Opinión

Hay quienes avizoran un futuro político incierto para Dina Boluarte luego de la censura al ministro del Interior, Juan José Santiváñez, y resucitan la especie de que luego de convocadas las elecciones en abril, su permanencia en el puesto es más que precaria.

La hipótesis se sustenta en que convocadas las elecciones, Boluarte podrá ser vacada sin riesgo de que el Congreso se vea compelido a convocar a elecciones y a recortar su mandato, que es lo que finalmente les preocupa a nuestros padrastros de la patria.

La hipótesis, sin embargo, se cae de irrealidad política. Todos en el Congreso saben que si vacan a Boluarte tendrán que colocar en su reemplazo a un congresista y que, dado ese escenario, las calles producirán otro “merinazo”, comoacertadamente lo ha calificado el almirante Montoya, y que a la postre se verán obligados a convocar elecciones a trompicones y apresuradas, porque nadie va a soportar un mandatario surgido de un poder del Estado tan o más desprestigiado que el Ejecutivo.

La censura al ministro Santiváñez ha sido una pulseada, torpemente alentada por el Ejecutivo al insistir en su permanencia, pero no supone una ruptura del pacto Ejecutivo-Congreso ni mucho menos. El mismo sigue sólido como una roca y probablemente se refuerce con el nombramiento del nuevo ministro, seguramente surgido de canteras fujimoristas (ya se habla de Rospigliosi como nuevo titular del Mininter).

A pesar del descontento popular, la fragmentación de la oposición dificulta la formación de una mayoría sólida que respalde un proceso de vacancia. Además, Boluarte ha buscado alianzas estratégicas, lo que le otorga un respiro temporal. La necesidad de estabilidad hace que su permanencia en el cargo parezca preferible para muchos. Así, la vacancia no se vislumbra como una opción viable en este contexto.

 

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Hace unos días decidí agarrar mi carro y manejar hacia el sur. En tu época tenías tus caballos y amadas esclavas con las que viajabas. Ahora, en 2025, las mujeres manejamos autos y tenemos grandes amigas con las que podemos compartir viajes y rutas. Viaje con mi hermana de la vida al desierto: la Cuidad Perdida de Cahuachi (Nazca) era nuestro destino, previa parada en Paracas para pasar la noche.

Nazca es María Reiche, una mujer que nació un siglo después que tú. Alemana de nacimiento (1903) y peruana de corazón. Ella fue matemática por lo que dedico su vida a cuidar e investigar las Líneas de Nazca. Fue en 1949 que publicó su primer artículo sobre las líneas, Mistery on the Desert. A Study of the Ancient Figures and Strange Delineated Surface, y de ahí fueron décadas dedicadas a investigar y proteger lo que ella definió como un gran calendario astronómico destinado a fijar los ciclos y los cambios climáticos en la civilización Nazca. Vivió sus últimos años en el hotel de turistas de la ciudad, hermoso, lo conocí cuando en 1987 hicimos un viaje familiar con mi papá hasta Arequipa. En el hotel estaba María, la conocí, yo tenía 14 años y ella era una anciana. Con un fuerte acento daba cátedras a los turistas que nos hospedábamos. Me impresionó su sencillez y humildad, junto a la de su hermana.

Al igual que tú y que María Reiche, en una época fui intérprete y traducía documentos del inglés al castellano. Sé que gracias a tu conocimiento de idiomas pudiste sobrevivir en Paita, con tu tienda Tabacco, English Spoken Manuela Saenz, olvidada y maltratada por los políticos en las nuevas repúblicas americanas. Sin dinero, pero felizmente acompañada por tus fieles esclavas y la grandeza de tu vida, al ser la Libertadora del Libertador recibiste varias visitas importantes, como los jóvenes Guiseppe Garibaldi y Herman Melvill.  

Apenas terminé la escuela de leyes en el año 2000, trabajé para la Canadian Excecutive Services Office de la Agencia de Cooperación Internacional de Canadá, a donde llegaban experto(as) a asesorar oficinas públicas sobre diversos temas. Era una de sus asistentes intérprete y traductora. Una de las asesorías fue Turism Obervations and Opportunities Department of Ica- May/June 2000, para lo que vino un exministro de turismo de Canadá con quien pasamos seis semanas viajando por Ica. Esta asesoría fue para la Dirección Regional de Industria y Turismo del Departamento de Ica, principalmente porque no existían en ese momento oficinas de turismo en las municipalidades locales. La propuesta fue presentar una asesoría de mejora en turismo local e internacional. El enfoque era identificar el potencial turístico al sur de Lima donde Ica, con sus cinco valles costeros y provincias Chincha, Pisco, Ica, Palpa, Nazca y la Reserva Nacional de Paracas, eran las protagonistas. Fueron semanas de arduo trabajo, nos mudamos a vivir a Pisco para desde ahí viajar con personal de la Dirección Regional y visitar todos los atractivos turísticos históricos.

Luego de 25 años regrese como viajera y estoy segura de que ese informe nunca fue leído a cabalidad, interiorizado o implementado. No se aplicaron los consejos entregados. Hoy 2025, hay grandes emprendimientos hoteleros y servicios de privados. Reconocer su accionar es básico, pero el Estado, en sus tres niveles, no ha sabido aprovechar el crecimiento económico: la infraestructura de pistas, veredas, seguridad ciudadana y señalización vial siguen igual o peor. La basura acumulada a lo largo de la carretera ensucia el hermoso paisaje del desierto y eso que solo hay autopista hasta Ica. Las pistas están tenemos llena de camiones de carga, la mayoría PELIGROSA. Saludo a los camiones y buses, pude manejar sin miedo, gracias a mi copilota y a mi padre que me enseñó, pero esto solo muestra el desarrollo privado económico de la región. ¿Qué pasa con el turismo en carro? Ica tiene una economía sólida, de crecimiento por la agroindustria, tiene pleno empleo y se encuentra ubicada a solo 310 km de Lima capital. Los atractivos turísticos están tan olvidados. El camino a la Cuidad Perdida de Cahuachi sigue siendo la misma trocha descuidada y llena de desperdicios, la ruta de los petroglifos de Palpa está sin señalización, el antiguo mirador de las Líneas de Nazca sigue ahí, oxidado sin usar y perjudicando la vista desde el nuevo mirador (parece que se puede caer en cualquier momento). El museo de María Reiche sigue siendo escondido y humilde como fue ella, pero sin cuidado alguno, y eso no está bien.

María Reiche, vivió en una humilde vivienda en el desierto y salía con su escoba a cuidar las líneas que vistas desde el cielo no se explica su existencia. Al igual que tú Manuela, ella fue tildada de bruja por los lugareños, no entendían su pasión por cuidar estos grandes misterios milenarios. Parece que aún seguimos sin entender. A diferencia de nuestras autoridades, estas van a permanecer en el tiempo, recordándonos lo grande que fuimos. Mientras, ¿qué ha pasado en estos 25 años con la cultura como Política de Estado, inversión pública, identidad, conocimiento y puesta en valor de nuestras huacas, museos, recursos naturales y misterios turísticos? Nuestra historia se irá perdiendo porque no son activos para las nuevas generaciones regidas por el Tik Tok y los influencers. 

 

En octubre de 2011 un terrible suceso conmovió a los españoles, en especial a los habitantes de la ciudad de Córdoba: el asesinato de dos niños a manos de su padre, José Bretón Gómez. El ensañamiento del filicida no tuvo limites: luego de quitarles la vida, incineró los cuerpos. Como podrán imaginar, la cobertura mediática de este asunto fue enormísima. Bretón fue condenado a 40 años de prisión y en 2015 le rebajaron la condena, algo que parece una broma macabra de la justicia, considerando los agravantes del crimen: parentesco, premeditación y la más absoluta falta de piedad en la ejecución del atroz homicidio.

El caso ha vuelto a ocupar a la prensa por razones más bien literarias (vamos, eso quiero creer). La editorial Anagrama publicó una novela del escritor Luisgé Martín que, bajo el título El odio, narra el terrible crimen considerando materiales como una entrevista al homicida en la prisión y un intercambio epistolar con él. Claro, cualquier nostalgia por A sangre fría, de Capote, será eso, nostalgia. La publicación ha removido el dolor de la madre de las víctimas, quien se ha empeñado en una batalla judicial para evitar por todos los medios que el libro sea distribuido y vendido.

Sin embargo, llegan a la mesa otros elementos útiles para discutir el caso: La libertad de creación, el hecho de que una de las funciones de la literatura sea escarbar y explorar en realidades oscuras para llegar a una comprensión cabal del mal y la condición humana (pienso mucho en ti, Raskolnikov) y por supuesto, el derecho de una editorial de publicar y promocionar sus contenidos libremente.

Los editores aseguran comprender la postura de la madre, no se espera menos. Reconocen también la monstruosidad del suceso referido en la novela. También reafirma su postura en torno a sus libertades. Se dice que el libro de Luisgé Martín no es una apología del filicidio de Bretón sino una manera de mostrar el horror, de internarse en el espantoso interior del alma y el pensamiento de un hombre que no conoce la misericordia, que está en el abismo de su propia humanidad infectada por el mal.

Por el lado de la justicia, se intenta defender la intimidad de dos menores atrozmente asesinados, así como mantener a buen recaudo la privacidad de su madre. Todo recuerdo de este hecho traumático abre una y otra vez una herida que, sabemos, nunca cerrará. Luisgé Martín admite que ha escrito este libro para tratar de entender los extremos a los que puede llegar la perversidad humana, para iluminar esos laberintos invisibles de la conciencia donde se traman acciones propias de un ser monstruoso.

Difícil tomar partido absoluto en este caso. Yo reivindicaría la libertad creativa, por supuesto, y soy desde ya enemigo de toda censura. Por otro lado, pienso en las víctimas y me pregunto cuán provechoso sería exhibir en este momento –aun sin intención de retorcido amarillo– una acción vil que despierta el repudio de todos. La madre no desea publicidad, aunque venga envuelta en literatura. Y está en su derecho. El escritor y sus editores, en tanto, reivindican también un derecho a durísimas penas disputable.

Anagrama ha deslizado que se allanará a lo que la justicia resuelva. Y hace bien, creo. En un sentido o en otro, este fallo sentará, a no dudarlo, un precedente importante. La literatura incomoda, como decía Vargas Llosa en uno de sus discursos más famosos. Pienso también en una madre, que declara el daño terrible que le produce ver la historia de la cruenta muerte de sus hijos en formato libro, detrás de los limpísimos escaparates de las librerías. Hora de discutir los límites razonables y éticos de toda libertad.

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ciencia ficción, crimen, cuento peruano, Enrique Prochazka, Libertad de expresión, lo fantástico, narrativa, víctimas

-Hoy le toca al Congreso demostrar que puede, eventualmente, tomar distancia de los intereses del Ejecutivo y votar a favor de la merecida censura al ministro del Interior, Juan José Santiváñez, quien no solo ha demostrado ineficiencia en el cargo sino que se halla comprometido en sinfín de denuncias que ponen en duda su solvencia moral para desempeñar el cargo. Todo apunta a que la censura prosperará, pero en este Legislativo nunca se sabe qué negociaciones tras bambalinas pueden estar ocurriendo, por lo cual es mejor esperar al desenlace final. Pero sin lugar a dudas sería saludable para la democracia que el Parlamento le ponga un estáte quieto a un gobierno malacostumbrado a la indolencia e ineficacia más rampante sin que le ocurra nada.

-A la sociedad civil también le toca jugar un partido crucial. Se ha convocado a una marcha por la paz, luego del asesinato de un conocido cantante de cumbia, y la convocatoria ha prendido. Ya es hora también que de que las calles se hagan sentir organizadamente respecto de un régimen que no solo la seguridad sino toda política pública la trata como asunto de segunda importancia. Los altos niveles de desaprobación y el repudio popular que convoca a su paso por las calles este gobierno, ya ameritaba una respuesta colectiva organizada de la sociedad. Puede ser un parteaguas significativo respecto del tramo restante del quehacer gubernativo.

-La pena de muerte y el servicio militar obligatorio son dos propuestas populistas y efectistas que a nada contribuirán para contener la ola delincuencial. Más bien demuestra que el gobierno no ata ni desata sobre la materia y que requiere un cambio de mando en las autoridades que ven el tema. La fórmula está cantada: mayor presupuesto para investigación, control de la corrupción policial, inversión en penales, eficaz coordinación con Fiscalía y Poder Judicial. Y, por supuesto, un liderazgo claro de la cabeza.

-¿Puede una jueza que ve asuntos tributarios tener un hermano que trabaja en el MEF -parte interesada en todos esos temas- y ocultarlo impunemente? No, no puede ni debe. Por eso, luego de la denuncia presentada por Sudaca un congresista ha presentado una demanda ante la Junta Nacional de Justicia acusando el hecho. Esperemos que la JNJ resuelva con prontitud.

[CIUDADANO DE A PIE ] El infierno como lugar de desesperanza y perdición ha sido comparado en ocasiones con la política peruana (Lynch, Paredes Castro, Sosa) ¿Quién podría hoy negarlo a vistas de los niveles de degradación que ha alcanzado? Sorprendentemente, un teólogo católico, Hans von Balthasar, llegó a especular con la idea de que el infierno podría ser un lugar vacío, y fue precisamente esa noción la que nos llevó a reflexionar sobre un reciente artículo de Alberto Vergara publicado en La República, en el cual señala que intentar hablar de política en el Perú, es “una mezcla de despropósito y delirio”, un “escribir sobre lo extinto”, un “medir los signos vitales de los habitantes de una catacumba”. Es bastante comprensible que un politólogo como Vergara se exprese de esa manera pues, en efecto, nuestra escena pública nacional ha dejado paulatinamente de ser materia propia de reflexión de la politología, para caer de lleno en el ámbito de investigación de la criminología, la ciencia que estudia las causas y circunstancias de los delitos, la personalidad de los delincuentes y su impacto social. Adentrándonos en ese enfoque prometedor, nos referiremos hoy a un fenómeno delictivo conocido como “crimilegalidad”: el entrelazamiento deliberado que se establece entre actividades criminales y legales y que se convierte en el eje organizador social, económico y político de una comunidad nacional. Retomando la comparación inicial, la crimilegalidad es lo más cercano al infierno que puede estar la política de un país… y todo parece indicar que hacia allí nos dirigimos.

El país en que vivimos: alta criminalidad y gobernanza criminal

El Perú se encuentra inmerso en lo que sociólogo argentino Marcelo Berman denomina un “equilibrio de alta criminalidad” (EAC). En un EAC, el Estado se muestra absolutamente incapaz de combatir las acciones de grupos criminales organizados, poderosos económicamente y que cuentan con eficientes redes de complicidades al interior de las fuerzas del orden, la justicia y el poder político. A las tradicionales actividades ilícitas como el narcotráfico, se suman otras más violentas como la trata de personas, la extorsión y el sicariato. Violencia, corrupción, impunidad, con apoyos políticos y una tasa creciente de asesinatos como la que venimos presenciando horrorizados los peruanos, caracterizan los EAC. A este entorno de alta criminalidad viene agregándose el establecimiento de “gobernanzas criminales” en diferentes partes del territorio nacional, esto es, el dominio o poder que ciertas organizaciones criminales ejercen sobre la población de una determinada área geográfica, con la finalidad de maximizar el aprovechamiento ilícito de los recursos allí presentes. Este poder o dominio que caracteriza a la gobernanza criminal—o “territorialización” mafiosa, como prefiere denominarla César Azabache—no solo se obtiene mediante el uso de la violencia, sino gracias también a una legitimación, resultante entre otras cosas, de los innegables beneficios económicos que perciben las poblaciones involucradas—siendo la minería ilegal en Pataz un claro ejemplo de esta situación—y al involucramiento en redes delictivas de funcionarios, autoridades y fuerzas del orden nacionales y subnacionales. Pero tanto la alta criminalidad como la gobernanza criminal, siendo gravísimos problemas, no son sino el telón de fondo de un peligro aún mayor: la crimilegalidad.

Crimilegalidad y poder político

La narrativa predominante, cuando nos referimos al “mundo del crimen organizado”, ha sido siempre considerarlo como una infame entidad, ajena y extraña al “mundo legítimo y legal” de la sociedad y la política, cuando la realidad en el Perú de hoy—y en otros países de la región— es que la línea que los separa es cada vez más imperceptible. Markus Schultze-Kraft, un científico social alemán con vasto conocimiento de la situación latinoamericana, aplicó en 2016 el término “crimilegalidad” al ámbito de las relaciones en contra de la ley, que se establecen entre el Estado y los actores legales e ilegales de la sociedad, y de cómo estas relaciones remodelan el ordenamiento político y social de un país. Ya no se trata simplemente de sobornos a las “manzanas podridas” presentes en los espacios públicos y privados, sino más bien de la integración del crimen organizado en las instancias legales, económicas y gubernativas de un país, con lo que se crea un orden “crimilegal” que involucra no solo a capos del crimen sino a funcionarios públicos, policías, políticos, jueces, fiscales y banqueros, entre otros. En la crimilegalidad, el crimen organizado alcanza el apogeo de su poder político, pues los gobiernos no solo no reprimen las actividades ilegales, sino que las promueven, torciendo las leyes y manipulando las Constituciones, al tiempo que se intenta guardar una apariencia de legitimidad con elecciones e instituciones manipuladas. Como bien señala el exprocurador y expresidente de Transparencia, José Ugaz, refiriéndose al caso peruano, no se trata de hechos episódicos consecuencia de la llegada al gobierno de malos grupos políticos o de personas corruptas, sino de la existencia de un plan concertado y organizado para entregar los espacios del país al crimen organizado, dictando leyes pro-crimen y desmantelando las instancias policiales competentes. 

Las consecuencias

La crimilegalidad acarrea graves consecuencias sociales que socavan la democracia, la convivencia pacífica y el logro del bien común, entre las cuales podemos mencionar: 

  • El declive del acatamiento de las normas sociales: cuando el delito campea impune en los altos niveles del poder, la corrupción y el crimen terminan por normalizarse entre el resto de la sociedad.
  • El fomento de una cultura del oportunismo (el “todo vale para subir”) con la consiguiente y paulatina desaparición de los principios y valores colectivos.
  • El debilitamiento de la confianza de los ciudadanos en las instituciones al percibirlas corruptas y en complicidad con la criminalidad: la inmensa mayoría de peruanos, según todos los estudios demoscópicos, desconfían del Poder Ejecutivo, del Congreso, del Poder Judicial, la Policía Nacional, las municipalidades y los gobiernos regionales, instituciones justamente establecidas para representarlos y protegerlos en un ordenamiento democrático saludable.
  • La supresión de las libertades de expresión y protesta, acompañadas de medidas intimidatorias y represivas contra periodistas, activistas sociales y ciudadanos comunes que osan criticar a las autoridades o desvelar la corrupción.
  • El vaciamiento del debate público y de la representación política en manos de personas impreparadas, cuando no prontuariadas, que alcanzan posiciones de poder gracias a la ingente inyección de fondos provenientes de las economías ilegales.
  • El exponencial aumento de la violencia, como consecuencia directa de las actividades depredadoras de las organizaciones criminales y de las luchas entre sus facciones rivales por el control y el poder, conjuntamente con la inacción de las fuerzas del orden, sea por complicidad o inoperancia. 

¿Suena conocido? 

Abandonen toda esperanza…

En el canto tercero de la “Divina Comedia”, Dante nos relata que pudo ver escritas sobre las puertas del infierno la siguiente advertencia: “Abandonen toda esperanza, quienes entren aquí”. Nuestro bicentenario camino, cargado con más penas que glorias, nos ha conducido hasta las puertas que nos adentran en el infierno de la crimilegalidad ¿existe aún alguna esperanza de escapar a ese miserable destino? En todo caso, es bueno recordar que a poco de enunciar la terrible advertencia, el gran escritor italiano agregó: “Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía.” ¿Seguiremos el consejo? 

   

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corrupción, criminalidad, Política, violencia

[Tiempo de Millenials] El concepto o idea de consumo responsable nace en los años sesenta como consecuencia de los movimientos ambientalistas. Es un concepto definido por las organizaciones ecológicas, sociales y políticas que busca cambiar los hábitos de consumo humano y ajustarlo a sus necesidades reales para que se pueda conservar el medio ambiente, la igualdad social y el bienestar de los trabajadores.

El Día Mundial del Consumo Responsable se celebra el 15 de marzo y fue instaurado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1983. Esta fecha conmemora la primera Declaración de los Derechos de los Consumidores, proclamada por el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy en 1962.

El consumo responsable ya es una prioridad dada oficialmente por la ONU como el objetivo número 12 de Desarrollo Sostenible para el periodo 2016-2030, donde el documento señala que a fin de lograr crecimiento económico y desarrollo sostenible, es urgente reducir la huella ecológica mediante un cambio en los métodos de producción y consumo de bienes y recursos.

Así, los consumidores comprometidos con este modelo son personas informadas que se basan en algunas caracteristicas, como:

  • Son conscientes y reflexivos: se basan en decisiones bien pensadas, priorizando necesidades reales sobre impulsos o influencias externas como la publicidad.
  • Críticos con el origen: analizan las condiciones en que se producen los bienes, considerando factores sociales, laborales y medioambientales.
  • Éticos y responsables: promueven valores como el respeto a los derechos humanos, el entorno natural y la justicia en las relaciones comerciales.
  • Solidarios y justos: apoyan el bienestar de comunidades vulnerables y asegura recursos para las generaciones futuras.
  • Empoderadores: otorgan a cada compra un valor social, haciendo del consumo un acto que refuerza los principios de ciudadanía activa.

Pocos días atrás, escuché a un funcionario municipal, con una larga trayectoria de denuncias por malversación de fondos, criticar duramente y con mucha firmeza la corrupción en el Congreso de la República. No habría pasado ni un día, cuando un congresista de la República, quien al parecer por sus firmes creencias religiosas había renunciado a su orientación sexual, publicó en las redes que se sentía con la autoridad suficiente para enseñarnos a las mujeres cómo debíamos ser. 

El día lunes, cuando comenzaron las clases escolares, fuimos testigos de cómo la mujer con mayor autoridad en el país, la presidenta de la República, se dirigió al estudiantado inculcándoles la necesidad de la pena de muerte. La pena de muerte es la más extrema sanción contra una persona que ha cometido algún crimen. Debe ser un crimen tan grande y de tal impacto en la población que se considera imprescindible quitarle la vida a su autor. Crímenes como los cometidos por la presidenta apenas asumió su mando, cuando las protestas de pobladores de Ayacucho, Puno, Lima culminaron con la muerte de más de 50 personas bajo sus órdenes. Si hubiera pena de muerte en el Perú, sus abogados estarían seriamente preocupados.

No es nada nuevo ni sorprendente que cuando las personas sienten una culpa muy grande, tienden a negar el haber cometido la falta. Es propio ya de ciertos trastornos de la personalidad el tomar esa culpa y proyectarla en las personas más victimizables de su entorno. De tal manera que consigue desviar y escandalizar a los demás contra alguien muy distinto, con pocas opciones para defenderse y provocar una suerte de liberación que durará hasta que cometa otro delito. 

El considerar que declarar aprobada la pena de muerte acabará con la extorsión y el sicariato sabemos que no dará resultados. Se requiere de un sistema fiscal, policial y judicial que no cometa errores, pues de lo contrario, se destruyen vidas como aquellas que condujeron a eliminar la pena de muerte en el Perú en la Constitución de 1979. No se podía asesinar inocentes. En el contexto de corrupción tan visible en el que participa el Congreso en colusión con el Poder Ejecutivo, es más probable que lo que se busque es conseguir un sistema de represión política que requiere que nos desvinculemos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así se podrán repetir las masacres sin tener la población una instancia a la cual dirigirse para pedir ayuda y salvar las vidas. Se podrá dejar que termine de caerse la cobertura educativa, que las medicinas no lleguen a las postas de salud y centros médicos, que se caigan puentes, que sea la policía la que venda las armas a las mafias y pandillas de la región. A dónde quejarnos no encontraremos y si la población se enerva, pues ahí se contará con la pena de muerte. 

Estamos ante un reto cada vez más grande. Nuestras autoridades culpan a otros y se lavan las manos. No tendríamos una red de sicariato cada vez más poderosa si contásemos con cárceles, fiscales, jueces y policías especializados. Si en lugar de fomentar la persecución de migrantes, los peruanos que encabezan las mafias estuvieran en las cárceles con las medidas de seguridad que realmente corresponden. Matar no resolverá la pobreza, la ansiedad por el dinero y la corrupción.

Cuando en nuestras escuelas realmente nos enseñen ética y justicia, artes y ciencias, en lugar de ser el espacio donde una presidenta inaugura la temporada de clases promoviendo el ajusticiamiento, tendremos a un grupo de docentes y profesores dispuestos a no callar, decididos a pedir disculpas a sus estudiantes, prometiéndoles que en las nuevas elecciones habrá alguna persona capaz de enfrentar con entereza las consecuencias de un país que quiere defender sus vidas con dignidad. 

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corrupción, escuelas, masacres, Pena de muerte

La pena de muerte, tan ventilada estos días por la presidenta Boluarte, lejos de ser una solución efectiva para los problemas de inseguridad que aquejan a nuestras sociedades, se revela como una trampa moral y una falacia disuasoria.

A menudo se argumenta que el miedo a la ejecución puede frenar el crimen, pero la realidad nos dice otra cosa. En Estados Unidos, donde la pena capital sigue vigente en varios estados, las estadísticas de criminalidad no muestran una disminución clara (menos criminalidad hay en estados que no la consideran). Los delincuentes, impulsados por la desesperación o el impulso, no contemplan la posibilidad de una condena final en el momento de cometer sus actos.

El enfoque debe ser trasladado hacia la prevención y la rehabilitación, y los resultados serán claramente positivos: las tasas de crimen disminuirán. Por lo demás, más disuasorio es constatar que un delincuente va a ser capturado y procesado, no la magnitud de la pena, sin contar que el sistema de justicia peruano es absolutamente falible. Si un delincuente sabe que va a ser detenido y apresado, se inhibirá mucho más de cometer un delito que si cree que le inaplicarán una sanción máxima.

Con la pena de muerte se opta por una respuesta simplista y brutal que perpetúa un ciclo de violencia. Este enfoque erosiona la confianza en un sistema judicial que debería ser, ante todo, un pilar de la civilización.

En última instancia, lo que necesitamos es un sistema que garantice que no habrá impunidad. Lo que alienta al delito -reiteramos- es la seguridad de que la justicia no caerá encima del delincuente, sin importar la pena que se le imponga, como sucede hoy en el Perú.

Se trata de una falaz cortina de humo lanzada por la primera mandataria, para distraernos de las reales causas del aumento delincuencial en el país, como es la incompetencia absoluta del ministro del Interior y del sistema de justicia.

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cortina de humo, Juan Carlos Tafur, Sudaca, Sudaka

[La columna deca(n)dente] La presidenta Dina Boluarte ha vuelto a sorprender con una declaración que roza lo inverosímil. Durante la inauguración del año escolar, afirmó que está «pensando seriamente en la pena de muerte” frente a niños, niñas y adolescentes. La frase, que parece un error de expresión, refleja mucho más que una simple equivocación: evidencia una preocupante inclinación autoritaria en su discurso y un grave problema de comunicación política.

El debate sobre la pena de muerte en el país suele resurgir en contextos de crisis y es frecuentemente utilizado por figuras políticas con el afán de aparentar dureza ante el crimen. La propuesta de Boluarte, aunque torpemente enunciada, se inscribe en esta lógica. El endurecimiento de penas y la apelación al castigo extremo han sido estrategias recurrentes de regímenes con inclinaciones autoritarias que buscan encubrir su incapacidad para ofrecer soluciones reales a la inseguridad.

Sin embargo, la pena de muerte no solo es inviable en el actual marco legal (ya que el país es signatario de tratados internacionales que la prohíben), sino que también ha demostrado ser ineficaz como medida disuasoria del crimen. Pero su mención permite a Boluarte conectar con ciertos sectores que demandan «mano dura», en ausencia de propuestas estructurales para abordar la crisis de seguridad ciudadana.

Más allá de la controversia ideológica, la declaración también pone en evidencia las serias deficiencias en la comunicación presidencial. Un desliz de tal magnitud en un evento público demuestra falta de preparación, precariedad discursiva y ausencia de filtros en el aparato comunicacional del gobierno. No es la primera vez que Boluarte incurre en errores de esta naturaleza, lo que contribuye a su desgaste político y a la percepción de improvisación en su gestión.

El lenguaje en política es fundamental. En un contexto de desconfianza hacia las instituciones, en particular hacia el Congreso, al que la ciudadanía percibe como servil a los intereses de organizaciones criminales debido a las leyes que las favorecen, un lapsus puede marcar la diferencia entre mantener apoyo o erosionarlo por completo. Si la presidenta realmente pretende gobernar con algún grado de estabilidad, debe reformar con urgencia su estrategia comunicacional y abandonar la tentación de discursos efectistas que, lejos de fortalecer su posición, la debilitan aún más ante la opinión pública.

En definitiva, el desliz de Boluarte no es solo una anécdota más en la política nacional, sino también un síntoma del desorden discursivo y la deriva autoritaria que caracterizan su gobierno. Si su intención era proyectar liderazgo, ha logrado lo contrario: ha dejado en evidencia una vez más su falta de rumbo y el ocaso de su gestión.

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Dina Boluarte, Pena de muerte, Populismo, seguridad ciudadana
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