Opinión

En unos días empiezo un nuevo viaje promovido por mi gran sueño de hacer ficción. Me mudo a Los Ángeles a estudiar la maestría en Dirección de Cine en CALARTS (California Institute of The Arts), fundada por Walt Disney en 1961. A propósito de esto, hoy quería compartirles un poco sobre las influencias que inspiran mi trayecto como directora, películas y directores que han marcado un antes y después en mi carrera. Y no me refiero solo a nivel profesional, sino como humana y mujer.

  1. “In the Mood for Love”

Director: Wong Kar-Wai

Para mí la escena más inspiradora de la película es la puesta en escena y la danza que se genera en las escaleras, donde los personajes caminan sin un rumbo fijo en busca de hechos reales, o tal vez no, que van y vienen sin ningún orden lógico. Destaco, además, el recurso de la cámara lenta para ralentizar el tiempo y mostrar el fluir natural, las miradas tímidas, los movimientos agitados y nostálgicos, que crean secuencias que parecen una sola. Particularmente, me gusta ralentizar el tiempo y trabajar con los entendimientos y malentendidos como lo hace Wong Kar Wai.

  1. “Lost in Translation”

Directora: Sofía Coppola

La historia de dos almas perdidas en una tierra extranjera, encontrándose como desconocidas y separándose, más tarde, como amigas, ha inspirado mi último cortometraje en progreso llamado “Nadie Nos Dijo”. Este corto trata sobre los sentimientos compartidos que siguen a 4 mujeres en un camino de búsqueda de identidad, existencial, de sentirse parte de una sociedad que las ha olvidado o con la que no se identifican, en el momento adecuado para vivir lo que tienen que vivir. Disfruto mucho de las escenas de Lost in Translation sin partitura musical, en donde solo se escucha el sonido ambiente natural y podemos quedarnos con Charlotte y Bob como si fuéramos voyeurs, al estilo Hitchcock en “la Ventana Indiscreta”, con un profundo sentido de intimidad.

  1. “Midsommar”

Director: Ari Aster

Lo que me gusta de esta película es que no es la típica historia de terror oscuro, en cambio, es una pesadilla a la luz del día. Se han inventado todos los géneros, pero la originalidad de jugar con ellos como autor es única. Ari Aster juega con las superficies del género en Midsommar, que se trata de empatía y emoción compartida, pero también de una celebración en una remota comuna sueca. Me gusta el diálogo entre los movimientos de la cámara y la historia. La cámara gira sobre sí misma para representar que a partir de ahí lo que vamos a vivir es una nueva experiencia en un mundo completamente diferente al que conocemos. Un viaje para el que ni los protagonistas ni nosotros estamos del todo preparados.

  1. “La Ciénaga”

Directora: Lucrecia Martel

Lucrecia me enseña a valorar la importancia del tiempo en la narración, en este caso, la idea del tiempo suspendido. La historia de La Ciénaga se desarrolla a lo largo de dos o tres días que se representan de forma incierta. Los espacios en los exteriores que intervienen en la historia, la montaña, la ciudad, dan la sensación de un espacio claustrofóbico. Me encanta la sensación de la espesura del tiempo. La sensibilidad de Lucrecia me inspira en mi objetivo por contar historias con esa textura tan romántica y sensorial.

  1. “Little Miss Sunshine”

Directores: Valerie Faris, Jonathan Dayton

Una “roadmovie” con una historia auténtica llena de simbolismo. Me identifica y logra que sienta lo que sienten los personajes hasta el punto en que casi parece que estoy cambiando de lugar con ellos. Esto es algo que busco en mi trabajo como directora, trabajar con símbolos para contar historias genuinas, retratar con otro punto de vista lo que supuestamente se entiende por una sociedad perfecta. En Little Miss Sunshine, los personajes principales son personajes «extraños», pero tanto como cualquiera de nosotros podría serlo. La estética naturalista y los colores realistas son miradas y detalles que le dan una personalidad única a esta película.

50 años después de que la reforma agraria supuestamente acabó con el gamonalismo y todo lo que este representaba, Vladimir Cerrón señaló, el 4 de agosto pasado, que la presentación del Gabinete Bellido en el Congreso de la República será la colisión de dos mundos, el criollo y el andino. Cada uno expresará su interés de clase subjetivo u objetivo, superficial o profundo, conservador o revolucionario, materialista o metafísico. En otras palabras, para Cerrón, Velasco no pasó por aquí, en el Perú no hubo reforma agraria, el Estado no ha extendido sus servicios a todos los distritos de Lima y la informalidad, a su manera, no ha terminado de igualar, en sus propios términos, todo lo que faltaba igualar en este confín que es antes paradoja que país, cada vez lo tengo más claro.

¿Deploro el discurso clasista de Cerrón? Claro que lo deploro. No solo es clasista. A lo que llama, en realidad, es a un choque de civilizaciones, a lo Huntington, de culturas y lo hace explícitamente. Pero partamos de una premisa, si por un lado no somos más la sociedad que, conforme a ley, divide a las personas de acuerdo a su raza y linaje, como sucedió en tiempos coloniales, tampoco somos el ágora ateniense en el que ciudadanos y ciudadanas discurren libremente sabiéndose y sintiéndose iguales. La sola campaña para la segunda vuelta ha revelado que sí subsisten seculares percepciones, actitudes y marginaciones que nos separan y de las que, en muchos casos, no somos ni siquiera consientes. Me refiero al trato cotidiano, al juego de roles, a la manera como nos tratamos unos a otros en la calle.

He escuchado a varios políticos, de los tradicionales, diciéndole al Presidente Castillo: “el Perú no es solo Chota, no es solo la sierra rural, el Perú somos todos”. La afirmación es cierta, cómo no, lo que pasa es que en doscientos años se ha producido todo lo contrario, el Perú ha sido Lima, como diría Valdelomar, y a Lima le ha importado un comino Chota, la sierra rural y el resto del país.

Para no ahondar en ejemplos históricos, vamos al presente: el arrasador voto rural andino por Pedro Castillo es el mismo voto desesperado que se repite en todas las elecciones buscando finalmente a quien pudiese representarlo o abogar por aquel. Hasta que encontraron a Castillo. La pandemia ha demostrado que en el Ande no hay Estado, el friaje de este año y la patética recolección de frazadas para proteger a niños que duermen a 20 o 30 grados bajo cero, es otro persistente ejemplo de dicho abandono.

Nunca nos importó el Perú rural andino, y ahora nos tiene que importar, esa es la cuestión y el problema adopta ribetes de patetismo cuando un sector de la representación parlamentaria, incluida su titular María del Carmen Alva, reaccionan casi asqueados cuando el Presidente del Consejo de Ministros “se arroba la atribución” de saludar y despedirse del país en Quechua y en Aimara. En el Perú no solo nos odiamos tanto: nos negamos y nos tememos patológicamente unos a otros. Dijo bien Jorge Basadre, al señalar que la Independencia debió producirse en 1815, durante la rebelión de los hermanos Angulo y Mateo Pumacahua. De haber sucedido así, hoy seríamos una nación más integrada en sus diversas manifestaciones lingüísticas y culturales.

El Perú no ha votado por el comunismo; ese es un tema que tienen que comprender Castillo y Cerrón; Pero el Perú, mayoritariamente, ha votado por no dejar a nadie fuera del proyecto y por un Estado que se ocupe del Ande, su gente y su cultura, y también a la Amazonía, cómo no, como parte constitutiva de la nación y no como subordinados que esperan la buena fe de los señores del pueblo, como en el Puquio de Arguedas.

 

De la reconciliación entre los peruanos

Pero quería hablarles de reconciliar, lo primero que tengo que decir es que no se reconcilia colocando el problema bajo la alfombra, ni con discursos negacionistas. Todo lo contrario, se reconcilia reconociendo la afectación de quien ha sido afectado. Durante el segundo gobierno de Alan García (2006 – 2011) se creó el Museo Afro-Peruano y se le pidió disculpas a los afrodescendientes por la esclavitud que se prolongó, en tiempos republicanos, hasta mediados del siglo XIX.

Pues bien, el Perú rural andino merece una enorme disculpa, y no reiteradas afrentas, por parte del Estado peruano que permitió se le mantuviese en condición de servidumbre y limitado en sus derechos ciudadanos hasta bien entrado el siglo XX; sin acceso a servicios básicos como los de salud y educación. El perdón es el primer piso del edificio. Los gestos, a este nivel, son más importantes de lo que solemos creer, curan heridas, reivindican, sanan.

Después viene el reconocimiento, poner en valor, rescatar el aporte cultural de una manera más viva y menos “vintage” de lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Lo andino no es solo un producto para vender en ferias internacionales. Reconocer es participar en la fiesta, es escuchar, es aprender, es dejar que aquel a quien siempre vimos como el otro tome el micrófono, sea portador de la iniciativa y no solo el retrato que adorna una muestra fotográfica para una galería limeña o del exterior.

Finalmente vienen la reconciliación, sus políticas y sus espacios. He escrito en el pasado sobre el aula de clase. En el país, los últimos 20 años, se produjo un milagro: a nuestras universidades, públicas y privadas, ha llegado todo el Perú. En una misma aula puedes encontrarte con estudiantes de diferentes regiones, de diferentes distritos de Lima, y de distintos estratos socioeconómicos.

Yo siempre invito a esos jóvenes a charlar entre sí, a conocerse, invitarse en vacaciones a la casa de playa si es el caso, o a la estancia rural, o a la ciudad provinciana. Les digo que ellos tienen la oportunidad de construir la nación pues finalmente se ha operado el milagro de que estén juntos en el mismo espacio y que entonces tienen dos opciones: dividirse en trincheras y enfrentarse, como ha sucedido por siglos, sucede en el Congreso y sucede en las redes sociales juveniles, o conocerse, abrasarse y construir una nación pluricultural y desprejuiciada.

Esta política no es ocurrencia mía, necesariamente. Me inspiran las políticas para la juventud que aplicaron con sus juventudes franceses y alemanes después de la Segunda Guerra Mundial. La intención era que sus nuevas generaciones dejasen de vivir con rencor, como, paradójicamente, porque el tiempo transcurrido es mayor, vivimos aun muchos peruanos y chilenos, rencor de una parte, y orgullo de la otra. Eso sucede porque no hemos trabajado el tema en serio a través de las políticas de estado necesarias, y esto es exactamente lo que estoy proponiendo en el nivel interno, es decir, entre peruanos.

En fin, este es un ejemplo acotado, y ofrece la propuesta de un camino por donde transcurrir si queremos, de aquí a una o dos generaciones, dejar de ser un país de cruces de Borgoña y llamados a la confrontación entre las culturas a las que adhieren los peruanos.

Hay una premisa fundamental: hay que tomarse el problema en serio, lo que implica aceptar la parte que a cada a uno le toca, comprender desde dónde se mira el mundo y aprender a colocarse en la posición del otro. Sólo así lograremos ver la inmensa dimensión del problema que queremos (o no queremos) resolver.

 

*Amar con ternura y devoción

El Congreso de la República ha tenido una de las jornadas más vergonzosas de las últimas décadas al otorgarle ampliamente la confianza al que debe ser el peor gabinete ministerial presentado jamás ante el Legislativo.

Ya después de la jornada de ayer, mejor que se elimine la cuestión de confianza y se la den automáticamente al Ejecutivo. Porque si no interesa la calidad moral y profesional de los ministros, si no es relevante la solvencia programática del consejo ministerial, entonces mejor que se descarte ese filtro democrático.

La claudicación del centro político (Alianza para el Progreso, Acción Popular, Podemos y Somos Perú), desplegada supuestamente en aras de la gobernabilidad, va a traer consecuencias negativas para ella, al abrirle la puerta al desmán ideológico que ha supuesto que el presidente Castillo elija el gabinete que finalmente ha elegido y al cual, a pesar de las múltiples y probadas denuncias, se ha aferrado.

Si alguno de los claudicantes cree que su voto amainará las fuerzas radicales que anidan en el gobierno y que, por ende, atemperará su objetivo final de refundar constitucionalmente la República, al antojo de la ideología maximalista de Cerrón, se equivoca groseramente.

Veremos los pasos siguientes. Se ha anunciado la interpelación individual de los ministros impresentables. Si AP, APP, Podemos y Somos Perú le vuelven a conceder la gracia de sus votos a tales ministros, ya implicará no un cálculo político o la desenvoltura de una estrategia light de contención, sino una deleznable concesión que permitirá sospechar que seguramente hay detrás algún beneficio colectivo o particular a favor de tales agrupaciones o de sus líderes y sus intereses empresariales.

Mientras el gobierno, en boca de Castillo, no anuncie que se ceñirá a la autónoma decisión congresal respecto del intento de reforma del artículo 206 de la Constitución -que tiene la intención de permitirle al Ejecutivo la convocatoria a un referéndum que lo faculte a llamar a una Asamblea Constituyente- y que no hará cuestión de confianza por ese proyecto de reforma, el gobierno seguirá siendo un potencial peligro antidemocrático.

Y si eso se plasma, como todo lo hace suponer, entonces los centristas claudicantes que ayer le han dado graciosamente su respaldo al gabinete Bellido, tendrán que responderle al país por su ignominia política y su irresponsabilidad. Ayer, la gobernabilidad democrática del país ha perdido una batalla.

El P. Wolfgang Rothe, vicario parroquial en la zona de Múnich conocida como Perlach, además de tener un doctorado en teología y otro en derecho canónico, es un especialista en whisky, habiendo vertido sus conocimientos al respecto en ponencias y artículos en revistas especializadas, así como en programas de radio y televisión. No sólo le gusta degustar, con moderación por cierto, esta bebida espirituosa sino que también sabe relacionarla con temas culturales y espirituales. Además de haber publicado algunos libros sobre el tema, entre ellos “Agua de la vida: Introducción a la espiritualidad del whisky” (“Wasser des Lebens: Einführung in die Spiritualität des Whiskys”, Editions Sankt Ottilien, Sankt Ottilien 2018), también ha organizado peregrinaciones a Escocia, donde los participantes pueden visitar lugares importantes para la cultura del whisky y para la tradición espiritual cristiana.

En septiembre saldrá a la venta un nuevo libro del llamado “vicario del whisky”, que esta vez poco tiene que ver con el licor escocés, sino más bien con otro tema candente de actualidad: el abuso sexual en la Iglesia católica. El título: “Iglesia abusada: Un ajuste de cuentas con la moral sexual católica y sus defensores” (“Missbrauchte Kirche: Eine Abrechnung mit der katholischen Sexualmoral und ihren Verfechtern”, Droemer, München 2021). Puede parecer extraño que un clérigo católico publique un libro crítico sobre la Iglesia en relación a los abusos. Pero en este caso existe una razón de peso. El mismo P. Rothe fue víctima de abuso ya siendo sacerdote, y como ocurre con la mayoría de las víctimas, mantuvo silencio al respecto durante más de una década.

Resulta que en febrero de 2019 estaba viendo un programa de televisión donde Doris Reisinger (Wagner de soltera), una ex monja de la comunidad religiosa austríaca “Das Werk” (“La Obra”) quien había sido sometida sexualmente por un un sacerdote, mantenía un diálogo con el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. Reisinger le decía al cardenal que durante años nadie le había creído cuando había relatado los abusos espirituales y sexuales que había sufrido en la comunidad. Le pregunta a Schönborn si él le cree. «Yo sí le creo», fue la respuesta del prelado. Cuando el P. Rothe escuchó eso, algo hizo clic en su interior. A él le había ocurrido algo semejante. El obispo emérito de la localidad austríaca de St. Pölten, Klaus Küng, había abusado sexualmente de él en el año 2004. Y durante unos 15 años había reprimido el recuerdo de esa experiencia, porque nadie le hubiera creído. Había llegado el momento de hablar, de modo que redactó una carta de diez páginas detallando todo lo que le había sucedido entonces y se la envío al cardenal Schönborn.

En 2004 ya había estallado el escándalo del seminario diocesano de St. Pölten, del cual el P. Rothe era vicerrector. En el año 2003 la policía había encontrado en los discos duros de las computadoras unas 40 mil imágenes de contenido sexual comprometedor, que incluían pornografía infantil, zoofilia e incluso fotos de seminaristas en situaciones comprometedoras. Incluso se difundió una imagen del mismo P. Rothe, en el cual parecía estar dándole un beso en la boca a un seminarista, lo cual el clérigo ha negado, indicando que no hubo nada de eso y que se trata de un malentendido debido al ángulo desde el cual fue tomada la foto. Sin duda alguna, esta interpretación es posible. A esto se suman las prácticas homosexuales, fiestas gay y romances entre seminaristas, algunos de los cuales también habrían acosado a niños en las parroquias circundantes. El obispo Kurt Krenn, miembro del Opus Dei, se vio obligado a renunciar y el cierre del seminario era inminente.

El sucesor de Krenn, el obispo Klaus Küng —quien fue primero nombrado visitador apostólico de la diócesis—, cita el 6 de diciembre de 2004 al P. Rothe a la residencia episcopal para anunciarle que quedaba relevado de todos sus cargos y que debía tomarse un tiempo de descanso. El sacerdote, descompuesto por la situación y temiendo por su reputación, sufre un desvanecimiento. El obispo, que había estudiado medicina para no tenía licencia para ejercer, le da una pastilla tranquilizante. Más tarde, de regreso en su habitación, el P. Rothe se toma una copa grande de vino tinto, sale al balcón de su departamento ubicado en la planta alta y cae desde lo alto. Afortunadamente, sólo se rompe una mano. Pero el análisis de sangre que le hacen en la clínica revela un dato inquietante: le había sido suministrado benzodiazepina, un psicofármaco.

¿Qué es lo que había sucedido como para que decidiera beber una buena cantidad de vino después de la visita al obispo? Había sido para vencer su asco y repugnancia ante hechos que durante 15 años se resistió a denunciar. El obispo Küng, sentado junto a él en el sofá, lo había acariciado, no en los genitales pero si en partes del cuerpo donde nadie desearía que lo toquen contra su voluntad. A pesar de estar sedado, el P. Rothe logró sustraerse al manoseo episcopal, pero era tal la vergüenza que le había sobrevenido, que calló el incidente. Y mantuvo ese silencio durante más de una década, hasta el momento en que decidió enviar la carta con su testimonio al cardenal Schönborn, quien meses después la remitiría a Roma para iniciar un proceso canónico.

Antes de que eso ocurriera, el P. Rothe ya había presentado una denuncia ante las autoridades civiles. En abril fue interrogado por la Policía Criminal de Múnich, posteriormente por la policía austríaca. Penalmente no se logró esclarecer la imputación contra el obispo Küng, dado que no había pruebas ni testigos de lo que había ocurrido en la residencia episcopal sino solamente palabra contra palabra, y en mayo de 2019 la fiscalía de St. Pölten archivó el proceso por prescripción del delito.

El 14 de septiembre de 2020 la diócesis de St. Pölten, ahora a cargo del obispo Alois Schwarz, emite un comunicado de prensa informando que el sacerdote Wolfgang Rothe había acusado al obispo emérito Klaus Küng de abuso sexual. El Vaticano había archivado el proceso, concluyendo que la acusación era infundada. «Para el obispo Küng, quien siempre rechazó los cargos de la manera más enérgica, con esta decisión de Roma el caso queda resuelto», concluye el comunicado.

Lo que no dice el texto es que en abril de 2020 el obispo Schwarz ya le había informado por carta al P. Rothe sobre la decisión vaticana, amonestándolo canónicamente con la advertencia de no mantener o difundir sus acusaciones en el ámbito público, bajo pena de ulteriores sanciones. Se debe tener en cuenta que este tipo de amonestación suele ser el paso previo a una suspensión.

El incidente sexual no fue el único de que fue víctima el P. Rothe después del accidente del balcón. Él mismo cuenta que se le aisló durante meses en un convento . Por indicación del obispo Küng, se le ordenó someterse a un test psiquiátrico-psicológico para determinar si era maricón, el cual ha sido considerado como “inequívocamente discriminatorio” y “atroz” por el psiquiatra forense Norbert Leygraf, consultado por el “Süddeutsche Zeitung”, uno de los diarios más importantes de Alemania. El obispo habría intentado de esta manera tener argumentos para cuestionar su idoneidad para el trabajo pastoral, especialmente con niños y jóvenes. Además, lo habría presionado a fin de que renuncie al sacerdocio e incluso habría buscado que se le reduzca al estado laical. La caída del balcón habría sido interpretada como un intento de suicidio, lo cual lo habría hecho no apto para seguir ejerciendo el sacerdocio, considerando que el derecho canónico establece que un intento de suicidio incapacita al candidato para recibir las órdenes sacerdotales. El obispo Küng también fracasaría en sus intentos de que el P. Rothe fuera trasladado a Rumanía.

Tras la archivación del proceso canónico y la amonestación recibida, el P. Rothe se sentía en un callejón sin salida. En julio de 2020 el periodista Bernd Kastner del “Süddeutsche Zeitung” toma contacto con él, tras conocerse el caso a través de medios periodísticos austríacos, sin ninguna participación del P. Rothe. Esta vez se le pudo convencer de que era conveniente que contara él mismo su historia a la prensa, y no de manera anónima como quería en un principio, sino con nombres y apellidos. Los dos artículos sobre su caso serían publicados en enero de 2021 en el “Süddeutsche Zeitung”.

El P. Rothe cree que ésta ha sido la decisión correcta. Ninguna autoridad eclesiástica se ha manifestado, ya sea para decirle que creen en su palabra, ya sea para sancionarlo. Romper el código del silencio ha sido para él la única manera de protegerse de los abusos de autoridad. «Hay situaciones en la vida en la que hay poner todo sobre el platillo de la balanza». Y esto es lo que ha hecho al publicar un libro donde no sólo relata su caso sino cuestiona una moral sexual que genera las condiciones para que los abusos se repitan una y otra vez en la Iglesia católica.

Iba en un taxi, el martes pasado, pensando sobre qué escribir para mi columna de hoy, cuando recibí la noticia. Primero fue un mensaje por messenger, luego en el Facebook y grupos de WhatsApp. Por un par de minutos, la posibilidad de que fuera uno de esos «fakes» -como el que anunció, hace una semana, la muerte del charro mexicano Vicente Fernández- me entretuvo revisando fuentes. Infobae, The Guardian, Ultimate Classic Rock, TMZ, The New York Times, CNN, BBC. Ya no hay dudas. Charlie Watts, el inamovible baterista de los Rolling Stones, falleció esa tarde en un hospital de Londres, dos meses después de haber cumplido 80 años.

Su salud ya estaba quebrada, al punto que se había anunciado su no participación en No filter, la gira que traerá de vuelta a esta pandilla de viejos zorros, la primera vez que no subiría al escenario, en casi sesenta años, como integrante de la banda de rock más longeva de la historia -la noticia fue difundida en Twitter por Andrew Loog Oldham (77), amigo y productor del quinteto en sus años más rebeldes. La explicación no ahondaba en detalles, solo mencionaba que el legendario baterista iba a ser sometido a un procedimiento quirúrgico. De hecho, los resultados de aquella operación habían sido positivos, según pudo conocerse. El comunicado oficial de los Stones, en el que informan sobre esta lamentable pérdida, es también escueto y no ofrece pormenores de las causas del deceso. En cambio, muestra profundo cariño y admiración por el compañero caído y pide respeto a la privacidad de sus familiares y amigos.

«Es un día triste para el rock and roll» dijo el músico, productor y personaje de redes sociales Rick Beato, conocido entre músicos y melómanos por sus videos de YouTube en los que decodifica el lenguaje musical. Entre los acordes de Brown sugar (1971), Angie (1973) y Can’t you hear me knocking (1971), el norteamericano rindió homenaje, a su estilo, al motor de este grupo británico que lideró, junto a los Beatles, la escena rockera en sus primeros años. El ritmo sólido y contenido, los redobles colocados con precisión entre las rugosas guitarras, el hábil manejo del hi-hat, la química con Bill Wyman, descritos en 13 minutos cargados de duelo rockero. Keith Richards declaró alguna vez que Watts era «el cuarto de máquinas» de los Rolling Stones. Mick Jagger, durante los febriles y alcoholizados años ochenta, lo llamó «su baterista». Y recibió por respuesta un puñetazo y una aclaración: «Jamás vuelvas a llamarme tu baterista. ¡Tú eres mi cantante!». Aunque siempre declaró no sentirse orgulloso de aquella reacción, el buen Charlie se dio el gusto de poner en su sitio a uno de los cantantes de rock más temidos por su carácter irascible y engreído.

Presente en los Rolling Stones desde el día 1 de su formación -y en los más de sesenta discos que publicaron entre 1963 y 2016-, Charlie Watts mantuvo siempre su perfil bajo, casi invisible si lo comparamos con la extravagante personalidad de los «Glimmer Twins», como se les conocía a Jagger y Richards. Aun cuando muchos consideraban que Bill Wyman era «el tranquilo» -de hecho, un interesante documental sobre el bajista se llama, precisamente, The quiet one (Oliver Murray, 2019)-, este título representa mucho mejor a Watts. A pesar de que pasó también por oscuros lapsos de adicción durante los ochenta (la época del puñetazo a «su cantante»), la vida del baterista fue, en medio de la vorágine de los estudios de grabación y las permanentes giras alrededor del mundo, bastante tranquila: ningún escándalo mediático, ningún ingreso a prisión, un solo matrimonio, una sola hija, no groupies. De hecho, los periódicos ingleses de los años setenta no pensaban en el atildado baterista y diseñador gráfico cuando les preguntaban a las madres de entonces, en sus titulares, si «dejarían a sus hijas escaparse con un Rolling Stone».

Convertidos en íconos del rock y asociados al arte y la cultura de toda una época, los Rolling Stones han sido retratados en libros y documentales de toda clase. Cineastas como Jean-Luc Godard y Martin Scorsese registraron sus movimientos, gestos y procesos creativos, en distintas etapas. El primero en One plus one, desde un punto de vista vanguardista y en el contexto de la lucha por derechos civiles y las protestas estudiantiles, mientras la banda grababa su noveno álbum Beggars banquet (1968), que contiene el clásico Sympathy for the devil, como también se conoció al film; y el segundo en Shine a light (2008), para mostrarnos a la banda en pleno concierto, desde ángulos nunca antes vistos. Watts, de mirada adormecida y sonrisa socarrona, fue testigo y protagonista de una de las sagas más interesantes y desenfrenadas de la música popular contemporánea.

El toque de Charlie Watts es directo, de tamborazos agresivos y secos, rellenos y fraseos impredecibles, y sutiles remates en platillos y hi-hats, recursos aprendidos de su gran amor por el jazz y sus ídolos Max Roach, Roy Haynes o Elvin Jones. Basta con observar su forma de sostener las baquetas, tan diferente a la de sus contemporáneos y grandes amigos Ringo Starr (The Beatles), Mick Avory (The Kinks) o Keith Moon (The Who) para entender ese estilo 100% jazzero, que aportaba singularidad al blues, rock y R&B de la banda. Tampoco tuvo la espectacularidad de Ginger Baker (Cream), Mitch Mitchell (The Jimi Hendrix Experience) ni el protagonismo de Mick Fleetwood (Fleetwood Mac), también afectos al jazz norteamericano. Lo suyo era la base, la tierra firme sobre la cual se sostenía todo el sonido de los Stones. Podía ser estricto rock and roll –Gimme shelter (1969), Hang fire (1981)-; balada –Fool to cry (1976), Wild horses (1971)-; o disco funk –Emotional rescue (1980), Miss you (1978)-, la batería de Charlie Watts siempre resolvía con personalidad y acentos propios. En Waiting on a friend (1981), por ejemplo, acompaña únicamente con el borde de su tarola, bombo y un suave hi-hat, mientras que en Love is strong (1994), el ataque es rotundo, contundente.

En términos de imagen, Watts también se distanciaba de sus compinches, algo que comenzó a notarse más en la tercera y cuarta etapas de la banda. Entre 1963 y 1979 todos lucían relativamente igual: pelos revueltos, uniformes al estilo Beatle (a veces), pantalones acampanados, bufandas coloridas, maquillaje en los ojos. Cómo olvidar su disfraz de dandy psicodélico en Rock and Roll Circus (1968) o la carátula del álbum en vivo Get yer ya-ya’s out! (1970), en la que Charlie aparece, ingrávido, de blanco y con gorro del Tío Sam, sosteniendo dos guitarras junto a un burro. Pero, a partir de los ochenta, mientras Jagger era capaz de aparecer semidesnudo, Wood, Wyman y Richards salían despeinados y, en el caso de Keef, con sus inseparables bandanas y aretes, Watts mantuvo una apariencia muy sobria, dentro y fuera del escenario. Incluso desarrolló una obsesión por el buen vestir, al punto de ser considerado «el rockero más elegante» por una revista especializada en moda.

Entre 1986 y 2017, el baterista formó su propia banda, para tocar jazz, swing y boogie woogie a sus anchas. Con The Charlie Watts Quintet -que, en ocasiones, llegaba a ser una big band de diez músicos- grabó una decena de álbumes, en vivo y en estudio, entre los que destacan un concierto de 1986 en el Fulham Town Hall de Londres (con una orquesta de 30 integrantes) y dos tributos a Charlie Parker –From one Charlie (1991) y With strings (1992). Su capacidad de trabajo era inagotable. Estamos hablando de una persona que, hace apenas un par de años, en el 2019 –tras superar sus adicciones y hasta un cáncer a la garganta que amenazó su vida en el 2004- le decía a New Musical Express, una de las revistas musicales más importantes de Gran Bretaña, que no pensaba para nada en retirarse y, aunque resentía cada vez más eso de salir de giras, estaría junto a los Rolling Stones cada vez que fuera necesario.

Charlie Watts es el segundo miembro fundador de los Rolling Stones que abandona el mundo físico, 52 años después de que Brian Jones fuera hallado muerto, a los 27, en la piscina de su propia casa. En cierto modo, es increíble que Jagger (78), Richards (77) y Wood (74) lo sobrevivan, dados sus excesos a través de los años. Estrellas del rock como Paul McCartney, Elton John y Ringo Starr han expresado su pesar por este fallecimiento, resaltando su amabilidad y estilo. Lars Ulrich, baterista de Metallica, comentó alguna vez que su objetivo de vida era llegar a la edad de Charlie Watts y seguir tocando. Ray Davies, vocalista y líder de The Kinks, recordó cuando Watts le contó, en algún pub londinense mientras tomaban unas cervezas, que lo habían invitado a unirse a una banda llamada The Rolling Stones. “Acepta” –le respondió- “puede ser que paguen bien”. Pero la mejor frase me la regaló la cantautora norteamericana Joan Baez, quien lo recordó como “un príncipe entre ladrones”. Eso era.

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Charlie Watts, Música, Rolling Stone

Bastaría la mediocridad del discurso de presentación del Premier Bellido ante el Congreso, como suficiente motivo para no darle la confianza solicitada ayer ante el Pleno legislativo.

Pocas veces se ha visto un mensaje tan generalista, sin precisiones de políticas públicas, detallado solo en las dádivas populistas que entregará, sin ninguna invocación a los motores de la reactivación económica como son los agentes privados, trayendo a colación un rol más activo del Banco de la Nación y Petroperú, creyendo que el mejor destino económico pasa por un mayor rol del Estado, etc.

Pero no es solo un mensaje anodino lo que debería llevar al Parlamento a negarle -insistimos- la confianza al gabinete, sino el prontuario judicial, penal y político de la mayoría de integrantes de ese gabinete (en muchos casos con vínculos probados con organizaciones filosenderistas), y por la mostrada incompetencia de muchos de ellos para manejar asuntos gubernativos. Eso no ha cambiado de ayer a hoy. ¡En otros tiempos hubiese bastado uno solo de esos personajes en un gabinete para que el Congreso le negase la confianza!

No se trata siquiera de discrepancias ideológicas con los radicalismos de izquierda que alberga este gabinete. Reiteramos, ganó un gobierno de ese perfil y está en el legítimo derecho de desplegar políticas en esa línea. Lo que se pone en entredicho es la idoneidad del gabinete presentado, a todas luces carente de ella.

La oposición congresal cometería un grave error si se queda prendada de las impostadas buenas maneras del Premier Bellido y se olvida de que estamos ante un gabinete plagado de allegados a un pasado violentista que cobró miles de víctimas y veinte años de horror en el país (empezando por el propio Premier), un gabinete pleno de personajes incompetentes para el cargo que ocupan, un gabinete remendado que solo busca ganar tiempo para hacer realidad la agenda máxima del gobierno, como es convocar a una Asamblea Constituyente corporativista que asegure la construcción de una patria socialista y chavista, sin importar que la mayoría del pueblo peruano no votó por ello.

El gobierno está ganando tiempo. Sabe que ha cometido groseros errores que le han costado la desaprobación al propio presidente Castillo, a su premier Bellido y al factótum partidario Vladimir Cerrón. Ir al Parlamento con afectaciones falsamente educadas solo busca que el Congreso, incauto, caiga en el juego y le extienda un manto de confianza a un régimen que claramente no se va a contentar con hacer los siguientes cinco años, los pobres planteamientos presentados ayer ante el Pleno. Si el Congreso le da la confianza será cómplice del desastre que anuncia este régimen.

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Congreso, Cuestión de confianza, Guido bellido

A la hora en la que presenté esta columna, el Congreso continuaba el debate en relación al otorgamiento del voto de confianza del Gabinete presidido por Guido Bellido. Aunque la experiencia enseña que con nuestros Congresos uno nunca puede estar seguro, los indicios apuntan a que el PCM Bellido y su Gabinete obtendrán la confianza.

La exposición del PCM en el Congreso fue bastante pobre en cuanto a contenido. En eso, siendo justos, ha mantenido la línea de presentaciones de PCM anteriores: un paporreteo de números sin contexto y de ideas sueltas sin detalles sobre su implementación. No hubo ningún anuncio novedoso – si hubo sorpresas, fue en lo que no se dijo: no se hizo ni una sola mención a la aspiración de instaurar una Asamblea Constituyente. Una lectura desapasionada del texto no lo deja a uno con sabor a revolución. Fue un discurso, si no moderado, al menos mediocre en radicalismo.

Más bien, si el PCM buscó confrontar a sus opositores, no fue a través de ideas y propuestas, sino a través de gestos – especialmente su introducción en quechua y el acto de chacchar coca en el Pleno – claramente teledirigidos hacia una doble función: conectar con los sectores más excluidos de la población, y provocar al sector de la oposición más impulsivo y conservador a mostrar sus rancios complejos de superioridad capitalina. En lo segundo, al menos, está claro que tuvo éxito: que el Congreso no esté preparado – en pleno 2021 – para ofrecer traducción en simultáneo a un discurso en el segundo idioma oficial más hablado del Perú es risible. Y que haya gente que pretenda justificar tal negligencia, es francamente patético.

Cabe un paréntesis aquí para ilustrar la ingenuidad de parte de la oposición en este punto: haría bien la Derecha en entender que si este Gabinete ha sembrado confrontación, es porque espera cosechar insultos. El Gobierno está convencido de que el camino a la sobrevivencia pasa por una popularidad ganada a base de mostrarse despreciados por un establishment al que la población ya demostró en noviembre pasado que encuentra muy fácil odiar. Y ojo, no es una mala estrategia.

No discrepo con quienes consideran que este Gabinete no merece el voto de confianza. Comparto la repulsión de muchos conciudadanos por las aberrantes expresiones de empatía, y puede incluso interpretarse hasta admiración, de parte del PCM Bellido hacia Sendero Luminoso en sus redes sociales. Y si bien siempre he condenado el llamado “terruqueo”, en este caso particular, la abundante evidencia obliga a aceptar que varios integrantes de este Gabinete están para un interrogatorio en la Dincote, no para despachar en Palacio de Gobierno. Hay mérito en el argumento de que el poder del Congreso de negar confianza a un Gabinete está allí justamente para casos extremos como este, donde apremia la necesidad de cortar con un infiltración antidemocrática a fondo y desde la raíz.

Pero si bien el ciudadano ordinario puede darse el lujo de tomar posición en función de sólo sus principios, el estadista es siempre rehén de la realidad política – y esta indica que el Congreso pierde muy poco otorgando la confianza, y expone demasiado negándola. ¿Cuál es el punto de negar la confianza, y dejar al Congreso en posición extremadamente vulnerable frente a la amenaza de disolución, cuando Castillo igual podría designar otro Gabinete igual o más nefasto aún? ¿Y que se pierde otorgando confianza a un Gabinete cuyo rango de acción es de cualquier manera contenible por una oposición legislativa cómodamente mayoritaria?

No, los Congresistas hacen bien en no pisar el palito. Hay que elegir batallas, y esta no vale la pena. Más bien, se debe procurar que la victoria de Gobierno sea lo más pírrica posible. Mostrar los dientes, pero no morder: un voto de confianza, pero con reservas. Y reservar la pólvora institucional del Congreso para gastarla en los dos siguientes enfrentamientos, donde el flanco estará menos expuesto: la delegación de facultades y la inevitable interpelación y censura de varios ministros. En cuanto a lo primero, el Congreso debería negar facultades legislativas en materia tributaria y de reforma del sistema previsional, aludiendo la particular incompetencia técnica e inestabilidad del Gabinete, y en cuanto a lo segundo, el paredón debe empezar por los Ministros de Trabajo y de Energía y Minas, los peores de una camada francamente lamentable.

Ello no implica que otorgar la confianza no tenga un precio – uno que todos los peruanos deberemos pagar. Y es que el mensaje que se estará enviando es que mostrar simpatía pública por Sendero Luminoso ya no es más inaceptable en la política peruana. Que hay redención para el que elogió la violencia política – y la hay incluso sin que medie arrepentimiento. Las posibilidades que esa nueva realidad abre deberían llevarnos a todos a sombría reflexión.

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Guido bellido, pcm

Querida Manuela,

¿Cómo vas? Espero que bien. Yo sigo sin muchos ánimos. Esta realidad está cada vez más caótica, entre la pandemia y los políticos, a quienes más les interesa pelearse por dichos que por hechos. He estado pensando mucho en tu vida porque tenemos varias cosas en común. La historiadora Jenny Londoño te describe como «Una luchadora por la constitución de nuestra primera República, una librepensadora que detestaba el fanatismo religioso». Quería reflexionar contigo sobre la libertad.

Tu padre, cuando eras niña, te regaló dos esclavas negras, Jotanás y Nathan, para que siempre te acompañasen. Ellas eran primas y un poco mayores que tú. Vaya si te acompañaron. De niñas jugaban y de adultas te conseguían información por medio de los sirvientes y esclavos de los españoles y/o de los propios independentistas. Ellas murieron después que tu en Paita. Siempre estuvieron contigo, porque eran tuyas. Tus eras su amita Manuelita. Ellas venían del Valle del Juncal, de una hacienda que era un criadero de esclavos.

¿Cómo siendo una creadora de la libertad nunca liberaste a Jotanas y Nathan? Desde los 14 años creíste en la Independencia de América. En la libertad según la Revolución Francesa, entiendo que fuiste producto de tu época. Una época en la que no se cuestionaba que la venta de seres humanos, a quienes se trataba como objetos o cosas. Sabes mejor que yo que durante la Independencia, San Martín decreta la libertad de vientres, es decir que ya nadie nacía esclavo en el Perú, pero no fue sino hasta el 3 de diciembre de 1854 que la esclavitud fue abolida en el Perú por el presidente Ramón Castilla. ¿Se abolió realmente?

El Perú establece en la Constitución de 1993 la libertad como un derecho fundamental. Le pregunto a los legisladores y servidores públicos, ¿qué han hecho para garantizar este derecho a nuestras mujeres, niñas, niños y adolescentes? Así como Jonatas y Nathan hay muchas mujeres que son esclavas de sus maridos, de sus proxenetas, de sus padres, de sus convivientes, de los jueces, policías, fiscales, profesores y a nadie la importa. A diferencia de hace 200 años, existen leyes que protegen a las mujeres y los integrantes del grupo familiar (Ley 30364), políticas y planes nacionales. No se cumplen. ¿Alguien fiscaliza la eficiencia del Estado? ¿A alguien le importa?

Es fácil decir qué hacer, lo difícil es ejecutarlo. Te cuento que participé en la creación de la Ley 28950, Ley Contra la Trata de Personas y Tráfico Ilícito de Migrantes de 2007, que es lo que vendría a ser la esclavitud moderna. Luego fui parte de la preparación del Plan Nacional de Acción contra la Trata de Personas 2016-2021, así como de la ejecución de un mega operativo en la zona de La Pampa (Madre de Dios) en 2014. Conozco el tema y, desde la promulgación de la norma, solo ha habido modificaciones, se han creado oficinas, publicado políticas y planes pero no hay resultados concretos. Acaban de publicar la Política Nacional Contra la Trata de Personas en la que  no se innova en nada.

Ayer, en el evento “Protección de los derechos de las niñas, niños y adolescentes víctimas de la trata de personas”, la jueza suprema Janet Tello reveló que en 2020 solo hubo 394 denuncias policiales registradas por el delito de trata de personas: 342 (73.4%) de los casos tenían como víctimas a mujeres y el 50.6% estaba entre los 18 y 29 años, el 40.9% era menor de 18 años y el 8.5% tenía de 30 años a más. Hace años que las cifras nos muestran que las víctimas son mujeres jóvenes. Si ya tenemos la información, conocemos lo lugares, formas y modalidades. ¿Por qué a nadie la importa?

Sé que tu amabas a tus esclavas, al igual que mucha gente quiere a sus empleadas domésticas en la actualidad, pero creo que debemos de evolucionar y dejar de lado este tipo de relaciones que incluso, sin quererlo, muchas veces se vuelven tóxicas y codependientes. Ya pasaron 200 años y nadie debe ser explotado o ser servil, menos sexualmente.

Te cuento el caso de J.E.G.M., comienza en 2019. Ella era una adolescente de 15 años cuando fue rescatada por las autoridades por ser víctima de explotación sexual en el bar en El Bajo Pukiri Delta1 en Madre de Dios. Como víctima adolescente, se debieron activar los protocolos. Fue llevada a la Unidad de Protección Especial (UPE) de Madre de Dios donde le otorgaron medidas de cuidado y fue internada en el recientemente inaugurado Centro de Acogida Residencial (CAR). En abril de 2020, por la pandemia, cesan las medidas de protección y es entregada a su madre. El 24 de abril de 2021 se encontró su cuerpo de 16 años tirado en el Km 108, zona conocida como La Pampa, con un embarazo de dos meses, signos de violencia sexual y estrangulamiento. Semanas antes sus amigas habían denunciado su desaparición y por eso la buscaba la policía. Dejó una niña de dos años. Este es uno de los tantos casos que ocurren a diario en todo el país. Este es el cotidiano. Pero, ¿qué pasa Manuela? ¿Por qué a nadie le importa?

 

Esta realidad está cada vez más caótica, entre la pandemia y los políticos, a quienes más les interesa pelearse por dichos que por hechos.

 

En un excelente ensayo escrito en 1955, titulado “En torno a los diarios íntimos”, Julio Ramón Ribeyro reclamaba para el diario un lugar en la literatura, aunque sin dejar de problematizar ciertos aspectos de esta especie textual. Se preguntaba, por ejemplo, cuáles serían las reglas intrínsecas del género: ¿la periodicidad? ¿el principio de veracidad? Del mismo modo, intentaba esbozar las diferencias entre los diarios ficticios y los no ficticios. Todo esto resulta más interesante aun cuando caemos en la cuenta de que Ribeyro es, precisamente, uno de los mayores diaristas del ámbito hispano.

Las preguntas de Ribeyro sobre el diario no eran gratuitas y, en todo caso, adelantaron varias discusiones y cuestionamientos al discurso autobiográfico. A pesar de todo, la fascinación de algunos lectores por las memorias, las autobiografías, los epistolarios y los diarios, sigue allí, intacta, ajena a discusiones teóricas que son seguramente muy sugerentes para el cenáculo de especialistas pero que, eventualmente, podrían privar de ciertos placeres al lector menos entrenado en esas elevadísimas argucias.

Paso al placer, entonces. Tengo en mis manos la reciente edición de Diarios, de Stefan Zweig (1881-1942), que cuentan con participación peruana, pues la traducción ha estado a cargo de la destacada escritora Teresa Ruiz Rosas. Los Diarios de Zweig abarcan casi treinta años de su vida, que transcurren entre 1912, dos años antes del estallido de la Primera Guerra y llegan hasta 1940, ya cuando la invasión nazi en Europa deja de ser pesadilla para convertirse en horror presente.

El arco temporal de estos Diarios revela una urgencia. Una sensibilidad atenta como la de Zweig no podría permitirse superficialmente el bárbaro período que amenazaba a Europa y que, finalmente, arrasó con ella. El 31 de julio de 1914, Zweig comenta con profundo pesar el llamamiento de la milicia en Austria: “La gente pasaba horas enteras de pie frente a la orden de alistamiento, redactada en un alemán miserable y totalmente incomprensible. Cuando oscureció, algunos miembros de asociaciones de veteranos intentaban animar a la población, pero sus arengas sonaban huecas: se había arrastrado a demasiada gente y la guerra se había colado en todos los hogares” (pp.98-99).

Una de las anotaciones finales corresponde al lunes 17 de junio de 1940. Zweig, ya obtenida la ciudadanía británica ese mismo año, está en Londres, preparando su viaje a Brasil. Es comprensible que Zweig quiera huir del horror de la guerra. Ese día escribe: “Se ha perdido Francia, reducida a escombros por siglos, el país más cautivador de Europa, ¿para quién escribiré, para qué viviré? En Inglaterra la situación es cada vez más tensa, me siento completamente marginado pese a la nacionalidad, incluso indeseable, porque nos han convertido en personas sospechosas a las que no conviene acercarse” (p.512). Los extremos de esta aventura autobiográfica tienen, pues, un hilo común: el horror provocado por dos guerras.

La escritura, protagonista también de estos cuadernos, a menudo se presenta como un atado de contradicciones. El jueves 10 de junio de 1915 anota lo siguiente: “Mi diario muere a causa del peso que me oprime. Estoy exhausto el día entero, cansado de todo” (p.206). Unos días más adelante, el 20 de junio, escribe: “Estoy metido de lleno en mi obra de teatro y desde entonces el mundo exterior me duele menos, siento que rindo cuentas ante mí mismo. Es la única forma de huir, puesto que los países están cerrados, como las ciudades” (p.208).

Por otra parte, la entrada del 13 de noviembre de 1918 no deja de ser profética, ya firmado el armisticio: “(…) Al menos yo consumo la mitad de mis fuerzas pensando en los espantosos escenarios que se avecinan, en que el odio entre clases y estamentos inundará el mundo” (p.382). Son muchas las puertas que abre este diario, y varias invitaciones, una de ellas a recorrer las páginas de El mundo de ayer, la autobiografía que acometió Zweig. Por ahora queda recordar a este gran maestro del ensayo, la biografía y el relato, enfrentando en las páginas de su diario sus dilemas y obsesiones, sus miedos y sus soledades. Vale la pena cada página de este testimonio magnífico, contradictorio y brillante.

 

Stefan Zweig. Diarios. Edición de Knut Beck. Prefacio de Mauricio Wiesenthal. Traducción de Teresa Ruiz Rosas. Barcelona: Acantilado, 2021.

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