Opinión

Dada la tara política del gobierno, la misma que parece irreversible e irremediable, el Congreso opositor va a tener que tomar iniciativas que se entrometan en responsabilidades ejecutivas. Aquí, algunas sugerencias al respecto y otras, propiamente legislativas:

-Debe definir el tema de la incapacidad moral permanente. O se restringe a una perturbación psíquica inhibitoria de las responsabilidades presidenciales o se extiende a serios indicios de corrupción palaciega que comprometan la figura presidencial y justifiquen, sin mácula constitucional, el uso de la vacancia como recurso válido, tanto jurídica como políticamente.

-Precisar la prohibición de que el Estado ejerza función empresarial alguna. Hoy no se puede crear una empresa pública sin ley del Congreso, pero Petroperú y Sedapal sí pueden coexistir. Son, podría decirse, preconstitucionales. Pues bien, debería impedirse que sigan funcionando y que se proceda a su privatización. Eso puede ser tarea del actual Congreso y así nos evitaríamos el desastre que ha anunciado ayer el Presidente de hacer que Petroperú vuelva a explorar y explotar (cada pozo explorado será un colegio o un hospital tirado al tacho).

-Modificar las leyes de descentralización. Es, la historia de los últimos 21 años lo confirma, un fracaso. No ha servido para darle mayor poder económico a las regiones, no ha generado una clase política provinciana educada y con solvencia técnica, no ha generado una tecnocracia pública, no ha mejorado los indicadores de salud y educación, salvo muy honrosas excepciones, y, más bien, ha alimentado una horda de caciques corruptos e ineficientes que han hurtado o dilapidado los recursos públicos.

-Disponer que los ascensos militares y designaciones diplomáticas pasen por decisión del Congreso. Si se precisa reformar la Constitución, pues habrá que hacerlo. Hay que poner todos los candados posibles a cualquier intento de copamiento de dos entidades tutelares de la República. Ya hemos tenido más que suficiente con éste y anteriores gobiernos que han deshecho el escalafón militar por puro cálculo político subalterno, bajo la creencia torpe de que controlando las Fuerzas Armadas se evita la posibilidad de un quimérico golpe de Estado.

-Censurar ministros con mayor rapidez. No puede ser que se demoren casi cien días en arreglar los entuertos de alguien como el exministro de Educación, Carlos Gallardo. Se necesita mayor celeridad. Por si los congresistas no lo recuerdan o saben, no se necesita interpelar previamente para censurar a un ministro descalificado moral o técnicamente para ejercer el cargo. Si Castillo no enmienda rumbos, esta potestad política de la censura va a ser determinante para evitar que el país se vaya al despeñadero.

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carlos gallardo, censura, censura de ministro, Congreso de la República, Educación

En estas fiestas tuve la suerte de poder regresar al Perú, después de un año sin visitar la patria. Junto a mi familia, decidimos pasar unos días en las playas de Tumbes.

Una mañana, un familiar mío salió a caminar, y estando cerca de un muelle fue atacada y mordida por un perro, que le dejó una herida bastante larga en una nalga. Como se deben imaginar, lo primero que pensamos todos fue que tenía que ir a vacunarse contra la rabia. 

Nos encontrábamos cerca al pueblo de Cancas, que no conocíamos pues acabábamos de llegar, y yo pensaba con curiosidad (y preocupación por mi familiar) en cómo sería la experiencia de enfrentarnos al sistema de salud pública peruano, especialmente en un pueblo bastante pequeño. Les cuento nuestra experiencia:

El primer reto fue que el incidente se dio un domingo. Para nuestra sorpresa, ningún centro de salud cercano se encontraba abierto, ni siquiera en Máncora que es bastante turístico. ¿Qué ocurre si un ciudadano de la zona tiene una emergencia un domingo? Nadie nos pudo responder esa pregunta. Felizmente, lo nuestro no era grave, pero se nos indicó que lo único abierto estaba en Tumbes, a una hora y media y por lo menos 150 soles en taxi de donde nos encontrábamos. 

Volvimos entonces el lunes al centro de salud de Cancas, donde nos atendieron amablemente. Allí le pusieron la primera vacuna a mi familiar, y nos indicaron se necesitarían 4 dosis más en los próximos días. En ese mismo lugar se puso sin problema la segunda dosis.

El siguiente reto vino al regresar a Lima. A diferencia de Cancas, en Lima hubo que probar suerte con varios centros de salud. Primero nos acercamos al de San Isidro, donde no tenían la vacuna. Nos dieron el teléfono del Centro Antirrábico, pero no contestaban. Nos dirigimos luego al Hospital Casimiro Ulloa, pero, aunque tenían la vacuna, indicaron que allí solo atienden emergencias (y eso no era considerado una emergencia). Luego, en el centro de salud de Miraflores, donde sí tenían la vacuna, nos dijeron que la fecha para la tercera dosis debía ser unos días después. 

Finalmente, nos acercamos nuevamente al centro de salud de Miraflores el día indicado, pero nos comentaron que no estaban vacunado hasta el 08 de enero porque estaban haciendo obras de construcción justo en la zona de vacunación, y nos enviaron al centro de salud de Surquillo. Nos acercamos entonces allí, y luego de mucho insistir, finalmente logramos la tan ansiada tercera dosis. Sin embargo, nos pidieron que, para la cuarta, no volvamos porque tenían muy pocas vacunas y no nos correspondía por no vivir en dicho distrito, a pesar de que les explicamos que el centro de Miraflores estaba siendo remodelado.

¿Tendremos más suerte con las dos dosis que faltan? No lo sabemos. Lo que queda claro es que se habla mucho de la mercantilización de la salud por parte del sector privado, pero todos los días se pone en evidencia la falta de enfoque en el usuario que tiene nuestro sistema de salud pública. El servicio requerido en este caso no era especialmente complejo, y sí era ofrecido por los centros de atención primaria públicos de manera gratuita. Sin embargo, un sistema de salud que pasea al ciudadano de centro de salud a centro de salud desperdiciando su tiempo y dinero, explica por qué tantas personas prefieren pagar por un servicio privado. La salud es en este momento un derecho constitucional, pero esto da totalmente igual si en la práctica se les da la espalda a los usuarios.  

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Cancas, cuidado de la salud, Fin de año, sector privado

A ver si después de sus inmerecidas vacaciones navideñas, que tomó aprovechando un privilegio de reunión familiar que le negó a los millones de peruanos, el presidente Castillo retoma sus labores con sentido de las prioridades.

Y una de ellas, en este momento la principal, es designar al reemplazo del inefable exministro de Educación Carlos Gallardo, por alguien que se comprometa con la reforma magisterial, la reforma universitaria, la defensa de la Sunedu, el respeto a la memoria sindical (sin afanes de otorgarle al espúreo Fenatep, merced al apoyo estatal, la primacía que en la realidad no tiene), y, sobre todo, con el retorno a las clases presenciales plenas el próximo año.

La gestión de Gallardo ha destrozado la trayectoria institucional del sector, y ha comprometido líneas maestras de acción históricas, porque su afán superlativo era otorgarle poder al sindicato vinculado al Movadef, del que el Primer Mandatario fue cabeza visible en la huelga magisterial del 2017, y todo lo demás era secundario.

El Presidente va a tener que ser capaz de empinarse sobre el respaldo que le brinda el ala magisterial de Perú Libre en el Congreso. Y así como ocurrió con la bancada cerronista, va a tener que ser capaz de convencerlos de que su apoyo en el Congreso no pasa por cuotas de poder en el Ejecutivo más allá de lo razonable.

Si Castillo cede a las presiones del ala cerronista y el ala magisterial, va muerto. Porque más temprano que tarde, las bancadas de centro que, hasta el momento, lo han apoyado, lo van a abandonar y cuando eso ocurra la vacancia caerá por su propio peso, al menor escándalo con indicios de corrupción presidencial, que seguramente se dará en los meses venideros si el jefe de Estado no corrige su gusto por los desarreglos contractuales, para decirlo elegantemente.

Un ministro de Educación independiente, técnico, con conocimiento del sector, convocante, comprometido con las únicas reformas desplegadas en las últimas décadas, como han sido la reforma magisterial y la universitaria, es lo que el imperativo actual señala.

Si desoye ese mandato, Castillo una vez más habrá demostrado la mala madera política de la que está hecho y colocará en perspectiva igual o mayor zozobra política de la que el país ha vivido en los últimos meses.

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Ministro de educación, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

He insistido en varias columnas en este diario sobre la necesidad de liderazgo presidencial para concertar con los diversos actores políticos del país las reformas institucionales de nuestra joven democracia. Obviamente, no es un asunto fácil, porque se necesita un buen desempeño político, que implique diálogo y negociación de reformas pertinentes para la institucionalidad democrática. Vale decir, se necesita política, buen gobierno, y no activistas en la gestión pública. 

Desde hace meses, diversos medios de comunicación presentaron notas periodísticas que exhiben de cuerpo entero al presidente Pedro Castillo. Sostienen los diarios que tenemos un político veleta, sin convicciones y que habla poco. Dichas notas me trajo a la mente dos frases geniales de “El Príncipe” de Maquiavelo, referente a los aduladores (Cap. XXIII), en el que se dice que por regla general “un príncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado y, por ende, no puede gobernar”, y acto seguido se dice que “quien no proceda así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de parecer, es tenido a menos”. 

Estas viejas palabras de Maquiavelo retumban en Palacio sin que alguien recoja eco alguno. En efecto, Pedro Castillo deja la sensación de que no gobierna porque no tiene criterio de estadista (ni pretende parecerlo); también porque los consejeros que tiene son más teóricos o activistas políticos que conocedores de la realidad, el cual lo perjudica. A esto agregamos los vaivenes que ha mostrado en este lapso de gobierno para poder canalizar las protestas (léase loa diversos conflictos en torno a la minería, a sus controvertidas declaraciones y a gente vinculado a minorías activas terroristas como Movadef, brazo político de Sendero luminoso), y porque la organización política que del que forma parte da la imagen de un grupo de aduladores, que de políticos con visión de realidad. 

Así está la situación, pero Pedro Castillo no hace nada. 

  

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Pedro Castillo, política peruana

Si a algún sector ideológico, este gobierno debería agradecerle, es a la derecha. Ha sido gracias a ella, a sus voceros mediáticos y políticos, que se han conocido sinfín de entripados y sancochados, los mismos que han podido detenerse (como el último caso del contrato irregular de Petroperú), gracias precisamente a la fiscalización ocurrida.

Nombramientos injustificables, de gente con prontuario antes que curriculum, concesiones mal hechas y con sombras de corrupción, decisiones absurdas y calamitosas (como el anuncio de la Premier del cierre de cuatro operaciones mineras en Ayacucho), y así, todo un rosario de cuchipandas que merced a la labor de auscultamiento de la clase política y la prensa derechistas, este gobierno -suponemos que, con gratitud- ha podido enmendar.

La izquierda, por el contrario, normalmente vocinglera, sensacionalista e hipercrítica de los gobiernos de turno, ha jugado un papel vergonzoso de connivencia y cuasi complicidad con los estropicios cometidos por el gobierno precario e improvisado de Pedro Castillo. Movida por los intereses subalternos de pequeñas cuotas de poder, renunciaron de la peor forma a su anunciado “voto vigilante” por un candidato que ya en campaña insinuaba radicalidad extrema, cercanías filosenderistas y absoluta orfandad programática.

La derecha no ha hecho absolutamente nada que le haya impedido a Pedro Castillo gobernar. Los únicos dos actos de gobierno que se podrían considerar obstructivos, han sido claramente positivos: primero, la denegatoria de las facultades tributarias que el MEF solicitaba (¿cómo se le iba a otorgar carta blanca a un régimen que castiga la inversión privada, principal fuente de recaudación fiscal, para que encimara aún más a tan golpeado sector?) y, segundo, la censura a un ministro como el de Educación, que nunca debió ocupar ese cargo y que ojalá el gobierno encuentre un reemplazo cualitativamente superior y no más de lo mismo.

La derecha peruana, fuera de algunos grupúsculos golpistas, ha jugado un rol democrático fundamental para evitar que el país se descarrile y caiga en la deriva radical bolivariana a la que nos quería conducir, en sus inicios, este gobierno, que hoy empieza a entender, al parecer, que ese camino no le es posible de recorrer sin destrozar previamente el Estado de Derecho y la propia democracia formal.

La del estribo: A ver si, llevados por los buenos vientos navideños, los amigos de la Asociación Alejandro Granda, dan alguna explicación sobre la presunta realización de la ópera Carmen, de George Bizet, que iba efectuarse a finales del 2020, que se suspendió por la pandemia, y que cuando uno se acercaba a pedir la devolución del dinero, respondían que no lo iban a hacer porque el evento había sido postergado para este año, 2021. Pues bien, ya este año tampoco se llevó a cabo, y las páginas oficiales del Festival Granda no dan señales de vida de qué es lo que piensan hacer con los cientos de consumidores que quieren, al menos, una respuesta que aclare el panorama.

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Derecha, Gobierno peruano, Izquierda

Se va el año del Bicentenario, corriendo y sin pagarle la cuenta a una historia engolosinada y jactanciosa. Antes de la Guerra con Chile pensábamos que estábamos en posición de castigar al vecino por invadir Bolivia; al final, el vecino nos hizo expiar cincuenta años de anarquía militar y despilfarro del guano, que sólo sirvió para enriquecer a la argolla civilista y no lo digo yo, lo dijo González Prada a gritos y luego Basadre con un poco más de ponderación ¿nos suena conocida la historia? 

Pero el agónico 2021, el debate no alcanzó a ser ese, ni siquiera los posibles derroteros del desarrollo nacional al inicio de nuestra tercera centuria de vida independiente, tampoco el Covid-19, pandemia fatal que asola el mundo y desnudó el carácter fallido de nuestro Estado. En realidad, la discusión de la vacancia presidencial, colocada en la agenda política mensualmente por la oposición congresal, ha acaparado la atención de los peruanos desde que Pedro Castillo asumiese la presidencia del país. 

En un contexto así, no sorprende que la controversia vargasllosiana ocupe regularmente el centro del escenario de manera reiterada y pueril. Mientras más leo los ensayos del nobel, más brillante me parece. Su Orgía Perpetua le otorga méritos más que suficientes para formar parte de la academia de la lengua francesa, pero mientras más declara más me parece que solo sirve para escribir, como se lo dijese alguna vez su excónyuge. ¿De verdad importa la versión más conservadora del escribidor aparecida al atardecer de su trayectoria? ¿le aporta al debate nacional?

A otra cosa, una conclusión compartida por casi todos en Chile es que el triunfo de Gabriel Boric representa un relevo generacional dentro de su propia izquierda. De hecho, Michelle Bachelet encarna la última representante de un pacto en esencia neoliberal suscrito en 1989 por la clase política chilena en su conjunto, de la que la vieja izquierda no pudo zafarse. Fue la generación de las grandes protestas estudiantiles de 2011, la que contó entre sus líderes con el propio Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson, y que se levantó agitando la bandera de una drástica reducción de los costos de la educación superior, técnica y universitaria, la que hoy ha ingresado por la puerta grande a La Moneda con la votación más importante de la historia del país sureño. 

¿Tenemos realmente una generación que relevar en el Perú? ¿contamos con una generación capaz de reemplazar a quienes hoy constituyen la clase política? Para la mayor parte de la opinión pública el nivel del debate político y de la performance de sus actores es tan bajo que ameritaría su completo recambio, sin discriminación, ni excepción de carácter ideológico. Luego, una generación joven se mostró ante el país en las jornadas de protesta de noviembre del año pasado dejando tras de si a dos héroes, Inti y Bryan, que dejaron la vida luchando en contra de un gobierno cuya ilegitimidad refrendó la mayoría de los peruanos. 

Sin embargo, de allí a asistir a la génesis de un movimiento juvenil de recambio generacional que implique el destierro de las malas prácticas y de la pasmosa mediocridad que pululan, como lugar común, entre quienes nos representan en la función pública, existe un abismo, cuando no un inmenso signo de interrogación. Sin una nueva clase política, a nivel nacional, con una mínima conciencia del servicio público, no hay proyecto de república posible así vengan tantos bicentenarios como queramos. La que hace doscientos años se fundó, y tiene muchas ganas de quedarse, es la republiqueta criolla de Manuel González Prada. 

 

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Bicentenario, política peruana

Para mí, desde el mismo año de la caída de las Torres Gemelas, el 2001, la Navidad nunca volvió a ser la misma, pues ya la familia dispersa no volvió a reunirse después de esa muerte masiva que nos dejó a todos mudos y desolados. 

A partir de ese año, la Navidad empezó a obtener un nuevo significado, adquirió un concepto distinto, más rico que el que yo había sentido desde la infancia. Empecé a entender mejor el sentido de la unión, la salud y el amor de la familia como única ley que debía regir en nuestras vidas. 

Al pasar el tiempo, al crecer y envejecer, la Navidad fue adquiriendo muchos significados, sobre todo ahora ante la presencia del virus del Covid-19 desde marzo del 2020, que ha segado tantas vidas y nos mantiene de puntillas para evitar contagios que pueden ser fatales.

Antes, siempre estaban los recuerdos preciosos, fiestas, regalos, cenas con pavo y chocolate. Pero el trasfondo verdadero de esas celebraciones fue un hallazgo que solo fui descubriendo con el tiempo y ante la presencia del dolor, especialmente el 2001 y durante el 2020 y 2021. Es como si el destino nos golpeara para recordarnos lo precaria que es la vida y que nunca estamos sobre esta tierra sino de paso y por corto tiempo.

Para algunos de nuestros poetas emblemáticos como César Vallejo, la “Nochebuena”, la primera venida de Cristo encierra un sentimiento semejante:

NOCHEBUENA 

Por César Vallejo

Al callar la orquesta, pasean veladas

sombras femeninas bajo los ramajes,

por cuya hojarasca se filtran heladas

quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,

grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

Charlas y sonrisas en locas bandadas

perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;

y en la epifanía de tu forma esbelta,

cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,

canturreando en todos sus místicos bronces

que ha nacido el niño-Jesús de tu amor. 

Al crear con el lenguaje imágenes vívidas y coloridas, llenas de sonoridad e ilusión, con la paz, el amor y la armonía como mayores motivos, Vallejo nos recuerda que la fuente de toda salvación son el amor y la solidaridad. Aun si se trata del amor de pareja, como en el soneto vallejiano, la Navidad es fuente de esperanza en los momentos más duros.

El 25 de diciembre acaba de pasar, pero nos deja una lección clara: que debemos buscar siempre esa recarga espiritual de una Navidad más equitativa y menos comercial y discriminadora por el resto de nuestros días. Hay que apuntar a un mundo mejor, donde todos podamos caminar hacia un mismo objetivo cada día. La Navidad nos recuerda todo eso y lo hermoso de la unión, pero también nos pone alertas sobre el peligro constante de la tragedia y la injusticia.

Que tus raíces familiares y amicales se mojen y renazcan. Que encuentres el sendero de la lealtad. Que la Navidad, en suma, te dure todo el año.

 

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Covid-19, medidas covid 19, Navidad

Hemos estado obsesionados con productividad y eficiencia. ¿El ideal? Gordon Ramsey con una sonrisa gozosa, que mezcla inspiración y transpiración para producir el manjar soñado. 

La gran pregunta: ¿cómo administrar nuestro tiempo?, ¿qué hacemos, a qué prestamos atención y cómo distribuimos nuestras acciones a lo largo de 2 billones de latidos de nuestro corazón?

Es lo que dura el tic tac de una vida promedio actualmente. El cuádruple que el hámster, el eléctrico animalejo que usamos como metáfora de la vida moderna. Entre el regalo de haber nacido y el final del partido, le hemos sacado la vuelta a la naturaleza y recibido un bono: latimos el doble que el elefante o la ballena azul, que es lo que nos correspondería. 

Pero entre que hacemos todo por que el cucú salga lo más posible, que sus trinos suenen a permanente felicidad y no se pierda nada, ni cuando está adentro ni cuando está afuera, nos hemos convertido en gerentes de logística y permanentes administradores del futuro. ¿Resultado? Vidas provisionales que parecen estar permanentemente a punto de comenzar y que siguen teniendo el sabor a proyectos adolescentes. 

Felizmente están los asistentes electrónicos, los calendarios inteligentes, los algoritmos que permiten reservar mesa en el restaurante, comprar productos, navegar el clima, encontrarnos con clientes y proveedores en cualquier lugar de la nube o de la tierra, llegar a cualquier dirección sin conocer el terreno. Es la ilusión de controlar casi todo y vivir frente a un permanente bufé de planes irrestrictos.

Hasta que nos topamos con ese virus que no se entiende y una de cuyas mutaciones ha encontrado la manera de contagiar a todos con una cachetada, que no necesariamente termina en KO, pero que deja groguis a muchos al mismo tiempo.

En los últimos días —yo mismo aislado y mis planes torcidos por el contagio— constato un patrón en mis pacientes de todas las edades. Ya no es el temor de la enfermedad y sus síntomas —muchos están haciendo lo posible por acoger al Ómicron—, ni el miedo a la muerte. Es el terror al cambio de reglas, las restricciones, las cancelaciones, la parálisis, el atascamiento, a lo que podríamos apodar tartamudez logística. 

No es que no haya demanda ni deseos —¡vaya que los hay!— sino que demasiados de quienes sostienen la oferta —recién ahora nos damos cuenta de que existen y lo importantes que son y lo poco que los reconocemos en todos los sentidos de la palabra— están fuera de juego, seguro provisionalmente pero durante el mismo lapso. 

Volviendo a la administración del tiempo. Quizá sea momento de reconsiderar la importancia del ahora, del ahorita, y lo que hay y es, abandonar la planificación obsesiva de la felicidad, escoger solo un par de platos del menú —la palabra decidir comparte una lejana raíz con matar, cortar, homicidio y suicidio— y gozar los latidos de nuestro corazón sin pensar en el futuro. ¿El objetivo? Ser dueños de nuestro presente.  

Oye Siri. No contesta. Quizá sea mejor. 

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felicidad, Planificación, vitalidad

En Alemania la soledad es un problema social. Con una población de unos 83 millones de habitantes, hay 17.6 millones que viven en hogares unipersonales, es decir, solos. Unos 9 millones son mujeres, la mayoría de ellas por encima de los 80 años de edad, lo cual es de esperarse dado que la esperanza de vida femenina —en promedio 83.4 años— es mayor que la de los varones —en promedio 78.6 años—. Si tomamos en consideración sólo a las personas mayores de 65 años, un tercio de ellas —unos 5.9 millones— viven solos entre sus cuatro paredes. En total, más del 20% de los varones viven solos, siendo el grupo mayoritario el de quienes están entre los 20 y los 39 años, lo cual incluye a estudiantes, a personas que recién se inician en el mundo laboral, pero también a solteros por otras razones, a divorciados y a separados.

Los hogares unipersonales constituyen la forma de vida más común en Alemania, seguida de los hogares bipersonales. En Berlín, la capital, la cosa es extrema, pues uno de cada dos hogares es unipersonal. Según las estadísticas, entre 1991 y 2019 el porcentaje de hogares unipersonales en Alemania se elevó de 34% a 42%, mientras que los hogares donde viven 5 o más personas se redujeron de 5% a 3.5%.

Sin embargo, eso no quiere decir que los alemanes que viven solos suelan estar satisfechos con su soledad. Frecuentemente buscan compañía o momentos de encuentro con otras gentes ya sea a través de actividades recreativas o iniciativas de ayuda social, ya sea participando en las diversas festividades colectivas que tachonan la geografía regional germana. De ahí la importancia que revisten en este país los mercados navideños, que no son sólo escaparate de objetos artesanales y utilería navideña de calidad, sino también espacios donde la gente acude para socializar, para conversar con amigos y vecinos, para escuchar eventualmente melodías navideñas interpretadas por grupos de música regional, mientras disfrutan de un pan con salchicha o con pescado frito apanado, entre sorbos de vino caliente aromatizado con especias. Lamentablemente, los mercados navideños que habían abierto entre fines de noviembre e inicios de diciembre han tenido que ir cerrando sus puertas debido a la crítica situación de contagios por la pandemia de coronavirus.

Por otra parte, ir de compras actualmente puede convertirse en una molestia continua, pues existe la obligación de mantener la distancia y llevar mascarilla médica, además de presentar un certificado de vacunación completa —por lo menos dos dosis— o de estar recuperado de la enfermedad. En algunos locales públicos, como restaurantes, es requisito también presentar el resultado negativo de un test rápido que no tenga más de 24 horas de antigüedad. Sólo en negocios de víveres —como supermercados— y farmacias puede entrar cualquiera cumpliendo el único requisito de guardar distancia y usar la mascarilla de precepto.

Hay que tener en cuenta que en Alemania la Nochebuena transcurre en el pequeño núcleo del hogar, lo cual significa que millones de alemanes pasan ese momento completamente solos. Aunque han habido anteriormente iniciativas de los municipios, sobre todo en grandes ciudades, para congregar en una celebración navideña pública a quienes no tiene otra compañía que la soledad, la pandemia ha echado por tierra esta posibilidad.

Y aunque por motivo de las celebraciones navideñas se van a realizar servicios religiosos, éstos también se ven amenazados de realizarse a la sombra de la desolación. Habrá un aforo máximo de pocas personas, no estará permitido prender la calefacción en una época en que el frío penetra la piel hasta el alma, no se podrá cantar y, por supuesto, la distancia y la mascarilla serán obligatorias. Además, hay que inscribirse previamente para poder asistir a un servicio religioso y llenar un formulario con los datos personales, a fin de poder hacer un seguimiento en caso de que alguien resulte infectado.

Aún así, lo peor parece estar por venir, pues el actual gobierno alemán ha decidido posponer medidas más severas hasta después de la Navidad, lo cual ha generado críticas, pues el virus no descansa nunca, ni siquiera cuando todos ansían tener un remanso de paz en estas fiestas de fin de año. A partir del 28 de diciembre sólo podrán reunirse máximo 10 personas si todos están vacunados o se han recuperado de la enfermedad. Una persona que no cumpla con por lo menos uno de estos dos requisitos sólo podrá reunirse con las personas de su propio hogar más dos personas de otro hogar privado. Podrán usar el transporte público sólo vacunados, recuperados o personas con un test rápido no más antiguo de 24 horas. Clubs y discotecas deberán permanecer cerrados; otros locales sólo podrán admitir a vacunados o recuperados, con la excepción de negocios de productos de primera necesidad. La venta de fuegos artificiales estará prohibida.

Aunque la mayoría de los alemanes se muestra a favor de una vacunación obligatoria, ya han habido en varias ciudades manifestaciones no autorizadas —y, por lo tanto, ilegales— de paseantes “espontáneos” —convocados por grupos antivacuna a través de las redes sociales— que han mostrado una agresividad pocas veces vista, agrediendo incluso a policías que sólo buscaban hacer cumplir las normas de higiene vigentes durante la pandemia.

En medio de tanta desolación siempre hay iniciativas creativas que buscan mantener vivo el espíritu navideño, tan apreciado por los alemanes, tanto creyentes como no creyentes. Una de ellas han sido los desfiles de tractores navideños en regiones rurales. Y yo he tenido el privilegio de ser testigo de unas estas caravanas motorizadas. El día sábado 19 de diciembre, a eso de las 5 y media la tarde, cuando ya había oscurecido, escuché ruido en la calle principal del pueblo de Kleinfischlingen, donde vivo. Me asomé a la ventana y vi tractores y algunos camiones —unos 50 vehículos en total— pasar adornados con luces de colores, arboles de Navidad, algunos con figuras de Papa Noel o con algún paisano que se había vestido como tal, acompañados de sonidos de bocinas entre música navideña que salía de algunos altavoces, mientras alguna familias con niños pequeños saludaban al borde de la calle y todo el aire se llenaba de una alegría que alejaba cualquier sombra de desolación, alegría que se prolongaría a lo largo de las horas que duraría el desfile en su paso a través de los pueblos. Así como yo, supongo que varios habrán llorado de emoción al sentir en estas épocas aciagas la solidaridad de los agricultores y granjeros alemanes con este gesto que muestra cuán hermoso puede ser el corazón humano.

Pasé el 22 de diciembre con los vejitos y viejitas de la residencia de ancianos donde trabajo, en una celebración pre-navideña, al lado de una señora que lloraba recordando las celebraciones navideñas en familia, un pasado que ya fue. Porque los moradores de este asilo también son sobrevivientes de otras épocas más felices, cuando todos los miembros de la familia aún estaban vivos y los hijos no se habían marchado del hogar. Ahora sólo queda una soledad que comparten con otros residentes, y que puede ser mitigada en algo gracias al cariño y la dedicación de los que trabajamos allí.

Sea que se celebre el nacimiento del Niño Jesús en Belén —aunque históricamente no pueda determinarse en qué fecha nació ni tampoco dónde—, sea que simplemente uno se deje llevar por el espíritu particular que se vive en estas épocas con una mitología nacida de la fantasía literaria en torno al personaje de Papá Noel, sea que se experimente este tiempo como un momento mágico de encuentro familiar, de paz y de reconciliación, la Navidad suele ser tanto para creyentes —algunos de los cuales reivindican fanáticamente sus derechos de propiedad sobre esta fiesta— como para no creyentes un espacio de luz, donde aflora una sensibilidad que suele estar dormida el resto del año y qué se expresa en unas líneas utópicas de la canción “Bienvenida Navidad” (1967) de Palito Ortega:

«La gente se quiere mucho el día de Navidad,

qué lindo que todo el año la gente se quiera igual».

Esto es quizás lo más importante en esta desolada Navidad. Aunque, ante las decepcionantes miserias que caracterizan la condición humana, se trate sólo de un deseo y una esperanza.

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