Opinión

En estos últimos días, la prensa se ha concentrado en varios casos de peleas conyugales de congresistas y de un futbolista muy conocido. Todos los conflictos han implicado situaciones de violencia que la prensa ha sabido aprovechar para circular relatos, imágenes, opiniones y así aumentar su audiencia y fidelidades mediáticas. Desde los años 90 varias conductoras de televisión han conseguido un éxito comercial muy grande gracias a los engaños y violentas respuestas que sus reportajes y entrevistas traen consigo. Como en el Perú no existen comités dentro de los mismos medios o en el Estado que pongan freno a tan gran negocio, parece haberse naturalizado que sea la opinión pública la que sustente toma de bandos, si con uno, si con otro, e incluso presionen sobre la decisión de las instituciones a las que pertenecen. 

Esta práctica trae riesgos muy grandes, pues dado que el ser humano va asentando su personalidad y comportamiento siguiendo ejemplos y modelos en el hogar y en su entorno, no solo naturaliza la violencia, si no el éxito mediático que está trae consigo. Y alcanzar la popularidad en redes y medios no es ahora tan sólo un pasatiempo sino una profesión que buena parte de la adolescencia mundial tiene como meta laboral; pareciera entonces que fomentamos el saber manipular la violencia conyugal como un recurso para conseguir la fama tan ansiada y sus beneficios económicos. 

Si como sociedad tuviésemos un juicio sano, deberíamos haber desarrollado herramientas para detener las distintas formas de violencia que nos rodean porque la violencia escala, se multiplica y nos anula, nos acorta y amarga la vida, sobre todo la de las niñas y niños obligados desde su fragilidad a conformarse o defenderse sin tener el poder de un adulto. Y traigo el tema del poder porque está asociado directamente con la violencia. La prensa difunde los casos en los que congresistas y futbolistas son los agresores. Es por eso que las víctimas requieren del apoyo de un sistema judicial que pueda dar protección, y no otro que responda a la presión mediática, las conveniencias de las instituciones a las que pertenecen y a otros arreglos que son tradición en nuestro sistema de justicia. 

Y han sido precisamente congresistas, vergonzosamente liderados por mujeres, quienes han perseguido y prohibido la educación sexual integral en las escuelas, principal materia en buena parte del mundo, donde se enseña cómo relacionarse sanamente con las personas con las que se mantienen relaciones sexuales, cómo cuidar y defender nuestros cuerpos, cómo evitar los abusos de poder de género en sociedades tan machistas como la nuestra.  Les hemos quitado la posibilidad de educar generaciones libres de tremenda opresión que vive más de la mitad de hogares peruanos. De darles herramientas para escapar de la trata, principal crimen que ha repuntado de manera escalofriante en el país debido a la minería ilegal y el narcotráfico. 

Si nuestros congresistas citan la Biblia para evadir esta responsabilidad y luego la utilizan para afirmar que ser autoridad es ser un rey elegido por Dios, están llevando al límite la política y la democracia con tal de continuar defendiendo el derecho que sienten de cometer abuso, contra las mujeres, contra la diversidad sexual, contra la defensa de nuestros cuerpos. Y los medios que viven de difundir golpes y peleas de famosos hacia sus parejas, sonríen, dándole la espalda a una generación de niñas, niños y adolescentes abandonados en un sistema educativo a punto de colapsar. 

Nuestro siguiente gobierno, tendrá que ser uno con la capacidad de hacerse cargo, de sentirse responsable de ponerle freno a este abandono. Pongamos toda nuestra imaginación en conseguirlo. Nuestro futuro lo reclama.

[TIEMPO DE MILLENIALS] ¿Eres de los que se deja llevar por los mitos del reciclaje para, precisamente, no reciclar? Aquí te darás cuenta de la importancia de comprometerte con el medio ambiente y ya no tendrás excusa:

  1. No reciclo porque no sirve de nada, todo se mezcla en la misma bolsa

La verdad: los recicladores separan, clasifican y procesan de manera automática cada material que reciben.

  1. No reciclo porque todo se mezcla en las plantas de reciclaje

La verdad: las instalaciones y plantas de reciclaje están separadas y solo llega a cada una de estas el residuo a tratar.

  1. Hay que lavar los envases antes de reciclar

La verdad: no es necesario y es más, no es recomendable. Porque se están gastando recursos dos veces. Una, en tu casa antes de dejarlo en el contenedor. Y dos en la planta, todos los productos pasan por un proceso de limpieza. Por tanto, no es necesario lavar nada antes de reciclar.

  1. No reciclo porque reciclar es más contaminante que fabricar un producto nuevo

La verdad: es menos costoso reciclar que fabricar un nuevo producto. Al reciclar ahorramos: agua, energía y materias primas. También reducimos la contaminación que se produce al obtener la materia prima para realizar el producto.

  1. No reciclo porque no quiero que se pierdan puestos de trabajo

La verdad: el reciclaje de residuos crea 10 veces más empleos que si se eliminaran en vertederos.

  1. No reciclo porque no tengo espacio para hacerlo

La verdad: esta no es una excusa, la clave está en saber organizarse y adaptarse al espacio. 

  1. Los objetos solo pueden reciclarse una vez, ¿para qué me voy a molestar?

La verdad: muchos productos pueden reciclarse varias veces y algunos como vidrios o metales, pueden reciclarse indefinidamente sin perder nada de calidad. 

  1. Por mucho que recicle, no voy a salvar el planeta

La verdad: es un trabajo en equipo con todos los actores de la cadena de reciclaje, pero tu papel sí importa.

  1. Los productos reciclados son de peor calidad

La verdad: los fabricantes invierten tiempo y recursos en las nuevas medidas de ecodiseño, por ello son de una calidad igual que las que se han creado con materia prima virgen.

  1. Transportar los materiales reciclables causa más contaminación que no reciclarlos

La verdad: se produce la misma contaminación transportando los residuos a los vertederos que a las plantas de reciclado. Además, existen puntos donde se acumulan los materiales reciclados y así transportarlos en grandes cantidades, disminuyendo la contaminación.

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Una respuesta lacerante, por los efectos corrosivos que contiene para la democracia, es aquella que responde a la pregunta de cuán interesada está la ciudadanía respecto de la política.

Según la última encuesta de Datum, al 43% le interesa poco informarse sobre política y al 28% le interesa nada, 71% a la que le resbala simplemente todo lo que tiene con ver con la política nacional.

Esta respuesta calza perfectamente con otra medición del IEP, donde al 68% de la población le interesa poco (26%) o nada (42%) la política. Un desdén por los asuntos públicos de gobierno alarmante.

Alarmante porque supuestamente transitamos por una seria crisis política, que tiene los reflectores de la prensa permanentemente prendidos sobre ella, pero que a pesar de tal, no concita el desvelo de la mayor parte de la ciudadanía, a quien seguramente la preocupa mucho más el futuro de Cueva en el fútbol peruano que lo que acontece en el damero de Pizarro o la plaza Bolívar.

Ese ciudadano “alpinchista” es el que luego, como suele suceder en el Perú, vota por joder, y así, aparecen candidatos que reflejan ese estado de ánimo y generan una ruleta de la suerte que, al final, puede tirar por la borda años de esfuerzo partidario, programático, de convocatoria de buenos equipos de gobierno o listas congresales.

Tiene que ver también este desinterés con la poca movilización ciudadana que genera el actual statu quo, con una alianza fáctica deleznable y funesta entre el Ejecutivo y el Congreso. A la mayoría no le importa. Está más preocupada -como también revelan las encuestas- en superar el páramo económico, la sensación devastadora de que la corrupción nos gobierna y la terrible incertidumbre vital que genera la descontrolada inseguridad ciudadana.

El resultado de todo ello es una anomia republicana que reviste los peores pronósticos para el 2026. Pobladores sin república debió haberse llamado el libro de Alberto Vergara. La ciudadanía es una aspiración colectiva aún pendiente.

 

Ya uno no sabe qué conclusión extraer respecto de las encuestas de autodefinición ideológica. Varían entre sí y a veces, dependiendo de la fecha en que se realizan, lo hacen sideralmente dentro de la propia encuestadora.

La última encuesta de Datum, por ejemplo, señala que el 27% de la ciudadanía se identifica de derecha, 21% de centro y 13% de izquierda. El resto de encuestadoras arroja casi un empate, con mayor predominio del centro.

Dicho sea de paso, una sugerencia a las encuestadoras: deberían repreguntar a los encuestados por qué se dicen de derecha, de centro o de izquierda. Ello podría ayudar mucho a trazar un mejor mapa de identidades ideológicas, aun cuando nos resulte claro que no es un predictor electoral (ya hemos visto el 2021 a gente de derecha, o autodefinida así, votando por Castillo)

Vamos a elegir, por ello, un aspecto de la respuesta que, para el caso, nos parece más relevante: 34% no se identifica con ninguna de ellas y en abril de este año solo decía no hacerlo el 21%. En la triada derecha-centro-izquierda, las cifras casi no se mueven entre ambas fechas.

Esta aparente desideologización sería el mejor reflejo del creciente hartazgo ciudadano por la política, esta sí corroborada por todas las encuestadoras. Y ese grueso sector poblacional es materia prima dispuesta a terminar votando por algún candidato radical antisistema, que prometa patear el tablero, poner el país de cabeza y refundarlo desde sus cimientos, por lo general una propuesta autoritaria y vertical.

Ese es el mayor peligro al que nos asomamos el 2026. Porque si le sumamos la inmensa fragmentación (habrá cerca de 60 candidatos), la posibilidad de que con un 7 u 8% de la votación un candidato pase a la segunda vuelta es muy alta, como sucedió el 2021, con las consecuencias políticas que hasta hoy sufrimos.

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La lideresa de Fuerza Popular y el dueño de Alianza para el Progreso, Keiko Fujimori y César Acuña, respectivamente, deben pagar una factura colosal el 2026, cuando intenten postular a la Presidencia, por el apoyo desembozado al delictivamente mediocre régimen de Dina Boluarte.

El pueblo debe tener memoria histórica y recordar que el gobierno repudiado por el 95% de ciudadanos, se sostiene gracias al apoyo que le brindan estas dos agrupaciones en el Congreso (junto a Avanza País y Perú Libre) a cambio de migajas de poder, que revelan la entraña miserable de las dos agrupaciones señaladas.

En particular, destaca el caso de Keiko Fujimori, porque ella aparece en las encuestas con la más alta intención de voto y seguramente creerá que con un par de gestos beligerantes, de acá a un año, en contra del gobierno, logrará que el pueblo olvide estos años de connivencia con el peor gobierno republicano que hemos tenido, después del horrendo periodo de Pedro Castillo.

Sorprende que algunos duden de si Keiko va a ser la candidata o lo va a ser su padre. Tremendo cuento chino. Alberto Fujimori sabe que no puede postular, por razones constitucionales y por temas de salud y edad. Keiko está jugando la estrategia de capturar el albertismo, repitiendo la misma táctica que empleó el 2021, donde al amistarse con su padre logró que en el imaginario popular su actuación congresal -el sabotaje a PPK- sea pasada a segundo plano o, en todo caso, que no le afectara tanto como para impedir su pase a la segunda vuelta.

Aunque abominen del cierre del Congreso perpetrado por Vizcarra, a los fujimoristas les convino que ello ocurra porque de haberse mantenido ese Congreso, con absoluta mayoría naranja, hasta el 2021, Keiko no pasaba a la segunda vuelta de ninguna manera. Esta vez, ni una vacancia el 2025 a Dina Boluarte logrará salvarla del oprobio, porque esa vacancia daría pie a un gobierno congresal dominado por Fuerza Popular o a un desmadre callejero para que se vayan todos, en la que su partido sería el principal blanco.

La factura política electoral la debe pagar el fujimorismo. La derecha debe entender que su fragmentación solo ayudaría a que nuevamente el fujimorismo dispute la jornada definitoria que por justicia política no merece.

Recién en un foro de Wathsapp discutíamos por donde comenzar a reconstruir el país puesto que carecemos de una burguesía con carácter auténticamente nacional capaz de tomar en sus manos al Perú y liderar el desarrollo de la nación con lo mucho que además esto suena a alocución de barbado activista setentero. Pero no deja de ser cierto. Además, tampoco contamos con clase política, ni a nivel del gobierno central, ni en el plano de los gobiernos locales. 

Esta ha sido reemplazada por lo que Patricia del Río llamó alguna vez caquistocracia vocablo que designa al gobierno de los peores o menos capaces. Y es que habría que esforzarse mucho para encontrar un ciudadano menos capaz para el ejercicio de la Primera Magistratura de la Nación que Pedro Castillo Terrones cuyo inconcluso y circular cuento del niño y el pollo denigrará por siempre el honorable oficio de maestro.

Cualquier referencia al Congreso es una perogrullada. Ya se sabe que ha sido tomado por una camarilla de personajes la más de las veces siniestros e inescrupulosos que legislan a favor de intereses privados vinculados no solo con lo ilegal sino con todo lo que atenta contra el bien público. Solo así pueda explicarse que se limite la figura del allanamiento domiciliario poniendo sobre aviso al sospechoso que será visitado para que coloque a buen recaudo cualquier bien o caudal que pudiese obrar en su contra. De allí que el rector de la UNI, Alfonso López Chau haya llamado “Constitución de 2024” a la Carta de 1993 pues, entre gallos y media noche, la actual mayoría congresal la ha fraguado a favor de los peores y en perjuicio de todos los demás. 

El problema comienza con la historia, podríamos remontarnos al régimen colonial, o a los orígenes republicanos, pero seré práctico. Si todo está podrido ¿por dónde se comienza? Por los poderes del Estado. José Martí dijo, “cuando el sufragio es ley, la revolución es el sufragio” y Alfonso Barrantes añadió, “en el Perú, un gobierno honesto ya sería una revolución”. 

Parece que tendremos hasta 60 partidos inscritos y aptos para participar en las justas electorales de 2026. Parafraseando a Basadre, el problema oculta la posibilidad. Entre esos 60 nuevos partidos se encuentran los tres o cuatro candidatos que representan la genuina indignación ciudadana ante quienes han convertido nuestra política en un espacio de impunidad para el delito y a nuestro país en su hedionda madriguera. 

Necesitamos identificar a las fuerzas políticas que defienden el bien común, que defienden la política entendida como servicio público, que defienden la tecnificación de la gestión, que defienden los proyectos de desarrollo y apoyarlos a rabiar para convertirlos en mayoría. Estos partidos deben tener la sabiduría necesaria para unirse, llegado el momento, antes o después de las elecciones, para así gobernar juntos, priorizando la necesidad de construir el país Antes que las cuotas de poder o esas pugnas intestinas típicas del comunismo criollo del siglo XX. 

Platón entendía la aristocracia, no como la vivimos en el Perú hace un siglo, sino como el gobierno de los mejores. Necesitamos tres o cuatro nuevos partidos cuyos candidatos o candidatas presidenciales y congresales se encuentren entre los más calificados y comprometidos para gobernar el país, para reformular nuestra Constitución conforme a lo que haga falta e igual con las principales instituciones y luego irradiarse al resto del país extrayendo lo mejor de cada una de sus regiones. 

Si me preguntan por un inicio donde parece no existir ninguno, este sería el mío. Y dejo claro que no he hablado ni de izquierdas, ni de derechas, creo que necesitamos a ambas, siempre y cuando actúen dentro de los marcos democrático e institucional y se pongan de acuerdo. A ver si por una vez, actuamos al servicio del Perú. 

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Alfonso López Chau, elecciones 2026

[La columna deca(n)dente] En una reciente entrevista, el congresista fujimorista Fernando Rospigliosi, otrora recalcitrante antifujimorista, argumentó que la aplicación de la figura de lesa humanidad a militares y policías que participaron en la lucha contra el terrorismo en el país es injusta y contraria a la legalidad. Según Rospigliosi, la aplicación retroactiva de este concepto busca perseguir políticamente a quienes defendieron al país de la barbarie terrorista en las décadas de 1980 y 1990. Sin embargo, este tipo de afirmaciones, aunque atractivas para ciertos sectores, ocultan una peligrosa distorsión de lo que verdaderamente significa la justicia para crímenes de lesa humanidad y los compromisos internacionales asumidos por el Perú.

Primero, es importante aclarar que la figura de los crímenes de lesa humanidad no es un capricho político ni una invención local, sino un concepto profundamente arraigado en el derecho internacional. Los crímenes de lesa humanidad, como las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, las desapariciones forzadas y la violación sexual, entre otros, son considerados tan graves que no prescriben y no pueden ser amnistiados. Esto se debe a que estos delitos violan derechos humanos fundamentales y afectan no solo a las víctimas directas, sino a la humanidad en su conjunto.

El principio de no retroactividad no es aplicable en estos casos debido a la naturaleza de los crímenes. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha subrayado repetidamente que los Estados tienen la obligación de investigar, juzgar y sancionar estos delitos, independientemente de cuándo se cometieron. En este sentido, la justicia transicional busca asegurar que no haya impunidad y que se haga justicia para las víctimas.

Además, es preocupante que se minimicen y olviden los crímenes cometidos por agentes del Estado durante el conflicto armado interno, bajo el argumento de que «salvaron al país». Rospigliosi pasa por alto principios fundamentales, como que el fin no justifica los medios y que la barbarie terrorista no se combate con barbarie estatal. También ignora que el uso de la violencia y la violación de derechos humanos por parte del Estado no pueden ser tolerados ni olvidados, y que la justicia para las víctimas de abusos estatales es tan esencial como la justicia para las víctimas del terrorismo. Su discurso ignora las obligaciones internacionales del Perú y socava los esfuerzos por establecer una justicia equitativa y completa. La justicia no es venganza, sino un proceso necesario para sanar las heridas de la sociedad y construir un futuro en el que los derechos humanos sean respetados de manera irrestricta.

En lugar de cuestionar la aplicación de la figura de lesa humanidad, deberíamos apoyar y promover los esfuerzos para garantizar que todos aquellos que cometieron crímenes atroces, sin importar su bando, rindan cuentas ante la justicia. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad verdaderamente justa y democrática.

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Fernando Rospigliosi, Fuerza Popular, Fujimorismo, lesa humanidad

Es tal la penetración de las economías ilegales en la política peruana, generada con mayor impunidad desde el gobierno de Pedro Castillo, pero mantenida y acentuada por el régimen actual, que recuperar el país de esas mafias le va a costar al gobernante que emprenda esa tarea una resistencia violenta y sangrienta.

De por sí, que no sorprenda si durante la campaña algún candidato que ponga especial énfasis en ello pueda ser víctima de un atentado. Los miles de millones de dólares que mueven la minería legal, la tala de maderas, el narcotráfico, la trata de personas, el contrabando, el transporte informal, los sindicatos mafiosos de la construcción civil, las bandas extorsivas de cupos, los ha empoderado al punto de animarse a infiltrar la política y las principales instituciones del país.

¿Se ha preguntado por qué no hay “operaciones Walquiria” contra estas mafias? ¿Por qué no hay megaprocesos judiciales? ¿Por qué no hay operativos policiales o recursos de inteligencia destinados a capturar a los cabecillas de estas verdaderas organizaciones criminales? ¿Por qué en el Congreso se dictan normas recurrentes a su favor? ¿Por qué los gobiernos regionales no mueven un dedo por tocar sus intereses y más bien conviven “armoniosamente” con ellas?

El país que, con sus terribles defectos y ausencias reformistas, padecimos entre el 2001 y el 2021, ya lo hemos perdido. La transición no fue hacia una mejor democracia, más arraigada y sólida, sino hacia la conformación de una sociedad cercana a la categoría híbrido criminal que portales de investigación como Insight Crime le asignan a regímenes como el de Maduro, en Venezuela.

Va a costar sangre romper ese statu quo. Laresistencia de estos grupos criminales será violenta. Ocurrirá como en México cuando el presidente Felipe Calderón decidió darle lucha frontal al narcotráfico (nunca México tuvo tantos muertos como en esa época). No vienen tiempos fáciles para el país, sobre todo, si nos toca en suerte un gobernante democrático decente, decidido a acabar con estas mafias.

Pero queda claro que esta es la primera tarea gubernativa por desplegar si se quiere que la democracia y la economía de mercado sigan siendo los ejes vitales sobre los cuales se mueve el carromato de la nación peruana.

-La del estribo: una recomendación insoslayable. ¡Acudan a ver Como una uva seca al sol, de Lorraine Hansberry, que dirige magistralmente Ebelin Ortiz, con actuaciones de primer orden de un elenco mixto, de experimentados y noveles! Es, de lejos, lo mejor que se ha puesto en teatro este año en la cartelera limeña. Va en el Centro Español del Perú hasta el 7 de octubre. Entradas en Teleticket.

Siguiendo con la saga: a leer Crónicas con garra, del gran periodista Rubén Marruffo. No es la historia del centenario del equipo más grande del Perú, sino un conjunto de anécdotas interesantísimas, muy bien narradas y con solvencia de datos. Como dice su autor, es el “detrás de cámaras” con historias desconocidas para la mayoría de hinchas cremas.

El asesinato de Arturo Cárdenas, secretario general del Sindicato de Trabajadores en Construcción Civil de Lima y Balnearios es tremendamente grave. Es el equivalente a que las mafias del oro ilegal hubieran asesinado al gerente de la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía.

Constituye un escalamiento de la violencia asesina por parte de los sindicatos mafiosos que quieren controlar los cupos que se pagan en las obras de construcción y que el gremio formal combate desde hace décadas.

Si tuviéramos un gobierno decente y solvente, ello hubiera merecido de inmediato una convocatoria de emergencia al ministro del Interior por parte de la presidenta Dina Boluarte, la convocatoria del Consejo de Estado, la invitación a una conferencia de prensa o un mensaje en cadena nacional.

Pero no, nada de eso ocurrió. La presidenta no convocó ni al ministro del Interior (no figura en su agenda y aquél se la pasó reunido con el titular del Congreso hablando sabe dios de qué pavadas), no invitó a las principales autoridades llamadas a combatir la delincuencia, más bien, se entretuvo dando un espectáculo penoso junto a su ministro de Educación jugando una pichanguita de vóley en el patio de honor de Palacio de Gobierno.

Han hecho bien los principales gremios empresariales y sindicales en hacer un enérgico llamado conjunto a que el gobierno tome acciones, han actuado con propiedad los líderes políticos que le exigen al régimen mayor seriedad y desvelo en el manejo del tema.

La mediocridad y frivolidad de este gobierno ya no admite tolerancia. Y hace bien la derecha fáctica y política en manifestarse irritada. El monopolio de la indignación por un gobierno chicha, corrupto, incapaz y mercantilista no puede ser de la izquierda.

No hay nada, lamentablemente, que nos haga pensar que este gobierno va a ser algo serio, coherente y bien diseñado sobre el tema de la creciente inseguridad ciudadana. El país será dominado por las mafias delictivas, por las verdaderas organizaciones criminales y no por las inventadas abusivamente por fiscales ignorantes o envenenados por el odio a sus adversarios.

Como en muchas otras cosas, habrá que esperar a que el 2026 -u ojalá antes- las urnas lleven a Palacio a alguien que mire el país con seriedad y sentido del deber cívico, lejos del dechado de frivolidad e indolencia que hoy nos gobierna.

 

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