 20 de junio.

The Beach Boys, una banda familiar

En 1958, cuando Brian Wilson tenía solo 16 años, comenzó a enseñarles a sus hermanos menores, Dennis (14) y Carl (12), a cantar en armonías escuchando canciones de The Four Freshmen y otros grupos vocales, supervisados por su rudo padre, Murry, quien tocaba el piano. Poco tiempo después se unieron al trío su primo, Mike Love (17) y un compañero de escuela de Brian, Al Jardine (16). Para cuando decidieron cambiar su nombre de The Pendletones a The Beach Boys, la configuración del grupo era así: Brian Wilson (voz, bajo, teclados), Carl Wilson (voz, guitarras), Mike Love (voz, saxo), Al Jardine (voz, guitarra) y Dennis Wilson (voz, batería).

Entre 1962 y 1965 la banda se convirtió en la más famosa y comercial de los Estados Unidos, puntas de lanza de un estilo que quedaría inmortalizado como “surf rock”. La dirección vocal de Brian permitía que sonaran como un coro sólido, inspirado en los conjuntos vocales del R&B y el doo-wop, pero con una base de pop-rock instrumental que emulaba el estilo de artistas como Dick Dale o The Ventures. El sonido de los Beach Boys influenció a bandas como The Byrds, Electric Light Orchestra, Queen y muchas otras representantes del pop progresivo, el indie y el dream pop de décadas posteriores.

Las voces altas y aterciopeladas de los hermanos Brian y Carl se combinaban perfectamente con los tonos más graves de Love y Jardine, mientras que Dennis aportaba los tonos intermedios. En vivo, se caracterizaban por tener una imagen luminosa y limpia, siempre con los cabellos largos pero ordenados y uniformados con sus clásicas camisas blancas de rayas negras verticales. En poco tiempo, The Beach Boys logró encarnar el espíritu de la subcultura juvenil de California.

En los estudios de grabación, contaron siempre con la colaboración de un conjunto de músicos de sesión de élite, conocidos como The Wrecking Crew, famosos por haber servido de banda de apoyo para grandes artistas del área de Los Angeles como Sonny & Cher, The Fifth Dimension, The Mamas & The Papas, entre otros. Entre sus miembros podemos mencionar, por ejemplo, a Hal Blaine -considerado el baterista con más sesiones de la historia-, los guitarristas de jazz Tommy Tedesco y Barney Kessel, los saxofonistas Steve Douglas y Plas Johnson -conocido por grabar la versión original del icónico tema de la Pantera Rosa- y la bajista Carol Kaye (90), una de las mujeres que más participaciones ha tenido en la edad dorada del pop-rock y jazz norteamericano.

En ese breve periodo de cuatro años, los Beach Boys registraron canciones que hasta hoy son sinónimo de verano, vacaciones y tablas hawaiianas: Surfin’ safari (1962), Surfin’ USA (1963), Fun fun fun, I get around, la balada Don’t worry baby, inspirada en las Ronettes y su productor Phil Sector (1964), Help me Rhonda, California girls (1965). Nueve álbumes con composiciones originales de Mike Love y Brian Wilson quien, por cierto, no tenía ningún interés en el surf -“Dennis es el único que sabe surfear, yo soy solo el compositor” decía- y uno de covers, el Beach Boys party! (1965) que contiene otro clásico de esa primera época, Barbara Ann, original de The Regents, además de temas de Bob Dylan, los Beatles y otros.

De hecho, escarbando en esa primera porción de su discografía, uno puede encontrarse también con algunas joyas de surf-rock instrumental como Moon dawg (1962), The rocking surfer (1963), Carl’s big chance (1964) y hasta una versión de Misirlou, cuya popularidad resurgió en los años noventa cuando Quentin Tarantino la incluyó en la banda sonora de Pulp fiction (1994), pero en la versión del guitarrista Dick Dale (1962). Sin embargo, el genio atribulado de Brian decidió ir más allá y, para 1965, se recluyó para cambiar la historia de los Beach Boys -y del pop-rock- para siempre.

Pet Sounds, una obra maestra

Pet sounds (Capitol Records, 1966) es la culminación de una búsqueda interna del mayor de los Wilson por la perfección musical. Este es, definitivamente, el punto más alto de la esquizofrenia de Wilson traducida en combinación de finas e intrincadas armonías vocales, sofisticadas instrumentaciones pop-rock con modulaciones y disonancias propias de la música clásica y uso de diversas tecnologías de estudio, sonidos exóticos, efectos y otras herramientas para lograr el resultado que buscaba.

La segunda etapa del grupo, que había comenzado con algunos temas de los dos discos previos -All summer long y Summer days (And summer nights!!), de 1964 y 1965, respectivamente- es, además de mucho menos conocida, más experimental y rica en matices. Más allá de los rótulos que ha recibido a casi sesenta años de su aparición -pop barroco, pop psicodélico, pop progresivo, rock sinfónico, etcétera- el Pet sounds es producto de una mente atormentada y prodigiosa, atemporal y clásico.

Para esa época (mediados de 1965), Brian había iniciado el tortuoso camino de aislamiento que terminó alejándolo de los escenarios. Paralelamente, una explosión de sonidos gobernaba su cerebro, hasta el punto de pensar que estaba volviéndose loco. La actitud cada vez más antisocial de Brian alteró la relación con sus hermanos y compañeros, especialmente con Mike Love quien nunca estuvo 100% de acuerdo con la nueva dirección musical que adoptaron.

En líneas generales, Pet sounds es un compendio de sentimientos melancólicos y romántica desesperanza, enmarcados en inspiradoras secuencias de acordes y armonías sublimes, como en You still believe in me o Caroline, no, que cierra el disco. I just wasn’t made for these times es, en palabras del propio Wilson, la descripción más exacta de cómo se sentía en ese momento. De las trece canciones del álbum original -en 1997 apareció una colección de cuatro discos compactos con todas las sesiones- solo tres ingresaron al canon de grandes éxitos de los Beach Boys.

Sloop John B., la única no firmada por Wilson y Asher -es originalmente un tema tradicional de las Islas Bahamas, que narra un naufragio -, Wouldn’t it be nice y God only knows. Esta última se convirtió en la máxima expresión de la genialidad de Brian Wilson -Paul McCartney la nombró “su canción favorita de todos los tiempos” y Barry Gibb pensó en dejar de componer después de escucharla-, en la que confluyen tanto sus influencias beatlescas como su pasión por la orquestación clásica, con el uso del corno francés como instrumento melódico principal y la acumulación de bajos y teclados para que sonaran como secciones más amplias. En lugar de cantarla él mismo, le cedió esa responsabilidad a su hermano Carl. Y el resultado fue brillante.

Los 36 minutos de Pet sounds exhiben una inteligente mezcla de estilos y sonidos, con armonías encantadoras, cargadas de una atmósfera de ingenuidad y juventud -Brian tenía 23 años en 1966- que también contrasta con la densa sensación de estar haciendo música de vanguardia, como en los instrumentales Let’s go away for awhile y Pet sounds, o en el revolucionario uso del theremín eléctrico en I just wasn’t made for these times, la primera vez que se usó esta innovación en un disco de rock.

1967-1988: De Good vibrations a Kokomo

Después del logro artístico de Pet sounds, álbum que obtuvo masivo reconocimiento del público recién treinta años después, Brian Wilson logró plasmar una vez más su genialidad, antes de sumergirse en un oscuro ostracismo del cual logró salir de manera intermitente durante las siguientes dos décadas. Autoexiliado en su habitación, Brian Wilson compuso y grabó Smile, que fue anunciado como una continuación del concepto del álbum anterior.

Sin embargo, el disco nunca vio la luz en su momento y se volvió una especie de leyenda. En su lugar, la banda grabó una versión menos densa, que titularon Smiley smile y que produjo otras dos joyas para el catálogo de los Beach Boys: Heroes and villains -cuya secuencia inicial seguramente inspiró a Charly García para su composición Mientras miro las nuevas olas (Serú Girán, Bicicleta, 1980) y Good vibrations, una mini suite vocal de enorme calidad. El tema condensó nuevamente y de manera brillante, los ideales que transmitían los Beach Boys: inventiva musical, letras inspiradoras y un poder de atracción que ha soportado la prueba del tiempo.

Entre 1968 y 1979, The Beach Boys lanzaron once álbumes, pero ninguno logró replicar ni el éxito masivo de su primera etapa ni los picos creativos de Pet Sounds/Smiley smile. Brian Wilson se replegó y estuvo, en varias ocasiones, al borde de abandonarlo todo. Con sobrepeso y entregado a sus adicciones, que cruzaba con gravísimos episodios de paranoia, ataques de pánico y colapsos nerviosos, cedió la dirección del grupo a Mike Love y su hermano Carl. Siguió participando como compositor, vocalista y tecladista, pero ya no con el rígido control creativo de antes.

Algunos puntos altos de este periodo son los discos Surf’s up (1971), Carl and The Passions (1972) y The Beach Boys love you (1977), manifiestos sonoros de principio a fin, pero sin singles. En medio, la recopilación Endless summer (1974), fue un éxito de ventas millonarias. Para las actuaciones en vivo, Brian Wilson era reemplazado por colaboradores cercanos del grupo como Glen Campbell o Bruce Johnston, quien se hizo miembro estable a mediados de los setenta.

Durante los ochenta, The Beach Boys no mantuvieron la misma actividad de las dos décadas anteriores. Este periodo estuvo marcado por las crecientes tensiones entre Brian y el resto del grupo, sus permanentes ingresos a tratamientos psiquiátricos y para bajar de peso, dirigidos por su doctor Eugene Landy -quien finalmente sería acusado de estafa- y la muerte de Dennis Wilson, ahogado mientras surfeaba en California, en 1983.

Sin embargo, casi a finales de la década tuvieron un regreso triunfal a los rankings del mundo entero con Kokomo, canción que sirvió como banda sonora de una película llamada Cocktail (1988), protagonizada por Tom Cruise. En este tema, de sonido plácido y caribeño, Brian Wilson no tuvo nada que ver. Los años siguientes vieron a los Beach Boys convertidos en una retahíla de juicios por regalías, reuniones esporádicas y un par de discos sin mayor resonancia. La muerte de Carl Wilson, de cáncer, en 1998, parecía decretar el ocaso de aquella banda formada en una casa familiar.

El retorno de Smile y más allá

La carrera de Brian Wilson se revitalizó en el 2004 con el esperado lanzamiento de Smile, el proyecto trunco de 1967, con nuevas grabaciones de los temas que había compuesto en aquella ocasión junto al tecladista de sesiones Van Dyke Parks. El álbum fue presentado en concierto, en el Royal Festival Hall de Londres, con críticas muy positivas y el respaldo del público. Siete años después, apareció The Smile Sessions, con las grabaciones originales de los Beach Boys.

El regreso de Smile fue, para Brian Wilson, la tabla de flotación que necesitaba en ese momento, después de todas las turbulencias por las que había atravesado. Esta nueva versión de Smile era su sexta producción como solista, un camino que desarrolló intermitentemente con apariciones como invitado, diversos homenajes en vida y lanzando sus propios discos, revisitando canciones de George Gershwin, de las películas de Walt Disney y de su propio material. At my piano (Decca, 2021), fue su última grabación oficial, una selección de sus composiciones más famosas tocadas en piano clásico.

[EL DEDO EN LA LLAGA]  La peruana Jenny de la Torre Castro, conocida médica de personas sin hogar de Berlín, falleció el 10 de junio de 2025 a los 71 años de edad tras una larga y grave enfermedad, según dio a conocer la Fundación Jenny de la Torre, creada por ella misma en 2002.

De la Torre nació en 1954 en Nazca (Ica) y creció en Puquio (Ayacucho) en condiciones humildes. En 1976 llegó a la República Democrática Alemana (RDA) con una beca, se convirtió en especialista en cirugía infantil y se doctoró en la Charité, un hospital público universitario de Berlín. A partir de 1994, trató gratuitamente a personas sin hogar en la estación de tren Ostbahnhof de Berlín. Por su compromiso, recibió múltiples reconocimientos.

El siguiente artículo es una semblanza, originalmente en alemán, publicada el 18 de marzo de 2014 en Infostelle Peru. Su autora, Hildegard Willer, es una periodista independiente que reside en Lima y escribe para varios medios alemanes.

* * *

Trabajadores sociales, cooperantes al desarrollo y misioneros alemanes van al llamado Tercer Mundo para «ayudar» a los más pobres. Jenny de la Torre ha elegido el camino opuesto. La médica peruana se dedica en Berlín a cuidar de los marginados de la sociedad alemana.

Jenny de la Torre tiene algo en común con la mujer más poderosa del mundo. Ambas casi se pierden el evento histórico más importante que ocurrió frente a sus puertas. Angela Merkel afirma que el 9 de noviembre de 1989 estaba en un sauna, mientras que Jenny de la Torre, quien se hallaba en una piscina de Berlín Este, era la única que en ese momento estaba rindiendo su examen de natación. Tras 13 años en la RDA, un país que producía campeonas mundiales de natación en serie, Jenny de la Torre quería aprender de los mejores y perfeccionar su estilo de natación. Precisamente en ese día cayó el Muro de Berlín; la vida de Jenny De la Torre dio un giro que la llevó hacia los más pobres de la sociedad y, finalmente, a la Pflugstrasse 12 en Berlín Centro.

La casa en la Pflugstrasse 12 es un edificio de ladrillo rojo en una calle que hasta ahora ha escapado al saneamiento. A menos de 100 metros estaba el Muro; esa antigua zona marginal ahora se encuentra en el corazón del vibrante Berlín moderno. Sobre la puerta de madera de doble hoja se lee «Centro de Salud para Personas sin Hogar». Una mujer de apenas 1.60 metros, con un corte de pelo sencillo y redondeado, vestida con pantalones blancos y bata, abre la puerta. La doctora Jenny de la Torre es la directora del Centro de Salud para Personas sin Hogar. Su consulta está decorada de forma sobria y funcional, sin fotos familiares. No hay cruces, retratos de Che Guevara ni símbolos que indiquen una creencia. Solo una gran placa con el juramento de Hipócrates:

«Estableceré prescripciones médicas para el beneficio de los enfermos según mi capacidad y juicio, pero me abstendré de aplicarlas para causar daño o de manera injusta».

Su infancia en los Andes peruanos le mostró a Jenny de la Torre lo importante que puede ser encontrar a un médico a tiempo.

Puquio

Era difícil hallar un médico en Puquio. Hace 50 años sólo se podía acceder a este pueblo en las altitudes de los Andes peruanos tras varios días de viaje por un camino accidentado. Jenny de la Torre tenía 6 años cuando su madre enfermó gravemente, y la familia hizo venir al único médico del distrito desde lejos. De repente alguien llamó a la puerta y un muchacho de 13 años, con el rostro empapado en lágrimas, irrumpió. «El médico debe venir a ver a mi padre, está enfermo, ¡rápido!», suplicaba el muchacho. La pequeña Jenny explicó que el médico estaba atendiendo a su madre y no podía ir inmediatamente con el padre del otro niño. «Me sentí tan mal cuando los dos niños discutíamos por el médico», recuerda 50 años después este episodio, que fue una experiencia clave para ella. En ese momento tomó forma una certeza: hay muy pocos médicos en Perú para la población pobre. Y decidió que quería ser médica para ayudar a paliar esa carencia.

En el segundo piso

En el segundo piso del centro de salud, el olor estéril del hospital se mezcla con el aroma de comida caliente y el de ropa sucia sobre pieles sin lavar. Es invierno en Berlín, las calles están mojadas o heladas, y las temperaturas rara vez superan los cero grados. Sobrevivir en la calle en invierno es brutal. Las personas sin hogar que llegan a la Pflugstrasse 12 para comer algo o calentarse no se han lavado en días. Jürgen G. siempre lleva su bolsa deportiva con todas sus pertenencias y busca un lugar donde dormir. A su lado, un hombre con cabello gris desaliñado, barba larga y rostro enrojecido por el frío o el alcohol podría tener 50 o 70 años. Es mucho más alto que la doctora, como él la llama. Tiene molestias en la rodilla. Jenny de la Torre organiza una consulta para él con un ortopeda, un colega jubilado que, como todos los médicos y psicólogos aquí, trabaja de forma voluntaria. «A nosotros vienen personas de todas las clases sociales, la falta de hogar puede afectar a cualquiera», cuenta Jenny de la Torre. «Incluso en un Estado social como Alemania».

Ostbahnhof

Cuando la doctora Jenny De la Torre comenzó en 1994 a ofrecer consultas médicas para personas sin hogar en la estación de tren Ostbahnhof de Berlín, fue la culminación provisional de una larga odisea. En 1976 llegó a Leipzig como estudiante de medicina. «Por casualidad», dice la doctora. «Una compañera con una beca de la RDA estudiaba en Rostock y en un aula de la Universidad de Ica se leyó una postal suya. Pensé que yo también podría intentarlo». Logró obtener una beca y, tras finalizar sus estudios en los años 80, regresó a Perú. Pero no contaba con la burocracia peruana. Hasta el día de hoy, los médicos enfrentan dificultades para que se reconozcan en el Perú sus estudios realizados en el extranjero. Tras casi un año de trámites infructuosos, Jenny de la Torre se rindió y regresó a la RDA, donde se especializó en cirugía pediátrica. Poco después de la caída del Muro, intentó de nuevo en el Perú, pero fue en vano: el Colegio Médico del Perú exigía siempre nuevos documentos. El país, que tanto necesita médicos, no se los pone fácil a éstos.

Jenny de la Torre regresó al país donde ya había vivido 14 años. Era una de las muchas médicas desempleadas del Este en la Alemania recién reunificada. La Cámara de Médicos de Berlín le ofreció finalmente un proyecto: establecer un consultorio para personas sin hogar en Ostbahnhof.

«Para el consultorio solo teníamos un cuarto de 12 m² sin ventanas junto al comedor», recuerda Jenny de la Torre sobre su primer lugar de trabajo con personas sin hogar. «He visto enfermedades que no esperaba encontrar aquí. El estado catastrófico de mis pacientes me impactó profundamente. Sarna, piojos, heridas abiertas en las piernas y calcetines pegados a la piel eran algo cotidiano. En la RDA me preparé para mi país, sin saber dónde sería asignada. Todas esas experiencias las pude aplicar aquí con mis pacientes».

Tomar una decisión

Tras dos años de medicina para personas sin hogar en Ostbahnhof, Jenny de la Torre recibió otras ofertas de trabajo. Las rechazó y se quedó. «¿Qué es más importante: la vida o el dinero? El dinero se puede ganar en cualquier lugar, pero aquí es donde más me necesitan».

No solo era requerida como médica. Cuando se atiende a personas sin hogar, también hay que ser un poco abogada, trabajadora social y psicóloga. La doctora ha visto lo rápido que una persona sin hogar puede quedar fuera de todos los sistemas del Estado social y lo difícil que es reincorporarse. «En Alemania hay un sistema de ayuda social, quizás uno de los mejores del mundo. Y, aun así, hay personas que se caen de la red social. Cuando te vuelves pobre y terminas en la calle, estás casi siempre solo. No solo afecta a los pobres, sino también a miembros de otras clases sociales que, debido a un golpe del destino, se convierten en personas sin hogar».

Con el tiempo, llegó el reconocimiento público por el compromiso médico y social de Jenny de la Torre. La Charité le otorgó un doctorado honoris causa. En 2002 recibió el premio mediático «Gallina de Oro». El dinero del premio fue la base inicial para crear su propia Fundación Jenny de la Torre, con la que sigue atendiendo a las personas sin hogar en Berlín.

Que ella, proveniente de un «país en desarrollo» como Perú, ahora cuide de los marginados de una sociedad rica no sorprende a Jenny De la Torre. «No importa dónde vivas, sino qué haces. No importa si eres peruano, chino o lo que sea. Simplemente hay que ayudar».

La doctora Jenny De la Torre no se considera una buena samaritana de turno, sino que ayuda porque es exactamente lo que le gusta hacer. Ayudar como autorrealización. Y también como dar y recibir. «Todos dependemos unos de otros. La ayuda que doy, regresa».

Quizá no solo aprendió esto en la facultad de medicina, sino en su infancia en las montañas de Puquio. «Reciprocidad» —el equilibrio entre dar y recibir— es la base de la visión andina de la solidaridad, que ha llevado a la doctora Jenny de la Torre a los márgenes de la sociedad alemana.

(Traducción de Martin Scheuch)

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