Si en el caso del gobierno de Castillo el 40% le reconoce como positivo al menos el proceso de vacunación, en el caso del Congreso la percepción es que todo lo están haciendo mal. Esa llamada de atención debería ser relevante en el Parlamento nacional, pero como que no hay la esperanza de que lleve a una reflexión positiva.
Quien debe haber amanecido de muy mal humor, por lo que pedimos protección a la integridad y la vida de todos los que trabajen con ella, es la presidenta del Congreso Maricarmen Alva. Si creía que el incidente de “esta es mi casa” no le iba a repercutir o que sus abrazos con Cerrón le iban a traer calma, se equivocó de plano. 73% desaprueba su gestión (8% más que en enero) y sólo 20% la respalda (6% menos). En términos futbolísticos, es una tarjeta casi naranja. En términos políticos, es una posición muy endeble y apurar su salida podría ser un respiro interesante para la imagen de lo que Alva considera su propiedad.
Así las cosas, en este precario enjambre de lo que es la política institucional peruana, con una guerra internacional que tendrá repercusiones económicas y que ya va dando debates políticos más risibles que interesantes, los escenarios de desentrampe son cada vez más difusos.
La postulación de Karelim López a la colaboración eficaz aún está en un terreno empantanado. Los antiguos defensores de los colaboradores eficaces ahora están muy puntillosos y puritanos con su testimonio. Los que antes daban RT a las publicaciones de los medios que propalaban esta información, hoy piden guardar reserva del proceso. En cambio, quienes antes dudaban de los colaboradores hoy están entusiastas por la novela “López y los pasillos de Sarratea”. Hidalgos y honorables todos.
La salida que la ciudadanía reclama es #quesevayantodos. La mitad quiere nuevo presidente y nuevos congresistas. Solo el 4% que se queden Boluarte o Alva como presidentes. Pero no despreciemos ese 38% importante (que debe ser otro dolor de cabeza para Alva y otros vacadores más) que considera que aún en estas circunstancias, quiere que Castillo se quede. Haciendo un ejercicio muy simple, tenemos que hay un 10% de personas que desaprueban a Castillo, pero que no quiere la vacancia. Incluso fuera de Lima, esta es la opción mayoritaria.
Este no es un debate jurídico, además. Que será importante para ver los alcances y espacios de hasta dónde llega la posibilidad de acción en un lugar donde todo huele mal. Este es un debate político. Donde se están jugando muchas fichas de lo que será el futuro inmediato del país. En este escenario actual, el Congreso debe tener pies de plomo. Solo uno de cada cinco ciudadanos los apoya. Van a tener que decidir entre la acción intempestiva, arbitraria, de abrazos que duelen y tirarse abajo la ley de colaboración, la reforma universitaria y todo lo que puedan a su paso; o tratar de ser razonables y generar una agenda mínima que recomponga sus lazos con la ciudadanía. La vacancia en ese punto supone un costo político altísimo. Pero temporal, como ya aprendimos todos los que tenemos algunos años.
El Ejecutivo también debe pensar sus siguientes movidas. Está acorralado y la respuesta puede ser la de patear el tablero como puedan, sin considerar que no tienen fuerza suficiente para hacerlo; o tratar de tener una agenda de cambio real. Pero los cambios pasan por los ejecutores de estos. Y con gente ligada a la corrupción o cuestionada por antecedentes personales graves, esto no es posible.
Y como hemos señalado en las últimas entregas, al medio está la gente. Harta de estos impresentables, pero esquiva para tomar posición, porque nadie los representa. Midiendo esto, la encuesta revela que al 63% de los peruanos esta crisis nos afecta mucho. No salimos con 200,000 muertos de la peor pandemia de la historia nacional con mejores dirigentes. Claramente, lo que obtuvimos fue carroña.