Opinión

[La Tana Zurda]  En el marco del III Encuentro Internacional Vallejiano “Espergesia 2025”, organizado por la Universidad César Vallejo en su campus de Trujillo el pasado 14 de abril, el Dr. Luis Abanto Rojas, un destacado docente e investigador peruano radicado en Canadá, presentó una ponencia (difundida paralelamente por redes sociales) que ha generado gran interés en el ámbito académico y cultural. Abanto Rojas, actual director del Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Ottawa, destaca por su impulso a las humanidades digitales y su apuesta por renovar los enfoques pedagógicos en la educación universitaria. En su conferencia titulada “César Vallejo: humanidades digitales y nuevos modelos de construcción del conocimiento en la educación superior” propuso un enfoque innovador para revitalizar la enseñanza de la obra del autor de Hacia el reino de los Sciris, integrando herramientas digitales y un modelo participativo que busca empoderar a los estudiantes como creadores de conocimiento. Su propuesta, que combina tecnología y pedagogía crítica, resulta especialmente pertinente para repensar el legado de Vallejo en el siglo XXI.

Abanto Rojas comenzó su exposición revisando la presencia del poeta peruano en los programas universitarios de Canadá y Estados Unidos antes de la era digital. Según el académico, la obra del autor de Los heraldos negros ha sido incorporada en antologías y manuales ampliamente utilizados en cursos de pregrado, como Literatura de la América hispánica: antología e historia (1971) de Frederick Sparks Stimson y Voces de Hispanoamérica (1988) de Raquel Chang-Rodríguez y Malva E. Filer. Sin embargo, el profesor señaló que estas selecciones, que incluyen poemas emblemáticos como los de Trilce o “Piedra negra sobre una piedra blanca”, reflejan un proceso de canonización mediado por la industria editorial y las universidades norteamericanas, que a menudo priorizan perspectivas eurocéntricas e históricas, dejando de lado enfoques más críticos y descolonizadores.

El Dr. Abanto Rojas destacó cómo las editoriales comerciales, como Harper & Row, Wiley y Cengage, han jugado un rol crucial en la estandarización de contenidos literarios. Estas empresas no solo han definido qué poemas de Vallejo se estudian, sino que también han funcionalizado su obra, utilizándola como herramienta para enseñar gramática o vocabulario en manuales de español como lengua extranjera, en lugar de profundizar en su potencial crítico y transformador. “Lo que me ha llamado la atención en mis años de docencia es que un currículo universitario sea dictado por una industria externa a la academia”, afirmó el profesor, subrayando cómo estas antologías refuerzan jerarquías estéticas y políticas que marginan voces indígenas, afrodescendientes o disidentes.

La pandemia de 2020, según Abanto Rojas, evidenció las limitaciones de esta dependencia editorial. La imposibilidad de acceder a libros físicos y la transición al entorno virtual obligaron a los docentes a replantear sus prácticas pedagógicas. Fue entonces cuando el académico comenzó a cuestionar la autoridad de los manuales: “¿Por qué les concedemos legitimidad para estructurar un plan curricular?”, se preguntó. Este momento de crisis llevó a Abanto Rojas y a otros docentes a transformar su rol, pasando de ser transmisores de conocimiento a convertirse en curadores e investigadores pedagógicos que generan materiales propios y situados, utilizando recursos digitales abiertos.

La propuesta más innovadora de Abanto Rojas radica en el uso de las humanidades digitales para revitalizar el estudio de Vallejo. Inspirado por el concepto de “cultura participativa” del estudioso estadounidense Henry Jenkins, el académico peruano aboga por un modelo educativo donde los estudiantes no solo consuman conocimiento, sino que lo produzcan y lo compartan. En lugar de exámenes finales tradicionales, que fomentan la memorización a corto plazo, propone que los estudiantes participen en proyectos colectivos con impacto real, como la creación de un archivo digital de la obra de Vallejo en plataformas como Omeka. Este enfoque, que redefine el aula como un “laboratorio cívico”, busca empoderar a los estudiantes como agentes activos de interpretación y difusión cultural, promoviendo una pedagogía crítica y socialmente comprometida.

Durante su conferencia, Abanto Rojas también compartió cómo implementó estos cambios en su propia práctica docente. Entre las estrategias adoptadas están la desvinculación del manual único, el uso de herramientas tecnológicas como H5P y Google Docs, y la creación de comunidades de práctica donde los estudiantes colaboran en proyectos significativos. Este viraje metodológico, enfatizó, no busca eliminar los libros de texto, sino descentralizarlos como la única fuente de conocimiento, abriendo espacio a una enseñanza más inclusiva y participativa.

El académico concluyó su ponencia con un llamado a una “curaduría crítica y digital” que democratice el acceso al conocimiento y cuestione los criterios tradicionales de legitimación cultural. “Enseñar a Vallejo no significa simplemente transmitir un conjunto de poemas consagrados, sino activar su obra como espacio de memoria, interrogación del presente y formación de una ciudadanía crítica”, afirmó. Su visión resuena con el espíritu del evento “Espergesia 2025”, que no solo homenajeó al poeta, sino que también sirvió como un espacio de reflexión sobre cómo su legado puede seguir inspirando a las nuevas generaciones.

La propuesta de Abanto Rojas resulta particularmente pertinente en un momento en que las humanidades enfrentan retos frente a la digitalización y la globalización. Al integrar a los estudiantes en la construcción colectiva del conocimiento, su enfoque no solo preserva la memoria cultural de Vallejo, sino que también la proyecta hacia un futuro donde la educación se entrelace con el compromiso social. Como señaló el profesor, este no es solo un proyecto académico, sino “una apuesta ética” por transformar la universidad, la literatura y la sociedad misma. En el marco de “Espergesia 2025”, su ponencia dejó una huella clara: el legado de César Vallejo sigue vivo, y su potencial transformador está más vigente que nunca.

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César Vallejo, enfoque descolonizador, Luis Abanto, memoria cultural

[La columna deca(n)dente] En el glorioso arte peruanísimo de reinventar la política, nuestros partidos han logrado una hazaña digna de estudio: simular la existencia de militantes a punta de firmas falsas. Antes, en épocas menos creativas, bastaba con reunir firmas de adherentes —simpatizantes ocasionales, amigos de los amigos y familiares—. Pero los tiempos cambian, y ahora la ley exige algo más serio: afiliados, es decir, verdaderos militantes comprometidos. Un detalle menor que, como era de esperarse, ha sido resuelto de la manera más pragmática: falsificando las firmas.

Esta evolución nos demuestra que el ingenio político no tiene límites. Falsificar, falsificar: esa es la consigna general de aquellos que pretenden renovar la política nacional. Así nacen partidos enteros sin necesidad de lidiar con la molestia de tener militantes de carne y hueso.

Este fenómeno es un ejemplo fascinante de institucionalización fraudulenta: partidos que, en lugar de representar intereses sociales reales, representan el talento para el simulacro. No son organizaciones políticas; son productoras de ficción. Y lo más asombroso es que, una vez obtenida la inscripción, estos mismos partidos, expertos en falsificar su propia existencia, pretenden gestionar la cosa pública.

Toda esta farsa no sería posible sin la complacencia o la ceguera de los órganos electorales. Uno podría pensar que un sistema diseñado para filtrar a los impostores haría su trabajo. Pero la realidad es más entretenida: se convierte en una gran ceremonia de aprobación tácita, donde las irregularidades se apilan sin consecuencias. Lo importante parece ser que el formulario esté completo. ¡Salvo el formulario completo, todo es ilusión!

Mientras tanto, los ciudadanos y las ciudadanas asisten, cada vez más desencantados, a la degradación del sistema. Descubren que los partidos ya no son cauces de participación ni escuelas de ciudadanía, sino coartadas legales para la captura del poder. Y frente a tanto cinismo organizado, no es de extrañar que muchos prefieran la abstención, la indiferencia o el rechazo abierto.

Quizá el próximo paso evolutivo sea aún más audaz: partidos compuestos enteramente por inteligencias artificiales, sin necesidad de molestos afiliados humanos que puedan pensar o reclamar. Así, la simulación será perfecta, el trámite impecable y la política, definitivamente, un espectáculo de hologramas y avatares.

Por ahora, celebremos a nuestros partidos de papel, nuestros militantes fantasmas y nuestra democracia de utilería. Son, después de todo, la más fiel expresión de nuestra creatividad política: una creatividad que, cuando no encuentra ciudadanía real, la inventa… falsificando la firma.

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Democracia, falsificación, Fraude, Partidos políticos

[El dedo en la llaga] La tesis doctoral de los abusadores (I)

En el universo de Star Trek, los Borg son una de las civilizaciones más icónicas y aterradoras. Aparecen por primera vez en un episodio de 1989 de la serie “Star Trek: La nueva generación” (“Star Trek: The Next Generation”) y juegan un papel importante en el largometraje “Star Trek: Primer contacto” (“Star Trek: First Contact”, 1996), dirigido por Jonathan Frakes. Son una especie de colectivo cibernético, una mezcla de seres biológicos y tecnología avanzada, que opera como una mente colmena. No funcionan como individuos, sino que todos están conectados a una conciencia común llamada el Colectivo Borg. Su lema más famoso es: «Resistance is futile» («La resistencia es inútil»).

No resulta exagerado hacer una comparación entre el Colectivo Borg y el Sodalicio de Vida Cristiana. El Reglamento de la Comunidad que Luis Fernando Figari elaboró y que estuvo vigente hasta la primera mitad de la década de los 90 decía textualmente: “El espíritu de independencia es muerte para la comunidad”, principio que se ha mantenido posteriormente con una formulación similar (“muerte para la vida fraterna”) en las “Pautas para la vida fraterna”, documento que rigió la vida comunitaria de los miembros del Sodalicio hasta su disolución definitiva y oficial el 14 de abril de este año.

Este principio se traducía en la práctica en que ningún sodálite debía tener pensamientos propios, ni espíritu crítico hacia la doctrina emanada de la institución, ni iniciativas personales, ni voluntad propia e independiente. Todas las fuerzas cognitivas, afectivas y volitivas del sodálite debían estar orientadas hacia la supervivencia de ese colectivo abstracto llamado Sodalicio de Vida Cristiana. Y para ello había que destruir los rasgos sustanciales de la personalidad individual, convirtiendo al sujeto en un terminal dócil de la maquinaria sectaria.

Eso se ha manifestado en que, por lo general, ningún escrito de ningún sodálite ha sido principalmente expresión de ideas propias, sino que ha respondido a la ideología que le servía de sustento al colectivo. Y esto se repite en la tesis doctoral que ha presentado mi hermano Erwin Scheuch en la Pontificia Università della Santa Croce (Roma), institución de estudios superiores a cargo del Opus Dei, con el título de “La crisis de los abusos sexuales de menores en la Iglesia. Una lectura desde la fe a partir de los informes de Estados Unidos, Australia, Alemania y Francia”. Allí dice: «agradezco a la comunidad de vida cristiana con la que crecí en la fe y a la que he dedicado cuarenta años de mi vida, que me mostró siempre su apoyo y comprensión ante los desafíos que esta tesis representó, y a quienes quedaré eternamente agradecido». 

Debo aclarar que Erwin es mi hermano menor y que fui yo quien, allá a finales de los 70, lo puse en contacto con otro sodálite, el futuro sacerdote Juan Carlos “Chaly” Rivva, para que éste le hiciera el consabido proselitismo al que llamaban “apostolado”. Erwin logró ascender en la jerarquía de la institución, ocupando varios puestos de responsabilidad y llegando incluso a ser Superior Regional del Perú. Mientras yo, a partir de la década de los 90, iniciaba —aun sin ser muy consciente de ello— un largo proceso de desintoxicación psicológica y desprogramación del lavado de cerebro, Erwin siguió conectado como un borg al colectivo institucional. Su participación activa en esta colmena de lobotomizados espirituales le ha pasado factura. El 25 de septiembre de 2024, por orden del Papa Francisco, fue expulsado del Sodalicio, junto con otros nueve miembros de la secta.

En la introducción a su tesis —que tuvo un largo proceso de gestación, pues fue iniciada antes de la pandemia de COVID-19— dice que uno de los retrasos para terminarla, que duró varios meses, fue provocado «por verme involucrado como testigo y protagonista de una serie de investigaciones de abusos, no de carácter sexual, lo cual ha sido ocasión para constatar muchos de los aspectos explicados en esta tesis. Incluso con un recto afán de alcanzar justicia para quienes denuncian abusos, la tendencia de las autoridades eclesiásticas puede ser inclinar el péndulo —indebidamente— a favor de los acusadores por el solo hecho de serlo, creyendo sin prueba alguna su versión. Tal proceder provoca procesos sumarios, que prescinden del debido proceso —imprescindible para determinar la verdad y establecer justicia—, donde no se diferencia la posición del denunciante de quien juzga, se declina escuchar en un ejercicio racional las defensas de los acusados y emana sentencias arbitrarias, sin mayor motivación y sin otorgar derechos de apelación. Tal proceder puede convertir a personas inocentes en víctimas del abuso de poder de la autoridad eclesial, reeditando lo que ha ocurrido en el fenómeno de los abusos sexuales, abuso que supuestamente se ha buscado corregir».

Resulta evidente que Erwin no ha aceptado la decisión del Vaticano y se considera una víctima inocente, y rechaza maliciosamente los testimonios de las víctimas, siendo que esos mismos testimonios son lo que se llama pruebas testimoniales, corroboradas mediante un análisis que examina la credibilidad del testigo, la coherencia de su relato y su relación con las partes para determinar el peso de la prueba. Además, se calcula que las acusaciones falsas sobre abusos en la Iglesia fluctúan entre el 2% y el 3%, siendo la mayoría de los testimonios veraces y creíbles. El riesgo de que algún miembro del clero o religioso sea acusado falsamente de abusos es mínimo.

Desde un inicio se nota que Erwin —y junto con él los remanentes del Sodalicio— cuestiona que la Iglesia del Papa Francisco haya tomado partido por las víctimas. En consecuencia, habrá en su tesis una defensa implícita de quienes fueron acusados de abusos en el Sodalicio, aunque no mencione a la institución por su nombre.

También hay un cuestionamiento del rol que jugó el periodismo, cuando dice que «la prensa desempeña un rol fundamental en la imagen que se comunica de la Iglesia, hoy puesta en el banquillo de acusado. Espero que este estudio permita también ofrecer elementos que ayuden a una genuina comunicación de la Iglesia». En otras palabras, la imagen de la Iglesia que ofrece el periodismo no es genuina sino falseada.

Los dos primeros capítulos de la tesis son meramente descriptivos, donde Erwin explica en el primero la metodología, fuentes y conceptos que aplica, y en el segundo capítulo describe minuciosa y comparativamente los informes que son objeto de estudio. Allí asume un punto de partida que derivará en que su estudio no pueda ser considerado científicamente riguroso según estándares académicos, punto de partida descrito en las conclusiones finales de su tesis de la sigueinte manera:

«Todos los informes —dice— fueron confeccionados por comisiones “independientes”. Sin embargo, la aproximación al fenómeno de estas comisiones es diversa, principalmente cuando se habla de causas y soluciones. […] las claves de interpretación del fenómeno, en varios casos, están basadas en ideologías que se alejan —o incluso se oponen— de la visión que la antropología cristiana que la Iglesia profesa, lo que evidentemente lleva a conclusiones muy distintas sobre las causas de los abusos y las posibles soluciones. Este problema incide también de modo notorio en la divulgación de la comprensión en el ámbito público, y particularmente en la prensa. […] si quienes investigan no entienden y/o no comparten la naturaleza y estructura de la Iglesia, y no son verdaderamente “independientes”, los informes se pueden convertir en un instrumento que no refleja la verdad del fenómeno, y se pueden utilizar contra la misma Iglesia». 

En las mismas conclusiones finales explicitará brevemente así su postura:

«…esta tesis ha buscado una mirada desde el fenómeno desde la fe, recurriendo a las bases doctrinales de la teología y la antropología católicas expuestas en la tradición, en el Magisterio y el derecho de la Iglesia. En éstos podemos encontrar mejores luces para un fenómeno interdisciplinario que involucra las ciencias humanas, médicas, jurídicas y teológicas».

Esta concepción concuerda con el postulado de Luis Fernando Figari, que rechazaba la validez de las ciencias psicológicas y sociológicas si no iban acompañadas de una visión cristiana del hombre. Es decir, sólo quien tiene y practica la fe cristiana puede ejercer estas ciencias con solvencia y rigurosidad. De ahí que el enfoque que asume Erwin —como digno representante del Sodalicio y de su ideología religiosa— será la de una mirada de fe, que en realidad no es la de una fe en estado puro sino la de una interpretación determinada y particular del contenido de la fe. Para ello recurrirá principalmente a textos de los Papas Benedicto XVI y también de Juan Pablo II, Pablo VI y en pocos momentos, de Francisco, así como al Derecho Canónico. Sus fuentes bibliográficas serán teólogos e intelectuales del espectro conservador de la Iglesia, a los cuales citará como si fueran exponentes incuestionables de la fe auténtica que profesa el pueblo católico. Podemos decir inequívocamente que nos hallamos ante una tesis que se sustenta en una doctrina teológica y no en disciplinas científicas, que serían las más apropiadas para quien ha hecho estudios universitarios en el área de Comunicación Social Institucional.

Y es aquí donde la tesis se vuelve problemática, pues Erwin asumirá la teoría de Benedicto XVI de que la crisis de abusos en la Iglesia es producto de la Revolución Sexual de los 60, una teoría sin mucho sustento esgrimida por un clérigo que ha dedicado su vida a la teología y no por representantes de la psicología, la sociología y las ciencias históricas, que cuentan con herramientas adecuadas para analizar ese fenómeno. Señala que, según los informes, la mayoría de los abusos ocurrieron entre los años 60 y 70 —lo cual no se puede inferir con certeza, pues no se tiene en cuenta la cifra oscura de casos no documentados o no denunciados, ni tampoco se considera las denuncias que podría haber en el futuro referentes a abusos cometidos posteriormente a esas décadas—. Incide en que algunos autores de esa época consideraron normal y deseable el sexo entre adultos y menores, sin mencionar —por supuesto— que se trató siempre de propuestas marginales que nunca obtuvieron consenso entre los representantes de la Revolución Sexual. 

Además, esta revolución no explica los casos de pederastia clerical presentes a lo largo de la historia de la Iglesia, casi desde sus inicios. La Didaché, un catecismo primitivo del siglo II, pide a los clérigos “no seducir a jóvenes”. Este mal es mencionado y abordado en el Concilio de Elvira (aprox. 306, España) —que prohibía explícitamente a los clérigos “cometer adulterio con niños” (stupratores puerorum)—, el Concilio de Aix-la-Chapelle (836) —que reconoció los abusos sexuales, incluyendo la pedofilia, como problemas endémicos en la Iglesia y emitió regulaciones para controlar el comportamiento sexual del clero— y el Concilio Lateranense II (1139) —a partir del cual la Iglesia comenzó a desarrollar una estructura administrativa más centralizada, lo que permitió establecer políticas para abordar el abuso sexual—. No se debe olvidar que San Pedro Damián, un monje y reformador del siglo XI, en su “Liber Gomorrhianus”, dirigido al Papa León IX en el año 1049, denunció los abusos sexuales generalizados entre el clero, incluyendo la sodomía y el abuso de menores.

Además, se calcula en la actualidad que aproximadamente entre el 4% y 6% de los clérigos habrían cometido abusos sexuales contra menores. La cifra de abusadores de menores en la sociedad civil se calcula entre 1% y 2%. Si asumiéramos como cierto el postulado de la tesis de Erwin, ¡qué raro que haya un porcentaje más alto de abusadores entre los clérigos —que supuestamente estarían mejor protegidos contra la influencia del mundo— que entre los civiles comunes y corrientes, más expuestos a las consecuencias de la Revolución Sexual!

Otros aspectos de la tesis serán analizados mañana, en la segunda parte de este artículo.

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Abusos, benedicto xvi, Iglesia católica, revolución sexual, sodalicio de vida cristiana

[Música Maestro] Cecilia Barraza es uno de los personajes centrales de Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023), la vigésima novela de Mario Vargas Llosa, anunciada por él mismo como su despedida definitiva (sin contar el ensayo sobre Sartre que no sabemos si llegó a concluir). Dos semanas después de su fallecimiento, vale la pena recordar que el último disparo literario del Nobel peruano estuvo dedicado a la música criolla.

En el relato, la cantante es amor platónico, amiga y fuente del periodista y experto en música criolla Toño Azpilcueta, a quien le obsesiona la idea de escribir un libro que encierre la esencia del Perú a partir de la evolución del vals criollo encarnado en el misterioso y sobrenatural talento del guitarrista chiclayano Lalo Molfino, el mejor que había escuchado. Azpilcueta es el protagonista de esta historia que combina ficción con ensayos fraccionados sobre los orígenes y significados del criollismo como expresión musical y subcultura popular peruana.

En la realidad, Cecilia Barraza y Mario Vargas Llosa se conocieron y fueron muy amigos. Su primer encuentro fue en el programa televisivo de entrevistas La Torre de Babel que condujo el autor de La ciudad y los perros (1963) y Conversación en La Catedral (1969), durante los años ochenta. Posteriormente, fue invitada por Morgana, hija del escritor, a las celebraciones por sus 75 años, donde cantó y departió con Patricia, su prima-esposa que, después de la incomprensible desviación que tuvo, entre 2015 y 2022, junto a la socialité filipina Isabel Preysler, lo recibió y acompañó hasta el final.    

Vargas Llosa ha contado que, mientras estaba en España escribiendo una de sus novelas, escuchaba permanentemente la canción Quisiera ser caramelo de Cecilia Barraza, incluida en su LP Yo, Cecilia Barraza (1981). “Como soy amante de la lectura -cuenta la cantante- siempre lo admiré. Siento mucha alegría y una emoción especial porque siempre me ha mencionado con mi nombre y apellido”. La artista ha manifestado escuetamente estar muy afectada por la muerte de su amigo Mario.

A pesar de ser una de las cantantes más populares del país, se me ocurre que muchos jóvenes, lectores nuevos de Mario Vargas Llosa que, por curiosidad, estén recorriendo en estos días las páginas de su última novela, quizás puedan pensar que “Cecilia Barraza” es otra de esas creaciones de su prodigiosa mente literaria. Sin embargo, como pasa en muchos otros de sus libros, es una persona de carne y hueso que Mario integra a su ficción de forma natural y fluida. Una voz dulce y encantadora, una personalidad chispeante y positiva. Así es Cecilia Barraza (Lima, 1952) quien, gracias a su talento y carisma, se ganó el cariño del público y de los amantes de la música criolla desde su aparición. 

La música criolla del Perú es uno de los géneros latinoamericanos que más ha promovido la presencia de mujeres para su interpretación. Desde las épocas de María Jesús Vásquez (1920-2010) o el dúo Las Limeñitas, integrado por las hermanas Graciela (1920-2012) y Noemí Polo (1921-1998), la voz femenina ha sido muy importante para la difusión de valses, marineras, tonderos, polkas y todas las variantes de música negra. 

En los años setenta surgió una nueva generación que recogió el legado de las mencionadas -y de otras como Esther Granados (1926-2012), Delia Vallejos (1930-2005) o Alicia Lizárraga (1917-2004)- para continuar esa tradición. Entre esa hornada de nombres que incluyó a Eva Ayllón, Cecilia Bracamonte, Lucía de la Cruz o Tania Libertad, destacó una menuda y simpática intérprete que, con sencillez y mucha gracia, se metió al bolsillo al público con su dulce y aterciopelada voz, su respeto por los ritmos regionales y una picardía muy limeña que le venía de familia.

Cecilia Barraza nació en el distrito de Miraflores, el 5 de noviembre de 1952. Pero vivió y creció en Magdalena del Mar, uno de los barrios más apacibles de aquella Lima hoy desaparecida. En casa, sus padres escuchaban mucho folklore latinoamericano por lo que Cecilia, la menor de tres hermanos, tuvo ocasión de conocer desde muy pequeña a los grandes trovadores argentinos -Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros- y los boleristas mexicanos y cubanos, además por supuesto de nuestra música.

Los hermanos de Cecilia también son artistas. Carlos, el mayor, es un talentoso declamador, aunque nunca desarrolló una carrera pública, limitándose a mostrar su vena poética en reuniones familiares y en sus barrios, tanto en Magdalena como en San Miguel, donde se mudó cuando formó su propia familia. Por su parte Miguel, el segundo, luego de participar en un grupo de nueva ola llamado Los Flyer’s, destacó desde muy joven como comediante, en la famosa peña itinerante del recordado conductor de TV y periodista hípico Augusto Ferrando (1919-1999). Miguel “El Chato” Barraza se convirtió en el más famoso y querido actor cómico del Perú, sobre todo durante las décadas de los ochenta y noventa. Con él, Cecilia bailaba y reía hasta que, un día, la escucharon cantar y su vida cambió para siempre. 

En una ocasión, su hermano Miguel invitó a la casa familiar a uno de los hijos de Ferrando, Alberto -más conocido en la farándula local como “Chicho”- y, después de almorzar, se pusieron a cantar y declamar, entre amigos y licores. Cecilia era muy joven, tenía recién 18 años, pero se animó y entonó algunos valses y boleros. Pocas semanas después, animada por el popular “Chato”, Cecilia se presentó en el programa de Panamericana Televisión Trampolín a la Fama, que Augusto Ferrando conducía con enorme éxito en sintonía. Concursó con un vals de Alicia Maguiña, Todo me habla de ti. Era el año 1971.

Chabuca Granda, al escucharla, llamó por teléfono de inmediato a Ferrando y le dijo: “No soy jurado en tu programa, pero doy mi voto por la jovencita de cabello negro”. Cecilia ganó aquella competencia y, a partir de entonces, comenzaron a abrírsele las puertas del estrellato. La compositora de La flor de la canela la llevó con ella de gira por México. Luego le ofrecieron un contrato para grabar su primer LP con la importante casa discográfica Sono Radio. Todo en el mismo año. 

Cecilia Barraza, su disco debut, contó con la participación del destacado arreglista argentino afincado en el Perú Enrique Lynch, una sociedad que continuaría durante toda esa década. En el álbum aparecen canciones como Jamás impedirás, Tal vez, ambas escritas por José Escajadillo -uno de sus autores recurrentes-; Bello durmiente, de Chabuca; y la primera versión de Toro mata, landó tradicionalista que recopilara el percusionista afroperuano Carlos “Caitro” Soto de la Colina (1934-2004) y que se convertiría, a la larga, en uno de sus temas emblemáticos. En 1974, esta canción se internacionalizó gracias al arreglo que hiciera el salsero dominicano Johnny Pacheco (1935-2021), grabada por la cantante cubana Celia Cruz (1925-2003), en el LP Celia & Johnny, un clásico de la salsa de todos los tiempos. De hecho, “La Reina del Guaguancó” decidió incluir Toro mata en su repertorio después de escuchárselo a Cecilia, en una de sus visitas a Lima, en el legendario bar Kero del Hotel Sheraton.

Entre 1971 y 2001, la Barraza publicó ocho discos, hizo miles de conciertos dentro y fuera del país y cantó junto a todos los grandes artistas criollos que nos podamos imaginar. Muy conocida en el circuito de peñas y jaranas, Barraza hizo gran amistad con su tocaya, Cecilia Bracamonte, con quien armaría más de un espectáculo conjunto a lo largo de sus carreras. Asimismo, era común verla acompañada por grandes guitarristas como Adolfo Zelada, Rafael Amaranto, Octavio Santa Cruz, Álvaro Lagos, Óscar Avilés o Pepe Torres, en televisión y festivales de música criolla.

Si los años setenta fueron de intenso apoyo mediático a toda la música nacional -criolla, andina, negra- debido al gobierno militar, tras recuperarse la democracia hubo un ligero retroceso en ese terreno, en especial por la situación económica del país que fue afectando, entre otras actividades, a la industria discográfica. Aun así, los intérpretes que se habían consolidado en esos años mantuvieron a flote el criollismo gracias a su prestigio, popularidad y producciones que, aunque cada vez más espaciadas, permitían que aquel cancionero no perdiera vigencia. 

El trabajo de Cecilia Barraza en esa década fue fundamental para mantener viva a la música criolla. En 1980, su disquera Sono Radio lanzó una recopilación titulada Lo mejor de… Cecilia Barraza y, un año después, aparecería el disco Yo, Cecilia Barraza (1981), uno de los más vendidos de su carrera, con canciones como el vals La abeja (Ernesto “Chino” Soto), el festejo Mi compadre Nicolás (Porfirio Vásquez), Canterurías (Chabuca Granda) y, particularmente, Negra presuntuosa y El tamalito (ambas de su amigo Andrés Soto). En paralelo, prosiguió con sus giras internacionales, durante toda la década, visitando países como Argentina (con su mentora Chabuca Granda), Cuba, Bolivia y Estados Unidos. 

Para 1988, Cecilia Barraza lanzó su quinto LP oficial, titulado Ahora! (CBS Records), en el que ofrece una agradable selección de valses, música norteña y música negra. Destaca un homenaje a Chabuca con un popurrí de sus mejores canciones, una combinación de clásicos del festejo y, en especial, uno de los temas favoritos de sus seguidores más fieles, el tondero El membrillito, composición de Andrés Soto que cuenta en clave poética y popular la historia de un romance trunco. Cecilia Barraza es una consumada bailarina de tondero, danza piurana que interpreta con corazón y elegancia en sus recitales, siempre descalza, respetando la usanza regional. 

Durante la siguiente década, Cecilia Barraza lanzó un par de álbumes más, ambos con el sello discográfico Iempsa. El primero de ellos, Alborotando (1998), le generó un nuevo éxito con la marinera El sueño de Pochi, escrita por José Escajadillo, infaltable en sus presentaciones en vivo. Por su parte, el CD Con candela (2001), su último larga duración en estudios, presenta varias canciones de la cantautora piurana Lourdes Carhuas, una de las pocas voces del criollismo moderno. 

A pesar de que el mercado para la música criolla se había contraído gravemente, por la degradación de los gustos populares y la reducida/nula producción de novedades en sus diversos subgéneros, el respeto ganado por Cecilia Barraza a lo largo de esos primeros treinta años de carrera era tal que siempre conseguía generar expectativa por sus conciertos -ya sea sola o con sus colegas Eva Ayllón, Lucía de la Cruz, Cecilia Bracamonte- y esporádicas grabaciones. Donde Cecilia cantaba, se armaba la jarana.

En el año 2001, fue invitada por el Instituto de Radio y Televisión del Perú (IRTP), la televisora del Estado, para conducir un espacio dedicado a la difusión de la música criolla, con presentaciones y entrevistas a sus principales exponentes. El programa se llamaba Mediodía Criollo, se emitía los fines de semana y había tenido como conductora, entre 1997 y 1999, a una joven y poco conocida cantante alemana residente en el Perú, Ellen Burhum. Su ingreso repotenció el programa que se convirtió en uno de los más sintonizados de TV Perú (Canal 7).

Barraza condujo Mediodía Criollo hasta el 2006, dejándole la posta a otra cantante muy popular, Esther Dávila, más conocida como Bartola. Posteriormente, en el mismo canal, tuvo otros tres programas, Lo nuestro con Cecilia Barraza (2007-2008), Corazón peruano (2008-2009) y Cántame tu vida (2010-2011). Este último fue un espacio para conversaciones amplias con artistas nacionales e internacionales, personalidades del deporte y otros, con la música como principal hilo conductor. 

En el año 2019, poco antes de cumplir 67 años, Cecilia Barraza se despidió de los escenarios con un concierto de gala en Gran Teatro Nacional de Lima. Y lo hizo nada menos que el 31 de octubre, Día de la Canción Criolla, acompañada por varios de sus colegas y compañeros de viaje musical. En noviembre del 2023, volvió a la conducción de Mediodía Criollo, después de diecisiete años. Sin embargo, no pudo continuar por algunos problemas de salud.

No es la primera vez que la intérprete de El membrillito y El sueño de Pochi es mencionada por Mario Vargas Llosa en sus novelas. Primero ocurrió en el 2006, en Travesuras de la niña mala y, posteriormente, en El héroe discreto (2013). Sin embargo, el rol de Cecilia Barraza en Le dedico mi silencio es mucho más gravitante, al ser motivación e informante del personaje central, en esa trama desarrollada entre Chiclayo y Lima. “Siempre fue mi admirador -recordó la cantante alguna vez en entrevista con el diario El Comercio- Cuando estuve deprimida, me escribió cosas bonitas que me subieron el ánimo. Y cuando estuve en rehabilitación, me envió tulipanes”. 

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[PIE DERECHO] La denuncia hecha por el programa de televisión Punto Final sobre las más de 4,000 firmas falsas presentadas por el partido Primero la Gente no es más que otro capítulo de esa larga y angustiosa novela llamada corrupción en la política en el Perú.

Que un nuevo partido, que busca establecerse en la vida democrática, comience su camino con mentiras, falsificación y fraude no solo indica la baja estima que algunos de nuestros políticos tienen por la democracia, sino que también subraya un hecho trágico: para muchos en nuestro país, la política no es una misión de servicio al pueblo, sino una puerta fácil al negocio y al saqueo.

La democracia, para funcionar, necesita una ciudadanía activa y participativa y partidos reales arraigados en la sociedad, y no construcciones de papel basadas en el engaño y el fraude. Si esto es así —y todas las señales sugieren que lo es— y que sin estas firmas fraudulentas Primero la Gente no habría cumplido con el número requerido para su inscripción, entonces más allá de investigar ese cúmulo de firmas hasta el fondo, el Jurado Nacional de Elecciones debería tomar medidas en toda la extensión de la ley. Una pequeña multa o una amonestación no serían suficientes: la única respuesta adecuada sería cancelar la inscripción del partido e inhabilitar a sus dirigentes responsables.

De lo contrario, se enviaría el peor mensaje a los ciudadanos, que en el Perú la corrupción paga, el delito electoral es tolerado mientras no se vuelva escandalosamente grande y sucio, y que todo es negociable en el desagradable bazar del poder.

Es tan frágil nuestra democracia que se debe luchar por ella, por cualquier medio necesario. Necesitamos sacar a los corruptores de allí sin condiciones. Entonces, y solo entonces, florecerá en el Perú una noble política digna del nombre, arraigada en la verdad, la ley y el respeto por los ciudadanos.

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Si la derecha liberal quiere tener algún futuro político en el pantano en que se ha convertido el Perú contemporáneo, necesita tener presente una verdad elemental: basta de proponer tan solo la lucha contra el Estado y la defensa de la libertad de mercado; debe, por fin, capturar el imaginario social y convertirse en la voz disidente respecto de un orden que humilla a la ciudadanía.

El problema, en resumen, es que en el Perú ahora estamos experimentando el rostro deforme y repugnante de una derecha sin valores, de la derecha al estilo Boluarte, ese rostro feo, enjuto y venal cuyo grito político es solo uno: sobrevivir, cueste lo que cueste.

Para forjar una derecha liberal disruptiva, tendremos que escapar de este estado de estancamiento prevaleciente. Debe decir, sin eufemismos, que Boluarte no es liberal ni es una persona sensata de derecha; ella es simplemente una superviviente del naufragio castillista, un caso adicional de la mediocridad generalizada que ha estado devorando nuestras instituciones desde hace décadas. Construir la narrativa de que su administración es, de alguna manera, un cierto orden liberal no solo sería un error, es un harakiri moral.

Lo que es necesario es una historia difícil y valiente capaz de convertir la defensa de la libertad individual, el libre mercado y el estado de derecho en una forma de insubordinación cívica.

Los liberales no deberían dudar ni un momento en llamar a esto como lo que es: mercantilismo corporativo — el uso de intereses comerciales poderosos y bien conectados que se alimentan del erario público, y el uso de una clase política corrupta que ha estado trepando como hiedra sobre el Congreso — eso es todo lo que es.

Deben dirigirse a la gente en un lenguaje que la gente entienda: claro, apasionado, incluso enojado. La defensa de la libertad no se puede hacer en modo tecnocrático, el argumento tiene que ser épico. Los corazones no se ganan con hojas de cálculo en Excel.

La tarea de la derecha liberal no podría ser más clara: ser la fuerza auténtica para el cambio, abogando por un Perú moderno y abierto — no podemos olvidar, por un Perú libre. Desvincularse del populismo de izquierda y derecha actual.

Y para hacerlo, necesita superar su miedo al descontento, su miedo a ser opositora, su miedo, en el sentido más elevado y hermoso de esa palabra, a ser disruptiva y radicalmente revolucionaria.

En el Perú de hoy, la centroderecha es algo así como un fantasma: está ahí, pero no está presente. Su silencio, su timidez, su miedo casi patológico a participar públicamente la hace irrelevante.

Con muy pocas excepciones, sus miembros tienden a susurrar entre bambalinas en lugar de pronunciarse con declaraciones públicas firmes. Y aún así, deben saber que, en política, el silencio es rendirse.

Frente a una extrema derecha que ha monopolizado el lenguaje de la indignación y una izquierda radical para quien la protesta se aproxima a una forma de arte, ahí está, impotente: la centroderecha, callada, calculadora. Esa moderación tibia y sin pasión no despierta.

El público no anhela esfinges que respeten códigos discretos de conducta privada; anhela líderes que puedan encontrar las coordenadas éticas de la vida pública, incluso desde un punto de vista centrista. Se puede ser un centrista con la pasión de un radical, defendiendo los valores liberales mientras otros proclaman las utopías poco prácticas que tienen en mente.

La centroderecha peruana resulta ser un drama más moral que estratégico. Es el miedo al riesgo, al debate, a la impopularidad transitoria que es el precio a pagar por defender la democracia liberal en una época de populismo demagógico.

Pero aquellos que no están dispuestos a luchar por esa visión del mundo al final serán avasallados por las visiones de otros. Si no se deshace de este perfil bajo, de su moderación política, la centroderecha terminará devorada, primero por el extremismo conservador que promete orden a toda costa, y luego por el populismo de izquierda que promete redención sin sacrificio.

En un país que necesita volverse más sensato,pero también más valiente, la centroderecha debería resurgir como una opción disruptiva: de valores firmes, soluciones creativas, comunicación audaz. Ya no basta con tener la razón; hay que saber defender la propia verdad en el foro público, empuñar palabras vivas, un espíritu combativo.

Lo que el Perú no necesita es otro silencio cómplice; necesita voces valientes que, bien posicionadas desde el centro, arriesguen el presente.

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Centro derecha peruana, Sudaca, Sudaka

[Agenda País] La encuesta de Ipsos, a un año de las elecciones generales peruanas publicada el domingo último por Perú21, ha arrojado un punto de partida previsible, tanto de los candidatos con opciones, como de lo que la ciudadanía busca en el perfil presidencial.

Con 42% entre indecisos, blancos y nulos, la derecha conservadora ha tomado la ventaja con Keiko Fujimori liderando el podio con 11%, seguida de Rafael López-Aliaga con 6% y Carlos Alvarez con el mismo porcentaje.

Luego sigue un grupo grande que obtienen entre 2% y 3%, desde los conocidos De Soto y Acuña al centro, Verónica Mendoza, Vladimir Cerrón y Guillermo Bermejo de la izquierda radical, “caviarones” como Rafael Belaúnde, Lopez-Chau y Susel Paredes ( quien no puede postular a la presidencia ) y nuevamente algunos de derecha conservadora como Philip Butters y Alfredo Barnechea.

A nivel ideológico, podemos extrapolar que la derecha, entre conservadora y liberal, puede estar aglutinando un 30%/35% del electorado, los radicales de izquierda alrededor del 25%/30%, los “no sé qué soy” un 15%/20%, al igual que la izquierda caviar.

Esta foto actual nos encaminaría al mismo escenario del 2021, con un candidato de derecha conservadora enfrentando a uno de izquierda radical. Y el final de la historia, ya la conocemos.

Pero otra parte importante de la encuesta de Ipsos es que la ciudadanía, preocupada por el aumento de la inseguridad y un deterioro de su economía, quiere un presidente con agallas que luche de manera decidida contra la delincuencia y que tenga propuestas claras (y simples) de cómo va a mejorar el bienestar de todos los peruanos.

Nadie ha tomado la bandera del liberalismo como plataforma político-ideológica y los llamados a hacerlo, como Rafael Belaúnde y Carlos Anderson, más paran criticando a la derecha conservadora, posible aliada de gobierno, por lo que automáticamente son tildados de “caviares” y no aprovechan ese espacio vacío del “Milei” peruano que les podría dar la oportunidad de aglutinar una importante porción electoral.

La figura del outsider que Milei pudo encarnar con la bandera del liberalismo libertario y su efusiva crítica a la casta gobernante (los caviares peruanos) no la está tomando nadie y ms bien es Carlos Alvarez, con una alocución disruptiva y fuerte en contra de la inseguridad y el crimen, quien se está aprovechando de la tibieza de la mayoría de candidatos.

Imaginemos un candidato que, no solamente tenga un discurso a lo “Bukele”, sino también, que enarbole los principios del liberalismo económico y social.

Sí, aquel donde la iniciativa privada es el motor fundamental de la economía, donde se priorice al individuo como eje de la sociedadrespetando sus decisiones personales de vida, incluso la de amar a quien le de la gana y que propugne un estado eficiente donde prime la seguridad ciudadana, el estado de derecho y los servicios públicos de calidad en educación y salud.

El espacio político está allí. Solo se tiene que mirar el bosque desde afuera otra vez para que algún candidato tome la bandera del liberalismo bajo el lema de “Seguridad con Bienestar” y se meta de lleno en la contienda electoral. Lo necesitamos.

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Querida Manuela

¿Cómo te imaginaste el Perú hace 200 años? No tengo claro cuál era tu posición; la de tu amado Simón Bolívar sí es bastante más clara. Me interesaría saber cuáles eran tus sueños como mujer y luchadora. Por eso, iré a buscarlos.

El 14 de abril de 1823 partió Antonio José de Sucre hacia el Perú en calidad de ministro diplomático colombiano y jefe de las fuerzas militares (participó en la batalla de Junín y en la ocupación de los territorios que antes estaban bajo dominio español). Luego llega tu Simón Bolívar, a pedido del Congreso del Perú. En ese momento, necesitábamos ayuda externa porque no había unión suficiente para terminar de expulsar a los españoles del territorio. Como sabes, expulsar a los españoles del Perú no solo iba a permitir crear una nueva república, sino también garantizar la independencia de toda América del Sur.

Hoy, la guerra, aunque no lo creas, es entre peruanos. No tiene sentido, ¿verdad? Pero es cierto. Un mes duró el “cuarto de guerra” establecido por el Ejecutivo, cuyo objetivo nunca fue claro. Tú me preguntarás cuál era la causa de esa guerra. Ese cuarto no tenía claro al enemigo. Debo advertirte también que hoy todo es marketing y comunicación. En un momento hablaban del “terrorismo urbano”, donde parecía que los terroristas eran aquellos que cometían delitos comunes, pero en bandas o como parte del crimen organizado. Es decir, delincuentes comunes. Luego, parece que todo aquel que cometía un acto ilícito era considerado terrorista urbano. En fin… al final, seguimos siendo víctimas de violencia, impunidad y descaro del crimen en las calles.

Asesinan a cantantes, dirigentes transportistas, mujeres trabajadoras sexuales, mujeres a manos de sus parejas. Ni el Ejecutivo, ni el Congreso, ni los gobiernos regionales, provinciales o distritales han respondido al pedido ciudadano. Creo que hay demasiados actores en la prevención del delito y ninguno tiene el liderazgo ni la capacidad para responder. Para los líderes políticos es más importante bajar la edad penal, limitar los fondos de cooperación para la defensa en procesos penales, declarar estados de emergencia y tratar de imponer la pena de muerte. Ninguna de estas propuestas va a disminuir la delincuencia.

Manuela, ¿sabes? Cuando escucho las noticias llenas de impunidad y corrupción, es como oír una historia paralela, como un ruido de fondo en mi día a día. Me hace acordar a la obra Sólo yo escapé, de Caryl Churchill. Churchill es actualmente la dramaturga más influyente del teatro inglés contemporáneo. Su obra es muy personal, experimental y con una mirada feminista crítica a la sociedad neoliberal y las terribles consecuencias del capitalismo sobre nuestras vidas y el planeta.

Tuve la oportunidad de verla dos veces en 2024, con dos elencos diferentes. Fue difícil de entender al inicio: la reunión de cuatro mujeres que conversan en un parque sobre sus vidas, tomando té de manera tierna, divertida y a la vez perturbadoramente oscura, ya que entre la conversación se va mostrando la crisis mundial en la que vivimos. Esa crisis que no queremos ver, pero que limita nuestra calidad de vida, nuestra libertad y alimenta nuestros miedos.

Cuatro maravillosas actrices para cuatro personajes increíbles, en ambas producciones. Los personajes son mujeres que se acercan a los setenta años, o que ya los tienen, y que, conversando tranquilamente en un parque, hacen frente a un mundo que parece llegar a su fin. Conversan de lo cotidiano con resiliencia, con diálogos espontáneos, cruzados, informales, donde nos van dando pinceladas de un mundo que conocemos: la falta de trabajo, negocios cerrados, los retos de la tecnología, la violencia de género, la amoralidad de las guerras, la destrucción de la naturaleza… Todo bajo un velo de normalidad muy europeo. Si esa obra hubiera transcurrido en Lima, o en cualquier ciudad grande del Perú, sería imposible que cuatro mujeres adultas mayores se reunieran a tomar té solas en un parque, con carteras, joyas y sin tener la paranoia de que las asalten, les caiga una bala perdida, las roben o las toquen.

“Té y catástrofe”, así la describe la autora. Una tarde cualquiera de cuatro mujeres “encerradas al aire libre”. En nuestra realidad peruana, eso es imposible. Nos han quitado el disfrute de la banalidad de caminar por los pocos espacios públicos en Lima. Lo que sí veo es la fuerza femenina: como los personajes, las peruanas, de manera tranquila, segura, irónica, parecemos encontrar la paz, la armonía y las ganas de vivir creando comunidad en compañía de las demás.

Esta obra me dejó con una pregunta: ¿Seremos las mujeres, esas anónimas que transitamos entre lo doméstico y lo global, de lo personal/privado a lo público/político,quienes mediante esta distopía podamos cambiar el rumbo de la humanidad mientras todavía quede tiempo para hacerlo? Veamos cómo se desenvuelve este año electoral, sin olvidar el presente en el que vivimos. 

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