Como ya he señalado, ella no sabía nada. En esos azarosos momentos ya se había ido a vivir a Alemania, la tierra originaria de su padre, y una comunicación directa con ella era imposible. No recuerdo ya cómo conseguí su dirección, pero lo cierto es que le escribí cartas de amor —en una época donde Internet era incipiente y todavía no se había popularizado el uso del correo electrónico—, cartas que sacaba de contrabando de San Bartolo cada vez que hacía una visita a casa de mis padres. Y si bien nunca recibieron respuesta, me consta que ella las leyó por lo que voy a contar más adelante.
Incluso me inspiró una canción, en la cual se mezclaba la angustia que estaba viviendo junto con imaginería religioso de la fe cristiana que me sostenía en pie en esos momentos donde me sentía al filo de la vida y la muerte. El título que le he puesto posteriormente a esa canción inédita mía es el de “Sueño de amor en mi soledad desnuda”. Las palabras “mi fiel amor” reemplazaron las líneas donde aparecía su nombre. Y es mejor que así sea, pues lo que se describe no es un amor real, sino un amor soñado que nunca llego a concretarse. A continuación, la letra de la canción:
en mi soledad desnuda
el gusano de la nada
perforaba a bocanadas
un infierno sin salida
por la angustia acumulada
en el fondo de la herida
y la costra envejecida
de mi carne avergonzada
por la llaga tan temida
de la esperanza podrida
en mi espalda lacerada
por la mano abandonada
de vestigios de la vida
y la piel ennegrecida
y mortal
aún confiando en mi resurrección
puse en espera mi muerte anunciada
en alas de una luciérnaga viajera
crucé las sombras de un territorio en guerra
y tembloroso como el ave toqué a tu balcón
mi fiel amor
fue como un sueño de dulce ensoñación
como el encanto de un cuento de hadas
tu voz volando como una mariposa
sobre el dragón en mi oscuridad frondosa
lloviendo flores y los duendes cantándole al sol
mi fiel amor
con tu sonrisa amada
y tu suave mirada
tu ternura encendida
en mi memoria urgida
del sol sin demora
un rayo en la aurora
que calme la ira
de la marejada
en mi sangre caída
por gracia vertida
en tu copa de orquídeas
y fue como el amanecer
que ahuyenta los cuervos de mi tarde
fue como volver a ser
un niño en brazos de su madre
mi fiel amor
mi fiel amor
ya se muere la homicida
mala víbora engendrada
en la entraña avinagrada
por la fiera malparida
que agoniza malherida
por el tajo de la espada
del arcángel y su armada
en cruzada contra el mal
la mujer de la alborada
de luz solar vestida
sobre la luna erguida
y de estrellas coronada
besó con su mirada
mi fe robustecida
mi esperanza crecida
y mi amor
enamorado me puse a caminar
entre las ruinas de un largo pasado
te apareciste en mi senda dolorosa
como la brisa en una mañana hermosa
como el lucero de la tarde que refleja el sol
mi fiel amor
acompañado en mi peregrinar
por los fantasmas de lo derrumbado
tu aparición fue como la primavera
y ahora te canto y te llamo compañera
mi compañera de la espera, mi vida, mi amor
mi fiel amor
Abandoné San Bartolo en julio de 1993 con la intención de mantener mi promesa de profeso temporal hasta octubre de ese año, que era cuando caducaba, pero también con el deseo de recorrer nuevos caminos en la vida, aunque siempre vinculado al Sodalicio entre aquellos llamados a la vocación matrimonial.
Mi adolescencia había quedado trunca en la década de los 70, cuando me uní formalmente al Sodalicio a los 15 años de edad, y ahora en los 90 era prácticamente un adolescente de 30 años. Tuve que madurar de golpe a través de un proceso que no estuvo carente de sufrimientos y resbalones sentimentales. Con una antigua y querida amiga tuve conversaciones sobre amor y sexualidad que me hicieron poner los pies en tierra. Viví mi primer romance —que sólo duró un mes— con una chica que vivía al lado de una comunidad sodálite y que había sido el motivo de las noches de insomnio —con pesadillas y gritos incluidos— de un sodálite de esa comunidad, el cual terminó yéndose e iniciando un vínculo amoroso con ella, que tampoco fue duradero, pues ella terminó cayendo en los brazos de otro exsodálite, el que más tiempo había vivido en comunidades sodálites antes de que yo siguiera el mismo camino y le quitara el récord. Yo fui algo así como el tercer tramboyo que quedó enredado en las redes de ella.
Lo cierto es que ese amor fugaz y pasajero me dejó el corazón roto y cantando boleros durante varios meses. E incluso llegué a componer algunos, que permanecen aún inéditos. Después conocería a mi actual mujer, con la que me casaría el 29 de noviembre de 1996 en la iglesia de la Parroquia Nuestra Señora de la Reconciliación (Camacho), siendo el oficiante José Antonio Eguren, en una época en que aún era solamente el párroco.
Cuando mi mujer y yo todavía estábamos de enamorados, supe que ella, la musa que había inspirado mis sueños, había regresado de Alemania. Con conocimiento de mi enamorada y actual mujer, que sabía de mi historia, fui a visitarla a su casa, donde tuvimos una conversación sincera. Téngase en cuenta que yo todavía me sentía afectiva e institucionalmente vinculado al Sodalicio. Al final de nuestra plática me devolvió todas las cartas que yo le había escrito, diciéndome que leerlas le hacía daño. Ésa fue la última vez que la vi. Yo creía estar cerrando una etapa definitiva de mi historia. Sabía en ese momento que algo entre ella y yo jamás habría funcionado.
El 18 octubre de 2015, a través del programa periodístico Cuarto Poder, se hicieron públicos los abusos cometidos por Figari y otros miembros del Sodalicio de Vida Cristiana. Recibí varios e-mails de apoyo por mi contribución al develamiento de los abusos. Entre esos e-mails, casi veinte años después de nuestro último encuentro, estaba uno de ella del 26 de octubre, que generó un breve intercambio. No quisiera revelar muchos detalles de esos mensajes, a fin de salvaguardar su identidad. Allí me decía:
«A mí particularmente [los sodálites] me aterraron luego del tiempo en que nos prepararon para la confirmación, y sin duda, marqué una distancia absolutamente radical con todo, incluyendo seguramente contigo en el tiempo en que decidiste acercarte. Quiero disculparme contigo si fui —inconscientemente y sin querer serlo— no amable contigo en ese momento. Sin duda fue más por el rechazo que sentía a todo el Movimiento [de Vida Cristiana], no fue a nivel personal».
Pero lo que más me conmovió fue este párrafo que incluyó en su segundo mensaje de ese día:
«Sí, sí me di cuenta de que te habías enamorado de mí, lo respeté, lo cuidé y sin duda, traté de ser lo más delicada posible para no herirte pues lamentablemente —y digo lamentablemente pues eres un hombre y siempre fuiste un ser humano extraordinario—, yo no pude corresponderte en el momento que me escribías con tanto corazón desde San Bartolo. Pero si inclusive por esa ilusión que sentiste por mí pude también acompañarte durante ese tiempo e inclusive impulsarte a que tomaras otro vuelo y decidir salir, pues ÉSA fue mi misión contigo. Y si fue así, te juro que me alegro de todo corazón, y te lo digo sinceramente. Pero sabes, te puedo también decir, que escribes lindo. Todo tu corazón estaba puesto en cada línea. Gracias por habérmelas regalado así, con toda tu alma».
Las cartas no las conservo, pues mi mujer me pidió allá en los 90 que las destruyera, cosa que hice por un principio de lealtad y transparencia. Pero lo que ellas significaron para mí —y el rol que la musa que las inspiró jugó en mi vida— ha dejado una huella indeleble en mi corazón, por la cual siempre quedaré eternamente agradecido.