Opinión

Es cierto que en esta crisis confluyen muchos factores, que hay actos delincuenciales que deslegitiman a quienes protestan legítimamente, lo cual no puede justificarse. Sin embargo, la salida a esta crisis no es la masacre.

Todo este escenario está golpeando fuertemente a gran parte de la población cansada de los conflictos continuos, buscar una salida dialogante es urgente. Para ello se tienen que escuchar las demandas de la población movilizada, hacer reformas, dejar la victimización o el triunfalismo, defender a la Defensoría del Pueblo como actor imparcial y garante de derechos, buscar consensos serios entre los actores políticos y sociales. Todo ello, parece lejano aún.

Este año, serán unas fiestas dolorosas para muchas familias. Mi solidaridad con ellas.

Hay que saludar al Congreso, que fue capaz, en su mayoría de ponerse de acuerdo, de ceder en posturas iniciales, y llegar a un consenso que permitió aprobar la reforma que el país casi unánimemente exigía. Con 93 votos a favor, 30 en contra (con supina irresponsabilidad) y una abstención, se logró pasar la valla de los 87 votos que permitirá que luego de ratificar la votación en la siguiente legislatura, la norma se dé por aprobada sin pasar por el trance de un referéndum (lo que hubiera ocurrido de no llegar a los 87 votos mínimos).

Es de esperar que dicha madurez se mantenga en los debates constitucionales que sobrevendrán y así, de paso, el Legislativo vaya recuperando niveles de aprobación ciudadana mínimos. A la democracia no le hacía bien tener un Parlamento con tan bajos niveles de crédito ciudadano.

Lo último avivó las protestas en varios puntos del país y provocó que se desdiga y plantee el adelanto de elecciones para abril del 2024. Propuesta que se condice con que haya Elecciones Generales antes del 2026 como opina el 87% del Perú urbano y el 83% del Perú rural; y el 91% del Sur y el 88% del Centro. Hoy nos encontramos en una encrucijada. En mucho dependerá de lo que hagan o no el poder ejecutivo y el legislativo para salir de ella. La presidenta sin partido ni bancada congresal ni mucho tino político; y los congresistas sin mayores incentivos para adelantar las elecciones pueden exacerbar aún más las tensiones sociales y generar, por lo tanto, las condiciones para una intensificación de las movilizaciones y protestas ciudadanas. En tal escenario, solo queda, en un acto de desprendimiento, la renuncia de Boluarte, la asunción del presidente del Congreso o de un congresista como Presidente de la República de un gobierno de transición y la convocatoria inmediata a elecciones generales. Así se restituiría algo de dignidad al ejercicio de la política.

Lo que es inverosímil es ver a bancadas de derecha votando en el mismo sentido, irresponsable e infantilmente, aferrándose a sus cargos por supuestas “dignidades” políticas, encerrados en una burbuja, sin percatarse que ellos deben oír el mandato popular, inclusive más allá de las urnas, que esa es parte también de su función de representación.

Hoy el Congreso decide los destinos del país. Ojalá, por el bien de la democracia y la paz social, actúe a la altura de las circunstancias.

Dice Pamela Medina en el texto inicial de este volumen: “Entender la obra de Eielson me permitió reconsiderar mi escritura y la forma en que he estado estudiándola. Esa simbiosis a la que me he sentido expuesta no se refiere a una lectura temática y biografista, sino a un profundo cuestionamiento de la forma de decir el ensayo y el lenguaje con el cual se expresa” (p.17).

Una declaración de parte que explica muchos rasgos de este volumen. Hay que considerar, en su lectura, la relación intensa entre el discurso crítico y la disposición gráfica del libro, pues en ese magnífico entrevero el lector puede crear diversas asociaciones que a la larga solo enriquecerán la lectura de Jorge Eduardo Eielson, poeta que por cierto merece ser leído y releído. Saludo las innovaciones de este libro y desearía que fueran un derrotero para lo que viene. Un nuevo panorama para la crítica empieza a verse en el horizonte. Disfrutemos, entonces, del paisaje y evitemos, en lo posible, que pase inadvertido.

 Pamela Medina. Estos ensayos no tienen principio ni fin. Textos para perder la orilla. Sobre la obra de Jorge Eduardo Eielson. Lima: Ediciones MYL, 2022.

El pueblo no es tonto y ya no aguanta. Después de dos años y medio de pandemia, la situación ha empeorado para muchos peruanos de a pie. La pobreza ha subido al 35%, la inflación continúa, muchos siguen luchando día a día para poder llevar un pan a la mesa y con suerte hasta fin de mes.

La esperanza que representó Castillo de acortar la brecha de la desigualdad se vio mutilada desde el primer día de su mandato con un hostigamiento brutal, como nunca antes se ha visto contra un presidente elegido. Obviamente, la poca preparación política de Castillo fue un factor a considerar, pero más grande ha sido el racismo y la lumpenería con que los congresistas y los medios masivos de comunicación han actuado, coactando cualquier iniciativa del Ejecutivo.

Lo que ahora tenemos de facto es una dictadura militar y policial que hace lo mismo que todas las dictaduras de ese tipo: reprimir por la violencia, usando la excusa del terruqueo y el vandalismo. Sin necesidad de justificar los desmanes de algunos de los airados en las calles (entre los que habría que ver cuántos son «ternas» de la misma policía), tampoco puede justificarse que miembros de las Fuerzas Armadas y la policía disparen a mansalva a manifestantes desarmados o armados con tremenda desigualdad de medios.

Solo este hecho deslegitima al poder político actual. Cada muerto y cada herido es una mancha moral más en el prontuario de la clase política tradicional. «La cólera que parte al hombre en niños» está llegando a su límite. Qué pena, qué pena por el Perú. Muy mal Boluarte; muy mal los ambiciosos congresistas.

Eso explica el fenómeno electoral Castillo y nos da razones para entender por qué un porcentaje tan alto de la población respalda su intento de golpe (más allá del inmenso desprestigio del Congreso y la popularidad que despierta intentar cerrarlo, bajo cualquier circunstancia).

Los actores políticos que van a participar en la siguiente campaña electoral deben ser muy conscientes de aquél país al que se enfrentan y las pulsiones autoritarias que anidan en su seno. Y deben ser conscientes, sobre todo, que si esta vez la derecha o la centroderecha gana la elección, es imperativo que salga de su zona de confort, que no se congratule solo de las cifras macroeconómicas y entienda que es urgente, en plazos cortos, generar ciudadanía inclusiva en los sectores más desfavorecidos.

Acá tenemos a las regiones alejadas del poder central; aquellas han desarrollado mecanismos eficaces de protesta, entre los cuales el bloqueo de carreteras se destaca entre todos por su inevitable eficacia. Acá tenemos, reitero, centrifuguismo, distancia, conciencia de sí de las regiones, la que puede ser políticamente canalizada. La rivalidad entre el centro y la periferia nunca ha sido más real, máxime cuando el centro ingresó en un espiral de crisis política desde 2016, y, desde hace 5 años nos ha “regalado” 6 presidentes y 3 Congresos.

En su texto, que trata del neorepublicanismo, Sergio Ortiz Leroux coloca a la sociedad civil como un cuarto poder eventual, al lado de los tres poderes del Estado, aquel se autoconvoca y moviliza cuando los otros tres se desvían notablemente del bien común. Con esto, ciertamente, ni justifico violencias, ni niegos infiltrados, pero tampoco podemos terruquear las protestas sin observar en ellas el hartazgo del Perú provinciano frente al Perú central, con notables toques identitarios, que dan para otra columna.

El poder político central, y todo lo que se mueve a su alrededor no maduraron los últimos 22 años: involucionaron. Regresó la democracia, pero en su versión informal, sin partidos políticos, es más, sin políticos, con pillos, en su mayor parte, con lobistas, desapareció la mínima huella republicana de lo que significa la búsqueda del bien común, prevalecieron los extremos, de la derecha y de la izquierda. Por ello, las regiones piden otros gobernantes al centro del poder y, cada vez más, imponen la agenda de una nueva constitución, o al menos su refrendo. Las cartas están sobre la mesa.

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