Opinión

Si a algún sector ideológico, este gobierno debería agradecerle, es a la derecha. Ha sido gracias a ella, a sus voceros mediáticos y políticos, que se han conocido sinfín de entripados y sancochados, los mismos que han podido detenerse (como el último caso del contrato irregular de Petroperú), gracias precisamente a la fiscalización ocurrida.

Nombramientos injustificables, de gente con prontuario antes que curriculum, concesiones mal hechas y con sombras de corrupción, decisiones absurdas y calamitosas (como el anuncio de la Premier del cierre de cuatro operaciones mineras en Ayacucho), y así, todo un rosario de cuchipandas que merced a la labor de auscultamiento de la clase política y la prensa derechistas, este gobierno -suponemos que, con gratitud- ha podido enmendar.

La izquierda, por el contrario, normalmente vocinglera, sensacionalista e hipercrítica de los gobiernos de turno, ha jugado un papel vergonzoso de connivencia y cuasi complicidad con los estropicios cometidos por el gobierno precario e improvisado de Pedro Castillo. Movida por los intereses subalternos de pequeñas cuotas de poder, renunciaron de la peor forma a su anunciado “voto vigilante” por un candidato que ya en campaña insinuaba radicalidad extrema, cercanías filosenderistas y absoluta orfandad programática.

La derecha no ha hecho absolutamente nada que le haya impedido a Pedro Castillo gobernar. Los únicos dos actos de gobierno que se podrían considerar obstructivos, han sido claramente positivos: primero, la denegatoria de las facultades tributarias que el MEF solicitaba (¿cómo se le iba a otorgar carta blanca a un régimen que castiga la inversión privada, principal fuente de recaudación fiscal, para que encimara aún más a tan golpeado sector?) y, segundo, la censura a un ministro como el de Educación, que nunca debió ocupar ese cargo y que ojalá el gobierno encuentre un reemplazo cualitativamente superior y no más de lo mismo.

La derecha peruana, fuera de algunos grupúsculos golpistas, ha jugado un rol democrático fundamental para evitar que el país se descarrile y caiga en la deriva radical bolivariana a la que nos quería conducir, en sus inicios, este gobierno, que hoy empieza a entender, al parecer, que ese camino no le es posible de recorrer sin destrozar previamente el Estado de Derecho y la propia democracia formal.

La del estribo: A ver si, llevados por los buenos vientos navideños, los amigos de la Asociación Alejandro Granda, dan alguna explicación sobre la presunta realización de la ópera Carmen, de George Bizet, que iba efectuarse a finales del 2020, que se suspendió por la pandemia, y que cuando uno se acercaba a pedir la devolución del dinero, respondían que no lo iban a hacer porque el evento había sido postergado para este año, 2021. Pues bien, ya este año tampoco se llevó a cabo, y las páginas oficiales del Festival Granda no dan señales de vida de qué es lo que piensan hacer con los cientos de consumidores que quieren, al menos, una respuesta que aclare el panorama.

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Derecha, Gobierno peruano, Izquierda

Se va el año del Bicentenario, corriendo y sin pagarle la cuenta a una historia engolosinada y jactanciosa. Antes de la Guerra con Chile pensábamos que estábamos en posición de castigar al vecino por invadir Bolivia; al final, el vecino nos hizo expiar cincuenta años de anarquía militar y despilfarro del guano, que sólo sirvió para enriquecer a la argolla civilista y no lo digo yo, lo dijo González Prada a gritos y luego Basadre con un poco más de ponderación ¿nos suena conocida la historia? 

Pero el agónico 2021, el debate no alcanzó a ser ese, ni siquiera los posibles derroteros del desarrollo nacional al inicio de nuestra tercera centuria de vida independiente, tampoco el Covid-19, pandemia fatal que asola el mundo y desnudó el carácter fallido de nuestro Estado. En realidad, la discusión de la vacancia presidencial, colocada en la agenda política mensualmente por la oposición congresal, ha acaparado la atención de los peruanos desde que Pedro Castillo asumiese la presidencia del país. 

En un contexto así, no sorprende que la controversia vargasllosiana ocupe regularmente el centro del escenario de manera reiterada y pueril. Mientras más leo los ensayos del nobel, más brillante me parece. Su Orgía Perpetua le otorga méritos más que suficientes para formar parte de la academia de la lengua francesa, pero mientras más declara más me parece que solo sirve para escribir, como se lo dijese alguna vez su excónyuge. ¿De verdad importa la versión más conservadora del escribidor aparecida al atardecer de su trayectoria? ¿le aporta al debate nacional?

A otra cosa, una conclusión compartida por casi todos en Chile es que el triunfo de Gabriel Boric representa un relevo generacional dentro de su propia izquierda. De hecho, Michelle Bachelet encarna la última representante de un pacto en esencia neoliberal suscrito en 1989 por la clase política chilena en su conjunto, de la que la vieja izquierda no pudo zafarse. Fue la generación de las grandes protestas estudiantiles de 2011, la que contó entre sus líderes con el propio Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson, y que se levantó agitando la bandera de una drástica reducción de los costos de la educación superior, técnica y universitaria, la que hoy ha ingresado por la puerta grande a La Moneda con la votación más importante de la historia del país sureño. 

¿Tenemos realmente una generación que relevar en el Perú? ¿contamos con una generación capaz de reemplazar a quienes hoy constituyen la clase política? Para la mayor parte de la opinión pública el nivel del debate político y de la performance de sus actores es tan bajo que ameritaría su completo recambio, sin discriminación, ni excepción de carácter ideológico. Luego, una generación joven se mostró ante el país en las jornadas de protesta de noviembre del año pasado dejando tras de si a dos héroes, Inti y Bryan, que dejaron la vida luchando en contra de un gobierno cuya ilegitimidad refrendó la mayoría de los peruanos. 

Sin embargo, de allí a asistir a la génesis de un movimiento juvenil de recambio generacional que implique el destierro de las malas prácticas y de la pasmosa mediocridad que pululan, como lugar común, entre quienes nos representan en la función pública, existe un abismo, cuando no un inmenso signo de interrogación. Sin una nueva clase política, a nivel nacional, con una mínima conciencia del servicio público, no hay proyecto de república posible así vengan tantos bicentenarios como queramos. La que hace doscientos años se fundó, y tiene muchas ganas de quedarse, es la republiqueta criolla de Manuel González Prada. 

 

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Bicentenario, política peruana

Para mí, desde el mismo año de la caída de las Torres Gemelas, el 2001, la Navidad nunca volvió a ser la misma, pues ya la familia dispersa no volvió a reunirse después de esa muerte masiva que nos dejó a todos mudos y desolados. 

A partir de ese año, la Navidad empezó a obtener un nuevo significado, adquirió un concepto distinto, más rico que el que yo había sentido desde la infancia. Empecé a entender mejor el sentido de la unión, la salud y el amor de la familia como única ley que debía regir en nuestras vidas. 

Al pasar el tiempo, al crecer y envejecer, la Navidad fue adquiriendo muchos significados, sobre todo ahora ante la presencia del virus del Covid-19 desde marzo del 2020, que ha segado tantas vidas y nos mantiene de puntillas para evitar contagios que pueden ser fatales.

Antes, siempre estaban los recuerdos preciosos, fiestas, regalos, cenas con pavo y chocolate. Pero el trasfondo verdadero de esas celebraciones fue un hallazgo que solo fui descubriendo con el tiempo y ante la presencia del dolor, especialmente el 2001 y durante el 2020 y 2021. Es como si el destino nos golpeara para recordarnos lo precaria que es la vida y que nunca estamos sobre esta tierra sino de paso y por corto tiempo.

Para algunos de nuestros poetas emblemáticos como César Vallejo, la “Nochebuena”, la primera venida de Cristo encierra un sentimiento semejante:

NOCHEBUENA 

Por César Vallejo

Al callar la orquesta, pasean veladas

sombras femeninas bajo los ramajes,

por cuya hojarasca se filtran heladas

quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,

grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

Charlas y sonrisas en locas bandadas

perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;

y en la epifanía de tu forma esbelta,

cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,

canturreando en todos sus místicos bronces

que ha nacido el niño-Jesús de tu amor. 

Al crear con el lenguaje imágenes vívidas y coloridas, llenas de sonoridad e ilusión, con la paz, el amor y la armonía como mayores motivos, Vallejo nos recuerda que la fuente de toda salvación son el amor y la solidaridad. Aun si se trata del amor de pareja, como en el soneto vallejiano, la Navidad es fuente de esperanza en los momentos más duros.

El 25 de diciembre acaba de pasar, pero nos deja una lección clara: que debemos buscar siempre esa recarga espiritual de una Navidad más equitativa y menos comercial y discriminadora por el resto de nuestros días. Hay que apuntar a un mundo mejor, donde todos podamos caminar hacia un mismo objetivo cada día. La Navidad nos recuerda todo eso y lo hermoso de la unión, pero también nos pone alertas sobre el peligro constante de la tragedia y la injusticia.

Que tus raíces familiares y amicales se mojen y renazcan. Que encuentres el sendero de la lealtad. Que la Navidad, en suma, te dure todo el año.

 

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Covid-19, medidas covid 19, Navidad

Hemos estado obsesionados con productividad y eficiencia. ¿El ideal? Gordon Ramsey con una sonrisa gozosa, que mezcla inspiración y transpiración para producir el manjar soñado. 

La gran pregunta: ¿cómo administrar nuestro tiempo?, ¿qué hacemos, a qué prestamos atención y cómo distribuimos nuestras acciones a lo largo de 2 billones de latidos de nuestro corazón?

Es lo que dura el tic tac de una vida promedio actualmente. El cuádruple que el hámster, el eléctrico animalejo que usamos como metáfora de la vida moderna. Entre el regalo de haber nacido y el final del partido, le hemos sacado la vuelta a la naturaleza y recibido un bono: latimos el doble que el elefante o la ballena azul, que es lo que nos correspondería. 

Pero entre que hacemos todo por que el cucú salga lo más posible, que sus trinos suenen a permanente felicidad y no se pierda nada, ni cuando está adentro ni cuando está afuera, nos hemos convertido en gerentes de logística y permanentes administradores del futuro. ¿Resultado? Vidas provisionales que parecen estar permanentemente a punto de comenzar y que siguen teniendo el sabor a proyectos adolescentes. 

Felizmente están los asistentes electrónicos, los calendarios inteligentes, los algoritmos que permiten reservar mesa en el restaurante, comprar productos, navegar el clima, encontrarnos con clientes y proveedores en cualquier lugar de la nube o de la tierra, llegar a cualquier dirección sin conocer el terreno. Es la ilusión de controlar casi todo y vivir frente a un permanente bufé de planes irrestrictos.

Hasta que nos topamos con ese virus que no se entiende y una de cuyas mutaciones ha encontrado la manera de contagiar a todos con una cachetada, que no necesariamente termina en KO, pero que deja groguis a muchos al mismo tiempo.

En los últimos días —yo mismo aislado y mis planes torcidos por el contagio— constato un patrón en mis pacientes de todas las edades. Ya no es el temor de la enfermedad y sus síntomas —muchos están haciendo lo posible por acoger al Ómicron—, ni el miedo a la muerte. Es el terror al cambio de reglas, las restricciones, las cancelaciones, la parálisis, el atascamiento, a lo que podríamos apodar tartamudez logística. 

No es que no haya demanda ni deseos —¡vaya que los hay!— sino que demasiados de quienes sostienen la oferta —recién ahora nos damos cuenta de que existen y lo importantes que son y lo poco que los reconocemos en todos los sentidos de la palabra— están fuera de juego, seguro provisionalmente pero durante el mismo lapso. 

Volviendo a la administración del tiempo. Quizá sea momento de reconsiderar la importancia del ahora, del ahorita, y lo que hay y es, abandonar la planificación obsesiva de la felicidad, escoger solo un par de platos del menú —la palabra decidir comparte una lejana raíz con matar, cortar, homicidio y suicidio— y gozar los latidos de nuestro corazón sin pensar en el futuro. ¿El objetivo? Ser dueños de nuestro presente.  

Oye Siri. No contesta. Quizá sea mejor. 

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felicidad, Planificación, vitalidad

En Alemania la soledad es un problema social. Con una población de unos 83 millones de habitantes, hay 17.6 millones que viven en hogares unipersonales, es decir, solos. Unos 9 millones son mujeres, la mayoría de ellas por encima de los 80 años de edad, lo cual es de esperarse dado que la esperanza de vida femenina —en promedio 83.4 años— es mayor que la de los varones —en promedio 78.6 años—. Si tomamos en consideración sólo a las personas mayores de 65 años, un tercio de ellas —unos 5.9 millones— viven solos entre sus cuatro paredes. En total, más del 20% de los varones viven solos, siendo el grupo mayoritario el de quienes están entre los 20 y los 39 años, lo cual incluye a estudiantes, a personas que recién se inician en el mundo laboral, pero también a solteros por otras razones, a divorciados y a separados.

Los hogares unipersonales constituyen la forma de vida más común en Alemania, seguida de los hogares bipersonales. En Berlín, la capital, la cosa es extrema, pues uno de cada dos hogares es unipersonal. Según las estadísticas, entre 1991 y 2019 el porcentaje de hogares unipersonales en Alemania se elevó de 34% a 42%, mientras que los hogares donde viven 5 o más personas se redujeron de 5% a 3.5%.

Sin embargo, eso no quiere decir que los alemanes que viven solos suelan estar satisfechos con su soledad. Frecuentemente buscan compañía o momentos de encuentro con otras gentes ya sea a través de actividades recreativas o iniciativas de ayuda social, ya sea participando en las diversas festividades colectivas que tachonan la geografía regional germana. De ahí la importancia que revisten en este país los mercados navideños, que no son sólo escaparate de objetos artesanales y utilería navideña de calidad, sino también espacios donde la gente acude para socializar, para conversar con amigos y vecinos, para escuchar eventualmente melodías navideñas interpretadas por grupos de música regional, mientras disfrutan de un pan con salchicha o con pescado frito apanado, entre sorbos de vino caliente aromatizado con especias. Lamentablemente, los mercados navideños que habían abierto entre fines de noviembre e inicios de diciembre han tenido que ir cerrando sus puertas debido a la crítica situación de contagios por la pandemia de coronavirus.

Por otra parte, ir de compras actualmente puede convertirse en una molestia continua, pues existe la obligación de mantener la distancia y llevar mascarilla médica, además de presentar un certificado de vacunación completa —por lo menos dos dosis— o de estar recuperado de la enfermedad. En algunos locales públicos, como restaurantes, es requisito también presentar el resultado negativo de un test rápido que no tenga más de 24 horas de antigüedad. Sólo en negocios de víveres —como supermercados— y farmacias puede entrar cualquiera cumpliendo el único requisito de guardar distancia y usar la mascarilla de precepto.

Hay que tener en cuenta que en Alemania la Nochebuena transcurre en el pequeño núcleo del hogar, lo cual significa que millones de alemanes pasan ese momento completamente solos. Aunque han habido anteriormente iniciativas de los municipios, sobre todo en grandes ciudades, para congregar en una celebración navideña pública a quienes no tiene otra compañía que la soledad, la pandemia ha echado por tierra esta posibilidad.

Y aunque por motivo de las celebraciones navideñas se van a realizar servicios religiosos, éstos también se ven amenazados de realizarse a la sombra de la desolación. Habrá un aforo máximo de pocas personas, no estará permitido prender la calefacción en una época en que el frío penetra la piel hasta el alma, no se podrá cantar y, por supuesto, la distancia y la mascarilla serán obligatorias. Además, hay que inscribirse previamente para poder asistir a un servicio religioso y llenar un formulario con los datos personales, a fin de poder hacer un seguimiento en caso de que alguien resulte infectado.

Aún así, lo peor parece estar por venir, pues el actual gobierno alemán ha decidido posponer medidas más severas hasta después de la Navidad, lo cual ha generado críticas, pues el virus no descansa nunca, ni siquiera cuando todos ansían tener un remanso de paz en estas fiestas de fin de año. A partir del 28 de diciembre sólo podrán reunirse máximo 10 personas si todos están vacunados o se han recuperado de la enfermedad. Una persona que no cumpla con por lo menos uno de estos dos requisitos sólo podrá reunirse con las personas de su propio hogar más dos personas de otro hogar privado. Podrán usar el transporte público sólo vacunados, recuperados o personas con un test rápido no más antiguo de 24 horas. Clubs y discotecas deberán permanecer cerrados; otros locales sólo podrán admitir a vacunados o recuperados, con la excepción de negocios de productos de primera necesidad. La venta de fuegos artificiales estará prohibida.

Aunque la mayoría de los alemanes se muestra a favor de una vacunación obligatoria, ya han habido en varias ciudades manifestaciones no autorizadas —y, por lo tanto, ilegales— de paseantes “espontáneos” —convocados por grupos antivacuna a través de las redes sociales— que han mostrado una agresividad pocas veces vista, agrediendo incluso a policías que sólo buscaban hacer cumplir las normas de higiene vigentes durante la pandemia.

En medio de tanta desolación siempre hay iniciativas creativas que buscan mantener vivo el espíritu navideño, tan apreciado por los alemanes, tanto creyentes como no creyentes. Una de ellas han sido los desfiles de tractores navideños en regiones rurales. Y yo he tenido el privilegio de ser testigo de unas estas caravanas motorizadas. El día sábado 19 de diciembre, a eso de las 5 y media la tarde, cuando ya había oscurecido, escuché ruido en la calle principal del pueblo de Kleinfischlingen, donde vivo. Me asomé a la ventana y vi tractores y algunos camiones —unos 50 vehículos en total— pasar adornados con luces de colores, arboles de Navidad, algunos con figuras de Papa Noel o con algún paisano que se había vestido como tal, acompañados de sonidos de bocinas entre música navideña que salía de algunos altavoces, mientras alguna familias con niños pequeños saludaban al borde de la calle y todo el aire se llenaba de una alegría que alejaba cualquier sombra de desolación, alegría que se prolongaría a lo largo de las horas que duraría el desfile en su paso a través de los pueblos. Así como yo, supongo que varios habrán llorado de emoción al sentir en estas épocas aciagas la solidaridad de los agricultores y granjeros alemanes con este gesto que muestra cuán hermoso puede ser el corazón humano.

Pasé el 22 de diciembre con los vejitos y viejitas de la residencia de ancianos donde trabajo, en una celebración pre-navideña, al lado de una señora que lloraba recordando las celebraciones navideñas en familia, un pasado que ya fue. Porque los moradores de este asilo también son sobrevivientes de otras épocas más felices, cuando todos los miembros de la familia aún estaban vivos y los hijos no se habían marchado del hogar. Ahora sólo queda una soledad que comparten con otros residentes, y que puede ser mitigada en algo gracias al cariño y la dedicación de los que trabajamos allí.

Sea que se celebre el nacimiento del Niño Jesús en Belén —aunque históricamente no pueda determinarse en qué fecha nació ni tampoco dónde—, sea que simplemente uno se deje llevar por el espíritu particular que se vive en estas épocas con una mitología nacida de la fantasía literaria en torno al personaje de Papá Noel, sea que se experimente este tiempo como un momento mágico de encuentro familiar, de paz y de reconciliación, la Navidad suele ser tanto para creyentes —algunos de los cuales reivindican fanáticamente sus derechos de propiedad sobre esta fiesta— como para no creyentes un espacio de luz, donde aflora una sensibilidad que suele estar dormida el resto del año y qué se expresa en unas líneas utópicas de la canción “Bienvenida Navidad” (1967) de Palito Ortega:

«La gente se quiere mucho el día de Navidad,

qué lindo que todo el año la gente se quiera igual».

Esto es quizás lo más importante en esta desolada Navidad. Aunque, ante las decepcionantes miserias que caracterizan la condición humana, se trate sólo de un deseo y una esperanza.

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Navidad

Una de las banderas principales que la izquierda enarbola en el mundo es el de la provisión de una salud pública eficiente, digna, capaz de contribuir a la creación de ciudadanía.

Porque, efectivamente, no hay mejor forma de hacerle sentir a la población que el Estado se preocupa por su bienestar y considera a sus compatriotas ciudadanos de primera clase, que proveerle de salud y educación gratuitas de primer orden, competitivas y comparables a las que pueda ofrecer el sector privado.

Bueno, pues, la pregunta que, al cabo de cinco meses de gestión, cabe hacerle al ministro de Salud, Hernando Cevallos, es qué está haciendo al respecto. Porque la logística de la vacunación, que viene funcionando adecuadamente, suponemos que no genera un desvelo de tiempo completo en el titular de la cartera, ya que habrá funcionarios subalternos encargados de velar por el eficaz cumplimiento de los planes anticovid.

¿Se va a integrar por fin el Minsa con EsSalud, eliminando la contribución que hace el empleado, bajo retención de su sueldo, a un sistema de seguro, práctica absolutamente antitécnica (como la de las AFP)? ¿Se va a integrar el SIS al resto o a universalizar? ¿Se ha previsto partidas presupuestales para compensar la pérdida de ingresos de EsSalud? ¿Entre las prioridades que el gobierno se ha trazado, con las facultades delegadas, está esa reforma en la salud pública?

Al año se producen en el Perú, 70 millones de actos médicos, de los cuales 50 millones deben ser públicos, señalan los expertos. Casi 150 mil contactos médicos diarios en algún hospital, posta o centro de salud estatal. Y, me atrevo a señalar, en el 80 o 90% de esos contactos, el trato que el paciente y su familia reciben debe ser indigno. No les dan medicamentos porque no hay, no les dan citas porque están topadas, no les entregan camas porque son insuficientes, no los operan porque no hay médicos o salas disponibles; las muertes o daños médicos por cualquiera de esas causas debe superar ampliamente a aquellas que inevitablemente se deberían producir.

En suma, nuestra salud pública es una fábrica de peruanos antisistema, irritados con el Estado, prestos a cualquier narrativa antiestablishment, que sienten y resienten una situación que los coloca como ilegales dentro de su propio país.

¿Está haciendo algo al respecto el gobierno izquierdista de Castillo? Que se sepa, nada. Un ejemplo más de la pasmosa mediocridad gubernativa, medida, inclusive, bajo sus propios parámetros ideológicos.

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antiestablishment, Estado, Salud pública

Desde hace ya varias décadas, la avalancha publicitaria y el mantenimiento de una serie de «tradiciones» que más bien son distorsiones configuran el concepto de lo que significa la Navidad para el mundo moderno. Algunas de estas distorsiones fueron excelentemente descritas, hace algunos años, por el periodista Wilfredo Ardito en un artículo titulado «La fiesta de la nueva fe», que publicó originalmente en un blog de la Católica y yo recuperé en mi propio blog, Quiero Hablar

Pero entre todas esas cosas que se alejan tanto de la Navidad, entendida tanto por creyentes como por no creyentes como la celebración del nacimiento, en medio de una pobreza y una humildad que actualmente viven en carne propia cientos de miles de seres humanos, de Jesucristo. En medio de todas esas tradiciones que se confunden y revuelven hasta casi perderse entre las exageraciones de la modernidad, hay una que se mantiene inalterable: escuchar música navideña. 

Los Villancicos o Canciones de Navidad permanecen entre nosotros llenando el ambiente de una alegría infantil, esa ilusión que nos conecta con aquellas cosas inocentes cada vez más extraviadas en los pantanos farragosos en los que se encuentra sumergida nuestra sociedad de consumo y farándula. Y, en estos tiempos de COVID-19 que, a las presiones marketeras del regalo inevitable, la cena familiar y la paranoia de la inseguridad ciudadana, ha sumado nuevas obligaciones (uso de mascarillas, muestra de carnet de vacunación, toque de queda) y temores (la variante Omicrón) a estas fechas, entregarse a la escucha de estas eternas melodías navideñas puede resultar inspirador y relajante, sin caer en la cada vez más desfasada historia de un contexto religioso o espiritual en el que las nuevas generaciones no solo ya no confían sino que ni siquiera tienen interés por conocer o por lo menos entender en este siglo 21, en que el hedonismo y el materialismo irreflexivo dominan las relaciones humanas y sus nociones de éxito, felicidad y realización. 

Hay Villancicos en español y en inglés, en francés y en alemán, en quechua y en checo. Los hay en ritmo de rondas infantiles, salsa, cumbia, rock, jazz y hasta chill-out o heavy metal. Pero ¿qué es exactamente un Villancico? Desde siempre he tenido clara la diferencia entre un Villancico y una Canción de Navidad. Cuando escuchaba a los niños del Coro del Colegio José Pardo de Chiclayo –la recordada Ronda de Pascua que organizó, a mediados de los sesenta, el sacerdote español R. P. José María Junquera- cantando Los peces en el río decía que era un Villancico pero si era la orquesta de Ray Conniff tocando Winter wonderland decía que era una Canción de Navidad. 

Y argumentaba que el «villancico» provenía de España o de Latinoamérica mientras que los otros eran temas compuestos para la Navidad en algún otro país europeo o en EE.UU., pero no se les podía llamar «villancicos». De hecho, esa explicación no es falsa en absoluto, pero parte de una premisa errónea: que el origen del villancico es navideño. Eso no es verdad. 

Si bien es cierto «villancico» es el vocablo genérico que usamos para identificar a todas aquellas melodías que hablan de la Navidad, ya sea desde el punto de vista religioso (el nacimiento de Jesús, el portal de Belén, la llegada de los Reyes Magos, etc.), desde las narrativas divertidas que se hacen a partir de ciertos símbolos relacionados a la Navidad, generalmente importados del hemisferio norte (el árbol salpicado de nieve, Papá Noel y toda su parafernalia fantástica) o desde la reflexión (la felicidad de la época, la unión familiar, la esperanza por tiempos mejores, etc.) su origen no está necesariamente ligado a esta celebración católica cristiana.

Originalmente, el término «villancico» surge para denominar las canciones comunales entonadas por los «villanos». Ojo, no estoy hablando de los malvados personajes de tus series favoritas de Netflix sino de los habitantes de las villas de la Europa medieval, y cuyos temas eran más bien de tipo costumbrista y celebratorio mas no necesariamente religioso. En España, antes de llamarse «villancicos» a estas canciones se les conocía como «villancetes» o «villancejos». En países como Alemania, Francia e Italia se comienzan a asociar las canciones de las villas a los temas religiosos y así fue como, poco a poco, el villancico se fue convirtiendo en lo que actualmente es.

En inglés, el término equivalente es «carol», galicismo proveniente de «caroler», que en nuestro idioma refiere al acto de bailar en grupos organizados en círculos (como las «rondas» de los niños). Los carols, ciertamente más contemporáneos que los villancicos clásicos, enfocan sus temas hacia aspectos más lúdicos y fantasiosos de la simbología navideña, como puede verse en la infinidad de películas dedicadas al tema, desde la clásica El milagro de la calle 34 (George Seaton, 1947) hasta las más de 130 producciones para la televisión del canal Hallmark, que comenzaron en el 2009. 

Por ejemplo, la popular canción Rudolph the red nose reindeer (Rudolph el reno de la nariz roja), basada en un cuento escrito por Robert L. May en 1939. Compuesta por Johnny Marks, cuñado de May, la historia encierra, además del mensaje navideño, una enseñanza: Rudolph, el reno más pequeño del trineo de Santa Claus, es una especie de freak, un fenómeno cuya nariz tiene un intenso brillo rojo. Los demás renos se burlan de él, pero Santa Claus lo reivindica poniéndolo al frente del trineo, para que lo guíe con su extraño talento en la oscura noche de Navidad.

Uno de los villancicos más populares y antiguos es Noche de Paz (Silent night, en inglés, aquí en versión de André Rieu y su orquesta), cuyo título original es Stille nacht, heilige nacht y data de comienzos del siglo XIX. La letra fue compuesta por Joseph Mohr, párroco de un pequeño pueblo de Austria y la melodía, por Franz Gruber, profesor de música de la villa. Otro tema clásico del cancionero navideño es Joy to the world, basado en una de las partes del famoso oratorio El Mesías (1742) del compositor alemán-británico George Friedrich Haendel (1685-1759). La lista de villancicos es larguísima, así como la cantidad de artistas y versiones, instrumentales y cantadas en distintos idiomas, que existen de cada uno de ellos. Algunos de ellos se han convertido en verdaderos clásicos de la música a nivel mundial y están fuertemente internalizados en el imaginario colectivo.

Además de las mencionadas, no podemos olvidar las tiernas melodías escritas por el baladista español José Luis Perales –Navidad (1988), Canción para la Navidad (1974)- o el triste clásico del nuevaolero argentino Luis(ito) Aguilé, Ven a mi casa esta Navidad (1969), de inevitable rotación en radios, incluso en estos tiempos de basura reggaetonera y cumbias cacofónicas. Para marcar la diferencia, Silvio Rodríguez compuso, en 1994, Canción de Navidad. Todas contienen esa vocación latinoamericana por la ternura y la búsqueda de justicia para los que menos tienen. La excepción a esta regla es, por supuesto, el éxito crossover de 1970 Feliz Navidad, del portorriqueño José Feliciano que hasta ahora se escucha en el mundo entero.

En cambio, en inglés, desde las saltarinas Deck the halls (1862) -que han interpretado todos, desde los Muppets hasta Ted Nugent– o We wish you a Merry Christmas, del compositor británico Arthur Warrell quien la escribió a fines del siglo 19, hasta All I want for Christmas is you de Mariah Carey (1994) -el segundo single navideño más vendido de la historia después de White Christmas de Bing Crosby (1942)- o los modernos álbumes del quinteto vocal Pentatonix, todas muestran un lado más luminoso -incluso en sus extremos melancólicos- y hasta juguetones de esa navidad que se niega a morir. 

Tres recomendaciones fuera de programa: los asaltos navideños de Willie Colón y Héctor Lavoe (1970 y 1973); el álbum Christmas Jollies (1976) del colectivo de músicos de sesión The Salsoul Orchestra, muy conocidos en la era disco; y los ejercicios de metal neoclásico de The Trans-Siberian Orchestra, combo norteamericano por el que han pasado guitarristas como Alex Skolnick (Testament) o Al Pitrelli (Megadeth). Hay muchísimas otras opciones, pero quedaría demasiado largo el listado.

Es cierto que, aquello que conocemos como «el espíritu de la Navidad» se ha perdido entre tarjetas de crédito, tráficos estresantes, asaltos a mano armada, ofertas y frenéticas campañas de marketing, cada vez más encanalladas y agresivas, pero también es cierto que si uno se aísla por un breve instante de todo el bullicio consumista y se pone a escuchar villancicos o carols que, a la larga, también terminan siendo accesorios cuando son aprovechados por oportunistas o desnaturalizados en versiones ridículamente malas pero con harto «potencial comercial y masivo», ese espíritu infantil, sencillo y humilde vuelve a llenar el ambiente gracias al maravilloso poder de la música.

 

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25 de diciembre, canciones, Navidad, villancicos

-Que, dicho sea con ironía, el presidente Castillo sufra una descompensación grave, que vea de cerca la muerte, y así tal vez se ilumine respecto de las graves responsabilidades que le toca desempeñar y a futuro las ejerza, por ende, con sentido de responsabilidad y con la entereza moral que hasta ahora, en casi cinco meses de gestión, no logra exhibir.

-Que la derecha peruana sea capaz de construir una pronta alternativa electoral, distinta a la fórmula tripartita ya desgastada de Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga y Hernando de Soto. Se necesitan nuevos cuadros, voces frescas, propuestas originales y seductoras, capaces de contrarrestar la demagogia implícita en la mayoría de propuestas radicales.

-Que algún día la izquierda peruana entienda que puede ejercer un gobierno de cambios estructurales sin afectar la economía de mercado y el flujo capitalista normal. Ya le costó, en el caso peruano, dos décadas, aquilatar el valor de la democracia (en los 80s buena parte de la izquierda, hoy formal y electoral, creía aún en la lucha armada); ojalá le cueste menos tiempo entender que la dinámica de las inversiones privadas es el motor de la economía, sin el cual no hay políticas sociales ni redistributivas posibles.

-Que haga carne alguna organización política liberal, que haga suyas no solo las banderas del libre mercado sino también de la institucionalidad democrática y los derechos civiles. Tanto libertario iletrado pulula por estos lares que están logrando distorsionar la imagen de una correcta propuesta liberal. Y como deseo adicional, ojalá esta alternativa tenga éxito electoral y alcance una votación si no triunfal, al menos protagónica en los próximos comicios.

-Que no surja ninguna nueva variante del Covid-19, que sea más letal que las sufridas hasta el momento, y podamos empezar el camino de la vuelta global a la normalidad, como ahora parece. Lo ocurrido ha sido de espanto y va a dejar huella en varias generaciones durante el siglo que corre.

-Que el periodista Christopher Acosta gane el juicio irracional que le ha entablado César Acuña (el líder de APP haría bien en desistir del mismo) y que Paola Ugáz salga bien librada del cargamontón judicial que le han lanzado los turiferarios del Sodalicio.

-Por último, que este año entrante campeone la U, preparando el terreno para el que debe ser un año triunfal imperativo, como es el 2024, en las celebraciones del centenario. Felizmente, los advenedizos de Gremco ya perdieron poder -ojalá salgan, inclusive, como corresponde, de acreedores-, y, por ende, se puede esperar un manejo administrativo no solo decente sino con la camiseta crema bien puesta.

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Celebraciones, Navidad, pedidos navideños

Han sido publicadas las películas preseleccionadas para candidatear por los premios Oscar. La lista nos excluye nuevamente de la competencia, a pesar de habernos presentado con una película de la pericia de Manco Capac. 

15 son las cintas anunciadas, de las que finalmente quedarán 5 nominadas a mejor película extranjera. 

En esta ocasión, además de haber quedado rezagados en el camino, ninguna otra película de esta parte del mundo ha sido seleccionada. Recordemos que el año pasado el film chileno El agente topo llegó con grandes expectativas a la alfombra roja, gracias a su nominación como mejor documental. 

Ha quedado también fuera de competencia un film argentino que venía con grandes expectativas. El prófugo dirigido por Natalia Meta y que cuenta en el reparto con la reconocida Cecilia Roth. Es un thriller psicológico que ha representado a la Argentina en el Festival de Berlín y que ha obtenido excelentes críticas. 

Dentro de los films preseleccionados al Óscar de habla extranjera, figuran tres hispanos. 

La mexicana Noche de fuego, dirigida por Tatiana Huezo, ha recibido una mención especial en el Festival de Cannes y un premio en el Festival de San Sebastián. 

Plaza catedral es la representante de Panamá, dirigida por Abner Benain y cuyo protagonista Xavier de Casta fue asesinado antes de recibir el premio por su actuación en el Festival de Guadalajara, cuando tenía 14 años. 

Por último, la española El buen patrón de Fernando León de Aranoa, estelarizada por Javier Bardem y Almudena Amor. Viene con 20 nominaciones a los premios Goya y con buenos resultados a nivel de taquilla en España. 

La crítica internacional apuesta por Drive my car de Japón. El círculo de críticos de Nueva York la ha calificado como la mejor película del 2021, no solo de habla extranjera. Selección poco habitual para este grupo selecto de analistas cinematográficos, al reconocer una cinta de no habla inglesa. 

Otra favorita es la italiana, Fue la mano de Dios. Dirigida por Paolo Sorrentino, quien tiene un Oscar en su haber a mejor película extranjera el año 2013 por  La gran belleza. Fue la mano de Dios está considerado como el film más personal y dramático del director. Viene además de ganar el Festival de Venecia con el Gran Premio del Jurado. La cinta se encuentra en Netflix. 

Esta lista de preseleccionados continua con films de Irán: A Hero, triunfadora en el Festival de Cannes con El Gran Premio. Great Freedom de Austria, Playground de Belgica, Lunana: A Yak in the Classroom de Bhutan, Flee de Dinamarca, Compartment No. 6 de Finlandia, I’m Your Man de Alemania, Lamb de Islandia, Hive de Kosovo y The Worst Person in the World de Noruega. 

La lista final se dará a conocer el 8 de febrero. Mientras la ceremonia de los premios de la Academia se llevará a cabo el domingo 27 de marzo.

El año pasado nos presentamos con el film nacional Canción sin nombre que tampoco pasó los filtros necesarios para llegar al Oscar.  Sin embargo, actualmente ha sido nominada para los premios Goya. Importante reconocimiento en el viejo continente que tendrá su desenlace el próximo 12 de febrero. Donde compite con  La cordillera de los sueños de Patricia Guzmán representando a Chile, Las siamesas de Paula Hernández  por Argentina  y Los lobos de Samuel Kishi de México.

Independientemente de ganar un Oscar, las películas peruanas seleccionadas para representarnos en los últimos años en la Academia, como Canción sin nombre y Manco Cápac seguirán cosechando reconocimientos alrededor del mundo. La apuesta por un cine que construye identidad y que se desprende de estereotipos impuesto por una cultura hegemónica debería seguir siendo la tendencia que encontremos en nuestras salas de exhibición. 

Premios Oscar PERÚ

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