Opinión

Las medidas implementadas por el Estado como el confinamiento, el distanciamiento social, las restricciones a la movilidad, las limitaciones para reuniones, la paralización de actividades y el cierre instituciones educativas para contrarrestar la pandemia provocaron cambios radicales en la rutina de millones de personas. El impacto en su salud mental aún no se conoce con exactitud. Menos en la de niñas, niños y adolescentes. 

El cierre de las instituciones educativas primarias y secundarias implicó que ellos no tuvieron acceso a educación, no interactuaron con sus pares y sus docentes, no jugaran, ni practicaran algún deporte, entre otras actividades. ¿Cómo los afecta? ¿se adaptan mejor que los adultos? ¿cómo lo enfrentan hoy en día? ¿cuán resilientes son? 

En ese sentido, es de crucial importancia investigar el impacto emocional de la pandemia en las niñas, niños y adolescentes. Hasta el momento, se han realizado pocas investigaciones desde la academia. Por eso mismo, es loable el esfuerzo llevado a cabo por el Ministerio de Salud y Unicef por conocer la situación de aquellos en el país. Sus hallazgos son muy preocupantes. “Los resultados del estudio visibilizan la afectación de la salud mental en el contexto de la pandemia por la COVID-19 en las niñas, niños y adolescentes, así como de sus cuidadores. Otros estudios refieren que la pandemia es un factor de riesgo para el incremento de la incidencia de problemas de salud mental y exacerbación de quienes tenían dificultades pre existentes”. 

Hace pocos días, Unicef presentó su Estado Mundial de la Infancia, “En mi mente, promover, proteger y cuidar la salud mental de la infancia”. Según el documento, 5 de cada 10 adolescentes de 10 a 19 años padecen ansiedad y depresión en América Latina. Asimismo, 16 de cada 100 jóvenes entre 15 y 24 años “se sienten deprimidos o tienen poco interés en realizar alguna actividad” en el Perú. Niñas, niños y adolescentes que demandan atención del Estado mediante una política pública ad hoc que mitigue la situación descrita. En su formulación el uso de evidencia es imprescindible. Como se conoce, en no pocos casos, el diseño de alguna política pública no toma en cuenta la evidencia producida. Razón por la cual, la generación y el empleo de la misma sigue siendo un desafío en la gestión pública. 

Desafío que puede ser compartido con las universidades públicas y privadas. Se entiende que, luego de su licenciamiento, están en condiciones de realizar investigaciones sistemáticas y  rigurosas. Ellas cuentan con investigadores, recursos y experiencia. Por eso mismo, no les sería difícil investigar el impacto de la pandemia en la salud mental de las niñas, niños y adolescentes. O documentar las buenas prácticas de los 203 centros de salud mental comunitaria ubicados en el territorio nacional.  Modelo de atención comunitaria a la salud mental destacado en el Estado Mundial de la Infancia. Quizás por ello la primera ministra Mirtha Vásquez, durante su presentación del Congreso, afirmó lo siguiente: “implementaremos 300 nuevos centros de salud mental comunitaria y el fortalecimiento de los 203 ya existentes con profesionales para el cuidado prioritario de la salud mental de niñas, niños y adolescentes y de mujeres sobrevivientes de violencia”.

El Estado debe convocar a las universidades para desarrollar una agenda de investigación en salud mental. Es de esperar que de tal encuentro el diseño e implementación de una política pública que mitigue el impacto de la pandemia en la salud mental de los niños, niñas y adolescentes gane en efectividad y eficacia. Los tiempos apremian y la mejora de su salud mental es una condición imprescindible para su bienestar y desarrollo integral.  

 

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adolescentes, Covid-19, niñas y niños, Pandemia, Salud Mental

Hace 7 años, fui a ver una obra de teatro, escrita por Mariana Silva Yrigoyen, llamada “Sobre Lobos”. La obra, ganadora del concurso de dramaturgia “Sala de Parto”, relataba la historia de una joven de 24 años que, un día cualquiera, regresando a su casa de la bodega, fue seguida por un carro con dos hombres adentro que la secuestraron y violaron por varios días de manera violenta, hasta que finalmente la protagonista logró escapar. 

En el monólogo final de la obra, interpretado de manera impresionante por Gisela Ponce de León, se relataba una escena de violación sexual masoquista, que terminó por darme un ataque de pánico. La crudeza con la que se relataba la violación fue tal, que sentí que me quedaba sin aire y me desmayaba. Tuve que taparme los oídos para dejar de escuchar, y salir de la sala.

Por mucho tiempo me pregunté por qué me había impactado tanto una escena de aparente ficción, considerando que yo, una joven limeña bastante privilegiada, no había vivido nunca una experiencia de este tipo. Con el tiempo llegué a la conclusión de que cualquier mujer que vive en Lima sabe que la posibilidad de ser víctima de violencia no es ficción, sino un riesgo que puede volverse realidad en cualquier día de mala suerte y “poco cuidado”.

7 años después de ver “Sobre Lobos”, leí ayer en Twitter un testimonio compartido por la excandidata al Congreso Narezcka Culqui, que relataba: “Una de mis mejores amigas fue secuestrada y abusada sexualmente en grupo casi 12 horas, el hecho ocurrió en la Av. Habich y el hotel donde la llevaron quedaba en Pista Nueva, el carro que se la llevó era una camioneta negra”. 

Culqui, conmovida por la noticia, relata en un hilo como ella, en por lo menos dos oportunidades, fue también seguida por un carro cerca de la misma avenida cuando sacaba a pasear a su perro en las mañanas. En ambas ocasiones, felizmente, la excandidata al Congreso logró escapar, auxiliada por otras personas. En respuesta a este testimonio, muchas mujeres comenzaron a compartir los suyos: más de una había sido seguida y perseguida por un carro con hombres dentro, en distintos distritos de Lima. La mayoría había logrado escapar a tiempo, a diferencia de la víctima cuyo caso se compartió en Twitter, y la protagonista de la obra “Sobre Lobos”. Mi mente regresó al ataque de pánico que tuve en el 2014: no es ficción. Nunca fue ficción. Es la amenaza de ser mujer joven en Lima en su más brutal expresión.

12 horas de violación. Pasó, pasa y seguirá pasando. ¿Qué tenemos que hacer para que esto deje de ocurrir? ¿Qué tiene que pasar para que este caso nos indigne hasta las lágrimas, o hasta quitarnos el aire? Hace unos años, miles de mujeres salimos a las calles a gritar “Ni una menos”, conmovidas por dos casos de violencia de género también brutales. Me parece que este caso amerita una movilización similar, con exigencias claras y concretas, como justicia para la víctima, especial resguardo policial en las zonas donde esta modalidad se ha vuelto recurrente, capacitación en las comisarías para casos de violencia de género, entre otras.

Una ciudad donde una mujer no puede salir a pasear a su perro sin terminar secuestrada y violada es una ciudad en la cual simplemente no podemos vivir ni un día más. Basta.

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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mujeres y niñas, Ni una menos, violencia a la mujer, violencia sexual

La centroderecha debe olvidarse de la ilusión de un recorte del mandato del presidente Pedro Castillo y trazar una estrategia social y política que contemple el 2026 como horizonte de recambio.

Debe, por supuesto, mantenerse alerta. No es improbable que la volatilidad ideológica de Castillo lo lleve nuevamente a reconducirse a un escenario radical, con una estrategia de confrontación, con la vuelta de Cerrón y allegados, y nuevamente el énfasis inmediato en una Asamblea Constituyente. En ese escenario, la centroderecha debe volver a considerar la vacancia como herramienta defensiva, y solo en ese caso. La reciedumbre opositora dependerá de la sensatez gubernativa.

Pero si se consolida el nuevo escenario en el que estamos y del que probablemente no nos movamos por un buen tiempo, y quizás todo el lustro, lo que veremos será un gobierno de izquierda tratando de reconstituir algunos términos del modelo económico y poniendo el énfasis -en el mejor de los casos- en sectores como salud y educación.

Vista así la perspectiva, lo que corresponde es asumir democráticamente la legitimidad del régimen, asegurarse de una fiscalización constante y, sobre todo, de diseñar una estrategia conducente a que el 2026 no vuelva a ocurrir que un disruptivo de izquierda se alce con el triunfo.

Eso pasa por un trabajo ideológico insistente y pertinaz, pasa por la reconquista del mundo andino para la centroderecha (Puno y Junín son regiones estratégicas), pasa por la renovación de cuadros políticos, pasa por tener presencia importante en las elecciones regionales y municipales del próximo año, etc.

Fuera del hito pandémico, que trastocó todo el tablero político e ideológico del país, las encuestas siguen revelando que el país está inclinado -sigue estándolo- hacia el centro y la derecha, muy por encima de las opciones de izquierda. Resulta casi imposible que se repita la tormenta perfecta de crisis de este año (sanitaria, económica y política) que permitió que alguien como Castillo ganase la elección, y si a ello le sumamos el natural desgaste que va a tener la izquierda luego de un gobierno tan mediocre como el que padecemos, lo más probable es que el 2026 la centroderecha recupere sus fueros.

Pero hay que trabajar en ello. No dilapidar energías en intentos cuasi golpistas de vacancias irracionales y dedicarlas, más bien, a construir plataformas sociales y políticas que le permitan llegar, a futuro, a ese crucial proceso electoral, en mejor pie que con el que llegaron este año aciago para sus propósitos.

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2026, Cerrón y allegados, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

A poco de cumplirse los 100 días de gobierno Pedro Castillo, podemos dar a conocer el carácter que asumiría su mandato, caracterizado por la poca capacidad de orientar al país y a sus ministros y funcionarios públicos hacia los grandes temas de política exterior para sitiar al Perú en el contexto internacional, aprovechando el buen costo del precio del cobre y del litio por muy buen tiempo. Se caracteriza también por su poca capacidad para orientar su gobierno hacia la unidad que requerimos políticamente para salir de esta situación crítica en la que se encuentra el país económicamente.  

Claro, hay razones para entender ese proceder. Castillo, que obedece a una agenda orientada al socialismo del siglo XXI que sus aliados les exigen que cumpla, se ha propuesto copar las instituciones del Estado para el objetivo que tiene en mente que es la Asamblea Constituyente. Allí tenemos al nuevo directorio que preside Julio Velarde en el Banco Central de Reserva, en la que no tiene mayoría. Podemos apreciar también a Palacín en Indecopi y a Barranzuela y Gallardo en el ministerio del Interior y Educación respectivamente para solo poner algunos ejemplos. 

Si nos detenemos a pensar en esos cambios en el interior de estas instituciones claves para el Estado, podemos sostener que hay tácticas bien utilizadas -dentro de una estrategia que tienen que es generar las condiciones desde diversos frentes- para cambiar ciertos procedimientos administrativos que permitan a sus aliados (léase el senderismo vinculado al narcotráfico y al Conare por ejemplo) seguir operando sin ningún problema, así como generar presupuesto para más gasto social. 

La oposición política debe tomar conciencia de esta situación. Ya lo expresé en reiteradas oportunidades: vivimos una situación de atmósfera de confrontación que -desde un inicio- el Ejecutivo lo generó. La oposición y la prensa deben, para ello, fiscalizar responsablemente los trabajos que se vienen realizando desde los ministerios y otras entidades públicas. 

Las bombas de tiempo que va dejando este gobierno, si es que sale mal las estrategias para el objetivo de la Asamblea Constituyente, son los que se debe identificar para evitar cualquier tipo de amenaza al Estado de derecho.

No caigamos en la ingenuidad de la moderación de grupos leninistas en el poder. Desde mi paso por San Marcos hasta mis diversos trabajos por regiones -por estos tiempos- como sociólogo, puedo advertir que generar confusión en el oponente es forma de jugar a la política. Puedo advertir también que tienen en mente siempre esta premisa: “salvo el poder, todo es ilusión”. 

¡Advertidos estamos!  

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Asamblea Constituyente, Ejecutivo, Oposición, Pedro Castillo

Durante la última campaña electoral, y más concretamente luego de la misma, cuando el grupo perdedor se negaba a aceptar los resultados y la acción de los organismos electorales, los discursos políticos nos trajeron una serie de argumentos sin sustento que quedaron dando vuelta en el imaginario colectivo, pero que hoy, en el balance, se han quedado dando vueltas en el discurso de los medios y de la opinión pública de una manera increíblemente peligrosa.

Nos estamos acostumbrando casi naturalmente a que cualquier sentencia u oración tenga rango de credibilidad y que la pasemos a defender dependiendo de la fuente o atacar de acuerdo con lo mismo. En el fondo, no importa qué se diga sino quién lo diga. Nos transformamos en una sociedad sin pensamiento crítico y en un conjunto de posiciones no argumentativas.

Algunos hechos son evidentes, pero vale la pena graficar algunos ejemplos con nitidez para darle forma al argumento:

Vacunación: Con el avance de la pandemia del Covid-19 y el desarrollo de las vacunas con soporte científico y las pruebas de su eficacia, tuvimos que soportar un espíritu negacionista que -afortunadamente no en gran magnitud- cuestiona la necesidad de vacunas, plantea discursos públicos en torno a ello, se va transformando y luego cuestiona algunas vacunas, establece cuáles son “buenas“ y “malas” y apela a los derechos individuales para que no se considere la pandemia un asunto de salud pública sino más bien un ejercicio de libertades individuales. ¿Absurdo? Parece pero no lo es. Peligroso, muchísimo.

Olimpo y terruqueo: A fines del año pasado, el ministerio del interior anunció la realización de un mega operativo en el que se capturó a decenas de personas acusadas de vínculos con Sendero Luminoso. Solo con ese argumento, a nivel de medios y a nivel de opinión pública, nadie ha cuestionado la medida. Apenas algunos movimientos y voces en redes sociales, pero generar corriente de pensamiento sobre esto, nada. El operativo Olimpo mantiene detenidas a varias personas sin que haya más que una promesa oficial del vínculo. Así ha funcionado esto desde hace varios años. Basta con decir: es de o cercano a Sendero, para que no se cuestione.

Peor aún, no se cuestiona: se justifica, se valida, se aplaude. Hace poco pudimos discutir en redes sociales el nombramiento de Gisela Ortiz como ministra de cultura. Inmediatamente el discurso descarado y ofensivo: ella es la hermana de un terrorista. Ella es terrorista. Sale un congresista ex marino a decir que la quiere interpelar porque cree que es terrorista, pero porque le han dicho, aunque no puede probarlo. Si un congresista de la República dice eso, ¿qué se puede esperar del resto? Si para un congresista se puede decir lo que se cree, sin probar nada, por qué no los demás. En un tema tan sensible se permite usar como argumento los pareceres. Y la mayoría aplaude.

¿Reminiscencias? El caso El Frontón por el cual el expresidente García no llegó a ser procesado. La caminata de Fujimori en la embajada de Japón, con cadáveres de alfombra. La Cantuta y Barrios Altos, donde se legitima la acción del grupo Colina porque deben ser “tucos”.

Vacancia e incapacidad moral: Yo creo que es inmoral A. Pero yo creo que es inmoral B. La inmoralidad es un absurdo subjetivo. Pero entonces el debate no va hacia la lógica de cómo generar un consenso sobre lo que puede ser una real situación de vacancia, sino hacia los mínimos que pueden hacer que cualquier comportamiento sea una vacancia. Como todos tenemos nuestro concepto de inmoralidad, entonces todo es válido si quiero creer que el presidente merece ser vacado.

Tres cosas muy simples y sencillas como ejemplos de hacia donde la discusión comienza con argumentos individuales se sitúan dentro de los parámetros de acomodación de mis propios argumentos y los acepto sin poderlos cuestionarlos. Así estamos formando corrientes de opinión acríticas que solo se esfuerzan por repetir y repetir lugares comunes. Pero nada de contrastes y discusiones reales.

En esta tarea, actores centrales han sido los medios y su gran capacidad para no poder cuestionar absolutamente nada de esto, sin ningún tipo de cuidado. En la última semana, por ejemplo, Canal N llamó a las acciones del grupo La Resistencia como protestas ciudadanas. El ataque prepotente, abusivo, cobarde… protesta ciudadana. Los medios que deciden poner de manera equidistante estas expresiones e impiden la capacidad de cuestionamiento real.

Vamos directo a una situación muy conflictiva si no tratamos de aportar con argumentos que generen un espacio crítico. El problema es que un conflicto sin argumentos se transforma en violencia estéril. Por allí estamos transitando.                 

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pensamiento crítico

Sería una insensatez, políticamente suicida, que la oposición congresal le niegue la confianza al gabinete presidido por Mirtha Vásquez y que mañana se presenta ante el Pleno.

Corresponde leer con propiedad la nueva realidad política. La salida de Bellido del Premierato y la ruptura con Cerrón constituyen claramente un alejamiento, por parte del régimen, de la lógica de la confrontación ideológica y política, y en la práctica suponer arriar, al menos temporalmente, las banderas de la refundación socialista y constitucional del país.

Frente a esa nueva realidad, cabe, valga la redundancia, realismo. No es lo mismo el gobierno actual que el de hace algunas semanas. Y lo que inteligentemente corresponde a la oposición es tenderle un puente de plata a los arrestos moderados del régimen, que si bien no lo conducen al centro sino a una reafirmación izquierdista (la propia Premier es claramente de izquierda), despliega una opción más sensata y viable.

Hay un par de ministros que no merecen la confianza, es verdad. Puntualmente hablamos de los titulares del Interior y de Educación. Pues, a por ellos, que la posibilidad de interpelarlos y censurarlos la tiene a mano el Congreso, más aún ahora que el Ejecutivo ya no puede hacer cuestión de confianza por tales circunstancias.

Pero en términos globales, sobre todo el centro, debe apartarse de la lógica vacadora, lindante con el golpismo, que un sector de la derecha, fuera y dentro del Congreso, promueve a toda costa, sin importar razones.

A Castillo se le puede vacar, claro que sí, es un derecho congresal constitucionalmente establecido. Pero solo cabría ante una situación de abierta inmoralidad o sospechas fundadas de ella por parte del Primer Mandatario, o porque políticamente pretenda tirarse abajo el Estado de Derecho forzando una caprichosa disolución del Congreso para llegar, al final, a la convocatoria de una Asamblea Constituyente corporativista, que supondría el fin de la democracia y el modelo económico, de cuyas virtudes hemos gozado las últimas décadas.

Pero ni lo uno ni lo otro está cerca de ser realidad ahora. Por el contrario, la ruptura con Cerrón aleja al régimen de esa eventualidad. Esa realidad política debe ser correctamente leída por la oposición y no jugar irresponsablemente a la reciedumbre, cuando no es el momento de hacerlo. Lo era hace unas semanas, no ahora.

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Cerrón, Mirtha Vasquez, Premier

Desafortunadamente, todavía se respira racismo y clasismo en una sociedad como la nuestra. La mayoría de nuestras familias afroperuanas y de ascendencia indígena han experimentado alguna agresión racista en su vida cotidiana, ya sea yendo a una tienda o a degustar alguna comida en uno de estos cafés cosmopolitas que encontramos en distritos “pitucos” como San Isidro o Miraflores.

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Alicorp, Negrita, Umsha

El domingo pasado, en mi videocolumna dominical, recurrí al distingo que hacía el célebre historiador británico Erick Hobsbawm entre siglos cronológicos y siglos históricos para proponer que el corto siglo XX peruano comenzaba desde el advenimiento de Leguía, con su autogolpe del 4 de julio de 1919 y culminaba con la caída de Fujimori, en Septiembre de 2000. Sustenté mi afirmación en que, desde Leguía, la avasalladora llegada de las inversiones, capitales y modas norteamericanas nos metieron al siglo XX al son de los modernos y pegajosos ritmos del one step y el foxtrot.  

Sin embargo, el imperialismo yanqui, como lo llamaba Haya de la Torre, no fue el único huésped inesperado que, desde 1919, se alojó en el país sin intenciones de irse, lo hizo también una parroquiana insospechada, mucho más sombría e indeseada, y que marcaría decisivamente el devenir de nuestra veinteava centuria: la dictadura. 

Si aceptamos que el siglo XX histórico comenzó con la modernización y expansión del Estado emprendida por Leguía, con cientos de millones de dólares gringos que luego, con la depresión del 29, nos sumieron en una extenuante crisis económica que provocó su estrepitosa caída, la conclusión que se desprende de su innovación autoritaria es inequívoca: 

En los 81 años transcurridos entre 1919 y 2000, vivimos 53 en dictadura, los 11 de Leguía (1919 – 1939), los 3 de Sánchez Cerro (1931 – 1933), quien a pesar de resultar elegido democráticamente, en su primer acto de gobierno promulgó la ley de emergencia, convirtiéndose así en uno de los dictadores más sanguinarios que haya registrado nuestra historia, los 4 (1935 – 1939) de Oscar Benavides, luego de que concluyese el periodo de amnistía con el que intentó pacificar al país (1934), los 6 de Manuel Prado en su primer gobierno, quien, a pesar de ser elegido a través del voto, lo hizo en elecciones con proscripción del APRA y el PC, y en un gobierno que mantuvo al tope la persecución contra de los militantes de ambos partidos (1939 – 1945), los 8 de Manuel Odría con la represión política al tope (1948 – 1956), el años de la junta de Nicolás Lindey y Ricardo Pérez Godoy   (1962-1963), el GRFA con Juan Velasco y Francisco Morales Bermúdez (1968 – 1980) y finalmente el ochenio fujimorista (1992 – 2000), con lo que cerramos el corto siglo XX histórico defenestrando una dictadura el mes de septiembre, así como lo iniciamos inaugurando otra en julio de 1919. 

A su turno, los periodos democráticos, casi brillan por su ausencia: el limbo de 1930/31, cuando Luis Sánchez Cerro renunció al poder para postular a las elecciones de 1931 y se lo cedió a la Junta de Gobierno que encabezó el dignísimo Comandante Gustavo Jiménez encargado de organizar dichas justas electorales y que se quitaría la vida en circunstancias trágicas al fracasar su rebelión en contra de la cruenta y ultrarepresiva dictadura sanchecerrista. Luego nos encontramos otro limbo, debido a la ley de amnistía promulgada por el presidente Benavides en 1933, en favor de apristas y comunistas que terminó diluyéndose en el transcurso de 1934 y con los lideres de ambos movimientos una vez más en la clandestinidad antes de fin de año. La democracia sólo volvió en el trienio de José Luis Bustamante y Rivero (1945 – 1948), en buena parte arruinada por la poca disposición del APRA para convertirse en un aliado más colaborador con el Poder Ejecutivo, en circunstancia en el que el mundo se recuperaba de la Segunda Guerra Mundial y hacían falta medidas económicas de ajuste fiscal. 

El segundo gobierno de Manuel Pardo (1956 – 1962) es un gobierno de transición. Prado llega al poder con el voto aprista que obtiene a cambio de la amnistía política que se extiende también a los comunistas. El pacto da lugar a un periodo de apaciguamiento nacional y a las elecciones libres de 1962 en las que, desgraciadamente, una vez más  intervienen los militares para impedir el triunfo de Haya de la Torre. En el 63 se repiten las justas y gana Fernando Belaúnde quien lidera un gobierno democrático hasta el golpe de Velasco del 3 de octubre de 1968. La democracia se recupera recién el 28 de julio de 1980, otra vez con Belaunde, y el 28 de julio de 1985 es la primera ocasión, en nuestro corto siglo XX (1919 – 2000) que un presidente democrático le entrega la banda a otro también democrático, la escena se repitió una vez más en 1990, cuando Alan García se la entregó a Alberto Fujimori, hasta que este interrumpió el proceso democrático más largo del siglo XX, el 5 de abril de 1992, y encabezó una dictadura teñida de nocturnidad y oscurantismo y que se prolongó hasta septiembre de 2000.

El saldo democrático, entre 1919 – 2000, no puede ser más exiguo: suman 21 años de un total de 81. Luego nos preguntamos ¿por qué no hay partidos políticos en el Perú? ¿por qué lo que tenemos son vientres de alquiler? ¿por qué contamos con partidos con propietarios privados como Podemos o Alianza Para el Progreso? Los números, bien interpretados, responden ellos mismos la pregunta: no tuvimos cuando madurar una cultura democrática en el Perú, tan sencillo como eso.

Hacia un nuevo autoritarismo ¿el camino del siglo XXI?

Los números del siglos XXI, a primera vista, deberían ser motivo, sino de entusiasmo, al menos de expectativa. Ya el año pasado batimos el récord de 19 años de continuidad democrática ininterrumpida que ostentaba la vetusta República Aristocrática (1895 – 1914), nosotros acabamos de cumplir 21, desde septiembre de 2000 a septiembre de 2021, nada mal. 

Sin embargo, 21 años constituyen una ridiculez como tiempo necesario para madurar en la construcción de una institucionalidad democrática. Lo es más si analizamos la calidad de dicha democracia, la ya referida ausencia de partidos y la difusión de viejas formas de clientelismo, patrimonialismo y feudalización de la política, las que constituyen el verdadero vínculo entre la ciudadanía y el estado, aunque con ropajes contemporáneos. 

Si a esto le sumamos la creciente corriente de extremismos de derecha que se abre paso hace una década como respuesta a los excesos de la cultura de la cancelación proveniente de la izquierda cultural,  podemos retratar un panorama en el cual el desinterés por las formas y contenidos de la democracia y el republicanismo, así como por los derechos que enarbolan, los han colocado casi en la periferia del juego político, cuya posición central, principalmente en el debate, comienza a ser ocupado por los extremos de la derecha y de la izquierda.  

No es pues casualidad, que el aliado más indeseado del gobierno de Pedro Castillo, hoy puesto en entredicho, se declare marxista leninista sin ningún apuro y que algunos personajes no completamente deslindados de los grupos terroristas hayan formado parte del gabinete en sus inicios. En la otra orilla, la reivindicación del pasado hispano, acompañado de cruces de Borgoña, vigilias a la escultura de la estatua de Cristóbal Colón al conmemorarse un año más del descubrimiento de América, y la agresión verbal al presidente Sagasti en una librería sanisidrina, con el terruqueo como fácil recurso que apunta hacia la polarización binaria cerrando el debate para más opciones, nos muestran cuál es el escenario que desde ciertos sectores extremistas se quiere montar para nuestra política del futuro inmediato. 

El año pasado, varios meses antes de las elecciones presidenciales, Salvador del Solar hizo un oportunísimo y desoído llamado a formar un gran frente de centro, uno que defendiese eso que hoy a pocos parece entusiasmar pero que es nuestro mayor resguardo para el desarrollo material y espiritual de la nación: el centro, entendido como confluencia de movimientos cuyas bases doctrinales las constituyen el republicanismo, la democracia y los derechos fundamentales, civiles, humanos, políticos y sociales; los que conforman el marco fundamental para el debate, así como las fronteras que deben acogerlo. Es por eso que ese centro admite también derechas e izquierdas, si el punto de partida es ese gran consenso. 

He sabido recientemente de los esfuerzos de Carlo Magno Salcedo a través de la Confluencia Perú que agrupa a los colectivos Perú Republicano, Confluencia Ciudadana, Colectivo Colibrí, Grupo Valentín, Dignidad Magisterial y Servicio La Libertad; que apura esfuerzos para alcanzar su inscripción ante el JNE. Al mismo tiempo, El Partido Morado ha mantenido su inscripción ante el JNE y hoy delibera la elección de una nueva directiva que esperamos troque maneras verticales de hacer política por otras auténticamente republicanas, pues ese es el cambio de cultura política que en un Bicentenario no ha surtido efecto en el Perú y que la ciudadanía reclama a gritos.

Mucha cháchara. ¡Construid en centro! El centro amplio, el centro que puede incluir a las derechas y las izquierdas democráticas también, de lo contrario, las sombras del autoritarismo, una vez más, están a la vuelta de la esquina.  

 

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dictaduras militares, sendero luminoso

Frente a un público citamos a alguien —muy importante y reconocido— que habla pestes, valga la ironía, sobre la generación joven, aquellos que irrumpen en la vida adulta y comienzan a enfrentar las tareas de producción y reproducción; a hacer sus pininos en las artes plásticas, la literatura, la música, el talento escénico; a hacerse de preseas en los distintos deportes; a desembarcar en empresas y crear negocios. 

Que se la quieren llevar fácil, que son pusilánimes, que son displicentes, que son estrambóticos, que son perversos en sus usos y costumbres, que no tienen gusto, en fin, que son jóvenes bárbaros sitiando, tratando de destruir, los templos de la cultura universal. Y luego de que nuestras audiencias de ex muchachos asienten aprobando las anteriores afirmaciones, desvelamos a los citados: algunos vivieron hace cientos, incluso miles, de años. 

La relación entre generaciones, en todas las épocas, son complejas, llenas de ambivalencia y no poca agresividad. No es precisamente sorprendente. Están en juego las 3 dimensiones centrales de la vida humana: placer, poder y saber. Quien las controla —y en todas las culturas están reguladas— hace más copias de sus genes, acumula más pertenencias, deja más recuerdos, la pasa mejor. 

Es lógico que quienes están de subida y los que están de bajada, quienes juegan en la cancha y quienes esperan en la banca, se midan, cooperen y compitan; muestren envidia, recelo, admiración; aprovechen cuando sienten que tienen el mango de sartén y busquen refugio cuando están desconcertados o temerosos. 

En pocas ocasiones lo anterior es más evidente que cuando acaece un evento universal devastador, de esos que hacen tambalear los presupuestos colectivos, que generan un sentimiento compartido de fragilidad e impotencia, que abolen el largo plazo, que hacen peligrar la continuidad de la vida, que cancelan la convicción de que somos los dueños del planeta  y su destino. 

¿Quiénes saben?

¿No era que los mayores tienen la suficiente experiencia para resolver todos los retos y enfrentar todos los peligros? Nos han dado clases acerca de qué se hace y cómo se hace, nos hacen pasar por todo tipo de exámenes y selecciones antes de darnos la licencia para realizar toda suerte de actividades. Ahora resulta que están perdidos, no tienen la menor idea de lo que está pasando. 

¿Quiénes son débiles?

Pues esta vez —no ha sido así en otros ataques virales— los menores recibieron el encargo de congelar sus vidas en aras de no contagiar a sus padres y abuelos. Dejaron, por órdenes explícitas y regulaciones draconianas, de hacer todo aquello que define la adolescencia y la juventud. En nuestro país y en todas las culturas latinas, donde la familia extensa es una realidad masiva y muy relevante desde todos los puntos de vista, la cosa fue más allá de saludar desde lejos. Significó un reordenamiento de toda la vida y sus protocolos y un enfrentamiento casi cotidiano a dilemas morales dolorosos. 

En estos días en los que los objetivos ya no son sobrevivir, no contagiarse y no contagiar —la próxima semana trataré sobre lo que ello significa, que no es sencillo— las alteraciones en las relaciones de poder entre las generaciones, que hemos vivido durante casi dos años van a hacer sentir sus consecuencias. 

Hay algo de eso que ocurre cuando un pequeño se zafa de las manos de quien lo cuida y se acerca al borde de una terraza que se encuentra en el quinto piso o al de una autopista: mamá o papá se abalanzan con el corazón en la boca. Lo detienen, lo toman en brazos, sienten el enorme alivio de verlos a salvo. Pero, inmediatamente, les gritan y hasta, lo he visto más de una vez, les pegan. Pasado el peligro, la rabia domina el resto de los sentimientos. Solamente que en esta ocasión es el pequeño quien evitó la tragedia al mayor. 

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