Opinión

 

Rara vez pensamos en agradecer a las personas que deciden apostar por trabajar por el país. La mayoría de los funcionarios públicos nos decepcionan tanto, que nunca reflexionamos sobre los costos que implica para una persona de buena fe aceptar un cargo público.

A los pocos días de dejar el cargo, Mirtha Vásquez se colocó como foto de perfil de Instagram la caricatura hecha por Andrés Edery, donde se la retrata como una bombera triste, cansada de intentar apagar el fuego causado por el Presidente de la República. Admite en una entrevista con la República que la situación actual del país le genera mucha preocupación, pero también tristeza. ¿Cómo no empatizar con Mirtha Vásquez? Por más que nos encontremos en orillas opuestas del espectro político, la preocupación y tristeza por el incierto futuro de nuestro país, nos une.

 

Su gestión no fue maravillosa. Duró muy poco como para realizar alguna reforma relevante. Tuvo algunas cosas positivas a mi parecer, sí, como presionar por un ministro de educación alejado del FENATE, y establecer el retorno a clases como prioridad, que era de las cosas más importantes y urgentes que se tenían que hacer. ¿Se imaginan estar hoy, 07 de febrero, sin una fecha para el retorno a las aulas?

Tuvo también un enfoque distinto en términos de conflictos sociales, que permitió resolver algunos sin violencia, sin embargo, sus lamentables declaraciones sobre el cierre de minas en Ayacucho borraron parte de lo logrado en ese sector. Logró colocar algunos ministros mejores a los que probablemente hubiera colocado el Cerronismo, y finalmente, se mostró intransigente ante la evidente corrupción que denunció Avelino Guillén en el sector interior. Su principal función, claro estaba, era ser el tapón de algo mucho peor. Y vaya que algo mucho peor llegó.

Me considero una persona de derecha, y nunca he votado por el Frente Amplio, y probablemente no votaría por Mirtha Vásquez en una elección futura, porque tenemos visiones muy distintas de cuál es el mejor camino para construir un país más próspero. Sin embargo, también creo que el Perú está entrampado entre nuestras rivalidades, y no ser capaces de dialogar entre nosotros es parte de lo que ha generado la debacle política en el que estamos. Nos hemos convertido en un país donde somos “anti- algo” antes que “pro- Perú”, incapaces de encontrar consensos mínimos y construir una visión país en común. Esto me hace reflexionar sobre la importancia de valorar lo bueno de quién está en la orilla opuesta, y poder ver la paja en el ojo propio.

Vásquez se despide con sencillez, en esta entrevista con La República. Menciona que no renunció antes porque el país no podía darse el lujo de enfrentar más inestabilidad. Reconoce que trabajar con Pedro Castillo era cercano a imposible. Que el desorden es total. Sabe que haber sido parte de este gobierno le pasará factura, pero considera que el país lo vale. Efectivamente, aceptar ser funcionario público nunca es fácil: ¿cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dejar la seguridad de nuestros trabajos en el sector privado, por un puesto inestable, en el cual se reciben ataques y cuestionamientos diarios de todos los sectores? Considero que Mirtha Vásquez sirvió al país con errores, pero finalmente estuvo ahí cuando se la necesito para darle una salida a un gabinete tan nefasto como el de Guido Bellido. Merece el agradecimiento del caso por los pocos meses dedicados al país, que le deben haber parecido años.

 

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Mirtha Vasquez, Pedro Castillo

 

Sobrecoge la incapacidad del presidente Castillo de enmendar rumbos y de percatarse de la hondura de la crisis social y política a la que ha conducido al país en apenas seis meses de gobierno. Sin propósito alguna de enmienda vuelve a cometer los mismos errores una y otra vez, carente de perspectiva política o, inclusive, de parámetros morales para tomar las decisiones correctas.

 

 

Lo volvió a poner en evidencia en su ridículo mensaje a la nación el viernes último, cuando anunció el recambio del gabinete, donde no mostró signo alguno de autocrítica y, más bien, enfiló sus baterías contra el Congreso y la prensa acusándolos veladamente de la parálisis que aqueja a su gobierno.

Es previsible, en consecuencia, que la designación del gabinete de reemplazo del que presidía Héctor Valer, no satisfará las mínimas expectativas del país. Castillo se reafirmará, seguramente, en su mediocridad, en la designación de funcionarios incompetentes o cuestionables, en la grisura como horizonte ejecutivo.

 

 

La sociedad civil y la clase política, por supuesto, no tienen por qué seguir tolerando tamaño desparpajo o incompetencia. No se puede dejar cinco años el poder en manos de un personaje que no califica para el cargo, como ocurre, lamentablemente, con nuestro presidente.

Maldita pandemia, que produjo un desbarajuste social de tan enorme magnitud, que trastocó las tendencias políticas e ideológicas vigentes. Penosa gestión la del inefable Martín Vizcarra, que produjo una crisis económica y sanitaria tan descomunal, que sirvió de sembrío al hartazgo ciudadano respecto del statu quo, y permitió así la aparición y prosperidad electoral de un sujeto inefable como Pedro Castillo.

 

 

Normalmente, la democracia es un sistema que, a pesar de sus deficiencias, logra procesar en el voto popular una cierta sabiduría que lo hace finalmente la mejor solución institucional. Así ha ocurrido en el Perú, mal que bien, desde el retorno a la democracia plena el año 2000: el 2001 fue mejor que Toledo le ganara a un Alan García aún heterodoxo y populista; el 2006 el pueblo eligió bien a Alan García sobre un Ollanta Humala chavista que hubiera llevado al Perú a la órbita bolivariana; el 2011, un Humala ya reconvertido, era mejor opción que una Keiko Fujimori sin plenas convicciones democráticas y evidente riesgo autoritario; el 2016 fue preferible un PPK tecnocrático, pero democrático, a una segunda ocasión de Keiko Fujimori, que también hubiera supuesto el peor retorno del mercantilismo autoritario y conservador (como se demostró luego con el comportamiento de su bancada); el 2021, el pueblo se equivocó: aún una Keiko mercantilista (la mayor desgracia del fujimorismo es su liderazgo), era infinitamente mejor opción que el desastre que hoy sufrimos con Castillo.

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Hector Valer, Pedro Castillo

 

Después de la entrevista internacional a Pedro Castillo, en la que se mostraron la poca disposición del presidente a solucionar las crisis que sus decisiones y su propio entorno genera; de las declaraciones de sus exministros señalando inercia presidencial (y gabinetes en las sombras) en temas concernientes al daño ambiental ocasionada por Repsol y a designaciones cuestionables al interior de la Policía; así como por la poca capacidad de generar gabinetes que no tengan cuestionamiento alguno, como fue el caso de Valer y otros, podemos advertir que nos encontramos -a siete meses de haber asumido Castillo la presidencia- con un gobierno que está en camino a su deriva política, en la que exaliados, periodistas, analistas políticos y la oposición, piden su renuncia.

El presidente, por desconocimiento del rol que representa su investidura, no genera la posibilidad de llevar adelante las reformas que requiere el país para reactivar la economía (aprovechando el superciclo del precio del cobre y del litio), para liderar el Consejo de Seguridad Ciudadana en la toma de medidas pertinentes que pongan orden las calles del país y para emprender la vuelta a la presencialidad en las escuelas a nivel nacional. Esto se evidencia, claramente, en la baja aprobación con la que cuenta hasta ahora: según Ipsos, 60% lo desaprueba.

Por otro lado, dada su condición de haber tenido por largo tiempo liderazgo gremial, no genera la posibilidad de llegar a consensos. Consensos que permitan avanzar en temas concretos que tengan como horizonte la gobernabilidad del país. Hasta la fecha, mostrada las evidencias en temas corrupción, de allegados a Movadef (brazo político de Sendero Luminoso) y a gente sin experiencia en cargos ministeriales, personalidades y técnicos destacados no muestran posibilidad alguna de trabajar junto a Pedro Castillo. Del simbolismo que representa su sombrero no se puede vivir políticamente. Es más, lo está desprestigiando.

Tengamos en cuenta que todos estos detalles presentados muestran a un Pedro Castillo que no gobierna para el país, sino para intereses de sus grupos con el que actualmente cuenta, que no son más que activistas y personas sin experiencia gubernamental en su entorno. Las evidencias muestran que esos consejos que recibe el presidente generan desgobierno, caos político que no hace más que provocar malestar económico y social.

Por el bien del país y de su gobernabilidad, es necesario que se tomen las medidas necesarias, dentro del cauce democrático y del Estado de derecho, para que la crisis que actualmente vivimos no sea una crisis prolongada.

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Pedro Castillo

 

Durante la semana, el periodista Jaime Chincha usó una frase: “¡QUÉ ES ESTO!”, para expresar su asombro e indignación por el descubrimiento de más elementos de escrutinio de la conducta del ex premier Valer. Mi respuesta a ese mensaje fue: “El Perú, querido Jaime, el Perú”.

Con la misma celeridad, Chincha me comentó: “No, querido Mauricio, el Perú es más -muchísimo más- que esta junta de improvisados, peleles y prontuariados. El Perú no se merece esto, querrás decir.” Le agradecí el mensaje, le expliqué que mi tono tenía pesimismo porque era martes de febrero y yo sentía que estaba en viernes de noviembre. La semana luego, fue pasando, pero esas cortas líneas me dejaron pensando.

Esa semana fue una semana como se va haciendo costumbre en la actualidad peruana. Tensa, desgastante, incómoda, pero lo peor de todo, inútil. El gran resumen de todo es que para lo único que sirve todo el ruido que vamos experimentando en el país, es para nada. Y eso definitivamente, no está bien.

 

¿Para qué?

Envidio, sana y realmente, al ciudadano al que no le importa. A aquel que se levanta, se alimenta, trabaja, descansa y ve por los suyos. Para el que más importante es ver en las noticias lo que ocurre en su cuadra que lo que pasa en el país. Ese ciudadano que cree que cada tanto ir a votar es su contribución obligada con algo que no le importa y que no le nada a cambio.

Ese que está enterrado en su problemática personal – familiar y que puede tener de presidente al primero o al último de la elección, que puede tener de congresista al A o B o Z y honestamente, de verdad no le importa. Duerme pensando que el mañana se reduce a lo que humanamente pueda hacer por su entorno cercano y nada más.

Claro, hemos perdido sentido de colectividad. Las demandas que desde la “democracia” o el “institucionalismo” o el “republicanismo” hagamos, importan nada. Porque importan muy poco pues, ya que no hay una transacción social. Un involucrarse por algo que valga la pena. Una participación si hay posibilidad de lograr algo. Queda claro en la gente que esa misión en este país con este sistema y estos partidos es o suicida o extremadamente voluntariosa.

Si no entendemos desde lo cotidiano cómo nuestro involucramiento puede generar algo, desde luego que se priorizará cualquier otra cosa. Porque, además, dejar el “sistema” en control remoto no es algo que no haya funcionado, ¿verdad? Llevamos décadas haciendo lo mismo con el mismo resultado. No hay el progreso prometido, pero tampoco ninguna debacle que nos preocupe. Ni el dólar alto, ni el precio del pollo o del pan han generado una involución generalizada. Por más maromas matemáticos que los y las reporteras hagan en el puesto del mercado.

Por lo tanto, hemos aprendido a separar las cuerdas de una manera tragicómica y normalizada. Hace pocos días conversaba con una colega sobre el tema, que estaba preocupada y hastiada. Yo le comentaba esto mismo. Creo que hay un divorcio enorme entre la política y la gente porque la primera no tiene ningún efecto sobre la segunda. Nada.

Hemos desafectado la política como ejercicio sentimental. Hay que estar loco hoy para pensar que la militancia y los políticos -y sus discursos- van a generar emoción. Positiva o negativa. Nada, cero. Eso es problema de otros.

Lo que nos lleva a un terreno y escenario más complejos. Si no genera movilización alguna, vínculo emocional, qué es lo que hace que la política se convierta en una actividad sobre la cual interactuamos, aunque sea de modo superficial.

Pues nada más que la política como una película. Como un juego de roles en el que hay un guión y que después de un tiempo x, las cosas serán exactamente igual a cómo eran antes del primer puñado de canchita. Guiones que pueden ser policiales, de suspenso, casi siempre de comedia, pero que son eso, guiones. Con actores que representan un papel específico pero que por un mejor pago se irán a otra productora a desempeñar otro y otro.

De eso se trata, tal vez. Escuchamos al presidente hablar de su compromiso con el pueblo -actuando- pero a la vez disfrutando de su nuevo “contrato” celebrando el cumpleaños de la hija como muy pocas niñas del pueblo pueden y comprometiendo contratos del país a sabe Dios quién, aunque el diga que estaba tomando su Kirma.

Escuchamos a la líder de la oposición repetir su último gran papel, que la verdad estuvo bastante sobreactuado, hablando de fraude; mientras trata de evitar que el juicio en su contra avance y el amigo Bertini que acaba de bajar del avión a malograrle las vacaciones de verano. Esas que duran 4 años entre campaña y campaña.

Escuchamos a la presidenta del congreso y sus coristas decir “comunismo”, mientras este gobierno les regala oportunidades de desarrollo personal y empresarial a través de ministros a los que no se cuestiona como Silva por ejemplo.

Leemos las “soluciones para salir de la crisis” de parte de un periodista que ha destruido a la profesión y que tuvo serias acusaciones de pederastia, publicadas en el medio que se desgarró las tripas por un primer ministro agresor.

Así las cosas, se hace difícil el estándar para entender lo que pasa. Mejor verlo como una gran puesta en escena, ahora que se viene el Oscar. Mejor verlo como el gran juego de roles que es hacer gobierno en el país. Mientras tanto, cada día me levanto, me alimento, trabajo, veo por los míos, porque de esos actores no recibiré nada.

Creo así que a Valer más lo castiga el cinismo y la falsa defensa de un caso tan evidente que el mismo caso. No es porque la violencia no nos importe sino porque entendemos que a él no le importa. Y que quizás a los que lo acusan tampoco les importa. Es solo la oportunidad de entrar en escena y dejar de ser extras.

Por eso la elección no es un acto de vida o muerte para los peruanos. Por eso no representa una inversión racional y emocional muy relevante. Sintonizamos y votamos con el que mejor pasa el casting. De allí al estreno de la película nos importa realmente poco lo que ocurra. Pero no es culpa de los votantes-espectadores. La verdad, la producción es la que falla. Siempre es el mismo argumento y el capítulo siempre queda en el mismo lugar.

 

Las conversaciones

“El mundo digital ha multiplicado el número y la disponibilidad de relatos. Tenemos infinidad de series y documentales online, libros, películas y programas en todos los idiomas y de todos los rincones del planeta. A un clic. Pero, al mismo tiempo, el abanico de narrativas que compartimos de forma simultánea se ha estrechado.”

(Por qué interesa la política. Victor Lapuente (2018). El País. En: https://elpais.com/elpais/2018/08/31/opinion/1535717077_537498.html)»

Además, está lo otro, ¿con quién comentamos la política?, ¿a quién le damos nuestra opinión sobre lo que vimos? Entra a tallar un tema que ya es materia de preocupación en las ciencias políticas, sociales, humanas y filosóficas. Cómo nos vamos acostumbrando a tribalizar nuestra discusión cotidiana y la búsqueda de elementos comunes a nuestra arquitectura lógica, termina siendo la necesaria resultante de un proceso que nos ha ido encerrando en burbujas de significados.

La pandemia debe de haber acelerado varios años la digitalización de la comunicación y la comunidad de discursos más afines, en la medida en que el confinamiento nos obligó a buscar contacto virtual y definir los contenidos a los que queríamos estar expuestos. Asumiendo que se trata de un cambio que no trae vuelta aún, hemos perdido de modo dramático la interacción presencial. Aquella que no está a un clic de salir, aquella que nos obliga a compartir discursos y comunalizarlos de manera más amplia.

Hemos perdido el café, la cola, el ir al mercado con la vecina, el compartir con los colegas. El tele… (rellénelo con lo guste, trabajo, educación, entretenimiento) nos aisló con nosotros mismos y nos evitó el contraste siempre tan necesario para fijarnos posición sobre las cosas.

Así las cosas, las redes sociales nos dieron soporte. A quienes consideramos voceros adecuados los mantenemos. A quienes los consideramos contrarios, los bloqueamos, silenciamos o ridiculizamos. Se va construyendo un discurso amargo, corto, sin matices, en el que solo tiene cabida mi exposición de motivos basada en otra igual. La falta de intermediación que nos lleva a la imposibilidad de aceptar a otros.

Las redes virtuales se vuelven así un reflejo. Pero también un perfecto escenario para el despliegue del ego. Los “lunes de aficionados” pasan a ser discursos concluyentes en Instagram o Twitter. En ellos la aceptación del diálogo es una quimera enorme. Pocos aceptan la posibilidad de intercambio de ideas. Es el espacio de la vanidad y de la “franela” pero si me vas a cuestionar, mejor te bloqueo. Sé que están en pensando en RMP, pero observen el comportamiento de un congresista como Ed Málaga, por ejemplo. Con un ego tan grande que considera que sus redes sociales son solo para aplaudirlo. Si alguien le dice algo con respeto, pero en tono de discusión, bloqueado. Es, en el fondo un reproductor de su propio reflejo. Imposible desarrollar diálogo así, solo con complacientes.

Pero no solo Málaga. Miren las redes de cualquier político con un importante número de seguidores. La mayoría no llega a los extremos del congresista elegido por el Partido Morado pero nadie interactúa. Dejan textos bomba que no tienen respuesta alguna si algún ciudadano quiere establecer algún punto de conversación. ¿No quieren discutir o las redes sociales funcionan solo para sentir su capacidad de generación de likes?

Entonces, sin una política que conecte y a la cual aprendimos a ver como una pantalla de cine; y con la imposibilidad de desarrollar una conversación ciudadana efectiva, el pesimismo me gana y sí, querido Jaime, me reafirmo: es el Perú. Que tiene posibilidades, sin duda. Pero que hoy, y desde hace algún no corto tiempo, nos deja sin capacidad de respuesta.

 

 

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Hector Valer, Pedro Castillo

 

Para no hacerse cargo del despropósito de indultar a Antauro Humala, el gobierno de Castillo habría decidido proceder al encubierto camino de redimir, ilegalmente, su pena y proceder a liberarlo. En ese afán, el ministro de Justicia, Aníbal Torres, ha soltado un globo de ensayo para medir la temperatura, a pesar de haberlo negado finalmente, presionado por las circunstancias.

Cabe preguntarse cuál puede ser el afán de Castillo de tener libre a Antauro. ¿Cuál sería el filo político de semejante decisión? Porque, claramente, no estaríamos tan solo frente al cumplimiento de una promesa de campaña, menos aún si se tiene en cuenta que no existe presión ciudadana alguna para que dicho acto se consume.

 

 

Tratando de encontrarle alguna inteligibilidad, si acaso la tuviera, a semejante decisión, diríamos que ella podría transitar por el afán de Castillo de tener cerca suyo a alguien que le agite el avispero radical, en consideración de que Vladimir Cerrón ha dejado de ser útil para tales propósitos y, además, no tendría la llegada nacional que sí podría alcanzar el líder etnocacerista.

Bajo la suposición de que Antauro le sea plenamente leal a Castillo, en agradecimiento por su salida penitenciaria -cosa bastante improbable: no imaginamos al líder etnocacerista siendo el instrumento dócil de alguna estrategia castillista-, de lo que se trataría es de movilizar bases populares que le den al gobierno el sostén político que ya perdió en otras instancias (por ejemplo, en el Congreso).

 

 

Y de paso, si acaso Castillo puede albergar derivadas en sus raciocinios, tal vez se estaría pensando en construir un escenario de continuidad electoral para el 2026 o para cuando se produzcan las nuevas elecciones presidenciales (todo parece indicar que serán antes de esa fecha). Antauro es, sin duda, un personaje polémico, audaz y radical, capaz de generar adhesiones propias en el mundo andino antiestablishment, que aún persiste como factor contestatario, y que le diera el triunfo a Castillo el año pasado.

Antauro sería una piedra en el zapato del horizonte electoral propicio para el centro y la derecha. Dado el descrédito mayúsculo de la coalición de izquierdas que nos ha gobernado estos malhadados seis meses del régimen de Castillo, la mesa parece servida, pero la ilusión derechista del entierro definitivo de los candidatos disruptivos podría hacerse trizas si alguien con el potencial político de Antauro Humala anda suelto en plaza.

 

 

La del estribo: encomiable que el ICPNA le haya dado continuidad a la muy buena revista Ojo Dorado, cultura contemporánea, que publica semestralmente, bajo la dirección de Alberto Servat. Acaba de salir el número correspondiente a Enero-Junio 2022, y trae, entre muchas otras colaboraciones, artículos de Edmundo Paz Soldán y Ana Carolina Quiñónez (Nuevos (peores) presagios en la ciencia ficción); Salvador del Solar (Nostalgia y vida de Los Prisioneros), con una nota respecto de la serie que versa sobre el grupo de rock chileno, en boca de uno de sus directores; Giuliana Vidarte (El maguey, el río Rímac y la tamarotsa), etc.

 

 

 

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Antauro Humala, Pedro Castillo

 

En todas las sociedades, más allá de diferencias culturales y matices políticos, mucho se hace en nombre de los niños. La pandemia cuyas presas se encuentran en el otro extremo del ciclo vital pareció cambiar las prioridades. Muchos se quejaron de que se estaba hipotecando la vida de los menores en nombre de evitar la muerte de los viejos. 

Una de las desgracias indiscutibles del COVID es que ha prácticamente desescolarizado a por lo menos un billón de alumnos en el mundo. La factura se anuncia monumental, tanto en salud mental como en déficit educativo y menoscabo de habilidades sociales. 

En los países de ingreso medio y bajo las cifras son espeluznantes: se calcula que alrededor de 70% de niños de 10 años no pueden comprender textos sencillos, muchos han adquirido la tercera parte de conocimientos matemáticos para su nivel de edad y, en general, se ha triplicado la probabilidad de salir del sistema educativo y no volver más a él. Aún en países desarrollados una cuarentena de dos meses equivale a la pérdida de un quinto del año escolar.   

Escuelas vacías no solo impactan en el conocimiento. Todos esos alumnos huérfanos de aulas, recreos y profesores de carne y hueso, significan, sin duda, menores ansiosos, tristes, desmotivados, con marcadas dificultades para sostener esfuerzos y una atención saltarina que prefiere las redes sociales y los videojuegos antes que cualquier actividad académica remota. 

Pero la escuela no es solo un espacio donde se aprende y se socializa. En muchos países es un canal que hace llegar alimentos y procedimientos médicos que gran cantidad de hogares no pueden ofrecer. Los programas asistenciales funcionan, tienen un impacto indudable tanto en lo físico como lo educativo. Por ejemplo, durante el primer año de la pandemia alrededor de 400 millones de niños dejaron de recibir una comida al día. 

Otro factor que muchas veces se deja de lado es que niños fuera de la escuela deben quedarse en casa donde se evidencia de manera grosera y dolorosa las desigualdades respecto de los recursos tecnológicos que hacen posible la educación remota. 

En muchos países antes de la pandemia ya casi toda su población estaba en línea. Las cuarentenas encontraron a alumnos y maestros conectados. Sus gobiernos socorrieron a los menos privilegiados potenciando sus infraestructuras caseras y apoyaron a los profesores menos duchos en los menesteres virtuales. 

Los peruanos tenemos muy presente las sesiones televisivas que eran pálidos sucedáneos de las clases escolares y los esforzados estudiantes que escalaban cerros armados de sus teléfonos celulares para encontrar el acceso a la señal educativa. Nunca fueron tan evidentes las distancias y diferencias entre quienes poseen las bondades de la modernidad y quienes recogen sus migajas. 

Pocos días nos separan de la vuelta a la educación presencial. En medio de un contexto político que enerva la concreción eficiente de políticas públicas, nos preguntamos si el regreso a clases será una vuelta a la experiencia educativa que la epidemia pasmó. ¿Que pasará si hay muchos contagios entre alumnos y profesores, cuántas familias habrán perdido fe en la escolaridad o esta se habrá hecho incompatible con la necesidad de trabajar, podrán niños cuyos músculos mentales han perdido fuerza y agilidad seguir las demandas de programas que no han cambiado demasiado?

Ojalá nuestros indudables éxitos vacunatorios pudieran replicarse en el campo de la escuela. Es poco probable. Nunca, señor ministro de educación, la educación ha sido tan mortal. 

 

 

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Covid-19, Cuarentena

 

Escribo hoy en una linda tarde soleada de verano. La ciudad semivacía y muy tranquila por la migración de muchos limeños a las playas. Vuelvo a leer que en el 2021 rompimos el récord histórico de superávit comercial y el de inversión pública. Leo que el 2021 la inversión privada creció 34 % y que el dólar regresó al nivel pre-Castillo. Tenemos una moneda muy estable.

Estamos dejando atrás una crisis sanitaria inmensa, tal vez la mas grande de la historia republicana. Y la estamos dejando atrás con mucha fuerza. La actividad económica en TODAS las regiones está creciendo. Siento optimismo.

En las últimas semanas hemos visto cómo se descubre que el secretario de palacio es un corrupto. Que ni bien había entrado en el cargo ya tenía juntado 20,000 dólares en el baño, que se había gastado otros tantos en una fiesta para su hija, que cobraba por gestiones ante la Sunat , que cobraba por ascensos en la policía, etc. ¿Cuánto habrá llegado a cobrar en esos pocos días en el cargo? ¿cien mil, doscientos mil, quinientos mil dólares?

Yo me alegro que el sistema lo haya descubierto tan pronto!

Que pena que el sistema no descubrió (o no quiso descubrir…) a todos los anteriores secretarios y cónyuges que actuaron como secretarios de palacio que cobraron por gestiones en decenas de instituciones estatales y que se robaron miles de millones de dólares en los últimos 35 años.

Es cierto que algunos de esos secretarios están siendo hoy procesados. Muy bien. Pero ahora los agarran “in fraganti”, mejor aún.

Lo mismo sucede en otras latitudes. En Petroperú, por ejemplo, fuente de tanta corrupción, ahora se descubren procesos corruptos a tiempo para cancelarlos. ¡Qué pena que no se descubrió a tiempo la corrupción multimillonaria de la refinería de Talara, que ya nos viene costando más de cuatro mil millones de dólares!

Yo pienso que aquí también hemos mejorado.

Por supuesto que no defiendo a Castillo, a su total incapacidad, a su entorno, para nada. Pero eso es lo que hay y no hay que desesperarse y perder todo de vista, incluyendo nuestro sistema democrático por ello.

 

Cuando Castillo ganó las elecciones, porque la mayoría no quería que la corrupción fujimorista regresara al poder, ya sabíamos lo que se venía.

¿Qué hizo entonces Julio Velarde? ¿Se retiró después de 15 años como exitoso presidente de BCRP para aceptar los magníficos puestos que le ofrecía la burocracia dorada internacional y las grandes empresas privadas? No, todo lo contrario, hizo lo que le tocaba hacer a cualquier patriota, hacer lo correcto desde su esquina y continuar al mando del BCRP.

¡Y vaya lo que le costó! No solo renunció a grandes riquezas y comodidades sino además tuvo casi que humillarse para poder quedarse. El no solo lo logró, sino además logró armar un directorio que hoy nos regala a todos una moneda estable a pesar de Castillo.

Ese es el ejemplo Velarde. Deberíamos convertirlo en el efecto Velarde e imitarlo. Cada uno desde su esquina debe tirar para adelante.  Y hay muchos motivos objetivos para hacerlo. No se trata de sacrificarse en vano, se trata sopesar las cosas objetivamente.

Castillo ya nombró un excelente directorio del BCRP, el cual no puede remover por 5 años. Castillo ya rompió con Cerrón, y así se amiste de nuevo es muy limitado el daño que puede hacer sí el resto de Estado y de la sociedad civil responde adecuadamente, legalmente, desde su esquina.

¡Que la primera ministra anuncia que va a cerrar 3 minas… pues ella sola NO PUEDE! El sistema legal bajo el cual vivimos no se lo permite sin la anuencia de muchos otros estamentos.

Que el Presidente va a regalar costa a Bolivia… pues él solo No Puede!

Lo mismo sucede con gran parte de las barbaridades que dicen ministros y congresistas de todos los sectores. Vivimos en un estado de derecho que ya estableció candados legales para que los cambios realmente importantes requieran de la aprobación de muchas instituciones del Estado y de la sociedad civil.

Ayer mismo Castillo tuvo que dar marcha atrás en el nombramiento de alguien impresentable como primer ministro. Que mejor muestra que no puede hacer lo que le da la gana, como sí lo hacían anteriores Presidentes hoy procesados por la Justicia.

¿Tenemos motivos para estar optimistas en nuestro futuro económico? Pues claro que sí.

Vivimos en un estado de derecho, en una democracia, con un pueblo marcadamente trabajador y emprendedor, con una población no solo de propietarios dispuestos a defender sus propiedades, sino con un perfil de la pirámide de edad que nos permite esperar muchos años de crecimiento.

Vivimos en un país maravilloso que tiene muchísimos recursos naturales que el mundo demanda constantemente. Tenemos hoy, como nunca antes en nuestra historia, una infraestructura que nos permite seguir desarrollándonos. Tenemos mucha inversión privada, nacional y extranjera que quiere seguir invirtiendo en el Perú (o alguien cree que los grandes conglomerados que están pagando sus deudas tributarias atrasadas y judicializadas lo hacen porque piensan abandonar el país).

Continuemos trabajando, desde nuestras esquinas, con un optimismo basado en la razón y no bajemos la guardia en el control, denuncia y sanción contra los corruptos, públicos y privados,

 

 

 

Un aniversario que está pasando desapercibido en este año post-bicentenario y trilciano es la aparición del único libro de poemas de José María Arguedas, titulado Katatay (Temblar). Lo publicó el Instituto Nacional de Cultura, con prólogo de Alberto Escobar, como una recopilación de seis poemas que fueron dados a conocer por Arguedas en la década de 1960 en quechua y traducidos mayormente por él mismo al castellano. Más adelante se añadiría un poema desconocido, totalizando, así, siete.

Leer este libro de 1972 nos conecta con una época de grandes transformaciones y esperanza en el Perú. Eran los tiempos del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, que realizó reformas que cambiaron para siempre el rostro del país. Para muchos sectores conservadores se trató de un gobierno funesto (y así lo cacarean hasta ahora), pero lo cierto es que el Perú pasó de ser un país latifundista y semifeudal a una versión de capitalismo estatal que fue truncada con el contragolpe del «felón» Francisco Morales Bermúdez. Entre otros hechos inéditos, la población indígena logró entrar a Palacio y el quechua se oficializó. Lamentablemente, Arguedas se había suicidado tres años antes por una depresión que lo persiguió toda su vida y de la que ni los nuevos aires políticos pudieron redimirlo.

En la tradición poética quechua hay muestras valiosas desde tiempos coloniales, con los himnos, cantares y poemas cortos recogidos por cronistas como Guaman Poma de Ayala, Juan de Santacruz Pachacuti, Cristóbal de Molina el Cuzqueño y el Inca Garcilaso de la Vega, que constituyen las fuentes principales para llegar a una idea aproximada de ese arte verbal en la principal lengua andina en tiempos prehispánicos. Ya con la llegada de los españoles la poesía quechua colonial adquirió matices cristianos con fines evangelizadores. Pero lo cierto es que los autores indígenas y mestizos se apropiaron de la escritura alfabética para dar continuidad y renovar una tradición muy antigua.

En tiempos de la república esa práctica continuó paralela a la de la poesía en español, que más bien se dedicaba a imitar de manera lánguida los modelos del romanticismo peninsular. O sea, cero independencia.

Ya en el siglo veinte surgen dos pilares de la tradición quechua, como son los poemas de Andrés Alencastre (que firmaba como Killku Waraka) y José María Arguedas, ampliamente reconocido para entonces como narrador y antropólogo. Con «A nuestro padre creador Túpac Amaru», «Llamado a algunos doctores», «Oda al jet» y los otros poemas que componen Katatay se hizo evidente que Arguedas era, por encima de todo, un gran poeta. Ahí estaba la explicación de la hondura y sensibilidad de sus novelas, así como en su manejo del quechua, que para él era la lengua más idónea para la poesía.

Han pasado 50 años desde la recopilación de Katatay y los poemas de Arguedas nos dicen cosas muy valiosas, como la necesidad de una transformación social profunda, un mejor entendimiento de nuestra naturaleza y nuestros pueblos originarios y la posibilidad de lograr una modernidad alternativa, sin abandonar aquello que nos es propio y oriundo del Perú.

Así como celebramos con toda justicia el centenario de Trilce, de César Vallejo, este 2022, celebremos también el cincuentenario de Katatay. Nuestro Perú profundo lo merece.

Como dice Arguedas en «Llamado a algunos doctores»:

«¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?

Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.

Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne».

(* El libro en su edición original puede descargarse en este enlace, ¡A leer!:

https://repositorio.cultura.gob.pe/bitstream/handle/CULTURA/945/Temblar%20Katatay.pdf?sequence=1&isAllowed=y )

 

 

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Katatay

 

Ni siquiera la bancada de Perú Libre iba a apoyar la confianza del efímero gabinete Valer. El presidente Castillo se vio obligado políticamente a cambiarlo sin jugar la carta de su presentación acelerada ante el Congreso y descartando así la torpe iniciativa del cantinflesco Premier de fungir de la primera “bala de plata” en el proceso de dos negatorias de confianza que permitirían la disolución del Congreso.

Si Castillo jugaba a ello, aseguraba su vacancia pronta. Un Congreso puesto contra la pared y empujado a jugarse su permanencia, obviamente iba a preferir sacar a Castillo de Palacio, antes de irse pacífica y dócilmente a su casa.

Hoy, la única manera que tiene Castillo de evitar que la crisis escale y se lo lleve de encuentro del poder presidencial, es procediendo inmediatamente a armar un gabinete, ya no de centro, de derecha, o cerronista o de izquierda auténtica. Eso, más allá de lo deseable, según el respectivo punto de vista ideológico, no es lo factible en las actuales circunstancias.

La única manera de salvar el grave impasse político en el que se ha metido, por propia voluntad, el Primer Mandatario, pasa por convocar a un Premier de probada solvencia moral y profesional, que cumpla con los requisitos meritocráticos indispensables y, más importante aún, que tenga una capacidad de convocatoria política mayúscula, y que reciba de parte del jefe de Estado, todo el poder necesario para actuar.

Lo que podría reencaminar al gobierno sería solo la convocatoria a un gabinete multipartidario o, quizás mejor dicho, plurideológico, con personajes calificados, que genere el suficiente consenso parlamentario para alcanzar el voto de confianza y que logre establecer fajas de transmisión política con una ciudadanía ya harta e indignada con la mediocridad del gobernante.

 

 

Castillo debe, para ello, ceder importantes cuotas de poder, olvidarse de su gabinete pigmeo en la sombra, desechar Sarrateas y aledaños, olvidarse del caciquista afán de copar el Estado, permitir que el Premier arme su gabinete, y él abocarse en el gobierno a una o dos tareas esenciales, en términos de reformas o de cambios que satisfagan de algún modo el sentido del voto obtenido el 2021: tal vez, salud y educación públicas.

Por cierto, no somos optimistas respecto de la posibilidad de que un personaje tan básico y limitado como Pedro Castillo tenga la lucidez necesaria para entender que la referida es la ruta que corresponde seguir. Más bien, lo vemos reafirmando su signo mediocre en la conformación del nuevo gabinete. Lo más probable, pues, es que labre su propio destino de la peor manera.

 

 

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