Opinión

Ocurrió este año en Francia. El 5 de octubre la Comisión Independiente de Abusos Sexuales en la Iglesia, encargada por el episcopado francés en noviembre 2018 de investigar la pederastia clerical en el país galo, publicó un devastador informe. Desde 1950 han actuado en la Iglesia católica francesa entre 2,900 y 3,200 pederastas, y el número de víctimas de sacerdotes y religiosos asciende a por lo menos 216,000. Si se incluyen también a los abusadores laicos que trabajaban para la Iglesia, el número asciende a por lo menos a 330,000 víctimas.

Aún así, la gran mayoría de los autoridades de la Iglesia siguen sin ver que las raíces del problema están en el sistema eclesiástico mismo. Y si bien el celibato obligatorio para presbíteros ordenados en la Iglesia católica romana no explicaría todo el problema, sí sería parte importante de él. Como decía el cardenal italiano Carlo María Martini SJ (1027-2012): «Tal vez, no todos los hombres que estén llamados al sacerdocio tengan ese carisma [del celibato]». Y claro, si se ven obligados a guardar esta norma, la tragedia está servida. Y se manifiesta generalmente en una sexualidad vivida en los subterráneos de la existencia. Una sexualidad reprimida que puede eclosionar de la peor manera cuando se aprovecha la condición de guía espiritual para seducir a personas que están bajo su responsabilidad, entre ellas menores de edad.

Quienes hemos vivido bajo la obligación de celibato en las comunidades sodálites sabemos lo frágil que es la promesa de mantenerse alejado de la expresión de una sexualidad activa, por más vida espiritual y ascetismo que se practique. Como se dice en el lenguaje católico, uno siempre termina “cayendo” de una u otra manera. Lo más grave es que esto va unido a una falta de percepción del terrible daño que se puede causar, si la caída ha involucrado a otra persona a la que se ha manipulado psicológicamente para que realice ciertos actos, sin que haya habido un auténtico libre consentimiento de su parte.

En un voluminoso libro de espiritualidad que leíamos a diario en las comunidades sodálites, el “Ejercicio de perfección y virtudes cristianas” del P. Alonso Rodríguez SJ (1526-1616), teólogo jesuita del Siglo de Oro español, se cuenta lo siguiente en la parte que trata “De la virtud de la castidad”:

«¿A quién no espantará aquel ejemplo que cuenta Lipomano de Jacobo, ermitaño, que después de haber servido al Señor más de cuarenta años con grandísimo rigor y penitencia, siendo ya de edad de sesenta años e ilustre en milagros y en echar demonios, le llevaron una doncella para que le sacase un demonio, y después de echado, no osaron los que la trajeron llevarla consigo, porque el demonio no se le atreviese, y él permitió que se quedase con él. Y porque se fio y presumió de sí, permitió Dios que cayese; y porque un pecado llama a otro, hecho el mal recaudo, con miedo de ser descubierto, la mató y echó en un río; y por remate de todo, desesperado de la misericordia de Dios, se determinó de volver al siglo a entregarse del todo a los vicios y pecados que tan tarde había comenzado. Aunque después no le faltó la misericordia de Dios, que le volvió a sí; y hecha rigurosísima penitencia de diez años, volvió a cobrar la santidad primera, y fue santo canonizado».

El relato chirría por todas partes, comenzando por el hecho de que la víctima es el ermitaño que cayó en la tentación, mientras que la joven violada y asesinada es una anécdota más. El abuso sexual que aquí se narra es tratado solamente como una falta contra la castidad. No interesan para nada ni la víctima ni sus eventuales familiares. El final feliz consiste en que el ermitaño, que debería haber sido juzgado por los crímenes que cometió, después de dedicarse durante un tiempo a la dolce vita, hace penitencia y termina convirtiéndose en un santo.

Ni qué decir, un ejemplo así sólo refleja la conciencia que la Iglesia católica ha tenido del abuso sexual y que no parece haber evolucionado ni cambiado en la actualidad. Como ocurre en el caso del Sodalicio, donde las víctimas han sido tratadas como meras anécdotas, mientras se espera que el “castigo” con propósito de enmienda que supuestamente está cumpliendo Luis Fernando Figari en su retiro romano ayude a que se redima de sus “pecados” y le permita alcanzar la santidad que tanto proclamaba en sus escritos.

El tema de los abusos sexuales eclesiásticos es complejo y la eliminación del celibato obligatorio para los clérigos no lo solucionaría del todo, pero probablemente ayude a mitigarlo —pues una relación sexual madura forma parte del desarrollo humano de una persona— y contribuiría a disminuir el número de curas psicológicamente inmaduros. Por ejemplo, un estudio comisionado por los obispos estadounidenses a fines de los años 60 al P. Eugene C. Kennedy y a Víctor Heckler (“The Catholic Priest in the United States: Psychological Investigations”) y enviado a los obispos en 1971 llegaba a la conclusión de que sólo el 7% de los clérigos estaban emocionalmente desarrollados, otro 18% estaba en proceso, 66% estaba emocionalmente subdesarrollado y un 8% presentaba un desarrollo emocional torcido. Por supuesto, el episcopado no discutió estos resultados e ignoró el informe.

No niego que el celibato también puede ser una opción madura, siempre y cuando la persona tenga vocación para ese estado de vida y lo elija libremente, sin que se vea obligada por las funciones que se quiere desempeñar. Sin embargo, existe una obsesión patológica entre las autoridades eclesiásticas por mantener una práctica que ni siquiera es tan antigua como se nos quiere hacer creer.

El historiador eclesiástico alemán Hubert Wolf describe la evolución del celibato como sigue. En el cristianismo de los orígenes, tal como está reflejado en los escritos del Nuevo Testamento, lo más común era que los sacerdotes estuvieran casados, con la única restricción de que, en caso de enviudar, no les estaría permitido volver a casarse. Los mismos doce apóstoles de Jesús habrían tenido mujer, como era común en el judaísmo de esa época. A partir del siglo IV se les habría exigido a los sacerdotes la abstinencia sexual temporal dentro del matrimonio, pero sólo cuando debían dedicarse al servicio del altar —una Misa, por ejemplo—. A partir de los siglo VI y VII se les pide a los curas en Occidente abstenerse de relaciones sexuales con su mujer, es decir, vivir con ella como si fueran hermanos —lo cual en la práctica difícilmente se cumplía—.

A partir del siglo X, debido a la influencia de algunos Papas que provenían de comunidades monacales que practicaban el celibato y que condenaban las relaciones sexuales como “impureza” y “suciedad”, se les exige a los curas separarse de sus mujeres, a las cuales ya no se llamó “esposas” sino “concubinas”. Y concubina era cualquier mujer que compartiera cama con un cura, ya sea que estuviera casada legítimamente con él o no. Esto generó una amplia resistencia de parte del estrato clerical, y muchas veces se tuvo que imponer esa norma que venía de lo alto con violencia, a sangre y fuego. Por ejemplo, a mediados del siglo XI el Papa León IX convirtió en esclavas de su palacio a todas las mujeres de Roma que convivieran con clérigos. Otro ejemplo fue lo ocurrido en Milán, donde el obispo ofrecía resistencia a los mandatos de Roma. En 1063 el Papa Alejandro II dio la señal para el inicio de una suerte de guerra civil que duraría hasta 1075, donde turbas guiadas por monjes expulsaban a los curas de sus parroquias, o los mataban delante del altar junto con sus mujeres y sus hijos. Y durante su pontificado el Sínodo de Girona de 1068 determinó que todo clérigo que tenga mujer o concubina dejará de ser clérigo, perderá sus prebendas y deberá estar en la Iglesia entre los laicos. Si desobedeciera, ningún cristiano deberá saludarlo, ninguno comer y beber con él, ninguno rezar junto con él en la Iglesia; si se enferma, nadie deberá visitarlo y, en la medida en que muera sin penitencia y comunión, no deberá ser enterrado.

En 1139 se declara por primera vez que la ordenación sacerdotal hace inválido cualquier matrimonio que un clérigo atente con una mujer. Y recién en el Código de Derecho Canónico de 1917 se establece que el matrimonio es impedimento para ser ordenado sacerdote. Por supuesto, hay excepciones, como en las Iglesias orientales, donde hombres casados pueden ser ordenados sacerdotes, o en el caso de sacerdotes casados de la Iglesia anglicana que hayan decidido pasarse a la Iglesia católica.

Pero una cosa son las normas y otra, la vida real. Sería ilusorio creer que, por el solo hecho de existir el precepto del celibato obligatorio para los curas, éstos se convierten en seres angelicales para los cuales la sexualidad no existe. La vida sexual de los clérigos es un hecho, según lo demuestran incontables testimonios históricos. Como reza un dicho popular: «El cura es aquella persona a la que todos llaman padre, menos sus hijos, que lo llaman tío». La convivencia con una mujer ha asumido diversos disfraces y la compañera sentimental del clérigo con frecuencia ha ocupado el puesto de ama de llaves o de cocinera de la casa parroquial.

Lo cierto es que no existe ningún argumento de peso para mantener el celibato obligatorio de los curas, los cuales también tienen derechos, entre ellos el que señala la declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su artículo 16: «Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia…»

El celibato impuesto es un acto de violencia. Y como acto violento, también tiene consecuencias violentas. La historia de abusos de la Iglesia católica así lo demuestra.

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Ha hecho bien el Congreso en limitar, mediante ley, la cuestión de confianza. Su carácter absoluto, aplicable a cualquier tema que se le ocurriese al Ejecutivo, era una espada de Damocles permanente y generaba un desequilibrio de poderes enorme, ya que era sumamente fácil deshacerse de un Congreso opositor.

El gobierno ha anunciado que irá al Tribunal Constitucional. Dada la actual composición del tribunal supremo en la materia va a ser muy difícil que declare la inconstitucionalidad de la norma, de modo tal que lo más probable es que la ley mantenga vigencia hasta que, de repente, se constituya un nuevo TC en marzo del próximo año y éste decida acometer el tema.

Entre tanto, se equilibra la balanza y, contrariamente a lo que algunos analistas piensan, lejos de ser el primer peldaño hacia un proceso de vacancia, termina por alejar también ese peligro político del horizonte. Como estaban dadas las cosas, solo la amenaza de una disolución del Congreso hubiera podido movilizar los 87 votos necesarios para vacar a Castillo (si pretendía disolver caprichosamente el Congreso bien merecida hubiera tenido la vacancia, por cierto).

Lo que corresponde a mediano plazo es reformar la Constitución en ambos puntos: limitar la cuestión de confianza en dos legislaturas, de modo de blindar cualquier modificación legislativa futura o su declaratoria de inconstitucionalidad de un futuro TC, y reemplazar las causales de vacancia moral, ajustándolas a un proceso de juicio político, en lugar del mamarracho que existe hoy y que, a su vez, también permite zafarse de un gobernante por la sola sumatoria de los votos, sin que importen las razones de fondo.

Lo cierto es que, en lo inmediato, va a ser saludable para la gobernabilidad que el Ejecutivo tenga rienda corta. No se aprecia hasta el momento un proyecto revolucionario, marxista leninista, en ejecución, ni un plan en ese sentido, pero la cercanía de elementos políticos que se declaran abiertamente leninistas o maoístas no deja de generar incertidumbre, sobre todo si se tiene en cuenta un Primer Mandatario tan volátil como el que hoy nos gobierna.

El parteaguas es el tema de la Asamblea Constituyente y la única vía que el Ejecutivo tenía parar lograr convocarla, pasaba por disolver el Congreso. Hoy, gracias a la ley congresal, esa eventualidad ha sido acotada a su mínima expresión.

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Asamblea Constituyente, Congreso de la República, Ejecutivo

Querida Manuela,

¿Cómo estás? Quería agradecerte por la respuesta a mis cartas, no esperaba que me contestaras. Entiendo tu preocupación ante la situación de las mujeres y niños en el Perú del bicentenario. Entiendo que te preocupe que seguimos con patrones y taras que arrastramos desde la colonia. Entiendo también tu preocupación por la situación política, de inestabilidad, cosa que nunca imaginó el Libertador para los 200 años de independencia.

Entiendo que este tema te toca profundamente porque a los 14 años tu padre te obligó a casarte con doctor inglés, mucho mayor de edad, que te trajo a Lima y a quien túu no amabas.

Entendamos que el rol de la mujer peruana ha ido cambiando a lo largo de la historia, como te he venido contando, pero aún hay mucho que trabajar.

¿Sabes?, justo llegó tu carta el 11 de octubre, día de la niña. Para contestar a tu pregunta, comparto algunos datos importantes.

  • En los últimos 6 años, 6402 niñas y adolescentes menores de 14 años se convirtieron en “madres”.  En promedio son 4 casos diarios. Ellas tenían derecho a acceder al Protocolo de Actuación Conjunta (Minsa 2016 -2020).
  • La tasa de embarazo adolescente en el Perú (13%) no ha disminuido en los últimos 30 años y el acceso a la salud sexual y reproductiva es la política que más interrupciones ha sufrido entre el 2006 y 2014.
  • En el 2020 se registraron 1.178 nacimientos de madres menores de 18 años de laos cuales 23 fueron en niñas de 10 años (Sistema de Registro del Certificado de Nacido Vivo (CNV)).
  • En el 2020 se triplicó el número de niñas menores de 10 años forzadas a ser madres. Datos realmente alarmantes, sobre todo si tenemos en cuenta que un 12,5 % de niñas y mujeres peruanas de 0 a 14 años no cuentan con seguro de salud (CNV).
  • Actualmente hay una deficiente política de salud reproductiva, ya que solo el 77.4 % de mujeres en edad reproductiva (de 15 a 49 años) usan métodos anticonceptivos (INEI 2021).
  • 11 601 niñas, adolescentes y mujeres, fueron reportadas desaparecidas (MIMP – marzo 2020 a febrero 2021).
  • El 14.1% de las mujeres entre 20 y 24 años se casaron o conviven con sus parejas antes de los 18, según la Encuesta Nacional Demografía y de Salud Familiar (ENDES) 2021.

El embarazo adolescente o de niñas no solo deja daños psicológicos, sino que también puede llegar a causar la muerte de la madre. Te comento, que todo embarazo de niñas menores de 14 años será siempre una violación sexual según nuestro Código Penal.

Pese a ello, sin importar la persecución del delito, que como bien sabemos el derecho penal no puede arreglar los problemas sociales, vemos en la data, que cada vez hay más niñas que son obligadas a ser madres tras sufrir violaciones sexuales  ellas son madres- un hecho calificado como tortura por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (Informe del Relator Especial desde el 5 de enero de 2016).

Actualmente, la crisis sanitaria y la indiferencia del Estado han generado que los casos de violación sexual a niñas se mantengan en el país. Por otro lado, nuestro Código Civil – tras otra gran idea de nuestros legisladores en el 2018- los adolescentes entre 14 y 18 años puedan casarse. Forzar a las niñas y/o adolescentes mujeres embrazadas a que se casen o a convivir con los padres de sus hijos es una salida social bastante común que solo lleva a las mujeres a sufrir injusticia y tortura.

El bicentenario nos encuentra en esta situación querida, las mujeres seguimos sin la posibilidad de decidir sobre nuestra sexualidad en este país y sobre nuestro destino. Tú fuiste perseguida y vetada de tus derechos por haber abandonar a un hombre con el que te obligaron a casar. Sabes por lo que pasan muchas niñas y adolescentes forzadas al matrimonios o embarazos no deseados.

Las niñas y adolescentes del bicentenario, que son el futuro de nuestra República. Tú abriste un camino como libertadora del libertador, fuiste olvidada por la historia por ser considerada “una amante”, pero luchaste por una República libre y soberana para todos (as). Nos queda claro que no lo hemos logrado aún.

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adolescentes, código penal, embarazo, violación sexual

Han pasado cuarenta años desde que apareció La guerra del fin del mundo, una de las grandes novelas de Mario Vargas Llosa. Por primera vez, una novela suya transcurría fuera del Perú y, además, en un tiempo lejano: finales del siglo XIX, en el infierno de una sequía que mataba todo en Canudos, en el nordeste brasileño, donde tuvo lugar una rebelión milenarista liderada por Antonio Conselheiro, ciego creyente que vio en el advenimiento de la República los signos del Anticristo.

Tengo el vivido recuerdo de haber visto esa esa extraña portada diseñada por el catalán Antoni Tàpies y de caer rendido ante el inolvidable inicio que presenta al Consejero a los lectores: “El hombre era tan alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Calzaba sandalias de pastor y la túnica morada que le caía sobre el cuerpo recordaba el hábito de esos misioneros que, de cuando en cuando, visitaban los pueblos del sertón bautizando muchedumbres de niños y casando a las parejas amancebadas. Era imposible saber su edad, su procedencia, su historia, pero algo había en su facha tranquila, en sus costumbres frugales, en su imperturbable seriedad que, aun antes de que diera consejos, atraía a las gentes”. 

Un aspecto interesante de La guerra del fin del mundo es el intertextual. Vargas Llosa utiliza como una de las fuentes centrales de su novela el texto del escritor Euclides Da Cunha, publicado bajo el título Os sertoes. Da Cunha fue corresponsal de O Estado, diario de Sao Paulo, durante los terribles sucesos de Canudos y, a pesar de su seca apariencia de informe, resulta un texto cautivante porque además de cubrir los sucesos de la rebelión religiosa, elabora una ambiciosa y muy precisa radiografía social y cultural de la zona del conflicto.

No se crea que se trata entonces de un texto meramente derivativo. Sobre eso, conviene no olvidar, por justicia con una extraordinaria creación verbal, lo dicho por el crítico uruguayo Ángel Rama: “A pesar de remitirse, desde la dedicatoria del libro, a Euclídes Da Cunha, La guerra del fin del mundo es una novela autónoma, autosuficiente, que cualquier lector podrá leer sin conocer sus antecedentes, íntegramente de la escritura de Vargas Llosa. Su rica y esplendorosa materia, por amplias que hayan sido sus fuentes documentales, sólo existe en la forma literaria privativa con que la ha concebido su autor” (“Una obra maestra del fanatismo artístico. La guerra del fin del mundo”).

En el enfrentamiento de dos órdenes que propone la novela, uno representado por un Estado brasileño que aboga por la modernidad y el laicismo; otro representado por un catolicismo de indudable carácter arcaico y milenarista, está también el puente que une a esta poderosa ficción con el presente latinoamericano, especialmente, como ha sugerido Peter Elmore, en lo tocante a la viabilidad de los Estados latinoamericanos (La fábrica de la memoria). La historia, en ese sentido, no es únicamente un conjunto de sucesos fijados en un viejo almanaque, es, sobre todo, un fantasma activo y que de cuando en cuando se instala en los recovecos de nuestra precariedad regional. 

En medio de los dos contendores mencionados anteriormente, queda la estela de la monarquía brasileña, escudo del viejo orden colonial y aristocrático que la modernidad desplaza sin remedio. Muchos personajes memorables desfilan por estas páginas: Antonio Vicente Mendes Maciel, el Consejero, especie de iluminado y mesías que conduce a su grey, sin miramientos, hacia un cruento sacrificio; el León de Natuba o Joao Satán, seres de fábula, entregados a la causa del Consejero; el enano, de procedencia circense y experto en el vagabundeo; el barón de Cañabrava, aristócrata de talante agudo y escéptico o, entre otros el delirante frenólogo Galileo Gall o el periodista miope, obsesionado con explicar la naturaleza de la rebelión desatada en Canudos. A ellos se suman mujeres inolvidables como Jurema o la milagrosa María Quadrado, santa y demente.

No me pareció nunca que traer a colación el fanatismo del Consejero en un año como 1981 fuese casual o gratuito, estando ya en acción la insania del llamado Presidente Gonzalo. Tampoco creo que de eso dependa la cabal comprensión de la novela; sin embargo, el poder de las ficciones no solo radica en su capacidad de construir un mundo representado de manera autónoma, capaz de funcionar con una lógica y unas leyes propias, sino también en sus formas de establecer un diálogo entre el pasado y el presente, aun cuando las lecturas alegóricas no reciban hoy el fervor de que antes gozaron. En todo caso, ficciones como La guerra del fin del mundo actualizan las pesadillas del pasado y nos las hacen vivir de diversas maneras, unas oblicuas, otras muy directas. Cuarenta años después, se comprueba que La guerra del fin del mundo mantiene intactos su vigencia y su poder de convencimiento.

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Literatura, Mario Vargas Llosa

La derecha política, y en particular la derecha liberal, debería marcar claro distingo de los grupos extremistas, reaccionarios y violentos, que empiezan a prosperar en sus cercanías.

Plagados de libertarios conservadores o abiertamente fascistas (basta ver su simbología para darse cuenta de ello), estos grupos se dedican a hostilizar a cuanto personaje o entidad consideren ellos caviar o izquierdista, recurriendo a métodos coercitivos que colisionan con los criterios mínimos de un Estado de Derecho.

Su última víctima ha sido Francisco Sagasti, pero seguramente serán otros, si no se les pone pronto atajo. Y los primeros que deberían empezar a hacerlo son los representantes políticos (congresales o no) de la derecha política realmente existente.

La Carta sobre la tolerancia de John Locke, publicada en 1690, hace más de tres siglos, es el texto fundacional del liberalismo, y en aquel, el filósofo inglés trazó los límites que el ejercicio del poder debe tener, en cualquiera de sus formas, respecto de las creencias y valores ajenos. Harían bien los llamados liberales peruanos en releerlo, o leerlo, porque parece que algunos nunca lo han hecho.

¿Es verdad que los mismos que hoy se indignan por lo ocurrido hace unos días, aplaudieron entusiastas el puñete al congresista Ricardo Burga, el conazo a Carlos Tubino, la asonada en la vivienda de Beto Ortíz o el apaleo a Luis Alva Castro en los exteriores de la residencia del embajador de Uruguay? Sí, es cierto. Hay que admitirlo porque es menester corregir conductas de ambos lados del espectro ideológico nacional.

Ni el filofascismo criollo ni el supremacismo moral caviar pueden dictar la agenda pública. Se requiere construir, ahora más que nunca, que llegamos a un tiempo donde la transición democrática ha sido dilapidada por gobernantes mediocres y corruptos, a la revalorización de criterios de convivencia ciudadana.

La mediocridad rampante del gobierno de Castillo, y esa extraña coexistencia de magros resultados y excesivo ruido político, exacerbarán aún más los ánimos de sectores que ya se polarizaron durante la campaña. En ese ambiente crecientemente hostil, es imperativo llamar al orden democrático y defender la tolerancia como valor supremo de las libertades. Se juega mucho, en términos del futuro nacional, si miramos de soslayo estas muestras crecientes de fanatismo agresivo y violentista.

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derecha liberal, derecha política, filofascismo, Francisco Sagasti, gobierno de Castillo, supremacismo moral

Tenemos nuestra propia versión de Juego de Tronos de la popular serie de novelas Canción de Hielo y Fuego del escritor estadounidense George R.R. Martin en nuestra igualmente épica, pero no tan mágica política peruana. El presidente Pedro Castillo, Perú Libre (PL), los aliados (JPP/NP) y la derecha juegan por el poder, moviendo sus piezas, creando caos, y usando las oportunidades que se presentan para posicionarse mejor y sacar del juego a sus rivales más peligrosos. Como dice Lord Baelish “el caos no es un pozo, el caos es una escalera”. 

“Un hombre sin motivo es un hombre del que nadie sospecha”— Lord Baelish

Al finalizar la primera vuelta electoral, un profesor rural casi desconocido para la élite política nacional, Pedro Castillo, emerge en las encuestas con un partido de origen provinciano que hasta entonces tenía solo un alcance regional, Perú Libre (PL) de V. Cerrón. Esa arremetida se da en buena parte por la identificación cultural con el “hijo del campesino” y un programa político que levanta el entusiasmo de la población excluida por el modelo neoliberal y traicionada por los gobiernos anteriores.

Inmediatamente JPP/NP, que se arrogaba la representación progresista de la élite política criolla, se apresuró en demandar la renuncia de Castillo a favor de la candidatura de Mendoza. Ante la negativa de Castillo, los ataques en las redes sociales y otros medios expusieron el carácter elitista de los “progres» de creerse la única opción de izquierda capaz de gobernar.

El invierno viene

Cuando Mendoza intenta “radicalizarse”, ya su suerte está echada. Obtiene un 6% de los votos a nivel nacional con su mejor resultado en las clases acomodadas: un honroso tercer lugar en Miraflores y Jesús María, pero sexto a nivel nacional. 

El triunfo de PL es categórico en los sectores populares. Obtiene el 19% a nivel nacional con alta votación en la clase trabajadora y campesinado en el sur y centro del país, y gana en casi todas las provincias de Lima región llevando la delantera a JPP en los distritos populosos limeños. Para las clases dominantes, incluida la élite «progre», los del “otro lado de la muralla” arremeten en la cancha política para cuestionar el orden establecido. 

“Los miedos cortan más profundo que una espada” — Arya Stark

Desde el triunfo en primera vuelta Castillo fue terruqueado y discriminado, cuestionando su origen y capacidad para gobernar. La derecha implementó la campaña más difamatoria y millonaria en la historia del país utilizando paneles luminosos, medios de prensa y operadores en redes sociales que encienden el miedo al comunismo, chavismo y retorno del terrorismo. Ni la siniestra Cersei Lannister hubiera sido capaz de hacer tan burda campaña.

Paralelamente se ejecuta una estrategia para separar a Castillo de PL y su líder V. Cerrón, acusando a éste de “sectario” y “abominable”, a la que se suma una persecución judicial para apresarlo y desaparecer a PL de la escena política. 

En medio de esos miedos, la segunda vuelta cumple su función como mecanismo creado para moderar programas de izquierda y garantizar el sistema dominante. El 6% presiona a Castillo para “acomodar” su programa de gobierno y exige la separación de Cerrón. 

“El poder reside donde la gente cree que reside— Lord Varys

A pesar de las visibles tensiones, se piensa que el primer gabinete abre la posibilidad de una coalición unida, multicultural y plurinacional para enfrentarse a la derecha golpista, pero los ministros que representan la izquierda popular van cayendo. La unidad es una ilusión.

En este juego político se le ha hecho creer al pueblo que no tiene poder ni capacidad para gobernar, y que mas bien, el poder reside en una élite “educada”. 

La larga noche

Poco a poco el pueblo es excluido y algunas promesas electorales se sacan de la agenda. Francke, el “blanco salvador”, calma a las élites enardecidas con un discurso moderado oponiéndose a una nueva constitución y manteniendo a Velarde en el Banco Central de Reserva.

V. Cerrón sigue denunciando un viraje, pero es apanado mediáticamente por los sectores elitistas y “progres”. Salen Bellido, Maraví y Galvéz, el odiado ministro por la “Lima culturosa”. Dina Boluarte y Betssy Chávez se alinean con la narrativa moderada y los aliados suben en la escalera del poder copando el gobierno. La acción de JPP/NP acelera la tensión con Cerrón y los ministros que salieron, pero irónicamente hacen un llamado de unidad. El ‘hermanón” Belmont entra en escena para enredar más este juego.

El Norte Recuerda

El pueblo sabe que el juego de tronos no es más que la lucha de clases. Mientras la izquierda esté dividida, será la derecha quien suba primero en la escalera del poder. 

Tal vez estamos aún esperando “el príncipe o princesa prometida” como en la serie, un Jon Snow, o una lideresa que unifique las fuerzas campesinas y obreras para romper la dinámica dominante dentro de la izquierda, esa que subordina un programa popular a uno moderado y elitista, y que desde las organizaciones sociales desmonte el poder de la derecha. No más escaleras de poder ni tronos para ninguna élite.

 

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Canción de Hielo y Fuego, Pedro Castillo, Perú Libre

UNO

El mes pasado necesitaba urgente ir al peluquero, tenía cita con un cliente y no podía presentarte con mi desastroso pelo largo. Estaba por el centro y hallé una peluquería, que me salvó de la situación. No me cobró tan caro (estaba misio, bueno siempre lo estoy). La pelu tenía nombre de una ciudad española. Al entrar, me di cuenta que parecía un lugar congelado en el tiempo. El que atendía era un viejito caucásico, edad indescifrable, pelo blanco y boina gallega. Me miró de reojo y al oído me contestó, cuando le pregunte por el precio. 

“Para vos baratito nomas”.

Me senté en una de las dos sillas de peluquería de los años cincuenta. Su mobiliario estaba repleto de cachivaches y revistas. El piso tenia restos de aserrín y pelos en menor medida. El abuelito me preguntó, con ojos traviesos, que tipo de corte quería.

Rebájame las puntas nada más, le contesté. 

Me miró sin comprender y procedió con una maquinita de antaño a trasquilarme el pelo. Le importó tres carajos mi pedido y me lo dejó cortito, como cuando tenía 8 años.

 

DOS

A finales de marzo del 74, mi viejo nos llevó -mis 2 hermanos y yo- a la peluquería de Machaguay que quedaba en frente de nuestra casa. Aquellos años, estaba de moda los hippies. Así que lo que más queríamos nosotros, era seguir con el pelo larguísimo. Pero empezaban las clases, por lo que teníamos que cortárnoslo. Entonces, fuimos mansamente a la vereda de enfrente.

La peluquería no tenía cartel, no lo necesitaba, todos en el barrio lo conocían. El que atendía era un tipo enorme con rostro cobrizo, ciertas arrugas, ojos negrísimos y unos pliegues que se le formaban en el rostro. De edad, entre cuarenta y cincuenta, adusto y pelo engominado. Tenía una gran bata blanca y unos mocasines negros que brillaban. Conocía a mi viejo de tiempo, luego del saludo amical, nos señaló a nosotros.

“Te los traigo para que les cortes el pelo”

Él nos miró sin ver, mientras le cortaba el pelo a un joven, dirigiéndose a mi viejo.

“En un rato les atiendo”

Entretanto, lo esperamos sentados y calladitos, desde su radio portátil emanaban los versos inconfundibles.

“Si tú me odias quedaré yo convencido, 

de que me amaste mujer con insistencia, 

pero ten presente de acuerdo a la experiencia, 

que tan solo se odia lo querido” 

Nos miramos los tres y por un instante pensamos lo mismo

“La misma huevada que escucha nuestro viejo”

Primero paso Thedy, el mayor. En tanto, Jhonny y yo esperábamos –aburridos- nuestro turno de ser rapados. Mi viejo feliz y despreocupado leía el diario. En esos tiempos no se estilaba tener tele en los negocios; aparte a esa hora, solo daban telenovelas mexicanas. Todo en blanco y negro. 

Mientras, mis 2 hermanos veían, en el espejo, su cruda realidad. Me llamó. Avancé y me senté en la silla enorme, en donde mi trasero se perdía. Machaguay, sin pérdida de tiempo, comenzó a cortarme el pelo, usando la maquinita. En el ínterin, mi pelo caía inmisericorde. 

Años atrás, cuando a Machaguay no lo llamaban así, vino de Chincha a probar suerte. Allá había trabajado en un camal (destripando cuadrúpedos). Luego se enlistó en el ejército (en esos tiempos, cuando no tenías nada, ir al ejercito era una tabla de salvación) y aprendió el oficio de peluquero. Al regresar a sus pagos, ninguno de sus conocidos quería que le cortara el pelo.

“Tas cojudo, que va a saber éste de cortar pelos, si trabajó en un camal”

Hizo tripas corazón y enrumbó, de nuevo, hacia Lima. Ahí encontró su lugar en el mundo. Vivía en la Urbanización Palomino. A raíz de su apego a la canción “El mambo del Machaguay”, o a que era un eximio bailarín, es que adoptó el célebre mote. 

“Ni respires carajo, que te corto”

Mientras ahogaba la respiración, Machaguay me pasaba la navaja con mucho cuidado. Más tarde, todo finalizaba cuando me sacaba el mandil y lo sacudía. Con la mirada me decía.

“Baja huevón”

Salíamos de la peluquería, trasquilados y con el cuello irritado.

 

TRES

Recuerdo claramente que, en marzo del 78, me armé de valor, y antes de empezar dije bajito.

“Rebájeme un poco nomas”

Me miró incrédulo, y por toda respuesta obtuve un pedo. 

Siempre nos cortaba como se la daba la gana: el típico corte alemán, el cual, insólitamente, ha vuelto la moda.

Todo eso vino a mi memoria cuando el gallego con boina me trasquilaba, feliz de la vida, y yo volvía, por un instante, a los años setenta.

 

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Machaguay

Un apreciado profesor de San Marcos solía decirnos en clase que en el Congreso hay tres tipos de parlamentarios: los que hablan, los que no hablan y hacen lobby, y los que hablan tonterías. En cada nuevo periodo legislativo, nuestro Congreso nos sorprende con la «calidad» de parlamentarios que diversos partidos decidieron poner como sus «mejores alfiles políticos», pero que, cuando abren la boca, incluso para defender a su partido o a sus aliados, nos generan la desoladora idea que nuestros impuestos sirven para pagarles un sueldo mensual que no merecen.

En este irónico escenario, ningún partido se salva. Todos y cada uno ha contribuido para que el Congreso reciba el apelativo de «circo». El problema e ironía de la situación es cuando el típico doble rasero se apodera de esa facción política que siempre está viendo la piedra en el ojo ajeno, pero no quiere analizar la roca que tienen en el suyo.

Los únicos responsables de la baja calidad de parlamentarios son los partidos políticos, los mismos que nos han impuesto a personajes como Esther Saavedra, Bienvenido Ramirez, Tamar Arimborgo, Karina Beteta, todos de Fuerza Popular; María Elena Foronda, del Frente Amplio; Luciana Leon, Apra; Maria Cabrera Vega, de Podemos Perú y, por último, la presentación de la figura más reciente de Juntos por el Perú, la congresista Isabel Cortez, conocida como «Chabelita».

Cuando se trata de Fuerza Popular, del APRA o de cualquier otro partido cuyos congresistas demuestran sus limitaciones argumentativas, el doble discurso, defensa de lo indefendible y el doble rasero; cuando mienten o realizan cualquier acción que genere una mínima indignación colectiva, los primeros que están alistando las mejores burlas y críticas son ese sector de izquierda «posera» que se cree la reserva moral del país. Pero esconden la cabeza y la piedra cuando son sus amigos los que generan la tendencia de vergüenza ajena.

Primer acto. Esa misma izquierda nos ha presentado a Isabel Cortez, una parlamentaria que hasta ahora ha basado su posición política y discurso en símbolos y narrativas básicas para alegrar y entretener a su elector. Hasta el momento no se ve ninguna acción concreta, ningún proyecto de ley que tenga una base realista de la situación actual del país. Los proyectos que ha presentado han sido calificados como inconstitucionales o mamarrachos, como el proyecto de «Ley de muerte cruzada», que sólo ayudó a conocer las evidentes deficiencias y limitaciones de esta congresista, que ni siquiera pudo explicar ni defender su proyecto ante los medios. ¿Cómo es posible que una congresista no pueda argumentar la defensa de su propio proyecto de ley?

Segundo acto. Más de veinte congresistas de Lima y Callao cobraron los jugosos S/15,600 para gastos de instalación. Entre esos parlamentarios estaba Isabel Cortez, que usó el dinero para, según ella, amoblar la «casa del trabajador»; pero resulta que esa casa es para ella y, efectivamente, compró una serie artefactos y muebles para el mencionado lugar. Si esto lo hubiese hecho cualquier congresista del lado «oscuro», la izquierda posera que logró el 6,6% de la votación nacional ya habría pedido una investigación en la Comisión de Ética y habrían llenado las redes de insultos y memes contra ese congresista. Pero como se trata de Isabel Cortez, ka amiga «luchadora», las ganas de criticar y hacer memes se esfuman hasta nuevo aviso.

Tercer acto. No es culpa de Isabel Cortez verse en el Congreso y no tener idea de dónde está parada. Lo siento, congresista: esa es la imagen que está proyectando y creo que hasta ahora no se da cuenta. La culpa de esta deficiente presentación es de su partido, Juntos por el Perú, por no capacitar a sus candidatos o a sus «mejores» cuadros. No es culpa de Isabel Cortez; es culpa de Juntos por el Perú por no entender que al Congreso no se ingresa a jugar a la política anodina. Y lo que es peor, no sentir la mínima preocupación y vergüenza por no saber exponer claramente tus ideas.

En el Congreso, según mi apreciado profesor, hay tres tipos de congresistas: los que hablan, los que no hablan y hacen lobby, y los que hablan tonterías. Le pregunto a la Congresista Isabel Cortez, ¿en qué grupo desea estar?

Y no me responda «el grupo de los que luchan por el pueblo». Dejemos la demagogia y seamos serios.

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Comisión de Ética, congresistas

El nombramiento de Ricardo Belmont como consejero presidencial pone de manifiesto la rampante mediocridad con la que este gobierno viene manejando el Estado y desplegando políticas públicas.

Salvo pliegos en los cuales sus titulares son gente competente -que son los menos- hay sectores completos del Estado entregados a la medianía y torpezas más asombrosas. Lo que comentan agentes privados -sean empresarios, tecnócratas o exfuncionarios públicos- respecto de lo que está sucediendo en Indecopi, Energía y Minas, Interior, Educación o Transportes y Comunicaciones, por citar algunos ejemplos, es de espanto. En algunos casos, inclusive, la mediocridad se combina ya precozmente con rampantes indicios de corrupción.

De alguna manera, en los 90 se lograron crear islas de excelencia en el Estado peruano. La tecnocracia liberal fue capaz de generar espacios donde el Estado sí funcionaba, era eficaz y expeditivo respecto de sus obligaciones esenciales. Mal que bien, esa tecnocracia y burocracia fueron sostenidas en el tiempo e, inclusive, mejoradas en algunos sectores por los gobiernos sucesivos de la transición democrática.

Pero ese camino de mejora, a veces lenta, pero inexorable, de la administración pública, parece haber llegado a su fin con la llegada al poder de un Presidente limitado e improvisado como es Pedro Castillo, a cuya imagen y semejanza parecen actuar muchos de sus subalternos, ejecutando una política de “tierra arrasada” respecto de la calidad burocrática que mínimamente un Estado requiere para funcionar a cabalidad.

Parecemos condenados a ello. Aun cuando el presidente Castillo enmiende rumbos políticos gruesos y, por ejemplo, se desprenda del ala Movadef y deseche la absurda idea de la Asamblea Constituyente, completando un camino positivo que ha comenzado con el apartamiento de Vladimir Cerrón, no parece que nos vayamos a librar de decisiones disparatadas recurrentes o de la baja calidad funcional en amplios sectores de la administración pública.

En ese sentido, van a ser cinco años perdidos. Ojalá al menos, Castillo logre iniciar reformas importantes en Salud y Educación, y tal vez generar la ruptura de algunos circuitos de privilegios mercantilistas en la economía. Es inaudito que nos conformemos con pedirle tan poco a un gobierno, pero es, lamentablemente, lo que hay. La mediocridad política del Presidente está irradiando hacia todo el Estado y las consecuencias de ese paulatino deterioro las vamos a pagar todos los ciudadanos.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Ricardo Belmont, Vladimir Cerrón
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