Opinión

 

Escribo hoy en una linda tarde soleada de verano. La ciudad semivacía y muy tranquila por la migración de muchos limeños a las playas. Vuelvo a leer que en el 2021 rompimos el récord histórico de superávit comercial y el de inversión pública. Leo que el 2021 la inversión privada creció 34 % y que el dólar regresó al nivel pre-Castillo. Tenemos una moneda muy estable.

Estamos dejando atrás una crisis sanitaria inmensa, tal vez la mas grande de la historia republicana. Y la estamos dejando atrás con mucha fuerza. La actividad económica en TODAS las regiones está creciendo. Siento optimismo.

En las últimas semanas hemos visto cómo se descubre que el secretario de palacio es un corrupto. Que ni bien había entrado en el cargo ya tenía juntado 20,000 dólares en el baño, que se había gastado otros tantos en una fiesta para su hija, que cobraba por gestiones ante la Sunat , que cobraba por ascensos en la policía, etc. ¿Cuánto habrá llegado a cobrar en esos pocos días en el cargo? ¿cien mil, doscientos mil, quinientos mil dólares?

Yo me alegro que el sistema lo haya descubierto tan pronto!

Que pena que el sistema no descubrió (o no quiso descubrir…) a todos los anteriores secretarios y cónyuges que actuaron como secretarios de palacio que cobraron por gestiones en decenas de instituciones estatales y que se robaron miles de millones de dólares en los últimos 35 años.

Es cierto que algunos de esos secretarios están siendo hoy procesados. Muy bien. Pero ahora los agarran “in fraganti”, mejor aún.

Lo mismo sucede en otras latitudes. En Petroperú, por ejemplo, fuente de tanta corrupción, ahora se descubren procesos corruptos a tiempo para cancelarlos. ¡Qué pena que no se descubrió a tiempo la corrupción multimillonaria de la refinería de Talara, que ya nos viene costando más de cuatro mil millones de dólares!

Yo pienso que aquí también hemos mejorado.

Por supuesto que no defiendo a Castillo, a su total incapacidad, a su entorno, para nada. Pero eso es lo que hay y no hay que desesperarse y perder todo de vista, incluyendo nuestro sistema democrático por ello.

 

Cuando Castillo ganó las elecciones, porque la mayoría no quería que la corrupción fujimorista regresara al poder, ya sabíamos lo que se venía.

¿Qué hizo entonces Julio Velarde? ¿Se retiró después de 15 años como exitoso presidente de BCRP para aceptar los magníficos puestos que le ofrecía la burocracia dorada internacional y las grandes empresas privadas? No, todo lo contrario, hizo lo que le tocaba hacer a cualquier patriota, hacer lo correcto desde su esquina y continuar al mando del BCRP.

¡Y vaya lo que le costó! No solo renunció a grandes riquezas y comodidades sino además tuvo casi que humillarse para poder quedarse. El no solo lo logró, sino además logró armar un directorio que hoy nos regala a todos una moneda estable a pesar de Castillo.

Ese es el ejemplo Velarde. Deberíamos convertirlo en el efecto Velarde e imitarlo. Cada uno desde su esquina debe tirar para adelante.  Y hay muchos motivos objetivos para hacerlo. No se trata de sacrificarse en vano, se trata sopesar las cosas objetivamente.

Castillo ya nombró un excelente directorio del BCRP, el cual no puede remover por 5 años. Castillo ya rompió con Cerrón, y así se amiste de nuevo es muy limitado el daño que puede hacer sí el resto de Estado y de la sociedad civil responde adecuadamente, legalmente, desde su esquina.

¡Que la primera ministra anuncia que va a cerrar 3 minas… pues ella sola NO PUEDE! El sistema legal bajo el cual vivimos no se lo permite sin la anuencia de muchos otros estamentos.

Que el Presidente va a regalar costa a Bolivia… pues él solo No Puede!

Lo mismo sucede con gran parte de las barbaridades que dicen ministros y congresistas de todos los sectores. Vivimos en un estado de derecho que ya estableció candados legales para que los cambios realmente importantes requieran de la aprobación de muchas instituciones del Estado y de la sociedad civil.

Ayer mismo Castillo tuvo que dar marcha atrás en el nombramiento de alguien impresentable como primer ministro. Que mejor muestra que no puede hacer lo que le da la gana, como sí lo hacían anteriores Presidentes hoy procesados por la Justicia.

¿Tenemos motivos para estar optimistas en nuestro futuro económico? Pues claro que sí.

Vivimos en un estado de derecho, en una democracia, con un pueblo marcadamente trabajador y emprendedor, con una población no solo de propietarios dispuestos a defender sus propiedades, sino con un perfil de la pirámide de edad que nos permite esperar muchos años de crecimiento.

Vivimos en un país maravilloso que tiene muchísimos recursos naturales que el mundo demanda constantemente. Tenemos hoy, como nunca antes en nuestra historia, una infraestructura que nos permite seguir desarrollándonos. Tenemos mucha inversión privada, nacional y extranjera que quiere seguir invirtiendo en el Perú (o alguien cree que los grandes conglomerados que están pagando sus deudas tributarias atrasadas y judicializadas lo hacen porque piensan abandonar el país).

Continuemos trabajando, desde nuestras esquinas, con un optimismo basado en la razón y no bajemos la guardia en el control, denuncia y sanción contra los corruptos, públicos y privados,

 

 

 

Un aniversario que está pasando desapercibido en este año post-bicentenario y trilciano es la aparición del único libro de poemas de José María Arguedas, titulado Katatay (Temblar). Lo publicó el Instituto Nacional de Cultura, con prólogo de Alberto Escobar, como una recopilación de seis poemas que fueron dados a conocer por Arguedas en la década de 1960 en quechua y traducidos mayormente por él mismo al castellano. Más adelante se añadiría un poema desconocido, totalizando, así, siete.

Leer este libro de 1972 nos conecta con una época de grandes transformaciones y esperanza en el Perú. Eran los tiempos del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, que realizó reformas que cambiaron para siempre el rostro del país. Para muchos sectores conservadores se trató de un gobierno funesto (y así lo cacarean hasta ahora), pero lo cierto es que el Perú pasó de ser un país latifundista y semifeudal a una versión de capitalismo estatal que fue truncada con el contragolpe del «felón» Francisco Morales Bermúdez. Entre otros hechos inéditos, la población indígena logró entrar a Palacio y el quechua se oficializó. Lamentablemente, Arguedas se había suicidado tres años antes por una depresión que lo persiguió toda su vida y de la que ni los nuevos aires políticos pudieron redimirlo.

En la tradición poética quechua hay muestras valiosas desde tiempos coloniales, con los himnos, cantares y poemas cortos recogidos por cronistas como Guaman Poma de Ayala, Juan de Santacruz Pachacuti, Cristóbal de Molina el Cuzqueño y el Inca Garcilaso de la Vega, que constituyen las fuentes principales para llegar a una idea aproximada de ese arte verbal en la principal lengua andina en tiempos prehispánicos. Ya con la llegada de los españoles la poesía quechua colonial adquirió matices cristianos con fines evangelizadores. Pero lo cierto es que los autores indígenas y mestizos se apropiaron de la escritura alfabética para dar continuidad y renovar una tradición muy antigua.

En tiempos de la república esa práctica continuó paralela a la de la poesía en español, que más bien se dedicaba a imitar de manera lánguida los modelos del romanticismo peninsular. O sea, cero independencia.

Ya en el siglo veinte surgen dos pilares de la tradición quechua, como son los poemas de Andrés Alencastre (que firmaba como Killku Waraka) y José María Arguedas, ampliamente reconocido para entonces como narrador y antropólogo. Con «A nuestro padre creador Túpac Amaru», «Llamado a algunos doctores», «Oda al jet» y los otros poemas que componen Katatay se hizo evidente que Arguedas era, por encima de todo, un gran poeta. Ahí estaba la explicación de la hondura y sensibilidad de sus novelas, así como en su manejo del quechua, que para él era la lengua más idónea para la poesía.

Han pasado 50 años desde la recopilación de Katatay y los poemas de Arguedas nos dicen cosas muy valiosas, como la necesidad de una transformación social profunda, un mejor entendimiento de nuestra naturaleza y nuestros pueblos originarios y la posibilidad de lograr una modernidad alternativa, sin abandonar aquello que nos es propio y oriundo del Perú.

Así como celebramos con toda justicia el centenario de Trilce, de César Vallejo, este 2022, celebremos también el cincuentenario de Katatay. Nuestro Perú profundo lo merece.

Como dice Arguedas en «Llamado a algunos doctores»:

«¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?

Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.

Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne».

(* El libro en su edición original puede descargarse en este enlace, ¡A leer!:

https://repositorio.cultura.gob.pe/bitstream/handle/CULTURA/945/Temblar%20Katatay.pdf?sequence=1&isAllowed=y )

 

 

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Katatay

 

Ni siquiera la bancada de Perú Libre iba a apoyar la confianza del efímero gabinete Valer. El presidente Castillo se vio obligado políticamente a cambiarlo sin jugar la carta de su presentación acelerada ante el Congreso y descartando así la torpe iniciativa del cantinflesco Premier de fungir de la primera “bala de plata” en el proceso de dos negatorias de confianza que permitirían la disolución del Congreso.

Si Castillo jugaba a ello, aseguraba su vacancia pronta. Un Congreso puesto contra la pared y empujado a jugarse su permanencia, obviamente iba a preferir sacar a Castillo de Palacio, antes de irse pacífica y dócilmente a su casa.

Hoy, la única manera que tiene Castillo de evitar que la crisis escale y se lo lleve de encuentro del poder presidencial, es procediendo inmediatamente a armar un gabinete, ya no de centro, de derecha, o cerronista o de izquierda auténtica. Eso, más allá de lo deseable, según el respectivo punto de vista ideológico, no es lo factible en las actuales circunstancias.

La única manera de salvar el grave impasse político en el que se ha metido, por propia voluntad, el Primer Mandatario, pasa por convocar a un Premier de probada solvencia moral y profesional, que cumpla con los requisitos meritocráticos indispensables y, más importante aún, que tenga una capacidad de convocatoria política mayúscula, y que reciba de parte del jefe de Estado, todo el poder necesario para actuar.

Lo que podría reencaminar al gobierno sería solo la convocatoria a un gabinete multipartidario o, quizás mejor dicho, plurideológico, con personajes calificados, que genere el suficiente consenso parlamentario para alcanzar el voto de confianza y que logre establecer fajas de transmisión política con una ciudadanía ya harta e indignada con la mediocridad del gobernante.

 

 

Castillo debe, para ello, ceder importantes cuotas de poder, olvidarse de su gabinete pigmeo en la sombra, desechar Sarrateas y aledaños, olvidarse del caciquista afán de copar el Estado, permitir que el Premier arme su gabinete, y él abocarse en el gobierno a una o dos tareas esenciales, en términos de reformas o de cambios que satisfagan de algún modo el sentido del voto obtenido el 2021: tal vez, salud y educación públicas.

Por cierto, no somos optimistas respecto de la posibilidad de que un personaje tan básico y limitado como Pedro Castillo tenga la lucidez necesaria para entender que la referida es la ruta que corresponde seguir. Más bien, lo vemos reafirmando su signo mediocre en la conformación del nuevo gabinete. Lo más probable, pues, es que labre su propio destino de la peor manera.

 

 

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Congreso, Hector Valer, Pedro Castillo

 

El cardenal Ratzinger, quien como Papa asumió el nombre de Benedicto XVI, tiene fama entre los círculos conservadores de haber sido quien comenzó a tomar medidas severas para enfrentar el problema de la pederastia clerical. El informe sobre abusos sexuales en la arquidiócesis de Múnich-Frisinga del 20 de enero de 2021, elaborado de manera independiente por el bufete de abogados muniquense Westpfahl Spilker Wastl, echa una sombra sobre ese prestigio. Pues Ratzinger estuvo a la cabeza de esa arquidiócesis de marzo de 1977 a febrero de 1982, y el informe documenta cuatro casos en que protegió y encubrió a abusadores sexuales.

 

Para quienes están debidamente informados, esto no constituyó ninguna sorpresa. Pues ya en el año 2021 la teóloga Doris Reisinger —ella misma víctima de abusos en una congregación que contaba con el beneplácito de Ratzinger— y el cineasta y documentalista Christoph Röhl habían publicado un libro desmontando el mito de un Ratzinger que habría combatido de manera efectiva los abusos sexuales dentro de la Iglesia católica. El libro lleva el título de “Sólo la verdad salva: El abuso en la Iglesia católica y el sistema Ratzinger” (“Nur die Wahrheit rettet: Der Missbrauch in der katholishen Kirche und das System Ratzinger”, Piper, München 2021).

 

Basta con conocer, a manera de ejemplo, cómo Ratzinger manejó el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, para darse cuenta de la leyenda que se ha creado en torno a un Papa incompetente que se vio obligado a renunciar a su cargo.

 

Existe evidencia de que cuando Ratzinger aun era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tomó conocimiento de las acusaciones que había contra el P. Marcial Maciel, pero se negó a abrirle un proceso canónico.

 

A dos de las víctimas de Maciel, José Barba y Arturo Jurado Guzmán, se les presentó el 17 de octubre de de 1998 la oportunidad de declarar en la misma Congregación de la Doctrina de la Fe, solicitando la apertura de un proceso canónico contra el P. Maciel, siendo acompañados por la abogada canonista Martha Wegan, de nacionalidad austríaca. Quien los recibió no fue Ratzinger, sino su secretario Gianfranco Girotti. El principal delito del cual se acusaba a Maciel, a diferencia de los abusos sexuales, no había prescrito: se trataba de la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento, dado que después de abusar de sus víctimas, Maciel solía confesarlas y darles la absolución sacramental. No obstante, Ratzinger decidió archivar el caso por presiones del cardenal Angelo Sodano, protector de Maciel, según llegó a averiguar la abogada Martha Wegan.

 

A principios del año siguiente, Carlos Talavera, obispo de Coatzacoalcos (México), le lleva personalmente a Ratzinger una carta del P. Alberto Athié, redactada por recomendación del nuncio apostólico en México, Mons. Justo Mullor. En ella Athié relataba el caso del sacerdote legionario Juan Manuel Fernández Amenábar, quien antes de morir le confesó que había sido víctima del P. Maciel. Una de las cosas que le dijo el moribundo fue la siguiente: «te pido que en mi funeral les digas que yo he perdonado, pero que pido justicia».

 

El mismo Alberto Athié, en una entrevista que concedió para el libro “Marcial Maciel: Historia de un criminal”, de la periodista Carmen Aristegui (Penguin Random House Grupo Editorial México, 2010), cuenta lo que pasó después:

 

«El caso es que Talavera se va a Roma y de regreso lo busco para preguntarle cómo le había ido y si había podido entregar la carta. Le respuesta de Talavera es muy importante, tanto por el contenido de la respuesta de Ratzinger como por la actitud del mismo Talavera. Talavera es un obispo cien por ciento institucional, un hombre que además me enseñó o trató de enseñarme la obediencia como el valor más importante de un sacerdote. Me dijo dos frases que encuadran exactamente lo que vivió. La primera fue: “Alberto, me quedé helado”. Y entonces me cuenta lo que pasó: le entregó la carta y Ratzinger la leyó delante de él. A continuación viene la respuesta del cardenal: “Monseñor, lo lamento mucho pero el padre Maciel es una persona muy querida del Santo Padre y ha hecho mucho bien a la Iglesia. No es prudente abrir el caso”. Y Talavera me dice su segunda frase: “¡Se me cayó Ratzinger!” Que él diga eso es tremendo».

 

Lo cierto es que el caso del P. Maciel estaría más de cinco años en stand-by, sin que Ratzinger hiciera absolutamente nada, hasta que el 2 de diciembre de 2004 José Barba y Arturo Jurado reciben una carta de la doctora Martha Wegan preguntándoles si querían continuar con el caso en contra de Maciel. Así lo cuenta José Barba en una entrevista para el libro “Marcial Maciel: Historia de un criminal”:

 

«Le respondimos que sí, que por supuesto, admirados de que nos lo preguntara. Aquí es muy importante el análisis de las fechas. Piensen en los tiempos: Maciel organiza los festejos de los 60 años de su ordenación sacerdotal, que se cumplen el 24 de noviembre de 2004. Preparan todo a la manera legionaria; es un homenaje verdaderamente faraónico en San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Pedro. La logística fue impresionante. Lo impío de Maciel en todo esto es que quiso aprovechar los últimos días de vida del Papa, ya tan en decadencia, para que le diera el último espaldarazo público; porque él calculaba que si lograba esto, después ya no habría quien moviera una piedra en su contra. Yo creo que invitaron al cardenal Ratzinger, así como invitaron a Angelo Sodano y a otros muchos que encubrieron a Maciel durante años, y que él debe haberles dicho: “No lo hagan”, porque tenía conocimiento de las denuncias, y me parece que aquella ceremonia tan fastuosa tiene que haberle parecido indignante en grado absoluto. La carta de la doctora Wegan está fechada días después. Ella nos contó posteriormente, al doctor Jurado y a mí, en su propio departamento, que el día 8 de diciembre, en el encuentro que tiene todos los años en el Cementerio Teutónico la comunidad de habla alemana en Roma, el cardenal Ratzinger —que era el invitado de honor— se le acercó a Martha Wegan y le dijo: “Esta vez, doctora, sí vamos a ir a fondo en el caso de Marcial Maciel”. Ahí fue el quiebre de Ratzinger con Maciel. De ahí vienen los visitadores y la investigación de Scicluna, que después condujo a la decisión del Vaticano de enviar a Maciel al retiro, para llevar una vida “de oración y penitencia”.”

 

La celebración del 60° jubileo sacerdotal del P. Maciel ciertamente había sido fastuosa. 37 jóvenes legionarios recibieron la ordenación sacerdotal en la Basílica de San Pablo. El Vaticano aprobó los estatutos de la congregación. Maciel participó de la audiencia pontificia en la Plaza de San Pedro y le fue permitido dirigirse a la multitud, donde enfatizó su convicción de que la unidad con el Vicario de Cristo era unidad con Cristo mismo y que los Legionarios de Cristo ponían toda la energía de su carisma al servicio de la Iglesia. El anciano y enfermo Papa Juan Pablo II le dijo a la multitud allí reunida que la obra de Maciel estaba llena del Espíritu Santo. Maciel fue aclamado como “nuestro Padre” por unos 4000 Legionarios y miembros del Regnum Christi, que habían viajado a Roma expresamente para la ocasión.

 

Por ese entonces Ratzinger estaba preocupado, pues los testimonios de las víctimas en Internet se multiplicaban y él mismo era acusado de encubrir al P. Maciel, motivo por el cual encargó una investigación preliminar a Mons. Charles Scicluna, un prelado que hasta el día de hoy sería clave en la investigación de abusos sexuales cometidos por clérigos y religiosos.

 

Pero quizás lo decisivo fue un acontecimiento escandaloso ocurrido en el Irish Institute en Roma, el mismo día del jubileo sacerdotal del P. Maciel. Ahí se habían reunido unas 300 mujeres consagradas del Regnum Christi, algunos pocos varones y el secretario privado de Maciel, Rafael Moreno. Durante el evento una joven muchacha de apenas 20 años bailó la jota para Maciel. La sensualidad del baile ya era suficiente para escandalizar a las consagradas presentes. Pero cuando la joven se sentó sobre las piernas de Maciel y lo abrazó, el escándalo fue perfecto. Los presentes estaban atónitos, no obstante Maciel les hizo un señal, indicándoles que todo estaba en orden. Pero quien estaba particularmente alarmado era Rafael Moreno, pues él sabía exactamente quién era la muchacha: le decían Normita y era la hija carnal de Maciel. También se hallaba presente la madre de la muchacha.

 

Esto ya fue demasiado para Moreno, quien ya había intentado infructuosamente en el año 2003 informar al Vaticano sobre la verdadera vida del fundador de los Legionarios de Cristo. En esta ocasión sí tuvo éxito. Fue donde el cardenal Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y le contó lo que sabía, presentando como pruebas varias fotografías y amenazando con ir a la prensa si no se tomaban las medidas correspondientes. El cardenal Rodé habría hablado posteriormente con Ratzinger, el cual ordenó hacer las investigaciones que devendrían en mayo de 2006, cuando Ratzinger ya se había convertido en el Papa Benedicto XVI, en la orden de que Maciel se retirara a una vida de oración y penitencia, aunque sin indicar claramente los motivos. Más aun, recién en febrero de 2009, un año después de la muerte de Maciel en enero de 2008, los Legionarios de Cristo harían público que el P. Maciel había tenido una doble vida y cometido abusos, como reacción a una nota periodística publicada el 4 de febrero de 2009 en el New York Times.

 

En resumen, Ratzinger se habría visto forzado por las circunstancias a tomar medidas contra el P. Maciel. No parece haber tenido conciencia del sufrimiento de las víctimas, pues ello no le motivó nunca a abrir un proceso contra uno de los mayores abusadores sexuales que ha tenido la Iglesia católica en su historia reciente. Pero el escándalo que podía afectar la imagen de la Iglesia por el hecho de que se supiera que un sacerdote prestigioso y admirado por el el Papa Juan Pablo II tenía mujer y progenie parece haber pesado más en su ánimo. Finalmente, las medidas que se tomaron fueron tibias, pues Ratzinger habría pensado siempre que en el abuso sexual clerical se trataba de casos individuales y nunca admitió hallarse ante un problema estructural y sistémico de la Iglesia católica. Nunca se le abrió un proceso canónico al P. Maciel, arguyendo su edad avanzada. De esta manera, la justicia que se pretendió dar a las víctimas fue parcial e insuficiente.

 

El problema de la pederastia clerical ha seguido avanzando sin solución a la vista y al final, como un boomerang, le ha regresado aparatosamente al anciano Ratzinger a través del informe de Múnich, evidenciándolo como un encubridor más.

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Religión

 

En estos días de atípico verano, en que muchas personas esperan con ansias el concierto de Bad Bunny, un reggaetonero mamarrachento y grotesco que seguro llenará el Estadio Nacional con sus insufribles majaderías, vienen a mi mente las vacaciones de hace treinta y algo de años (entre 1986 y 1989), en las que los adolescentes limeños aspirantes a Marty McFly y Don Johnson disfrutaban del clima brillante -y menos húmedo que el actual- escuchando los ondulantes sonidos de una banda inglesa de reggae que fue capaz de llevar a la sacrosanta música de Bob Marley, Peter Tosh y Jimmy Cliff a un nivel más alto de popularidad y culto.

En épocas sin internet ni redes sociales, en las cuales apenas teníamos dos o tres ventanas al mundo exterior -y no la sobrecarga de estímulos e imposiciones publicitarias que hoy marcan las pautas de todo- los UB40 nos regalaron, con su cadencioso ritmo y esa noción de espiritualidad que, en nuestras mentes rudimentarias, asociábamos al reggae, momentos musicales con aspiraciones elevadas que se convertían, casi sin que nos diéramos mucha cuenta, en soporte para balancear las ligerezas e indefiniciones inherentes a nuestro tiempo y edad.

La historia de UB40 no es, por cierto, tan idealizable -neologismo del pensador y polígrafo español Gregorio Marañón-, lamentablemente. Formado a finales de la década de los setenta (1978-1979) en Birmingham, este grupo pasó por todas las etapas que atravesaron también los grandes iconos del pop-rock clásico: inicios difíciles y esforzados, casi dos décadas de éxito global, separaciones amargas, juicios y, finalmente, una decadencia que no hace honor a sus logros artísticos ni al merecido cariño que aún le tienen sus legiones de seguidores a nivel mundial. Un detalle adicional que hace más triste el asunto: al interior de UB40 hay también dolorosos ataques entre miembros de una familia porque, como sucedió con los Davies (The Kinks) o los Gallagher (Oasis), aquí el problema principal es entre hermanos.

Robin y Ali, hijos de Ian Campbell, un cantante folk conocido en su localidad, andaban desempleados en aquellos años de resaca punk y nacimiento de las comunidades de inmigrantes provenientes de diversas ex colonias del Imperio Británico ubicadas en Centroamérica -Jamaica, Barbados, Trinidad y Tobago, entre otras-. En ese ambiente multirracial, los jóvenes hermanos y sus amigos Brian Travers (saxo), Mickey Virtue (teclados), Earl Falconer (bajo), Jimmy Brown (batería), Norman Hassan (percusiones) y Terence «Astro» Wilson (voz, trompeta, percusiones), también sin trabajo, decidieron cultivar un género caribeño que cundía en barrios y suburbios, al margen de las asonadas post-punk y new wave, las favoritas de los jóvenes blancos de entonces.

El octeto decidió bautizar a su grupo con el nombre del formato de solicitud de beneficios por desempleo – UB40 es, literalmente, Unemployment Benefits #40- y en sus tres primeros años lanzó una cadena de álbumes con letras anti-Thatcher y un sonido lánguido, dominado por efectos de eco y reverberaciones propias del dub y los sound systems que Lee «Scratch» Perry, el legendario productor jamaiquino fallecido en agosto del año pasado, perfeccionó hasta niveles magistrales.

Si otras bandas inglesas como The Police, The Specials o Culture Club tomaron el reggae para fundirlo con otros géneros (rock, punk y pop-soul, respectivamente), los vecinos de Black Sabbath y Duran Duran abrazaron esta importante porción del folklore jamaiquino y la colocaron en el centro de la atención de una escena musical cargada de buenas y múltiples opciones. Su onda, más ligada a la crítica al establishment británico de la época que a las odas a Jah y la ganja, los posicionó como una banda auténtica y creíble, con temas como Madame Medusa -dedicada a doña Maggie-, King y especialmente Food for thought, todas de su primera producción, que además mostraba una intención innovadora con cuatro instrumentales, Adella, 25%, Signing off y Reefer madness. Un verdadero clásico de su tiempo.

Luego de lanzar tres álbumes en esa línea -el mencionado debut Signing off (1980), Present arms (1981), y UB44 (1982), los hermanos Campbell y compañía dieron un paso que daría un vuelco a su trayectoria, un disco de covers de artistas jamaiquinos, muchos de los cuales eran, a su vez, adaptaciones al reggae de The Impressions, Al Green, The Temptations, Neil Diamond, entre otras luminarias de la escena norteamericana pop y soul, un homenaje a las raíces de su éxito. Este LP, titulado Labour of love (1983), contiene diez canciones que habían sido grabadas por gente como Bob Marley (Keep on moving, compuesta originalmente por Curtis Mayfield), Jimmy Cliff (Many rivers to cross) o Eric Donaldson (Cherry oh baby). Aquí aparece también Red red wine, tema que convirtió a UB40 en un fenómeno global. La canción, una balada de 1967 del cantautor norteamericano Neil Diamond, había sido éxito en Jamaica en la voz de otro intérprete, en 1969. De hecho, como contaron en varias ocasiones, cuando la grabaron ni siquiera sabían que pertenecía a Diamond pues solo habían escuchado esta versión reggae de Tony Tribe.

En 1989 la banda publicó Labour of love Vol. II, en la misma línea. Canciones como Here I am (Come and take me), The way you do the things you do o Kingston Town fueron, precisamente, las que musicalizaron aquellos veranos ochenteros y ayudaron a consolidar al reggae como un género popular y comercialmente rentable. En ese mismo periodo, UB40 colocó otro exitazo a nivel mundial junto a Chrissie Hynde, vocalista/guitarrista y líder de The Pretenders, para una versión reggae del clásico de 1965 de Sonny & Cher, I got you babe, incluida en el álbum Baggaridim (1985). La asociación se repitió para el single Breakfast in bed (UB40, 1988), otro cover, esta vez de la estrella británica de pop sesentero Dusty Springfield. Por dentro, las tensiones y desencuentros egotistas entre los hermanos Ali y Robin Campbell aumentaban de manera silenciosa, como un cáncer no detectado. Las mieles del éxito comercial hacían que estas grietas, aun pequeñas, no hicieran mella a la unidad del conjunto.

UB40, convertido en una sensación, dejó de ser visto como un grupo de vanguardia. Aun cuando siguieron produciendo material escrito por ellos, eran sus versiones de terceros las que más llamaban la atención del público, como fue el caso de la balada de Elvis Presley de 1961, (Can’t help) Falling in love with you (álbum Promises and lies, 1993). Después de eso, poco o nada se ha sabido de ellos a nivel de presencia masiva, aunque ciertamente contaron con el apoyo incondicional de sus admiradores. Luego de una participación estelar en el concierto benéfico Live Earth (2007) vino la primera gran fractura en la formación original, cuando se anunció que Ali Campbell, la inconfundible voz de UB40, se separaba del grupo. Otro de sus hermanos, Duncan, tomó su lugar. Robin, el guitarrista y nuevo líder, mencionó al principio que Ali se retiraba «para iniciar su carrera en solitario dándole su bendición a Duncan». Ninguna de estas dos cosas habría sido cierta.

En el 2013, la banda tuvo otra importante baja. Terence Wilson, cantante y trompetista, también se fue, incómodo tras un álbum de covers de clásicos del country llamado Getting over the storm en el que versionaron a The Allman Brothers Band, Willie Nelson, George Jones, entre otros. El carismático Astro se unió a Ali Campbell y al tecladista Mickey Virtue -quien también había salido el 2008-, en un proyecto denominado UB40 featuring Ali, Astro, and Mickey. Este hecho desató, literalmente, la ira de Robin quien demandó a sus excompañeros por uso indebido del nombre UB40. Recientemente, Ali Campbell reveló, en tono muy amargo, que Robin y el resto de la banda no habían sido honestos sobre los motivos de su renuncia y que vio con tristeza cómo Duncan «estaba destruyendo el legado de sus canciones».

El año pasado, la muerte de dos de los miembros fundadores de UB40 golpeó duramente a la banda. El saxofonista Brian Travers, uno de los que más trató de interceder para bajar las hostilidades entre los hermanos Robin (67), Duncan (63) y Ali (62), falleció en el mes de agosto, a los 62 años, tras una larga lucha contra el cáncer cerebral. Posteriormente, en noviembre, se reportó la muerte de Astro, a la edad de 64 años, de una enfermedad no especificada. En la página web oficial del grupo puede sentirse la acrimonia que los separa. Mientras que el obituario de Travers, quien permaneció junto a Robin, es largo y muy emotivo; el de Astro, que trabajaba con Ali, tiene apenas unas cuantas líneas frías que parecen haber sido redactadas por un notario público.

Mentiras, egos en conflicto y ambiciones mal encaminadas han hecho que, actualmente, existan dos UB40. Aunque han producido una decena de álbumes entre 1997 y 2019 -que incluyen dos volúmenes más de la serie Labour of love, en 1999 y 2010-, estos no han tenido la resonancia de sus clásicos debido, entre otras cosas, a que el monopolio reggaetonero de personajes como Bad Bunny hacen imposible a programadores radiales tomar la decisión de dar a conocer otras cosas. Por eso, escucharlos hoy nos invita a recordar temas como Wear you to the ball, Watchdogs, All I want to do o Johnny too bad, que nos remiten a épocas más relajadas y mejores veranos.

 

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Música, UB40

La declinación de Rafael López Aliaga a su candidatura presidencial y su invitación a que Keiko Fujimori haga lo propio, y a que, buscando un nuevo candidato, se conforme una coalición de derechas, es una propuesta sensata e inteligente.

Si además de ello, dicha coalición logra convocar a algunas fuerzas de centro identificadas con una economía de mercado (es el caso de sectores de APP, Somos Perú, Morados, Acción Popular o el PPC), podría constituirse una gran opción de centro derecha, capaz no solo de ganar las elecciones presidenciales venideras sino, sobre todo, de asegurar la gobernabilidad del régimen por un mandato completo.

Es menester que el Perú ingrese a una continuidad de regímenes proinversión, promercado, democráticos e inclusivos, para lograr acercarnos al estadio de desarrollo que ya habríamos logrado si la transición post Fujimori no hubiera sido tan reticente en el empeño de continuar las reformas estructurales que quedaron pendientes después de los 90.

Ya no se necesita un centro aguachento, mucho menos una izquierda anquilosada, como este gobierno ha permitido mostrar en su real dimensión, sino una derecha firme en sus convicciones y liberal en sus perspectivas políticas y económicas (este liberalismo es una tarea pendiente en la derecha peruana, sobre todo por el desembozado mercantilismo fujimorista).

La coalición es necesaria, porque la división reduce las respectivas votaciones y favorece que se entrometa algún candidato disruptivo (como fue el caso de Castillo), a pesar de que, según todas las encuestas, casi el 80% de la ciudadanía se autodefine ideológicamente como de centroderecha. Ese riesgo hay que evitarlo a toda costa, para no derivar en la ruleta de las segundas vueltas, más propensas a un voto emotivo, más actitudinal que racional.

Candidatos hay y surgirán nuevos. En ese sentido, la prisa más bien debería ir por consolidar ese gran pacto y después, con paciencia, decidir quién será el portavoz electoral. Y debería empezar a dialogarse al respecto con prontitud, ya que, por lo que se ve, este gobierno está haciendo todo lo necesario para no culminar su mandato el 2026. Podría haber elecciones antes de lo previsto y sería bueno que coja a la derecha preparada y dispuesta al desafío.

El mensaje de la derecha, si lo elige con pertinencia, puede ser muy potente: reactivación económica a fondo, resolución del caos delincuencial, reformas institucionales, nuevo Estado descentralizado, etc. Los problemas más urgentes de la ciudadanía hechos propuesta política. Si se logra, constituiría una brisa de real optimismo en medio de la desesperanza que hoy padecemos.

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Keiko Fujimori, Pedro Castillo, Rafael Lopez Aliaga

 

Jane Campion ha regresado para presentarnos otra obra maestra. Lo hizo ya en 1993 con El Piano. Esta vez, su film, El poder del perro, es otro de los favoritos a llevarse el Oscar el próximo 27 de marzo y convertirse en la primera producción de Netflix en ganar el Oscar a mejor película. A pesar que aún no se han anunciado a los nominados.

Jane Campion llevaba pantalones, una blusa blanca y un enorme saco negro cuando recibió el Oscar el 94. Sin tacos y con un peinado sencillo, como años después Chloe Zhao lo haría también, usando un par de zapatillas y con dos sencillas trenzas al convertirse en la primera mujer asiática en recibir el galardón por Nomadland. Quizás y luego de 28 años, la directora neozelandesa realice el mismo recorrido, gracias a su film: El poder del perro.

Si hoy, la obra de diversas directoras de cine, ha tomado mayor atención, es también gracias al camino que Jane Campion inició en los 90s. Ella, que le dio voz en la pantalla, a una mujer muda, en El Piano, con un guión original, que entre varias otras cosas, se llevó tres premios Oscar, tres premios Bafta y la Palma de Oro en Cannes. Por esto último, se convirtió en la primera mujer en la historia del cine en obtenerlo.

El poder del perro podría considerarse un western. Sin embargo, ahonda tanto en las masculinidades establecidas que más bien, convierte este género en una inversión total de su esencia. Como en algún momento lo hizo Ang Lee con su cinta Secreto en la montaña. Pretendiendo dejar de lado los estereotipos que normalmente ha tenido el género de los vaqueros.

La historia, inspirada en el libro de Thomas Savage bajo el mismo nombre, nos presenta a dos hermanos, contrarios entre sí, que ven cambiadas sus vidas cuando uno de ellos, George, decide casarse. Al compartir la misma casa y actividades con Phill, el hermano hostil, no dejará de manifestar su desagrado por la presencia de su nueva cuñada y el hijo de ésta.

El film tiene una serie de estímulos visuales que sobrepasan la propia estética y que más bien son elementos que hacia el final de la historia darán sentido al desenlace. Campion aprovechó los paisajes de su natal Nueva Zelanda para filmar como si fuera Montana en 1925. Otra mujer, Ari Wegner, que no ha dejado de ganar premios desde que empezó su carrera, es la encargada de la dirección de fotografía.

Algo que se puede apreciar además en todas las entrevistas realizadas al reparto, es la satisfacción de los actores por la dirección de Jane Campion. El resultado del encuentro de Kirsten Dunst, Benedict Cumberbatch y Kodi Smit-McPhee con la directora, simplemente, es magistral. Tomando en cuenta que a esta cineasta siempre le han interesado los personajes complejos y con más de un secreto que se va develando conforme avanza la narrativa.

Kirsten Dunst en el mejor momento de su carrera, lejos de los gritos que el obcecado Sam Raimi le propuso para Spider Man el 2002, demuestra una madurez que le permite transitar emocionalmente en pantalla con una profundidad que ni siquiera en Melancolía de Lars Von Trier habíamos visto. La decisión de la actriz, de no hablar durante la filmación y solo hacerlo en escenas, tuvo que ver con este resultado.
Por su parte, Benedict Cumberbatch, además de no dirigirle la palabra a su compañera, se internó previamente en diversos ranchos para experimentar la vida de un vaquero. Incluyendo prácticas como la castración de animales. A pesar de que para la directora no fue la primera opción, su desempeño, según sus propias palabras, desbordó sus expectativas.

Por último y no en orden de importancia, está el joven Kodi Smit-McPhee. Recordado por su papel en El Último camino cuando era niño, a lado del actor Viggo Mortensen. Como también por su incursión en los X-Men con el personaje de Kurt Wagner. Un salto de garrocha para su carrera que le ha valido ya cuatro premios importantes, con tan solo 25 años. Mejor actuación de reparto para el Círculo de Críticos de Nueva York, Globo de Oro, y dos AACTA, por reparto y mejor actor joven.

Jonny Greenwood está a cargo de la banda sonora. El guitarrista de la banda inglesa Radiohead se ha venido perfilando como uno de los mejores compositores musicales cinematográficos de la época. Además de haber sido nominado por su trabajo para la película El Hilo Fantasma el 2017. En esta ocasión presenta un trabajo potente de constante tensión, acentuando en el aislamiento e incomprensión de sus personajes y que compagina con los demás elementos del film.

Hace tres años la BBC de Londres realizó una encuesta sobre las mejores películas de todos los tiempos dirigidas por una mujer. La ganadora fue El Piano de Jane Campion. Ella forma parte de las 7 únicas mujeres que a través de la historia del cine han sido nominadas al Oscar como directoras. Empezó su carrera con el cortometraje Peel en el 82 y se llevó La Palma de Oro en Cannes. Jane Campion es una grande, no deja de sonreír y confía en sus instintos. Lo racional, señala ella, no tiene espacio en una filmación, el instinto gobierna allí.

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Cine, Jane Campion

Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) lleva décadas entregado a la escritura. Reconocido periodista, Gumucio ha aprovechado en su literatura diversos materiales  autobiográficos sin caer en las predecibles aguas de la tan discutida autoficción (como si el género fuera finalmente el problema). Sus dos primeras novelas pusieron la ironía en primer plano, en especial Memorias prematuras (1999) una suerte de relato de formación intelectual y artística salpicado de un humor poco complaciente con el propio autor-personaje.

Quisiera remarcar que en Gumucio hay un impulso por alejarse siempre de convenciones visibles o adocenadas en los manuales de escritura, como sucede en Los platos rotos (2004), un texto de carácter híbrido y que apela a diversos registros, que van del cuento al drama, teniendo como intención de fondo practicar el desmontaje de varios mitos oficiales en la historia chilena. Queda claro que, tanto en la orilla de su literatura más personal, como en la que aborda cuestiones relativas a la esfera histórica chilena, Gumucio no parece estar en el lugar equivocado: el ánimo crítico.

Hace poco encontré en una librería de Miraflores un ejemplar de su libro Nicanor Parra, rey y mendigo (2018) un asedio biográfico al gran poeta chileno, figura clave de la posvanguardia latinoamericana, un poeta que sometió al discurso poético a límites de experimentación, ruptura y humor pocas veces logrados. Queden, como ejemplo, muchos de sus inolvidables Artefactos.

Gumucio emprende la tarea de realizar la biografía de Parra, labor amparada no solo en una investigación acuciosa, como corresponde a libros de esta envergadura, sino también en el recuerdo de sus múltiples y asombrados encuentros con el poeta, patriarca de una legendaria familia de artistas.

Huelga decir que en las condiciones que el libro transparenta –el trabajo de fuentes, la fascinación de Gumucio por el personaje o el desplazamiento hacia otras sensaciones provocadas por la presencia apabullante del poeta (el desconcierto e inclusive algo que podría parecerse al miedo), que el autor nunca se esfuerza por esconder–, se nos revela la secreta pauta que sigue el volumen: la biografía de Parra no puede ser objetiva porque los estados  de ánimo y la subjetividad del biógrafo acompañan (sostienen) también el relato.

No afirmo con esto que el texto carezca de fiabilidad, sino que la escritura del otro envuelve a uno mismo y esa dinámica es inevitable. Gumucio registra con fidelidad los rasgos de su personaje, sobre todo su endiablada habilidad con las palabras, su inteligencia para tender “trampas” en la interacción, pero también sus sarcásticas boutades.

Gumucio ha escrito un notable asedio biográfico y lo ha hecho de un modo marcadamente singular, en un tono que va encontrando sus parientes en la tradición latinoamericana, como Mala lengua (2020), el perfil de otro notable de la lírica chilena, Pablo de Rokha, llevado a cabo por Álvaro Bisama o Almas en pena chapolas negras (1995), en el que Fernando Vallejo narra la vida de ese emblemático poeta modernista colombiano que fue José Asunción Silva. No se trata de libros con afán escolar ni de relatos de una linealidad siempre puntillosa o enciclopédica. No. Textos como Nicanor Parra, rey y mendigo son, sobre todo, un llamado a la sensibilidad de los lectores.

Rafael Gumucio

Nicanor Parra, rey y mendigo. Rafael Gumucio. Edición de Leila Guerriero. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, colección Vidas Ajenas, 2018.

La única salida política de la crisis de gobernabilidad que ha generado el malhadado régimen de Pedro Castillo pasa o por su renuncia o por una decisión del Congreso (sea por la vía de la vacancia o de la acusación constitucional) que lo retire de Palacio.

Ya resulta más que evidente la irreversibilidad de la mediocridad en la gestión. Estamos ante el serio riesgo de un colapso del Estado, con las graves consecuencias que ello tendría para el país, no solo en términos del daño económico y político que de por sí generaría, sino por la eventual explosión de un conflicto social de curso indeterminado que tal estado de cosas podría producir.

La designación del gabinete Valer, plagado de más impresentables que los dos gabinetes anteriores -cosa que ya parecía imposible de lograr-, y agravado por la designación de un Premier que no debería estar un minuto más en el cargo por sus inconductas recientes (es un agresor de mujeres), es una falta de respeto a la ciudadanía.

 

El Congreso, de insistir en el despropósito Castillo, debería, primero, negarle la confianza al gabinete, y, segundo, si el Primer Mandatario, carente de una mínima dignidad y admisión de incompetencia, no renuncia, abocarse a encontrar la salida legal para recortar su mandato.

La experiencia de un gobierno surgido del pueblo provinciano ha sido, lamentablemente, fallida. Castillo es un embustero que se arropó de ese discurso antiestablishment para ganar las elecciones, pero una vez en el poder ha demostrado que su único logro ha sido reeditar los peores vicios de la República peruana, llevados a su minusválida dimensión: el patrimonialismo, la temprana corrupción, la ineficacia administrativa, etc.

Como venían las cosas, el momento destituyente se iba a producir más temprano que tarde. Castillo ha adelantado las agujas del reloj, con pasmosa indolencia y desparpajo. Porque lo que ha pergeñado con el gabinete Valer es no solo una muestra de su mediocridad sino también de su evidente psicopatía política. El Presidente carece de criterios morales para gobernar, la situación psicosocial más grave que pudiéramos hallar en un gobernante.

Es hora de que la sociedad civil, lamentablemente pasmada en su activismo por haberse plegado al oficialismo, se despercuda y tome conciencia de que el desprolijo manejo político del país no puede seguir siendo tolerado. Es hora también de que la clase política -particularmente los partidos de centro (Acción Popular y Alianza para el Progreso)- abandonen el acrítico respaldo a un régimen cuyo deterioro va a generar inmensas consecuencias a la sociedad entera. La gangrena castillista debe ser cortada temprano, antes de que contamine el cuerpo social en su conjunto.

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Congreso, Pedro Castillo
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