Opinión

Si escala la denuncia de anoche del programa Cuarto Poder, respecto de beneficios insólitos a visitantes de la casa del hermano de Dina Boluarte, Nicanor, como ha sido el caso del alcalde de Nanchoc (provincia de San Miguel, en Cajamarca), Nixon Hoyos, cuyo municipio, luego de visitar el domicilio del hermanísimo, recibió la friolera de injustificados 20 millones de soles, habiendo municipios más grandes que recibieron menor suma de dinero, nos podríamos enfrentar a una situación similar a la que agobió al régimen de Castillo cuando se descubrió su despacho paralelo en el jirón Sarratea.

Ya se sabía desde hace tiempo que el hermano de la presidenta ejercía un poder político mayor al que su condición le concedía y que, inclusive, se permitía disputarle cuotas de poder al premier Alberto Otárola, con quien no se llevaría muy bien y con quien más de un encontronazo se habría generado.

Resulta increíble, por cierto, que la primera mandataria, Dina Boluarte, no parezca haber aprendido de la experiencia reciente de su antecesor y cometa el mismo error de permitir la injerencia de personajes en la sombra, fuera del organigrama del poder, en decisiones de gobierno.

¿Podría ser causal de vacancia? Si se descubren más hechos, sí. Y al Congreso no le debiera temblar la mano y a las temerosas y miopes cúpulas empresariales no debería asustarles que eventualmente se produzca un recorte precipitado del mandato y el respectivo adelanto de elecciones.

La mediocridad del régimen es galopante y está colocando los cimientos para que el 2026 aparezca un candidato radical disruptivo. Dina Boluarte no va a remontar la pendiente del descrédito y, por lo que se ve, no le interesa hacerlo.

Un adelanto de elecciones convendrá al sector que va del centro a la derecha, porque el desprestigio del gobierno -identificado por los sectores populares como una coalición derechista- drena sus posibilidades electorales. Y, además, tendría el efecto virtuoso de reducir la baraja de candidatos que se asoman en el sector (hoy, hay al menos 21 en plan de postular), permitiendo así que alguno de ellos, o dos si fuera el caso, pasen a disputar la jornada definitoria.

Si la corrupción se enseñorea de la administración Boluarte y la toca a ella directamente, es mejor cortar por lo sano, y acabar con esta agonía de un establishment que sólo está generando una agudización de la crisis política, económica y social.

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Haría bien el Congreso en ya no volver a darle permisos a la presidenta Boluarte para viajar al extranjero. Las mentiras con las que ha sostenido sus viajes anteriores -todos ellos perfectamente inútiles para los intereses nacionales- la desacreditan para volver a las andadas.

Que viaje la presidenta, pero al norte, donde las obras de prevención contra el fenómeno del Niño no avanzan al paso debido, al sur, donde la gente la aborrece, pero donde, justamente por ello, es menester reconstituir la imagen presidencial.

Que se quede en Lima y se aboque a reunirse con su ministro de Economía y busque algún remedio a la crisis económica que transitamos y que radica básicamente -además de las políticas contractivas necesarias del BCR- en la ausencia de confianza del sector empresarial para invertir; que haga lo propio con su ministro del Interior, a ver si encuentra una fórmula, que no sean los populistas estados de emergencia, para aliviar la ola de crimen organizado que agobia a la ciudadanía en todo el territorio nacional; que coordine una agenda de supervisión con la ministra de Vivienda para constatar in situ qué pasa con los presupuestos destinados a la prevención del Niño y que no se gastan como es esperado.

La oposición no existe y eso parece que le da tranquilidad a la gobernante para hacer lo que le venga en gana, con absoluta impunidad. Pero viene creciendo en el hemiciclo una sensación de malestar y fastidio por lo que consideran una conducta insidiosa de Palacio. La estabilidad mediocre que se ha instalado, de la mano del Ejecutivo y del Congreso, puede romperse si esa alianza tácita entre ambos poderes se empieza a resquebrajar.

Sería bueno que algo semejante ocurra. Sin una oposición que le marque la agenda al gobierno vamos camino a una mayor crisis económica, política y social, con las imprevisibles consecuencias electorales que ello generará para el 2026. Con una oposición más beligerante, lo natural, como sucede en toda democracia que se respete, es el que gobierno sometido a exigencia, mejore, no que empeore. Ello sería una buena noticia y podría cambiar el rumbo de colisión al que vamos, a paso fijo, para los próximos comicios.

La del estribo: nunca imaginé el placer de leer a Shakespeare en su versión original. Lo acabo de hacer, con Romeo y Julieta, la tragedia acontecida en Verona, narrada, como obra de teatro, por el genio británico, gracias, una vez más, a la agenda maravillosa del Club del Libro que dirige Alonso Cueto. Entre a Patreon y allí lo encuentra. Lo recomiendo.

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alianza tácita, conducta insidiosa, Crisis económica, Dina Boluarte, viajes

[MÚSICA MAESTRO]  ¿Qué banda del periodo dorado del rock norteamericano -rotulado, de manera indistinta en la prensa especializada, como «arena rock» o «rock de estadios»- ha sido capaz de llevar al formato de canciones algunas de las fantasías más recurrentes en el público masculino? La respuesta inmediata es el quinteto bostoniano Aerosmith que viene, desde 1972, soltando un desprejuiciado y hasta anacrónico blues rock con ligeros tintes de hard rock y heavy metal, cargado de imágenes que son tan machistas que ya hasta risa dan. Y, a un tiempo, son también tremendamente improbables.

Steven Tyler (voz, armónica, piano, 75), Joe Perry (guitarra, coros, 73), Brad Whitford (guitarra, 71), Tom Hamilton (bajo, 71) y Joey Kramer (batería, 73) han estado juntos el 90% de esas cinco décadas, constituyéndose en una de las alineaciones más estables y reconocibles en la evolución de este subgénero rockero que ha logrado ubicarse a mitad de camino entre Led Zeppelin, The Rolling Stones y ZZ Top, para ser inspiración en su camino de agrupaciones posteriores como Guns ‘N Roses, Motley Crue y Lenny Kravitz, solo por citar tres ejemplos.

Curiosamente, a pesar de haber iniciado su trayectoria el mismo año que otros grupos de rock clásico como Queen, Kiss o Styx, solo los muy enterados logran identificar a Aerosmith como una banda setentera, a pesar de que en esa década publicó algunos de sus mejores discos. Ni siquiera su revolucionaria colaboración, en 1986, con los raperos Run DMC para reactualizar uno de sus emblemas, Walk this way, una década después del lanzamiento original de este funk-rock callejero incluído en el LP Rocks (1976), los hizo entrar al panteón del «rock de los ochenta». Fue durante los siguientes diez años que el maleteado quinteto cosechó sus mayores triunfos comerciales, merced a la creación de ciertas escenas que poblaron (y pueblan) la imaginación de adolescentes y adultos de todas las edades, niveles económicos y procedencias.

Seamos sinceros, ¿a cuántos hombres comunes y corrientes les ha ocurrido, en sus vidas cotidianas, que la mujer de sus sueños -que, en muchos casos, no es nadie más ni nadie menos que sus parejas oficiales- los arrincone, con arrebatado entusiasmo, en la cabina de un ascensor? Eso, que solo le ha pasado a un puñado extremadamente minoritario de iluminados el mundo (y a miles en las películas), fue insumo para Love in an elevator, una de las canciones que puso a Aerosmith a competir, codo a codo y durante años, con los barones del grunge y el nu metal, con su estilo anclado en el hard rock que los vio nacer y crecer. El tema de marras está incluido en su décimo álbum Pump (1989) y, como Joaquín Sabina en su canción Aves de paso (Yo, mi, me… contigo, 1996), que estampa la misma escena con una de sus frases de zorro viejo -«la peligrosa rubia de luto que sudó conmigo un minuto tres pisos…»- recreó el lance, muy al estilo gringo, solo con una pregunta de dos palabras, aunque ciertamente con un sentido más procaz: «Going down?»

Steven Tyler, que bien podría pasar como el hermano norteamericano de Mick Jagger por su parecido físico -la delgadez, la boca, los movimientos- es el rostro y vocero principal de Aerosmith y, a pesar de que el grupo sea una reconocida unidad de funcionamiento en conjunto, nadie sería capaz de imaginar a la banda con otro vocalista al frente. Hasta Joe Perry, el extraordinario guitarrista que antecedió una década a Slash en aquello de cubrirse la cara con los pelos y tocar la Gibson Les Paul con pasión bluesera como si la existencia del planeta dependiera de ello, estuvo fuera un tiempo -fue reemplazado brevemente por Jimmy Crespo en 1982- y el grupo siguió adelante. Pero, por supuesto, como ocurre con Jagger y Richards en los Stones, no hay imagen más icónica del Aerosmith clásico -el que más respetan los rockeros de corazón- que ver a Tyler y Perry -los «gemelos tóxicos» o «Toxic Twins» como se les conocía, otra referencia a los Stones, que eran los Glimmer Twins («gemelos brillantes») juntar las cabezas frente a un solo micrófono.

Aerosmith es, después de The Rolling Stones y Led Zeppelin, la banda que mejor encarna al paradigma rockero. La rebeldía impenitente, la imagen desafiante, aparentemente desaliñada y totalmente libre de ataduras de sus miembros. En suma, la encarnación de la conocida tríada «sexo, drogas y rock and roll» con la que los detractores de siempre han pretendido desprestigiar a los talentosos músicos que han desplegado su arte desde mediados de los años 50s.

Esa forma de ser ha terminado, de manera prematura y a veces hasta trágica, con las vidas de muchos artistas y no es para nada recomendable. Los excesos han estado siempre asociados a la vida on the road (de gira) y los músicos de Aerosmith la han asumido casi como si se tratara de algo normal. Definitivamente no son ejemplos a seguir pero, habida cuenta de todos los problemas que pueden llegar a tener, tampoco es algo que pueda hacer cualquiera y sobrevivir para contarlo.

Además, dejaron en el camino un legado discográfico notable, de casi 40 años de trayectoria y definieron lo que es la verdadera fiesta del rock and roll, con todos los matices que estas poseen. Aerosmith desarrolló un estilo rockero por antonomasia, con imágenes de arrolladora influencia en el imaginario colectivo: Steven Tyler es el vocalista decididamente extravagante, capaz de ejecutar exigentes gimnasias vocales y acrobacias físicas, vestido con jirones de telas coloridas que vuelan al viento. Joe Perry y Brad Whitford son dos excelentes guitarristas opuestos en estilo (mientras el primero es afilado, intuitivo y bluesero, a mitad de camino entre Jimmy Page y Slash, el segundo es preciso y cerebral, casi una máquina de riffs y estremecedores solos). Tom Hamilton y Joey Kramer (bajo y batería) son una base rítmica invencible, incansable e intencional, que mide cada uno de sus movimientos dentro del desmadre que arman en cada concierto-fiesta.

Y esa es otra de las características únicas de este quinteto bostoniano en el terreno del hard rock clásico. Desde que Bill Wyman abandonó a los Stones para casarse con una modelo que podría ser su hija, Aerosmith se convirtió en la única banda que llegó al siglo 21 con su formación original inalterable. Es verdad que Whitford y Perry abandonaron al grupo en 1979 pero volvieron en 1985 y desde entonces nunca más se separaron, salvo por los momentos en que Hamilton y Tyler tuvieron que dejar la ruta por serios problemas médicos. Así, unidos y vigentes, Aerosmith realza también otro paradigma rockero: la idea de la banda como círculo familiar, de fuertes lazos emocionales, que atraviesan toda una vida (los cinco tocan juntos desde 1972) y superan toda clase de inconvenientes para llevar adelante su proyecto de carrera musical, que hasta ahora no da señales de desgaste. Hoy en día, los grupos editan dos o tres álbumes, ganan millones de dólares y después se separan para hacer discos en solitario sin la mayor resonancia.

Paradójicamente, estas características que le dan personalidad a Aerosmith son también las que le generan mayores rechazos y críticas, en especial en estos tiempos en que existen corrientes de pensamiento muy fuertes e influyentes que condenan todo lo que suene a rock tradicional, por un lado -no es poco común encontrar cada cierto tiempo que sectores afines al post-rock o a las ondas «indie» despotriquen contra grupos como estos- y, por el otro, porque no resulta socialmente correcto andar apoyando a rockeros abiertamente sexistas, acólitos de la cultura falocéntrica que cosifica a las mujeres y perpetúa todas las malacrianzas de generaciones supuestamente ya superadas.

El problema es que Aerosmith pasó de ser una creíble banda de aguerrido blues-rock a una fábrica de éxitos radiales, predecibles y repetitivos, sobre la base de todos los clichés que uno pueda imaginarse combinados con el estilo peligroso y relajado que se le conoció siempre. Eso, por supuesto, no va en desmedro de su calidad como músicos, que resulta difícil de negar, pero sí levanta sombras entre quienes los ven como anticuados, efectistas o disforzados. El punto es que si te gusta mucho el rock’n roll, muy probablemente no prestarás oídos a esas críticas y subirás el volumen cada vez que en la radio suene cualquiera de las tres o cuatro canciones que forman parte de las programaciones estándar de las radios “rock and pop”.

Durante los años setenta se desarrolló la era más auténtica de Aerosmith, con álbumes como el epónimo debut (1973), Draw the line (1977) o Rocks (1976) que contienen algunas de las canciones fundamentales para entender su esencia. Desde los alaridos de Back in the saddle (1976) hasta la power ballad Dream on (1973), antecesora de sus posteriores baladas construidas casi con calzador para asegurarse el éxito inmediato, pasando por las clásicas Walk this way o Sweet emotion, del tercer LP Toys in the attic (1975), ambas regrabadas en 1986 junto a Run-DMC -para el tercer disco de los raperos neoyorquinos, Raising hell- tenemos claro que Aerosmith se inscribía, con las fogosas guitarras de Whitford y Perry, las habilidades vocales de Tyler y el estupendo trabajo de la sección rítmica de Hamilton en bajo y Kramer en batería -con su infaltable campana o cowbell, como se le llama en inglés a este bloque de madera que le da sonido tan característico a ciertas canciones de esa época- en el canon rockero sin pedirle prestado nada a nadie.

Temas de esas épocas como Big ten inch record (Toys in the attic, 1975) o Same old song and dance (Get your wings, 1974) muestran además el genuino apego de Aerosmith por el blues, el boogie y el R&B de raíces afronorteamericanas, más en la onda de los ZZ Top o los Blues Brothers que de las bandas del metal glamoroso con los que se vieron asociados en la década posterior. En varios discos de ese periodo inicial, Tyler y compañía contaron con el apoyo de secciones de vientos en los estudios, con músicos como Lou Marini (saxos) o los hermanos Randy y Michael Brecker, ampliamente conocidos en el mundo del jazz.

Por supuesto, las actitudes dentro y fuera del escenario de los Aerosmith los emparentó de inmediato, por un lado, con sus contemporáneos Kiss y, por el otro, fueron fuente de inspiración para la generación de Bon Jovi, Poison y Guns ‘N Roses, en estos de los hábitos desenfrenados, la vida salvaje del rockero depredador-de-groupies y el consumo masivo de toda clase de alcoholes y drogas. De hecho, el grupo de Axl Rose y Slash inició su discografía con un cover de Mama kin, uno de los temas del álbum debut de Aerosmith y, hasta ahora, es inamovible de sus repertorios en concierto. Para 1978, la banda fue invitada a participar en la primera edición de un concierto múltiple llamado Texxas World Music Festival, en que Aerosmith compartió escenario con, entre otros, figuras del rock estadounidense como Eddie Money, Ted Nugent, Van Halen y Journey. Y aunque su performance fue notable -como quedó registrado en el VHS Live Texxas Jam que salió al mercado en 1989, los efectos de las adicciones de Tyler y los demás les pasaron una factura que les costó algo de tiempo saldar.

En ese periodo Steven Tyler, hasta la coronilla de drogas, se involucró con Bobbi Buell, una modelo que era, en ese entonces, pareja del reconocido productor, guitarrista, cantante y compositor Todd Rundgren. De aquel enredo nació una niña. Pero su madre, viendo el estado patético de Tyler, prefirió decirle a Rundgren que él era el padre, por lo que fue bautizada como Liv Rundgren. Cuando llegó a la adolescencia, el parecido físico de la muchacha con el vocalista de Aerosmith era demasiado evidente y la historia salió a la luz en 1991, cuando ella tenía 14 años. Rundgren -que por entonces era muy respetado tanto por sus trabajos en solitario como con su grupo de prog-rock Utopia-, en un acto de nobleza poco común para el mundo alborotado del rock, siguió encargándose de la educación de Liv e incluso permitió que la niña se contactara con su padre. Con los años, esa relación se hizo muy sólida tanto en lo personal como en lo laboral. Liv Rundgren Tyler -tal es el nombre de ella actualmente- apareció en uno de los videos noventeros más conocidos de Aerosmith y después floreció como actriz de cine, en películas como Empire Records (1995), Armageddon (1998) o en la trilogía de El señor de los anillos (2001-2003).

Luego de dos discos fallidos -Rock in a hard place (1982) y Done with mirrors (1985), el quinteto volvió con su formación original con el álbum Permanent vacation (1987), su novena producción en estudio, con excelentes canciones como Rag doll, Dude (Looks like a lady) o la balada Angel, insertándose en la onda del glam metal. Allí comienza el renacimiento de Aerosmith como grupo activo y, desde entonces, no pararía hasta convertirse en lo que mencionábamos al principio, que tantas críticas recibe. Premunidos de su bien ganado prestigio, se dedicaron a hacer sucesivos discos y canciones extremadamente predecibles -algunas de ellas de gran factura como What it takes (Pump, 1989), Crazy, Amazing o Cryin’ (Get a grip, 1993)- metiéndose al bolsillo a una nueva fanaticada. Aunque su sonido seguía siendo el mismo, daba la sensación de que ya trabajaban bajo un modelo para asegurar ventas y no con la intuición de antaño, como ocurrió con la premiada balada I don’t want to miss a thing, composición de Diane Warren que fuera parte de la banda sonora del fil Armageddon (1998).

A pesar de las críticas, la banda se mantuvo a flote llenando estadios, compartiendo giras con sus colegas de Kiss o Cheap Trick, pasando residencias en Las Vegas y superando graves problemas de salud, como cuando Tom Hamilton, bajista, fue diagnosticado con cáncer a la garganta y lengua en el 2006. Steven Tyler, reconciliado con la vida, se convirtió en un habitué de programas de concurso -fue jurado en The Voice- y hasta prestó sus cuerdas vocales para una serie de programas científicos para descubrir su sorprendente habilidad para las notas agudas y rasposas. Sus discos posteriores -Nine lives (1997), Just push play (2001), una selección de clásicos del blues Honkin’ on Bobo (2004) y Music from another dimension! (2012)- produjeron, en todos los casos, grandes éxitos como Jaded, Pink o Hole in my soul que fueron incluidas en extensas recopilaciones, boxsets y álbumes en vivo, haciendo de Aerosmith una de las bandas más vendedoras de la historia del rock gringo.

Actualmente, la banda está en stand-by después de cancelar su gira de despedida Peace Out: The Farewell Tour por motivos de salud en varios de sus integrantes. Pero su popularidad se mantiene tan al tope que hasta es parte del universo Disney. Desde 1999, se abrió en el parque temático Hollywood Studios (Orlando, Florida) la montaña rusa cerrada Rock ‘n’ Roller Coaster Starring Aerosmith, una de las atracciones más concurridas. Al ingresar, el público ve al grupo en video invitándolos a disfrutar de la emoción de su música, mientras simulan estar afinando detalles para irse a un concierto. Amados y odiados, los Aerosmith poseen una trayectoria que resulta sorprendente por las dificultades y peligros que han atravesado. Y, más allá de que su perfil en los noventa se haya comercializado in extremis, tienen credenciales suficientes para ser catalogados como parte de la realeza del rock mundial, por una vida dedicada a las guitarras y la vida exagerada del rock and roll.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] El País de Nunca Jamás, descrito por primera vez en la novela fantástica “Peter Pan” (1904) del escritor escocés J.M. Barrie (1860-1937), es una isla de fantasía que simboliza el sueño sempiterno de la niñez: un lugar donde los niños (Peter Pan y los chiquillos que lo acompañan) disfrutan de su infancia, rechazan crecer y llegar a ser adultos y sólo quieren ser simplemente niños, sin reglas impuestas ni responsabilidades, dedicándose a jugar y a tener felices aventuras en un mundo habitado por piratas, indios, sirenas y hadas. En fin, ser niños —o “niños perdidos”, como se les describe en la novela, pero sin infancias robadas— en estado de inocencia y ajenos al sufrimiento y a la muerte. La historia de Peter Pan maravilló a varias generaciones gracias a que fue llevada a la pantalla por primera vez en 1924 bajo la dirección de Herbert Brenon —cuando el cine aún era mudo—, y después en 1953 en una popular versión de dibujos animados de la factoría de Walt Disney.

Hechos recientes nos hablan de que ese País de Nunca Jamás nunca será una ilusión de esperanza para miles de niños, ni siquiera en sus sueños y fantasías infantiles. Pues los derechos de los niños han sido pisoteados ayer y hoy por instituciones que los debían proteger, y han sido violentados en regiones con conflictos armados. Y todo esto sigue ocurriendo actualmente y no tiene cuándo acabar.

Uno de estos hechos recientes queda reflejado en el documento “Una respuesta necesaria: Informe sobre los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos” publicado en España a fines de octubre por Ángel Gabilondo, el Defensor del Pueblo. Teniendo como una de sus fuentes de información una encuesta realizada sobre la base de entrevistas con más de 8,000 personas, se hace una proyección estadística que da como resultado que por lo menos 440,000 españoles han sido víctimas de abuso sexual en el ámbito eclesiástico, ya sea por un sacerdote, un religioso o una persona vinculada a la Iglesia católica. Se sobreentiende que la mayoría de estos abusos ocurrieron cuando los afectados eran menores de edad.

El abuso sexual en la infancia deja heridas traumáticas en la psique de las personas afectadas, deja un reguero de destrucción interior en sus años de infancia y juventud, e incluso después, no permitiéndoles desenvolverse en consonancia con esas etapas de la vida, pues los esfuerzos de las víctimas están orientados a sobrevivir a ese trauma, y algunas ni siquiera lo logran.

Esto lo dice pone diáfanamente en negro sobre blanco el informe de Gabilondo:

«Una de las consecuencias más graves del abuso sexual es el suicidio. Las personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia tienen el doble de probabilidades de llegar a suicidarse. Esta grave consecuencia de la violencia sexual en la infancia ha sido constatada mediante rigurosos estudios de revisión. A través de las entrevistas se ha visto que, de todas las personas que manifestaron haber sufrido alguna consecuencia a raíz del abuso, una de cada tres víctimas conocidas mediante testimonios indirecto había llevado a cabo conductas suicidas, en comparación con un 11,97 % de las víctimas que prestaron su testimonio directamente. Seis testimonios aportaron información sobre personas que se habían suicidado».

Además de que también existen víctimas adultas de abuso sexual, el conjunto de las víctimas se amplía si se considera a los familiares de aquellos que han sufrido abuso:

«Existen dos maneras de entender el término superviviente. Por un lado, puede referirse a las personas que han sobrevivido a sus propios intentos de suicidio y, por otro lado, a las que han perdido a un ser querido debido al suicidio. En este apartado se incluyeron los testimonios de familiares y amigos de víctimas de abuso sexual eclesiástico que han muerto por suicidio, así como también relatos de víctimas que han intentado quitarse la vida, pero han sobrevivido».

El abuso sexual en la Iglesia católica adquiere las dimensiones de una masacre, donde si los niños afectados no pierden la vida posteriormente a causa de las consecuencias del abuso, sus vidas quedan truncadas de una u otra manera. Como señala un testimonio citado en el informe, «es como una inyección de veneno que entra dentro de tu cuerpo y nunca vuelve a salir».

El cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha negado los datos sobre la cantidad de víctimas de abuso sexual eclesiástico, declarando que «no corresponden a la verdad ni representan al conjunto de sacerdotes y religiosos que trabajan lealmente y con entrega de su vida al servicio del Reino». Y añade que «si hacemos el cálculo matemático, todos estaríamos involucrados en los casos de abusos». Pues precisamente eso que él considera una conclusión absurda es lo que más se acercaría la verdad. Pues a los abusadores habría que añadir a los encubridores, a los que guardan silencio, a los que hacen la vista gorda, a los que no quieren enterarse de lo que ha ocurrido para no cuestionar su imagen de una Iglesia “santa” por definición pero no en la realidad, y de este modo obtendríamos el cuadro completo: casi todos en la Iglesia estarían involucrados, por angas o por mangas, en los abusos sexuales perpetrados contra menores.

Por eso mismo hay esfuerzos de abogados y representantes de las víctimas para que se reconozca a nivel internacional el abuso sexual en la Iglesia católica, sobre todo si es efectuado de manera masiva y sistemática —según van revelando los estudios e informes que se han hecho en diferentes países— como un crimen de lesa humanidad, asimilable a la tortura y susceptible de ser denunciado en tribunales internacionales.

Pero lo que nos aleja irremediablemente del País de Nunca Jamás es la masacre genocida que esta perpetrando Israel contra los palestinos en la Franja de Gaza, habiendo sido asesinados más de 3,000 niños en el lapso de poco más de tres semanas. Un horror inconcebible que remueve las entrañas de aquellos que todavía no han claudicado de su humanidad. Ya años antes había ocurrido lo inimaginable en septiembre de 2004 y se había cruzado una línea roja cuando en Beslan (Osetia del Norte, Rusia) la toma de rehenes en un colegio por parte de un contingente de 30 terroristas islamistas terminó con un saldo 186 niños muertos de un total de 334 muertos y más de 700 heridos. Matar a niños porque sí, niños que recién se asomaban a la vida y no tenían ninguna culpa de lo ocurrido, que estaban asistiendo al inicio del nuevo año escolar, dejó heridas en el corazón de quienes nos enteramos de la noticia y un trauma permanente en un pequeño poblado de más de 30,000 habitantes. Aunque ya habían ocurrido matanzas de niños en el pasado, como sucedió durante el Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, esta vez se volvía a romper un tabú y ocurría lo que jamás debería ocurrir.

Paradójicamente, el perpetrador de las actuales matanzas de niños en Gaza es un país donde viven los descendientes del Holocausto, esa masacre de dimensiones industriales, brutal e irracional, de tiempos pasados. Un país con un gobierno ultraderechista —como lo fue el gobierno de Adolf Hitler— que pretende justificar las atrocidades que está cometiendo sobre la base de las atrocidades que un grupo terrorista cometió contra más de 1,400 israelíes en un sólo día, obviando que al terrorismo no se le puede combatir con acciones terroristas.

«Gaza se está convirtiendo en un cementerio de niños», ha declarado recientemente James Elder, vocero del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Y para que esto se detenga, es necesario que se cumplan varios nuncajamases.

Nunca jamás deberían pagar los niños por los crímenes cometidos por organizaciones terroristas y gobiernos.

Nunca jamás deberían los niños estar sometidos a los vaivenes de las guerras y los conflictos armados, expuestos a ser asesinados o heridos mientras están sus casas, salen a la calle, asisten a la escuela o son atendidos en hospitales.

Nunca jamás deberían los niños ser testigos de la absurda muerte de sus progenitores, hermanos o parientes, que constituían su refugio y protección, su ámbito familiar.

Nunca jamás debería haber un Hamás, ni nunca jamás deberían darse hechos como los que ocasionaron el surgimiento de Hamás.

Nunca jamás deberían haber cómplices o testigos de piedra que llamen legítima defensa a lo que podría ser contemplado como un atroz genocidio, el de mayores proporciones en lo que va del siglo XXI.

Y de esta manera quizás los niños puedan volver a soñar algún día con el País de Nunca Jamás.

[NOS INSPIRAN] “Muchas veces te preguntarás qué hace tanta gente nadando. En Lima, durante la pandemia, por su cercanía a la Costa Verde, crecieron significativamente muchos deportes como las caminatas, el running, el surf y sobre todo muchas disciplinas de aguas abiertas que lo único que necesitan es un mar donde lanzarse a practicarlas. Pero hay tiradas y tiradas (risas) puedes nadar y chapucear, estar en contacto con el mar, correr y darte un chapuzón. Todo esto es increíblemente satisfactorio y también puedes nadar mucho, por ejemplo, atreverte a cubrir los 22 km que separan Chorrillos de La Punta. Ese reto es la ruta Olaya, en memoria de nuestro precursor y héroe de la Independencia don José Olaya”.

Quién dice esto y con tanto entusiasmo es Eduardo “Guayo” Collazos, un destacado nadador peruano que cuenta con una dilatada trayectoria fatigando mares y aguas en el Perú y diversas partes del mundo. Como explica el deportista, la ruta Olaya es la travesía de nado más larga que existe en el Perú. Pero en el mundo existen otros retos y desafíos, como la Triple Corona y los 7 Mares. Collazos, a sus cuarenta y tantos años, decide apostar por la Triple Corona y en una espectacular performance terminó los 46 kilómetros que marcan la vuelta a la isla de Manhattan, cruzó el canal de la Mancha y cada uno de sus 56 km de extensión y cerró haciendo los 34 km que dan vida al canal de Catalina. Fue el primer peruano en obtener la Triple Corona.

Pero ahí no terminan los retos. Existe otro reconocimiento internacional que son los 7 mares y Guayo a sus 52 años ya tiene 4 que son: Canal de la Mancha (58 km), Canal de Catalina (34 km), Canal del Norte (35 km) y Canal de Molokai (48 km), le faltarían tres mares más: los estrechos de Gibraltar, Tsugaru y Cook.

Nos quedamos boquiabiertos pensando que son retos inalcanzables, pero Guayo silenciosamente los ha ido realizando. Todo un ejemplo de persistencia. En el encuentro que tuvimos con él, le hicimos unas cuántas preguntas para ir entendiendo cómo es que ha logrado todo esto y como se desempeña en su día a día. Acompáñenos a conocer un poco más a esta gran figura de la natación en el Perú.

  1. He escuchado una frase que siempre dices: “Por el Perú, la patria y la familia” ¿Qué significa eso para ti?

–La frase por El Perú, La Patria y La Familia, significa todo para mí, todo el esfuerzo, tiempo y dedicación que le pongo a cada proyecto que me propongo. El Perú nuestro amado país, nuestro orgullo, un sentimiento. La Patria somos todos los peruanos, nuestra comunidad, nuestras sangres, mi ilusión y esperanza de ser una mejor nación. La Familia es mi motor y un motivo para seguir adelante, mi legado… parte de mi familia es nuestra comunidad de aguas abiertas, el deseo de inspirar a que otras personas busquen y logren sus objetivos.

  1. ¿Crees que el deporte te ha ayudado a vivir mejor?

–El deporte ha mejorado muchísimo mi calidad de vida tanto física como mental y emocionalmente. Como es lógico, al ser una actividad física, el beneficio es indiscutible, y hacerlo en el mar disfrutando de su inmensidad me genera mucha paz interna y espiritual.

  1. ¿Piensas que el deporte nos hace mejores personas?

–El deporte en general, hecho de manera responsable y consecuente con objetivos realistas y bien planteados, nos va a convertir en personas justas, realistas, equilibradas. El deporte sobre todo te da disciplina, te enseña a ponerte objetivos y cumplirlos.

  1. ¿Es fácil para ti madrugar e ir a nadar?

–Sí, felizmente ya estoy completamente acostumbrado a levantarme a las 4:00 am, salgo de casa a las 4:30 am para empezar mi actividad física o entrenamiento a las 5:00 de la mañana, ya sea en la piscina, de martes a viernes o sábados y domingos, que son los días que voy al mar.

  1. ¿Crees que sales de tu zona de comodidad o cada día de nado es como ir de compras?

–Al contrario siento que estoy completamente en mi zona de comodidad al levantarme temprano para nadar.

  1. ¿Crees que en el Perú debería fomentarse más la natación en el mar?

–Por supuesto, eso sería más que fundamental. Es necesario que nuestras autoridades asuman una responsabilidad en lo que respecta a la difusión de la natación como una herramienta para mejorar nuestra sociedad.

  1. ¿Qué aconsejarías a los jóvenes y en general a personas de todas las edades sobre nadar en el mar?

–Les diría que nadar en el mar es una excelente actividad física por los múltiples benéficos que nos brinda, sin embargo, hay que hacerlo tomando todas las precauciones para no tener complicaciones que podrían resultar fatales. Por ejemplo, hacerlo de manera grupal, en playas autorizadas y conocidas y seguir las indicaciones de las autoridades competentes, como la Policía de Salvataje y La Marina de Guerra. Hay muchos grupos de aguas abiertas en las diferentes playas de la Costa Verde.

  1. ¿Crees que la natación es un deporte de elite?

–La natación no es de ninguna manera un deporte de elite. A raíz de la Pandemia la gente se volcó al mar de manera masiva. Si tienes en cuenta que el mar es gratuito, a diferencia de una piscina cuyos costos de mantenimiento hacen que su uso pueda resultar oneroso. ¡El mar está ahí y es para todos!

  1. Ahora que has tenido tantos logros con tu propio peculio y con ayuda de grandes amigos de mar, ¿qué le pedirías a las autoridades peruanas?

–A nuestras autoridades les pido el apoyo para poder continuar con el proyecto de los 7 Mares al cual me encuentro dedicado. ¡Ya hemos logrado 4 de los 7 Mares! Y en general, pediría también el apoyo a tantos otros deportistas que por dificultades económicas se ven imposibilitados de lograr sus objetivos.

  1. ¿Cuáles son tus próximas metas internacionales que piensas llevar y dejar en alto a nuestro país?

–En el proyecto de los 7 mares, ya hemos logrado cruzar con éxito el canal de La Mancha de Inglaterra a Francia en el 2019; el canal de Catalina en Los Ángeles California en el 2021; el canal del Norte de Irlanda a Escocia en el 2022, y el canal de Molokai en Hawaii en el 2023. Nos faltan nadar el estrecho de Gibraltar de España a Marruecos, el estrecho de Cook en Nueva Zelanda y el estrecho de Tsugaru en Japón. Los 7 Mares es una denominación que otorga la Asociación Mundial de Aguas Abiertas a todo nadador que logra cruzar con éxito los lugares que he mencionado. A la fecha menos de 30 personas en el Mundo lo han logrado. Existe otra nominación que la Asociación Mundial de Aguas Abiertas da, se llama la Triple Corona, que el canal de La Mancha, el canal de Catalina y la vuelta a la isla de Manhattan. En esta categoría ya somos dos peruanos quienes lo hemos logrado, Gustavo “Tavo” Lores y yo.

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Deportes Acuáticos, Eduardo Collazos, Natación en Aguas Abiertas, Triple Corona

Muchos expertos en seguridad están solicitando que se cree una unidad policial tipo la del GEIN -que permitió la captura de Abimael Guzmán-, para combatir el crimen organizado y el descontrol delincuencial que azota al país.

La verdad, pensábamos que ya se procedía con equipos de inteligencia al respecto y nos sorprende que algo así no suceda. La ausencia de esa estrategia bastaría para explicar por qué la policía parece actuar sólo reactivamente frente al avance de los crímenes, extorsiones y asaltos que agobian la tranquilidad cívica de los peruanos y que ya constituye, según todas las encuestas, el principal problema nacional.

A este factor hay que sumar otro, del cual se habla poco, parece un tabú mencionarlo a pesar de que los noticias abundan en hechos que lo sustentan: la enorme corrupción policial.

Ya no estamos tan solo ante la conocida y acendrada costumbre de los policías de tránsito, que por cincuenta soles soslayan cualquier infracción que un conductor pueda cometer, sino que estamos ante hechos graves de alta corrupción vínculos a la subsistencia del crimen organizado: el narcotráfico, la minería ilegal, el contrabando, la trata de personas, el trasiego de armas, el mundo de la extorsión, los robos de celulares y su venta impune, etc.

Es sabido que los comisarios piden cuotas fijas de dineros malhabidos a sus subalternos. Lo mismo sucede en las altas esferas. Y todo ello pasa, en gran medida, por recibir sobornos de los delincuentes a cambio de patentes de corso para actuar.

Si no se resuelve este problema estructural, el delito no va a amainar en el país. Mientras la policía solo realice intervenciones, en muchos casos amañadas, solo como operativos psicosociales ante los medios de comunicación para generar la impresión de que algo se está haciendo, las mafias delincuenciales seguirán actuando a su antojo y discreción.

Las esperanzas de que ello cambie no se pueden perder. Otros países, que también han sufrido el azote de la corrupción de sus fuerzas policiales, han logrado hacer reformas que han resuelto en gran medida el problema y ello ha traído como consecuencia la disminución del delito en sus calles. Hay que mirar esos ejemplos y, sobre todo, aspirar a que sobrevenga un gobierno con real voluntad política de cortar el nudo gordiano en el lugar más sensible y resistente el cambio.

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Desde siempre la tradición occidental ha procurado ocuparse de la enfermedad, traduciéndola al terreno literario y estético. Desde las pestes medievales hasta las epidemias que asolaron Europa en los siglos posteriores al medioevo, no faltan representaciones icónicas, poemas ni relatos que exploren el padecimiento humano, justificando, en la moderna lectura de Susan Sontag, el uso de lo que ella llama “las metáforas bélicas”, la más común de ellas la “guerra” contra la enfermedad, contras las bacterias u otros agentes de ella: bacterias, microbios, virus y algunos insectos como las moscas, vistas siempre como una especie de bombardero enemigo.

Hoy el cáncer ocupa probablemente el lugar dejado por la tos de Chopin, y asume el prestigio dorado de la antigua peste blanca. Cuando Julio Ramón Ribeyro anota en su diario, el 6 de junio de 1973, la noticia de una segunda intervención quirúrgica se lee: “Sé que esta nueva prueba será tan terrible como la primera, pero confío en que saldré adelante, por un puro esfuerzo de mi voluntad”. Sin embargo, el reinado del cáncer parece haber cedido un poco. Dice Susan Sontag refiriéndose al sida: “…el hecho de que hoy se hable del cáncer con menos fobia que hace una década, o en todo caso, con menos sigilo, se debe a que ya no es esta la enfermedad más temible. En los últimos años se ha reducido la carga metafórica del cáncer gracias al surgimiento de una enfermedad cuya carga de estigmatización cuya capacidad de echar a perder una identidad, es muchísimo mayor”.

El punto aquí no es tanto qué enfermedad se padece, pues sería una competencia muy indolente. Lo central es que la enfermedad impulse la escritura y que esa escritura, además de una marca confesional inevitable, sea un camino de limpieza, de catarsis, de autoexploración, de resorte para la creación, medicina invisible, curación fuera de toda receta. La enfermedad abre la posibilidad de volver sobre el mapa de viejas heridas que aún buscan alivio. Así la memoria teje sus conjuros.

Apunto todo esto para referirme a un reciente libro de Julia Wong, titulado 11 palabras, libro en el que un proceso posoperatorio abre una caja de sorpresas y da pie a un libro que debe leerse como lo que es: un artefacto de palabras, un híbrido sin género fijo, un conjunto de textos que van del cuento al poema en prosa y del poema en prosa al ensayo, anécdotas, citas que revelan a una lectora exigente, prosa que confirma a una escritora rigurosa.

Julia Wong enfrenta el proceso de su enfermedad con la escritura. 11 palabras que son en realidad veintidós, por que cada una tiene su revés, cada una se mira en el espejo en el que la intimidad y la conciencia dialogan de diversas maneras. Las escenas que se suceden están ahí para demostrarlo: la memoria del padre, los orígenes recuperados, la lejana China que va resonando en la lectura, las sesiones en busca de la paz quebrada.

La estructura es engañosamente simple: las primeras once palabras se mueven entre la memoria y el padecimiento; las once que sirven de respuesta son la invocación de la lectura, en este caso de Ovidio y sus Metamorfosis, para construir un contrapunto explicativo. ¿Qué función cumple esta alusión a un clásico latino? Diría que se trata de un juego: Ovidio rompe las reglas de la composición épica, así como las que corresponden al perfil de sus personajes: es épico a su modo, es decir, es una épica en la que los dioses no solamente no son los héroes, sino también pueden resultar burlados.

Un mérito de 11 palabras no es solo su valor confesional o literario, o su condición de híbrido textual. Es también su condición de artefacto, su naturaleza de obra abierta, que permite lecturas aleatorias y deja que el lector ordene y reordene este universo de sentido. Desmitificar el mito es entonces una de las líneas de sentido más sugerentes de este libro. El mito depende tanto de cuestiones culturales o históricas como de todo lo que un sujeto libre quiera elevar a esa condición.

Estas 11 palabras y su doblez se cierran para el lector con cinco relatos adicionales, relatos de aire ensayístico, de fino trabajo artístico, de sutil tejido. Destaca “El cerdo belga”, una especie de cuento maravilloso en el que una mujer queda atrapada con fascinación y delirio entre las vísceras de un cerdo gigantesco. O “Persiana americana”, que nunca descuida su erotismo siempre al borde del exceso.

¿Por dónde comenzar? Podemos ir en orden o en desorden. Pero el desorden no es tal. Es solo una posibilidad de lectura más, es la puerta hacia nuevos sentidos. El lector decide qué hacer con estas 11 palabras, sus 11 palabras de respuesta y los cinco cuentos que dan forma y aliento a un libro singular, que se gestó con el aliento de la enfermedad y que termina ante los ojos asombrados y agradecidos de un lector.

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'11 palabras', Enfermedad, Julia Wong, Literatura Contemporánea

A contrapelo de lo que suele suceder luego de una campaña electoral, cuando la sociedad descansa, por decirlo así, de la sobrecarga ideológica que implica una elección, en el Perú la polarización política viene aumentando.

El IEP suele preguntar por la autoidentificación ideológica de la ciudadanía. Pues bien, en su última medición de octubre, se aprecia que tanto la izquierda como la derecha crecen y el centro cae. En octubre del año pasado se definía de izquierda el 18% de la población, este año pasa a 19%; el 2022 el 16% se estimaba de derecha, este año lo hace el 21%. Mientras tanto, el centro cae de 37 a 34% (ya venía cayendo desde el 2021, cuando así se definía el 41% de la ciudadanía).

Aunque, sea dicho, solo un 65% de los encuestados sabe dar alguna definición respecto de su propia respuesta, en cuanto a lo que significa ser de derecha o de izquierda, sí llama la atención que el resultado más frecuente cuando se le pregunta a la gente qué significa ser de izquierda sea “algo malo/atraso/estancamiento” y cuando se le inquiere sobre la derecha, la respuesta predominante sea “algo bueno/progreso/avance”. Ojo con ello a los voceros de la derecha que andan usando tontamente el término “progre” para burlarse de la izquierda, cuando es una bandera que debería ser capturada por ella.

La quimérica paz social de la que habla Dina Boluarte en foros internacionales no existe. Una cosa es que no haya revueltas o marchas y otra que los peruanos de a pie estén tranquilos o sosegados. Todo lo contrario, la recesión económica, la inseguridad ciudadana y la crisis política vienen enervando los ánimos y ello se refleja claramente en la encuesta reseñada.

El Perú politizado está polarizado; el Perú apolítico ha decidido desafectarse como mecanismo de defensa, pero en líneas generales es evidente que las tendencias van perfilando un próximo escenario electoral aún más tenso que el del 2021.

Mensaje claro para los “políticamente correctos”. De ellos no será el reino presidencial. Se debe dar mensajes disruptivos que disientan del statu quo. Y se puede ser de izquierda, de centro o de derecha para poder hacerlo. Lo aguachento no tendrá visos de éxito para capturar al politizado y mucho menos al desafecto. Tarea menuda para los estrategas publicitarios y asesores políticos de los candidatos que al final queden en liza.

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Derecha, Identificación Ideológica, Izquierda, Polarización

LA TANA ZURDA] En la escuela nos enseñaron que el Imperio Incaico o Tahuantinsuyo era una amplia extensión longitudinal que cubría sobre todo la parte central de los Andes y la costa sudamericana, desde el sur de la actual Colombia hasta el río Maule en Chile, pasando por las zonas montañosas de Bolivia y el norte de Argentina. Es decir, los mapas tradicionales del imperio lo identificaban como un territorio fundamentalmente serrano y costeño, con muy poca incidencia en la Amazonía debido a las difíciles condiciones que la inmensa llanura verde ofrecía y aún ofrece (calor, humedad, mosquitos, enfermedades, falta de rutas de penetración –salvo los ríos–, hostilidad de sus habitantes, etc.).

Pero en los últimos años han venido revelándose nuevos conocimientos a partir de evidencias arqueológicas hechas por equipos que utilizan técnicas de punta como ubicación por rayos infrarrojos, tecnología láser, carbono 14 y otros que nos confirman que los incas llegaron a tener un buen conocimiento del territorio amazónico, lograron construir diversos asentamientos tan dentro de la selva como el actual estado brasileño de Acre y que incluso incorporaron como parte de su universo mental la idea del océano Atlántico, al cual habrían llegado por el camino de Peabirú, que cruza el Chaco y llega hasta las costas del Brasil. En suma, la comunicación y el comercio con numerosos pueblos al este del Cuzco fue algo bastante más frecuente de lo que se pensaba.

El prestigioso historiador y antropólogo José Carlos Vilcapoma reúne todos estos datos y muchos más en su reciente libro Los incas en la ruta del Antisuyo y el Atlántico, publicado en Lima a mediados de este año por el Instituto de Investigaciones y Desarrollo Andino (IIDA). En él nos da una gran cantidad de detalles a través de mapas y una profunda revisión de las fuentes documentales, incluyendo crónicas coloniales.

Por ejemplo, rescata el dato del portugués Aleixo García, que habría llegado al imperio incaico en 1525 (antes que Pizarro) por la ruta del este, es decir, utilizando ese camino que cruza el continente sudamericano de lado a lado, orientado por los guaraníes del Paraguay. Este y otros pueblos alimentaban el mito de una «Tierra Sin Mal» en el oeste, es decir, en la zona andina, un reino sin enfermedades ni hambre con un gobierno justo. ¡A tanto llegaba el prestigio de los incas! A su vez, estos habrían recorrido tal camino e intercambiado objetos con aquellos pueblos que no llegaron a incorporar formalmente a su territorio, pero que les facilitaron información sobre la gran masa de agua en el oriente, donde nace el Sol, ese océano que los españoles llamaron Mar del Norte y hoy conocemos como océano Atlántico.

Examinando la información sobre los incas Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, que gobernaron entre los siglos XV y XVI, Vilcapoma nos traza un cuadro amplio y preciso del conocimiento geográfico y político que los incas tuvieron de los inmensos territorios orientales y también en el oeste, considerando la gran expedición que comandó Túpac Yupanqui a la Polinesia. Esto es coherente con la visión del mundo de la civilización andina, que concebía al Sol como una entidad que se sumergía en las aguas del Pacífico o Mamacocha en occidente, pero que luego de nadar por la noche bajo la gran isla del kay pacha (Sudamérica) renacía en la vasta masa acuífera del Atlántico en el oriente.

José Carlos Vilcapoma tiene numerosos libros en su haber relacionados con la historia y el folclor andinos y amazónicos, a los que ha dedicado décadas de estudio y difusión. Fue el primer viceministro de interculturalidad cuando se inauguró el Ministerio de Cultura el 2009 y ejerce cátedra en la Universidad Nacional Agraria La Molina, además de ser un activista cultural de talla internacional. Los incas en la ruta del Antisuyo y el Atlántico es un libro sobriamente escrito y bellamente editado, que contiene mapas e ilustraciones poco conocidas, además de fotografías inéditas sobre los asentamientos incaicos que los equipos de investigadores brasileños y de otros países vienen descubriendo en la Amazonía.

El libro bien vale un Perú o, por menos, un buen Paititi. Lo recomiendo con orgullo de peruana.

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amazonía, Historia, Imperio Incaico, José Carlos Vilcapoma., Libros, Océano Atlántico
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