Opinión

Se viene hablando del “Quinto Suyo” desde los años 90, cuando se hizo cada vez más visible la enorme ola migratoria de peruanos hacia el extranjero, motivada por las crisis económica y política de la década del 80, que además estuvo bañada de violencia, caos y corrupción. No que la cosa haya cambiado mucho desde entonces, aunque el país está más pacificado que en aquellos años, sin duda. (Muertos sigue habiendo, como Bryan e Inti y las víctimas de la represión estatal contra las protestas populares, sin mencionar el VRAEM, etc.; la necropolítica neoliberal, que le llaman). 

Lo cierto es que muchos peruanos continúan viendo en otras partes del mundo la posibilidad de alcanzar mejores niveles de vida y enriquecer su experiencia personal y profesional. Se calcula que deben ser cerca de tres millones los peruanos que viven en el extranjero, es decir, casi un 10% de la población del país. Son muchos peruanos, pues. Son muchas vidas transformadas. Son muchas y nuevas formas de peruanidad. Y eso revierte en la sociedad peruana a través de las remesas que envían esos “exiliados” a sus familias y las mil variantes de la globalización.

El coloso del norte ha sido el principal destino de la gran mayoría de esos nuevos migrantes. En conjunto, forman parte de la gran oleada que se conoce con el nombre de “los nuevos latinos”, no porque no haya habido migración peruana anterior, sino porque su número se ha multiplicado geométricamente en los últimos cuarenta años. Ahí están los estudios de don Teófilo Altamirano para probarlo. Entre esas vidas están las de numerosos artistas e intelectuales que han optado por hacer de los Estados Unidos su país de residencia.

El año 2015 la Asociación Internacional de Peruanistas y la Embajada del Perú en Washington organizaron el Primer Encuentro de Escritores Peruanos en los EEUU, con un éxito tan grande que más de 150 escritores profesionales (o al menos con un libro publicado) mandaron sus propuestas. Se hizo una selección rigurosa y el resultado todavía puede verse en el programa de ese Encuentro:

https://sites.google.com/site/encuentrodeescritoresperuanos/ 

El fenómeno de los escritores peruanos no ha hecho sino crecer. Existen editoriales de origen peruano como Pukiyari (dirigida por la escritora Ani Palacios), Axiara (del escritor Eduardo González Viaña) y Asaltoalcielo (que mantiene el poeta José Antonio Mazzotti), así como asociaciones y grupos de lectura que forman un mercado alternativo al de la academia y tienen cada vez un público más amplio, si bien hay que reconocer que las publicaciones en español son abrumadoramente minoritarias frente a las que ocurren en inglés en los EEUU. Mucho más las que se dan en lenguas originarias (el quechua, por ejemplo).

Por eso es importante reconocer que la literatura peruana en el país de Whitman, pese a su vigor, es todavía un fenómeno en transformación y crecimiento. Por lo mismo, los autores que llevan años o décadas acá (yo escribo ahora desde Colorado Springs) han ido asimilando el impacto del exilio de facto que viven cuando se mudan completamente (quizá para nunca volver, salvo por esporádicos viajes familiares) al terruño natal. Los peruanos llevamos al Perú siempre en el corazón, y lo mismo pasa con los escritores. Pero, a la vez, podemos experimentar con otras visiones, otros sabores y colores, otros sonidos. Eso, en el caso de narradores y poetas, deriva en novedosas producciones que difieren de los estilos, temáticas y preocupaciones de los autores que se quedaron en el Perú de manera permanente. Ni mejores ni peores. Simplemente diferentes.

Con ese motivo, el Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard ha organizado para las 3 de la tarde de este jueves 9 de diciembre (fecha emblemática para el Perú) un panel de lujo con tres especialistas en el tema: “Ulises Juan Zevallos-Aguilar, que se centrará en los narradores de los años setenta y ochenta; José Antonio Mazzotti, que analizará la poesía, con la nostalgia, el destierro y la renovación como conceptos clave; y Juanita Heredia, que abordará las migraciones y las ciudades como temas centrales en las narrativas del siglo XXI”, según reza el cartel oficial.

Va a estar jugoso, pues son cientos los escritores involucrados en este gran movimiento literario de nuestro Quinto Suyo. Los interesados pueden inscribirse previamente en este enlace, de manera gratuita:

https://bit.ly/RSVP-Observatorio

Como dicen por acá, “ si yu leiter, aligueiter”.

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“Quinto Suyo”, estados unidos, Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard

No obstante las vacunas —logro extraordinario por donde se lo mire—, un mejor manejo médico en el marco de servicios de salud que ya llevaban un tiempo razonable operando de manera fluida, un conocimiento mucho más ilustrado del curso de la enfermedad y la promesa de antivirales efectivos para los días que siguen el contagio y, quizá, tratamientos con anticuerpos pluriclonales, en algunos días todo parece haber cambiado. El estado de ánimo colectivo, de todas maneras.   

Porque eso es lo que caracteriza lo que estamos viviendo: no hay, hasta ahora, nada que nos ponga después de, de regreso a las rutinas de antaño o defina con claridad el rostro del enemigo. Íbamos camino a mayor fluidez en los desplazamientos —a través de fronteras y dentro de ellas—, menores restricciones horarias, protocolos de protección personal flexibles, y, quizá sobre todo, el regreso a actividades deportivas, sociales, festivas y artísticas. Y, súbitamente, una letra más del alfabeto griego descoloca a gobernantes, especialistas y ciudadanos, y nos vemos frente a una cascada de congelamientos, retrocesos, reformulaciones y cancelaciones. 

Ómicron, una suerte de Avada Kedavra, la maldición asesina de la saga poteriana, amenaza colmar los hospitales y sus UCIs, esparcirse por doquier y ser el ladrón que se les escabulle a los celadores que las vacunas han puesto en nuestros organismos. ¿La pesadilla virológica se concretó?

Puede que sí, puede que no, depende. En realidad, una vez más —la única realidad inamovible durante esta inacabable pandemia— nuestra ignorancia es lo único seguro. ¿Podríamos acaso haber predicho que Minitel, un claro precursor de Internet, desaparecería, pero sería reemplazado por la red mundial; o haber tenido claro el futuro de Pac-Man o Space Invaders? O, si quieren los lectores, alguien hubiera afirmado que alguna vez no habría dinosaurios y que nosotros, los que estamos ahora tan asustados, seríamos los reyes del planeta? 

Sí, es un asunto de evolución, mezcla de azar y necesidad, destrucción creativa, de esa que tanto  promueven seminarios sobre las maneras de hacer emprendimientos exitosos. Porque si hay algo que se parece a la fascinante dinámica de los mercados, es la lógica de la naturaleza con sus espontáneas variaciones y variedades, sus inesperados éxitos e impensables fracasos, sus catástrofes y sus aparentemente inacabables supremacías (¡los dinosaurios fueron un negocio realmente exitoso 90 millones de años¡). 

Y así estamos. Cuando nos preparábamos a declarar la Delta manejada o al menos manejable, aparece un startup cuyas acciones se disparan. ¿Será un unicornio? En realidad no hay manera de saberlo, es muy temprano. Puede desplomarse o llegar a ser un monopolio. Pero, al igual que con la economía, no va a ser la última novedad. Quizá esa es la lógica que debemos entender. 

Mientras tanto, nuestros esfuerzos deberían ir más allá de lo médico y epidemiológico. Ni el sueño de cero virus a través de controles draconianos al movimiento de ideas y personas, la búsqueda de líderes mesiánicos que alzan la mano dura y juran por nosotros contra ellos; pero tampoco la ausencia de protocolos sanitarios y el ensalzamiento del cada uno a su suerte, que los débiles sucumban y los sobrevivientes sostengan el avance de la especie. 

Al final el camino más razonable es el centro. Ni la obsesión por la protección a costa de la libertad, ni el rechazo a la responsabilidad colectiva que la recorta parcialmente. Hay para rato.

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Omicron, startup

La polarización ideológica de la última elección pulverizó al centro, como opción política, aun cuando los resultados parlamentarios de Acción Popular y Alianza para el Progreso no son desdeñables, pero, la verdad sea dicha, ninguno de ellos es significativamente relevante en términos de cabal representación del ánimo popular centrista.

El último esfuerzo de construir una opción de centro, explícitamente identificado como tal, fue el Partido Morado de Julio Guzmán, pero cometió el grave error de soslayar el achicharramiento personal del candidato y fundador, y en lugar de presentar a otro postulante, insistió con él llevando al colapso a la agrupación que hace tan solo cinco años había sido protagonista principal de la elección.

Otro de los candidatos que reivindica semejante alternativa es Jorge Nieto, pero no fue capaz, siquiera, de inscribir su Partido del Buen Gobierno. Hoy mantiene un perfil promisorio, pero le queda mucho trecho por recorrer para erigirse en una opción nacional.

¿Qué implica ser de centro en el Perú? Básicamente, creer en la vigencia de una economía de mercado, pero con una dosis significativa de rol estatal en asuntos como la salud y la educación públicas, además de cierta regulación de sectores económicos que han confundido el libre albedrío con prácticas mercantilistas anticompetitivas.

En ese sentido, un mensaje de ese perfil tiene mucho terreno propicio por delante. La última encuesta del IEP resulta, al respecto, reveladora. Preguntada la población por su propia autoidentificación ideológica, un 41% dice ser de centro, un 35% de derecha y un 24% de izquierda.

Claro está que detrás de esa respuesta no hay necesariamente convicciones ideológicas claras (podría darse el caso de que alguien que dice ser de derecha al mismo tiempo sea partidario del control de precios, por mencionar un ejemplo) y, por ende, las respuestas no son un indicador previsorio de lo que podría ocurrir en un proceso electoral venidero.

Pero, de todas maneras revelan un estado de ánimo, mesurado en su mayoría, alejado de los extremismos vocingleros tanto de la izquierda como de la derecha. Es cuestión tan solo de que se construya una alternativa orgánica en ese sentido, que suponga una superación cualitativa del aguachento zafarrancho que hoy representan partidos como AP y APP, carentes de sustancia ideológica y propuestas programáticas claras.

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Derecha, Encuesta IEP, ideologías, Izquierda

«Ni la vegetación ni las gentes de este libro son enteramente ficticios. Pero, lector, ninguna persona retratada aquí es usted. Con una sola excepción. Usted, señor, señorita o señora —sea cual sea su país o su situación— es Albert Weener. Tanto como yo soy Albert Weener».

Así comienza el escritor norteamericano Ward Moore (1903-1978) su novela de ciencia ficción “Más verde de lo que creéis” (“Greener Than You Think”), una obra maestra de sátira social, lamentablemente desconocida para la gran mayoría de la crítica literaria y del público en general.

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Ward Moore

El pasado lunes 29 de noviembre Silvio Rodríguez, el cantante y compositor de la (ya no tan) nueva trova cubana, cumplió 75 años. Una noticia que entusiasma a sus fieles seguidores -a quienes no nos interesan los estigmas que caen de inmediato desde sectores de la “ultraderecha” nativa que, por brutos y achorados, se pierden su alucinante inspiración por mezquinas y torpes cuestiones ideológicas- sobre todo porque continúa en actividad. Un mes antes de su onomástico -en octubre- publicó su vigésimo tercer álbum en estudio, Silvio Rodríguez con Diákara, grabaciones que estuvieron guardadas en los almacenes de la EGREM (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales) durante 30 años. Una oportunidad para reconectarse con un artista cuya trayectoria se ha visto marcada por la polémica, la incomprensión y sus propios errores y perspectivas.

El sambenito impuesto por los (tampoco tan) nuevos parámetros del éxito material, la rentabilidad y el interés, según los cuales todo lo que huela a «social» debe ser mirado con recelo nace no solo de la ignorancia en sentido crudo (ignorar = no saber) sino que es también -y, quizás, eso sea aún más preocupante- expresión de insensibilidad y corto criterio. Porque admirar las canciones de Silvio no convierten a nadie en castrista, por mucho que el célebre autor de Unicornio, Te doy una canción, Canto arena, Ojalá, Por quien merece amor o Playa Girón -todos clásicos de la poesía musicalizada latinoamericana- siga, tozudamente, defendiendo a «la revolución» como si estuviéramos en 1959 (aunque, recientemente, ha expresado su insatisfacción con algunos aspectos del gobierno de Miguel Díaz-Canel).

Las letras de Silvio deben ser, junto a las de Joan Manuel Serrat y Alberto Cortez, las más brillantes de la Hispanoamérica del siglo XXI. Si quisiéramos equipararlas al universo pop-rock anglo, sus pares serían Bob Dylan, Leonard Cohen y Billy Joel (para quienes se preguntan por qué no puse a Tom Waits o Lou Reed en esa comparación, es porque tampoco mencioné a Joaquín Sabina), poseedoras de un contenido lírico y un dominio del idioma -uso de vocablos, juegos de palabras, rimas consonantes y múltiples figuras literarias (metáforas, pleonasmos, símiles, etc.)- que además tienen, por supuesto, innegables orientaciones políticas, metafísicas y humanistas. 

En el caso del cubano, como bien sabemos algunos, la ambigüedad es la base de su propuesta. Sus canciones de amor por la fallida y engañosa revolución de los barbudos fueron usadas por muchos como declaraciones románticas dirigidas a una mujer, incluso las que no van por ese camino, por la profunda carga conmovedora de sus versos o los divertidos desenlaces de sus historias. No me imagino a uno de los matones de «La Resistencia» sintiendo empatía hacia el anciano remolón de Monólogo (1992), el inocente joven engañado de La primera mentira (1982) o el filósofo hondo de Al final de este viaje (1978).

A Silvio Rodríguez lo aplaudieron desde que era un adolescente, lleva acumuladas casi seis décadas de grabaciones, conciertos -algunos de ellos multitudinarios, como los de marzo de 1990 en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, tras la caída de Augusto Pinochet-, entrevistas pero, sobre todo, polémicas. Por ejemplo, es muy recordada su pelea con Pablo Milanés, en el 2011, por las nuevas posturas del cantante ante el régimen cubano; o sus cruces de posts y artículos en blogs con el panameño Rubén Blades. Y también polemizó, de manera directa o indirecta, con el público, la sociedad y la crítica, en canciones como Debo partirme en dos o en ese manifiesto contra los convencionalismos titulado La familia, la propiedad privada y el amor. La más reciente, sin embargo, no la desató él sino uno de sus siete hijos, Silvio Liam “Silvito El Libre” (39), quien fustiga al régimen de Díaz-Canel desde el hip-hop y las redes sociales. A contramano, también ha desarrollado intensas amistades con personajes de la música y la literatura como el uruguayo Mario Benedetti o el cantautor y poeta filipino-español Luis Eduardo Aute (fallecido el 2020) con quien lanzó, en 1993, un álbum doble en vivo titulado Mano a mano.

El público latino suele desarrollar una relación personal con sus artistas. O los odian o los adoran. Y en el caso del compositor nacido en San Antonio de los Baños, esa tensión visceral lo ha mantenido vivo, a pesar de mostrarse distante, podríamos decir hasta frío, aferrado a su guitarra y a sus ideas. Hay quienes no le perdonan seguir defendiendo a Fidel, quienes no resisten que viva a cuerpo de rey en la isla bloqueada. Muchos no entienden cómo pueden coincidir, en una misma persona, tanto preciosismo musical con tanta terquedad ante el desarrollo de la historia.

Pero no solo se trata de desacuerdos ideológicos entre masa y artista, eso sería demasiado ingenuo. Quizás a ciertos niveles sea así, pero hay un elemento más afín a estos tiempos. Sucede que la música de Silvio Rodríguez no sirve, actualmente, para nada en términos sociales y comerciales. No puede ambientar bares chill-out o recepciones institucionales. No sirve para hacer ejercicios en el parque ni para ir al gimnasio. Por cierto, nunca sirvió para esas actividades, pero hoy esa inutilidad es más patéticamente real que nunca. La indigencia intelectual y pobreza de espíritu que padece un alto porcentaje de adolescentes y jóvenes, ambiciosos de dinero, posesiones materiales y éxitos sociales hacen imposible que los mensajes de Silvio ingresen a ese limitado imaginario. Dicho sea de paso, dicha indigencia no solo es patrimonio de los más jóvenes pues el “modelo” ha permeado las mentalidades de un gran sector de adultos que ven, en esas coordenadas, la justificación perfecta para sus antiguos prejuicios, bravuconadas o malcriadeces.

Ni siquiera en ámbitos estudiantiles se da, actualmente, esa simbiosis entre el idealismo del artista comprometido y los grupos de jóvenes ávidos de acumular experiencias y conocimientos para cambiar el mundo, no solo el suyo sino el de todos. 

En esta aldea global moderna, en que las multitudes preuniversitarias sueñan con convertirse en “influencers”, canciones como La maza, El vagabundo, La gaviota, ¿Quién fuera? o Nuestro tema, deben sonar aburridísimas para fans de Ozuna y Becky G. El impacto que esos textos y cuerdas bien tratadas produjeron en generaciones previas fue único e irrepetible. Y, aunque siempre había espacio para la discusión o para incluso el rechazo -ningún género musical ni artista puede agradar por igual a todos- había también mayor apertura a opciones diferentes. Incluso un mismo individuo, hombre o mujer, de vida social activa y hasta discotequera, tenía capacidad de dedicarle algunos minutos a su melancolía, su romanticismo o su rabia contra lo políticamente correcto y escuchar, de vez en cuando, al buen Silvio y sus inspiradas canciones. Hoy eso no pasa. O pasa cada vez menos.

Quizás por eso, el sonido de Silvio Rodríguez también ha cambiado, en la medida que se ha convertido en un señor mayor. Si escuchamos sus últimos discos -en la mayoría de los cuales participa su actual pareja, la flautista y cantante Niurka González, 30 años menor que él- a partir de Expedición (2002), ya sentimos a un compositor más reposado, que usa menos la guitarra y se acompaña de tonadas que tienen algo de jazz, vaudeville y hasta pop-rock. De buena factura, pero alejados de las alturas trovadorescas de clásicos como Al final de este viaje, Mujeres (1978), Rabo de nube (1980), Unicornio (1982) o el alucinante Tríptico (1984). Su penúltima producción discográfica, Para la espera (2020), lo muestra en carátula, recostado, con su guitarra encima. Toda esa riqueza lingüística y sónica, de gran fama en nuestros países desde fines de los setenta, fue conocida en el mercado anglosajón recién en 1991, a través del recopilatorio Canciones urgentes que lanzó David Byrne, líder de Talking Heads, con su sello discográfico Luaka Bop (que también descubrió al mundo a Susana Baca).

Aunque sus trabajos más celebrados siempre han sido aquellos en que se acompaña de su virtuosa guitarra acústica, con la que pasa de hermosos y complejos arpegios, en clave de son, a rotundos golpes de acordes cerrados, Silvio también ha colaborado con ensambles como Afrocuba, Los Van Van de Juan Formell y Diákara, grupo de jazz-rock afrocubano liderado por uno de los fundadores de Irakere (legendaria banda de latin jazz que lo acompañó en los históricos shows en Chile), el percusionista Óscar Valdés Jr. (sobrino de otra leyenda de la música cubana, el bolerista Vicentico Valdés, quien fuera voz de La Sonora Matancera entre 1953 y 1958. Precisamente, con Diákara grabó, en México, las diez canciones que conforman su último disco, que incluye dos versiones de El necio y Flores nocturnas -originalmente lanzadas en Silvio (1992) y Rodríguez (1994)- y un arreglo especial de Venga la esperanza, con la participación del pianista Chucho Valdés, uno de los músicos más importantes de Cuba del siglo 21. 

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EGREM, Silvio Rodríguez

El presidente Castillo, en un claro afán de sobrevivir a la andanada pro vacancia que en estos momentos se diseña en el Congreso, con creciente convocatoria, ha convocado a Palacio a un diálogo con los principales líderes políticos del país.

Se equivoca el Presidente si cree que los salones dorados o los protocolos palaciegos alcanzarán para aquietar las aguas movidas de la política nacional o bastarán para evitar que se logren los votos necesarios no solo para hacerlo comparecer ante el Congreso sino, eventualmente, para sacarlo por la puerta falsa de Palacio.

Se va a requerir, de su parte, de acciones muy concretas. Y en ese sentido, deberá empezar por asegurar que el trasiego de influencias en el que ha sido descubierto por la prensa, con reuniones cuasi clandestinas en lugares inapropiados, cesarán. Y a renglón seguido deberá efectuar un giro político estratégico del cual deberá hacer partícipes a algunos de los convocados a la cita.

Por lo pronto, se asoman en el horizonte, uno, el descarte del intento de convocar a una Asamblea Constituyente, lo que produciría la tranquilidad de que no se quiere patear el tablero constitucional, y, dos, que se ajustará a los marcos del modelo económico, extendiendo su convocatoria ministerial y gubernativa más allá de la mediocre coalición de partidos de izquierda que hoy lo acompaña.

Si no hace algo de ese nivel de audacia, su convocatoria palaciega caerá en saco roto, será absolutamente inútil, y no lo ayudará a convencer ni siquiera a los partidos de centro que hasta el momento le han permitido salvar dos presentaciones de gabinetes y en las que él confía para salir bien librado de la vacancia, como son Acción Popular y Alianza para el Progreso.

Si Castillo quiere mantenerse en el poder, no puede seguir gobernando como hasta ahora. Seguirán saliendo denuncias periodísticas y las mismas irán calentando los ánimos parlamentarios, al punto de llegar a convencer, en algún momento, a quienes hasta hoy le conceden el beneficio de la duda, a traspasar la línea divisoria y sumarse al equipo vacador de la derecha.

Solo una gran coalición de centroizquierda podrá salvar al Presidente, más temprano que tarde, de una vacancia que parece inminente. ¿Estará el Primer Mandatario en capacidad de dar semejante paso? Lo vemos difícil, muy improbable. Un “sindicalista básico”, como bien ha sido definido Castillo, parece negado para juegos de alta política, ni siquiera en situaciones en donde debiera aflorar su instinto de supervivencia, como es el caso presente.

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Acción Popular, Palacio de Gobierno, Pedro Castillo

Querida Manuela,

Hace unos días regrese luego de estar cinco días en Bogotá, Colombia, gratamente sorprendida por la ciudad y el país. No te quise comentar nada en las cartas anteriores porque fui, entre otras cosas personales, a seguir tus pasos. Pude caminar por las calles por las que tu andaste, buscar información sobre ti y, claro, conocer más sobre el Libertador Simón Bolívar. Creo que para conocer a una mujer debes también conocer sus grandes pasiones y amores. Él fue el tuyo. 

Estuve en la casa en la que viviste con el Libertador. Supe que la quinta le fue regalada por parte del gobierno independiente de Nueva Granada en 1820 en agradecimiento a los servicios prestados a la causa de la independencia. Él fue propietario por 10 años del inmueble y no vivió mucho tiempo ahí por sus constantes viajes. Fue de esa quinta que salió el 13 de diciembre de 1921 rumbo a la Campaña Libertadora del Sur, esa en la que se conocieron. 

En 1827 regresaste con el Libertador y, según dice la historia y conociéndote, convertiste la quinta en un lugar más amable para la vida y en centro de reuniones políticas de los seguidores de Bolívar.​ La cuidaste, así como te hiciste cargo con amor de la salud y vida del Libertador. Fue ahí donde se quedaron luego del atentado contra su vida. Qué terrible debió haber sido para ti esa noche. 

Caminé por el jardín mirando las flores y árboles, imaginando cuales habrías plantado tú. Pensando si caminabas por esos senderos por donde yo pasaba en las mañanas o si salías a leer tu libro bajo los árboles. En la entrada está su busto, en blanco, como guardián de la gran quinta. Existen dos elementos en el jardín que me llamaron la atención, el primero, los arcos triunfales hechos de vegetación que están desde tu época y los árboles de laurel del sector del pozo de lavapatas. Estoy segura que plantaste los laureles, ya que fue gracias a una corona de laureles que le tiraste al libertador desde tu balcón en Quito y que le cayó en el pecho que se miraron y se conocieron.

Camine por toda tu quinta, sí, porque creo que fue tuya también, ya que el periodo más largo en el que Bolívar vivió contigo fue en ella. Ahora es un museo y, conforme entraba a cada cuarto, leía con detalle cada cartel sobre la casa. Todo giraba entorno al Libertador. Como si hubiera vivido solo. Hay una sala únicamente dedicada a ti, con tu retrato. Me pregunto, has sido la única mujer que ha vivido en esa casa, ¿por qué te da tan poco espacio?. Bolívar regresó del sur en a vivir en la quinta para asumir la presidencia de la República. Tú llegaste a vivir con él cuando el libertador estaba pasando por momentos críticos políticos y de salud. 

El cuarto de Bolívar, lo observe a detalle, su cama pequeña, su uniforme y, lo más importante, su espada. Tu quinta ha sido recientemente restaurada buscando que sus salas y dependencias luzcan como en las época del Libertador. Pude visitar el gran salón donde organizabas las tertulias políticas, el comedor de las grandes cenas, el salón de juegos y su alcoba. Saliendo está la zona de la despensa, la cocina, los graneros, la alcoba de su ayudante de cámara y fiel servidor -José Palacios- y los bosques, algunos cuyos árboles, se afirma, fueron sembrados por el propio Simón. Te busqué en cada uno de esos espacio, pero no había rastro tuyo ni de tus fiel esclavas Jotanas y Nathan. Tu viviste ahí los últimos años con Bolívar como su mujer y consejera. Has sido la única mujer que estuvo al lado del Libertador, pero no figuras en la casa más que en un salón rosado muy elegante dedicado a ti. 

Saliendo de la quinta me fui a caminar hasta la Plaza Bolívar, me encontré con varios bustos suyos en el camino. El Libertador pasó a la historia por sus hazañas, pero es para nosotros, los países bolivarianos -Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia- un héroe que nos une en una sola historia en la que tí ni otras muchas mujeres aparecen ni por sus hazañas militares ni domésticas. Tú has sido no solo La Caballeresa del Sol, has sido coronel del Estado Mayor General del Libertador, Húsar, Capitana de Húsares en la Batalla de Junín, Coronel del Ejército Colombiano, Libertadora del Libertador y terminaste siendo una sala muy elegante y rosada de la quinta. Es una gran metáfora de lo que sucede con las mujeres, no solo en la historia, sino en la política y la gestión pública, incluso en la actualidad.  

En mi camino hacia la Plaza Bolívar, a unas cuantas cuadras de tu quinta, me llamó la atención el monumento a una mujer. Una pequeña plazuela dedicada a Policarpa Salavarrieta. Sé que no se conocieron, pero sabes que fue mártir de la independencia de Colombia. Los espacios públicos no solo son de héroes sino deben ser también de heroínas. Esto me subió el ánimo porque significa que puede ser que las cosas estén cambiando. Ojalá.

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La Quinta Bolívar Sáenz, Plaza Bolivar

El 26 de noviembre último, la noticia de la muerte de Oscar Catacora tomó por sorpresa a todos. El director de la afamada cinta nacional Wiñay Pacha falleció mientras rodaba lo que sería su siguiente largometraje en Puno. Una apendicitis que no pudo ser atendida fue la causa de esta trágica y temprana muerte. Las condiciones de precariedad y olvido por parte del Estado, impidieron tener una atención médica oportuna y nos quedamos sin uno de los grandes talentos del cine nacional. 

Oscar Catacora había logrado días atrás estrenar su primer largometraje Wiñay Pacha en la plataforma de Netflix. Cinta hablada completamente en idioma aymara. Siendo además el primer largometraje en ese idioma producido en nuestras tierras. Se encontraba también  filmando su segunda cinta sobre la rebelión indigena de 1780. Y como era el sello de su cine, pensaba proponer una reflexión sobre las diferentes formas de violencia que este acontecimiento implicó. 

Wiñay Pacha puso al director puneño bajo la atención de la prensa nacional y mundial, no solo por abordar un tema distinto y de manera singular. Sino porque desde la primera toma de su cinta, dejó en claro que se trataba de un director con estética propia y sobre todo con una brutal honestidad para retratar un escenario como el ande, fuera de toda frivolidad y con la intención de despertar emociones intensas que puedan llevar a una reflexión. 

Los protagonistas de esta película fueron una pareja de ancianos que superan los 80 años. Willka y Phaxsi, que en aymara significa Sol y Luna. No fue casual que denominara a esta pareja de ancianos como las deidades de la mitología aymara. Su respeto por la pachamama o naturaleza es el tema que subyace en esta realización. 

La historia narra como Phaxsi y Willka se encuentran a más de 5,000 metros de altura en la sierra peruana, acostumbrados a una vida en armonía con la naturaleza y con los recursos de esta. Pero por otro lado, desprotegidos ante cualquier adversidad y por lo tanto en completo desamparo, incluso de su propio hijo que emigró a la ciudad. 

Esta idea surgió de la experiencia del director puneño al vivir con sus abuelos. Es por eso que Vicente Catacora, actor que encarna a Willka, es el abuelo del director en la vida real. A pesar de la resistencia de su familia, la elección surgió de la necesidad de contar con actores naturales y de lengua aymara nativa. 

La cinta que fue seleccionada para representar al Perú en los premios Oscar es una historia de abandono, pero también de reivindicación hacia una cultura como la aymara. Si bien el director deja la cámara en modo contemplativo, su propuesta pretende enfrentarnos a la necesidad de reconocer las culturas que conviven en un mismo suelo. Su cosmovisión a través de Willka y Phaxsi tienen ese encargo frente al espectador. 

Wiñay Pacha no tiene música, pero si el sonido del viento, de la naturaleza. La pachamama es protagonista de esta cinta, con todos sus climas, paisajes y sabiduría. El propio Catacora contó cómo se dirigió al mismo Apu para pedirle un día nieve y otro día lluvia para poder filmar. El Apu lo escuchó. Al día siguiente tuvo nieve y el día que pidió lluvia, también la obtuvo. Decidió realizar el primer film en aymara porque si su lengua muere, decía, también morirá su cultura. En aymara Wiñay Pacha significa tiempo eterno y aunque no se realizó con muchas pretensiones está considerada como una de las mejores cintas nacionales. 

En su estreno superó la taquilla de El Capitán América, convirtiéndose en un blockbuster en Puno. Llevó a las salas de cine a más de 300,000 espectadores e incluso Tondero se interesó en distribuirlos luego de que recibieron el premio a mejor ópera prima y mejor fotografía en el Festival de Guadalajara de México. 

Oscar Catacora quiso establecer identidad, no quería ser encasillado en un género específico cinematográfico pero a la vez quería ser recordado como un buen realizador. Colocó a Puno ante la mirada mundial. Puso en valor no sólo el cine regional, sino la universalidad de los conflictos que el desarrollo capitalista ha ido imponiendo. 

Nos dejó con varios cortometrajes experimentales, un mediometraje y un largometraje para la historia, pero sobre todo para la discusión y reflexión de quienes somos y cómo pretendemos mirarnos, en una sociedad donde por siglos el desprecio a lo andino fue normalizado. Su cine fue como él, naturalista, sencillo, emocional y de compromiso social. 

Oscar Catacora ha trascendido y como su Wiñay Pacha, será también eterno. 

Oscar Catacora

Wiñaypacha

 

 

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cine nacional, Oscar Catacora, película peruana, puno, Wiñaypacha

La ciudad es un escenario crucial en muchas tradiciones literarias. Ya Sarmiento, en su Facundo (1845), la imaginó como el centro de la civilización y núcleo por excelencia de la modernidad. Se la enfrentó a lo rural, visto como el espacio de lo indómito, lo salvaje, lo bárbaro. Esta noción maniqueísta sobrevivió por muchos años, es cierto, pero hoy sería insostenible. 

Las ciudades han ha sido y son testigos de procesos vivos y cambiantes; su paisaje humano y social ha sufrido enormes transformaciones en diversas etapas históricas y Lima, nuestra maltrajeada capital, no ha sido ajena a estos vaivenes. A esto se suma el hecho de que la ficción, de varias formas, se ha encargado de representar la vida citadina en sus múltiples facetas, especialmente las más conflictivas.

Dos libros recientes invitan a pensar en Lima como escenario literario. El primero es un ensayo del poeta e investigador Alejandro Susti, titulado La ciudad sin límites. Lima en la narrativa peruana del siglo XX; el segundo una antología acometida por Carlos Villacorta Gonzales, poeta y profesor universitario en Estados Unidos: Lima escrita. Arquitectura poética de la ciudad 1970-2020

Ambos volúmenes se aproximan a diversas representaciones de la experiencia urbana y dan cuenta de un vasto campo metafórico y social. La ciudad sin límites ausculta con detalle el origen de la tradición de narrativa peruana urbana, que estaría marcado por una parte de la obra de Ricardo Palma, creador de un auténtico y vasto archivo de imágenes sobre Lima. También se interna en la escritura de Martín Adán o José Diez Canseco, autores, respectivamente de La casa de cartón (1928) y Duque (1937), novelas que ponen al espacio citadino en el centro de sus vivencias y reflexiones.

Seguidamente, Susti explora continuidades y contigüidades, a través de las obras de varias figuras de la Generación del 50, como Sebastián Salazar Bondy (especialmente sus crónicas y artículos), Enrique Congrains, Julio Ramón Ribeyro o Luis Loayza, para culminar examinando el decantamiento del tema en autores posteriores como Osvaldo Reynoso, Alfredo Bryce, José Antonio Bravo o Augusto Higa, entre otros. Adolescencias turbulentas o complacientes, vidas marginales, barreras sociales, la idea de barrio, el espacio público, encabezan una lista de varios problemas que se analizan en este significativo corpus narrativo.

Si algo destaca en la representación del entorno urbano es su inestabilidad. Dice Susti: “tanto la ciudad como el sujeto que la habita se encuentran en perpetuo movimiento, de manera tal que no existe ya un punto fijo de mira a través del cual representar el espacio” (p.15). La lectura del corpus analizado en este volumen es, sin duda, evidencia de esta dificultad crítica.

Villacorta, por su parte, condensa cincuenta años de poesía que se nutre de la experiencia urbana en un amplio espectro que va del sueño a alienación, del vagabundeo a la angustia existencial, de la contemplación a la destemplanza. La búsqueda de la plenitud, el desasosiego ante los vaivenes de la realidad, la mirada de sospecha sobre las transformaciones de la ciudad, la cruda violencia que se cierne sobre ella, son temas que van apareciendo en la escritura de los poetas reunidos en esta antología. 

Declara el antólogo con claridad rotunda: “Este libro revisa los últimos cincuenta años de poesía peruana escrita sobre la ciudad de Lima. Desde 1970 hasta 2020, la capital ha sido una inquietud para quienes la habitan, es el lugar pro el que transitan, viven, experimentan y sueñan sus ciudadanos; es el espacio que da forma a sus deseos y a sus anhelos. En la primera mitad del siglo XX, podemos ver dos procesos urbanos: uno de cancelación de la ciudad colonial, y otro de la aparición, aún incipiente, de una nueva. Ambos procesos implican la modernización de la urbe no solo desde su evolución urbana, sino, también, desde su lenguaje” (p.13). Y podríamos añadir: proceso que ha continuado disruptivamente y nos acompaña hasta hoy.  

La antología se distribuye en siete partes y, en cada una de ellas, aparecen poetas de distintas generaciones y grupos tejiendo sus visiones sobre Lima. Ese espíritu diacrónico es el que permite, seguramente, mantener una unidad temática en un campo de evidente diversidad expresiva. Como para no olvidar que la ciudad es un calidoscopio, imagen certera que ilumina la complejidad de la urbe.

La ciudad sin límites. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2021.

la ciudad sin límites

Lima escrita. Arquitectura poética de la ciudad 1970-2020. Lima: Intermezzo Tropical, 2021.

Lima escrita

 


Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

 

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