Opinión

Esta Casita de Cartón abre sus puertas con el título de una memorable canción del rock Argentino, escrita por el maestro Charly García, en el periodo musical de Sui Generis, ‘Confesiones de invierno’. Puesto que esta columna será, de alguna manera, íntima, recapitulando los días que pasaron, tras la Ventana del tiempo, como de los días venideros. Así que me dispongo a oír aquella pieza maestra en esta madrugada en la que escribo, enfermo y con la trastornada marea de pensamientos que retuercen las pocas estrellas en el cielo de esta noche invernal, que estuvieran iluminadas si es que las calles en las que camino tuvieran esperanzas. Pero no hay, y la carne se hace sombra y transcurre dentro de su cárcel redundante en las letras de esta canción.

En un principio, el rótulo iba a ser ‘Luz de agosto’, nombre de una novela del autor que escribí por última vez, William Faulkner. Y es que es agosto, el mes de mi nacimiento, un año menos, a lo que realmente lo siento así y que de alguna manera me tranquiliza. Sigue otra canción, ‘Agosto’ de HDS, es un cóctel de músicas que acompañaron mi juventud. Recordando a mi viejo amigo Gustavo, fanático de esa banda española como de otras de la movida madrileña. Cuando tomábamos vinos hablando de arte y de los amores fracasados que por entonces yo no había vivido, pero que en cada palabra entendía los suspiros de vientos que alguna vez llegarían a este pozo. Tenía 14 o 15 años, y desde muy joven siempre me gustó oír voces autorizadas por el tiempo. Me escribe Ana, una amiga, en este momento, y le envío una escena de ‘Her’, ya que minutos antes de sentarme al ordenador, hablábamos sobre la IA, que está muy en boga, y del amor y sus sacramentales palabras en otrora a diferencia de ahora. Cómo ha cambiado todo, y lo veo al ver a mi hermano echado en su cama abrazando su alivio, Tik Tok o un juego. Y no juzgo, son los campanarios de los ‘temps moderns’ y del futuro, que tanto espantaba a Baudelaire o al que satíricamente Chaplin con arte hacía ‘gruñir’. A veces pienso que la historia ya está escrita realmente y solo caminamos en la misma comparsa una y otra vez encaprichada por un Dios siniestro. Pienso, tantas veces pienso que la respuesta realmente tal vez lo tenga el viento.

Ahora, después de muchos años escribí un cuento para una revista, que lleva de título ‘Lo que ya no recuerdas’. Con el epígrafe siguiente: ‘Hay muchos tipos de amor en este mundo, pero nunca el mismo amor dos veces’, del autor que quizás como nadie entendería este palpito en estos minutos donde presiono los teclados, puesto que veía a la vida como yo, con el retrovisor del pasado, con los vientos tocando imperecederamente el acordeón de la nostalgia una y otra vez en el reloj de arena. Y quizás por eso es que me ‘enamoré’ de su obra. En sí, cada autor favorito que tenemos es un semblante de lo que somos, lo intrínseco, plasmado en sus artes, y en eso señalo a mis escritores predilectos, como Capote, Mishima, Fitzgerald, Dazai. El orden es aleatorio. Y al leer sobre sus vidas lo entendí, porque escribían con la pulsación del mismo sentimiento a través de la ventana de la imaginación y del sufrimiento. Quizás con ellos me gustaría compartir un velada en el infierno, creo que sería el sueño más allá de la vida que me haría muy feliz.

Y el cuento trata sobre una relación de esas obnubiladas. De los que cada vez se extinguen propiamente por las afluencias culturales. De una chica que dedica canciones de amor que alguna vez su ex amor le dedicaba: jazz, baladas francesas, y demás. Un knockout al polaroid que atesoraba el personaje dentro de las cosas que uno más ama. Al terminarlo, pensé: la única canción que nunca podría dedicar a nadie la personaje de la historia, sería ‘Don’t think twice, It’s all right’, de un genio de Minnesota, curiosamente como Fitzgerald, Bob Dylan. Del que harán una película, noticia que me alegró gratamente, y que espero que sea digna de lo fue, es y será el único músico premio Nobel de Literatura al día de hoy. Es la canción que considero más hermosamente decorosa para despedirse de alguien (así ésta haya sido ruin y desleal). Y pongo una interpretación del mejor Bob Dylan, a medios de los 60’s, exactamente en 1965 en Birmingham, Inglaterra. Esta historia es inspirada en el caso de la vida real (de un gran amigo) como todo. Trayendo a colación al maestro Jorge Luis Borges: ‘Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte’. A su vez, llega el final de estas líneas, y resplandece esta sentencia de Neruda: ‘Me enamoré de la vida, es la única que no me dejará sin antes yo hacerlo’. Pasado, como todo lo que mi rostro ve ahora en el espejo. 

Esta casita de cartón cierra sus puertas con la última frase de una de las canciones mencionadas: ‘Una vez en la vida debo encontrar dentro de mí,­/ una noche de agosto/ mi alma perdida que arrojé al mar’. Y espero que sea en esta. 

Gracias a Julio Ramón Ribeyro por ‘Prosas apátridas’, Edward Hopper por ‘Domingo por la mañana’ y a John Lennon por [Just Like] Starting Over.

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casita de carton, Charly García

Tan solo 10 años duró la Reforma Universitaria. De ello se podría deducir (en términos muy generales, por supuesto) que quizá solo una generación de estudiantes en nuestro país tuvo acceso a una formación profesional con la calidad asegurada. 

Cincuenta años atrás, las universidades peruanas eran espacios de lucha política: partidos como el Aprista, otros de la diversa izquierda y agrupaciones terroristas como Sendero Luminoso tomaron las aulas. Contaban con jóvenes que se dedicaban a la política y que no terminaban la carrera nunca. Un curso o dos al año. Pero ahí, en medio de disputas armadas, la mayor parte de docentes y estudiantes jamás se rindieron, consiguiendo graduarse con grandísimo orgullo. Sumado el contexto de crisis económica e inflación delirante, las universidades públicas quedaron en abandono. Cuando llegó Alberto Fujimori a la presidencia, las intervino violentamente con tanques y militares, y disminuido el Conflicto Armado, con su estilo característico hizo decretar a su Congreso la libre creación de universidades públicas y privadas, sin ningún requisito que fuera traba para entregar un título, ni siquiera una tesis. Esa fue su simple receta. 

Como consecuencia, emergieron centros de estudios que engañaban y estafaban a sus estudiantes. No existían normas que regularan su calidad o su administración económica. La política en sus aulas fue desapareciendo. Egresaban jóvenes sin conciencia hasta de lo poco que valía su título. Tanto que también lo podían comprar falsificado en calles del Centro de Lima. Tal desborde produjo una brecha muy grande entre profesionales en la contratación laboral, pues la universidad de origen pasó a ser un componente de estigmatización. Y como toda marginación en Perú, dio como resultado el tener que recurrir a la informalidad o a la corrupción para crecer económicamente. La mayor evidencia se encuentra en el opulento crecimiento de los bienes de algunos de sus rectores y ni se diga de sus propietarios. 

Por eso el pedido de una reforma universitaria fue creciendo la primera década del siglo XXI, hasta que el año 2014, el congresista Daniel Mora en trabajo conjunto con las mejores universidades del país y siguiendo los estándares internacionales, consiguió que el parlamento aprobara la Reforma Universitaria tan requerida; así nació la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria, conocida como Sunedu, lista a cerrarles el paso a los dueños y autoridades de los centros de estafa y corrupción académica. De inmediato, ellos levantaron la voz, sostuvieron que se trataba de un acto inconstitucional, pero no consiguieron apoyo alguno y poco a poco sus instituciones fueron cerrando o consiguieron reformarse, dado el poder que ya les había otorgado a sus propietarios. Jamás se rindieron y su estrategia fue clara y directa: serían congresistas y gobernadores regionales hasta recuperar el control que habían perdido.  

Hoy, diez años más tarde, desde el Congreso alcanzaron su objetivo, le pusieron fin a la labor de fiscalización de la Superintendencia Nacional de Universidades y al parecer, también acabaron con la política estudiantil, porque mediante la aprobación de formación universitaria completamente virtual, los estudiantes pocas veces tendrán que ir al campus, espacio en los que se formaban las agrupaciones políticas que daban vida a la formación ética recibida y debatida en las aulas, principal fuerza que los capacitaba para encarar la corrupción y combatir la estafa en su formación. 

Por ir al campus es que miles de estudiantes de universidades en Estados Unidos han protestado contra el apoyo de su país a la estrategia genocida de Israel; y miles de estudiantes en Argentina salieron a protestar contra la reducción de su presupuesto público, que mantiene a sus universidades en los primeros lugares de calidad educativa de la región y el mundo. En Bangladesh, donde los universitarios son el núcleo principal de los partidos políticos, más de 300 murieron en su lucha contra la repartición de los cargos públicos entre los allegados a la oligarquía gobernante; y después de que la Primera Ministra huyera hacia la India, han sido ellos quienes han conseguido que los gobierne Muhammad Yunus, el premio Nóbel de la Paz conocido como el Banquero de los pobres. 

Ahora que se acercan nuestras elecciones, ¿estarán imaginando los nuevos partidos contra la corrupción cómo acceder a nuestra juventud universitaria para devolverles el compromiso con su profesión y país?

No fui a ver a la U en mi primera incursión en el Estadio Nacional. Fue en 1968 a un Alianza Cristal que terminó 3-3, un partidazo con 3 goles de Cubillas. No me hice hincha, sin embargo, de ninguno de los dos y al final de ese año, inclusive, alentaba al Juan Aurich para que le ganara al Cristal la definición.

Bastó que fuera a ver un partido de la U -contra el Boys recuerdo- y me hice hincha de inmediato. El juego técnico, pujante, aguerrido, veloz, agresivo, el fetiche de las medias negras (pude también ser hincha del Boys, mi segundo equipo en querencias), me conquistó. Era la época de Chumpitaz, Cruzado, Nicolás Fuentes, Chale, un equipazo.

De allí en adelante surgió una reafirmación de mi hinchaje por la U por su maravilloso proceso de cholificación popular, iniciada en los 90, que ha convertido hoy al club no solo en el más campeón, el que mejor desempeño histórico ha tenido en la Copa Libertadores, sino en el de mayor hinchada (en todos los rincones donde va la U, juega de local) y poseedor del estadio más grande del país y el segundo del continente.

Del equipo clasemediero de sus orígenes, que se expresa en la saga Terry-Chale-Leguía-Chemo del Solar, se transitó a la más potente de Lolo Fernández, Héctor Chumpitaz y el Puma Carranza, y a la migración de su barra de Oriente a la popular Norte.

Esa emergencia social identifica a la U, equipo que vive no de las tragedias, la victimización o la simbología religiosa, sino del triunfo épico, la garra histórica, y la pujanza. Si un jugador crema no tiene esas características no es querido por la tribuna.

Luego de muchos años en crisis, hoy asoma un nuevo horizonte económico y deportivo que le está empezando a devolver una grandeza que nunca debió haber perdido. Los recuerdos históricos de sus hazañas hoy empiezan a reverdecer y tornar posible reeditarlas pronto, con paciencia y buen manejo gerencial, como hasta el momento viene ocurriendo.

Dale U, es su lema original, su viejo cántico de tribuna, que siempre aflora cuando la victoria luchada aparece. Los hinchas de la U tenemos una identidad definida. La U la tiene. Juega y debe jugar de un cierto modo si quiere contentar a la hinchada fiel que hoy la ha vuelto a seguir masivamente. El futuro será crema. ¡Felices cien años a la institución más grande del Perú!

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Antaño, la distribución de las comisiones en el Congreso de la República tejía un tramado de poderes y contrapoderes esencial para la marcha de la gobernabilidad.

Recuerdo particularmente cuánta importancia le daban en el MEF -en la época de Fujimori, que supuestamente el Parlamento no tenía mayor relevancia- a la comisión de Economía y que su presidencia la ocupara el recordado y correcto Carlos Blanco Oropeza. Y eso que el fujimorismo tenía mayoría congresal.

Hoy eso ya no existe. La alianza fáctica del poder legislativo (Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Avanza País y Perú Libre) hace lo que le viene en gana, se distribuye cuotas de poder e importa poco o nada si la comisión en cuestión tiene relevancia o no para el año en ciernes.

Se asiste así a un espectáculo pueril de reparto de comisiones de acuerdo a la componenda habida antes para conformar la Mesa Directiva -que auguro será peor que la de Alejandro Soto, dados los antecedentes de Eduardo Salhuana- y la relevancia o no de la comisión se va al tacho de los desvelos.

Este Congreso no solo ha emprendido un camino de desmontaje de reformas esenciales para la institucionalidad democrática, que demoraronaños en labrar, sino que ha elegido la intrascendencia política como bandera insignia.

De allí su inmenso desprestigio. Porque esa contranatura alianza de poder que se ha conformado podría elevar sus horizontes y construir un plan mínimo de reformas en serio y no solo una estrategia destructiva de las pocas buenas que se han hecho en el país (Sunedu, reforma magisterial, reforma del transporte, etc.).Pero no, eso no interesa. El grado de impunidad y desvergüenza que se ha instalado en la plaza Bolívar los exime de cualquier preocupación respecto de la ciudadanía y sus pesares esenciales.

Una de las patas del desgobierno y la crisis política que el país transita y que afecta la recuperación económica que en tiempos normales ya deberíamos exhibir este año con mayor potencia, es el Congreso funesto que nos ha tocado en suerte.

Un día como hoy, hace 45 años, el 2 de agosto de 1979, nos dejó Víctor Raúl Haya de la Torre, tras larga agonía en Villa Mercedes, apacible vivienda en Vitarte que le fue cedida por un familiar para que allí transcurran, al fin sin sobresaltos, los últimos años de su vida. Fueron los tiempos de los dictadores Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, los tiempos de las largas veladas en la Casa del Pueblo, de los coloquios nocturnos, el último buró de conjunciones y de la formación de una generación joven que pudiese continuar la obra. 

Se ha dicho mucho, bueno y malo, de la trayectoria política de Víctor Raúl. Al conmemorarse 45 años de su partida hemos querido destacar sus virtudes de estadista y visionario. Haya siempre se adelantó a su tiempo y el 28 de julio de 1978, día en el que pronunció su último gran discurso al instalarse la asamblea constituyente, avizoró el presente -este presente- y señaló un camino hacia el futuro -este futuro que nos toca construir a nosotros-. 

El patriarca del APRA comenzó hablando de la democracia y del triunfo de los partidos políticos en las elecciones de mayo de 1978 por sobre la propuesta autoritaria del no partido que representaba la dictadura y, de manera más específica, el Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS) instaurado por Juan Velasco y disuelto, poco después de su relevo, en 1975. También refirió su apoyo incondicional a la democracia plasmado en 1941 en su libro La Defensa Continental, en el que propuso un sistema americano interhemisférico que la protegiese de la amenaza fascista. Proféticas palabras, hoy la democracia parece un terreno baldío no solo en nuestra política interna, sino en la mundial, arrinconada por los extremismos progresista woke y neoconservador, con rasgos fascistas, que han superado el cerco del orden constitucional. Para muestra la dramática situación de Venezuela en la que una dictadura encaramada en el poder se niega a dejarlo a través de los más condenables métodos de fraude electoral y represión política.

Haya también habló de la Asamblea Constituyente y de su rol. Qué importante en tiempos en el que la urgencia, o no, de una nueva Constitución para el Perú ocupa buena parte del debate político nacional. Con casi cincuenta años de anticipación, Víctor Raúl refuta las torpes tesis que comparan una asamblea constituyente con el poder absoluto. De seguro que El Viejo León se hubiese reído a carcajadas de tan burdo desvarío. Al contrario, la destacó como la expresión más genuina y excelsa de la soberanía popular: “El pueblo ha rescatado el manejo de sus propios destinos y no puede renunciar a ellos ni enajenarlos. Los votos del pueblo, en un proceso libre, nos dan título irrenunciable para hablar en su nombre y en su defensa”.

El político trujillano no se quedó en el enunciado. Seguidamente apeló a los deberes de la asamblea, indicando que el primero de todos debía ser la responsabilidad institucional y la cooperación patriótica. Haya se manifestó respetuoso de las diversas visiones presentes en la asamblea pero destacó como un propósito superior alcanzar consensos para obtener un texto constitucional desde cuyas bases puedan forjarse la nación y su desarrollo. En otras palabras, las bases mismas de lo que constituye una democracia.

También habló de la flexibilidad de la nueva Constitución, de los mecanismos que debía poseer para poder actualizarse conforme fuese necesario y cambiasen los tiempos, así como destacó la importancia de alcanzar un texto que refleje la realidad y no resulte mero copismo de fórmulas extranjeras: Ha de ser lo bastante previsora y flexible para renovarse y renovarse, confirmándose como un marco que permita el desarrollo de la sociedad peruana, lo promueva y lo encauce. Estas palabras caen como duras sentencias contra aquellos que han prostituido los mecanismos del cambio constitucional para controlar las instituciones del Estado y legislar a favor de mafias e intereses perversos, reñidos con el bien común y el desarrollo de la nación. 

En su último discurso, Haya habló sin cortapisas de los Derechos Humanos, se adhirió consecuente e incondicionalmente a la Declaración Universal de las Naciones Unidas de 1948, así como celebró la creación de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no sin antes señalar que ambos instrumentos de justicia internacional ya habían sido suscritos por el Perú. 

Seguidamente, Haya adhirió también a los derechos sociales que constituyen una importante novedad que se suma a los civiles y políticos, y que se consagran tras la Segunda Guerra Mundial. Dijo el patriarca aprista que la nueva carta debía asegurar la alimentación, la vivienda, la salud, el trabajo, con libertad y justicia, la educación y la cultura para todos los que habiten nuestro suelo o hayan de habitarlo en el futuro. 

En un hecho sin precedentes, y adelantado a su tiempo, Víctor Raúl otorgó principal importancia a los derechos de la mujer y a la lucha por el medio ambiente, agendas que han cobrado gran notoriedad en el siglo XXI. Al respeto, Haya dijo que resultaban de primer orden la igualdad de la mujer en todos los campos; la atención especialísima de la juventud, ancha fila humana que en nuestro país exige promoción y estímulo especiales. Y también la defensa del medio ambiente y de nuestro patrimonio arqueológico e histórico.

En la década de 1920, cuando José Carlos Mariátegui planteaba la lucha política contra los Estados Unidos de América, la potencia imperialista del continente, Haya ya pensaba que para combatirla en igualdad de condiciones había que fomentar la unión de las naciones latinoamericanas y también saber negociar con el imperialismo, pues de este se requerían sus capitales y tecnología para alcanzar el propio desarrollo. Solo de ese modo se le podría enfrentar, solo así podríamos colocarnos en posición de competir con él. 

En el mundo de hoy, las ideas de Haya, tan criticadas por la izquierda comunista de entonces, parecen más bien verdades de Perogrullo, pero, al mismo tiempo, permanecen como utopías incumplidas.  La eterna “vía hacia el desarrollo” es una desgraciada inercia que comenzará a romperse a través de la inversión en ciencia y tecnología, y más si realizamos el esfuerzo conformando una alianza de naciones latinoamericanas. Haya lo dijo en 1928, también lo dijo en 1978, sesenta años después y la asignatura sigue pendiente. Integrarse contra el imperialismo no supone ser comunista, supone, como paso previo, la revolución capitalista. Pensar que algunos todavía no lo entienden.

Dejo para el final un tema que ha llamado poderosamente mi atención en el discurso de instalación de la asamblea Constituyente de 1978: la manera como Haya anticipa el rol de liderazgo geopolítico del Perú en la región debido a su posición geográfica. Hace 45 años, China aún no había despegado, recién Deng Xiao Ping se asentaba en el poder, apenas se trazaban las bases para su posterior despegue económico. Pero Víctor Raúl lo dijo: 

Aleccionados por la experiencia de este siglo y por sus realidades económicas, el integracionismo que profesamos es de clara raíz antimperialista. La integración tiene para el Perú un especial significado. Por su posición geográfica central, por una tradición que viene de su pasado y que se repite en todas las instancias de su historia –el Tahuantinsuyo, el Virreinato, la Revolución Emancipadora que aquí culmina y se funde en sus corrientes principales- a nuestro país le toca contribuir decisivamente a la coordinación latinoamericana,  convertirla  en una de las metas nacionales, indispensable para su propia subsistencia. Pues el Perú tiene todo por ganar en una Indoamérica unida y todo lo puede perder en una Indoamérica balcanizada”.

Faltan apenas meses para el inicio de operaciones del mega puerto de Chancay administrado por la empresa china COSCO Shipping Ports. De esta manera, el Perú será parada obligada y fundamental en el tramo marítimo de la nueva ruta de la seda china. ¿Pero cuenta el Perú con producción suficiente para beneficiarse de este inconmensurable tráfico comercial? ¿O se trata de pensar en grande y establecer una alianza regional para desarrollar infraestructura, manufactura, ciencia y tecnología etc. que nos permita integrarnos como bloque en esta oportunidad histórica que llama a nuestra puerta? La respuesta es tan obvia que puede omitirse.

Odiado, amado, perseguido, defendido, mataron por él, murieron por él, llegó al corazón del pueblo. Tras el líder cuya encendida oratoria cautivó a las masas peruanas a lo largo de seis décadas, un estadista y visionario señalaba los rumbos que había que seguir para alcanzar el desarrollo. Antes de él, tuvimos a Simón Bolívar, Chile, mal que nos pese, tuvo a su Diego Portales. A 25 años de su partida Rescatar el Haya estadista y visionario es tarea pendiente para el Perú del siglo XXI.  

p.s. Imagen del artículo: Sarasara: órgano del Partido Aprista Peruano, Comité Provincial de Parinacochas, año VI, no. 40, febrero 1947

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Apra, Chancay, Constituyente del 78, Democracia, derechos humanos, Haya de la Torre

Las expresiones colectivas de descontento callejero no son antidemocráticas. Acá y en el mundo entero son prácticas de sanción moral contra personajes que por alguna razón se han labrado el repudio y sufren las consecuencias de ello. Hasta allí todo bien.

Lo que no es admisible, desde ningún punto de vista, es la violencia, así sea mínima (insultos incluidos, golpes o agresiones físicas, por supuesto, que deben ser considerados delitos), como lo acontecido con la congresista Patricia Chirinos este fin de semana en el bar La Noche de Barranco, a quien, además de improperios, le lanzaron un vaso de vidrio que le pudo ocasionar daños físicos si acertaba en el blanco.

De un tiempo a esta parte se está viralizando el uso de estos mecanismos contra políticos y periodistas (Alva Castro, Tubino, Burga, Beto Ortiz, Gorriti, Rosa María Palacios, etc.) que sufren el acoso delictivo de turbas enardecidas o grupos organizados -como La Resistencia- que buscan la intimidación y el escarnio público.

Eso debe parar de inmediato. Así como Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que las dictaduras suelen empezar con quema de libros, la violencia política mayor puede escalar a partir de hechos como los reseñados si los mismos son celebrados por la opinión pública.

Se vienen unas elecciones que van a ser muy tensas y polarizadas. El país está en punto de ebullición y solo espera un detonante para explosionar. Cualquier psicólogo social lo podría certificar a partir de hechos medidos cuantitativamente como hechos cualitativos como el que da pie a esta columna.

Si a ello le sumamos la penetración de las economías criminales en la política, con su arsenal de personas armadas y organización paramilitar, podríamos llegar en el país a niveles de violencia como las que se vivieron antaño con crímenes mortales contra políticos, autoridades y personajes públicos.

Desde los sectores democráticos y los medios de comunicación es menester repudiar a los violentos y tratar de acotar que este tipo de hechos se produzcan (es lamentable ver a algunos medios casi celebrando lo ocurrido con Patricia Chirinos, por ejemplo). El riesgo de un escalamiento incontrolable está a la vuelta de la esquina y ya sería el único mal que nos faltaría en nuestro atribulado país.

 

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Qué diablos tienen que hacer la Fiscalía de la Nación y la Corte Suprema en cuanto a la decisión de si un partido político -el de Antauro Humala en este caso- puede o no postular dada su cuestionada condición democrática?

Nada más antidemocrático que se pretenda evaluar el pedigrí de un partido o candidato para decidir si puede o no participar en un proceso electoral. Porque si de eso se trata entonces que saquen de carrera a todas las agrupaciones, desde la de Verónika Mendoza hacia la izquierda, por su postura ambigua hacia lo que sucede en Venezuela. Y de paso a todos los candidatos de la derecha con rasgos autoritarios, que no son pocos.

Se sentaría un precedente nefasto si el Poder Judicial se puede tomar esa atribución. No es, precisamente democrática. ¿O acaso todos los partidos deben profesar el credo de la vigente democracia para poder buscar la voluntad popular? ¿Descartamos entonces de plano a todos los partidos marxistas leninistas o a los que profesan una Asamblea Constituyente?

A mí no me queda duda alguna de que un triunfo de gran parte de la izquierda constituiría un peligro para la supervivencia de la democracia tal como la conocemos, pero no considero éticamente válido negarles el derecho a que el pueblo los elija si así lo estima conveniente.

Que la centroderecha democrática se ponga, pues,los pantalones y enfrente a esos adversarios enarbolando banderas democráticas y no dándolas por sentadas, sería bueno, para empezar. El desprestigio de la democracia, medido por todas las encuestas, lo ha labrado con dedicación la clase política. Pretender borrar ello con una resolución judicial es un disparate de incalculables consecuencias políticas. En el futuro bastaría que un tiranuelo cope la Corte Suprema y empieza a sacar de carrera a todos sus adversarios por cualquier razón (como en Venezuela o Nicaragua).

Lo absurdo del caso, además, es que si vetan a Antauro Humala las fuerzas sociales antidemocráticas encontrarán otro camino para expresarse (la emergencia de Pedro Castillo debería el ser el mejor ejemplo de ello: por más que se exhibieron sus vinculaciones con ramales de Sendero Luminoso, la mitad del país votó por él).

La democracia no es boba si admite que candidatos antisistema postulen. Por el contrario, obliga a los partidos democráticos a tomar las cosas en serio, aguzar sus instintos políticos y no dormirse en sus escasos laureles. La voluntad popular es sagrada y no puede ser violentada por ningún poder del Estado.

-La del estribo: muy bien puesta la comedia musical Morir de Amor. Escrita por Marisol Palacios y Alfonso Santisteban -dos grandes del teatro- logra cautivar al público y entretenerlo, como es su propósito. Con un buen elenco, formado por Patricia Barreto, Carolina Cano, Gabriel Iglesias, Gisela Ponce de León, César Ritter y Andrés Salas, cumple su cometido a cabalidad. Va en el Teatro Peruano Japonés, hasta el 19 de agosto. Entradas en Joinnus.

[El dedo en la llaga] En el año 2023 se publicó Alemania el libro “Machtmissbrauch im pastoralen Dienst – Erfahrungen von Gemeinde- und Pastoralreferent:innen” (Herder), que puede traducirse como “Abuso de poder en el servicio pastoral – Experiencias de agentes pastorales”, el cual refleja los resultados de una encuesta en la que participaron 936 agentes pastorales de los cerca de 7,500 que hay en Alemania.

Hay que precisar que en Alemania la de agente pastoral es una profesión remunerada regida por leyes, que se ha hecho cada vez más necesaria debido al descenso de las vocaciones sacerdotales. Se trata de laicos y laicas que asumen laboralmente funciones pastorales que no son exclusivas de los sacerdotes y obispos.

Los agentes pastorales son de dos tipos: referentes pastorales y referentes de comunidad, que pueden ser tanto hombres como mujeres. Los referentes pastorales suelen tener un diploma o un máster en teología católica y una formación eclesiástica, generalmente intradiocesana. Los referentes de comunidad suelen tener un título universitario en pedagogía religiosa o teología práctica. Las áreas de trabajo y los perfiles de actividad se superponen en gran medida; sin embargo, la formación académica marca la diferencia.

Referentes de comunidad sólo hay en Alemania, mientras que referentes pastorales existen en Alemania, Austria, Suiza y los Países Bajos. Trabajan en la pastoral de una parroquia, una asociación de parroquias, un decanato u otra unidad pastoral. Por lo general, están subordinados a un párroco o a un decano. Además, pueden trabajar en áreas específicas como la pastoral hospitalaria y de hogares de ancianos, la pastoral universitaria, el sistema educativo, la educación de adultos, el trabajo juvenil, la administración eclesiástica, etc.

Un problema frecuente son las cláusulas de lealtad en los contratos de trabajo, que requieren de los agentes pastorales que lleven una vida conforme a los valores y principios de la Iglesia católica. En otras palabras, cualquier discrepancia con esos valores podría ser motivo de despido. Y esto también abre la puerta a abusos de poder, pues son los superiores jerárquicos de los agentes pastorales, en su mayoría clérigos, quiénes deciden qué hechos o conductas infringen la obligación de lealtad.

Pero lo que revela la encuesta, encargada por la Asociación Federal de Agentes Pastorales de Alemania (Bundesverband der Gemeindereferent*innen Deutschlands e.V.) va más allá de eso y presenta resultados estremecedores y preocupantes. A la pregunta «¿Ha tenido usted personalmente experiencias en el ámbito laboral que haya percibido como abusivas y/o como abuso de poder?», 70% responden con SÍ, 24% con NO y 6% con NO SABE. Cuando se desglosa la respuesta según el sexo de los participantes, con SÍ responden 60% de los hombres y 75% de las mujeres.

Cuando se pregunta por el tipo de abusos sufridos, un 72% señala el menosprecio u obstaculización de las propias competencias profesionales, 54% señala minusvaloración por no tener el sacramento del orden sacerdotal, el 44% señala bullying de parte de los superiores jerárquicos. Otros abusos mencionados son la inobservancia de derechos laborales, minusvaloración en razón de la identidad sexual (generalmente femenina), coerción de la libertad de opinión, insultos, acoso sexual verbal, minusvaloración debido al estilo de vida.

Cuando se pregunta quién comete mayormente los abusos, la respuesta en un 88% de los casos señala al sacerdote que ocupa el puesto de superior jerárquico inmediato del agente pastoral, aunque también se señalan a otras personas dentro de la estructura jerárquica eclesiástica con mucho menores porcentajes.

Cuando se pregunta por las consecuencias de los abusos sufridos, el 72% de los afectados señalan estrés psicológico o enfermedad mental; un 62%, insomnio; un 41%, angustia o ansiedad. Aunque también hay, en menor grado, afectados que adquieren enfermedades corporales, problemas familiares y sufren de ataques de pánico.

El informe presenta también ocho testimonios narrados, cuyos autores prefieren mantener el anonimato. He elegido uno para que se vea a qué extremos puede llegar el abuso de poder en la Iglesia católica.

Hace más de 30 años me casé y quería vivir una vida como esposo y padre de varios hijos. Cuando el más pequeño de nuestros cuatro hijos comenzó a ir al jardín de infancia, mi entonces esposa inició una relación sentimental con un sacerdote. Ella quedó embarazada, pero perdió al bebé. No pude consolarla en su duelo, simplemente no me era emocionalmente posible. Nos separamos y poco después fui llamado donde el vicario general. El sacerdote en cuestión ocupaba una posición destacada, y se me exigió que mantuviera todo el asunto en secreto. Sólo cumpliendo con esta condición se me permitió vivir en un pequeño apartamento cerca de mis hijos. Dado que dos de los niños tienen discapacidades, era necesario que me ocupara de muchas cosas. La indicación clara fue que si le decía a alguien por qué me había separado de mi esposa, sería trasladado a otra zona de la diócesis. También se me dio a entender que probablemente era culpa mía, que yo tenía una incapacidad relacional y que mi esposa había seducido al sacerdote. El sacerdote en sí fue protegido, y no pasaron dos años antes de que fuera reducido al estado laical, aunque aún se le permitió obtener un doctorado y hacer carrera. Es posible que esto haya estado vinculado al hecho de que era compañero de estudios de un clérigo en la dirección diocesana. En el moneto en que él dejó el sacerdocio, yo me encontraba muy mal psicológicamente. Y luego me enteré de que los representantes del empleador habían declarado abiertamente que todo el asunto giraba en torno a mi esposa y a mí. Yo había mantenido la obligación de mantener secreto, pero para la otra parte no se aplicaba. Me sentí traicionado. Había perdido tanto y al mismo tiempo se me transmitía que yo no estaba bien, que no encajaba en el sistema Iglesia.

Durante el tiempo de la separación, el obispo visitó nuestra parroquia debido a una confirmación, y en un receso vino a mi pequeño apartamento, donde a veces tenía que acomodar a todos mis hijos. Él vio cómo vivía yo, pero no dijo nada. Solo preguntó si me había reconciliado con mi esposa o si podría reconciliarme. Ninguna palabra sobre que él sabía lo difícil que era todo para mí. Ninguna pregunta sobre lo que podría ayudarme. Ninguna compasión. Hoy en día, en una situación así, hablaría con franqueza, pero en aquel entonces no me atreví. El sacerdote que era mi superior jerárquico en ese momento vivía en una relación sentimental con una mujer, y cuando se le iba a trasladar en secreto, intentó instrumentalizar a sus seguidores en la parroquia para quedarse. Tuve que hablar con él para evitar una división en la comunidad. Él fue protegido, como se protegía a los sacerdotes. Yo no recibí ninguna protección. Se me impuso que no podía iniciar una nueva relación sentimental. Tuve relaciones sentimentales, pero siempre en secreto, siempre tenía que ingeniármelas. Era como un virus que brotaba una y otra vez y me hacía sufrir, sintiendo que, tal como soy y como vivo, nunca podría volver a formar parte de todo eso en plenitud.

Aproximadamente 20 años después de la separación, finalmente nos divorciamos. Habíamos esperado tanto tiempo debido a razones financieras. Un año después, comencé una relación con mi actual pareja. Ella también trabajaba para la Iglesia católica. De nuevo tuvimos que ingeniárnoslas. Más de 10 años después, compramos una casa juntos. Tuvimos que cumplir con la condición de que debían ser dos apartamentos separados. Tuve que presentar al obispado un certificado de separación de viviendas en una misma edificación. Mi superior en el trabajo tuvo que visitarme y preguntarme: “¿Realmente vives en la planta alta?” Si alguien me preguntaba cómo habían sido mis vacaciones, tenía que contarlo como si me hubiera ido solo de viaje. Y aún así, el sentimiento predominante no era la ira por este trato, sino el sentimiento de estar de alguna manera equivocado. Desde joven me habían inculcado las normas sexuales de la Iglesia. No las había seguido, pero no en libertad, sino siempre acompañado de una mala conciencia.

Y luego llegó “#OutinChurch” [una iniciativa en la cual, el 24 de enero de 2022, 125 personas vinculadas a la Iglesia católica —incluidos algunos sacerdotes— salieron públicamente del clóset]. ¡Tantos aspectos que los afectados mencionaron también se aplicaban a mí! Muchas cosas salieron a la superficie cuando empecé a enfrentar esto. Caí en una depresión y estuve de baja por enfermedad durante un largo período, incluso más allá de la fase realmente difícil.

El derecho laboral eclesiástico en sí mismo causa un gran daño —no solo a las personas con identidad de género diversa, sino también a vidas como la mía—. Y estoy seguro de que no soy el único. Detrás de ese derecho se encuentran ideas espirituales y hasta enseñanzas escatológicas que ponen estas normativas por encima exageradamente. Se supone que deben protegerme y ayudarme a llevar una vida agradable a Dios. No sólo el derecho en sí es problemático, sino también su manejo, especialmente el uso de un doble rasero. Se protege a los sacerdotes y se afirma que una ruptura del celibato no afecta el derecho divino, mientras que divorciarse y volverse a casar, sí lo afecta. Lo peor de todo es la justificación de las normas sobre la base de una supuesta voluntad divina reconocida por la dirección de la Iglesia. Este elemento me muestra que también en las normas legales puede haber abuso espiritual.

¿Qué fue lo que me destruyó tanto? Eso es algo que una y otra vez me he preguntado. Creo que estoy muy cerca de encontrar la respuesta.

Problemas similares pueden haber también en otras latitudes donde se halla presente la Iglesia católica y cuenta con colaboradores remunerados o voluntarios, pues la raíz del problema estaría en un verticalismo que favorece el abuso de poder. Ya me lo decía en los años 90 un adherente sodálite (persona casada con vínculo institucional con el Sodalicio de Vida Cristiana), que alguna vez trabajó en una de las tantas empresas del Sodalicio: “Puedes colaborar apostólicamente con ellos, pero nunca trabajes para ellos”.

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[Música Maestro] Cuando apareció la noticia del suicidio de Kurt Cobain, en 1994, yo tenía 20 años y su segundo álbum Nevermind era una de mis escuchas favoritas. En ese tiempo mis preferencias musicales ya estaban orientadas al rock duro pero técnico, desde bandas setenteras como Led Zeppelin, Queen, Thin Lizzy, Black Sabbath hasta el espectro de lo que se conoce de modo genérico como “métal” –con el acento en la “é” por su pronunciación en inglés-, un amplio cajón de sastre en el que entraban desde los melódicos riffs de Poison y Ratt hasta los alaridos infernales de Slayer, Venom o las velocidades de Metallica, Helloween o Iron Maiden. 

A pesar de eso, Nirvana captó mi atención, como también lo habían hecho bandas antecesoras que deslindaban, con su tosco desempeño musical, de todo lo que fuera virtuosismo. Kurt Cobain (voz, guitarra), Krist Novoselic (bajo) y Dave Grohl (batería, coros) recogieron la agresividad de pioneros del hard rock como The Who o The Jimi Hendrix Experience y la fundieron con el nihilismo punk llevando todo varios niveles más abajo a la hora de trasmitir su inconformismo, su angustia ante el futuro, sus ganas de no tener ganas de nada.

Sin embargo, no me convertí en un “viudo de Cobain” cuando decidió quitarse la vida. Mi reacción fue, por supuesto, de sorpresa y pena, que aumentaba en la medida que salían más detalles -su reciente paternidad, sus múltiples afecciones- de los cuales uno se enteraba en la otrora buena Sección C de El Comercio o en las revistas independientes de la época pues, como se imaginarán, en el Perú oficial de ese año -sin YouTube, con poco cable- era más fácil encontrar noticias, en medios convencionales, sobre la tecnocumbia local que sobre la movida grunge de Seattle, que se desarrollaba a toda velocidad a casi ocho kilómetros de distancia. 

Pero, a diferencia del común de melómanos de mi época, me distancié de Nirvana en lugar de unirme a la ola que lo convirtió, finalmente, en el icono cultural que es actualmente -una ola que ya se había iniciado, es bueno decirlo, antes del fatal desenlace pues Kurt Cobain se desmarcaba claramente, por su honestidad y desgarro emocional, de otros “frontmen” del grunge como Eddie Vedder (Pearl Jam, actualmente de 59 años), Layne Staley (Alice In Chains, fallecido el 2002 de sobredosis en condiciones paupérrimas) o Chris Cornell (Soundgarden, quien tomaría la misma decisión de Kurt pero 23 años después). 

Aun me conmueve pensar en el infierno personal que debió atravesar el talentoso muchacho en sus últimos tres años de vida, debido a sus padecimientos corporales y psíquicos, sus profundas adicciones y el acoso de los medios que querían hacer de él una luminosa y extravagante estrella de rock como lo era, por ejemplo, W. Axl Rose, el vocalista de Guns ‘N Roses, cinco años mayor que él, con quien tuvo públicos y notorios desencuentros. A diferencia de Rose, díscolo pero amante de las cámaras, Cobain sufría y lo gritaba en sus canciones.

Este 2024 se cumplieron treinta años de aquella fatal y oscura decisión, la misma que inició una mitología que me pareció y me sigue pareciendo exagerada, motivada por una combinación de factores. Por un lado, la admiración hacia la banda -sus canciones son directas, catárticas y de una autenticidad que se rebalsa en cada riff distorsionado, en cada desgarro vocal- y, por el otro, la oportunidad de crear un fetiche comercial para vender de todo, desde las obvias recopilaciones de material sonoro -tomas alternas, grabaciones inéditas, conciertos- hasta polos, libros y los manuscritos -¡las notas suicidas!- que dejaron de ser el testimonio de una íntima tragedia para transformarse en objeto de jugosas y millonarias subastas. 

Pensaba en todo esto cuando terminé de ver, después de mucho tiempo, el concierto acústico que Nirvana hizo para la MTV en New York, cinco meses antes del final. Por ejemplo, ¿cuánto costarán hoy los papeles y cuadernos que Kurt se puso a firmar tras interpretar, de manera estremecedora, ese estándar del blues Where did you sleep last night? -que había grabado con Mark Lanegan en 1990, para su disco The winding sheet-, lamento negro popularizado en 1946 por el cantante y acordeonista William “Lead Belly” Ledbetter (1889-1949), que Nirvana convirtió en una de sus canciones emblemáticas? No puedo ni imaginármelo.

En abril de este año, las redes se inundaron de semblanzas y posts, recuerdos y videos, lanzamientos discográficos, imágenes con la clásica foto de Cobain aspirando un cigarrillo, la misma que en los años posteriores a su muerte se reprodujo en miles de polos, cuadros y posters. Yo prefiero recordar que el año pasado se cumplieron tres décadas del lanzamiento de In utero, tercer y último disco oficial de Nirvana, en el que no solo se encuentran varias referencias biográficas y señales de lo que el compositor y guitarrista de 27 años planeaba hacer -como su indicación de que el escenario en el “desenchufado” luciera como un funeral-, sino que también contiene canciones que anticipaban una evolución en el sonido de su grupo. Pero no hacia sonoridades más amigables sino todo lo contrario. Una lástima que todo quedara frustrado por la escena macabra con la que puso punto final a su corta y atribulada vida.

En octubre del año pasado se publicó In Utero: 30th Anniversary Edition, en una diversidad de formatos: cajas de 8 LP, 5 CD, CD doble y archivos digitales, todo disponible a través de su web oficial https://www.nirvana.com. Diez años antes, en el 2013, había aparecido una edición celebrando su vigésimo aniversario, que incluyó un DVD con este concierto de dos horas que Nirvana ofreció en Seattle, el 13 de diciembre de 1993, convertido en cuarteto por la inclusión, en guitarra y coros, de Pat Smear, futuro colaborador de Dave Grohl en Foo Fighters. Los dos boxsets más grandes de esta edición de 30 años -el de ocho vinilos y cinco discos compactos- traen un cuadernillo de 48 páginas con comentarios y fotos nunca vistas, además de varios añadidos: un cuadro acrílico del icónico maniquí con alas de ángel de la carátula, uñas de guitarra, fanzines y demás artefactos para saquear los bolsillos de los más fanáticos.

El lanzamiento incluyó, además de las 12 canciones del álbum original, 7 tomas alternas y 53 canciones en vivo inéditas, de conciertos realizados en Los Angeles y Seattle durante la gira promocional del disco. En total, 72 pistas para homenajear aquel logro artístico que intentó disipar, a punta de rugosas distorsiones y letras crípticas, la fama que Nevermind había traído a Nirvana y, en especial, a Cobain, situación que lo dejó en medio de un enorme conflicto interior que habría justificado plenamente sus ideas suicidas, aun cuando solo se hubieran canalizado de manera declarativa. 

Si uno escucha las canciones de In utero sin relacionarlas con lo que ocurrió después -es decir, como se escucharon entre el 21 de septiembre de 1993, fecha de su lanzamiento, y el fatídico 5 de abril de 1994- percibe, desde el arranque rockero de Serve the servants, un cambio sustancial si la comparamos a la estructura susurro-explosión-susurro del disco anterior. Pasa lo mismo con la corrosiva Scentless apprentice, la única composición grupal, basada en la novela Perfume (1985), del alemán Patrick Süskind que también originó una taquillera película de suspenso y terror a mediados de la primera década del siglo XXI.

La otra referencia no musical viene en Frances Farmer will have her revenge on Seattle, inspirada en una actriz, Frances Farmer (1913-1970), protagonista de varias películas de serie B durante la era dorada de Hollywood. Farmer, quien padecía de esquizofrenia, sufrió diversas acusaciones ante la incomprensión pública de su enfermedad y se convirtió en personaje de culto para la generación de Cobain. Por otro lado, una rareza en las letras de Nirvana aparece en Pennyroyal Tea, la mención a otro músico, y uno totalmente ajeno a su estilo. En ese tema, Kurt pide que le den “un pase al más allá de Leonard Cohen para suspirar eternamente”. 

Esta “nueva” forma de agresividad -que recoge las cosas de donde las habían dejado tras su primer LP, el menos escuchado Bleach (1989)- es, en parte, responsabilidad del productor Steve Albini -fallecido lamentablemente en mayo de este año, a los 61- a quien el mismo Cobain había sugerido, debido a que había trabajado con algunos de sus artistas favoritos como Pixies o PJ Harvey. Albini, con su reconocida independencia creativa, al margen de las exigencias del mercado y las casas discográficas, ayudó a construir las canciones de In utero desde una perspectiva ajena a lo que el mainstream esperaba de Nirvana tras el impacto comercial que había alcanzado el disco de la famosa carátula del bebé desnudo que trata de alcanzar un billete bajo el agua.  

Canciones de In utero como Very ape, tourette’s o Milk it son muestra de las intenciones de Nirvana por recuperar su espíritu marginal, más asociado a sus inicios -los ensayos compartidos con los Melvins, los covers de The Vaselines- que al inusitado brinco que dio a las grandes ligas del music business. Y no es que las canciones del Nevermind fuesen un remanso de paz –Territorial pissings o Drain you bastan para demostrar eso- pero en ese tercer disco el grupo, de la mano de Cobain y su sentido oscuro de la estética, marcada por esa vocación antisistema y símbolo absoluto de los efectos de la alienación social, busca de forma deliberada alejarse de los reflectores.

Aun así, las presiones del negocio fueron lo suficientemente fuertes como para intervenir. Al principio los ejecutivos del sello exigieron que se revise toda la mezcla, algo a lo que el trío y Albini se negaron. Al final, solo dos canciones tuvieron un acabado ligeramente distinto, los singles Heart-shaped box -el único que tuvo videoclip, dirigido por el holandés Anton Corbijn, de surrealista guion sugerido por Cobain- y All apologies -en que se escucha un cello, tocado por Kera Schaley-, que fueron producidas por Scott Litt, conocido por su trabajo con R.E.M. entre 1987 y 1997. Aunque según Albini, las diferencias son mínimas y correspondieron más a la intención de la casa discográfica de tener cierta participación, por mínima que haya sido, en un disco en el que, según sus palabras, “todo sonó genial desde el primer momento”.

Otras dos canciones tuvieron alta rotación en las radios de rock alternativo de la época. Por un lado, Pennyroyal Tea, que hace referencia indirecta a su búsqueda de alguna hierba medicinal que aliviara sus dolores y, por el otro, la controvertida Rape me, cuyo título fue motivo de censura en radios y cadenas televisivas de Estados Unidos. De hecho, durante el concierto desenchufado, alguien del público pide que la toquen y Kurt, mirando a sus compañeros, responde “no creo que MTV nos deje tocar esa…” a pesar de tratarse, según el mismo Cobain contó, de una letra que repudia las violaciones, aunque desde un punto de vista poco convencional y difícil de entender a la primera.

Uno de los medios especializados que celebró los 30 años de In utero fue la prestigiosa y siempre bien informada revista británica Uncut. En su edición #319, de diciembre del 2023, dedicó seis páginas al disco, bajo el título No apologies (Sin disculpas), en alusión al tema que cierra el álbum, All apologies (aquí la versión del MTV Unplugged). En el reportaje, el periodista Sam Richards recoge las impresiones de personas que vivieron muy de cerca ese periodo de éxito y su irrompible conexión con los tristes hechos posteriores. Aquí les dejo algunas declaraciones sobre cómo ven aquellos días, a tres décadas de distancia:

«¿Tuve la sensación de que Kurt se estaba comunicando conmigo a través de sus canciones? En retrospectiva, lo hice. Son recuerdos dolorosos. Se nos llama a Dave (Grohl) y a mí “sobrevivientes del suicidio” y lidiamos con ese shock toda nuestra vida…» (Krist Novoselic, bajista de Nirvana y amigo de Kurt Cobain desde la secundaria).

«Lo que nos gusta en el underground es esa persona a quien no puedes quitarle los ojos de encima, que te sorprende por su capacidad de compartir esa intensidad contigo. Y Kurt obtuvo las calificaciones más altas en todo eso…» (Steve Albini, productor).

«Me gusta mucho In utero y hubiera sido interesante ver hacia dónde podrían haber ido desde allí. Obviamente Dave (Grohl) tuvo sus propios éxitos con Foo Fighters… Creo que juntos, él y Kurt podrían haber sido un equipo fenomenal…» (Lee Ranaldo, guitarrista de Sonic Youth, quienes llevaron a Nirvana a firmar contrato con DGC Records).

«En muchas de las canciones de In utero, Kurt suena muy angustiado y fue realmente extraño escuchar eso en una sala llena de adolescentes de apariencia muy saludable… Él estaba tocando, mirando al público y pensando: «Estas son las personas que solían golpearme en el colegio…» (Chris Brokaw, de la banda Come, sus teloneros entre 1993-1994).

Por su parte, el baterista Dave Grohl -cuya composición Marigold apareció como lado B de Heart-shaped box y fue una de las pocas canciones que escribió junto a Cobain- ha defendido muchas veces la integridad de lo que consiguió In utero, más allá de no poder desligarlo del suicidio de Kurt, a quien conoció recién en 1991, cuando llegó a la banda para reemplazar a Chad Channing. 

Grohl, quien tiene ya once discos con su propia banda, Foo Fighters, considera que In utero “es un álbum muy oscuro. Me da gusto escuchar canciones como All apologies y Heart-shaped box de vez en cuando en las radios, realmente se destacan en medio de todo el sobre producido rock actual. Pero lírica y conceptualmente, no lo escucho muy seguido. Definitivamente es una representación exacta de aquellos tiempos oscuros y muestra lo bien que sonábamos los tres en el estudio”. 

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