Opinión


Las últimas encuestas parecen indicar que la suerte está echada, que Pedro Castillo le ganará la elección a Keiko Fujimori. Pero nada está 100% definido. En el 2006 Alan García logró revertir su alto antivoto y ganarle a Ollanta Humala con una estrategia parecida a la que está utilizando ahora Keiko Fujimori. Acá un análisis de las potenciales trampas de las campañas de ambos candidatos.

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Elecciones 2021, Keiko Fujimori, Pedro Castillo

Aunque es claro que los dueños de los principales medios apoyan el modelo económico mafioso y depredador que hoy tenemos, es ciego e ingenuo creer que ésta es la única razón por la que apoyan a Keiko Fujimori. La otra gran preocupación que los aflige, y que ocultan muy bien con periodismo histriónico y de lugares comunes, es que Pedro Castillo está hablando de desconcentración y democratización de los medios masivos, lo que significa medidas para acabar con el feudo mediático que usufructúan. Es decir, decisiones de gobierno para terminar con el uso patrimonialista, inconstitucional y culturalmente nocivo que se hace – y se ha hecho por décadas – del espectro radioeléctrico nacional, contando con la complicidad (activa o pasiva) de todos los gobiernos de turno, y cuyo resultado es una concentración mediática de contenidos mediocres y políticamente manipuladores. Los dueños de medios no quieren, de ninguna manera, que se discuta el regresivo sistema de entrega de licencias para radio y televisión que tenemos, sobre todo en sus numerales relativos a las renovaciones automáticas, porque éste es el origen de su ya centenario feudo mediático, y el mecanismo que explica la ampliación y consolidación del oligopolio ilegal que hoy tenemos.

El feudo mediático peruano empieza en 1922, cuando la radio llega a nuestro país y requiere de un espacio del espectro radioelectrónico. Desde entonces – lo que incluye el arribo de la televisión en 1957 – las asignaciones de frecuencias se han otorgado bajo una lógica argollera y patrimonialista: nunca ha habido reales concursos públicos – casi todo ha sido “a iniciativa de empresas” – y el beneficio otorgado jamás ha tenido fecha de caducidad, como si se tratase de un territorio medieval que la corona entrega a algunos señores y sus descendientes. Esta historia de inconstitucionales repartijas (un bien público no puede usarse de modo exclusivo), allanadas por tecnicismos legales y normas emitidas “entre gallos y medianoche”, y auspiciadas con discretas barreras a la competencia inoportuna, genera una inevitable situación de oligopolio empresarial cada vez más dominante, cuyo rostro vigente (los empresarios pasan, el feudo queda)  es la concentración mediática subdesarrollante que en la actualidad tenemos. La última de estas felonías legalizadas la hicieron – al alimón – un saliente y proactivo Alan García, y un entrante y pasivo Ollanta Humala, cuando entregaron nuevas licencias de funcionamiento, para el uso de una o más estaciones de televisión digital, a los miembros del actual oligopolio televisivo. El trámite se hizo a través de variados y discutibles mecanismos, aprovechando un contexto mundial de cambio tecnológico que nos obligaba a un nuevo reparto del espectro radioeléctrico, y nos daba una oportunidad hacer cambios progresistas de modo inmediato. Está a la vista el atropello: varios de los grandes canales ya utilizan su par digital, gracias los naturales beneficios que les trae ser parte del feudo mediático peruano.

Como consecuencia de este medieval sistema de reparto, hoy tenemos que las principales nueve empresas televisivas controlan el 50% de todas las licencias asignadas en el territorio, mientras las nueve firmas radiales más importantes manejan el 14% (no necesitan más a estas alturas). En la práctica, esto implica que sólo ocho empresas  (cuatro de radio y cuatro de televisión), dentro de un universo de más de 7000, concentren a más del 80% de la audiencia y la publicidad. Estas firmas son:  Grupo ATV (ATV – Global – La Tele), Plural TV – América Televisión, Frecuencia Latina y Panamericana Televisión, así como RPP (Radioprogramas y Capital),  Corporación Radial del Perú (CRP), Panamericana y Corporación Universal (única marca provinciana). Salvo la última, todas las empresas enumeradas operan en Lima, pero dado su nivel de penetración, definen la mayor parte de los contenidos que circulan a nivel nacional, y sobre todo la información política, pues producen los principales noticieros y los escasos programas de entrevistas de nuestra señal abierta. Así, son una influencia aplastante y hegemónica a nivel de opinión pública, pues obviamente informan desde sus preferencias e intereses políticos, y promueven valores y reflexiones funcionales al actual modelo económico y mediático.

Esta realidad feudal, inconstitucional, centralista y antidemocrática se agrava con un segundo privilegio legal: los medios están totalmente protegidos contra todo tipo de regulación de contenidos, más allá de algunos límites indispensables y de lo establecido en el código penal, que responde al honor y la buena reputación, pero no tiene ninguna vinculación con la calidad de los mensajes y narrativas mediáticas. Al final, a partir de las potestades feudales y hegemónicas que poseen, las empresas mediáticas han  generado una radio-televisión de productos degradantes y alienantes, y de espacios tiránicos en cuanto a postura política (hoy estamos viendo su keikismo bruto y achorado), además de elementales en cuanto a argumentos y registro de conocimientos. 

Pero como se puede deducir de lo escrito arriba, esta situación es perfectamente reversible, porque el espacio radioeléctrico – que permite la acción radial y televisiva – es propiedad de los peruanos y lo administra el Estado, con total capacidad técnica para regularlo y asegurar un reparto de acceso y poder mediáticos muchos más democrático y beneficioso para nuestro desarrollo. Un sistema que acabe con la sutil expropiación de un bien público y la negación de derechos políticos y culturales con que nos violentan. 

Y dicho lo anterior, ahora sí corresponde hablar de libertad de expresión, opinión y prensa, lo que vitorean dramáticamente cuando se les menciona la posibilidad razonable de regular sus contenidos y programaciones. Como todos los derechos y atribuciones, esta libertad colisiona con otras y con indiscutibles deberes, con los que convive en un equilibrio en el que ninguna de las partes tiene superioridad o inferioridad definitiva y, por lo tanto, ninguna puede imponerse totalmente ni ser obviada. La libertad que empresarios mediáticos y periodistas defienden como estandarte gremial, no es de ningún modo más importante que el derecho a la vida o a la seguridad pública, ni que la imperiosa necesidad de recibir contenidos educativos y culturales de calidad – por todos los medios posibles – para salir intentar de nuestro subdesarrollo. 

Además, hoy es clarísimo que el oligopolio mediático vigente ni siquiera es capaz de respetar las libertades que promueve, pues torpedea uno de sus insumos insoslayables, que es el pluralismo político (que asegura la plena conciencia ciudadana y el buen uso de la soberanía personal). No tenemos eso ni mucho menos: son vergonzosamente echadas las entrevistas de radio y televisión que sus periodistas hacen a Keiko Fujimori, así como terruqueantes, despectivas y prepotentes las que hacen a Pedro Castillo. Y la opinión política que emiten o convocan es siempre homogénea en cuanto a su derechismo económico. Algunos, los mejores, intentan manifestarse desde su convicción de neutralidad periodística, pero claramente se alinean al final. Es obvio que casi todos comparten los valores y preferencias que promueven y eso también es libertad periodística, pero deja de serlo cuando es parte de un atentado sistémico contra el derecho ciudadano.

Es cierto que la televisión y la radio de señal abierta son negocios declinantes en cuanto a ingresos (habría que hacer públicas sus cuentas en un nuevo modelo mediático), pues la explosión de  nuevas alternativas y soportes de consumo audiovisual (celulares, internet, Netflix, etc.) los han dejado fuera de toda competitividad lo que ha traído al piso sus tarifas publicitarias, pero cómo se descrito arriba, siguen siendo muy poderosos en términos políticos (¡vaya que Montesinos lo sabía!) y muy estratégicos como instrumentos de desarrollo nacional. 

Así que tiene toda la razón Pedro Castillo en querer descentralizar, desconcentrar y democratizar las licencias de radio y televisión, incentivando y entregando permisos para, por ejemplo, canales regionales o universitarios, culturales o de capacitación. Para ello, tiene que lograr que el congreso cambie un punto de la actual Ley de Radio y Televisión, que es el relativo a la renovación automática de licencias, lo que le permitirá construir, de a pocos, un nuevo mapa de distribución mediática en el territorio nacional. En el escenario maximalista, tendría que hacer del tema una discusión constitucional y llevarlo a la asamblea constituyente que está promoviendo. En ese caso, es seguro que la justicia y el derecho ciudadano se honrarían más rápidamente.

Y en relación a la regulación de contenidos, también Pedro Castillo está en lo correcto, porque es obvio que se necesita un equilibrio mucho más saludable entre los muchos y muy importantes derechos ciudadanos en juego, y la muy importante libertad de expresión, prensa y opinión. Es claro que el criterio de beneficios empresariales debe estar subordinado aquí, sin que esto quite su  gran importancia y obligatoria presencia en la ecuación final del nuevo modelo. Esta voluntad también pasa por cambiar la normativa vigente en el congreso, pero en un escenario más incierto porque regular nunca es sencillo, y precisamente por eso existen especialistas en la materia. Quién es el juez que interpretará la ley y decidirá la pertinencia de lo programado, es una pregunta absolutista y de ánimo cancelatorio que los voceros mediáticos esgrimen como argumento final. La respuesta la han dado muchos otros países del mundo desarrollado y algunos vecinos regionales: se crea un consejo autónomo y enmarcado en una sólida institucionalidad, cuyo cuerpo decisorio esté conformado por todas las partes ideológicas, territoriales, gremiales, políticas, y sobre todo ciudadanas, de manera que ningún criterio arbitrario tenga preminencia en dicha regulación, salvo el bienestar que la mayoría de peruanos considera mejor. Obviamente, todo esto debe estar enmarcado en una lógica en la que radio y televisión de señal abierta son, en gran parte, un bien público, además de un medular instrumento de nuestro desarrollo. Riesgos de subjetividad habrá siempre, pero en las democracias estos conflictos se zanjan con mayorías representantes, y no con propuestas ilógicas de auto-regulación.

Como se observa, ésta es otra de las razones por las que Pedro Castillo es por muchas cabezas superior a su chamuscada rival: entiende la necesidad y la urgencia de poner la televisión y la radio al servicio de los peruanos y su desarrollo, lo que pasa por quebrar el oligopolio feudal que nos han impuesto para beneficio de unos pocos aprovechados. Felizmente, las encuestas indican que, al menos esta vez, no se salvan de devolver lo que no es suyo.

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Pedro Castillo

A nadie con dos dedos de frente le debería molestar que el candidato Pedro Castillo modere sus posiciones radicales y prometa aplicar un programa de izquierda que por lo menos no sea tan radical como el que aparece en su programa de gobierno.

Igual sería un desastre productivo, pero por lo menos no sería el apocalipsis económico y político que muchos tememos con razón, más aun si se tiene en cuenta la agenda filosubversiva de algunos de sus compañeros de ruta de anterior data (huelga magisterial) y de última hora.

Lo que sorprende es que quien se ofrezca de constructor de puentes (pontífice, literalmente hablando) en ese sentido, sea alguien que compitió en esta contienda electoral y lo hizo bajo una propuesta de libre mercado que disiente radicalmente de las posturas de Castillo, aún de las más moderadas.

Felizmente, los candidatos perdedores no tienen capacidad de endose alguno y mal harían Castillo o Keiko en coquetear con De Soto para embolsicarse su caudal electoral. De Soto se representa a sí mismo y sus electores ya sabrán por quién se inclinan sin que les importe qué haga o deshaga su excandidato electoral.

En su calidad de líder político, sin embargo, lo que cabía era una definición. Y ella, como parece evidente, no podía ser otra que apoyar la candidatura de Keiko Fujimori, defensora del modelo en el cual De Soto dice creer (debe recordarse que De Soto ya ha sido compañero de ruta de Keiko Fujimori en la anterior elección). Y si con ese apoyo en buena hora lograba inducir a Keiko a incorporar alguna narrativa anti establishment, tanto mejor, porque eso es lo que necesita para conquistar al electorado D y E, que disiente del modelo y ve sus beneficios como ajenos.

Pero su coqueteo con Castillo y su indefinición, son impropias de quien fuera candidato, menos aún proveniente de alguien con clara vocación ideológica, no un pragmático o un improvisado. ¿Qué puente va a construir, como no sea, quizás, aquél que le permita fungir de asesor de alto nivel gubernativo en caso cualquiera de los dos candidatos gane la elección? Mientras no acabe la campaña, De Soto está obligado a actuar con la investidura de un líder político, no puede ponerse prematuramente el sombrero de tecnócrata en busca de contrato, como, lamentablemente, parece ser su prosaico objetivo.

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De Soto

Cierre de brechas sociales, crecimiento económico y un castillo de naipes que se derrumba al primer soplido técnico. No te pierdas la videocolumna de Alexandra Ames La Caja Negra.

 

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Economía, Elecciones 2021, Pedro Castillo

Hay un dato revelador en la última encuesta del IEP: un 58% de la población señala que se debería mantener el modelo, pero con cambios, mientras que un minoritario 33% dice que se debería cambiar totalmente. En la propia izquierda, hay un 52% que señala lo propio, que se debe mantener el modelo, pero con cambios, y en la derecha el 63%.

No estaría cayendo en saco roto el mensaje de Keiko Fujimori de defensa del modelo y su narrativa anticomunista. Claramente apunta a reforzar su núcleo duro, de derecha, centro y hasta una porción de la izquierda. Y es más fácil para Keiko decir que va a defender el modelo y le va a hacer algunos cambios que a que Castillo lo haga.

Castillo está atrapado en su lógica radical. Difícilmente va a poder salir de ella. Su propia bancada está partida en tres: los prosenderistas, los cerronistas y unos cuantos castillistas. Si se modera no solo perdería a su facción radical -que fácilmente puede dejar de votar por él y pasarse al bolsón de blancos y viciados- sino que puede resultar inverosímil y proyectar la imagen de la impostura.

No es casual que Castillo rehúya las entrevistas en set, ante periodistas calificados y acuciosos y solo decida declarar a reporteros, sin posibilidad del intercambio de preguntas y respuestas necesario y sin el tiempo debido (él mismo se encarga de cortar las entrevistas).

Nada está definido en esta elección aún. Las actitudes, más que la ideología, va a jugar un papel preponderante y ya estamos viendo que, según la propia encuesta del IEP, hay mayor facilidad de que el discurso de Keiko (si le agrega alguna dosis de anti establishment) pegue antes que el de un rígido Castillo (no tiene muchas variables de juego).

No es momento de que los castillistas celebren alborozados el triunfo ni de que los keikistas se conduelan deprimidos por los resultados de las primeras encuestas. La campaña recién comienza y no estamos ante bloques ideológicos afianzados y duros que sean imposibles de convencer de su migración.

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Keiko Fujimori, Modelo económico, Pedro Castillo

No tuvo que pasar mucho tiempo para que la Superliga se desmoronase. Ni bien pasaron algunos minutos desde su anuncio el domingo pasado, en las redes sociales se evidenció claramente un sentir mayoritario de rechazo frontal y contundente. Con un apoyo que rebasó ampliamente el campo de personalidades del ámbito futbolístico, con entrenadores y jugadores haciendo explícito su desacuerdo y, sobre todo, con la protestas articuladas afuera de los estadios de aficionados tanto del Chelsea como del Liverpool en Inglaterra, el proyecto de la Superliga desistió en cuarenta y ocho horas. De los doce poderosos equipos que formaban parte del torneo elitista de manera fundacional y vitalicia, la salida de los seis ingleses fue decisiva.

Sí, se sabe desde hace un buen tiempo que el fútbol en su conjunto atraviesa por una grave crisis estructural. Ampliamente documentados son los escándalos de corrupción en la FIFA y sus organismos. Nada más hace unas semanas se llamó la atención sobre las protestas por el Mundial de Qatar 2022. Con una serie de clubes comprometidos económicamente por el insostenible modelo de gestión  implementado por quienes ahora se presentan como sus “salvadores”,  se requieren modificaciones sustanciales. Pero lo que representa un torneo excluyente ideado bajo la codicia extrema de un grupo reducido y arbitrario de propietarios, que implica la profundización radical de las desigualdades y la concentración de la riqueza ya existentes en el fútbol europeo, y, especialmente, fundada sobre el no-reconocimiento de cuestiones elementales de este deporte, a saber, el valor del mérito y el esfuerzo en la competencia, está lejos de ser la solución.

Aún así, en sintonía con las  posturas dominantes en el espectáculo político actual, donde la prepotencia, la arrogancia y la militante incomprensión son características de los proclamados líderes, Florentino Pérez —gran abanderado de la Superliga— sostuvo que el rechazo generalizado era algo “orquestado” desde la UEFA y los directivos de las respectivas ligas nacionales. Revelando una profunda desconexión con respecto a la reacción del público, apeló a una “explicación” bastante conocida, típica de políticos que intentan desacreditar a los que se manifiestan críticamente y pretenden desconocer o simplemente negar que existen voces que se establecen en el campo del disenso.

Aunque brindó una cantidad inusual de entrevistas en escenarios favorables durante la semana, Pérez, no logró convencer ni mucho menos obtuvo la adhesión masiva del entorno futbolístico. Interpretando sus intervenciones, el periodista Ezequiel Fernández Moore apunta que “la derrota más dura lleva la cara de Florentino Pérez, presidente eternizado de Real Madrid, sin necesidad de elecciones, porque no hay rivales para su billetera, y que ofició de vocero y padre del proyecto […] Decían que la pandemia nos haría mejores. Pero, manejando un Rolls Royce por Wall Street, nunca será fácil saber cómo anda realmente el mundo. Y mucho menos esa jungla primitiva llamada fútbol.”

Y justamente, en este particular ambiente, lo irónico, encajando a la perfección, también apareció súbitamente. El mismo día que se anunciaba el lanzamiento de la SuperLiga, Real Madrid empató sin goles frente al Getafe. Un Getafe que nunca podría ser participe del torneo elitista, pero que, ilusionando a sus aficionados, dio batalla en la presente edición Europa League clasificando hasta los Octavos de Final. Asimismo, Manchester United, otro de los “clubes vitalicios” de la competición, en la misma jornada, no pudo doblegar al Leeds United y, en Italia, Atalanta derrotó por la mínima diferencia a Juventus —el otro gran impulsador— que, dicho sea de paso, esta última jornada no pasó del empate frente a la Fiorentina. De esto no pretendo extraer alguna “verdad trascendental” ni mucho menos, tan solo resaltar lo simbólico de que los mismos juegos pongan en cuestión los débiles cimientos sobre los que se establece la Superliga.

Una Superliga que, además, al atentar de manera tan profunda con las ligas locales, desconoce que “la razón por la que el fútbol resulta tan importante para tantos de nosotros apunta precisamente a la experiencia asociativa que constituye su núcleo, y al vívido sentido de comunidad que proporciona«, como afirmó el filósofo e hincha del Liverpool Simon Critchley.

Además, desconoce que otro atractivo central de este deporte reside en la posibilidad del acontecimiento. La aparición, en el juego, en el curso de la temporada, de lo radicalmente inesperado, del evento novedoso. Si se pretende despertar mayor interés por el fútbol, ¿en qué medida la repetición rutinaria de partidos por los mismos, sin riesgo alguno, como plantea este torneo, donde los “partidos excepcionales” perderán su sentido de acontecimientos por la repetición a la que se verán sometidos, puede constituir un avance? ¿en qué medida los partidos de los distintos conjuntos en ligas locales, que ya no tendrán ese interés particular debido a la clausura de posibilidades de acceso a instancias superiores, pueden representar algo atractivo?

En realidad, este intento, que por ahora ha fallado, de “salvación del fútbol” mediante un proyecto “secesionista”, se adecua a la postura que han adoptado las “élites oscurantistas” con respecto al cambio climático identificadas por Bruno Latour: “Las élites han estado tan persuadidas de que no habría vida futura para todo el mundo que decidieron desembarazarse, lo más rápido posible, de todos los lastres de la solidaridad: he ahí la desregulación. Que había que construir una especie de fortaleza dorada para el pequeño porcentaje que lograría estar a salvo: he ahí la explosión de las desigualdades. Y que, para disimular el egoísmo craso de esa fuga del mundo común, había que rechazar de plano su motivación original: he ahí la negación del cambio climático”.

Como hemos señalado, lo que sí ha logrado este fallida aventura es llamar la atención sobre la imperiosa necesidad de cambios en la organización del fútbol. Pero no hay un único camino. No existe, como han insistido los voceros de la Superliga, una sola alternativa. En principio, como señala el periodista David Jiménez en The New York Times, “clubes y organismos internacionales deberán ahora sentarse a negociar la futura competición europea y un nuevo modelo de reparto de beneficios. Esas conversaciones deberían ir encaminadas hacia una revolución ordenada del fútbol. La imposición de topes salariales en los clubes, una mayor regulación del mercado de fichajes y un regreso a parámetros económicos razonables son asuntos urgentes.” Reconocer la existencia de otras opciones que se abren  para otro futuro, sin perder de vista lo que constituye la esencia de este deporte y su dimensión social.  Sin cancelar la posibilidad de la emergencia de lo impredecible y, en definitiva, lo que mantiene vivo el vínculo emotivo de los aficionados con sus equipos.

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Fifa, Fútbol, liga, Superliga

Después de esta primera semana de campaña electoral ya tenemos el primer punto de partida. Pero consideramos que es apresurado sacar conclusiones sobre un potencial ganador o ganadora. Lo que no es apresurado sino más bien urgente es conocer cómo podemos generar la obligación de los candidatos a establecer compromisos sobre sus propias acciones. 

Ha sido una semana de encuestas, de inicios de giras, de entrevistas, de destapes sobre Cerron y Castillo (ninguno sobre Fujimori y creo que no tendremos ninguno en seis semanas más). De todo un poco. Aunque para ser sinceros, lo que no se define esta semana es la composición final del Congreso. Esperaremos lo que pasa con ello para el análisis respectivo.

Después de ver los números, incluyendo los de Idice como ejercicio lúdico, lo central es que Castillo bordea el 40% de intención de voto y Fujimori el 20%. Suben y bajan pero por ahí van.

Lo siguiente que hay que decir es que no hay grandes movimientos con respecto a la primeras vuelta. Los candidatos ganadores mantienen el 90% de su discurso. Pero la percepción de las personas para justificar su voto por uno u otra sí tiene elementos que valen la pena mirar, de acuerdo con la encuesta del IEP. Se presenta esa porque además es la única con una respuesta espontánea, sin mostrar una tarjeta que influencia su voto:

Si bien es cierto que ambos candidatos tienen una mayor explicación por el “anti” hay diferencias notables. Hay una explicación sectorial relevante del voto por Perú Libre y una explicación de “defensa del modelo” -economía y democracia- y el recuerdo del padre en el voto de Fuerza Popular. Si uno lee el cuadro, es evidente que a Castillo le adjudican un mejor plan de gobierno (¿?) en sectores clave, mientras que a Fujimori la sienten como una alternativa, pero con menor entusiasmo. Es bien claro que en el lado de lo programático, se siente un mayor peso de Castillo. Entonces, punto de partida, Castillo ya tiene una identidad y Fujimori tiene una asignación “anti”. Sacar a Castillo de esa identidad es una tarea muy difícil.

Menos cuando lo que se hace es el “terruqueo”. Observen las respuestas. Nadie hace una referencia explícita a SL. A una lógica de izquierda y comunista, sí. Pero no al terrorismo. Por más portadas que se hagan a diario, y centrar los argumentos anti Castillo hacia esa zona peligrosa, la opinión pública no está reconociendo esa relación de manera espontánea. Mucho menos el vínculo con Venezuela o Bolivia, que fue el centro del ataque de Fujimori en esta semana.

La precariedad de la representación seguirá siendo el sanbenito de las elecciones del bicentenario. El 37% hoy opta por la opción “ninguno”, ya sea viciando, votando en blanco o aún no sabiendo por quién hacerlo. Esa opción pelea el primer lugar hoy y le ha sacado una buena ventaja a la candidata Fujimori. Mantiene la proporción de las semanas previas a la primera vuelta, pero hay un giro en los indecisos relevante, se vuelven más limeños, más masculinos, aunque siguen siendo mayoritariamente de NSE muy bajos.

Frente a eso, voces sensatas señalan que la acción ciudadana debe exigir garantías a los candidatos y estos deben ofrecerlas. Desde este humilde rincón somos escépticos de lo etéreo de esa acción que no tiene hoy el espacio del ejercicio para poder hacerse realidad. Queda en la cancha de los candidatos hacerlo y no parece que estén muy dispuestos a hacerlo. Llama la atención que los “compromisos” que antes Fujimori firmaba con tanta soltura, hoy no aparezcan en ninguna parte de su discurso. Menos en el de Castillo que desde arriba de las preferencias va a esperar a ver qué necesita hacer o decir según se vaya moviendo su rival.

Por ello, en ese escenario y también en función de lo que se expresan en la diferentes mediciones, proponemos algunos puntos de compromiso que podrían generar un poco más de confianza para que los candidatos tengan candados. Van a sonar quizás ingenuos, pero que sirvan para empezar a discutirlos en serio:

  1. Gabinetes nombrados. Los candidatos se muestran seguros de lo que van a hacer desde el 29 de julio. Ya lo tienen “todo listo”. Si es así, que comprometan a su primer gabinete. Que haya “nombramientos” al menos de los ministerios clave. Que el Premier sea conocido y forme parte integral de la campaña. Que se tangibilice así el estilo de gobierno y la capacidad de convocatoria que tendrá una u otra opción. Que el futuro o futura Primer Ministro se someta también al escudriñamiento público. Porque ya tienen idea de a quiénes van a nombrar, ¿o no?
  1. Renuncias. Renunciar al protagonismo en el Congreso. A la presidencia de comisiones clave. No presidir presupuesto. No presidir fiscalización. No presidir economía. Renunciar a la privacidad de lo público. Toda la agenda presidencial y ministerial debe ser transparente, conocida y auditada. Renunciar a los secretos bancarios y de comunicaciones. Renunciar.
  1. 21 acciones concretas generales y sectoriales para los primeros 100 días. Con control del Congreso, de auditores y de la opinión pública. Que especifiquen hoy cuáles son, su presupuesto, sus responsables y su forma de ejecución. Es muy importante conocer el shock de propuestas que los candidatos tendrán para ejecutar en el inicio de sus gobiernos.
  1. Atención específica de la pandemia. Que nada distraiga de ese objetivo. Ordenada en siguientes puntos: médico, sanitario, económico y social. Con criterios de impacto y de realidad.
  1. Nombrar una comisión de seguimiento de promesas electorales. Formada desde luego por miembros de la oposición y “notables”. Pero que sea tangible que habrá explicación y detalle de lo que se hace. Que además tenga exposición mediática y un vínculo al Congreso que ayude a su función fiscalizadora. Pero que no nos hagan de nuevo el perro muerto habitual. Si los elegimos por algo, que hagan ese “algo”.
  1. Accountability. Propuesta de rendición de cuentas. Obligatoria y comunicada a la opinión pública. Con formatos claros y simples. Que se sepa y conozca lo que se está haciendo, cómo se está haciendo y para qué se está haciendo.

Estas seis medidas pueden ser un punto de partida real y concreto. Seguramente caerán en saco roto. Pero desde esta posición ciudadana las ofrecemos de buena fe.

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Encuestas, IEP

La diferencia de intención de voto que muestra la encuesta del IEP en La República (41.5% versus 21.5%) -casi el doble- parece indicar que la elección ya estuviera ganada por el candidato de Perú Libre. Hay, sin embargo, tela por cortar y trecho por desbrozar. Cabe analizar la difícil estrategia que deberá realizar Keiko para remontar. Tendrá que ser una estrategia segmentada, multiverso e intensiva.

Derecha.- Primero va a tener que convencer a la propia derecha. Si uno, a priori, sumaba las votaciones en primera vuelta de la propia Keiko (10.9%), López Aliaga (9.56%), De Soto (9.4%), Acuña 4.9%), Forsyth (4.6%) y Beingolea (1.6%), la candidata de Fuerza Popular tendría que haber empezado la segunda vuelta con 40.96%. Pero según la propia encuesta, se ve cómo, por ejemplo, un 23.6% de los votantes de López Aliaga y un 18.3% de los de De Soto se han ido con Castillo en la segunda vuelta. En este segmento tendría la labor de cosecha aparentemente más fácil o propicia, pero hay trabajo por hacer.

Antifujimoristas.- según el IEP, hay un 21.2% de blancos/nulos y un 13.5% de indecisos. Allí anida el gran bolsón de centro y derecha antifujimorista y antikeikista (ella se ha ganado a pulso su propio antivoto por su deleznable actuación política de los últimos cinco años) al que Keiko va a tener que convencer con algo más potente que la sola invocación anticomunista que ha elegido como narrativa de inicio de campaña (suponemos, claro está, que es solo el primer paso de una estrategia más compleja). Gestos, anuncios, endoses más eficaces que los de Vargas Llosa, nombramientos anticipados, etc.

Anti establishment.- la gruesa mayoría del electorado y que cruza no solo todos los sectores sociales (hay un 26.5% del AB que votará por Castillo), sino también edades y regiones. Es el sector molesto con lo que identifica como “modelo económico”, al que se ha sumado desgraciadamente el bolsón de empobrecidos por la recesión pandémica, y al que solo se le puede conquistar con un discurso crítico de las enormes falencias de lo que hemos vivido los últimos veinticinco años. Keiko tendría argumentos para hacerlo. Pasa, por lo pronto, por recuperar en seis semanas el talante antiestablishment connatural al fujimorismo auroral que ella dice querer rescatar. Pero este es su nicho más refractario porque es un votante que tendría que robarle a su contendor, quien ya lo tiene consigo.

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Elecciones 2021, Keiko, Keiko Fujimori

“Vieja y mojigata Lima, devaluada bella durmiente siempre de espaldas al país ¿ya te diste cuenta de que Pedro Castillo es el outsider de esta elección y que probablemente será tu próximo Alberto Fujimori aunque sabe Dios bajo qué premisas?” 

 

El Epígrafe Sarcástico de esta nota lo posteé el 4 de abril, Pedro Castillo recién asomaba la cabeza y nadie daba ni medio por él. De hecho, me dijeron que el profesor tacabambino jamás llegaría a la segunda vuelta pero llegó. 31 años atrás, inmersos en la mayor crisis de la historia del Perú, las cosas estaban mucho más claras para los peruanos, al menos eso creíamos, pero no entendimos que entonces, en 1990, hablar de los peruanos no era lo mismo aquí que allá. Ahora tampoco lo es.

Un par de días después de la segunda vuelta escuché a Lourdes Flores hacer pésimas matemáticas en un audio, para obtener como resultado que los peruanos de acá eran más que los de allá, por lo que Keiko era fija para la segunda vuelta. Yo pensé, mas bien, que la bola de nieve de Castillo recién se había echado a andar y que se trataba más de multiplicar que de sumar, hasta que finalmente culmine su imparable recorrido. Mencioné que estas elecciones, como tantas otras en el Perú, serían más sociales, o socioculturales, que ideológicas.

Es que a la mayoría de peruanos eso del modelo económico les importa un comino, lo mismo que el enfoque de género o los derechos LGTBI. Yo los defiendo, como no, pero las masas secularmente postergadas buscan alguien que las mire, que las reconozca, que las humanice. Lo que quieren es precisamente al Estado, a sus servicios, a la educación, a la salud y el trabajo, y algo muy importante, a la reivindicación de su cultura pero en sus términos.  

Podría funcionar en otro lugar, pero en un país con identidad propia, cuya historia de postergación se remonta cinco siglos atrás, la revolución, la izquierda y hasta la democracia solo pueden entenderse desde sus raíces. Lo dijo tan claramente Hugo Neira: pensamos que ser república -ha señalado el intelectual abancaíno- consistía en dejar de tener un rey, y que el debate republicano lo habían zanjado Jefferson, Hamilton, Rousseau y Voltaire; y por la flojera de no pensar nuestra patria desde sus costumbres fabricamos tiranos a repetición que conducen reiteradamente a Tartarias y Satrapías (parafraseo). Hoy sucede exactamente lo mismo y por eso tenemos que escoger entre dos proyectos autoritarios, uno corrupto y el otro peruano, o pensado desde una peruanidad que se siente secularmente postergada. 

Cuando indiqué que la bola de nieve no había dejado aún de rodar, señalé también que la palabra la tenía el Perú informal, el que desciende del serrano. Aquel no ha detectado aún a Pedro Castillo, pero, si lo integra a su narrativa como lo han hecho ya todas las regiones andinas del Perú, entonces no habrá quien pare al profesor del lapicito. Y vendrán la desesperación y el terruqueo, que fue lo que hicieron con el “chino Fujimori” en 1990, cuando la Lima del “Palais Concert” comprendió que ni con todo el dinero de Confiep podría vencer al outsider japonés, y que hoy sueña con su heredera en Palacio. 

La primera encuesta de Ipsos, le da a Pedro Castillo 9 puntos sobre Keiko Fujimori ¿tan terruco será el profesor? ¿o ha llegado el momento de dialogar y estrechar puentes? Quizá sea llegada la hora de pensar y hacer realidad el desarrollo, esa palabra maldita que tanta flojera y ojeriza le produce a nuestras élites económica y política, tan fácil que ha resultado vivir del Estado, desde hace un Bicentenario.      

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Alberto Fujimori, Pedro Castillo
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