Opinión

Cuando en Estados Unidos el editor del Chicago DailyNews, pidió al presidente Herbert C. Hoover que el gobierno federal pusiera fin a la violencia desatada por Al Capone y su sindicato criminal, de inmediato se juntaron las oficinas gubernamentales para ver cómo capturarlo. Era la única vía pues tenía compradas a las autoridadeslocales. La ruta más eficaz fue acusarlo de evasión de impuestos. El presidente Hoover aprobó el plan y dos años después se consiguió encarcelar a Capone.

Es difícil afirmar si el presidente Hoover fue o no un buen presidente. Le tocó enfrentar la gran depresión de 1929, así que no tuvo muchas opciones para decidir. Algunas de sus medidas luego fueron replicadas por ser efectivas,como la realización de grandes obras públicas para dar trabajo en medo de la crisis; pero también de manera injusta y violenta deportó a miles de latinos o quemó elcampamento de veteranos en la Explanada Nacional de Washington D. C. para expulsarlos. Lo cierto es que Hoover, puso mucho ahínco cada vez que se le ofreció un puesto en los gobiernos posteriores y nunca fue acusado de corrupción, a diferencia de los últimos ocho presidentes que hemos tenido en nuestro país.

Aquello que en el Perú nos resulta difícil para decidir si un presidente fue bueno o malo es cuando le fue bien a la economía pero cometió masacres o su patrimonio creció exponencialmente, como el del culpable de asesinato Alberto Fujimori, del cual ya se ha encontrado al menos 190 millones de dólares en sus cuentas suizas, o como elde Alberto Toledo cuyas propiedades en Costa Rica superan los 20 millones.

Las personas que defienden a Alberto Fujimori niegan tozudamente que fuera corrupto y culpan a Vladimiro Montesinos, el encargado de los depósitos y transferencias. Sus fieles lo consideran verosímil, pues Fujimori no ostentaba públicamente su fortuna (en todo caso, son otras demostraciones de poder las que le interesan y su imagen de hombre parco las refuerza). En cambio, Alejandro Toledo que lo presumía. Los gastosexcesivos en costosos licores, los numerosos viajes a balnearios, el inolvidable “avión parrandero que fue sede de sus más célebres borracheras son más que suficiente evidencia.

En estos días vemos cómo la presidenta Dina Boluarte no pudo refrenar el goce de presumir sus relojes. Unos accesorios que jamás podría haber comprado con lossueldos que ha ganado en su vida, incluido el de ser Presidenta de la República. Entonces una piensa, ¿con qué argumentos se hab convencido a sí misma –mientras se terminaba de afinar frente al espejo la distancia entre el reloj y la manga— que le iría bien mostrarlo ante cámaras? Y se despliegan las respuestas: podría haber sido que se sentía elegante o de clase social más alta, otro quizá que era buen medio para enviar un mensaje de agradecimiento, de pertenencia o incluso de seducción. Quién sabe. Lo cierto es que nunca repensó que sus espectadores los reconocerían y empezarían a investigar.

Los seguridad presumida de Alejandro Toledo, provenía del formar parte de una poderosa organización criminalcon sede en varios países; una organización distinta de la de Alberto Fujimori, de orden político, que ha conseguido mantener el control del Congreso peruano gracias al arrastre electoral de su hija Keiko, ella sí presumida.

El año 1927 la fiscal Mabel Walker Willebrandt consiguió encarcelar a la primera cabeza de una mafia norteamericana por evadir impuestos federales. Le resultó muy sencillo porque los mafiosos como Al Capone no cesaban de ostentar su riqueza. Pero que caigan las cabezas, ya lo vimos con Alberto Fujimori, no acaba con la organización criminal. Han pasado 90 años desde que apresaron a Capone y hasta el día de hoy, la Chicago Mafia que encabezó y expandió, aún mantiene control criminal en el centro de la ciudad.

Por : Raysa díaz también y Liz Meléndez

Hablar de cuidados es hablar de bienestar. En algún momento de nuestras vidas, todas las personas recibimos cuidados o cuidamos. Así, cuando hablamos de cuidados hablamos de la sostenibilidad de la vida y el buen vivir.   

El año pasado, el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, Oxfam Perú y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) realizaron una Encuesta sobre Representaciones del Trabajo de Cuidado en el Perú, donde identificaron que el 68% de las personas señalaron que necesitaban algún tipo de cuidados. 

Ejercer nuestro derecho al cuidado, entendido en sus tres dimensiones de cuidar, ser cuidado/a y el autocuidado, son parte del derecho a vivir una vida digna. Se trata de garantizar condiciones adecuadas a las personas para que puedan vivir en igualdad y sin discriminación, sin estar expuestos/as al abandono y la precariedad. 

Este derecho universal y autónomo debe ser garantizado por el Estado, independientemente de la situación de vulnerabilidad o dependencia de quien lo requiera. Aunque las políticas públicas deben tener en cuenta la situación específica y de riesgo de las diversas poblaciones, este debe ser un derecho garantizado para la ciudadanía en su conjunto.

Volviendo a la encuesta, esta revela que 7 de cada 10 mujeres son las principales responsables del cuidado en sus hogares. Además, el 83% de las personas encuestadas afirmó que a lo largo de su vida ha visto solo a las mujeres dedicarse en mayor medida a las actividades de cuidado.  

Los cuidados han sido históricamente asumidos por mujeres o por personas feminizadas. Si queremos alcanzar una sociedad más igualitaria, se tienen que romper con estos roles de género, pues son una barrera para la igualdad. 

De hecho, muchos hechos de violencia surgen cuando las mujeres no responden a estas funciones o tareas patriarcalmente asignadas. Por ello, promover la corresponsabilidad paritaria en los cuidados y en el trabajo doméstico es una dimensión a impulsar. Aunque esta no es la única.

Vivir en entornos violentos, cuidando a otras personas del hogar y con poco tiempo para acceder al campo profesional y/o laboral no solo limita el desarrollo personal y profesional de las mujeres, sino que genera barreras para salir de la pobreza.

El 81% de personas considera que el trabajo de cuidados debería remunerarse. Sin embargo, el 51% afirma que debe haber una retribución económica solo si la persona no es parte del entorno familiar. Es decir, el trabajo gratuito en el hogar o cuidando personas dependientes recae en las mujeres. 

Lo paradójico es que el trabajo de cuidados significa un aporte fundamental a las economías de la región. Según la CEPAL (2021), equivale al 20,4% del PBI. ¿Realmente existen servicios de calidad en el país para garantizar el derecho al cuidado? La respuesta es no. 

Tenemos algunos servicios asistencialistas, precarios y situados fundamentalmente en las zonas urbanas. Lamentablemente la ciudadanía desconfía de estos servicios. El 80% de hogares con menores de 5 años y el 60% de ellos con personas con discapacidad no los utilizan. Dicha ilegitimidad responde a que estos no cumplen con estándares de calidad mínimos.

El derecho al cuidado interpela al Estado a diseñar, implementar y sostener políticas públicas de gran inversión, pero que redundarán en el bienestar de la población. 

Es tiempo de avanzar y esta es una dimensión clave para lograrlo. 

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derechos humanos, Entre Brujas: Feminismo, género

Ahora que se celebra el 30 aniversario de la Constitución de 1993, hay que ponderar lo que realmente significó ello. Fue un parteaguas social, político y económico respecto de la ruta del desastre a la que el Perú se encaminaba a fines de los 80. Éramos una sociedad inviable, una nación fallida, una democracia insostenible, azotada por la violencia terrorista y la hiperinflación recesiva de nuestra economía. Millones de peruanos se iban del país huyendo de la crisis y de la violencia.

Eso, que ya hacía barajar, inclusive, a Washington y países vecinos la eventualidad de una intervención internacional en caso accediera al poder Abimael Guzmán, cambió. El Perú recompuso su economía, se pacificó el país y nos encaminamos hacia una senda de desarrollo que ha durado casi las tres décadas que se conmemoran.

La crisis de hoy es menor respecto de la que vivíamos entonces. Tal vez solo equipare su gravedad la terrible situación de inseguridad ciudadana que nos azota. La sensación de zozobra, sin embargo, ha hecho que también abandonen la patria millones de peruanos.

Pero, como ocurrió hace tres décadas, es factible afrontar esta crisis y salir adelante. El Perú es un país resiliente y que apenas se normalice la gobernanza, sabrá recuperar dinamismo y retomar la senda progresista en la que nos hallábamos.

De este gobierno, lamentablemente, no se puede esperar gran cosa, y, en esa medida, habrá que cifrar las esperanzas en que el 2026 asuma el poder una opción que sepa enfrentar los desafíos más acuciantes: inseguridad ciudadana, corrupción y crisis económica.

La única salida pasa por instaurar un capitalismo democrático, bajo el manto de un respeto irrestricto al Estado de Derecho. Se perfilan ya algunas candidaturas con ese perfil, pero adolecen de química política y, por ello, se torna imperativo abogar por la unidad de fuerzas similares que en conjunto aporten ese brío, y ojalá se encuentre un candidato que convoque los entusiasmos populares necesarios no solo para ganar la elección, sino para asegurar una coalición parlamentaria que permita la gobernanza con la normalidad perdida desde el 2016.

La desesperanza no es buena consejera. De peores hemos salido y sólo hace falta un buen gobierno, con las cosas claras y los equipos tecnocráticos y políticos adecuados. Hay masa crítica para que surjan esos liderazgos. Y hay tiempo para madurar las opciones. De acá al 2026 hay que apostar, desde la sociedad civil, para que cuaje una alternativa de ese talante.

La polarización social 

La polarización ha tomado el relevo a la inteligencia artificial como palabra del año. Han llegado nuevos tiempos en los que esta palabra no dejará de escucharse como sinónimo de inestabilidad, discriminación, desconfianza, confrontación y prejuicios. La polarización provoca una inestabilidad política persistente, con movimientos populistas que deterioran el contexto empresarial. Además, debilita el impulso económico, generando una crisis de confianza generalizada que pone en riesgo la credibilidad de las grandes empresas y marcas, haciendo que la sociedad se aleje de ellas. El riesgo para las corporaciones es latente. 

Pero la incertidumbre puede producir grandes oportunidades empresariales también. Todos los que tomamos decisiones debemos crear espacios de certidumbre y servir como brújulas de nuestras empresas. 

En un escenario en el que las instituciones y los políticos han perdido la confianza, las grandes compañías tienen la oportunidad de ser catalizadoras de corrientes que generen seguridad, confianza y certidumbre. Comenzar a ser parte de la solución y no del problema, para recuperar una sociedad unida y no fragmentada sería el objetivo estratégico de este enfoque hacia la comunicación de las marcas.  

No solo el marketing estratégico deberá aplicarse para revisar las estrategias empresariales y convertirnos en ágiles y trabajar en el propósito corporativo para enfrentar este siglo, sino ser flexibles y adaptarse al cambio para satisfacer las expectativas de sus grupos humanos de interés. 

El perfil del consumidor del siglo XXI busca valor, experiencia y un mayor compromiso con el contexto en el que se vive. 

Por ello, no debemos mirar las amenazas con miedo sino como oportunidades que nos permitan seguir adelante. El mensaje sigue siendo el vehículo esencial para influir e impactar. Y por encima de todo, el aspecto fundamental prevalece: Contar con el conocimiento profundo del consumidor – persona, para adaptar las estrategias a las expectativas, a los nuevos hábitos de consumo, a las nuevas creencias, etc. Es un gap importante a atender. El cliente sigue siendo el principal activo solo que hoy ya es ciudadano digital. 

Activismo político: La oportunidad de las marcas hacia el ciudadano digital 

Influir al ciudadano con mensajes relevantes para posicionar a las marcas de modo diferencial es el criterio estratégico que responde a un cómo. Significa crear campañas soportadas sobre valores de naturaleza política. Esto supone un direccionamiento innovador de comunicación y responsabilidad social. 

Sin confianza no hay desarrollo, sin consciencia ciudadana no hay cultura democrática. 

Para los estrategas de comunicación y marketing incorporar este enfoque de comunicación política desde las marcas hacia la ciudadanía, implica no solo conocer los diferentes movimientos sociales o los diferentes tipos de activismo sociales que se han formado en estos últimos años después de la pandemia. Implica también incorporar en las estrategias empresariales, un enfoque de actividad política empresarial en defensa de valores democráticos como la igualdad, la justicia, la veracidad, la transparencia, en un entorno social incierto de desconfianza hacia las instituciones.

Esta transformación nos conduce a la siguiente pregunta: ¿Qué cuestiones políticas se incorporan a las estrategias de marca de las compañías? ¿Son asuntos relacionados con su área de actividad económica e industrial o bien intervienen en los problemas de la globalización (cambio climático, igualdad, salud pública)? ¿Son asuntos locales o se apuesta por el enfoque internacional? 

La empresa puede incorporar los asuntos políticos a la gestión de la marca, para utilizar las cuestiones candentes de actualidad y aprovechar ese territorio como posicionamiento para productos o servicios. Así, atrapa valores para un ciudadano consumidor que es más exigente a las firmas, sobre todo en la generación más joven. El giro político de las marcas se concreta en la defensa de unos valores globales de creciente aceptación, sobre todo en entornos progresistas. La defensa hacia el Cambio climático, la igualdad femenina de las condiciones laborales, la lucha contra el cáncer de corrupción, los temas económicos, la violencia sin género, entre otros. 

La globalización y agenda al 2030 afecta a la administración de las empresas, que han incorporado los temas a su agenda directiva. La globalización ha hecho también que la demanda de productos y la oferta se internacionalice. La orientación política – dentro de las empresas – puede cambiar las practicas del capitalismo y el consumo, por una visión más responsable, justa, sostenible para una nueva generación que no acepta la opresión, el abuso de los derechos o las injusticias de género. 

En este sentido, las marcas se convierten en portadoras de valores que sirven como punto de referencia para orientar la identidad construida por el consumidor, desde su auto percepción como ciudadano responsable, en el momento de la decisión de compra. La marca forma parte de la narrativa propia de como uno se percibe y como quiere ser percibido. Esta alineación entre consumidor y ciudadano, constituye el marco simbólico entre el status y el recurso afectivo de las nuevas campañas de comunicación política corporativas. 

El activismo de marcas ciudadanas se presenta como una estrategia de marketing que consiste en comunicar públicamente, favor o en contra de un tema que polariza a la sociedad, donde la marca con sus mensajes, ejerce el rol de una persona con voz para provocar un cambio social.  Las campañas responden a hechos, declaraciones o situaciones para favorecer una visión responsable de la organización. Las marcas ciudadanas podrían ser los únicos agentes sociales que podrían influir – como portavoces humanos- en un mundo cada vez más dividido. 

Se sabe que Machu Picchu es nuestra joya de la corona del turismo. La mayor parte de visitantes extranjeros viene al país a visitar las centenarias ruinas incas y cualquier percance que suceda respecto de ese itinerario -como el que acaba de acontecer con las mafias locales– afecta seriamente el potencial atractivo turístico del Perú.

Lo que trae a reflexión este problema, sin embargo, es la carencia de una política global de turismo hacia el país que no dependa solo de las ruinas cusqueñas. Hay decenas de destinos igual o más atractivos, que visitar la “maravilla del mundo”.

1.- Caral, la ciudadela más antigua de América, y cuna de civilización, a pocas horas de Lima. Bien vendida debería convocar un flujo significativo de turistas. Hoy ni se le promociona y encima la zona está asolada por las mafias de traficantes de terrenos.

2.- Kuélap y las lagunas de San Martín. El eje turístico Amazonas-San Martín -con las cataratas del Gocta incluídas) ha recibido inversiones importantes (empezando por el teleférico), pero clama al cielo que no se construya un aeropuerto con capacidad de recibir vuelos comerciales.

3.- La ruta Moche. Chiclayo y Trujillo alberganruinas, siglos más antiguas que las de Machu Picchu, y tiene, además, museos de primer orden. ¿Por qué no es promovida en su justa medida?

4.- Las playas del norte. Con sol todo el año, deberían ser el destino recreativo de toda América Latina, que, fuera del Caribe, no goza de esa particularidad, con la ventaja de que acá no hay huracanes. Y ya hay suficiente inversión hotelera de primera calidad.

5.- Los pájaros. Así como lo escucha. El Perú acaba de ser considerado el país con mayor cantidad de especies de aves. Hay un flujo turístico mundial importante de avistadores de estos animalitos. Ni se le promociona ni se construye la infraestructura adecuada para sostenerlo.

6.- Callejón de Huaylas y Chavín. Los paisajes naturales de la cordillera ancashina y los restos arqueológicos de Chavín de Huántar -mucho más relevantes que los de Machu Picchu- no son mencionados ni por milagro en los road shows de Promperú en el mundo.

7.- Ruta gastronómica. Hay en el mundo una troupé de turistas que buscan el buen comer. Lima y el Perú, en ese sentido, es considerado un destino inigualable en el planeta.

8.- Lima la horrible. Que, claramente, no lo es. Entre sus decenas de huacas, algunas ya puestas en valor, sus casonas republicanas (deberían abrir al público muchas de las que son regentadas por el sector privado), y sus iglesias (Catedral, San Francisco, Santo Domingo, San Pedro, solo por mencionar a las cuatro más relevantes), merece una estancia de varios días.

9.- Arequipa. Gran destino turístico y capital de la mejor comida del país. Tiene, además, por si no basta con la hermosa ciudad, sus iglesias y casonas de sillar, con el cañón del Colca a la mano.

10.- Puno. Es una maravilla desaprovechada. Entre el lago Titicaca, Taquile, Lampa, Sillustani, Juli, la maravilla de la iglesia de Pomata, el pase a Bolivia para la Portada del Sol, basta y sobra.

11.- Iquitos y el Amazonas. Resorts incluidos. Y si se tiene dinero, los cruceros -que merecerían mayor protección policial-, y la propia ciudad bien amerita una visita.

Y nos quedamos cortos. Ayacucho, Ica, el eje Tacna-Moquegua, Cajamarca, el valle del Mantaro. Hay que romper la dependencia de Machu Picchu. No es posible que Perú apenas reciba poco más de cuatro millones de visitantes del extranjero al año (cifra récord del 2019). Deberían ser por lo menos diez veces más. Es irracional que Chile reciba más turistas que el Perú.

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Caral, kuelap, Macchu picchu, ruta de moche

En la opinión pública, cortesía de La Encerrona, un tema ha emergido, eclipsando debates sobre la recesión económica y la seguridad ciudadana: ¡los relojes lujosos de la presidenta Dina Boluarte! Mientras algunos de sus pares latinoamericanos se afanan por abordar problemas urgentes, nuestra querida presidenta parece más preocupada por lucir los últimos modelos en su muñeca.

Desde los salones del Palacio de Gobierno, las calles de Lima y de otras regiones, la resplandeciente ostentación de estos relojes no pasa desapercibida. En cada comparecencia ante la prensa, un nuevo reloj reluciente aparece en la muñeca de la mandataria. Después de todo, ¿quién necesita hablar sobre la demolición de la institucionalidad democrática cuando puedes quedarte embobado admirando los detalles de sus relojes de pulsera de alta gama?

Se rumorea que la presidenta Boluarte posee un reloj para cada día de la semana, cada uno de los cuales supera al anterior en valor. Los ciudadanos pueden respirar aliviados: su líderesa está perfectamente sincronizada en sus reuniones y en el uso del tiempo, gracias a su vasta colección de relojes de lujo. ¡Qué alivio saber que, mientras el dengue avanza en el país sin mayor control, al menos los relojes de la presidenta funcionan a la perfección!

Es reconfortante saber que, mientras la mayoría de congresistas se esfuerzan por desmontar cuanta reforma les sea posible e instaurar el reino de la ilegalidad, la mandataria dedica su tiempo a cuestiones más trascendentales, como pensar en su outfit relojero. ¿Quién necesita un gabinete ministerial bien preparado cuando puedes tener un estuche rebosante de relojes exclusivos? 

Claro, algunos críticos podrían argumentar que presumir de riqueza en un país marcado por la desigualdad económica y la pobreza es un tanto descabellado y frívolo. Pero, ¿qué importa eso cuando puedes deslumbrar a la población con el brillo de tus accesorios? 

Además, mientras los ciudadanos luchan con las dificultades económicas diarias, la extorsión por parte de grupos criminales, el sicariato y el regreso de las combis “asesinas”, la extravagancia de la presidenta Boluarte solo sirve para resaltar la desconexión entre la “élite” política y los ciudadanos y ciudadanas. O para decirnos que cualquiera puede tener un Rolex, siempre y cuando trabaje lo suficiente para comprárselo, ignorando la realidad de miles de peruanos que viven en la pobreza y la desigualdad.

¡Brindemos por nuestra presidenta y su colección de relojes exclusivos! Porque al final del día, ¿qué importa el bienestar de la ciudadanía si la mandataria luce un Rolex? ¡Salud!

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Democracia, Dina Boluarte, frivolidad, relojes, Rolex

La noche del 29 de septiembre de 2023 falleció en Islay, Perú, el exvicepresidente del Congreso Hernando Guerra García. El político de Fuerza Popular sufrió una descompensación. Su seguro de salud era de los mejores pero la cobertura solo alcanzaba a Lima y algunas capitales regionales. Guerra García, indefenso en una provincia ni tan remota ni tan lejana, se convirtió súbitamente en un peruano de a pie y murió como tal: sin servicios de salud que lo amparen. 

La triste muerte de Nano me ha recordado algunos pasajes de la novela 1984 de Orwell. Aquella distopía transcurre en una sociedad dividida en dos: la vinculada con el Estado, que se beneficia de sus prebendas pero al mismo tiempo es vigilada al milímetro por un omnipotente sistema de inteligencia y reprimida con monstruosas torturas; y el pueblo llano, al que su pobreza e insignificancia sitúan fuera de la esfera del poder. Por ello, la pareja protagonista se refugia en ese ignorado paraje para así respirar un halo de libertad.  

He meditado sobre dos recientes artículos, uno de Alberto Vergara y el otro de Javier Díaz Albertini. Vergara plantea el caos, no hay instituciones, no hay ley, no hay representatividad, vivimos en un sálvese quien pueda. Díaz Albertini añade algo más: a nadie le importa, hemos perdido hasta la empatía. 

En una mirada de corta duración es posible sostener que los últimos años hemos trocado la crisis de la legalidad y del Estado por su absoluta desconexión de la realidad cotidiana. Podría decir más: la coyuntura iniciada en 2016 por el enfrentamiento entre los poderes ejecutivo y legislativo, y el posterior destape de los cuellos blancos demolieron las ruinas sobre las que yacía una bicentenaria república nonata. Este escenario generó una situación inesperada, que algunos interpretan como una transformación estructural y otros como una nueva coyuntura: a los intereses ilícitos, y sus representantes en la política, no les quedó más remedio que mostrarse como tales, de allí el nuevo rostro adolescente de nuestra política y nuestro país, parafraseando a Luis Alberto Sánchez y Carlos Contreras. 

Sin embargo, desde la larga duración me pregunto: ¿hay motivo para sorprenderse? ¿alguna vez instituimos un orden constitucional que funcione como tal? Es posible que ahora estemos aún peor pero cuando Vergara refiere la dicotomía entre crisis y equilibrio crítico no señala el advenimiento de una circunstancia nueva sino un estado de cosas permanente. En el Perú nunca fuimos lo que algunos creen que recientemente dejamos de ser. Enorme oxímoron, salvo que comencemos a preguntarnos cómo se construye una república que nunca existió.

Los trabajos de Cristóbal Aljovín acerca de nuestros inicios republicanos son reveladores: no hubo república, lo que sí hubo fue una anárquica combinación entre la nueva institucionalidad y la praxis cotidiana que permitió la revitalización de la vieja relación casuística colonial entre sociedad y Estado. De esta manera, la percepción del Erario Público como botín y de la función pública como enriquecimiento ilícito anteceden a la fundación política del país. Está en la costumbre hace quinientos años. Por eso, la otra pregunta que se suma a la ecuación es la misma de 1821: ¿cómo se construye una república donde la sociedad es consuetudinariamente antirrepublicana?

Carmen Mc Evoy desentrañó la maquinaria política de Ramón Castilla a mediados del siglo XIX: la presenta como una cadena de dones y contradones. El clientelismo en su máxima expresión, yo te doy, tu me das, y todo sale del Estado, de sus recursos, de sus contribuyentes, del tonto que vive de su trabajo y el vivo que vive del tonto, etc.  El siglo XX fue una feria de exuberantes dictadores civiles y militares, el uno más tórrido que el otro. Todos gobernaron sin la molestia de instituciones que fiscalicen la farra fiscal. Hoy ya contamos con “democracias” sin fiscalización, pero a nadie le importa. 

Al fin y al cabo, quizá las últimas dos décadas sí hayamos construido un nuevo sistema, uno que engrana acabadamente costumbre y política. ¡Al fin terminamos el trabajo! ¡Pensar que tomó 200 años! Hasta 2016 mantuvimos un atisbo de pudor republicano. Ahora que matamos al pudor, solo queda el matrimonio por conveniencia que contrajeron la sociedad y el Estado en el siglo XVI y que se reproduce más vigoroso que nunca. 

¿Todo acabará en un inesperado divorcio? Admirarse de un antiquísimo matrimonio para constatar que sus nocturnos ritos amatorios siguen siendo los mismos de siempre no le sirvió de mucho ni a Mariátegui, ni a Sánchez, ni a todos los que vinieron después. ¿Cómo se rompe una relación tóxica de quinientos años? ¿qué pacto conyugal viene después de la ruptura? Ahora tenemos a Orwell y sus distopías solo que con inteligencia -y respiración- artificial. Si queremos pensar y resolver al Perú -¿no será este otro oxímoron?- la mirada diacrónica es indispensable. 

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Islay, Nano, Nano Guerra García

Como colofón de una columna escrita ayer respecto del inmenso potencial turístico del país, varias personas me enviaron comentarios respecto de uno de los puntos destacados, como era el de la calidad gastronómica del Perú como punto de interés de los visitantes extranjeros.

En ese sentido, hay algunas cosas que, efectivamente, debemos acotar. En cuanto a la calidad de la oferta, es indudable. La cocina criolla tiene suficiente variedad para conquistar los paladares extranjeros, aun cuando algunos platos les resulten hostiles. Mi escalafón personal: primero, la comida arequipeña, luego la limeña, después, cerca, la norteña y, finalmente, la amazónica, que brilla, pero con oferta muy limitada. La comida andina, lamentablemente, no tiene consonancia con la portentosa riqueza cultural de los Andes peruanos.

Es bueno, además, que la oferta no se limite a los restaurantes de alta gama (donde competimos con éxito a nivel mundial), sino que uno halle joyas del buen sabor a precios asequibles e, inclusive, en mercados populares.

Pero la anotación que se me hacía, con razón, se refería a la ausencia en el Perú de buenos restaurantes de comida internacional. Fuera de la comida italiana, china o japonesa, que, en la práctica, dadas las migraciones seculares, son referentes nacionales, no hay, casi, bandejas internacionales.

No hay buenos restaurantes de comida india, árabe, judía, armenia, georgiana, turca, francesa, ni siquiera española (¿dónde ir a comer una buena paella?), para mencionar el tipo de restaurantes que uno encuentra en las principales ciudades del mundo. Sin ir muy lejos, Buenos Aires, Bogotá, México, Sao Paulo y hasta Santiago albergan restaurantes que ofrecen comida internacional. En Lima y el Perú, salvo algunos huariques en Cusco, no se hallan.

Somos muy ombliguistas en nuestro paladar y no nos abrimos a comidas de otros lares. Y ello, claro está, al no haber demanda, se refleja en la casi nula oferta restaurantera que existe al respecto. Y eso desmerece al país como destino gastronómico, colocándolo un nivel por debajo del de otras naciones que sí tienen una vigorosa presencial comercial de lugares gastronómicos diversos.

Nos emocionamos con razón cuando se expone el triunfo de la cocina peruana en el mundo (hay países como Chile donde ya se ha incorporado a la comida de casa), pero no celebramos, como se debiera, la apertura de restaurantes que amplíen el paladar nacional, haciéndolo salir de su zona de confort (hace poco conversaba con un propietario chino de un extraordinario, pero no tan conocido local de la avenida Aviación, y le sorprendía cómo los comensales peruanos suelen pedir siempre lo mismo, lo que representa apenas el 5% de la oferta gastronómica de esa cocina).

Si nos abrimos al mundo gastronómico, mejoraremos la oferta local, destinada hoy a la fusión. Así afirmaremos mejor la calidad del Perú como destino del buen comer.

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Chifa, comida andina, Gastronomía peruana

Nuestro país mantiene la condición de “régimen híbrido” (régimen político donde confluyen rasgos autoritarios con democráticos), según el  Index 2023 elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist. El 2022 se explicaba por los arrestos golpistas de Castillo. Esta última calificación ya concierne exclusivamente a la gestión de Boluarte.

Pesa mucho en la calificación la respuesta autoritaria del régimen a las protestas de enero del año pasado, pero queda claro que hay un desmadre institucional terrible en el país, que perjudica nuestra calificación. Autoritarismo en el Ejecutivo, mediocridad y corrupción en el Congreso, ineficacia y abusos en el Ministerio Público y el Poder Judicial (véase nomás su creciente irrespeto por la libertad de prensa).

Y de hecho, aunque no figura entre los indicadores que se toman en cuenta, la crisis económica, la corrupción y la inseguridad atentan contra la buena marcha de la democracia porque aniquila la convivencia ciudadana.

La pobreza creciente alienta el despotismo populista de quienes la sufren y la inseguridad es un cáncer terrible. Vivir con miedo es tan dañino como pasar hambre, acaba de escribir Antonio Muñóz Molina en El País. Y cita a Simone Weil cuando señala que “La seguridad es una de las necesidades esenciales del alma”. El Estado, que parece tan fuerte, puede derrumbarse de golpe, y la consecuencia no es la liberación de los oprimidos, sino el triunfo de los poderosos y los criminales, agrega.

Si a ello le sumamos la metástasis corrupta que ha tomado el organismo nacional, se entenderá que en criterios como “funcionamiento del gobierno”, “participación política” y “cultura política” salgamos pésimamente rankeados.

Ya se ha perdido la esperanza de que el gobierno de Boluarte haga algo para revertir la pendiente declinante. Por más que haga dos buenos cambios ministeriales, el maquillaje no basta. Y lo peor es que su medianía alentará la irrupción de candidatos populistas el 2026, más aún si se tiene en cuenta la punible irresponsabilidad de los sectores democráticos para aglomerarse y evitar que el Perú siga la espiral autoritaria de otros regímenes de la región.

La del estribo: dos recomendaciones librescas. Primera, Cómo salir de la crisis política, de la politóloga Milagros Campos. Toca un tema de enorme actualidad y sensible vigencia. Analiza el problema y propone salidas. Segunda, Trilogía, de Jon Fosse, último premio Nobel. Prosa aguda y certera, de aparente sequedad, pero poderosa y rica. Una voz narrativa distinta.

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Boluarte, democracia debil, regimen hibrido
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