Opinión

Uno de los avances más importantes en la sanción de la violencia contra las mujeres fue la tipificación del feminicidio (2011) como un crimen específico en el país.

La norma que estableció este delito tuvo varias modificaciones orientadas a considerar los escenarios de riesgo y los tipos de feminicidio, sin limitarlo solo a los crímenes en relaciones afectivas. Se trata de una de las primeras leyes peruanas que reconoce a las mujeres como sujetas de derecho de manera específica, evidenciando las realidades desiguales que enfrentan.

Si bien la inclusión de este delito permitió establecer sanciones, también facilitó el desarrollo de políticas para investigar el fenómeno y profundizar en el análisis de los riesgos, una etapa fundamental para la prevención.

El camino para lograrlo no fue fácil. Antes de que esta categoría se incorporara al ordenamiento jurídico y penal del país, el asesinato de mujeres y niñas en escenarios de violencia de género era calificado como “crimen de honor” o “crimen pasional”. De esta forma, se justificaba la conducta del agresor y se invisibilizaban los trasfondos de discriminación que precedían al hecho.

La tipificación del delito también ayudó a sensibilizar a la ciudadanía sobre un problema de larga data. Además, permitió reconocer que la violencia contra las mujeres tiene consecuencias mortales y que puede ocurrir tanto en espacios públicos como privados, a manos de personas cercanas o desconocidas.

Cuando se dice que el feminicidio es el asesinato de una mujer por su condición de tal, se señala que, lamentablemente, existe un significado social construido a partir de la realidad biológica. Es decir, se imponen mandatos, estereotipos, comportamientos, roles y expectativas que afectan la autonomía de las mujeres y las exponen a mayor vulnerabilidad ante la violencia, lo cual es injusto.

Para categorizar este delito, se realizaron estudios que evidenciaron su prevalencia y permitieron generar un registro nacional de casos. Según estos, los agresores justificaban sus acciones alegando que la mujer les discutió, les interpuso una demanda de alimentos, se negó a continuar la relación, rechazó tener intimidad sexual o simplemente no accedió a sus proposiciones. En muchos casos, existían antecedentes de violencia, pero en otros no. También existen los feminicidios producto de la violencia sexual, casos terribles y recurrentes en el país.

En otras palabras, el feminicidio es un crimen específico en el ordenamiento penal, que sanciona la agresión extrema contra mujeres y niñas, cuya prevención es responsabilidad del Estado.

No todos los casos ocurren en relaciones de pareja o expareja. Recordemos el trágico caso de Eyvi Ágreda, una joven que fue rociada con combustible en un transporte público por un acosador con quien no tenía vínculo alguno. Eyvi falleció, y su muerte trágica impulsó a las autoridades a tomar más medidas para enfrentar el problema, incorporando el acoso como un factor de riesgo.

A más de diez años de la tipificación de este crimen, algunos se preguntan por qué sigue ocurriendo. Ningún delito desaparece por el simple hecho de tipificarse. Su inclusión en el ordenamiento penal es una expresión de rechazo desde el Estado y un mecanismo de sanción, pero no la única solución.

Quienes hemos trabajado en este tema por años insistimos en que no solo es necesaria la sanción, sino también la prevención de la violencia contra las mujeres. Mientras este fenómeno exista, el problema continuará.

El feminicidio es el último eslabón en una cadena de violencias contra las mujeres, un desenlace trágico al que no se debería llegar.

En el contexto actual, caracterizado no por una ola de retrocesos, sino por un tsunami de ataques contra las medidas de igualdad, la congresista y pastora Milagros Jáuregui, en un intento caprichoso por desmantelar los avances en materia de derechos de las mujeres, ha presentado un proyecto de ley para eliminar este delito y reducirlo a un simple “asesinato en relaciones de pareja”. No hay propuesta más ideologizada ni más vergonzosa que esta, contraria a las víctimas de feminicidio y a sus familias.

El 2024 terminó con una cifra trágica de 162 feminicidios (MIMP, 2025). Hace pocos días, una niña murió víctima de la cruel violencia sexual. En un país que llora la vida de decenas de mujeres y niñas cuyos crímenes debieron prevenirse, la congresista ocupa su tiempo en desmantelar las medidas destinadas a sancionar y prevenir estos hechos.

Ante semejante actitud, le pregunto a Milagros Jáuregui: ¿qué daño le hace la tipificación de este delito? ¿Por qué le da la espalda a las madres que lloran a sus hijas asesinadas y claman por justicia? ¿Por qué retroceder en esta materia y permitir más impunidad?

Claramente, estos son los caprichos del poder.

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Feminicidio, NoMáRetrocesos

Lo que se presenta como panorama luego de la designación del flamante ministro del Interior en el Perú es un mero formalismo, cambiando piezas de un tablero que sigue más o menos igual. En su laberinto de intereses y juegos de poder, la política peruana ha demostrado ser un estado de cosas donde las apariencias importan más que las realidades. Mientras su discurso promete renovación, el nuevo titular se encontrará enredado en la red de clientelismo y compromisos que atraparon a su predecesor.

La historia política del país está llena de ministros que prometen un cambio radical en seguridad y orden interno tan pronto como son juramentados. Pero rápidamente son arrastrados por la marea de un sistema que recompensa la lealtad más que la competencia. Tienen un nuevo ministro que es un rostro fresco y con cierta retórica de cambio, pero el nuevo ministro es y solo puede ser un peón mientras el statu quo permanece siendo el titiritero en la oscuridad.

Los problemas de inseguridad ciudadana, narcotráfico y corrupción no se resolverán simplemente cambiando la cara del gobierno; requieren una voluntad política fuerte y decisiva. Los cambios nominales en la cima son insuficientes; se necesita una reforma institucional profunda, un compromiso sincero con la justicia y la transparencia. Pero en un mundo donde intereses personales y partidistas reinan, esta transformación parece una quimera.

Es una historia común de cambios sin cambios, el sonido de una promesa rápidamente ahogado por el ruido de una realidad que llega a ser lo que es. Como siempre, es el ciudadano promedio quien sueña con un cambio auténtico, pero en su lugar, es solo atormentado por un sistema que, no importa cuántos rostros nuevos tenga, permanece sin cambios. Mientras el Perú camina por esta cuerda floja de ilusión y eventual desilusión, continúa en este juego de pérdidas y avances, hilando su propio camino sangriento y doloroso, el sonido del silencio rebotando en su plaza pública.

[Tiempo de Millenials] Construir una marca personal sólida es una de las mejores maneras de aumentar tu influencia y desarrollar tu negocio. Aquí tienes los seis elementos de una marca personal exitosa.

  1. Autenticidad

La autenticidad es uno de los elementos más cruciales del branding, pero también uno de los más difíciles. Esto se debe a que, al principio, muchos aspectos de las ventas y el marketing pueden parecer forzados o artificiales.

Ser auténtico significa simplemente saber quién eres, qué valoras y a quién quieres ayudar. Es lo que le da solidez a tu marca y a tu negocio, y te hace más accesible para los demás.

Para asegurarte de mostrarte auténtico, tómate el tiempo para definir tus objetivos y tu propósito. Céntrate en compartir solo lo que realmente te importa y cumple siempre tus promesas.

  1. Tener un punto de vista

Parte de desarrollar una marca personal exitosa es tener una perspectiva que te ayude a destacar. La mejor manera de amplificar tu mensaje y diferenciarte es tener un punto de vista único. 

Parte de desarrollar un punto de vista único es no disculparte por tus opiniones. Cuando desarrollas un punto de vista sólido que atrae a algunos, inevitablemente alejará a otros. Aprende a ignorar las críticas y a mantenerte enfocado en tu mensaje principal.

  1. Consistencia

Si hay algo que todas las marcas exitosas tienen en común es la consistencia. Mantener una marca personal consistente te ayudará a empezar a construir reconocimiento.

Puedes mantener una imagen consistente en línea usando la misma foto de perfil y foto de portada en todas tus redes sociales. También deberías tener un logotipo diseñado específicamente para tu marca. También puede ser útil vestir siempre con un estilo de ropa específico que identifiquen fácilmente.

  1. Storytelling

El storytelling se ha convertido en una palabra de moda, pero es un aspecto importante para construir una marca personal. Esto se debe a que las personas no compran a empresas, sino a personas que conocen, aprecian y en quienes confían.

Cuando utilizas el storytelling en tu marketing, te ayuda a construir una conexión emocional con tu audiencia. Contar una historia que conecte con tus seguidores les ayuda a entender quién eres y por qué te apasiona tanto tu mensaje.

  1. Experiencia 

Ser auténtico y tener una perspectiva sólida puede atraer a tus seguidores y compradores, pero es tu experiencia la que hará que se queden. Por eso es buena idea elegir un nicho específico y desarrollar tu experiencia en él.

  1. Network

Y, por último, no olvides que tu marca personal va más allá de ti. También se trata de las conexiones que construyes con otras personas. 

La clave para construir una red sólida es centrarse en construir relaciones con personas que puedan marcar la diferencia en tu carrera. Intenta siempre crear situaciones en las que todos salgan ganando y concéntrate en dar más de lo que recibes.

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Branding, Marca personal, marketing, reputación

[La columna deca(n)dente] La reciente movilización del 21 de marzo en Lima, que congregó entre 20 000 y 25 000 personas, se configura como un episodio paradigmático del «poder en movimiento» descrito por el politólogo Sidney Tarrow. Si bien su éxito inmediato se materializó en la inusual censura del Ministro del Interior, este resultado no puede simplificarse como una concesión autocrítica del Congreso. Más bien, la marcha actuó como un catalizador, visibilizando y amplificando la creciente indignación ciudadana ante la inacción gubernamental frente a la epidemia de extorsión y sicariato, una indignación que ya venía gestándose en la sociedad.

El hartazgo social, motor fundamental de la acción colectiva, ha escalado en paralelo al avance del crimen organizado, elevando la seguridad ciudadana a una prioridad nacional ineludible. Sin embargo, como Tarrow señala, los movimientos sociales no operan en un vacío. Esta crisis de seguridad no es meramente una falla en la implementación de estrategias, sino que se asienta sobre un marco normativo permisivo con las organizaciones criminales. En los últimos meses, hemos presenciado la aprobación de leyes que, lejos de fortalecer la institucionalidad, debilitan la lucha contra el crimen organizado: restricciones a la colaboración eficaz, limitaciones a la labor fiscal en allanamientos y eliminación de sanciones por la opacidad en el financiamiento de campañas, facilitando la infiltración de capitales ilícitos en la política, un fenómeno que mina la legitimidad democrática desde sus cimientos como bien se señala en un informe de Ojo Público. 

La pasividad del gobierno, lejos de actuar como contrapeso, ha facilitado la imposición de estas normas, favoreciendo, parafraseando a la presidenta Boluarte, a «fuerzas oscuras» cuyos intereses se contraponen al bienestar ciudadano. En este contexto, la marcha del 21 de marzo se convierte en una «ruptura de la rutina», un evento disruptivo que sacude la complacencia del poder institucional y evidencia la desconexión entre los partidos políticos y las demandas ciudadanas.

Los partidos liderados por figuras como Keiko Fujimori, César Acuña, Vladimir Cerrón, José Luna y Rafael López Aliaga, aliados legislativos del gobierno, han intentado escenificar un «distanciamiento táctico», una maniobra calculada para proteger su imagen ante el creciente descontento. Su repentina crítica al Ministro del Interior, a quien previamente “blindaban”, no responde a una genuina preocupación por la gestión, sino a un cálculo político pragmático. Son conscientes de que mantener su apoyo incondicional a una figura desgastada y clave en la maquinaria gubernamental se ha vuelto insostenible. Este «repliegue estratégico» busca ocultar su complicidad previa y simular una independencia inexistente, intentando navegar la ola de indignación sin renunciar a los beneficios que les reporta su alianza con el régimen.

Sin embargo, esta maniobra, lejos de marcar un quiebre sustancial, se inscribe en una lógica de «oportunidad política». Buscan seguir siendo funcionales al gobierno, preservando sus privilegios, sin pagar el costo político de respaldar explícitamente a un ministro incompetente. Su lealtad a Boluarte y la defensa de sus propios intereses permanecen intactas.

La movilización ciudadana ha demostrado que la presión desde abajo puede alterar el tablero político. La lucha no termina con la remoción de una figura. El Congreso ha sentado las bases para un marco normativo que favorece a las organizaciones criminales, y el gobierno ha permitido su avance. Ante esta realidad, la ciudadanía debe mantenerse vigilante y organizada, exigiendo no solo la salida de figuras cuestionadas, sino también la derogación de las leyes que facilitan la impunidad y el crimen organizado. Solo a través de una presión sostenida y consciente, articulando un repertorio de acción colectiva diverso y estratégico, será posible enfrentar el deterioro institucional y revertir el avance de las mafias en el país.

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En medio de un panorama político peruano superado por la polarización, la centroderecha, pasada por alto y vilipendiada como un bastión de lo neutral y lo débil, podría tener la oportunidad de encontrar su lugar de prominencia nuevamente. En el otro extremo del espectro, tenemos las voces radicales, de izquierda y de derecha, emergiendo como la única alternativa decente cuando la respuesta todo este tiempo ha sido la moderación y el sentido común.

Perú es un país de gran diversidad cultural y social y necesita líderes que no se limiten a la visión en blanco y negro de buenos y malos, amigos y enemigos. La polarización ha llevado a un entorno tan tóxico que el diálogo se ha convertido en un arte perdido, y las ideologías se han convertido en dogmas que bloquean la construcción de consensos. En este contexto, el mismo centro se convertiría en el que lleve al país a la paz y la unidad.

La centroderecha no debe ser una observadora pasiva en la contienda, sino una jugadora activa que ofrece soluciones prácticas y realistas. La historia ha demostrado que el extremo, a pesar de su atractivo, rara vez es el camino a la salvación, más bien es el sendero al caos y la decepción. La centroderecha, en contraste, puede brillar con luz propia, y la sabiduría puede encontrarse en la moderación.

No es una tarea fácil recuperar la prominencia de la centroderecha; requiere líderes carismáticos y comprometidos, dispuestos a desafiar las narrativas dominantes y proporcionar una visión afirmativa del mundo que reconozca la pluralidad de voces dentro de nuestra sociedad. Por lo pronto, incidir en que la crisis actual es justamente producto de la polarización.

En un país que anhela soluciones reales y un futuro brillante, la centroderecha puede actuar como la brújula que guía a los peruanos hacia una narrativa compartida en la que se valore la diversidad y la polarización sea cosa del pasado. Y así comenzar a sanar sus heridas y abrir un camino hacia la prosperidad.

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centroderecha, Sudaca, Sudaka

[Música Maestro] Una de las cosas que más indignación causan eventos como el ocurrido la madrugada del domingo 16 de marzo -me refiero, por supuesto, al asesinato del vocalista de la orquesta de cumbia Armonía 10, Paul Flores García (39)- es esa odiosa seguridad de que, al final, nadie será realmente castigado. 

A los barones de la impunidad no les importa nada. Ni los interminables homenajes que le hicieron los programas dominicales ni los comunicados de sus colegas, algunos tibios y otros, como los de Agua Marina, Corazón Serrano o El Grupo 5, más firmes y enfocados, por lo menos durante el primer momento de la noticia. Ni siquiera la exitosa y multitudinaria marcha del viernes 21, a la que asistió gran cantidad de conocidos artistas, gente de la televisión y la farándula, a pesar de la controversia que ellos mismos provocaron al aceptar llamadas y correos nocturnos desde el Congreso “para conversar”. 

Como vimos, varios de los mismos cumbiamberos que habían suscrito las convocatorias a la marcha, colocando sus logos en afiches con el hashtag #NoQueremosMorir comenzaron a repetir, poco antes de la media noche del jueves y con claras intenciones de desinflar la movilización, la cantaleta de “no politizarla” -en la víspera de la votación congresal por la censura del ministro del Interior- y al día siguiente, ante la reacción de sus redes sociales que los acusaron de vendidos al gobierno, volvieron a retroceder, una muestra de inconsecuencia que no debe pasar desapercibida. Después de todo, ninguno de ellos ha protestado nunca por la corrupción política. Por el contrario, acuden siempre para cierres de campaña, spots y demás, bien pagados y todo.

Una vez consumado el crimen -las sórdidas imágenes de la moto sicaria alejándose del campo visual de las cámaras de seguridad- lo único que tenemos claro es que se terminará imponiendo, como siempre, la certeza de que no pasará nada, las respuestas cachacientas -el besito volado en Lurín, la mueca dura de la presidenta mientras dice “caviar, caviar”- a los llantos de familiares y amigos, a los coros de ciudadanos anónimos repitiendo “¡justicia! ¡justicia!”, esos coros que eligen siempre los editores para cerrar cada reportaje sobre el último ataque. 

A pesar del colorido de la marcha ciudadana -que recuerda lo que hacíamos libremente hasta antes de los 50 muertos del periodo diciembre 2021-enero 2022- y de la sorprendente censura de Santiváñez, nada hace pensar todavía que no vayamos a continuar igual, sobre todo cuando ya se rumorea que su sucesor sería de su misma línea. 

La música es, de las artes mayores, la que más se conecta con el sentimiento cotidiano de la gente. Sea popular o académica, masiva o de culto, antigua o moderna, nacional o extranjera, cada expresión musical encapsula en sus acordes y letras, en sus sonidos e intenciones, una emoción que, desde el punto de vista personal o colectivo, tiene la capacidad de despegarnos de la atosigante realidad. 

En el caso de la cumbia local, nos guste o no, es representación franca de las alegrías y tristezas, de las carencias y los sueños de una inmensa porción de nuestros pueblos, desde la discriminadora Lima céntrica hasta los conos, desde Tumbes hasta Tacna, desde Ica hasta Ucayali. También es reflejo de esa idiosincrasia extraña y fragmentada que hoy tenemos en nuestro Perú de clasismos y racismos múltiples, de corrupciones enquistadas en el poder, acostumbradas a usar la desgracia ajena para sus propósitos de imagen, sus promesas populistas, sus campañas políticas.

Por eso, la muerte de Paul Flores ha impactado profundamente a sus seguidores, tanto sus paisanos en Piura que lo conocieron desde que era adolescente y cantaba en corralones y fiestas -con uniformes sencillos, sin lentes caros ni pantallas LED- como los consumidores habituales de cumbia nacional, adictos a la telebasura de Magaly TV y los pasquines como Trome y todos sus émulos. Pero también ha conmovido al público en general, sobre todo porque los detalles sobre él nos iban acercando a su perfil más humano, más real. Padre de un hijo, alejado de escándalos a diferencia de varios de sus compañeros de cumbia, artista dedicado a su público, fiel a su orquesta desde hace más de veinte años. 

O como dice el joven comunicador Néstor Sedano, experto en cumbia peruana, desde sus redes sociales La Cadencia (@lacadenciaofficial), “un vocalista al que le tocó remar en los tiempos más difíciles de Armonía 10, que recién estaba mostrando su madurez como cantante”. Sedano desarrolla un interesante trabajo de difusión, ofreciendo un espacio alternativo que une los cabos sueltos entre música popular, desarrollo social y política, acercándonos a detalles que ni siquiera los medios convencionales -prensa farandulera, radios cumbiamberas, programas de espectáculos- brindan a sus públicos, ya que les preocupa más el rating inmediato que generar una identificación entre artistas y seguidores, por lo que la relación entre ambos siempre es precaria, superficial y frágil. 

Para poner en contexto a quienes por desconocimiento, prejuicio o falta de interés aun no comprenden el porqué de las despedidas multitudinarias y los homenajes, podríamos comparar la dimensión que tiene la trágica muerte de Paul Flores para la escena local con lo que sufrió la comunidad metalera, a una escala mundial, ante el horrible asesinato del recordado guitarrista de Pantera, Dimebag Darrell, a la misma edad de “El Ruso”, a manos de un enfermo mental que subió al escenario y lo acribilló frente a los ojos de miles de fanáticos, durante un concierto de Damageplan, su banda en ese entonces. Aquel crimen, sucedido en Ohio en diciembre del año 2004, fue llorado por todos, desde músicos famosos como Eddie Van Halen y Zakk Wylde hasta jóvenes y anónimos estudiantes de guitarra de los cinco continentes. Y es que Darrell Lance Abbott, nombre real de Dimebag, era un soldado del metal.

Y “El Ruso” era, al parecer, un soldado de la cumbia. Nacido a fines de los ochenta en San Martín, humilde centro urbano del distrito Veintiséis de Octubre, en la capital regional de la calurosa Piura, creció escuchando a Armonía 10. La orquesta, creada por Juan de Dios Lozada entre 1972 y 1973, tenía ya década y media bajo la dirección de su hijo, el tecladista y arreglista Walther Lozada Floriano (1955-2022), tocando toda la gama de géneros tropicales -cumbia, merengue, salsa- y, como muchos de sus pares, se había hecho muy popular en su zona de influencia -Piura, La Libertad, Tumbes, Lambayeque y hasta Ecuador- pero eran unos absolutos desconocidos en Lima y, por consiguiente, en el resto del país. 

La niñez de Paul Flores debe haber transcurrido entre una deficiente educación pública, mucho afecto familiar y los fiestones que se armaban, en canchones y coliseos, con aquel nada glamoroso ni farandulero combo que, a pesar de su nombre, superaba ampliamente los diez integrantes, como puede verse en las carátulas de sus primeros LP oficiales, El chinchorro (1984), Se quema, se quemó (1985), Gracias (1986) o Tonto amor (1987). 

Estas grabaciones iniciales de Armonía 10 fueron posibles gracias al apoyo del productor discográfico Alberto Maraví (1932-2021), amo y señor del sello Industrias Fonográficas del Perú, Infopesa. Entre 1983 y 1989, en las radios convencionales de Lima Metropolitana se escuchaban rock en español y su contraparte “subte”, salsas y baladas, mientras que en los extramuros de la ciudad y los nacientes conos, la chicha de los migrantes de la sierra dominaba el espectro de lo urbano-marginal, con agrupaciones como Los Shapis, Vico y su Grupo Karicia o Chacalón y la Nueva Crema que armaban interminables fiestas en la Carpa Grau, en la que parecía no haber espacio para las orquestas norteñas.

En ese tiempo, los vocalistas de Armonía 10 fueron Alberto «Makuko» Gallardo (1954-2005) -presente desde su primera aparición en 1972, en que se hacían llamar Los Blanders-, César Saavedra, Percy Chapoñay (1953-2016) y Tony Rosado, reconocidos como “la delantera clásica” de Armonía 10. La relación con Infopesa terminó abruptamente, cuando la disquera de Maraví se vio obligada a cerrar tras un atentado terrorista a sus estudios, ocurrido en 1991. En ese tiempo, como narra La Cadencia en este minidocumental, Lozada estuvo a punto de disolver el grupo, dando libertad a sus músicos y amigos para que tocaran con otros artistas. 

Sin embargo, la base instrumental de Armonía 10 -Wilmer Peña (guitarra), Jorge Álvarez (bajo), Ernesto de Dios, Rómulo Carrera (trombones, trompetas), Juan Chunga (timbales), Jorge Villaseca y Juan Castro (percusiones), convencieron a su líder de seguir adelante. En la línea de cantantes, el retorno de “Makuko”, Saavedra y Chapoñay permitió que la orquesta se mantuviera. Entre 1991 y 1997 lanzaron una serie de discos en estudio y en vivo, sin mayor repercusión, algunos editados por Iempsa.  

En medio de las orquestas provenientes de la selva, los conjuntos de vocalistas femeninas y los “padres fundadores de la cumbia peruana” -Juaneco y su Combo, Los Shapis, Los Destellos, Los Mirlos- se abrió un espacio para los dirigidos por Walther Lozada y muchos de sus contemporáneos. Todos ellos ingresaron al abanico de nombres que daba la vuelta por todo el espectro de farándula con sus ritmos populares, los mismos que comenzaron a bailarse tanto en barrios de sectores D y E -herencia de los años de la chicha- como en las casas de clases medias/altas y hasta en las oficinas de marketing político que incorporaron la nueva fiebre popular para sus engañosos discursos y campañas.

A mitad de los noventa comienza a cambiar la suerte para Armonía 10, en términos de éxito a nivel nacional. En tiempos de convulsión política y social, el escapismo promovido por los medios de comunicación hizo de la escena de cumbia local un rentable y masivo negocio. Bajo la escudería discográfica de Rosita Producciones, de Tito Mauri, productor y esposo de Rossy War, otra exponente de la cumbia peruana de esa época- apareció el CD Solo lo nuevo y lo mejor (1999) que contiene algunas de las canciones que transformaron a los piuranos en un verdadero fenómeno de masas.

La mayoría de estos temas fueron compuestos por Walter Salazar Antón -Solo, Siempre pierdo en el amor, Me emborracho por tu amor, Juraré no amarte más – y cantados por Carlos Soraluz, la voz principal en ese tiempo. El disco, un éxito de ventas, también incluyó versiones nuevas de grabaciones de su primera época como Lagrimitay cervecitay, Lágrimas por lágrimas, Penar penar y, especialmente, El cervecero, compuesta por el chosicano José María Yzazaga, que se convirtió en el tema más solicitado y representativo de la orquesta, interpretada por Alberto “Makuko” Gallardo.

“El Ruso” Flores llegó a Armonía 10 en el año 2001 y comenzó acompañando a los más experimentados Gallardo, Soraluz, Roberto Moreno y Danny Delgado. Durante esos años, Armonía 10 inicia un proceso de recambio generacional y “rebrandeo” -citando, nuevamente, a La Cadencia- y Paul se fue convirtiendo en el cantante más antiguo, asumiendo la voz principal en los temas más conocidos. En las siguientes dos décadas, siempre con Walther Lozada en dirección y teclados, Armonía 10 se consolidó, con Paul “El Ruso” Flores capitaneando la primera línea, como una institución en la cumbia local. 

En el Perú, las orquestas de origen humilde y provinciano suelen enviar saludos en sus canciones, a sus regiones, a las emisoras de radio que los apoyan, a sus auspiciadores, a los dueños de los locales en los que tocan, una demostración de cercanía y familiaridad. En los últimos tiempos, han aparecido de forma incontenible orquestas de cumbia -del norte, de la selva, de Lima, de la sierra-, algunas con mucha historia detrás y muchísimas otras que, ávidas de fama y fortuna, se subieron al carro ofreciendo productos finales desprolijos, homogeneizados, desagradables al oído. Y terminaron convirtiendo esta costumbre tan particular en una estrategia de diferenciación. En cada estrofa y coro, se ven en la necesidad de repetir sus nombres a cada rato. Para que sepamos a quién estamos escuchando.

Armonía 10 también hace eso, aunque más por la primera razón. Ese estilo festivo, juerguero, campechano, se mantuvo en la orquesta incluso con todos los cambios de imagen guiados por el marketing y con los altos presupuestos que hoy manejan estas empresas musicales, casi todas familiares. Su sonido se caracterizó, desde el principio, por ser más muscular y cercano a la salsa, como puede notarse en sus grabaciones ochenteras, que ninguna radio pasa ni siquiera en estos días de duelo y protesta por el crimen del domingo 16. El uso prominente de sección de vientos, guitarras y la ausencia de bailarinas fueron marca registrada de sus presentaciones, capitaneadas por Walther Lozada. Su muerte, en el 2022, a los 67 años, generó una amarga división entre sus hijos.

Esa pelea familiar y legal concluyó con la existencia de dos grupos bajo el mismo nombre: Armonía 10 de Walther Lozada -referida en redes sociales como A10- y Armonía 10 “La que recorre todo el Perú”. Mientras que la primera -regentada por Blanca y Arturo Lozada- tiene un perfil más tradicionalista, por decirlo de alguna manera, la segunda se insertó más en la lógica de los trajes de colores y los megaconciertos, al estilo de Agua Marina, Corazón Serrano o El Grupo 5 y sus derivados, Los Hermanos Yaipén. 

Paul “El Ruso” Flores estuvo en ambas. Se retiró de la orquesta matriz en el 2023 y, recién el año pasado, retornó a la segunda versión, administrada por la facción de Jorge y Javier Lozada. Ninguna de las dos dejó nunca de actuar ni lanzar canciones nuevas, a través de las plataformas digitales. De igual manera, ninguna de las dos ha estado libre de llamadas extorsivas y atentados de toda clase. La vida del músico itinerante no es nada fácil. Se duerme de día y se trabaja de noche, soportando fuertes dosis de estrés, acoso de la prensa y rebote de escándalos, especialmente si pensamos en la poca monta de la farándula local. Si a eso sumamos las amenazas criminales, la cosa se pone peor. 

El asesinato de Flores ha cambiado la vida de muchas personas, parafraseando a Rubén Blades en su canción Sicarios -aunque la historia que el panameño nos cuenta en esa excelente composición incluida en su álbum Tiempos (1999) nos hace pensar en el pistolero que va a eliminar a un mal elemento, un sicario bueno-, pero los únicos que siguen intactos son Boluarte y Santiváñez -la censura no es garantía de castigo y, si acaso, sea preludio de algún premio mayor-, los únicos responsables de esta ola de crímenes que, desde diciembre del 2021, se ha venido extendiendo sin control hasta alcanzar al ciudadano trabajador, a maestros de escuela, a dueños y clientes de ferreterías, restaurantes y pollerías, a cantantes populares. 

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Siempre nos han dicho que la informalidad es un problema. Que es el gran obstáculo del Perú, que nos quita impuestos, que nos frena como país. Pero, ¿y si en realidad fuera todo lo contrario? ¿Y si la informalidad fuera, en vez de una carga, la verdadera salvación de nuestra economía?

Pensemos un momento. En un país donde la burocracia asfixia a los emprendedores, donde los impuestos son una trampa mortal para los pequeños negocios y donde la regulación cambia cada día, la informalidad es la única opción real para millones de peruanos. No porque quieran evadir reglas, sino porque esas mismas reglas no les dejan otra salida.

Y aquí viene lo interesante: la informalidad no solo ha permitido que millones de peruanos sigan adelante, sino que ha sido una muralla contra los intentos de controlar nuestra economía. En otros países, los gobiernos estatistas han capturado empresas, cerrado mercados y ahogado la iniciativa privada. ¿Y aquí? Aquí la informalidad ha sido la barrera perfecta contra cualquier intento de estatización. ¿Cómo controlas una economía que no puedes ni medir?

Pero no nos confundamos. La informalidad no es sinónimo de ilegalidad o desorden. Es, más bien, la prueba de que el peruano no se queda de brazos cruzados esperando que el Estado le solucione la vida. Es el reflejo de un país emprendedor, que se resiste a depender de un sistema que no le da oportunidades. Y además, sí aporta. Cada vez que alguien compra una gaseosa, una cerveza o llena el tanque de su auto, está pagando impuestos. La diferencia es que, en lugar de pasar por trámites interminables y pagos imposibles, el informal lo hace a su manera.

Entonces, ¿qué hacemos? Porque sí, formalizar tiene beneficios, pero solo si la formalidad deja de ser un castigo. El reto no es eliminar la informalidad, sino entenderla. Transformarla en una opción atractiva y no en una camisa de fuerza. En vez de verla como un problema, deberíamos reconocerla como lo que realmente es: una joya. Una que ha mantenido viva la economía cuando todo lo demás fallaba.

Quizás algún día dejemos de mirar a la informalidad con desprecio y empecemos a verla como lo que realmente es: la mejor prueba de que el Perú sigue adelante, con o sin el permiso.

Las oportunidades son enormes

Es totalmente nuevo en la política, está inscrito en Avanza País, la dirigencia lo llama insistentemente para convencerlo de que se lance. Puede ser el outsider de esta elección del 2026. Hablamos de Jean Ferrari.

Ferrari se ha convertido en una figura de renacimiento y esperanza. Su papel en el rescate de Universitario de Deportes, como administrador de uno de los clubes más legendarios del país y el más popular, no solo lo ha convertido en una de las estrellas más brillantes del mundo deportivo; también le ha permitido emerger como un candidato externo en las elecciones del 2026.

Y en un país donde la política está plagada de la mancha de corrupción y desilusión, la figura de Ferrari podría ofrecer un soplo de aire fresco, un cambio radical en un sistema ansioso de renovación.

El camino para Ferrari no ha sido fácil. Su liderazgo en la batalla contra la bancarrota del club ha exigido no solo maniobras astutas, sino un profundo vínculo emocional con los aficionados, quienes ven en él a un salvador. Esta conexión, forjada en el fuego de la pasión futbolística, podría ser lo que lo impulse hacia la política. Y en un clima donde los ciudadanos buscan individuos genuinos que hablen desde la experiencia y la dedicación, Ferrari podría ser quien represente la esperanza de un nuevo Perú.

Claro está, el desafío es abrumador. La política, con sus laberintos y trampas, no perdona a los ingenuos. Ferrari tendrá que abrirse camino a través de las aguas turbulentas de un electorado desconfiado que ha visto demasiadas mentiras y demasiados líderes traicionar la confianza del pueblo. Si tendrá éxito, dependerá de cuán efectivamente pueda convertir la pasión que ha llevado al juego de fútbol en un proyecto político coherente y convincente.

El futuro de Ferrari en la política puede entenderse tanto como una ambición personal como un deseo sincero de servir a los mejores intereses de su país. Si puede presentar de manera plausible una nueva visión y un mensaje que resuene en los corazones de los peruanos, podría ser una luz en el oscuro océano de la política. El final aún está por revelarse, pero el próximo capítulo seguramente podría centrarse en Jean Ferrari como principal protagonista.

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El nuevo ministro del Interior del Perú, quien reemplazará al censurado Juan José Santivañez, tendrá una gran responsabilidad por delante. Es crucial que esta persona cuente con las capacidades necesarias para enfrentar los desafíos actuales.

Sin duda, el nuevo titular del Interior debe ser un profesional con experiencia en seguridad y gestión pública. No podemos permitir que alguien sin el conocimiento adecuado asuma este cargo solo por una amistad con la presidenta. Se necesita un líder, no un escudero.

No se trata solo de hacer pequeños ajustes; es una oportunidad para revitalizar un sector que es esencial para la vida de todos. Los recientes acontecimientos han demostrado que la extorsión y el crimen siguen siendo una constante en nuestra sociedad.

Este nuevo líder necesita ofrecer una visión clara, un enfoque estratégico y la habilidad de implementar políticas efectivas que aborden la inseguridad y el crimen organizado. También es fundamental que trabaje para restaurar la confianza pública en nuestras instituciones. Estas son tres áreas críticas que deben ser abordadas con seriedad.

La experiencia es clave. Sería ideal que el candidato tenga un historial en roles que le permitan comprender a fondo el sector y sus complejidades. Debería saber cómo colaborar con las fuerzas del orden, pero también con la comunidad.

Un enfoque colaborativo que involucre a la sociedad civil es esencial para construir un entorno seguro donde todos se sientan respetados. Este es un momento en el que todos debemos unirnos frente a la crisis, sin la necesidad de una figura autoritaria que dicte qué hacer, sino con ciudadanos comprometidos trabajando juntos.

Además, es fundamental que cuente con las herramientas y el respaldo político necesarios para combatir la corrupción dentro de las instituciones. Establecer mecanismos que permitan la supervisión pública de las acciones del ministerio podría ser un paso decisivo hacia la legitimidad. Muchos de los problemas criminales no podrían existir sin la complicidad de elementos corruptos dentro de las fuerzas del orden, algo que no debería sorprendernos. Es urgente una purga radical.

Por último, el nuevo ministro debe ser un buen comunicador, capaz de transmitir su visión y generar empatía con la sociedad. La seguridad no es solo un problema técnico; es un tema que impacta la vida diaria de cada ciudadano.

Frente a la situación actual, el liderazgo que inspire confianza y trabaje en beneficio de todos los peruanos será fundamental. En definitiva, una combinación de experiencia, integridad y una visión renovadora es lo que realmente necesita el Ministerio del Interior para lograr un cambio significativo y duradero.

Ahora, solo queda esperar a ver qué decisiones toma la presidenta Boluarte en las próximas horas: si continuará debilitando la institución o si, por el contrario, optará por rejuvenecerla de manera responsable. La seguridad ciudadana es crucial, tanto en el presente como en el contexto electoral futuro, así que mucho está en juego.

La del estribo: leyendo al gran Tolstoi. Ana Karenina en mis manos. Hay polémica entre Ana Karenina y Guerra y Paz, así como si es más predominante el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral que el de La guerra del fin del mundo, o el García Márquez de Cien años de Soledad frente al de El amor en los tiempos del cólera. Cuando termine de leerla tomaré partido.

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