Opinión

Si miramos el panorama de la música latina desde la superficie, en lo relacionado a artistas femeninas, la única conclusión a la que llegamos es que se trata de una escena contaminada por el sexismo, tanto el ejercido por productores hombres como por la rentable y voluntaria autocosificación -a la que me referí hace algunas semanas en esta columna-, los clichés y la degradación de un patrón estereotipado desde EE.UU. y Europa que nace, por supuesto, de una realidad innegable: el atractivo de nuestras razas hispanoamericanas y las distintas fascinaciones que ha generado a través de las décadas, tanto en públicos americanos como anglosajones y actualmente, con la globalización e internet, en cada rincón de los cinco continentes a los que haya llegado la cultura pop importada de Occidente.

Esto hace que, al escuchar las palabras “mujer latina”, el sector masculino de las actuales masas globales consumidoras de música y cine popular activen sus sensores para detectar únicamente todo aquello que los remita a lo “sensual”. Desde la nuyoricana J. Lo, las colombianas Shakira/Karol G y sus cientos de clones, que abusan de ello hasta el cansancio y lo grotesco; hasta propuestas ajenas a los géneros que ellas cultivan (latin-pop, reggaetón) como, por ejemplo, la chilena Mon Laferte o la mexicana Natalia Lafourcade quienes, a pesar de haber dejado claro que sus intenciones están enfocadas en recuperar la dignidad de la mujer latina y reivindicar sonidos regionales y fusionarlos con un pop que aleje de sí el barato exhibicionismo, terminan de una forma u otra entremezcladas con las primeras, valoradas y tabuladas por cómo se ven, cómo se visten, cuánto muestran o dejan de mostrar.

Esto indica que existe un nivel más subterráneo, en el que, oculta de la atención pública masiva, opera la verdadera vanguardia de la música hecha por mujeres latinas (y que no necesariamente utilizan ritmos latinos, ojo). Como se imaginarán, hay varias artistas que hacen cosas diferentes a lo que esperan/compran las masas, que no buscan generar millones de likes por minuto ni se preocupan por llamar la atención de productores aceitosos a la caza de la multitud de aspirantes a divas pachangueras, dispuestas a todo por ser, aunque sea solo por algunas semanas, la mujer latina más deseada del mundo. 

Desde plataformas sonoras tan disímiles como música electrónica, death metal, jazz, indie pop/rock o música instrumental contemporánea, talentosas músicas se independizan a diario y en el más absoluto anonimato de esta dictadura de la imagen, sorprendiendo a públicos minoritarios y selectos, desconectadas de la fama, los conciertos multitudinarios y las super ventas, mostrando que poseen una belleza artística adicional, más duradera, la que emana de sus instrumentos y sus voces.

A ese grupo pertenece Mabe Fratti (32), una joven nacida en Guatemala en 1991. “Mi música es como cuando te ves a ti misma en un buen espejo y te das cuenta de todos los poros de tu piel, me encanta eso…” dice, cuando le toca describir sus grabaciones. Fratti es cantautora y cellista, aunque no se considera una virtuosa –“mis limitaciones técnicas me permiten soltar un sonido crudo, me gusta esa suciedad, esa falta de elegancia”-, y viene lanzando interesante música desde el año 2019, en que debutó con un disco titulado Pies sobre la tierra (Earth Smoke Records/Aurora Central Records), producción que le permitió insertarse en la escena avant-garde de México, país en el que reside desde el año 2015, tocando en librerías, recitales de poesía, universidades y ferias editoriales. 

En el país de las rancheras, Fratti se incorporó a la comunidad de intérpretes de música experimental, ajena al circuito comercial del pop-rock, donde era común cruzarse con instrumentistas de todo tipo. En su caso particular, se obsesionó desde niña con el cello después de escuchar algunos discos del compositor y docente húngaro György Ligeti (1923-2006) -seguramente entre ellos anduvo alguna interpretación del Concierto para Cello (1966) y la suite Atmosphères (1961), célebre por el uso que le diera Stanley Kubrick en el clásico film de ciencia ficción 2001: A space odyssey (1968), que formaban parte de la colección de su padre. Entre esas primeras escuchas también estuvo, por supuesto, la recordada Jacqueline du Pré (1945-1987), una de sus principales inspiraciones. 

Además, en su decisión de tocar el cello -instrumento clásico asimilado desde hace muchos años por el lenguaje del pop-rock, desde Electric Light Orchestra hasta Belle and Sebastian- influyó haber visto a su hermana mayor tocando el violín. “También quería tocar el saxofón, pero siempre tuve problemas respiratorios y andaba con mucha flema”, recuerda Fratti en una entrevista publicada en Uncut (edición #319, diciembre del 2023). Como corresponde, Fratti combinó sus gustos por lo antiguo con las escuchas recurrentes de una joven de su tiempo: Nirvana, Radiohead, Lenny Kravitz. De hecho, una de sus composiciones más recientes lleva como título el apellido del afamado rockero. “Tuve un par de semanas en las que me obsesioné con Lenny Kravitz, lo escuchaba una y otra vez, así que algo de Kravitz ha quedado en ese tema, aunque bastante alejado de lo que él haría, desde luego”.

En cuatro años, entre el 2019 y el 2022, Mabe Fratti ha lanzado tres álbumes. Al mencionado Pies sobre la tierra le siguieron Será que ahora podremos entendernos (2021) y Se ve desde aquí (2022), ambos con el sello independiente Unheard Of Hope (UOH Records), que tiene sus cuarteles generales entre Inglaterra y Holanda. Esto le ha asegurado a Fratti una regular exposición como invitada en eventos europeos de música de alto perfil, como el Festival de Jazz Alto Adige en el sur del Tirol (Italia), Festival de la Noche Estrellada de Žilina (Eslovaquia), entre otros. También es muy común verla en los carteles de recitales organizados por prestigiosas instituciones mexicanas como el Centro Nacional de las Artes o la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Las fuentes que originan el sonido de Mabe Fratti son diversas. Sus referencias pueden ir de lo más arcano y especializado, como el mencionado Ligeti, en canciones como El sol sigue ahí (El sol brilló, no tenía alternativa), que arranca con ciertos aires andinos; o Nadie sabe, con estructuras sugeridas en medio de la turbulencia que proyecta desde su cello. En paralelo, puede hacer una canción como Un día cualquiera (Será que ahora podremos entendernos, 2021), ocho minutos de improvisaciones que incluyen digitación natural sin arco y melodías dispersas, entre las que parece haberse colado el violín rasgado a la mala por Robert Smith en aquel clásico single de The Cure, The caterpillar (The Top, 1984).

Aun cuando las canciones de Pies sobre la tierra y Será que ahora podremos entendernos están construidas sobre una misma base de elementos comunes como las atmósferas drónicas, combinación de técnicas, retazos de electrónica por aquí y por allá, letras poéticas o las imágenes oníricas/surrealistas reflejadas en sus videoclips, se nota cierta evolución entre un disco y el otro. 

Mientras que en el primero las melodías son mucho más oscuras y nostálgicas, con el cello como único protagonista y Mabe Fratti haciendo gala de sus atemporales influencias -Tangerine Dream en Ignora, Radiohead en Creo que puedo hacer algo-, en el segundo larga duración se percibe una intención ligeramente orientada a melodías más accesibles, aunque siempre con la mirada fija en la experimentación y en géneros de glorioso pasado como la psicodelia (Cuerpo de agua), el prog-rock (Hacia el vacío) y el shoegazing (Inicio vínculo final), referencias expresadas en la inclusión de teclados y sintetizadores. Esta aparente amabilidad se quiebra, sin embargo, cuando el oyente queda expuesto a la cacofónica y desgarradora descarga de Aire o al caótico collage de la mencionada Un día cualquiera.

Se ve desde aquí (2022), su tercer disco, es un paso más allá en la evolución sonora de Mabe Fratti. El cello sigue siendo el principal vehículo de expresión, por supuesto, pero la artista guatemalteca incorpora esta vez baterías, guitarras acústicas y progresiones armónicas más estructuradas y, si se quiere, ordenadas. La confianza ganada por la buena recepción obtenida por sus dos álbumes anteriores pareciera ser el combustible para este avance, ofreciendo un producto que hasta podría llegar a asomarse en el radar de ciertos públicos de corte hipster, acostumbrados a romper de vez en cuando la monotonía de sus preferencias con cuestiones que luzcan un poco más “arty”. 

No es una tendencia que pueble todo el disco, solo en algunos temas como Algo grandioso o Cada músculo, con guiños al indie pop noventero lánguido y catatónico, aunque lo suficientemente inaccesibles como para no ser programados por radios convencionales. Una pasada a las dos canciones que acaba de publicar en su canal de YouTube –Pantalla azul y Kravitz– basta para advertir que Fratti sigue su camino hacia adelante sin encasillarse a sí misma y, a un tiempo, conservando su autenticidad como representante de esa vanguardia joven que pelea en espacios digitales por no desaparecer.

Como artista que inició su camino discográfico durante la pandemia, Mabe Fratti está muy acostumbrada a grabar/tocar en entornos caseros, espacios pequeños y al aire libre, solo necesita una buena conexión eléctrica, micrófonos de amplio alcance y el mobiliario básico -sillas cómodas, alfombras- para ofrecer su arte. Descalza, con ropa sencilla, sin una gota de maquillaje y el pelo al natural, unas veces suelto y otras distraídamente recogido con una liga o collet, Fratti entra en trance cada vez que sujeta su cello y al tocarlo, inicia un viaje metafísico que suspende su mundo hasta convertirlo en un universo paralelo de notas profundas, emotivas, insondables.

Aunque declara no ser técnicamente muy prolija, posee un amplio rango de recursos que le permiten hacer fraseos consistentes con una formación musical académica, la cual interrumpe repentinamente con agresivas digitaciones -usando el cello como un bajo fretless-, palmazos a la caja del instrumento o notas largas a doble cuerda, siguiendo los pasos de otro de sus grandes referentes, el cellista norteamericano Arthur Russell (1951-1992), que estuviera a un paso de convertirse en miembro de Talking Heads en la época en que el combo de David Byrne estaba cocinando su álbum debut (1976-1977) y que lanzó, en 1983, un álbum revolucionario en lo referido al uso del cello en contextos modernos, Tower of meaning. “La primera vez que escuché a Arthur Russell”, dice Fratti, “enloquecí, lo amé inmediatamente”. 

Durante el 2023, tres discos en los que ella ha participado de manera muy cercana han aparecido, a través de la plataforma digital BandCamp. El primero, titulado Vidrio, se lanzó en octubre de ese año, en conjunto con su socio, el mexicano Héctor “I. La Católica” Tosta. Es un álbum de pop barroco en que la voz de Fratti entona las letras poéticas escritas por el joven guitarrista. En ese disco destaca la composición Círculo perfecto, un homenaje al sonido de la islandesa Björk. Aquí, el disco completo, que la pareja grabó bajo el nombre Titanic.

El siguiente, publicado el 3 de noviembre, es el desenfadado art-rock de A time to love, a time to die de Amor Muere, colectivo que Fratti formó durante sus primeros años en México, junto a sus compañeras la violinista Gibrana Cervantes y las artistas sonoras Concepción Huerta y Camille Mandoki, expertas en manipular secuenciadores, teclados y demás artefactos. Finalmente, una semana después, fue el turno del disco Shimmer de Phét Phét Phét, otra banda derivada de las fusiones del jazz y la música experimental de esta nueva generación de instrumentistas, liderado por el saxofonista norteamericano Jarrett Gilgore. El extraño nombre de la banda repite tres veces el monosílabo tibetano “phét” que significa “cortar con todo lo convencional”. 

Aunque se presentan por separado, ambos discos funcionan como un díptico. Cada uno tiene cinco canciones que van de la breve ensoñación –Can we provoke reciprocal reaction (de Amor Muere), Shimmer (de Phét Phét Phét)- a extensos jams electroacústicos que le deben tanto a Cluster y The Velvet Underground como a Sigur Rós o Tortoise, como en You are the eyes of the world (de Phét Phét Phét) o Violeta y Malva (de Amor Muere), cada una cercana a los veinte minutos de duración. Se trata de una fábrica de melodías e instrumentos entre acústicos, eléctricos y digitales que hacen confluir la música de cámara con visiones más contemporáneas de tonos inesperados y sensaciones que conectan al oyente con una introspección auténtica, sin cálculos premeditados. 

Un vistazo de esta interesante propuesta musical nacida en el corazón de Centroamérica (Guatemala/México) es la fresca y tormentosa sesión que realizó Mabe Fratti, acompañada por la base instrumental de Phét Phét Phét -Héctor Tostas (guitarra), Jarrett Gilgore (saxo) y Gibrán Andrade (batería)- para el programa del canal de YouTube Live on KEXP, grabada en marzo del año pasado en un bucólico estudio campestre ubicado en el Parque Nacional El Desierto de Los Leones, en México, en que el cuarteto hace gala de esa irreverente y disonante combinación de estilos que une, de forma extraña y natural, a Julieta Venegas con los Kronos Quartet y King Crimson. 

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Art-Rock, cello, Mabe Fratti, Música nueva

Los momentos críticos atizan la búsqueda de soluciones. Y eso parece estar ocurriendo, en política, en el ámbito de la centroderecha, que, por fin, parece haber entendido la urgencia de unir esfuerzos para afrontar el crucial desafío electoral y social del 2026 (nos jugamos el país en esa elección).

Desde diversos predios, fundamentalmente del aprismo, el pepecismo y el centro (Lo Justo y los morados), además de algunos connotados independientes, están acercándose a conversar sobre la necesidad de conformar pactos políticos para evitar que la fragmentación le deje la mesa servida a la izquierda radical.

Felizmente apareció una encuesta de Ipsos que demuestra que la supuesta mayoría centroderechista del país (existente entre los que tienen ya una definición tomada) se diluye cuando se toma en cuenta a los indecisos. Así, el espectro se divide de la siguiente manera: 10% de izquierda, 37% de centro, 12% de derecha, y 42% que no precisa. La conquista de ese 42% es la clave del triunfo.

El límite son Lo Justo y los morados. Más allá es indeseable una alianza. Con la gente de Verónika Mendoza ni a la esquina. Son desleales, fueron cómplices de Pedro Castillo y no aportan ningún caudal electoral. Desde el centro a la derecha, de preferencia de la vertiente liberal, se puede armar un gran frente, potente políticamente, con buenos candidatos al Parlamento, y suficiente número de cuadros tecnocráticos. Solo faltaría -he allí el dilema- encontrar al buen candidato presidencial que esté a la altura del desafío y sea capaz de enfrentar una dura campaña y plantarle cara a los elocuentes y beligerantes Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, entre quienes saldrá el candidato radical.

Debe reeditarse la experiencia del Fredemo, pero sin cometer los groseros errores de campaña que entonces le arrebataron el triunfo a Mario Vargas Llosa. Figuras como Jorge del Castillo, Lourdes Flores, Marisol Pérez Tello, Carlos Añaños, pueden servir de bisagra para lograr convocar ese gran frente, necesario para sacar al país del marasmo político, económico y social en el que se encuentra. Si no se ejecuta un esfuerzo de esa envergadura, estaremos perdidos y condenados a la evaporación de la democracia y el libre mercado, sabe dios por cuántas décadas.

Es una buena noticia que el PPC haya logrado su inscripción. Es un partido tradicional y por tanto carga con los pasivos que la ciudadanía les otorga (la mayoría de encuestas señalan que la población busca alguien nuevo), pero tiene una identidad ideológica marcada (democracia y economía social de mercado), que desde ya supone un valor agregado a la hora de definir candidaturas o alianzas electorales.

De repente, además, lo “nuevo” para el electorado termina siendo precisamente aquello tradicional que hace tiempo no tiene protagonismo principal.

Desde su ruptura con la Democracia Cristiana -vendida luego a los devaneos de la dictadura velasquista-, el PPC constituyó una agrupación de derecha, adelantada a su tiempo, que decía cosas que eran “políticamente incorrectas” en su momento, pero que mucho bien le habrían hecho al país si merecían mejor suerte electoral, y que luego se convirtieron en lugar común en los discursos políticos de la narrativa ideológica peruana.

El PPC tuvo un problema central: Belaunde. Su sola presencia los acotaba superlativamente. Enrique Chirinos Soto decía que el “orgasmo del poder” era condición sine qua non para acceder a Palacio y que ello le sobraba a Belaunde y le faltaba a Bedoya.

Las pésimas campañas electorales de Lourdes Flores privaron al PPC de alcanzar el éxito electoral. Si el 2006 pasaba a la segunda vuelta contra Ollanta Humala seguramente habría sido la primera presidenta mujer del país, pero una vez más se dejó avasallar por la elocuencia de un candidato que como Alan García cargaba enormes pasivos y anticuerpos, por el recuerdo de su nefasto primer gobierno, pero que pasó a la jornada definitoria y terminó evitado que el chavismo del Humala de entonces se entronizara en el país.

Después de ello, y de la derrota municipal frente a Susana Villarán, el PPC se dejó atrapar en rencillas internas fratricidas que lo condujeron al marasmo y a su cuasi desaparición. Felizmente se ha recuperado de ello y cabe mirar con expectativa a un partido que tuvo a personajes de la talla del propio Luis Bedoya Reyes, Ernesto Alayza, Mario Polar o Roberto Ramírez del Villar entre sus cuadros políticos principales.

Probablemente su destino vaya ligado a formar parte de una alianza electoral. Cualquiera quisiera tener de socio a un partido serio, con buenos cuadros y solera democrática a prueba de balas.

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Esta Casita de Cartón abre sus puertas siendo partícipe de los 473 aniversario de la Universidad Mayor de San Marcos. Por eso, y porque siempre he sido un devoto seguidor de la literatura vivencial, aquella de la que escribe sobre lo vivido, como las brillantes plumas de antaño de Ernest Hemingway o Vallejo con sus crónicas en períodos de guerras o el mísmisimo Gabo con las extraordinarias peripecias de la vida. Por eso aquí, una crónica o un intento a mi llegada a la gran Universidad que alguna vez en sus aulas albergó a personajes de la talla de nuestro Nobel, MVLL, Daniel Alcides Carrión, Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, entre otros grandes. Es que ni bien dejado las maletas en casa, recibo la invitación de una vieja amiga, Yoryet, estudiante de economía de aquella universidad: ‘A que no sabes a quién le conseguí un carnet para que presencie la fiestaza de San Marcos como bienvenida’. Lo que a priori iba a ser una cena de reencuentro, terminó siendo una tremenda sorpresa, y es que era presenciar mi primera verbena en aquella emblemática institución más no la primera en una universidad peruana, ya que tuve la dicha de haber disfrutado tiempo atrás en la Uni en otra noche memorable, con ‘Deyvis Orozco’ o ‘La Primerísima del Perú’, con un amor de verano sanmarquina, pero eso merecen otros párrafos. Por esta razón empezaría esta linda travesía. Y es que muchas veces para disfrutar de ciertos placeres, las reglas y las formalidades no son buenas compañías. Por eso no dude en aceptar la invitación. Y llegado los albores del crepúsculo, me dirigí leyendo desde otro lado de la capital un libro sobre el niño terrible de las letras norteamericanas, Truman Capote, justamente en la parte cuando conoció a Andy Warhol y esas coincidencias raras que siempre la vida tiene deparada a las ‘almas solitarias’, como diría el texto, dentro de las notables coincidencias que uno atreviesa para ser quien es. Y es que necesitaba una salida así: el reencontrarme después de tiempo con el lugar donde nací y di mis primeros pasos como mi primeros goles en mi primeros partiditos de fútbol, mi Perú y qué mejor que San Marcos, lugar donde recibe a personas todas las partes de este país. 

Yoryet estaría esperándome con un amigo de ella en la Puerta 3, la puerta donde los foráneos entraban con sum falsos o con constancias de cachimbos truchos. Él llevaba una mochila de un tamaño prominente, como panza de una embarazada de seis o siete meses, y es que dentro llevaban los poderosos fourlokos, un six pack. Y digo poderosos, por el 12 % de alcohol, bebida que desde luego hace mucho lo probé. Pero debido a su alto contenido del alcohol, y más el dulce sabor, te pega unos grado más de lo normal, y hace que muchas veces en tempranas horas de la noche la gente ya esté cantando las ‘mañanitas’. Y así sería más adelante. Ni bien llegamos, la música de Río nos recibiría, veía por doquier a la gente extasiados por esos clásicos, y nosotros no nos quedaríamos atrás y romperíamos nuestras cuerdas vocales con el infaltable: ‘Estar en la Universidad es cosas de locos’. A pesar que era prematuro, siendo como las 7, una incongruencia, ya que este himno de todo universitario debería estar en horario estelar más en una fecha conmemorativa como ésta. Pero no podía quejarme, había entrado gratis y era un feliz espectador, apuntando todo en mi nota mental para luego escribir. Adentro ya me encontraría con amigos de viejas épocas de marchas,  mientras sonaba ‘La Bembe’, grupo que no había oído el nombre más si sus hit’s en alguna que otra reunión allá en Buenos Aires. Pero en sí, lo que más me motivó en aceptar la invitación en referencia a la música, era la banda del maestro Beto Cuestas, ‘Los Ecos’. A quien tuve la oportunidad de oírlos en vivo en un entrañable concierto que diera en Argentina meses atrás, con otros pesos pesados de la cumbia/chicha peruana como Chacal y Centella, y que también tendrá sus parráfos alguna vez escritos por lo memorable que fue. Y es que por muchas de estas travesías, siento que mi vida está predestinada, para escribir o para contar, pero está, y eso volví a sentir al unirnos con un manchón de estudiantes cuando sonaban los clásicos, ‘Paloma Ajena’ o ‘Tres cruces’, como un Déjà vu. Y cuando llegara ‘No se puede amar a dos’, allí ya todos seco y volteados le dimos a las latas por esos amores ingratos. Pero lo que me sorprendió de gran manera fue cuando tocaron las canciones de moda de ‘Chechito’. Al momento de iniciar ‘En el cielo yo te espero’, como concierto chicha, los tragos se dispararon por los cielos, y yo que fui con mi polo de River, no pudo evitar sacarlo y levantarlo, el escudo por delante, besándolo por el amor verdadero que dejé en Argentina. Rebosaba la algarabía, los cachimbos cómo la vivían, ya picados, y como si los cerros hablaran, donde muchos llegan, se cantaba aquella rica música, porque todos los que alguna vez hemos vivido allí o hemos presenciados las legendarias polladas o festividades de los barrios, o en los mismos micros en cada viaje por la estresante y caótica Lima, alguna vez oímos estos temas. Como al instante,  las de Papillón, ‘la del rico vacilón, y la clásica: ‘qué pasó entre tú y yo, si hasta ayer todo era bonito…’. 

Luego llegaría el momento de Afrodisiaco, y fue como si ingresaramos al túnel del tiempo’ o con sus ‘boom’ de Al Fondo hay sitio, como la nostálgica, ’Dónde está el amor’. Se cantaba efusivamente por un lado, despechados, como otros cargando o abrazando a sus enamoraditas universitarias. Para luego pasar a la última banda de la noche, ‘Zaperoko’, con la ‘Pantera Rosa’ encima del escenario. Lo cierto es que para esa hora, alrededor muchos ya se encontraban tirados, durmiendo abrazados a los fourlokos, o los más atrevidos por la huaca o los patios y parques teniendo sexo ante la atenta mirada de la luna. Trístemente, muchos al final ‘perdieron’ sus celulares y sus mochilas, ya que los inadaptados que nunca faltan se colaron lastimosamente. En lo que a mí corresponde fue un bálsamo al alma, el volver a reencontrarme con esta diversidad musical que acompañó mi noción de patria que es inevitablemente aquellas cosas que fueron parte mí, y que son parte invaluable de lo que soy ahora y del que me siento gratamente orgulloso. Esta Casita de Cartón cierra sus puertas con este inolvidable recuerdo por esta universidad, que si hubiera vivido en Perú, me hubiese gustado ingresar como estudiante. Ahora lo hice como un espectador, y me deja un recuerdo escrito para todos los tiempos. Feliz Aniversario, alma mater del Perú, porque por sus aulas y patios se encuentra el verdadero Perú, ese que hablaba el gran José María Arguedas: ‘el de todas las sangres’.

El Perú perdió atractivo minero por tercer año consecutivo. En el ranking anual de Fraser Institute 2021, el índice de atracción de inversiones mineras que mide factores geológicos y políticos, muestra que el país cayó a 61.64 de puntaje, luego de haberse situado en 70.41 en 2020. Se trata de la puntuación más baja desde por lo menos el 2017, según datos del estudio, señala Semana Económica

Este año, la encuesta del think tank canadiense evaluó a 84 jurisdicciones. En relación a puesto, el Perú se ubicó en el 42. Esta es la ubicación menos atractiva del país en las últimas cinco evaluaciones. En 2018, con una cantidad semejante de jurisdicciones evaluadas, Perú llegó a ocupar el puesto 14, agrega la publicación.

“Perú experimentó una disminución en su puntaje PPI de casi 29 puntos, la disminución individual más grande en el puntaje PPI(Policy Perception Index) en América Latina y la Cuenca del Caribe. Los encuestados plantearon problemas importantes en torno a las regulaciones ambientales, la duplicación e inconsistencias regulatorias y la seguridad”, señala el reporte de Fraser Institute.

Hoy, por el índice publicado, resalta el tema minero, pero lo mismo sucede con todos los sectores productivos del país (agro, pesca, pymes, servicios de infraestructura, asociaciones público privadas, etc.).

Hay una sobreregulación dictada por ONGs que solo tienen como interés refrenar el desarrollo capitalista del país por ojerizas ideológicas y que influyen en los tomadores de decisiones para que vaya complicándose cada vez más el tema sectorial (el caso forestal es otro donde el ataque del tinglado izquierdista impone sus reales).

Es una batalla que un gobierno progresista liberal debe dar si quiere que el Perú recupere la dinámica de inversión que teníamos hasta el 2011 y que, luego, gracias a la mediocre gestión de Humala, fue perforándose hasta llegar a un Estado interventor y un sector privado cada vez más maniatado.

Pocos meses atrás, Víctor Manuel Quinteros, ex Gerente de Políticas de la Superintendencia Nacional de Control de Servicios de Seguridad, Armas, Municiones y Explosivos de Uso Civil, publicó en el Boletín Idehpucp que en los últimos 7 años, el número estimado de armas sin registro en el Perú había ascendido de 267,000 a 342,000 en un contexto sumamente peligroso: somos testigos de cómo se ha expandido el crimen organizado transnacional y cómo diversas organizaciones criminales han surgido en nuestro país en las zonas de extracción ilegal, como la madera y la minería. Como consecuencia, la demanda de armas de fuego creció tanto para fines criminales, como para defensa legal. Para detenerla, se promulgaron leyes para regularizar las licencias y solicitar la entrega voluntaria de armas, pero de poco sirvió, pues el tráfico de armas, señala Quinteros, no sólo comercializa pistolas o revólveres, sino también fusiles de largo alcance que utilizan las fuerzas de la minería ilegal y las organizaciones criminales en Ecuador. Esas armas jamás serán entregadas voluntariamente.

De pronto, de brusca manera, el Pleno del Congreso acaba de aprobar el uso de armas por parte de los ciudadanos en situaciones de “legítima defensa”. Norma Yarrow y Patricia Chirinos han sido las dos mujeres que han impulsado esta propuesta legislativa, la cual modifica radicalmente el Código Penal y el Nuevo Código Procesal Penal. Desde hoy 15 de mayo queda establecido que no habrá responsabilidad penal, ni siquiera prisión preventiva, para aquellos que empleen el uso de fuerza letal en caso tengan que “defender su integridad o la de terceros”. Eso implica que si irrumpen en su casa, su carro o su negocio y se crea una situación de peligro inminente, se podrá matar al agresor, sin ningún temor o sentimiento de culpa. El año pasado, ya el Ministerio del Interior, el Poder Judicial y la Fiscalía de la Nación determinaron que la iniciativa legislativa no podía ser aprobada, pues la seguridad ciudadana no puede ser usada como pretexto justificar o exculpar actos de violencia hacia terceros, incluidos familiares, como los feminicidios. De nada ha valido la advertencia. Hoy, 77 congresistas las apoyaron en uno de los más irresponsables arrebatos que se hayan cometido. Ya no sólo la corrupción, sino también el crimen, acaban de tomar nuestro Congreso.

Patricia Chirinos sostiene que su ley, siguiendo el derecho a la legítima defensa y al vivir con seguridad, permite un “escudo de protección” para aquellos que se enfrenten a situaciones de riesgo. Disparar a un criminal es protegerse, se concluye de su propuesta, la cual es enriquecida por José Williams, quien considera que la delincuencia organizada ha “menoscabado el respeto por el Estado”. Por tal razón, argumenta el congresista de la misma bancada, el poder disparar en defensa propia sin ninguna regulación, promoverá el empoderamiento de la ciudadanía y, sinceramente aún no comprendo cómo, sostiene que la ley también reforzará la confianza de las fuerzas policiales frente al crimen organizado.

La pensadora Rita Segato describe la crueldad (2019) no sólo como una falta de compasión ante actos violentos, sino también como un deleite provocado por el dolor y el sufrimiento ajeno. Naturalizada, la crueldad también se presenta en las prácticas cotidianas que someten la subjetividad de las personas. Segato plantea que la crueldad se aprende porque se enseña. Que el gozo y la desensibilización ante el dolor juegan un rol activo en procesos de enseñanza-aprendizaje que como en los juegos de guerra, homogeniza y masculiniza. Pero hablamos de un país que no puede soportar esos juegos. Se trata de una guerra posible y de un mercado ilegal que dos mujeres congresistas, enceguecidas por las normativas ilegales que el Congreso y sus mafias nos imponen, están decididas a celebrar con una crueldad cada vez más retorcida. 

En el excelente libro La crisis del capitalismo democrático, Martín Wolf, editor jefe de Economía del Financial Times, estima que hay una crisis profunda en el matrimonio de ambos sistemas, la democracia representativa y el capitalismo de mercado.

Esa distancia y crisis creciente abarca no solo a los países desarrollados sino que se escenifica también en países como el Perú. Sugiere, sin embargo, que hay caminos de solución. Y propone una receta aparentemente sencilla, pero compleja que se puede resumir en: 1.- un nivel de vida creciente, ampliamente compartido y sostenible; 2.- buenos empleos para quienes puedan trabajar y estén dispuestos a hacerlo; 3.- Igualdad de oportunidades; 4.- Seguridad para quienes la necesitan; 5.- Fin de los privilegios especiales para unos pocos.

Suena a una agenda sencilla, pero resume una alta complejidad y laboriosidad, sobre todo en países como el Perú. Veamos. 1.- implica una política proinversión privada intensiva y excepcional para salir del marasmo en el que nos encontramos. Supone una coordinación interministerial y un equipo de tecnócratas afiatado. 2.- combatir la terrible informalidad y no se ve en el horizonte otra opción que reducir los sobrecostos que impiden que la nueva masa laboral encuentre un empleo digno, con beneficios sociales. 3.- crucial es la provisión de salud y educación públicas de calidad. Es un esfuerzo político y burocrático descomunal. Casi podríamos decir que podría gastar todas las energías políticas de un gobierno emprender ambos cometidos. 4.- si eso es tarea primordial en naciones del primer mundo, en sociedades como la nuestra ya implica restaurar el contrato social roto por las mafias ilícitas que ya controlan buena parte del statu quo político. 5.- Tarea esencial la de construir un capitalismo competitivo, alejado de las prebendas gubernativas y los privilegios fiscales que con fruición consiguen a través de un Congreso solícito.

En esta tarea pueden y deben coincidir desde la centroizquierda democrática hasta la centroderecha. Supone un esfuerzo político del primer orden y que requiere consensos amplios, impulso político, mayoría congresal, además de voluntad férrea de emprender reformas a fondo.

Hay muchas más por agregar en el Perú (regionalización, reforma del Estado, institucionalidad política y electoral, etc.), pero un buen comienzo y una tarea propia de un mandato democrático es la que nos plantea Wolf.

La semana pasada, visité a unos amigos de improvisto. Me reciben con pizza casera y sonrisas, pero la alegría decae un poco cuando comenzamos a hablar sobre la situación del país. Sabiamente, Lara —una amiga— introduce el tema de la literatura como para salir de lo político. ¿Qué tal va la literatura?, pero mi desazón responde que terrible, que no logro escribir a pesar de que lo literario me persigue. Hasta los taxis me recuerdan a ella. Se sorprende y explico que he vuelto pedir taxis, ya que el auto está abandonado en el taller por falta de dinero para recogerlo. La cuestión es que en la última semana me han tocado dos conductores inolvidablemente literarios. El primero me recoge de Salaverry y se llama Orestes. No es la primera vez que escucho un nombre griego en nuestras calles, pero aún no me explico el origen de este tipo de predilección. Envalentonado le pregunto al conductor por el origen de su nombre. ‘Me lo puso mi papá’, me indica sonriente y agrega que desconoce toda referencia al origen del mismo. Contento de que elogie su nombre me explica que de niño lo molestaban en el colegio por llamarse así. Es un clásico de la tragedia griega, le digo. Orestes venga a su padre Agamenón. En complicidad con su hermana Electra, asesinan a su madre Clitemnestra y a su amante Egisto, pues fueron ellos quienes acabaron con Agamenón para hacerse del poder. Orestes es perseguido por las Furias por su crimen, pero finalmente queda absuelto por la justicia de Atenea. Es —le explico— un representante de la reflexión en torno a la justicia para la Grecia clásica. Asombrado y ya por terminar la carrera, Orestes me dice que ahora le gusta más su nombre y que buscará la historia. Antes de bajar, le hago una última pregunta: ¿Nunca le preguntó a su padre por qué le puso ese nombre? Nunca lo conocí —responde— se desentendió de mí al nacer…

En la mesa se ríen, pero aún falta la mejor. Ayer, saliendo de la feria de arte pido un taxi para continuar con la fiesta. Vamos varias cervezas, pero no las suficientes como para leer mal el nombre del taxista que acaba de aceptar mi solicitud. John Milton llegará en 5 minutos me indica la aplicación. Imposible, les enseño a las amigas que me acompañan. No puede ser que después de Orestes uno de los poetas más grandes de la humanidad nos vaya a recoger. Esta vez, el conductor es muy alegre y nos anima con rock en español. Ya en confianza procedo a preguntarle si, en efecto, se llama John Milton. Sí, me responde, primer nombre John y segundo Milton. John porque su padre se llamaba Juan y Milton por el cantante brasileño Milton Nascimento, que le gustaba mucho a su madre. No conoce nada acerca del autor del Paraíso perdido ni de los magníficos dibujos del infierno de Dante. No tenía idea, me dice, pero lo voy a buscar si usted dice que es tan bueno y volvemos al rock en español hasta que nos deja en la fiesta. ‘Realmente te persigue la literatura, a mí me tocan nombres de los más normales’. Reímos y acabamos las pizzas. Nos tenemos que mover porque hemos quedado con otros amigos en ir a La Oficina a escucha música criolla. Es tarde y ordeno un taxi.

Recién cuando llega veo el nombre. Sócrates. Esta vez el taxista sí conoce la historia del nombre. Mi amiga Lara no lo puede creer. ‘Eres tú me dice’. Sin duda, le digo, Lima es una ciudad cada vez más literaria…

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El directorio de Petroperú ha señalado en comunicado reciente que comunicó a su Junta General de Accionistas la urgencia de privatizar la empresa y que no hay otra salida que aquella para reflotarla, ya que se requiere con urgencia de dos mil 200 millones de dólares adicionales.

“En las actuales circunstancias de un Petroperú con gobernanza y gestión empresarial expuesta a los usuales apetitos políticos, sería irresponsable y un acto de inmoralidad solicitar mayor financiamiento del Estado, ya que nada asegura que la empresa no retorne en el futuro cercano a solicitar más apoyo estatal, en desmedro de la caja fiscal y el bolsillo de los contribuyentes peruanos”, señaló la empresa del Estado.

Se ha puesto por fin el dedo en la llaga y lo ha hecho la propia administración de la empresa, corroborando que la misma nunca debió subsistir y menos aún embarcarse en el delincuencial proyecto de modernizar la refinería de Talara, proyecto apoyado fervorosamente por diversos economistas de izquierda durante la gestión de Humala (al propio Humala nunca se le vio tan contento y radiante como cuando anunció desde el sitio el inicio de las obras).

Las empresas públicas no tienen ningún sentido económico. La empresa privada es muy superior en capacidad de inversión, mejor provisión de los servicios y rentabilidad, además de que en los casos en los que su posición de dominio podría afectar al consumidor existen organismos reguladores muy estrictos y finalmente el Indecopi, para intervenir (como ya lo han hecho en sinfín de oportunidades).

El directorio de Sedapal debería seguir el ejemplo de Petroperú y junto con ella todas las empresas de saneamiento de todos los municipios del país que operan pésimo y no tienen capital para mejorar sus ratios de eficiencia y de cobertura.

Es patriótico que no haya empresas públicas, que solo terminan pasándole la factura de su ineficiencia al ciudadano común, que con sus impuestos debe pagar el despilfarro y la pésima conducción empresarial.

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