Opinión

Luego de superar la pandemia, cuando se haya completado un mínimo plan de vacunación que la aminore, recién se podrá ver una luz al final del túnel de la recesión económica que las rígidas cuarentenas han producido (sigo pensando que han sido excesivas: no hay ningún vector que correlacione cuarentenas más estrictas con disminución de los contagios y muertes).

Cuando ese momento llegue, lo que el Perú va a necesitar no es de bonos, asistencia estatal o créditos subsidiados. Lo que se va a requerir a gritos es un shock de inversiones privadas, solo posible si desde el gobierno se destraban los nudos mercantilistas que afectan la libre competencia, se desregula el mercado laboral, se achica el Estado a lo mínimo indispensable y se sacan adelante megaproyectos diversos (entre ellos los mineros).

Un gobierno pichicatero de la inversión fue el de Alan García y a pesar de no ser uno promercado, disparó la inversión privada y eso generó la mayor reducción de pobreza de nuestra historia. Y si bien es cierto que contribuyó a ello el alto precio de los minerales, ese fenómeno está volviendo a ocurrir y debemos aprovecharlo.

Solo con un shock capitalista será posible construir un Estado capaz de brindar salud pública decente, educación pública competitiva, grados de seguridad ciudadana mínimos y un sistema de justicia confiable. Porque para ello se necesita recursos sinfín. Lo que el Perú necesita es un Estado chico con un presupuesto grande para poder incrementar las inversiones públicas donde es urgente y necesario.

La crisis pandémica no conduce al fin del “modelo neoliberal”, como gusta de llamarlo nuestra izquierda. Lo que hemos vivido estos últimos treinta años es un capitalismo mercantilista que aún a pesar de no haber sido liberal ha generado niveles de reducción de la pobreza y de la desigualdad inéditos en nuestra historia. Si hubiésemos tenido una economía liberal competitiva, ese crecimiento hubiera sido superlativamente mayor.

La única manera de que el Perú recupere su peso histórico en la región (como el que tuvo en la época prehispánica o en la colonia) es volviéndose una pequeña potencia capitalista, con altos grados de libertad económica y un Estado capaz de asegurar una mínima equidad social entre sus ciudadanos, haciendo a todos partícipes del desarrollo.

David Roca Basadre

No me gusta para nada el régimen del señor Maduro, en Venezuela. Además de las críticas que se le hacen sobre el cuestionable manejo de su gobierno, que tiene todas las características de una dictadura, me horroriza el proyecto denominado Arco Minero del Orinoco, que entrega el 12.2% del territorio de Venezuela a la más salvaje rapiña de minerales y piedras de las llamadas “preciosas”, que allí abundan, a manos de empresas extranjeras atareadas en la salvaje destrucción de ese bello y biodiverso territorio. En esta última crítica es posible que mucha gente en nuestro país no me acompañe, dado el ánimo extractivista que predomina y al que se induce, pero esa es una razón más por la que debo subrayar su gravedad, más visible en tiempos de cambio climático y pandemia.

 

La política de nuestro país hacia Venezuela ha sido errada y errática. Recordemos el viaje de Kuczynski a Estados Unidos, tras ser electo, para ver a Trump, sin invitación, que lo recibió en una sala de estar, apremiado por la circunstancia y, hemos de suponer, con las distancias que solía tener hacia los países que no le merecían consideración.

 

Luego, la política hacia Venezuela dictada por Washington para la que el Perú bajo gobierno de PPK y también de Vizcarra, se prestó solícito. Incluso promoviendo el llamado Grupo de Lima, supuestamente para presionar por democracia en Venezuela, pero que no dudaba en incluir a un país como Honduras, tan dictadura como Venezuela y donde la represión y los asesinatos son cosa de cada día.

 

El reconocimiento poco práctico de Juan Guaidó como presidente de Venezuela, con embajador y todo, fue otro error absurdo e inducido por ajenos, que no nos aporta nada.

 

 

Drama y problemas por la migración

La diáspora de migrantes venezolanos, gente que huía y huye de Venezuela por millones, es hoy una situación con varias aristas que hay que solucionar. El gobierno venezolano de Maduro argumenta que esa migración es por la situación en su país tras el brutal bloqueo norteamericano, pero la verdad es que el bloqueo agravó una situación que ya estaba degradada, sin solucionar nada. Y más bien fortaleció a Maduro internamente, y afectó más a una población que, antes del bloqueo, ya estaba migrando. Y llegando en gran cantidad, sobre todo a Colombia, Perú, y también a Ecuador, Chile, Brasil.

 

No podemos dejar de convivir con dos razonamientos en apariencia contradictorios sobre la migración: debemos ser y mantenernos solidarios y acogedores con los migrantes que no dejan su país porque quieran hacerlo, que son gente sufriente como lo fueran los migrantes peruanos en tiempos del terrorismo y la inflación con García, sin dejar de reconocer que tan apabullante migración constituye un problema muy grande, que es necesario confrontar. Aunque con racionalidad, y con mucha serenidad.

 

Porque, como es natural, la población peruana no estaba preparada para recibir a tantos extranjeros, y tan de golpe. El nuestro no es un país de gente rica y la bonanza macro económica – como el virus se encargó de demostrar – solo benefició a unos pocos. Quizá la única ventana abierta, en todo momento, ha sido la informalidad.

 

En un país de informales, basta con tener ganas, armar botica y ponerse a ofrecer bienes o servicios. Poco más, que es lo que ha aliviado tanto desde hace años la escasez de las mayorías, como ahora alivia a la presencia de tantos extranjeros. Atenuando, además, las tensiones con la comunidad migrante.

 

 

La xenofobia no ayuda

En medio de todo ello, la politiquería de personas que aspiran a cargos públicos, o que los ocupan, dedicados a alentar xenofobia con fines proselitistas, es vergonzosa. Se valen de la natural preocupación por la presencia de otros, y en tan gran número, por parte de muchos peruanos, alentando ese recelo de manera irresponsable. Eso solo perjudica más el clima social: ojalá esas personas nunca sean electas.

 

Eventos recientes, el asesinato en Trujillo de un comerciante venezolano por delincuentes que le exigían pagar un cupo, y el intento de asesinato de un joven peruano arrojado de un puente en Medellín, Colombia, pero que la xenofobia hizo aparecer – en las redes sociales – como asesinato en Venezuela, y además la muerte con bala de un joven repartidor venezolano de delivery en Lima, unido a amenazas de bandas de delincuentes tanto venezolanas como peruanas, también por redes sociales, generan temor de que se desate un escenario de tensión social más grave que lo que se ha vivido hasta ahora.

 

La pandemia, además, aviva esas tensiones, las emociones están al vivo, y puede bastar una pequeña brizna encendida para que ocurra algo peor.

 

El señor Maduro, por razones políticas y ahondando en la irresponsabilidad, se ha dedicado, además, a difundir, agrandándolos como un Urresti o un alcaldillo de San Juan de Lurigancho cualquiera, los casos de xenofobia en el Perú, de manera que, en su país, mucha gente supone que la situación de los migrantes es totalmente invivible. Lejos de la verdad, como sabemos. Pero eso tampoco ayuda.

 

 

Realpolitik

Partamos de constatar algo concreto: la totalidad de los migrantes venezolanos acuden, para sus papeleos legales, a una pequeña oficina del régimen de Maduro en Lima. El “embajador” de Guaidó no sirve para nada práctico a los migrantes. Y es que el control del Estado venezolano lo tiene Maduro. De facto o no, su autoridad es la que dirige y maneja el Estado venezolano.

 

Pero ocurre que lo que Maduro hace en su país ha dejado de ser tan solo un problema interno de Venezuela, sino que vía tan apabullante migración y los problemas que ello comporta, sus actos nos afectan directamente. Y no podremos incidir en cambios que impidan que eso nos afecte si no discutimos directamente con el régimen de Maduro. Tan claro como eso.

 

Lo que más conviene es lo que conviene al Perú, no a los intereses de otro país, por gran potencia que sea. Y es necesario decirle oficialmente al señor Maduro que ya dejó de ser un tema de asuntos internos todo aquello que hace en su país y provoca tan gran migración, que a su vez nos afecta directamente.

 

Habrá que negociar, habrá que gestionar que se afloje el bloqueo norteamericano, habrá que reunirse con los otros países afectados y acordar acciones comunes, aprovechar el cambio de mando en Ecuador, próximamente, y que posiblemente sea a favor del candidato pro Maduro del correísmo, para tender los puentes que sean necesarios.

 

El gobierno de Maduro hace tiempo que perdió la brújula del socialismo del que hablaba – y todavía pregona – y hoy es un país hambriento de inversiones que pactaría hasta con el diablo para salir de sus apuros. Bueno, pues, es la hora de aprovechar esa circunstancia.

 

Solo con políticas realistas, con realpolitik, es decir con acciones que se basen en consideraciones a partir de hechos concretos, sin que medien prejuicios ideológicos, pero también sin pecar de ingenuidad, es que podremos resolver estos problemas que nos afectan y que, si no los confrontamos directamente, podrían devenir en irresolubles.

 

Si Hernando de Soto no se libera del empaquetado marketero que alguien le debe haber impuesto, va a quedar no solo congelado en la baja intención de voto que actualmente muestra sino que va a ser prontamente superado por alguien como Rafael López Aliaga, quien viene en alza, con un estilo desenfadado.

De Soto tiene los suficientes pergaminos académicos y políticos como para ser la estrella intelectual en el firmamento electoral que hoy nos toca en suerte. Es, además, y por ello se le reconoce mundialmente, una mente innovadora, capaz de ver una solución en medio de la oscuridad.

Cuando presentó a sus primeros colaboradores insinuaba una candidatura disruptiva de derecha, desde una perspectiva liberal y social potente. Pero algo ha pasado en el camino que su estrella se ha ido apagando.

Como comentábamos en nuestra columna de ayer, el asco ciudadano por el escándalo vacunagate va a tener secuelas electorales. La gente va a ir a votar de muy malhumor, por más que el gobierno acelere la llegada de las vacunas o el Congreso no siga cometiendo trastadas populistas o desastres políticos (como querer bajarse la Mesa Directiva).

En tales circunstancias, las posturas de centro o moderadas saldrán sobrando. La ciudadanía va a buscar posturas fuertes, claras, definidas, rupturistas, capaces de convocar la sensación de que se va a cambiar el statu quo.

Por ello, hace mal De Soto mediatizándose, tanto en su mensaje ideológico como en su estrategia de campaña. El autor de El misterio del capital y coautor de El otro sendero, es liberal, de derecha liberal. Se ve como una impostura que trate de morigerar sus planteamientos en el vano afán de conquistar un centro cada vez más diluido.

Estas elecciones se van a polarizar y se van a mover mucho respecto de la actual lista de intenciones electorales. Solo un 18% ha definido ya su voto, según Datum. Los indecisos, tan irritados como toda la ciudadanía por el espectáculo oprobioso que estamos viviendo con las vacunas VIP, buscará a quien mejor exprese su malestar. Y eso pasa por alguien que le prometa cambiar las cosas, no quien sea percibido como más de lo mismo. De Soto está a tiempo de despercudirse.

El año pasado se conmemoró el centenario del nacimiento de Chabuca Granda y, de no haber sido por la pandemia, la celebración hubiera sido mucho más visible y merecida. Hablar de Chabuca Granda es hablar de una figura que excede el límite conceptual que nos impone la palabra “compositora”, porque Chabuca Granda es, en lo fundamental, una poeta.

 

El lenguaje de sus canciones, incluso el de las más tradicionales no están exentas de brillo metafórico e imágenes de enorme sutileza. Sin embargo, debe subrayarse que al menos podemos notar dos etapas en su trabajo: una primera, enmarcada en la experiencia de Lima y sus personajes, donde se inscriben diversas coplas con nombre propio y temas como “La flor de la canela”, “José Antonio”, “Fina estampa” o “Puente de los suspiros”; y una segunda, caracterizada por una abierta exploración de nuevas posibilidades, incluyendo una apropiación creativa tanto de ritmos afroperuanos como de distintas sonoridades latinoamericanas.

 

Alguna vez le preguntaron al guitarrista Lucho Gonzales qué palabra definía mejor el universo de Chabuca Granda. Su respuesta fue: “vanguardia”. ¿Y qué es vanguardia sino el dominio de la tradición que se va a romper, el conocimiento acabado de aquello sobre lo que se va a practicar alguna innovación? Esto es precisamente lo que hay que decir de sus composiciones: que abren puertas, que aprovechan lecciones del pasado y se proyectan hacia el futuro. Temas como “Cardó o ceniza”, “Ríos de vino”, “Ese arar en el mar”, “Vértigo” o “Las flores buenas de Javier” (una de varias dedicadas a la absurda muerte de Heraud) pertenecen por derecho propio a la poesía. Que se escribieran para ser cantadas solo puede enriquecer su condición primera.

 

He dicho todo esto para saludar la aparición de tres libros formidables y que serán sin duda punto de partida para futuras investigaciones sobre el legado de Chabuca Granda. El primero de ellos, Las palabras de Chabuca, es una compilación de las mejores entrevistas concedidas por ella y reunidas por Alberto Rincón Effio, Cito, de la entrevista con César Hildebrandt: “¿Qué es ser peruana para ti, Chabuca? Bueno, ahora es un sufrimiento… Te lo digo en serio… (…) te diré que ser peruana es como tener una angina, como la que tengo, es tener algo malo y crónico, un dolor de siempre… ¿Qué es ser peruano? De repente es no creer…” (p.126).

 

El segundo libro es propiamente un ensayo biográfico y de análisis musical: Llegó rasgando cielos, luz y vientos. Vida y obra de Chabuca Granda, escrito pro Rodrigo Sarmiento Herencia, un destacado estudioso de la música peruana. El libro se divide en dos partes, una dedicada al examen biográfico, que incluye preciosas fotografías; otra que ingresa en el terreno del estudio de la música en sí, complementada con una completa discografía y una selección amplia de las canciones de Chabuca. Extraigo este fragmento de una de las canciones para el poeta Javier Heraud, titulada “Un bosque armado / La canoa”: “Un guerrillero muerto y un remero, / una canoa en Puerto Maldonado, / una campana estalla bajo el agua, / un guerrillero muerto y un remero, / un viaje largo vuelve con el río, / voy a dormir el resto de mi asombro” (p.235).

 

Finalmente, una edición que yo llamaría definitiva de la obra de Chabuca Granda. Cantarureando / Canterurías contiene el cancionero conocido, a lo que se añaden más de cien letras inéditas. Música y poesía unidas en un milagro de papel que nos invita a conocer, de manera más sistemática y orgánica el sugerente mundo creativo de una de las personalidades más importantes de nuestra cultura. Cierro este recuento con una propuesta de estrofa del Himno Nacional que compusiera Chabuca Granda y que nunca se hizo oficial, aunque no sería mala idea hacerlo ahora: Gloria enhiesta/ en milenios de historia/ fue moldeando el sentir nacional, / y fue el grito de Túpac Amaru / el que alerta, el que exige, / el que impele hacia la libertad; / y el criollo y el indio / se estrechan / anhelantes de un único ideal, / y la entrega del alma / y la sangre / dio colores al mensaje / del emblema / que al mundo anunció / que soberano se yergue el Perú, / se yergue el Perú…” (p.157).

 

Las palabras de Chabuca. Lima: Planeta, 2020.

Llegó rasgando cielos, luz y vientos. Vida y obra de Chabuca Granda. Lima: Ministerio de Cultura, 2020.

 

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Cantarureando / Canterurías. Lima: Fundación BBVA y Grupo Editorial Cosas, 2020.

 

Lo sucedido con las #VacunasVip acaba de volvernos a la realidad, tenemos 200 años como República y aún somos un país clientelista, corrupto e indolente. Este es el resultado de un Estado patriarcal y neoliberal, que no está al servicio de la ciudadanía, muchos menos de las mujeres, sino de intereses particulares y de aquellos a los que favorece mediante argollas de privilegios.

 

Luego de esta última crisis ya no es una sospecha, es un hecho, todo está mal. El modelo social y económico ha llevado el individualismo a límites insospechados y crueles, el aprovechamiento y la lógica del “sálvese quién pueda” está instalada en nuestra cotidianidad, lo que lleva a que prácticas corruptas se naturalicen.

 

Esta semana se descubrieron los 487 sin vergüenzas que se aprovecharon de sus cargos, de su posición e incurrieron en un acto corrupto, pero además desolador.  Mientras ellos/as se protegían miles familias en las calles, en los hospitales y en sus casas luchaban contra la enfermedad, se endeudaban para conseguir atención y oxígeno, rogaban por una cama UCI y quiénes se vacunaron lo sabían.

 

¿Les ganó el miedo?, ¿Si hubieras tenido la oportunidad lo habrías hecho?, son algunas de las preguntas sueltas que se oyen por ahí. El problema está en que naturalizamos esas conductas y prácticas basadas en el individualismo llevado al extremo más hostil; el compromiso con el bien común se pone a prueba en escenarios de crisis, no en tiempos de tranquilidad. Más aún si eres un servidor/a público.

 

Los 487 aprovechados/as –  o más-  que se vacunaron a espaldas de la población se llevan nuestro rechazo y repudio, pero, ¿es suficiente?; se requiere que el gobierno promueva investigación y sanción a quiénes se vacunaron de forma irregular, pero también a los artífices de esto. ¿Quiénes aprobaron este proceso de vacunación ilegal cuando supuestamente la vacuna no estaba habilitada para nuestro país?, ¿Quiénes dijeron tú sí, tú no? Mucho por esclarecer aún.

 

El gobierno actual, de emergencia y transición, que navega en medio de esta tempestad, deberá promover que se llegue al fondo de este asunto y además necesita devolverle a la población la confianza en el proceso de vacunación y para ello es fundamental que la vacuna sea declarada como bien público y se fortalezca la transparencia en su gestión.

 

Los congresistas que piden se remueva a la Mesa Directiva del Congreso sólo ponen en evidencia sus ganas de aprovechar la situación, listos y ansiosos de generar una nueva crisis política que los beneficie y profundice el abismo en el que ya estamos. Es necesario rechazar estas actitudes oportunistas, promover que el gobierno se concentre en la atención a la pandemia y en garantizar elecciones transparentes.

 

A puertas del bicentenario, por encima de cualquier celebración, tendremos que plantear una reflexión seria sobre la democracia y el Estado que queremos.

 

Como feminista deseo una democracia real, paritaria, con igualdad de género, que tome como principio la interculturalidad crítica para construir un mundo más justo. Ello incluye cuestionar el modelo social y económico que tenemos; por ello me asusta quiénes pretenden asaltar el poder y ver estos hechos como circunstancias aisladas y no como parte de un sistema que cada vez nos empobrece más como seres humanos, que promueve caridad, pero no derechos ni bienestar, que genera privilegios, ganancias simbólicas y económicas para unos pocos, por encima de la muerte y el dolor de muchxs.

 

El caso #VacunasGate o #VacunasVip  es solo una muestra de lo que lamentablemente somos.  Que la indignación nos movilice, pero para sumarnos a construir una democracia real, lo que se traduce en un Estado que moviliza transformaciones sociales y garante de derechos.

 

El día en que Martín Vizcarra (el expresidente del Perú para vergüenza del país) confesó que «se vacunó mientras moríamos» (brillante titular de Beto Ortiz), fue jueves 11 de febrero. Ese mismo día, solo horas después de la confesión, a Francisco Sagasti —el sucedáneo de Martín— se le ocurrió pronunciar un mensaje a la Nación. Creí que había llegado el momento del desprecio, reprobación, condenación y repudio presidencial a los actos del personaje nefasto, pero no, en lugar de eso, el presidente prefirió mostrarnos su «vacunómetro», una ilusión digital inventada en las oficinas de comunicaciones de Palacio de Gobierno que finge contabilizar en tiempo real la cantidad de médicos vacunados. Y, de fondo, nos hacía ver (otra vez) un avioncito de dibujito con estela morada que simulaba el trayecto aéreo de más vacunas de Sinopharm hacia nuestro país. Tres minutos en televisión nacional que los hubiese aprovechado mejor si nos decía lo que queríamos escuchar: Cuáles iban a ser las medidas que tomaría su gobierno contra quienes traficaron con medicinas a escondidas del pueblo. Esa era la noticia, señor encargado del Despacho Presidencial. No lo otro.

 

Pero es ingenuo pensar que un gobierno del Partido Morado persiga los actos, a todas luces corruptos, del expresidente vacado en noviembre por incapacidad moral permanente cuando fueron ellos quienes azuzaron a la turba para forzar la renuncia del presidente constitucional Manuel Merino De Lama y devolver el poder al incapaz moral. Todos nos acordamos de aquella vergonzosa carta del 15 de noviembre donde este grupo minoritario planteaba, qué digo planteaba, ¡exigía!, al Congreso «anular», «retractar» la vacancia para «de esa forma, tanto el señor Vizcarra como su gabinete, retomen sus cargos de inmediato para continuar con los esfuerzos contra la pandemia», así decía ese papel. Pues, hoy ya sabemos a favor de qué intereses hubiera continuado trabajando «el señor Vizcarra», ¿no es cierto?

 

También son inolvidables los pronunciamientos en Twitter de los morados Daniel Olivares, Alberto de Belaunde, Gino Costa y Julio Guzmán, expertos en manipulación de jóvenes para satisfacer sus apetitos de poder. Hace poco escribieron homenajes a Pilar Mazzetti al dejar, ella, la cartera de Salud guardando hasta el último su más malvado secreto. «Por su invalorable y sacrificado servicio al país», tecleó uno de los morados. Otro puso: «Verla trabajar sin descanso por su país ha sido inspirador». «La historia le dará su lugar, y juzgará a los mezquinos y saboteadores», vaticinó como pitoniso De Belaunde en su Twitter el 12 de febrero. Efectivamente, la historia le dio su lugar, y no tardó nada en dárselo. El Perú se enteraba el 15 de febrero que la heroína de los morados, la Dra. Mazzetti, había traicionado los principios de un servidor público decente.

 

Ahora, necesitamos conocer la lista completa de los vips vacunados, señor Sagasti. Es muy sencillo: Con un chasquido de dedos el presidente puede hacer que sepamos la verdad. Faltan nombres, no son solo 487 vips. Hacer la gestión no detendrá la instalación de plantas de oxígeno que necesitan los enfermos (si es que el gobierno ha pensado en ello), hacer la gestión no interrumpirá la ampliación de camas UCI (verdaderas camas UCI, no las que sirven como camas de muerte). Hacer que conozcamos la verdad es cuestión de voluntad. Pero con el Partido Morado gobernando, la verdad no está garantizada. Que no nos sorprenda mañana algún megaoperativo televisado contra «fiestas covid», un gran incendio, la captura de algún «ranqueado delincuente», un nuevo «monstruo de los cerros», algo para tapar la suciedad que enloda al vizcarrismo y al moradato, que son lo mismo.

 

¿Jamás sabremos la lista vip completa de los vacunados? Este gobierno sucedáneo del vizcarrismo no garantiza transparencia ni justicia. Más bien quiere estropearlo todo, otra vez.

 

Kevin Carbonell

 

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@kevincarbonell

 

Si ya resultaban imprevisibles las elecciones de este año, dada la cercanía estadística que muestran muchos candidatos (la última encuesta de Datum corrobora las de CPI, Ipsos e IEP, respecto de la caída de Forsyth y la subida de Lescano, además del aproximamiento de Keiko Fujimori, Verónika Mendoza y Daniel Urresti), el escándalo moral y político provocado por el vacunagate seguramente va a modificar el tablero dispuesto hasta hoy.

El grado de asco ciudadano es de tal magnitud que puede trastocar el escenario, dando pie a la aparición de nuevos protagonistas electorales. De por sí, hay un inmenso bolsón ciudadano que no sabe aún por quién votar. Según la referida medición de Datum, solo un 18% ha decidido ya su voto. El margen para algún aluvión electoral de última hora es bastante alto y estamos aún a dos meses de la elección, lo que en el Perú es larguísimo plazo.

Lo terrible es que una circunstancia psicosocial de descalabro moral conduce casi por un tubo a fórmulas radicales, sea de izquierda o de derecha (López Aliaga sube de 1 a 3% en el último mes: ¡ojo!), lo que en términos políticos supondría para el Perú el peor de los escenarios en las circunstancias actuales. Se incendiaría un país ya de por sí convulsionado.

Gran responsabilidad en evitar que algo semejante ocurra la tiene el Ejecutivo, que deberá librar todas las batallas para que el escándalo de las vacunas derive en acciones punitivas rápidas y sanciones a todos los implicados. Deben activarse todos los resortes institucionales que permitan conocer, por ejemplo, la integridad de las listas del oprobio (en la que hay muy pocas excepciones que pueden salir bien librados) y diluir la sensación ciudadana de que se está protegiendo a poderosos.

Igual grado de responsabilidad tiene la clase política formal, por llamarla de alguna manera. Julio Guzmán no es ya rival electoral. Está de caída, al parecer de modo irreversible. Mal hace la claque congresal en atizar flamígeramente el verbo en contra del gobierno, creyendo cosechar indirectamente al afectar a un presunto competidor, cuando lo que está haciendo con ello es allanar el camino para que aparezcan radicales en la carrera electoral.

En principio, no se ven con optimismo los cinco años venideros. Nos asomamos a una crisis económica prolongada, de difícil y lenta recuperación, a lo que se suma una crisis política que generará un Congreso hiperfragmentado y casi ingobernable. Si a ello le agregamos opciones excéntricas y disruptivas, el panorama ya no solo sería sombrío sino que podría ser apocalíptico.

Como se sabe, el Perú está sufriendo dramáticas consecuencias durante la pandemia, y se encuentra entre los países con mayor número de contagios y muertes en el mundo. Las razones inmediatas son bastante conocidas: nuestra salud pública tiene una gran insuficiencia de insumos materiales y humanos para atender a pacientes graves de COVID-19, y la salud privada sólo es accesible para la minoría que la puede pagar.

 

La gran esperanza de evadir el virus son las vacunas, pero varias autoridades han dicho  claramente que las que están en el país no evitan el contagio, sino sólo atenúan la gravedad de los síntomas. La explicación es extraña, porque debilita el argumento de la obligatoriedad vital y moral de inmunizarse vía inyecciones. Y quizá es un mensaje estratégico para seguir promoviendo la inoculación sin decir lo cierto: que las vacunas eficaces – en este caso para un virus muy mutante – estarán listas en años. Ojalá uno se equivoque con estas especulaciones, pero lo indiscutible es que seguimos expuestos al contagio, y peligran miles de vidas.

 

En este escenario, el gobierno ha retomado los confinamientos. El primer periodo de encierro estuvo lejos de ser prolijo, porque no se cuenta con la capacidad estatal suficiente para asegurar el cumplimiento de lo decretado, y porque la gente – más aún sin ayuda económica estatal – tiene necesidades que no puede resolver fuera del espacio público y libre de aglomeraciones. Sin embargo, la medida logró bajar la demanda hospitalaria para casos graves de contagio, y el sistema de salud se alejó del colapso por un tiempo. La economía, como se esperaba, quedó severamente deprimida. Todo indica que el actual confinamiento tendrá resultados y plazos similares.

 

Muchos progresistas han relacionado la situación crítica que ha mostrado nuestro sistema de salud en la pandemia con el modelo económico vigente. Es posible que una parte del asunto tenga que ver con esto, la otra con 200 años de subdesarrollo. Y una última con el hecho de que la institucionalidad occidental de salud pública parece estar incapacitadas para epidemias muy contagiosas, como ésta y otras que estarían próximas por razones ambientales. No sólo en el Perú ha habido colapso sanitario, también ha sucedido en varios países de Latinoamérica, Asia y Europa, además de Estados Unidos. Y en muchos otros el desplome ha estado cerca. Cualquier oferta hospitalaria del mundo puede llegar rápidamente a su límite final si, de pronto, grandes volúmenes de la población necesitan cuidados e infraestructura médica de emergencia.

 

Pero volviendo al punto: no hay solución satisfactoria a la vista para los contagios, y por lo tanto, la epidemia seguirá trayendo terribles consecuencias por varios años, con el riesgo de llevarnos a una situación de grave inviabilidad política y económica, en medio de muertes masivas. En ese dramático escenario, me parecería un grave e histórico error negarnos a mirar otras perspectivas de salud y sanación, y sobre todo aquella que tenemos a la mano: la del Perú milenario.

 

La medicina pre-hispánica, como otras no occidentales, parte de una cosmovisión en la que tanto la realidad natural como el hombre tienen una energía dinamizante intrínseca. En el humano, una parte esencial de este fundamento generativo sería el sistema inmunológico, que es nuestra capacidad de supervivencia frente al resto de la naturaleza, pues debe reconfigurarse constantemente para eliminar a los millones de virus nocivos del ambiente, y sus mutaciones. Por ello, la perspectiva medicinal andina encontraría que el camino más seguro para enfrentar las infecciones – inevitables frente a un antígeno tan contagioso y cambiante – es implementar una política nacional de fortalecimiento inmunológico masivo. Dudo que haya médico que discuta que un sistema inmunológico óptimo es la mejor defensa frente a epidemias de cualquier tipo, y que en ese fin supera por mucho a cualquier vacuna, finalmente un imperfecto diseño humano de defensa viral focalizada.

 

Para lograr el refuerzo inmunológico deseado, nuestros ancestros acudirían a sus grandes conocimientos de nutrición y botánica, y encontrarían que, en suelo peruano, hay muchos insumos para diseñar dietas que logren ese fin. Se trataría, en lo fundamental, de sumar probióticos (chicha de jora sin azúcar, masato, tocosh), verduras y productos integrales (sin refinamiento industrial) a nuestras comidas, y de eliminar azúcar, frituras y aditivos químicos (conservantes, colorantes, saborizantes, etc.). Al cabo de unos meses, se tendrían que evaluar los sistemas inmunológicos correspondientes, y en la medida en que se lograsen los resultados esperados, la gente iría retomando su vida pre-pandémica.

 

De la experiencia de sanadores que todavía hoy curan de esta manera, se sabe que el cuerpo responde muy rápidamente a los procesos regenerativos. Para grupos jóvenes en relativa salud, de entre 20 y 30 años, podríamos estar hablando de un mes de régimen. Y para adultos mayores y otros grupos vulnerables (obesos, hipertensos, diabéticos, otros), el tiempo de retorno a su quehacer habitual dependería de cuánto se demorasen en regenerar sus deteriorados sistemas inmunológicos, lo que está sujeto a la situación inicial de cada caso. De cualquier forma, la red de servicios de nuestro sistema de salud está en condiciones de realizar todas las evaluaciones individuales necesarias para garantizar la reconstitución inmunológica del interesado, antes de recomendar su libre exposición al entorno.

 

En paralelo a este importante esfuerzo de dieta regenerativa, la medicina pre-hispánica recomendaría el cultivo del espíritu, lo que habitualmente llamamos salud emocional. En la cosmovisión andina, el hombre es cuerpo y alma, y éstos sanan juntos. Y la forma de fortalecer al segundo es entrando contacto con su fuente, que es la naturaleza. A dicha hondura, el espíritu llega a través de la aproximación física, la meditación o el uso de plantas maestras, sumado a una indispensable actitud de aceptación de las limitaciones sensorial-cognitivas del ser vivo frente a la profundidad esencial. La racionalidad occidental queda muy corta aquí.

 

Obviamente, no es fácil poner en práctica una política como la aquí planteada. A diferencia de nuestras culturas pre-hispánicas, no tenemos grandes reservas de alimentos para resistir   emergencias, ni un sistema de distribución de productos centralizado por el Estado. Tampoco la convicción de que el cuerpo se fortalece y renueva a través de una reconexión alimentaria y espiritual con la naturaleza. Pero incluso sin todo ello, es posible concretar esta propuesta.

 

Para asegurar que los productos de nuestra geografía lleguen a todos los puntos de venta del país, el gobierno tendría que implementar circuitos de producción y distribución para dichos insumos, los que usualmente provienen de la agricultura familiar – ahora muy golpeada, pero cada vez más indispensable para nuestra seguridad alimentaria. Además, tendría que impedirse la venta de alimentos nocivos para el sistema inmunológico, usualmente los más comerciales. En el ideal, este programa debería ejecutarse con la colaboración del sector privado, siempre que éste entienda el delicado e insoluble momento nacional, y el inevitable futuro naturalista del mercado mundial. De resistirse, el gobierno gozaría de total legitimidad para forzar el cumplimiento de sus decisiones.

 

Es claro que este proyecto tendría que estar dirigido desde Palacio de Gobierno, y tratado como una política nacional de la mayor trascendencia histórica, dado que podría sacarnos de la pandemia y quizá llevarnos hacia un nuevo destino como país. El presidente, apoyado por otros liderazgos políticos y científicos, y de la mano de los medios de comunicación, sería el primer encargado de conversar permanentemente con la ciudadanía, explicando los fundamentos del programa e insistiendo en los nuevos hábitos alimenticios y emocionales. Es todo un liderazgo, ciertamente, pero pienso que el presidente Sagasti tiene la visión de Estado suficiente como para analizar este modelo sin conservadurismos, ajustarlo a su posibilidad decisoria y, por lo menos, iniciarlo como camino alternativo. Desde luego, es imposible concretar esta propuesta sin ayuda económica durante la regeneración inmunológica masiva, de tal forma que se asegure el retiro obligatorio en los hogares.

 

Finalmente, debemos observar que este camino no sólo nos daría la posibilidad escapar de la epidemia, sino también traería trascendentes externalidades, para nosotros y nuestros hijos: muy significativas mejoras en salud física y espiritual,  enriquecimiento perceptivo de la realidad, aumento de nuestras productividades individuales, mayor sensibilidad ecológica, hábitos alimenticios inteligentes, seguridad alimentaria nacional, empuje al actual relanzamiento de la agricultura familiar, posicionamiento geopolítico mundial, y desarrollo finalmente. En cualquier escenario, incluso en el de un plazo prolongado de diseño y armado, esta salida es mucho más rápida que los varios años que debemos esperar para recibir vacunas contra el contagio. Y no es excluyente con la decisión de vacunarse en cualquier momento.

 

Siempre es difícil romper con los sentidos comunes, incluso cuando están en crisis. Pero hoy podría estarse jugando nuestra viabilidad económica y política, así que tenemos la obligación de escuchar toda solución que suene factible, más aún si ésta no es riesgosa y nos empuja hacia un camino de verdadero progreso.

 

* Los contenidos de este texto, y en particular lo referido a la dieta de fortalecimiento inmunológico propuesta y sus plazos, han sido discutidos con Kusy Trigo, ingeniera de alimentos y magíster en bioquímica.

Respecto del escándalo de las vacunas vip, llama la atención la poca diligencia de la Fiscalía. En un comunicado firmado por Zoraida Ávalos, señala que ha solicitado a la universidad Cayetano Heredia y al Instituto Nacional de Salud que remitan informes sobre lo actuado. Dada la magnitud del oprobio, la Fiscalía de la Nación debió allanar e inmovilizar los documentos. Las diligencias iniciales son urgentes y deben asegurar los elementos probatorios, que pueden ser alterados.

A estas alturas del partido, es dable sospechar que pueden estar ocultándose pruebas y documentos comprometedores, que pondrían en mayor evidencia el desaguisado cometido. Y, por cierto, se espera que los 487 de la lista del oprobio sean todos citados con urgencia a declarar para entender el trasiego que explica su privilegio.

Las respuestas del doctor Germán Málaga, director de ensayos clínicos de la universidad Cayetano Heredia, ante el Congreso no han sido satisfactorias. Por lo pronto, si la universidad mencionada quiere dejar incólume su bien ganado prestigio debería proceder a despedirlo en el acto (ojo que también están a su cargo las pruebas de la vacuna alemana Curevac que ya se están testeando en el país) y las autoridades vacunadas renunciar. Las faltas deontológicas son terribles y habrá que determinar si no comportan también ilícitos penales, ya que, de alguna manera, se trata de uso de recursos públicos (la investigación está avalada por el Estado peruano).

Queda mucho por investigar. Por ejemplo, sobre las 600 dosis completas que fueron a parar a la embajada china, que haría bien en revelar sus destinatarios, y las cerca de 500 también completas que aún obran en poder de la Cayetano, sobre las que resulta difícil pensar que están guardadas en algún depósito, a las que se suman las de la universidad San Marcos, por más que ésta haya declarado que se utilizaron exclusivamente para personal investigatorio (sería bueno que también haga pública su lista).

El escándalo moral es terrible y horada la credibilidad ciudadana frente a instituciones y personas. El daño que se le ha hecho a la lucha contra la pandemia es terrible y los responsables de ello deben pagar por sus inconductas.

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