Opinión

Queda cada vez más claro que Pedro Castillo va a necesitar del apoyo político del centro congresal si quiere gobernar con tranquilidad y además no depender de los votos cerronistas dentro de la bancada de Perú Libre.

El centro suma 45 votos en el Parlamento (43 la derecha y 42 la izquierda), con la sumatoria del congresista Héctor Valer, expulsado tontamente de Renovación Popular por Rafael López Aliaga, ya que con ello rompió la capacidad de veto que tenía la derecha, con sus 44 votos, para cualquier reforma constitucional, elección de magistrados del TC o directores del BCR.

Obviamente, no se trata de que Acción Popular, Alianza para el Progreso, Podemos, Somos Perú y los morados le otorguen sus votos a cambio de nada. El acuerdo debe pasar por la moderación económica y política de Castillo, su abandono de las banderas estatistas de la primera vuelta y de su afán de convocar a una Asamblea Constituyente a trompicones.

Esa decisión eventual de Castillo le va a costar, probablemente, una ruptura con el radicalismo cerronista, quien acaba de publicar una convocatoria a un evento para el 24 de julio donde en la práctica lo compele a Castillo a someterse a su lógica política. Castillo puede perder a doce o quince congresistas cerronistas si se aparta de la línea radical y con mayor razón va a necesitar de los votos del centro para gobernar sin sobresaltos.

Jaloneado entre la extrema izquierda cerronista y la extrema derecha lopezaliaguista, Castillo puede discurrir por los linderos de una centroizquierda legítimamente. Nadie le puede pedir que se vuelva un gobernante de derecha (lo de Humala ha marcado a sangre y fuego a la izquierda como una traición indigerible e imperdonable y sería absurdo exigirle a Castillo que se ponga el polo blanco).

La incertidumbre que existe aún respecto de cuál será la línea programática, en materia política y económica, del gobierno entrante solo se empezará a resolver luego de su proclamación y su reaparición pública concomitante, pero de antemano sería muy importante que el centro se manifieste y le haga entender a Castillo que hay posibilidad de construir puentes de gobernabilidad que no pasen por la renuncia de sus propuestas esenciales de gobierno (aumento recaudatorio, inversión potente en salud y educación, infraestructura popular, etc.). Eventualmente, inclusive, alguna reforma constitucional puntual podría ser aceptable como parte del intercambio político y el centro le daría los votos para lograr los 66 votos que luego permitirían convocar a un referéndum. Ases bajo la manga hay muchos.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Rafael Lopez Aliaga

UNO

Mi hermano Thedy tuvo la culpa. Fue el primero en sintonizar en 1975 una estación de rock en el dial. A partir de allí, religiosamente todas las tardes, después del almuerzo, mientras hacíamos nuestras tareas, escuchábamos rock. La Radio 1160 y Radio Panamericana eran las emisoras que más sintonizábamos. Aún recuerdo la voz sensualmente masturbadora de Susana A, o el vozarrón de Lucho Arguelles, el carisma de Jhonny Lopez, entre otros; quienes nos hacían más agradables nuestras tardes. En aquellos años setenta, la cantidad de grupos o bandas de rock era asombrosa y, además, con una gran calidad interpretativa. Entre ellas, emergía Queen. En 1976 escuchamos la canción Rapsodia Bohemia, para mis hermanos y yo fue un cimbronazo. La combinación del riff acuciante de Bryan y el coro operístico nos dejó anonadados. Quedamos mudos. Mejor dicho: Cojudos. Lo cual, en un adolescente o crio, era casi imposible. Sentimos, por primera vez, que estábamos viviendo nuestras nostalgias.

En los años subsiguientes, Queen nos demostró que podía sacar más que un puñado de canciones extraordinarias y que lo de “Rapsodia Bohemia” no había sido casualidad. Temas como: “Love of my Life”, “Your my best friend”, “Somebody To Love”, “We will Rock you”, “We are the Champions”, “Fat Bottom Girls”, “Bicycle Race” y “Dont Stop me Now” lo confirmaban ampliamente. Nos acostumbramos que, cada año, ellos nos abrumaran con su música.

DOS

A inicios de los noventa fui a entrevistar a Gerardo Manuel en el Canal 7. Me recibió con cierta aprensión (no me conocía y menos el diarucho donde laburaba), debido a los violentos años terroristas. Hablamos por más de 2 horas en el restaurante al lado del Canal. Lo acompañaba una alopecia persistente, bigote frondoso y unos lentes ochenteros. Este rockero, con cara de buen tipo, nacido en Ica, estrenó, a finales de los setenta, un programa musical llamado “Disco Club”. Lo más insólito de todo esto, es que lo emitía el canal del Estado; era una especie de Pre-MTV, en la Lima de aquellos tiempos. Gracias a él, mis hermanos y yo, veíamos los videos de las canciones antes mencionadas. De ahí la importancia del iqueño. Y se añadían para nuestro regocijo: “Another one bites the dust”, “Crazy Little thing call love”, “Play the Game” y “Need your loving tonight”. Todos temas de la puta madre.

TRES

En la adolescencia es cuando se solidifica el carácter y los gustos también. En la secundaria, mis compañeros y el que suscribe, deseábamos dos cosas: Ser cantante de rock o en su defecto ser actor porno. Para mi consternación, ese año, comprobé que mi voz era patética (participe del coro de la iglesia y desentoné de maravillas) y que con mi físico esmirriado era difícil ser el emulo de John Holmes. Pero eso sí, siempre que mis hermanos no se dieran cuenta, tenía la radio portátil conmigo, escuchando mis canciones preferidas. Era el año 83 y “Under Presssure” fue otro hit salido de las entrañas del grupo insular. Era mi tema favorito del año. Cuando tuve la oportunidad de ver el “Queen at Wembley”, confirmé que muchísimos pensaban lo mismo.

LIVE AID

Fue un sábado a las 14:00 horas que sintonicé de casualidad el concierto. Era un 13 de julio de 1985 y estaba solo en casa. Tardé en darme cuenta quienes participaban en el Live Aid, fue un evento elefantiásico, que se transmitió a todo el mundo; y en directo, desde distintos estadios. El principal era Wembley. Vimos a Paul, Elton John, Sting, U2, Dire Straits, David Bowie, The Who, Ledzepelin, entre otros. Queen a diferencia de los demás, se preparó concienzudamente para el show.

Mi generación estuvo en el mítico estadio, aquella tarde (ya sea en el estadio o viéndolo por tv), cuando FM confirmo que era el Frontman más importante del rock. Era increíble su forma de domesticar a las masas; de manera tal, que eran plastilina en sus manos.

Quedó para la historia que aquella es la mejor presentación en vivo hecha por una banda jamás.

Con los años es que se ven mejor las cosas o las ponemos en su debido lugar.

Pasaron más de 36 años de esa actuación.

Y si pues, como Gardel, Freddie Mercury cada día canta mejor.

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Día mundial del rock, Freddie Mercury, Queen

Pedro Castillo va a arruinar su gobierno si insiste, como parece por la convocatoria que ha lanzado Perú Libre para la próxima semana, en la realización de una “Asamblea Plurinacional Constituyente” y de un referéndum para el 2022.

No tiene el mandato ni la legitimidad para refundar la República. Ha ganado con las justas, y, según las encuestas, aún entre sus propios votantes, la mayoría no está de acuerdo con un cambio total de la Constitución.

Tiene, además, una posición relativa en el Congreso que no le permite llevar a cabo tal Asamblea. Solo tiene 42 votos fijos, a los que eventualmente podrá sumar algunos estratégicos, pero que difícilmente lo acompañarán si insiste en su propuesta maximalista.

La única vía legal que le queda es la de forzar la disolución del Congreso haciendo cuestión de confianza por un proyecto de reforma del artículo 206 para permitirle al Ejecutivo una tercera vía de reforma constitucional, como sería convocar directamente un referéndum para aprobar la Constituyente.

Lo más probable es que no obtenga el voto de confianza y así se vería obligado a recomponer un nuevo gabinete que insistiría con lo mismo. Si se le vuelve a negar el respaldo, recién entonces podría disolver el Congreso e ingresaríamos a una espiral endiablada de elecciones (elecciones para nuevo congreso, aspirar a tener en él a por lo menos 66 congresistas que le permitan aprobar la reforma del 206 en primera instancia; luego, convocar a un primer referéndum para consolidar la misma; si lo gana, convocar recién entonces al segundo referéndum para ver si el pueblo quiere una Constituyente; si gana ese referéndum recién convocaría a elecciones para la Constituyente y ésta deliberaría por lo menos ocho meses hasta arrojar un nuevo texto constitucional).

En ese trance, polarizaría al país, tendría durísima resistencia en el Congreso (la derecha y el centro unidos lo podrían vacar apenas se ponga en evidencia su intención de disolver el Congreso), generaría inmensa incertidumbre económica, muy pocos empresarios se animarían a invertir en tanto no se aclare el panorama, etc.

Castillo puede llevar a cabo el 99% de sus planteamientos de reforma izquierdista del modelo sin cambiar la Constitución. Insistir en ello solo revela una terquedad digna de mal augurio o una sujeción política a las redes radicales de Perú Libre que controla Vladimir Cerrón. Su insistencia en la Constituyente lo coloca a Castillo en una disyuntiva: o es un necio o es un títere.

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Constituyente, Pedro Castillo, Perú Libre

Sergio Markarián, otrora técnico de la selección de fútbol peruana, lanzó a la historia varias frases memorables mientras dirigió a la blanquirroja. Egocéntrico y picón, pero no por ello menos acertado. Una fue su declaración de amor al juego defensivo. “Ratoneando fui campeón”. Se refería, claro, a mandar un equipo a la cancha que no tema jugar al contragolpe, agrupar la mayor cantidad de jugadores defensivos, y proteger el cero como principal objetivo. 

Le dijeron de todo. Pero Markarián y otros técnicos del mundo han demostrado que el ratoneo funciona. Aún hoy, en el siglo XXI. Es un sistema de juego que requiere menos preparación en comparación de alistar una ofensiva productiva. Es más fácil bloquear y destruir al rival, que crear una armonía de ataque para fabricar goles. Y se adapta de forma perfecta a la escasez de tiempo de trabajo de una selección, donde los jugadores y el técnico se ven por apenas un puñado de entrenamientos. Entonces, parece mediocre. 

En Sudamérica, Paraguay y Uruguay son dos exponentes clásicos de este estilo. La apuesta por el triunfo con la mínima o el empate cerrado. El juego aéreo como herramienta principal. El balonazo alto, la defensa cerrada con el cuchillo entre los dientes y la fortuna de un arquero a diez puntos. Ha sido muchas veces el sistema elegido por Bolivia, Venezuela o Perú al jugar con un rival superior. Suena a último recurso de equipo chico. 

Quizás eso es lo que más hace sorprender de la aparición de La Scaloneta. En Argentina, se discute el logro de la Copa América únicamente a partir de criticar el sistema de juego. ¿Cómo con tantas estrellas se va a ratonear? Incluso, antes de la final que gran parte del periodismo argentino daba por perdida, pedían la renuncia del técnico Lionel Scaloni por apostar a firmar el 1-0 en todos los partidos. Jugar cerrado. Priorizar el orden defensivo a la voluntad de encontrar más espacios de gol.

Pero en la final, con La Scaloneta llevada a su mejor expresión, Argentina logró domar a un Brasil invencible. Al mismo estilo del ratoneo de Markarián. Dedicándose a erradicar de la cancha las intenciones cariocas. El propio Tite lo llamó anti-juego. Denunció un bloqueo del rival a crear ritmos en el partido. “Así no se puede jugar”, sentenció frustrado. Fue una extraña explicación de su derrota debido a la injusticia del juego comedido de Argentina. Claro, él quería una final de igual a igual. Porque nadie puede mover la pelota como Brasil. 

Cómo hizo entonces Argentina para ganarle a un Brasil invicto, que solo supo perder con Bélgica en el Mundial, y en una Copa América de local que parecía teledirigida. No fue con un juego vistozo ni ganando con facilidad a nadie. Pues no se trata de intentar verse mejor que Brasil, ni tratar de bailar a mejor ritmo en un deporte que parece destinado a ser siempre más armonioso en pies cariocas. No van a jugar mejor que ellos, sino hacer que Brasil juegue mal. 

El lugar para el ratoneo fue el mediocampo. Apretar y destruir cada intento de ataque del rival. Correr, meter la pierna fuerte, luchar a punta de mayor desgaste físico y convicción gladiadora. Argentina planteó una idea táctica con un fútbol de respuesta más que propuesta, pragmático y eficiente de acuerdo a la realidad invariable entre su calidad futbolística y la del rival. Y así, logró la victoria.

Otro factor determinante es el desgaste. El jugador no llega a los partidos de selecciones con la misma frescura que a un domingo con su club. Llega traginado, extraído de su rutina habitual, a un grupo al que debe volver a adaptarse, rápido. Juega con poca distancia entre partido y partido, después de haberse acostumbrado a otro ritmo semanal. Y en esta Copa América, fueron nueve partidos apretados uno tras otro. El ratoneo es hasta inevitable. 

Que el mejor jugador de la final hayan sido Rodrigo De Paul y Nicolás Otamendi, -que jugaron de Batista y Ruggeri- dice mucho del partido, y de la forma de detener a Brasil. Jugadores rudos, toscos y cortadores. Ratones. No dieron espacios al rival ni lo dejaron correr. Incluso, intimidaron desde la actitud triunfadora, el mismo antídoto con el que Chiellini y Bonucci ganaron la final a Inglaterra en Wembley. 

Para Perú, Brasil es cualquier selección, todas parecen invencibles. Uruguay, Argentina, Colombia y Chile son Brasil. Incluso la mejor versión de Ecuador. Hoy solo se puede plantear un partido de igual a igual quizás a Paraguay, Venezuela y Bolivia. Lo que Argentina ha hecho frente a Brasil es un ejemplo del sistema táctico que Perú debe aplicar en las doce finales para llegar a Qatar: cortar el fútbol desde el medio campo, eliminar la elaboración del rival, y privilegiar el fútbol defensivo. Que explote por las bandas y a buscar la oportunidad con el delantero solitario, Lapadula.

Hay una sola variable al ratoneo de Markarián para el Perú de hoy: que no sea con la defensa, sino gestado en el mediocampo. El comandante de la colonia de ratas debe ser Tapia, con Yotún y Peña en mayor labor de corte y recuperación. El fútbol del rival se debe destruir antes de que empiece, para obligarlo a retroceder y ver el reloj correr. Argentina lo ha demostrado. Hay que hacerlo sin vergüenza, para ganarle al rival invencible. 

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Copa América, Lionel Scaloni, Sergio Markarián

En pocos momentos de la historia se han podido entrecruzar en Latinoamérica, pero en particular en la sociedad peruana, tantos miedos colectivos como ha ocurrido actualmente. El miedo, como lo han dicho desde las ciencias sociales y humanas, nace de la ansiedad provocada por la subversión de diferentes órdenes en los que se asientan nuestras comunidades.

Con la pandemia del 2020, el primer orden en trastocarse fue el social: vimos cómo se podía morir casi de inmediato si es que no se aprendía nuevas formas públicas de caminar, transportarse o no al trabajo, comprar, alimentarse, limpiar, estudiar, relacionarse socialmente. La muerte de trece jóvenes en Thomas bar en Los Olivos el año pasado, nos aterró y un incómodo racismo empezó a manifestarse.

El desorden más profundo, mientras tanto, era el de nuestra salud. Si no usábamos mascarilla podíamos caer fulminantemente muertos, como se asumía cuando aparecían personas desmayadas en las calles de Lima. El miedo produjo que se agotaran los productos en los supermercados. Nadie supo por qué el papel higiénico, pero fue sujeto de bromas que ayudaron a distender un poco ese miedo que se prolongaba mes a mes, cada vez que se anunciaba que continuaría la restricción en nuestras casas, mientras tanto, las dolorosas cifras.

El freno económico fue terrible. Por un momento hasta el mercado internacional se detuvo. El impedimento de viajes clausuró amplios sectores. Empezaron las deudas, los cierres de pequeñas y medianas empresas, el aprovechamiento de los grandes consorcios, el negocio de la salud y el oxígeno, el sálvese quien pueda avalado por un Congreso de la República dedicado enteramente a proteger los intereses económicos de los grupos más corruptos del país.

La educación virtual sólo sirvió en las ciudades del país. El sistema educativo estatal colapsó en las zonas rurales sin cobertura a internet y no logró adaptarse a los requerimientos pedagógicos de la virtualidad. Se discutía el tema cuando salió a la luz la corrupción también en el poder Ejecutivo: el Presidente Martín Vizcarra que había frenado al Congreso con el apoyo de más de la mitad de la población, resultó contar con una red de clientelaje y corrupción venida desde sus tiempos de Gobernador de Moquegua. Él y su entorno estaban tan acostumbrados que hasta mintieron respecto de las vacunas que se habían repartido y aplicado. El contexto de miedo en el que nos hallábamos, hizo ver a Vizcarra como un traidor, pues sus buenos mensajes televisivos, habían ayudado a contener el miedo. Nos había hecho sentir que estábamos ganando la guerra al coronavirus, cuando todo se vino abajo. En ese contexto el Congreso de la República quiso aprovecharse y dar un golpe de Estado. Durante la protesta contra Manuel Merino murieron dos jóvenes. Las universidades tuvieron que suspender las clases durante una semana y buscar estudiantes desaparecidos. El miedo empezó a cundir en la joven generación bicentenario. Pero se logró retirarlo.

La larga elección de Francisco Sagasti logró estabilizar lo aprendido y priorizar el tema de salud. Pero pronto surgió el contexto electoral. ¡Vaya elecciones! Los dos primeros lugares los ocupaban la hija del dictador Alberto Fujimori, denunciada como cabecilla de una organización de lavado de activos, y el maestro rural que ganó protagonismo el año 2017 durante la prolongada huelga magisterial. Un racismo extremo fue la reacción inmediata de miedo contra Pedro Castillo, quien, por ser hijo de padres campesinos de hacienda y rondero, fue presentado como analfabeto, comunista y terrorista. El sector de la población costeña vinculado a las empresas relacionadas con el fujimorismo decidió que debían impedir como fuera que ganara. Sumaron al grupo El Comercio y otras empresas de radio, televisión y publicidad y acordaron no cesar de asustarnos sobre cada vínculo de Castillo con la corrupción y el chavismo venezolano.

Pero Castillo ganó, y ya la campaña de fraude posterior no dio miedo, sino hartazgo. Ha quedado a la luz qué abogados y políticos de alguna u otra forma están vinculados con la organización fujimorista por razones económicas o temor a su futuro encarcelamiento. Que Perú Libre sea investigado parece no haber asustado como lo esperaban. Ningún llamado a golpe de Estado ha sido tomado en serio y las instituciones electorales y judiciales se han logrado mantener firmes.

Ahora que ya aprendimos a convivir con mascarilla, el arribo de las vacunas y su avance a buen ritmo (sin la absurda necesidad de comercializarla) ha ayudado mucho a espantar los miedos. El temor a la vacuna se está disipando y así como nos tomó cambiar el orden social, si queremos regresar a poder abrazarnos, a reír a carcajadas con las amistades en un viaje, a celebrar que finalmente el Perú rural está siendo protagonista del bicentenario, debemos esforzarnos en tener las dosis necesarias para dejar el principal miedo atrás; de los demás miedos, en las calles nos encargaremos.

13 de julio de 2021

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Miedo, Pandemia

Hace dos semanas, voceros calificados del keikismo se esmeraron en informar a los medios de un presunto distanciamiento de la lideresa de Fuerza Popular respecto de la estrategia beligerante y belicosa de la ultraderecha representada por Rafael López Aliaga, quien había anunciado que no reconocería el triunfo de Pedro Castillo.

Ello ocasionó, inclusive, fricciones en la organización de sendos mítines en paralelo, dando a entender claramente que Keiko Fujimori iba a seguir una ruta distinta, que pasaba por el reconocimiento de su derrota. Se mantenía un perfil opositor a Castillo, pero bajo los cauces democráticos legales.

¿Qué pasó en ese lapso, que hoy nos muestra a Keiko anunciando que no reconocerá a Castillo como Presidente? ¿Alguien le habrá sugerido que no puede permitir que el liderazgo de la oposición se lo arrebate López Aliaga y que eso pasa por radicalizar su postura y mimetizarse con aquél? ¿No importa, en ese cálculo, la lección de lo sucedido con Kuczynski, donde su labor de obstrucción necia casi destruyó su partido?

¿La habrán animado los cantos de sirena golpistas de encumbrados personajes de talla mundial, como Mario Vargas Llosa, y aspirará a que eventualmente se produzca algún acontecimiento que interrumpa la unción de Castillo o recorte su mandato y pensará que en el impensado nuevo escenario electoral inmediato, ella debe estar en forma, manteniendo la beligerancia al extremo?

El error de cálculo estratégico puede ser suicida. Porque si, más bien, Castillo es proclamado, asume el 28 de julio, ejerce un gobierno de centroizquierda y se beneficia del contexto económico internacional, lo más probable es que llegue en buen pie al 2026 y que en esa circunstancia, le deje un buen capital político a quien, desde la izquierda, quiera tomar la posta (probablemente alguien como Indira Huillca).

¿En ese escenario, acaso cree Keiko o quien la esté asesorando, que su ultraderechización y alejamiento del centro -camino autodestructivo que ya recorrió desde el 2016- le fortalecerá un patrimonio electoral o, más bien, la condenará una vez más a la derrota?

La única manera de que Keiko se alce con el triunfo en las próximas elecciones pasa porque capture el espacio de la centroderecha liberal y se comporte democráticamente. En ese nicho no tiene competidor y lo más probable es que no aparezca ninguno en el horizonte. Comete un grosero error convirtiéndose en una caricatura destemplada de Renovación Popular, el partido ultraconservador. Le está haciendo la campaña a Rafael López Aliaga.

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Keiko Fujimori, Mario Vargas Llosa, Rafael Lopez Aliaga

Por lo general, en matemáticas las pruebas son definitivas. Si un matemático muestra que una afirmación se deduce perfectamente de un conjunto de afirmaciones fundamentales (axiomas), la afirmación se acepta como verdadera y no hay más vueltas que darle. (Algunas pruebas computacionales no se ajustan a este esquema simplificado, pero dejemos eso de lado por el momento).

En ciencia esto no es así. El tribunal máximo en ciencia es la experiencia empírica, y no existe principio, ley, o teoría que mantenga su aceptación en la comunidad científica si no se ajusta a este tipo de experiencia. Por esa razón, algunos centros de investigación llegan a invertir miles de millones de dólares en construir aparatos y sistemas para poder recopilar esta evidencia, tales como los grandes aceleradores de partículas, la estación espacial internacional, o el proyecto del genoma humano. Cuanto más sofisticados los aparatos para recopilar evidencia, más probable que esta haga tambalear las preconcepciones de los científicos.

En ese sentido, la ciencia siempre está abierta a sorpresas y nuevas teorías, y nada está probado nunca con certeza matemática. Por esa razón, casi siempre van a haber voces discordantes dentro de la misma comunidad científica, pero eso no significa que los científicos no puedan llegar a consensos. Por ejemplo, en el caso del cambio climático, la evidencia llega no solamente por parte de climatólogos, sino también por parte de biólogos, oceanólogos, geólogos, astrónomos, etc. muchas veces trabajando con metodologías independientes. El filósofo Michael Shermer, en un artículo en Scientific American, cita un metaestudio del 2013 que analiza casi 12 mil artículos científicos sobre el clima, y muestra que, el 97% de aquellos que hablan sobre el calentamiento global coinciden en que este es causado por la actividad humana. Es más, el 3% restante no coincide en una única teoría alternativa, sino que afirma diferentes cosas. No tiene que haber, necesariamente, nada sospechoso con ese 3%. La propia naturaleza de la ciencia da pie a que los estudios de fenómenos empíricos complejos no sean unánimes.

A mucha gente le incomoda esta incertidumbre, y la toma como si fuera equivalente a que “todo vale” o “nada está dicho”, pero este es un error de interpretación. Las personas lidiamos con incertidumbre en casi todos los aspectos de nuestra vida, tanto cuando tomamos un vaso con agua, como cuando arriesgamos nuestra vida al girar el timón en una curva en la carretera. Nuestra confianza en la ciencia se debe basar en parte en un razonamiento similar. A mayor cantidad de evidencia independiente, más probable que una afirmación dada sea verdadera. (Otras razones para confiar en la ciencia tienen que ver con su estructura social, la cual genera procesos de auto revisión constante). Es probable, sin embargo, que por ahí haya un estudio relativamente serio que vaya contra el consenso, por ejemplo, que muestre que las vacunas contra el Covid-19 no son ni efectivas ni seguras. Pero actualmente el consenso abrumador en este caso es que sí lo son.

Casi siempre van a haber estudios, incluso bien hechos, que muestren resultados que divergen del consenso. Citar esos estudios no nos convierte en perspicaces; no es que ya vimos algo que nadie más vio y que el establishment quiere ocultar. Es simplemente un estudio entre varios. Un enorme número de personas está tratando de averiguar, de manera independiente, cómo funcionan las cosas, muchas veces usando modelos o metodologías diferentes. Algunos van a divergir, y nadie nos va a poder brindar certeza absoluta. Eso no significa que no tengamos guías de acción. En principio, tomar agua limpia te podría caer mal, y tomar agua del inodoro podría no afectarte. Pero si pensamos con claridad probabilística, tanto en este caso como en el de las vacunas o el calentamiento global, la opción es obvia.

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP. 

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ciencia, Evidencia, vacunas

Hoy vemos en Cuba las protestas más masivas de los últimos 30 años, en las cuales el pueblo cubano exige libertad, y el fin de un régimen cuya crisis económica se ha recrudecido con la pandemia y la falta de turismo. Lo que no vemos, sin embargo, hasta el momento en el cual se escribió este artículo, es a muchas de las voces de izquierda en el Perú que han exigido democracia en el último proceso electoral, y apoyado protestas ciudadanas contra gobiernos conservadores, condenar este régimen dictatorial, y apoyar al pueblo cubano.

Como ya hemos comentado anteriormente en esta columna, esto no es algo exclusivo de nuestra izquierda. Mientras esta condena al fujimorismo, pero escuda el fracaso del modelo cubano con “los bloqueos de Estados Unidos”, parte de la derecha peruana, que hoy condena al régimen cubano, también justificó en su momento y hasta apoyó el accionar de Trump cuando este invocó a sus seguidores a tomar el capitolio. Incluso no emiten crítica alguna a la nefasta gestión de la pandemia de Bolsonaro en Brasil, y pasan por alto o apoyan las intenciones de diversos sectores que llaman a desconocer los resultados de las elecciones peruanas.

Tal parece que, para ambas caras de la moneda, la dictadura solo es dictadura cuando viene del lado del espectro ideológico que no les gusta.

En Cuba no hay democracia. Hay que decirlo fuerte y claro. Hace más de 60 años que entró al poder un gobierno autoritario que ha restringido todas las libertades. Cuba es el tercer país con menor libertad económica del mundo (puesto 176 de 178 países), se encuentra entre los 10 países del globo con menor libertad de prensa, y en los índices de libertad humana, Cuba es considerado como “no libre”. Además, cuenta con un régimen político unipartidario.  Como si esto fuera poco, la crisis económica es devastadora: el 64% de los cubanos viven con menos de 1.11 USD al día y el 90% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.

El gobierno cubano ya declaró que “defenderá la revolución al precio que sea”. ¿Dónde está la izquierda democrática peruana? Este es el momento para que se separen de esta dictadura con todas sus letras, y la condenen al igual que condenan el autoritarismo cuando viene de la derecha. Los esperamos.

Fuentes: Índice de libertad económica de Heritage, Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Cuba, Democracia, Izquierda

Uno debería creer que luego de 20 años ininterrumpidos de democracia, con cinco presidentes electos consecutivamente -un periodo inédito en nuestra historia republicana, llena de golpes militares-, la democracia como sistema habría alcanzado algún arraigo en nuestro pueblo y en nuestras élites.

Más aún si en ese lapso democrático, el país, a pesar de gestiones mediocres o corruptas, ha alcanzado logros económicos significativos en niveles de crecimiento del PBI per cápita, disminución de la pobreza y las desigualdades y crecimiento de la clase media (supuesto sostén sociológico de las democracias globales).

Pero lo que se aprecia en estos días es una defección democrática de nuestra clase política mayoritaria y nuestras élites sociales, tanto de la derecha como de la izquierda.

El triunfo de Castillo, hombre de pueblo, izquierdista y poco versado en asuntos administrativos, ha despertado no solo un vendaval de racismo y clasismo sino también de golpismo desembozado, de personajes impensables de voluntades antidemocráticas (el caso de Mario Vargas Llosa es el más penoso). Los llamados al golpe crecen y bajo el pretexto falaz de un fraude solo existente en las afiebradas conciencias de la ultraderecha, se invoca a los militares a poner fin al proceso democrático en curso.

A la par, cuando la ocasión sería propicia para que la izquierda haga gala de principismo democrático, ante la primera prueba de validación en esa perspectiva, demuestra que la democracia representativa y las libertades políticas le importan un rábano.

Las maravillosas protestas sociales contra la dictadura cubana son vistas de soslayo, con hipócrita silencio, por la izquierda peruana, la radical y la moderada, a quienes le importa más el sostenimiento de un régimen ideológicamente afín, sin importar el fracaso social y económico al que ha conducido a su pueblo. Ni el terrible menoscabo de las libertades individuales de la que hace gala la dictadura contemporánea más longeva de la región, los anima siquiera a un barniz crítico.

Si la derecha y la izquierda peruana parecen tan poco convencidas del inmenso y superior valor moral de la democracia, habrá que deducir que este periodo republicano del post fujimorismo solo ha sido accidental, producto de una reacción traumática a los acontecimientos de los 90, pero que no ha hecho carne en nuestra sociedad o por lo menos en sus élites políticas.

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