Opinión

Una señora que caminaba por la avenida Emancipación, hacia la agencia de pagos de los servicios de Telefónica en los años 90, es abordada por un hombre elegante, apuesto, buenmozo, y por si eso fuera poco, con labia poética. Inmediatamente este hombre le muestra un grueso fajo de billetes. Le dice: «Señora, se le cayó». Sorprendida, la señora detiene su rumbo, mira a todos lados, no comprende qué es lo que pasa, sabe que ese fajo no es suyo pero calla, mira a los ojos al ángel que le cayó del cielo unos segundos, toma el fajo y se anima a disimular, dice gracias. «Un momentito, señora, ¿no me da una recompensa?», contesta gentilmente el caballero. La convence —a quién no si hasta decente parece—. Para salir de la escena cuanto antes, la señora mete su mano en el bolsillo secreto de su sostén y saca el dinero que cargaba. Le da todo lo que tenía para pagar los servicios de su casa. Emocionada, cambia de rumbo, ya no se dirige hacia la caja de Telefónica; sino hacia su casa para festejar. Al llegar, abre el fajo con su familia. Ha sido estafada. Había sido víctima del engaño. En la avenida Emancipación, en el Centro de Lima, le mostraron muchos billetes, pero en casa se encontró con la infeliz realidad: un fajo de papeles cortados a la medida de un billete, solo el de encima parecía auténtico pero también era otro engaño más, era falso. Eso, es que te hagan el avión.

 

Que te hagan el avión es, en criollo, darte gato por liebre. Que te hagan el avión es ofrecerte mensajes engañosos, incompletos. Como decirte: «Las vacunas ya están en el Perú», cuando realmente donde están es en tres pequeñas cajas que alcanzan solo para una ñisca de gente. ¡Ah!, y —también— que te hagan el avión es hacer fiesta por ello, y no decirte que la vacuna china Sinopharm es todavía un experimento. ¿No te han dicho, acaso, por qué las cifras de vacunación en China son muy bajas? ¿Tampoco te han contado que compañías chinas están comprando vacunas de laboratorios de otros países?, ¿acaso los chinos no confían en sus vacunas? Ciertos interesados responderán que China compra vacunas a laboratorios de otros países no porque desconfíe de sus vacunas sino porque hacen falta tantas como para tantos chinos. Entonces, si creen que a China le faltarán vacunas ¿por qué nos vende?, ¿es muy fraterno? Cuidado que te estén haciendo el avión o el cuento chino.

 

 El avión es una modalidad de estafa que al principio te hace creer en una falsa realidad. Cuando caes, piensas que te estás beneficiando, pero pronto descubres que todo es un engaño. Es una maña muy vieja, conocida, por ejemplo, en los Barrios Altos, de donde dice ser el presidente Sagasti y de donde era la ingenua señora que se emocionó con un fajo de “billetes” que al desatarlo, se encontró con un montón de hojas de guía telefónica cortadas en forma de billetes.

 

No todo lo que ves —o te muestran para que aplaudas— es real. Cuidado que te estén haciendo el avión

El tamaño de la crisis que vivimos, que no es sólo sanitaria sino también económica (producto de las cuarentenas) y política (que ya se arrastraba desde la explosión Lava Jato), nos hacía pensar que esta campaña electoral iba a ser pródiga en propuestas ideológicas, fundacionales o refundacionales, dado el caso, capaces de movilizar la conciencia de los electores.

No es así, increíblemente. No pasamos de un torneo estéril de ver quién ofrece más bonos, más empleos y más mano dura. Uno y otro candidato se esmera en tratar de recoger una u otra de esas ofertas buscando así congraciarse con lo que entienden son las mayores demandas populares.

Lo cierto es que el total de candidatos no está recogiendo de verdad la expectativa ciudadana. Cuando, según la encuesta del IEP, se le pregunta a los encuestados, sin mostrarles una lista de opciones, por quién va a votar, un terrible 74% no elige a nadie. La desafección cívica respecto del elenco estable de candidatos es gigantesca.

Y ello pasa, creemos, en gran medida, porque no se están brindando narrativas capaces de convencer a los peruanos de que saldremos del hoyo en el que nos encontramos. Apenas la izquierda pergeña alguna propuesta alrededor de su planteamiento de nueva constitución y merece tímida respuesta de la derecha fujimorista.

No hay más. No es casual, en ese sentido que encabece escualidamente las encuestas alguien que como George Forsyth representa al anticandidato ideológico, una cima de lugares comunes y propuestas sin sustento.

Esta campaña va a calentar no a punta de puyazos o memes, o videos llamativos, sino cuando algún candidato decida romper el tabú de que con ideas no se gana electores. El momento crítico que pasamos hará que cualquier propuesta orgánica de gobierno, con planteamientos en materia económica, política, sanitaria, educativa, de seguridad, etc., cuaje.

Ojalá algún candidato se anime a hacerlo y genere, por ende, un efecto multiplicador. Verá cómo obtiene buenos resultados. Ideas claras y atractivamente presentadas pueden ser dinamita pura en esta elección aguachenta. Sería terrible que elijamos en las elecciones del bicentenario y en medio de la peor crisis en más de un siglo, a quien haga de la inercia del marketing su estrategia de campaña.

Todos hemos enfrentado situaciones en las que, después de proponer un buen argumento en una discusión, nuestro interlocutor se rehúsa a refutarnos y responde con un obstinado: “Bueno, yo soy libre de pensar lo que quiera”. Si bien esta respuesta es correcta desde un punto de vista legal, quisiera enfocarme en el aspecto moral: ¿Es moralmente correcto pensar lo que sea? O mejor, ¿es moralmente correcto construir nuestras creencias de cualquier manera?

 

Hace muchos años, dictando un taller, le pregunté a un grupo de maestros de secundaria cuál creían que era la causa de las estaciones del año. La gran mayoría respondió que se debían a que la órbita de la Tierra alrededor del Sol es elíptica (una elipse es algo así como un círculo aplanado): cuando la Tierra está más cerca del Sol es verano, y cuando está más lejos es invierno. Les pedí que hicieran los cálculos correspondientes, y con eso todos pudieron ver que la “aplanadura” de la elipse es mínima, es decir que la órbita es prácticamente circular. Por lo tanto, las diferencias en la distancia de la Tierra al Sol a lo largo del año no explican los cambios de temperatura. Para mi sorpresa, muchos se apresuraron a mostrarme sus libros de texto, diciendo: “Pero mira Manuel, ¡aquí se ve que la órbita es bien elíptica!”. Yo les indiqué que, si su explicación fuera correcta, la temperatura alrededor de la Tierra sería la misma durante todo el año: invierno en todo el planeta cuando la Tierra está más lejos del Sol, y verano cuando está más cerca, lo cual contradice la experiencia de tener diferentes temperaturas en los dos hemisferios. A muchos este argumento les hizo cambiar de opinión, pero un pequeño grupo no quiso dar su brazo a torcer. Uno de ellos incluso se paró y dijo: “¡No puede ser! ¡Yo siempre he sabido que las estaciones se deben a que la órbita es elíptica!”.

 

En este tipo de situaciones el problema moral no es ni la falta de conocimiento ni la incapacidad de analizar las posibles implicancias de sus respuestas, sino más bien la poca voluntad de aceptar un error, el desprecio a la evidencia, y el rechazo deliberado a comprender un argumento simple. Tal vez no podamos juzgar a los demás por lo que creen, pero ciertamente podemos juzgarlos por la manera como deciden formar sus creencias. En particular, podemos juzgar a una persona por qué tanto se apega a sus ideas frente a evidencia contradictoria.

 

Pensemos en nuestra situación actual frente a la pandemia. Como nunca antes, casi sin querer, nos hemos visto envueltos en fascinantes discusiones acerca de cómo sopesar la evidencia científica con las personas más inesperadas. Sin embargo, tal vez porque no estamos acostumbrados a navegar la incertidumbre científica, muchas de estas discusiones terminan abruptamente con un “bueno, ¿y qué problema hay con lo que yo crea? Es mi decisión personal”. Pero, ¿lo es?

 

Tomemos el caso del consumo de ivermectina. Muchos de los que la toman sostienen que es problema suyo y que no afectan a nadie. Pero, ¿cómo llegaron a esa decisión?  ¿Realmente creen que funciona, o lo hacen solamente ‘por si acaso’ funcione? ¿Creen que, si una persona toma ivermectina y se recupera, eso es evidencia suficiente de la efectividad de este medicamento (a pesar de la alta tasa de gente que se recupera por otros factores)?  ¿Se basan en los resultados de un estudio de células de cultivo, en el que la concentración de ivermectina que tuvo un efecto retroviral equivalía a una dosis 30 veces mayor al consumo apto para humanos? ¿Lo hacen porque es la opinión predominante en su grupo de WhatsApp? ¿O piensan acaso que existe una conspiración mundial contra la ivermectina, a pesar de que MERCK, uno de los fabricantes más importantes de este medicamento a nivel mundial, ha aconsejado que no se le use para tratar el Covid-19? Las mismas personas que usan razonamientos defectuosos para tomar la decisión de consumir ivermectina, usarán mecanismos similares para formar otro tipo de ideas y actitudes que sí son directamente relevantes para todos:  van a decidir si aceptarán o rechazarán la vacuna, si usarán o no máscara, si visitarán o no a sus parientes, etc. Su decisión de consumir ivermectina no es privada. Sean profesores, autoridades políticas, o ciudadanos comunes, tarde o temprano nos afectará a todos.

 

Cuando alguien quiera poner fin a una discusión diciéndoles que ellos son ‘libres de pensar lo que quieran’, respóndanle lo que dijo el matemático y filósofo inglés William K. Clifford hace casi 150 años en su ensayo La ética de la creencia: “Ninguna creencia real, por minúscula y fragmentaria que parezca, es realmente insignificante; nos prepara para recibir otras similares, confirma las anteriores que se le parecen debilitando a otras y así, gradualmente, establece una furtiva cadena de íntimos pensamientos que puede explotar algún día como acción abierta, dejando su impronta en nuestro carácter para siempre.”

 

Y si en el calor del momento no se acuerdan de la cita de Clifford, le pueden decir simplemente lo que uno de los profesores le reclamó al que se paró: “¡No jodas, pues! ¿Qué piensas de este argumento?”

 

(Nota al lector: la explicación de las estaciones tiene que ver con el ángulo que forma el eje terrestre con el plano de traslación de la tierra).

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.

 

 

 

De acuerdo a las encuestas, la derecha se ha ido empequeñeciendo paulatinamente en los últimos años. Mantiene una mayoría relativa, si se considera que buena parte de quienes se definen de centro en verdad son derechistas culposos, pero ella es cada vez menos significativa. Con mayor razón, requiere que sus candidatos subrayen sus pareceres ideológicos para capturar su propio nicho y poder pasar así a la segunda vuelta.

Puntualmente hablando, luego de la pandemia crítica -es decir, cuando un buen porcentaje de peruanos ya esté vacunado- el país va a requerir un shock capitalista que acelere el normal flujo de inversiones privadas. Sin hacer nada, el Perú puede crecer a tasas de alrededor del 4%, pero necesitamos hacerlo a 6 o 7% sostenidamente.

Debiera servir esta ocasión para aprovechar de proponer la ruptura de todos los nudos y amarres mercantilistas (privilegios tributarios, excepciones reglamentarias, favorecimientos presupuestales) de los que gozan sinfín de empresarios, para construir un capitalismo realmente competitivo, una economía de mercado cabal.

A la vez, que se diga abiertamente cuán necesario es desmontar algunos tabúes sociales, como que la inversión minera es mala o que la sobreprotección laboral es buena. Y en medio de esa batalla, apostar de una vez por todas por eliminar por completo el Estado empresario (Petroperú y Sedapal, principalmente) que tanto daño le sigue haciendo al país.

No se oye padre, sin embargo, en las filas de la derecha. Solidarios en la timidez, han hecho de sus respectivas campañas una carente de ideas y propuestas, dejándole el camino servido a la izquierda que con su letanía de cambio de Constitución y de modelo económico ha logrado convertir su mensaje en el centro de la discusión.

A este paso, que no nos extrañe una segunda vuelta a lo Ecuador, con Yonhy Lescano definiéndola con Verónika Mendoza. La derecha tiene tras suyo el inmenso activo de haber sacado a millones de peruanos de la extrema pobreza y de haber reducido la desigualdad, con un modelo basado en una parcial economía de mercado. Si no es capaz de defenderlo y proponer su profundización antes que se reversión, estará perdida en las urnas.

Entre 1914 y 1920, la Tierra vio desgarrados sus cimientos por la desolación y el terror debido a dos acontecimientos: Por un lado, la Primera Guerra Mundial, que asoló prácticamente todo el continente europeo y a países de ultramar como Japón y los EE.UU. Y, por otro, la pandemia conocida hoy como “la gripe española” que acabó, entre 1918 y 1920, con la vida de casi 100 millones de personas en los cinco continentes.

 

En esos años, un compositor inglés -una rara avis dentro del vasto universo de la música clásica dominado por alemanes, italianos, rusos, franceses y países de Europa Oriental- se abstrajo de todo y se fue al espacio exterior, materializando en épicas orquestales una realidad totalmente ajena a lo que ocurría en el planeta, casi como un intento de escapar de estos desastres que, ya sea por la eterna ambición humana por acumular poder o por la aparición de un virus letal (como lo que nos está ocurriendo hoy con el COVID-19), amenazaban con exterminar a nuestra especie.

Gustav Theodore von Holst (posteriormente se haría llamar simplemente Gustav Holst, 1874-1934), un compositor y profesor de música que tuvo que abandonar el piano y cambiarlo por el trombón debido a una condición médica que afectaba la movilidad de su mano derecha, escribió entre 1914 y 1916 la Suite The Planets Op. 32, a los cuarenta años de edad, animado por el interés que había desarrollado en la astrología de la mano de uno de sus mejores amigos, el escritor y dramaturgo Clifford Bax.

Inicialmente pensado como un dueto para piano, pasó poco tiempo antes de que el ambicioso proyecto se convirtiera en sinfónico. Actualmente, Los Planetas de Holst es una de las suites orquestales más famosas e interpretadas de la música instrumental contemporánea, aunque alguna vez su autor manifestó que la popularidad que alcanzó opacaba otros de sus trabajos, que él consideraba de mayor calidad.

The Planets tiene siete movimientos, cada uno de ellos nombrado a partir de los planetas del sistema solar. Como el concepto de esta obra es astrológico -y no astronómico- la Tierra no estuvo incluida, pues la intención de Holst era dar vida y personalidad musical a las relaciones e influencias que ejerce cada astro sobre la psiquis del ser humano. En ese sentido, el Sol y la Luna podrían también haber formado parte de la suite, pero eso habría afectado el título de la misma.

En el caso de Plutón, su ausencia se debe a que fue descubierto en 1930, doce años después del estreno de la suite y, posteriormente a eso, Holst no manifestó interés alguno en componer un movimiento más sobre el planeta nuevo. Como todos sabemos, en el año 2006 la Asociación Internacional de Astronomía «degradó» a Plutón, que dejó de ser el noveno planeta para convertirse en un planeta enano, lo cual deja intacta la intención original del autor.

Cada uno de los planetas de Holst tiene un subtítulo, que describe tanto su significado astrológico como su carácter divino, según la tradición de la antigua Roma. Así, el orden de los movimientos es como sigue:

1.- Mars: The bringer of war (Marte: El portador de la guerra)
2.- Venus: The bringer of peace (Venus: El portador de la paz)
3.- Mercury: The winged messenger (Mercurio: El mensajero alado)
4.- Jupiter: The bringer of jollity (Júpiter: El portador de la alegría)
5.- Saturn: The bringer of old age (Saturno: El portador de la vejez)
6.- Uranus: The magician (Urano: El mago)
7.- Neptune: The mystic (Neptuno: El místico)

La instrumentación de la suite está fuertemente dominada por metales, vientos y percusiones, además de las volátiles atmósferas creadas por los ensambles de cuerdas de una sinfónica elemental. Las melodías reflejan de manera muy clara la naturaleza de cada cuerpo celeste, en lo que podríamos llamar una cartografía astrológica en partituras. Mientras Marte, Júpiter y Saturno son impresionantes, enérgicas y fuertes; Mercurio, Urano y Neptuno son enigmáticas, misteriosas y oscuras. La más apacible, Venus, reposa sobre los clarinetes y violines en envolventes formas.

Holst, amante de la poesía norteamericana y de las óperas de Wagner, fue el primer compositor sinfónico en dirigir el escapismo musical hacia el espacio exterior, décadas antes de que aparecieran las películas que recreaban galaxias lejanas, contactos extraterrestres y naves espaciales, en una inteligente y sobrecogedora combinación de astrología, música y mitología.

La suite The Planets de Gustav Holst, quien falleció en 1934, a los 59 años, de un ataque al corazón, es la primera composición musical de ciencia ficción, subgénero que actualmente no puede ser desligado de la cinematografía fantástica.

De hecho, John Williams escribió The Imperial March, una de las piezas más conocidas del soundtrack de la trilogía original de Star Wars (la música que identifica al oscuro y malévolo Darth Vader en The Empire strikes back, de 1980) basándose en el primer movimiento de la obra maestra de Holst, dedicado al planeta rojo, Marte. En el canal de YouTube del guitarrista y productor Rick Beato hay un video en el que explica, con detalle, las similitudes entre ambas composiciones, muy útil para entender el uso de fuertes melodías e intervalos para crear efectos sonoros grandilocuentes con la sección de metales sinfónicos (trompetas, trombones, tubas).

 

Este pasaje inicial de The Planets también fue usado por una de las bandas pioneras del rock progresivo, King Crimson. En su segunda placa discográfica, titulada In the wake of Poseidon (1970), figura un tema llamado The devil’s triangle –en sí mismo una minisuite de tres secciones-, de sonido cargado y caótico, cuya inspiración proviene de Mars: The bringer of war. Como saben muy bien los fanáticos acérrimos del Rey Carmesí, la primera encarnación de este grupo británico solía tocar un arreglo especial de Mars, en sus conciertos de 1969, como dejaron constancia en la recopilación de cuatro CDs Epitaph, lanzada al mercado en 1997. Tiempos en que las referencias de los músicos de rock iban más allá de lo que se podría esperar de una expresión artística popular y rebelde.

A más de 100 años de su estreno, The Planets posee una vigencia y fortaleza estremecedoras.

Ojalá la llegada del primer lote de vacunas y el compromiso firme de que llegarán pronto más, suponga un envión anímico para el país y le sirva de reenganche político al gobierno de Sagasti, que no ha hecho méritos para el duro castigo que las encuestas le han propinado luego de tres meses de gestión.

Lo del IEP suena a descalabro. Caer en los niveles de aprobación de 58% a 21% es un cataclismo. No hay antecedente en la historia política peruana -desde que se hacen encuestas- de un desplome semejante. Lo mismo sucede con la desaprobación. Pasa de 35% a 67% entre diciembre y enero.

Para ser justos, no lo merece Sagasti. Ha logrado conformar un gabinete solvente. Con pocas excepciones, son ministros capacitados para el cargo que desempeñan. Hay algunos morados a su alrededor pero no se le puede acusar de haber constituido un gabinete partidarizado. Por el contrario, es un consejo de ministros de ancha base y convocatoria amplia.

Lo que resalta son errores de comunicación severos. Dichos y desdichos, seguramente de buena voluntad, pero letales a la hora de construir confianza ciudadana. Falta de timing en muchos casos, expresiones desafortunadas en otros, pueden ayudarnos a explicar de algún modo el desenlace comentado.

Pero, sin lugar a dudas, la mayor factura que está pagando el régimen es el inmenso pasivo dejado por un gobernante mediocre y taimado como Martín Vizcarra, quien junto a sus ministros de Salud (Pilar Mazzetti incluida), se desentendieron puniblemente del tema de las vacunas, de la provisión de oxígeno, de la habilitación de camas UCI, de todos los problemas sanitarios con los que su sucesor hoy tiene que lidiar con la premura feroz de la segunda ola.

Vizcarra tiene el cuajo encima de criticar al gobierno o de atribuirse los logros. No ha encontrado respuesta del gobierno y quizás sea mejor así. Lo último que el país requiere en estos momentos es el fuego cruzado de Sagasti con Vizcarra y a lo mejor es algo que el segundo busca, cínico como es, para reforzar una candidatura que hasta el momento no prende.

Hacemos votos porque continúe fluidamente la llegada de vacunas, amaine la irritación ciudadana, se reestablezca la confianza con el gobierno y éste pueda llegar en buen pie a julio y entregar la posta a quien resulte electo, evitando así el asalto que la mafiosa coalición vacadora seguramente prepara so pretexto del problema pandémico que nos asola.

A lo largo de la carrera literaria de Vargas Llosa, el ejercicio de la crítica literaria como celebración de la creatividad, la reflexión infatigable sobre el elusivo proceso de la escritura, la indagación sobre el origen insondable de la creación y la vocación misteriosa que obsesiona al escritor, han sido actividades tan importantes ─y felizmente productivas ─ cuanto la invención y escritura misma de sus grandes novelas.

 

Sus autores ─en algún momento considerados “de cabecera”─ a los que Vargas Llosa ha dedicado esos libros, ensayos, conferencias y extensos artículos ─Lezama Lima, Tirante el Blanco, George Bataille, Gustave Flaubert, Faulkner, Onetti, entre los  universales─; ─Arguedas, Eguren, Heraud, Oquendo de Amat, entre los peruanos─ cobran una doble importancia: por un lado, informan al lector del contexto cultural en que el escritor se sitúa en el momento en que se fraguaron las novelas, convirtiéndose así en una suerte de documentación para quizás una futura Biografía Intelectual del escritor; de otro lado, esos textos permiten al lector observar, de manera sesgada, al escritor Vargas Llosa en acción, mientras examina, analiza, reflexiona sobre ciertos elementos propios de la estrategia narrativa, y que casualmente también se hayan en las novelas de Vargas Llosa: el sentimiento de nostalgia por la memoria, los personajes narradores, las anécdotas que se entrelazan y que reverberan hasta convertirse en una voz narrativa coral.

 

Su relación con Borges ─a quien Vargas Llosa ha dedicado un volumen que compila entrevistas, ensayos y conferencias, y que asombrosamente empieza, a modo de homenaje, con un poema titulado “Borges o la casa de los juguetes” ─ impone, sin embargo, una reflexión especial.

 

Porque a diferencia del mano a mano minucioso al que Vargas Llosa se libró, en las 450 páginas de “Historia de un deicidio” (1970), en las cuales inspecciona y reconstruye con rigor académico el recorrido intelectual que Gabriel García Márquez realizó desde sus primeros cuentos hasta “Cien años de soledad”, “Medio siglo con Borges” se anuncia desde el inicio más bien como un testimonio intelectual, pero también personal. El poema inédito, y que abre el volumen, fue escrito en 2004, en Florencia, y el último ─de los once textos que componen este libro de poco más de un centenar de páginas─ fue escrito para El País en septiembre de 2014. Lleva como título El viaje en Globo, y reseña de manera íntima y nostálgica un álbum de fotografías escrito por Borges en colaboración con María Kodama, titulado Atlas.

 

Y tratándose de Vargas Llosa, porque no comenzar por ese artículo que cierra el libro. Podría sorprender que Vargas Llosa dedique una reseña a un proyecto editorial menor de Borges publicado tres décadas antes, “Lo encontré en una librería de lance”. En apariencia, un artículo de circunstancias, en realidad se revelará al lector como un fascinante juego de espejos: el casi octogenario Vargas Llosa ─y, víctima de una tardía pasión amorosa, está a punto de descalabrar su vida familiar y terminar escandalosamente con cinco décadas de matrimonio─, y, ─como solamente un escritor obsesionado por los demonios de la literatura puede hacerlo─ busca orientación y consejo en la biografía amorosa de otro. Ese otro resulta ser ese “octogenario invidente”, quien a escasos dos años de su muerte también decidió entregarse a una relación amorosa e insólita con su secretaria, María Kodama. Así, Vargas Llosa convierte el “Muchas cosas he leído y pocas he vivido” de Borges, en una suerte de “Vivo lo que he leído”. Ese texto que celebra y defiende con exaltación insospechada y anacrónica las aventuras románticas de esa improbable pareja literaria del pasado, se puede leer como un grito a voz en cuello de su propia condición sentimental y que busca proclamarse de manera cifrada ante el mundo.

 

Vargas Llosa conoce a Borges en noviembre de 1963, año clave, en la vida del recientemente estrenado novelista, quien unos meses antes finalmente ha visto publicada la que se convertirá en su primera famosa novela, La ciudad y los perros. Borges está de paso en París, donde Vargas Llosa reside desde hace ocho años. La excusa para encontrar personalmente a ese Borges ─ya ciego, que ha cumplido 65 años, y apenas comienza a cobrar fama internacional─ es una entrevista que no se publicará sino hasta un año después, en El Expreso de Lima y no será recogida en ninguno de los volúmenes de “Contra Viento y marea”.

 

Esa primera entrevista con Borges no ha envejecido bien, y aparece bastante convencional. Se nota una cierta rigidez y distanciamiento en la conversación. Hay, sin embargo, una pregunta que vale la pena rescatar: en relación con Flaubert, Vargas Llosa le pide a Borges que escoja entre el novelista folletinesco de Madame Bovary y el narrador de novela histórica de Salambó. Borges responde que prefiere Bouvard y Pécuchet. Lo interesante es que Madame Bovary se convertirá ─o quizá ya lo sea, en ese momento─ en una novela fetiche de Vargas Llosa, y a la que, años más tarde, dedicará un ensayo. Pero también hay allí una pista de como opera la lectura en la vida del escritor: Emma Bovary ─heroína de la novela─, aburrida de su vida burguesa y de su soso marido se abandona a un adulterio fugaz e infortunado que la conducirá al suicidio.

 

Es interesante señalar que de alguna manera esa pregunta a Borges esté ligada con la vida sentimental de Vargas Llosa, quien en esos momentos está envuelto en una suerte de vorágine sentimental y ha decidido separase de su esposa Julia Urquidi para poder vivir una pasión transgresiva y algo incestuosa con Patricia ─su prima hermana─. Los detalles de cómo se conocieron Vargas Llosa y Julia Urquidi serán reutilizadas, años más tarde, por el escritor durante la creación de la novela “La tía Julia y el escribidor”.

 

Vargas Llosa vuelve a encontrar a Borges en Buenos Aires en 1981. Borges es un octogenario, y la entrevista es quizá utilizada en un programa de televisión dominical que conduce en un canal de la televisión peruana. Vargas Llosa es un escritor consagrado, ha publicado sus grandes novelas peruanas y se ha lanzado con éxito a la ambiciosa conquista literaria del continente latinoamericano con su obra maestra, La guerra del fin del mundo.

 

La visita a la casa de Borges, se convierte más bien en una inspección de la realidad domestica más recóndita del escritor argentino. Guiado por el narrador de la crónica, el lector se adentra con impudicia en el dormitorio de Borges, y descubre esa “celda angosta, estrecha, con un catre tan frágil que se diría de un niño”. Los lectores más avezados de Vargas Llosa sienten que gracias a la magia de la escritura han sido transportados al cubículo de Pedro Camacho ─personaje mítico de La tía Julia y el escribidor, publicada en 1977. También le llama la atención el tigre de cerámica azul ─”el animal borgiano por excelencia” ─ que adorna el salón de Borges, y que podría ser comparado con la serie de Hipopótamos que Vargas Llosa ahora colecciona, y que aparecerán como personajes en una obra de teatro que se estrenará por aquellos meses, “Kathie y el hipopótamo”.

 

Pero lo más importante es la reflexión sobre esa relación de Borges con una cultura localista porteña: “es mentira que se criara en un Palermo criollo, con compadritos en las esquinas”, hay en esa afirmación un programa literario e ideológico que Vargas Llosa seguirá desarrollando en el futuro, si Borges inventó personajes de pampa y cuchillo, los protagonistas del universo ficcional de Vargas Llosa serán dictadores, opresores, figuras políticas con dimensión política latinoamericana.

 

En uno de sus escritos Borges habla de la posibilidad de crear un mapa tan detallado que termine cubriendo la geografía que intenta cartografiar, los once escritos que componen este volumen se pueden leer como la historia de un escritor que al intentar recorrer esos mapas fantásticos de Borges y poblarlos con sus propias creaciones biográficas y ficcionales, termina creando otro universo maravilloso que no distingue entre vida y ficción, y que conocemos modestamente con el nombre de literatura.

 

Medio Siglo con Borges, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, Madrid, 2020, 112 páginas

 

Ginebra, 6 de febrero de 2021

Los derechos políticos de las mujeres, que nos pueden parecer tan elementales hoy en día, se consiguieron, en el Perú y en el mundo, a través de un largo y sostenido periodo de luchas. El reconocimiento de cada uno de ellos en la política pública, fue una conquista histórica del mundo contemporáneo y sin duda uno de los mayores logros democráticos del siglo XX.

 

A puertas de las nuevas elecciones, y las conmemoraciones del bicentenario de nuestra independencia, se hace necesario recordar a las pioneras de la política peruana, aquellas que incursionaron en cargos que hasta entonces solo habían ejercido varones, su paso por la política no estuvo exento de dificultades y prejuicios, ellas fueron un ejemplo para sus contemporáneas, así como para las nuevas generaciones y con su ejemplo fue posible imaginar, que había un mundo más allá para las mujeres que el corset de las buenas esposas y las buenas madres.

 

Cabe señalar como antecedente, la participación de las mujeres en las Sociedades de Beneficencia Pública en 1914, primera función pública a la que tuvieron acceso. Este triunfo en la legislatura peruana fue impulsado por “Evolución femenina”, primera organización feminista, que posteriormente conformó el Consejo Nacional de Mujeres del Perú, institución que luchó por el voto femenino en el país durante muchos años.

 

Las primeras funciones públicas de facto, sin embargo, se ejercieron en los municipios en 1945. En octubre de ese año fueron elegidas las primeras regidoras de las juntas municipales de Lima, Miraflores y Surco, destacan entre ellas; María Jesús Alvarado como regidora de la Municipalidad de Lima, Alicia Cox de Larco, Luisa Benavides de Porras en el municipio de Miraflores; y Ana Chiappo, viuda de Mariátegui en el distrito de Surco. También incursionan en sus funciones, las primeras tenientes alcaldesas, las señoras; Eva Morales en Arequipa y Susana León en Matucana.

 

No obstante, un hito histórico poco reconocido, fue la elección de las primeras alcaldesas peruanas también en 1945, Dora Madueño elegida por Huancané en octubre y Angelica Zambrano en Urubamba algunas semanas después.

 

Luego de largos debates, en 1955 se aprueba en dos legislaturas el sufragio femenino para alfabetizadas y mayores de edad, el Perú fue el penúltimo país de la región en otorgar este derecho y la ley promulgada, no solo permitió a las mujeres elegir, sino también ser elegidas y es así que, en 1956, inician sus funciones las primeras congresistas del Perú.

 

El primer cuerpo parlamentario femenino estuvo conformado por una senadora y ocho diputadas; Irene Silva de Santolalla (Senadora por Cajamarca), Lola Blanco (Áncash), Alicia Blanco (Junín), María Eleonora Silva y Silva (Junín), María M. Colina (La Libertad), Manuela C. Billinghurst López (Lima), Matilde Pérez Palacio (Lima), Juana Ubilluz (Loreto) y Carlota Ramos (Piura).

 

La mayoría de las parlamentarias electas eran casadas, representaban a las provincias y provenían de diferentes agrupaciones políticas, la incorporación de ellas al Congreso, rompió con los esquemas de representación política masculina y esto se tradujo en las dificultades y prejuicios que tuvieron que enfrentar, tanto en el ámbito laboral como personal, en el texto La ampliación del cuerpo electoral, Roisida Aguilar recoge las experiencias de Juana Ubilluz y María Colina de Gotuzzo.

 

Ubilluz cuenta que tuvo el apoyo de su familia y de los militantes de su partido durante su labor de parlamentaria, sin embargo, no la de su esposo, esto fue clave dentro de su carrera política y fue el motivo que la hizo desistir de postularse para un segundo periodo, en un testimonio recogido por Roisida Aguilar, Ubilluz señala:

 

“En Loreto me pedían que continúe, para terminar las obras que habíamos comenzado, pero el que se oponía era mi esposo […] no le gustó mucho [decía]: ‘No, no porque la mujer no puede estar allí metida con hombres en el Congreso, no puede ser, quién va a ver a los hijos, las sesiones demoran hasta la noche’; pero, en cambio, el pueblo me pedía que haga esto, que hago lo otro, que ayude y que termine lo que había empezado”

 

Por otro lado, María Colina de Gotuzzo, como mujer casada y madre, tuvo que repartir su tiempo entre el trabajo y la familia al igual que Juana Ubilluz.

 

“…hasta las 8 de la mañana yo era la señora María Colina de Gotuzzo, madre de familia, de esa hora hacia delante, sabe Dios hasta qué hora porque no sabía a qué hora iba a terminar, era congresista”.

 

El testimonio de ambas pone de manifiesto, las tensiones e inequidades entre el ámbito público y privado. Las desigualdades en las responsabilidades domésticas asumidas entre hombres y mujeres, sigue siendo un desafío hasta el día de hoy para muchas de las mujeres que ejercen cargos públicos.

 

En las décadas que siguieron, las mujeres siguieron abriéndose paso en la política, sin embargo, los logros fueron dándose a cuenta gotas. Es recién en 1985, que una mujer imagina la posibilidad de ser presidenta del Perú, se trató de María Cabredo de Castillo, quien postuló a la presidencia de la República por el Partido Socialista.

 

Mercedes Cabanillas, se convierte en la primera mujer ministra en 1987 y durante la década del 90, contadas mujeres siguen sus pasos ocupando puestos en el Ejecutivo, cabe destacar entre ellas a Beatriz Merino, quien en el año 2003 se convierte en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra, no solo en el Perú, sino en toda la región.

 

Es quizá, la incursión de liderazgos indígenas y de la comunidad LGTBQ uno de los hitos de la participación política de las mujeres en el siglo XXI, pues transforman el rostro de la política peruana y generan tensiones que abren al debate público, las taras y los prejuicios de una sociedad que hasta el día de hoy es poco inclusiva y sumamente machista; Paulina Arpasi, se convirtió en la primera mujer aymara electa para ejercer el cargo de congresista por el departamento de Puno en el año 2001, y en el  2006,  Hilaria Supa y María Sumire fueron las primeras congresistas en la historia del Perú en juramentar en sus lenguas originarias; el quechua cusqueño. Luisa Revilla Urcia por otro lado, se convirtió en la primera regidora transexual del Perú por Trujillo en el 2014.

 

Las mujeres, no obtuvieron sus derechos políticos esperando que una sociedad conservadora y patriarcal fuera iluminada por el chispazo de la igualdad, cada batalla, a veces minuciosa y otras veces ruidosa, ha sido y es, inherente al ejercicio político de las mujeres, y si ayer fue por el derecho a elegir y ser elegidas, hoy es por la paridad, la alternancia y por ejercer los derechos políticos sin acoso.

 

Estas batallas, sin duda, empujan los límites de la época, todas fueron y son trascendentales, porque abren un camino un poquito más justo a las que vienen, las mujeres han pasado por un largo y lento recorrido, de electoras a elegibles y de militantes a líderes y aunque falta aún mucho por recorrer, este bicentenario tendrá el rostro de las mujeres pioneras que rompen esquemas.

Los géneros autobiográficos suelen tener dos encantos irresistibles: el primero, la posibilidad de hurgar en la intimidad del personaje; el segundo, una cercanía con la verdad fáctica que la ficción, como mandan los manuales, esquiva, esconde y enmascara de todas las maneras posibles.

 

Tampoco se trata de asumir, como lector, un papel inocente y creer letra a letra lo que dice una memoria, un diario o una autobiografía. La lectura de estos textos es siempre problemática, partiendo de su más radical y manifiesta imposibilidad: relatar de manera total la experiencia.

 

Su naturaleza, entonces, es fragmentaria y, sobre todo, confesional. El autor elige escenas significativas de su propia existencia y las rememora; selecciona personajes y traza el vínculo construido con ellos, pero, sobre todo, construye una imagen de su propia persona.

Estas reflexiones vienen a cuento a propósito de haber leído, con interés y placer, Confesiones de una editora poco mentirosa –aparecido originalmente el 2005–, de Esther Tusquets, volumen que llegó a Lima el año pasado en novísima edición, pero cuya difusión fue de hecho entorpecida por la pandemia.

 

Se trata del primero de tres volúmenes de memorias de la destacada escritora y editora, fundadora de la editorial Lumen, célebre por un catálogo de libros entre extraños y exquisitos que muchos recuerdan como una muestra de singularidad rara vez lograda por otros sellos. Los dos títulos que completan la trilogía son Habíamos ganado la guerra (2007) y Confesiones de una vieja dama indigna (2009).

La historia de una editora se entrecruza con la historia de la literatura misma, su figura es la de una suerte de coautora en la transformación del texto en libro, la conductora de ese mágico proceso –invisible a los lectores– por el cual un manuscrito (¿a qué se podría llamar hoy un manuscrito?) terminaba en las vidrieras de una librería.

 

Pero una editora que es además escritora, y eso Tusquets de sobra lo sabía, tiene un pie en cada orilla y, por lo que se lee en esta memoria, establece relaciones con los autores que edita para las que no encuentro mejor palabra que la complicidad, que es incondicional con los textos, pero relativa con las personas.

 

Así, al final del capítulo en el que narra pormenores de sus tratos con Camilo José Cela, remata, luego de poner de relieve la calidad de buena parte de su escritura: “Era un buen escritor, pero detrás de la aparatosa fachada no había (…) un ser que humanamente pudiera interesarme” (p.52).

 

Otro ejemplo tiene que ver con Mario Vargas Llosa, quien publicó en Lumen aquella irrepetible edición de Los cachorros con las fotografías de Xavier Miserachs. El texto iba y venía de Vargas Llosa a Tusquets, porque su autor, acusa la editora padecía de un perfeccionismo sin “límites ni remedio” (p. 68).

 

La aventura de editar, es una frase que podría sintetizar este libro, lleno de grandes personajes, de figuras míticas del campo literario, excepto por el último capítulo, que da cuenta del final abrupto e injusto de su carrera como editora. Tanta alegría necesitaba unas cuantas gotas de tristeza.

 

Confesiones de una editora poco mentirosa. Lumen: Barcelona, 2020.

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