Opinión

En cada país, los grupos de poder siempre han tenido la intención de producir niñas, niños y adolescentes que respondan a los modelos de familia y ciudadanía que les resultan más convenientes. Siempre vinculados con la toma de los gobiernos, podemos considerar a los textos escolares como la más resaltante evidencia de tal intención. En los manuales podemos trazar las apuestas políticas, las revolucionarias y las represivas de los discursos en disputa de la hegemonía. Por esta razón cada vez son más las investigaciones que se realizan en ellos. España fue pionera en crear un centro para ello. Pasa por su experiencia. Al poco tiempo de que Francisco Franco tomara el poder tras la guerra civil, reescribió los textos escolares para que la juventud compartiera su anhelo de restaurar el imperio español. Y tras la muerte de Franco y la recuperación de la democracia, los textos escolares pudieron finalmente, enseñar el franquismo, aunque siguiendo la postura política de la editorial. Ante el último decreto sobre los saberes básicos (2022), la derecha más extrema se ha alzado en contra de la diversidad sexual y el que se haya reservado los estudios del bachillerato para un estudio político profundo de los siglos XIX y XX.

Augusto Pinochet cómo no iba a temer al programa Escuela Nacional Unificada de Salvador Allende, considerado comunista (cuando se trataba más de un modelo de gestión que de adoctrinamiento). Enfurecido, ordenó retirar todo material considerado extranjero, pues atentaba contra su patriótica educación. La historia se enseñaría a partir de heroicas biografías y las mujeres serían educadas para cuidar el hogar. Al igual que con el franquismo, una vez recuperada la democracia, la dictadura y los crímenes de Pinochet pasaron a los textos escolares para que las nuevas generaciones impidieran que se repitiera un gobierno tan atroz.  Sin embargo, los docentes no llegaban a trabajarlo por temor a que las familias reclamaran, lo reducían a un enfrentamiento entre dos bandos, o validaban opiniones que relativizaban los hechos. Hoy, las familias ya dejaron de oponerse y el tema cada vez interesa más a los estudiantes. 

Hasta hace poco, en Argentina la historia también se enseñaba desde un conjunto de símbolos patrios y de figuras heroicas. Por tal razón, Perón y Evita, aún en vida ya formaban parte de la imaginaría escolar y por la misma, el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu prohibió los símbolos peronistas, encarceló y fusiló a los opositores. Al llegar la dictadura de José Rafael Videla, diseñó un sistema para controlar la subversión en la comunidad educativa, que trajo como consecuencia la desaparición de docentes y estudiantes. Sí, su gobierno fue el autor de la Noche de los Lápices. Aquella en que se secuestraron y asesinaron estudiantes de secundaria en septiembre de 1976. Recién durante los gobiernos de los Kirchner, los textos escolares presentaron una estructura más vinculada con los acontecimientos, como las dictaduras sufridas. Javier Milei aún no se ha referido al contenido, pero ha cancelado la compra de textos escolares de este año. 

En México, las quemas de textos escolares son tradición. Sobre todo desde la década de 1970 cuando se incorporó la educación sexual en los manuales. El año pasado, los opositores al gobierno del Presidente Manuel López Obrador encendieron nuevas hogueras. Los estados regidos por el PAN han rechazado los textos escolares por considerar que promueven el comunismo y la pedofilia y las familias han salido angustiadas a marchar.

En Perú, donde aún se extrañan los hermosos textos escolares del gobierno velasquista y del proyecto de Augusto Salazar Bondy, no ha sido necesario secuestrar, ni encender fogatas. Como los diversos grupos de corrupción han tomado el gobierno y las tareas públicas, ya consiguieron intervenir los textos escolares en nuestro país. El motivo es defender a Alberto Fujimori, negar el terrorismo de estado durante el Conflicto armado y ponerle fin a la educación sexual integral en el país. Así no cabe duda que la corrupción se alimenta de la ignorancia y el atraso, y por eso los fomenta. ¿Añadimos la indiferencia? 

En la última encuesta del IEP se pregunta, si se adelantasen las elecciones, por quién votaría el ciudadano. Un abrumador 82.4% no tiene candidato. Y entre los que tienen definido un voto, un 4.6% lo haría por el fujimorismo, encabezando, por lejos la primera opción (lo siguen Antauro con 1.5%, Pedro Castillo, con lo mismo, Vizcarra con 1.4%, López Aliaga y Hernando de Soto con 1.1% y el APRA con 1%).

Hemos planteado ya reiteradas veces que esta situación de anomia política requiere que la clase política sea capaz de proponerle al país una fórmula atractiva, potente, plural y convincente, con un buen liderazgo; en suma, un gran frente republicano, democrático y liberal.

Uno de sus primeros desafíos es, sin duda, derrotar a los candidatos radicales antisistema, que ya aparecen en las encuestas y que crecerán conforme se acerque la campaña. Pero hay otra meta política esencial y es desplazar al fujimorismo como eje referencial de la centroderecha peruana.

El fujimorismo se ha convertido en un lastre político y electoral para el país. No nos arrepentimos de haber ejercido un voto vigilante a favor de Keiko en las últimas elecciones, porque, como los hechos lo confirmaron, lo de Pedro Castillo fue un espanto, y nos hubiera ido mejor, a pesar de todo, con Keiko Fujimori en el poder.

Pero eso no soslaya que la democracia peruana requiere que ya la herencia fujimorista sea superada. Evolutivamente, el fujimorismo pudo haberse convertido en la gran fuerza liberal popular que el Perú requería, pero en lugar de evolucionar, involucionó. Su labor en el Congreso, que es la prueba ácida de su real conducta política, los deja pésimamente parados.

Sabotearon la posibilidad de apoyar a PPK y lograr un gran gobierno de derecha. Y ahora, apoyan ciegamente a una opción desprestigiada y que genera enormes pasivos, como los que supone el régimen de Dina Boluarte, y lo más importante que ha hecho el fujimorismo en el Congreso esdesplegar una serie de contrarreformas, como la de la Sunedu, que es de espanto.

El fujimorismo se ha mantenido autoritario, se ha vuelto mercantilista y, además, terriblemente conservador en temas de derechos civiles. Salvo que se subordine y acepte ser parte secundaria del gran frente propuesto, el fujimorismo no debería formar parte de esa convocatoria y, por el contrario, debe ser, desde ya, un objetivo a derrotar. El país debe evitar la trampa mortal de una segunda vuelta entre Antauro Humala y Keiko Fujimori.

El sábado tomando con unos amigos discutimos sobre si titular o no las obras de uno de ellos. Bruno —como mucho otros pintores— se interesa poco por nombrar sus obras y se limita al ‘sin título’ que precisamente da nombre a esta columna y que normalmente se acompaña de la fecha en la que se acabó la obra y su ficha técnica. Uno de los asistentes —hisrtoriador y curador— reclamaba la necesidad de un título que evidencie el diálogo entre la pintura y la imagen colonial que había catapultado la invención del cuadro. Es cierto, la intertextualidad iconográfica existe, pero está en la misma obra y quien se enfrenta a la pintura no necesita de la referencia para apreciar y dejarse sensibilizar por el cuadro.

Muchas veces los títulos pueden ser estupendos, agregar a la obra o abarcarla. Nadie puede negar que son útiles en tanto nos permiten referirnos a las obras de manera clara e inconfundible. Sin embargo, son tramposos. Con esto me refiero a que los títulos no suelen ser pensados como parte de la obra (sé que a veces sí). Por lo tanto, son un producto posterior y ajeno a la misma, que trata de referir a ella, pero con elementos ajenos a esta. La obra de arte visual o musical está pensada y compuesta en un lenguaje que no se compone de palabras. Su registro es otro. Y creo que funciona perfectamente en este. No tiene la necesidad de un orden lingüístico racional que la encapsule en un termino que proviene de un orden ajeno al propio de la obra. El hecho de titular a la obra que esta fuera de las palabras es imponerle un registro que no es el suyo. Lo que trata o abrasa la obra de arte visual y musical, si está realmente lograda, no puede ser mejor comunicado que a través de la expresión misma de la obra. En caso el artista hubiese sido capaz de encontrar una o dos palabra que expresen mejor lo que buscaba su composición, pues podría haber prescindido del lenguaje visual o sonoro, para limitarse al uso de estas palabras.

Por ello defiendo la constumbre de no titular la obra. Muchas veces, ocurre que socialmente se le otorgan títulos a obras no tituladas o tituladas de otra forma. Pensemos en que nadie llama Retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo al cuadro más famoso del mundo. Hablamos de la Monna Lisa o La Gioconda. Nos referimos como a la sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor, Op. 27 n.º 2de Beethoven como Moonligth Sonata o Claro de luna. Y resulta útil, práctico, amigable, pero es interesante notar que son nombres que no fueron puestos por los artistas. Son posteriores y se ubican fuera de la obra.

Que el artista rete de tal manera al público es interesante. Lo es porque complica la manera de referirse a su obra sin reproducirla, describirla o mostrarla. De alguna manera, reta e impone el propio lenguaje de la obra para evocarla. En el caso de las piezas de música “clásica” o “académica” se suelen utilizar por nombres esta suerte de códigos técnicos que nada nos dicen sobre la pieza. En ese caso, el nombre es un cuatión puramente práctica, pero cuando se nombra pensando en lo que la obra es, estamos ante un problema. La obra es —creo— lo que la obra es. Como decía, la mejor manera de decir lo que es la obra es como la obra misma lo hace. No por gusto el artista se toma tan en serio su trabajo buscando la mejor forma de representar lo que busca representar.

Por eso, creo en ese maravilloso ‘sin título’ que espero que mi amigo Bruno mantenga siempre. Porque reta a quien quiera referenciar la obra. Solo podrá describirla, reproducirla o mostrarla. Pensemos en lo divertido que es en la música. Ocurre con mucha frecuencia. La gente no siempre sabe los nombres de las canciones, pero sí puede tararearlas, silbarlas o cantar un pedazo de la letra en caso la tenga. En esos ejemplos, precisamente se hace lo que sugiero. La obra se evoca con su propio registro, uno que está fuera del lenguaje de las palabras. Almenos en estos espacios, seguiré siendo devoto del ‘sin título’ al que honra esta columna.

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Lenguaje, nombrar, obra de arte, registros, sin título

Según la última encuesta de Ipsos, no descolla ningún candidato en particular para las elecciones del 2026. Ello es malo porque hace anidar en la mente de los interesados de que la cancha está libre para cualquiera y de que es posible capturar un bolsón electoral suficiente como para pasar a la segunda vuelta. Es decir, favorece la dispersión y diluye la urgencia de armar frentes.

Es bueno porque quiere decir que no hay identificaciones regionales prefijadas con los candidatos de la izquierda radical, aunque lo más probable es que el sur andino termine siendo el fiel de la balanza en ese sentido (probablemente vote en la primera vuelta del 2026 como lo hizo en la segunda vuelta del 2021).

Ojalá suceda que no baste un rostro carismático o una candidatura sorpresa de último momento, sino que la ciudadanía sea capaz de exigir una mínima agenda de gobierno, sobre todo en los aspectos más álgidos: inseguridad ciudadana y crisis económica.

Según encuesta publicada hoy en Perú21, de acuerdo a Ipsos, el 78% desaprueba al gobierno en materia de lucha contra la delincuencia. Este dato es terrible, porque, además, no se ve visos de mejora, sino, todo lo contrario, de que la situación va a empeorar. Y lo mismo sucede con el manejo de la reactivación económica, que no halla amparo en una política técnica del MEF.

Lo preocupante de discernir respecto de si ambos problemas se agudizan es que van a propender a reforzar las incursiones de los Bukele o Milei peruanos, émulos de los gobernantes salvadoreño y argentino, respectivamente.

Y no es eso lo que el Perú necesita. No requiere de candidatos monotemáticos, centrados en atender primordialmente un punto de la agenda nacional, cuando la misma comporta otros grandes desafíos que sí exigen un programa de gobierno y un gran frente democrático, liberal y republicano, para ser asumidos.

Hablamos de la corrupción, de las economías ilegales, de la reforma del sistema de justicia, del cambio de la regionalización, de la reforma del Estado, etc. No basta con reactivar la economía o enfrentar la inseguridad ciudadana.

Solo bajo esa perspectiva, de que se necesita tiempo para madurar una conformación política de esa naturaleza, podríase aceptar que es mejor que Dina Boluarte se quede hasta el 2026.

La batalla cultural contemporánea se desarrolla en diversos escenarios. Uno, predilecto, fundamental, es la escuela, la palabra escrita, el manual escolar. Escuchaba un discurso de Pablo Iglesias, líder de Podemos, movimiento progresista radical español, en el que le responde al también radical y libertario presidente de Argentina Javier Milei. Solo se desprende una conclusión: la batalla se ha convertido en guerra, se expande por todas las latitudes, los bandos no van a dialogar, se enfrentarán, al menos, hasta que cambie de nuevo el mundo. La democracia, el disenso, el consenso, la aceptación de la posición mayoritaria por parte de la minoritaria a nadie le importa, y es hora de que vuelva a importarnos porque una guerra se sabe comenzar pero nunca se sabe dónde ni como termina. 

Enfoque de género, conflicto armado, aborto, conflicto social, dictadura, educación social integral son seis de las palabras o proposiciones que la exministra Mirian Ponce quiere sacar de los manuales escolares peruanos. Seis palabras que señalan seis tópicos que están en el centro de nuestra peruanísima y particular versión de la batalla cultural. 

Soy un ciudadano cuestionador de los excesos del libertarismo conservador y del progresismo woke. Será que no me gusta la guerra, que así como no me gustó Pinochet, finalmente tampoco me gustaron los totalitarismos socialistas. Encontré a la democracia y al republicanismo como sistemas sinérgicos, absolutamente imperfectos y corruptibles pero que, al mismo tiempo, funcionan bien en ciertas latitudes, y podrían servirnos a nosotros. 

Lo principal: me creí eso de los derechos fundamentales, se lo digo a Milei, tanto como se lo digo a quienes los rechazan por todo lo contrario, porque su universalidad les parece una imposición patriarcal capitalista que invisibiliza la diversidad. Los derechos, es verdad, deben tomar en cuenta contextos culturales, pero al mismo tiempo deben defendernos a todos y, de acuerdo con cada sociedad, favorecerán naturalmente más a quienes más los necesiten. Pero si dejamos de partir del principio de la igualdad del ciudadano frente a su par podemos ingresar en un despeñadero sin salida donde cualquiera tendrá que responder a una voluntad que, siendo distinta a la del colectivo, se pretenderá absoluta, arbitraria y punitiva. 

Sobre los conceptos que se quiere vetar de los manuales. Comencemos por el más sencillo: la dictadura. En el Perú no somos una democracia auténtica por dos motivos; uno, la corrupción; el otro, la dictadura, y este es un problema histórico: nuestro siglo XX fue un siglo de dictaduras. Solo podemos denunciarlas sin descanso si queremos construir aquí algo parecido a un régimen basado en las leyes y sus instituciones, administrado por personas que quieran y defiendan esas leyes y esas instituciones. De lo contrario no hay punto de partida, prevalecen el caos y la anomia. 

El enfoque de género está en medio de la batalla cultural. Si esta batalla se desató es porque hubo excesos de ambos lados que generaron dos bandos irreconciliables o porque hubo dos bandos irreconciliables que cometieron disparatados excesos.  El orden no interesa. ¿Quién establece el bien? ¿quién señala el mal? ¿qué filósofo contemporáneo admitiría que existe una única verdad salvo la que está escrita en los textos sagrados? Pero la democracia es laica, le pertenece al ciudadano, la administra el ciudadano. Jesús lo tuvo bastante claro “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.  

Pasa lo mismo con Conflicto Armado Interno. Ese concepto es oficial, es internacional, es el que corresponde. El presidente de Ecuador Daniel Noboa lo invocó para combatir el terrorismo que súbitamente se desbocó en su país hace unos meses “declaro Conflicto Armado Interno para combatir el terrorismo”. Así pueden parafrasearse sus palabras. Distinta es la premisa que algunos desprenden de la nomenclatura Conflicto Armado Interno en el Perú: “hubo dos bandos, militares y terroristas, y el pueblo estaba al medio siendo la víctima indistinta de ambos”. Esta premisa, bien popularizada en nuestro progresismo, es la que rechazan con furia los sectores conservadores y periféricos a las fuerzas armadas. De nuevo ¿qué hacer? ¿cuál es la mejor postura? ¿Cómo podemos acercarnos a un concepto tan relativizado por la filosofía como la verdad?

Hace poco se habló de que se buscaba acallar la memoria histórica a propósito del veto que ciertos sectores quisieron imponer a la película “La Piel Más Profunda”. He sostenido que la misma no es ni proterruca, ni nada que se le parezca. Al contrario, es una obra de arte y narra la difícil relación que entabla una joven mujer andina expatriada, con su pasado, que la lleva a reencontrarse con su padre, un senderista y asesino que purga condena en la carcel. Pero no es una sola memoria, una sola memoria es un concepto orwelliano a estas alturas. La posmodernidad hizo trizas los relatos únicos, la posverdad es una cuña de cinismo de la que saldremos, tarde o temprano, la posdemocracia la vivimos día a día, y en medio de todo esto, siguen proliferando memorias y discursos, unos después de los otros, al gusto de cada quien. 

Creo que lo que buscan los militares es ser escuchados también, contar su historia. Pero su formación castrense les impide expresarse en esos términos, solo saben sonar a voz de mando y carecen de buenos interlocutores. Recién el LUM homenajeó al exalcalde aprista de Chepén Pedro Cáceres Becerra, tras 24 años de ser asesinado por Sendero. Me pareció una buena noticia, hace años me pregunté en una columna ¿dónde están las salas dedicadas a víctimas militares y de los partidos políticos durante el periodo de la violencia, en el LUM? Faltaba eso, hoy se está corrigiendo, un LUM de varias voces, es mejor que un LUM de una sola voz.

El día que aprendamos a escuchar varias voces, luego aprenderemos lo que desgraciadamente hemos olvidado, a conversar, a intercambiar ideas, a respetar a las mayorías sin pisotear a las minorías y a defender los valores democráticos. Hay quienes hablan de “reeducar”, yo comenzaría por enseñar democracia y republicanismo. Sin consensos básicos, el Perú no va a ninguna parte. 

El reciente intento del gobierno de Dina Boluarte, mediante el Ministerio de Educación conducido por Morgan Quero, de retirar 22 libros de educación básica ha desatado una justificada ola de críticas desde la academia y la sociedad civil. Estos libros contienen términos como «conflicto armado», «conflicto social», «dictadura», «ideología de género», «aborto» y «educación sexual integral», considerados adversos a la narrativa promovida por el fujimorismo y otras bancadas conservadoras, como Renovación Popular y Avanza País, entre otras. Esta acción representa una amenaza a la libertad de expresión y al derecho a la información.

La censura de estos términos es una maniobra para manipular la información y la historia. Este acto busca reforzar la impunidad para militares y políticos, generalizando el uso del término «terrorista» para deslegitimar a los opositores del gobierno y minimizar los crímenes de lesa humanidad cometidos por el Estado y sus fuerzas del orden. Esta estrategia de manipulación histórica no solo tergiversa la verdad, sino que también distorsiona la percepción pública de eventos trascendentales, afectando la memoria colectiva.

Eliminar términos como «conflicto armado interno» es particularmente preocupante. La inclusión de este término en los textos escolares permite a los estudiantes entender el contexto y las características del conflicto ocurrido en el país, el cual tuvo profundas implicaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Eliminar este término distorsiona la comprensión de estos eventos cruciales y su impacto en la historia nacional.

El silencio del Congreso ante esta grave situación es alarmante. A pesar de la polémica generada, ningún legislador ha citado al ministro Quero para que rinda cuentas, y varios congresistas vinculados al ámbito educativo han optado por la complicidad del silencio. Este mutismo institucional no solo evidencia una falta de compromiso con la defensa de una educación libre y plural, sino que también sugiere una preocupante alineación con las políticas de censura y manipulación del régimen de Boluarte.

En un país como el Perú, marcado por una historia de conflictos y dictaduras, es vital que la educación refleje de manera fiel y completa los acontecimientos del pasado. La manipulación de la verdad y la historia desde el Ministerio de Educación no solo traiciona el legado de aquellos que lucharon por la democracia y los derechos humanos, sino que también hipoteca el futuro de las nuevas generaciones.

Es imperativo que la sociedad civil, los académicos y los defensores de los derechos humanos se unan para resistir estos intentos de censura. La educación debe ser un espacio de libertad y verdad, donde se fomente el pensamiento crítico y se promueva una comprensión profunda y matizada de nuestra historia y realidad contemporánea. Solo así podremos construir una democracia sólida y una sociedad justa y equitativa.

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¿Qué pesa más en la balanza: el eventual ciclo de inestabilidad que supondría un anticipado proceso electoral o la resolución del hartazgo ciudadano con un gobierno mediocre y sin rumbo?

Apenas 5% de la población aprueba al gobierno de Dina Boluarte y 90% lo desaprueba, según la última encuesta del IEP. Y al socio político del Ejecutivo -el Congreso- solo lo aprueba el 6% y lo desaprueba el 91%.

Lo que es más grave: un 50% de peruanos considera que el gobierno de Dina Boluarte será más corrupto que los anteriores y 42% igual de corrupto. Además, un 72% considera que la situación económica es peor que hace un año y 55% considera que será peor en el futuro.

La sensación de corrupción, desatada luego del Rolexgate y de las andanzas del hermanísimo, ha corroído seriamente las bases de legitimidad del régimen. Y si se le suma la desesperanza respecto de la economía (expresada fácticamente en el aumento de la pobreza), se entenderá la foto del presente desalentador para la democracia, y, como bien señala el propio IEP, esto alentará la aparición de propuestas radicales o autoritarias.

Volvemos a la pregunta inicial: ¿es mejor cortar por lo sano, adelantando las elecciones generales, o, en aras de no aumentar la inestabilidad -que no veo dónde está (hay relativa paz social)- mantenemos como sea a Boluarte hasta el 2026?

Esta situación no va a mejorar. Va a ir para peor, y cuando queramos reaccionar políticamente ya va a ser muy tarde. La crisis del gobierno afecta a la democracia y le quita lustre ciudadano. Mientras más se sostenga este tinglado, más abono a favor de candidaturas disruptivas, radicales y autoritarias.

Mi posición es clara: se debe adelantar elecciones y cortar la sangría democrática que implica este gobierno mediocre y sin idea de cómo gobernar. Coincide con ello el 77% de los peruanos, aunque un 58.6% no sepa aún por quién votar. ¿Hay riesgo de que en las actuales circunstancias los Antauros descollen? El riesgo de que lo hagan será mayor si el deterioro se acentúa.

Y no hay nada que nos permita pensar que este gobierno mejorará. Al contrario, ya hasta los ámbitos tecnocráticos del Ejecutivo -el MEF, sobre todo- están tocados por la medianía y la contaminación política. Todo nos lleva a pensar que lo mejor para el país es zanjar el problema, convocar a elecciones generales y apostar a que las fuerzas democráticas, apremiadas por la urgencia, tengan la responsabilidad de conducirse inteligentemente.

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Adelanto de elecciones, Dina Boluarte, Rolexgate

La necesidad de un gran frente democrático, republicano y liberal para las elecciones del 2026 no solo es una necesidad electoral para derrotar a la fuerza telúrica que va a acompañar a algún candidato radical de izquierda, sostenido por el sur andino, el resto del mundo rural y los bolsones de pobreza de la costa y la selva.

Es también, una fórmula de gobierno, la única capaz de generar los consensos necesarios para poder afrontar los enormes, gigantescos desafíos sociales, políticos y económicos que el país tiene frente a sí: reactivación capitalista, construcción de infraestructura, reforma político-electoral, reforma de la salud y la educación públicas, regionalización, reforma del sistema de justicia en su conjunto, etc.

Se debe tratar de un frente que, además, no solo comprometa partidos políticos, sino gremios populares representativos (véase con atención la gigantesca movilización que el Sutep ha podido convocar a mediados de esta semana).

Señalaba en columna reciente la paradoja de que las grandes reformas democratizadoras del último siglo y pico habían sido llevadas a cabo en dictaduras (Leguía, Odría, Velasco y Fujimori). Es hora de que sea un gobierno democrático el que corresponda a esa tarea. El último gran esfuerzo por plantearse algo así fue el Fredemo que presidió Mario Vargas Llosa en 1990 y que lamentablemente fracasó en las urnas.

En base a los consensos básicos que un frente como el propuesto ya de por sí implica, sí es posible pensar en un gobierno democrático reformista de la envergadura que se requiere. Sería el colofón salvador de la fallida transición democrática que hemos tenido después del fujimorismo y que nos ha llevado a una de las peores crisis republicanas de la historia nacional (solo es equiparable, para hablar de los últimos tiempos, con la debacle de fines de los 90).

Mucha coordinación, sapiencia política, desprendimiento y tolerancia serán necesarias para que este gran frente no aborte en medio de apetitos minúsculos de poder o celos partidarios inconducentes. La magnitud de la tarea por llevar a cabo debería bastar para convencer a todos los que se están animando a pensar en el 2026, en su urgente necesidad.

La del estribo: buena puesta en escena de Una hazaña nacional, la historia de Fray Calixto de San José Túpac Inca, escrita y dirigida por Alfonso Santistevan, con las actuaciones de Daniela Trucíos, Pold Gastelo, Ricardo Bromley, entre otros, en el entrañable teatro Blume. Va hasta fines de junio. Entradas en Teleticket.

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elecciones 2026, frente democrático

Aun cuando pertenece al mundo exclusivo y multiforme del jazz, el nombre de David Sanborn, fallecido el pasado domingo 12 de mayo a los 78 años, es bastante conocido entre los fanáticos de todo lo que tenga que ver con una de las personalidades más importantes del rock, su tocayo, David Bowie (1947-2016). A mediados de los años setenta, el brillante saxofonista norteamericano trabajó para el “Duque Blanco” tanto en giras como en estudios de grabación. Para mejores señas, es Sanborn quien coloca esos potentes fraseos de saxofón alto en Young americans (1975), tema-título del noveno álbum de Bowie, en que decidió incursionar en el R&B y el soul tras varios años de ser ícono absoluto del glam-rock (también se luce en los temas Right, Somebody up there likes me y Fascination).

Su asociación con Bowie se había iniciado un año antes, cuando el saxofonista integró la banda que sacó de gira el álbum Diamond dogs, documentada en el doble en vivo David Live (1974) -Sanborn brilla en temas como Big Brother y la versión modificada de All the young dudes– y se prolongó hasta toda la promoción del Young americans, que incluyó intensas agendas de conciertos -en lo que se conoció como The Soul Tour, más de 50 fechas en Estados Unidos, entre septiembre y noviembre de ese año- y hasta una aparición en el famoso programa The Dick Cavett Show tocando, entre otras, la canción mencionada al inicio, una crítica aguda del “American way of life” desde el lacónico punto de vista de un artista inglés. 

Como reseñó estos días la revista Rolling Stone, Sanborn tuvo un papel muy importante en el sonido de Bowie en esos años: “Como no había primeras guitarras, yo cubrí ese rol con mi saxo. Y en la gira, Bowie nos dejaba tocar solos durante veinte minutos antes de salir a escena”. Para ese momento, David Sanborn ya era bastante conocido en la escena musical de su país. Después de haberse fogueado, siendo aun adolescente, en las bandas blueseras de los guitarristas Albert King (1923-1992) y Little Milton (1934-2005), obtuvo su primer trabajo de alto perfil a los 22 años, cuando ingresó al grupo de Paul Butterfield (1942-1987), cantante y compositor que además tocaba magistralmente la armónica.

Como integrante de The Paul Butterfield Band, con quienes grabó cuatro álbumes -The resurrection of Pigboy Crabshaw (1967), In my own dream (1968), Keep on moving (1969) y Sometimes I just feel like smilin’ (1971)-, David Sanborn participó nada menos que en Woodstock, la mañana del lunes 18 de agosto de 1969, último del festival, tres horas antes del legendario cierre que hiciera Jimi Hendrix (1942-1970). Aunque la participación del combo bluesero no fue incluida en la película, una de sus canciones –Love march– sí encontró espacio en el clásico álbum triple. Cincuenta años después, en el 2020, apareció un LP doble de colección, con la completa presentación de la banda, titulado Live at Woodstock.

Pero, como decíamos al principio, el verdadero mundo de David Sanborn fue siempre el jazz. Aquejado desde niño por la terrible poliomielitis, los doctores les recomendaron a sus padres que practicara el saxofón para superar las secuelas que la enfermedad había dejado en su brazo derecho y a nivel pulmonar. En la música y la libertad del instrumento que hicieron brillar personajes como Charlie Parker (1920-1955) y John Coltrane (1926-1967), el joven David encontró una razón para vivir y superar el estigma de la discapacidad. Su larga y fructífera trayectoria son testimonio de todo lo que puede lograrse con disciplina, talento y ética de trabajo. Con los años, David Sanborn se convertiría en uno de los saxofonistas más importantes y solicitados en la competitiva escena del jazz mundial.

Después de su experiencia con Butterfield, Sanborn trabajó junto al extravagante pianista y director de orquestas canadiense Gil Evans (1912-1988), en el disco en vivo Svengali (1973) -notable Blues in orbit– y un alucinante álbum grabado para el sello RCA Victor en el que Evans y su big band de dieciocho músicos reinterpretan composiciones de Jimi Hendrix -la versión de Angel les da una idea de por dónde va este disco, una joya del jazz setentero-, lanzado oficialmente en 1974. Poco después, Sanborn iniciaría un copioso trabajo como solista, que no le impidió seguir colaborando con toda una verdadera constelación de astros de la música. Desde James Taylor, en el single How sweet it is (To be loved by you) (LP Gorilla, 1975) hasta Al Jarreau, como integrante de su banda en vivo a mediados de los noventa, los altos vuelos del saxofón de David Sanborn se hicieron sentir.

Si entre las décadas de los cincuenta y los sesenta, subgéneros del jazz como bebop, cool y la fusión tuvieron entre sus filas a grandes saxofonistas afroamericanos -los mencionados Coltrane, Parker, Julian “Cannonball” Adderley (1928-1975), Sonny Rollins, entre muchos otros-, para mediados de los setenta comenzaron a surgir instrumentistas blancos que, inspirados por los sonidos integradores de Stan Getz (1927-1991) -que combinaba la sutileza del bossa nova con una terrible y agresiva misoginia- y Phil Woods (1931-2015)-, dominaron la escena incorporando al jazz elementos de R&B, funk, pop-rock y soul, en lo que poco a poco dio forma a una de las principales vertientes del jazz moderno: el smooth jazz. 

A raíz de los cambios sucesivos en la industria discográfica, con la explosión de figuras creativas y exitosas en todos los géneros existentes, se consolidó, desde inicios de los años setenta, la figura de los “músicos de sesión” ya no como entidades corporativas -Muscle Shoals, The Brill Building- sino como freelancers que intercalaban sus producciones como integrantes de grupos o solistas con contratos específicos para grabar con quienes requirieran de sus servicios. Entre los saxofonistas/clarinetistas más destacados de esa era podemos mencionar a Tom Scott, Eric Marienthal, Lenny Pickett, Richie Cannatta, Mark Rivera o Michael Brecker. En las épocas doradas del pop-rock norteamericano -entre 1975 y 1995- era muy común ver sus nombres asociados a artistas como Joni Mitchell, Eagles, Billy Joel, Elton John, Steely Dan y un larguísimo etcétera. David Sanborn fue uno de los más activos en ese terreno.

En paralelo a sus cinco primeros álbumes como solista, editados entre 1975 y 1979, entre los cuales por lo menos dos -Taking off (1975) y Hideaway (1979)- son considerados en la actualidad auténticos clásicos del smooth jazz, David Sanborn se unió a la banda de los hermanos Randy y Michael Brecker, con quienes lanzó dos exquisitos discos de jazz-funk, con temas destacados como Rocks (The Brecker Brothers, 1975) o Keep it steady (Back to back, 1976). El saxo alto de Sanborn se escucha en canciones de Bruce Springsteen, George Benson, Stevie Wonder, Gil Evans, Jaco Pastorius, Linda Ronstadt, Chaka Khan y podríamos seguir. Canciones suyas como Funky banana, Butterfat (Taking off, 1975, compuestas por el pianista David Matthews), o The seduction (Love theme) (Hideaway, 1979), escrita por el productor italiano Giorgio Moroder para la película American gigolo, protagonizada por Richard Gere, figuran entre sus grabaciones más difundidas en Estados Unidos y Europa.

Luego de pasar una temporada (1979-1980) como integrante de la banda del programa humorístico Saturday Night Live -uno de los más sintonizados de los Estados Unidos, cantera inagotable de estrellas del cine y la televisión-, el saxofonista inició una sociedad de trabajo con un joven bajista de 19 años, a quien conoció en ese grupo, Marcus Miller, hoy reverenciado como uno de los más grandes exponentes de dicho instrumento. En todos los álbumes que Sanborn publicó entre 1980 y 1999, Marcus Miller aparece como compositor, arreglista y productor, además de tocar bajo, teclados y sintetizadores. Aquí podemos verlos en acción, durante la edición 1997 del festival de Montreaux (Suiza).

La complicidad entre ambos se trasladó a la televisión, cuando Sanborn trabajó en el programa Night songs/Night music, producido por el mismo canal de Saturday Night Live, NBC Studios, durante la temporada 1988-1990. El show estaba dedicado a presentar grandes artistas de la música, desde Paul Simon hasta Miles Davis y, mientras Miller hacía de director musical de la banda residente, Sanborn asumió la conducción junto con el reconocido pianista inglés Jools Holland, poco antes de que iniciara su conocida serie Later with… Durante la primera mitad de los ochenta, Sanborn se integró a otro grupo de televisión, para acompañar las emisiones nocturnas del conocidísimo conductor y entrevistador David Letterman. En este video lo vemos como invitado del famoso talk show nocturno.

En 1986 aparecería uno de los álbumes fundamentales para entender la estética sonora del smooth jazz, a dúo con el pianista/tecladista y compositor Bob James, uno de los músicos más respetados del subgénero. El disco, titulado Double vision, cuenta con la participación de un verdadero equipo soñado de “sesionistas”: Marcus Miller (bajo), Steve Gadd (batería), Eric Gale (guitarra), el brasileño Paulinho Da Costa (percusión) y el vocalista Al Jarreau. Las canciones Since I fell -cantada por Jarreau- y el instrumental Maputo -usado en infinidad de comerciales- le dieron estatus de culto a este disco, que fue galardonado con el Premio Grammy a Mejor Performance Vocal o Instrumental de Jazz Fusión, uno de los seis que recibió entre 1981 y 1999. Muchos años después, en el año 2013, Sanborn y James volvieron a juntarse para un disco extremadamente fino, Quartette humaine, que generó temas que son un verdadero placer para el oído como Montezuma o Deep in the weeds.

Para inicios de los noventa, David Sanborn dio un giro en su sonido, un poco cansado del encasillamiento en esa versión atildada y, hasta cierto punto, predecible del “jazz suave” al que se dedicó durante la década anterior. Para sacudirse el membrete, publicó Another hand (1991), un retorno a formas más aventureras del jazz, siempre acompañado de su hermano musical Marcus Miller en la producción. El disco, de atmósferas volátiles y jazzeras/blueseras, tiene otra vez un elenco de lujo que acompaña a Sanborn -Bill Frisell, Marc Ribot (guitarras), Charlie Haden, Greg Cohen (bajos), Steve Jordan, Jack DeJohnette (baterías)- en temas como Hobbies, Jesus o la espectacular Duke & counts. Al año siguiente, repitió el plato con Upfront (1992), esta vez en el camino del jazz fusión para continuar su desmarque de lo “smooth”. Composiciones de Miller como Snakes o Full house -con un invitado especial en guitarra, Eric Clapton- se juntan a clásicos del latin jazz como Bang bang (The Joe Cuba Sextet, 1966) o del free jazz como Ramblin’ (Ornette Coleman, LP Change of the century, 1959).

Los tiempos fueron cambiando y la industria discográfica modificó sus estándares de valoración de calidad y apreciación de las producciones musicales. Como ha ocurrido también con el pop-rock de calidad y su diversidad de ramificaciones, el jazz y sus derivados, poseedores de historias evolutivas muy ricas e íconos forjados durante décadas de talento, creatividad y éxito, fueron retrocediendo hasta convertirse en placer de minorías, guetos aislados de las grandes cajas de resonancia de los medios de comunicación, más concentrados en las simplonerías del hip-hop y el R&B de pasarelas en Estados Unidos, las ondas bizarras para discotecas europeas y la vulgaridad del latin pop y el reggaetón en Hispanoamérica, por lo que nombres consagrados como el de David Sanborn pasaron, en un abrir y cerrar de ojos, a ser virtualmente anónimos para los nuevos públicos consumidores de música popular. 

Entre el 2001 y el 2018, David Sanborn publicó un total de siete álbumes, siempre al lado de músicos de primera. En la temporada de festivales jazzeros 2011-2012, Sanborn formó el supergrupo DMS, junto a Marcus Miller (bajo), George Duke (teclados), Federico Gonzáles Peña (teclados) y Louis Cato (batería). Indiferente a las etiquetas que suele imponer la prensa especializada, declaró alguna vez a la revista Down Beat que “no tengo tiempo para andar pensando si algo es o no es jazz” -ante un cuestionamiento del por qué grababa de todo- y que, como músico, no le interesaban las peleas organizadas por los críticos. “¿Qué tanto protegen estos guardianes de castillos imaginarios? El jazz siempre ha absorbido y transformado todo aquello que encontró alrededor suyo”. Aquí podemos ver a DMS en el Festival de Jazz de Tokio-2011, interpretando Run for cover, tema del sexto álbum de Sanborn, el galardonado Voyeur (1981).

Su vigésimo primer álbum oficial, Here and gone (2008), editado para el prestigioso e histórico sello Verve Records, es un homenaje a Hank Crawford (1934-2009), una de sus primeras inspiraciones cuando aprendía a tocar, arreglista y saxofonista de la banda de Ray Charles (1930-2004), quien es, como todos sabemos, una figura emblemática de la música y la discapacidad, al haber crecido invidente desde los seis años, probablemente a causa del glaucoma. “La primera vez que escuché a Ray Charles y su sección de vientos, pensé -le dijo en entrevista televisiva a David Letterman, allá por 1987- me dije a mí mismo que el mejor trabajo en el mundo debía ser tocar el saxo”. El disco contiene colaboraciones especiales de estrellas de diferentes generaciones como Eric Clapton (I’m gonna move to the outskirts of town), la cantante de soul Joss Stone (I believe to my soul) y el guitarrista Derek Trucks (Brother Ray).

Casi diez días después de su fallecimiento, Marcus Miller, su amigo del alma, recién se sintió capaz de escribir al respecto en sus redes sociales: “Estoy lleno de una gratitud inagotable por haber tenido la oportunidad de conocer a David, reír y hacer música con él. Trabajando juntos evolucioné hasta convertirme en productor, compositor, arreglista, empresario y artista. Todo gracias a la increíble confianza que David tuvo en mí al conocerme siendo yo tan joven. Descansa en paz, hermano mío”. 

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