Opinión

Un poeta que viene destacando en los últimos años por su compenetración con nuestras culturas originarias y el medio ambiente es Pedro Favarón, que publicó Inin Niwe y el mundo puro de los seres eternos, un libro heterodoxo entre la poesía, la autobiografía, el relato recreativo de la cultura shipibo-konibo (de la cual es miembro) y la reflexión filosófica. Asimismo, Favarón es responsable de una serie de eco-antologías (selecciones de poesía peruana y latinoamericana en clave ecológica), la última de la cuales apareció el 2022: Cantos del meandro: muestra de ecopoesía amazónica, descargable en esta página: https://bit.ly/3Z7dFIf

También fueron notables los aportes de Edián Novoa con su tercer libro, País milhojas (ver mi nota en https://bit.ly/3Q9m8Xe) y Guillermo Gutiérrez, con Infierno iluminado (del que escribí estas líneas: https://bit.ly/3WBLoI5). Debe recordarse que Novoa y Gutiérrez han sido dos de los pilares fundadores del Movimiento Kloaka desde 1982, grupo que ha celebrado el 2022 sus cuarenta años de vida en gran forma con múltiples recitales, luego de profilácticas expurgaciones que han dado como resultado la feliz renovación de su espíritu iconoclasta y nada sobón con el sistema. Kloaka sigue, así, tan joven como antes. 

Asimismo, sobresale La mitad de un destello que nos devuelve, del excelente poeta noventero Rubén Quiroz Ávila, una sentida reflexión en clave transbarroca sobre la muerte y la desaparición del ser amado. Quiroz además ha publicado una recopilación de sus artículos de opinión en diversos medios bajo el título de Opino, ergo sum, lo que confirma su prolífica vena en distintos géneros de escritura año tras año. 

Otros poetas de larga trayectoria que ofrecieron valiosos libros son Carlos López Degregori, (con Variaciones Victoria), Alejandro Susti (con Un reloj derramado en el desierto, que recibiera el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío en Nicaragua el 2020), Jorge Eslava (con Gimnasium), Abelardo Sánchez León (con El tumulto del sueño) y Ana María Falconi (con Pedazo de casa).

También son interesantes Rocío Hervias Rodríguez (con Migrante), Paolo de Lima (con Ottawa) y la segunda edición de Apuntes del estudiante, de Piero Ramos Rasmussen.

Mención aparte merecen los primeros poemarios de cuatro voces que confirman que la buena poesía peruana tiene ya una innegable generación de recambio: Rodolfo de la Riva (con Transeúntes), Carla Valdivia (con Una casa que no existe), Omar Pinedo (con Diez toros) y Ximena López Bustamante (con Interior VI: técnica mixta). 

Obviamente, dejo fuera muchos libros, algunos de los cuales pululan entre las cópulas, así que mejor pasemos a ver qué nos trajeron los narradores.

Narrativa

Lo más notable ha sido la novela Kachkaniraqmi, Arguedas, de Eduardo González Viaña, narrador de talla internacional que ficcionaliza al amauta José María Arguedas desde la recreación de su infancia, el ensueño y el diálogo con los míticos zorros de arriba y de abajo, en un relato multiforme y cautivante que nos revela un Arguedas muy lejano de estar disecado, a diferencia de su detractor Mario Vargas Llosa, el de la «pichula seca» (son sus propias palabras en un cuento premonitorio, «Los vientos», sobre su vejez y su separación de la «socialite» Isabel Preysler, en lo que ha sido el chismorreo literario y farandulero de fin de año. El cuento puede leerse aquí: https://bit.ly/3YXHPhj). González Viaña también ha publicado sus divertidos artículos desde España en el volumen Correo de Asturias. 

Otra novela de carácter histórico es Muchas veces dudé, del narrador cusqueño Luis Nieto Degregori, alrededor de la figura de Guaman Poma de Ayala. También nos han regalado sabrosas novelas Mario Suárez Símich (El carnaval de los espíritus), Paul Baudry (La república de las chispas) y Lucía Charún Illescas (Malambo). 

Libros de cuentos hay varios interesantes, pero para no alargarme demasiado me quedo con Matusalén, de Giovanna Pollarolo y Las confesiones de un Dante de César Ruiz Ledesma. 

Ensayo 

Igualmente, hay mucha producción valiosa. El Perú siempre ha sido un país de una producción intelectual envidiable en la crítica literaria y las ciencias sociales. Por eso mismo, imposible abarcar todo, pero no pueden dejar de mencionarse Partera de la historia: violencia en literatura, performance y medios audiovisuales en Latinoamérica, coordinado por Osvaldo Sandoval-León y Chrystian Zegarra; El Inca Garcilaso y la Emancipación, editado por el imparable maestro Ricardo Gonzalez Vigil; Asháninkas. Entre la historia y el mito, de José Carlos Vilcapoma; Los juicios finales: cultura peruana moderna y mentalidades andinas, de Peter Elmore; Búfalos y zorros. José María Arguedas: acercamientos y desencuentros ideológicos y político partidarios, de Ernesto Toledo Bruckman; y el libro póstumo del historiador Teodoro Hampe Martínez, El hospital de San Andrés: Santuario Inca en Lima y eje de la historia de la medicina, sustanciosa recopilación de las investigaciones que dejara listas Hampe antes de su deceso el 2016, publicado por José Carlos Vilcapoma desde el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Agraria La Molina. 

Como ya he advertido, hay mucho más que comentar, pero para «picor» (como dirían los mexicanos) ya tenemos bastante. 

¡Feliz Año Nuevo!

 

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2022, Literatura peruana, Perú

El Perú que despierta el 1ero de enero de 2023 no está igual de alejado de esa Suiza real maravillosa que nos retrataba Vargas Llosa en 1990. Lo está mucho más. En la década fujimorista se implementó un proyecto político populista que destruyó la partidocracia, lo que tornó más clientelar y asistencial a una sociedad que ya lo era desde los tiempos coloniales. En la década milenio, Alejandro Toledo inventó 24 gobiernos regionales autónomos que institucionalizaron dichas clientelas básicamente en favor de ellas mismas y de los poderes regionales existentes, legales o no. Alan García, a su turno, les transfirió recursos centrales, escalonadamente, desde 2007 hasta 2011. El Perú no se regionalizó, no se federalizó, se feudalizó. La distancia entre la Suiza de 1990 y el Perú contemporáneo nos ha retrotraído a los tiempos del Estado centrífugo y los gamonales serranos.  

Parafraseando a Mario Vargas Llosa, Carlos Iván Degregori, en Demonios y Redentores, nos narra la escena cuyo inicio reproduce en pequeño la emboscada de 1532 en Cajamarca. Los protagonistas son dos monjas y un piquete de policías que buscan convencer a un grupo de aguajunes de darles a sus hijas niñas para llevarlas a la misión de Santa María de Nieva con la intención de civilizarlas y que no crezcan sin Dios. Al fracasar las monjas, se imponen los policías y se llevan a las niñas a la fuerza. Estas acabarían de sirvientas en casas de poderosos o de prostitutas en La Casa Verde. En los últimos sesenta años, el Perú ha cambiado lo suficiente para asegurarse de no cambiar nada. Como al principio, la República sigue siendo una quimera. 

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Mario Vargas Llosa, Perú

Vargas Llosa no erró, como no lo hizo respaldando las candidaturas de derecha que en toda la región terminaron perdiendo contra sus adversarios de izquierda (Chile, Colombia, Argentina, Brasil y México, para citar los más sonados), porque lo suyo no es la apuesta electoral sino una postura de convicciones expresada aún a sabiendas de que, en algunos casos, jugaba la probable carta perdedora (en perspectiva, la realidad ha terminado por demostrar, también, que los pueblos citados se equivocaron al votar en sentido contrario a los consejos de nuestro novelista).

Solo cometió una falta de apreciación grave cuando se sumó, sin argumentos válidos, a las tesis fraudistas, mal informado por su entorno, pero luego corrigió la misma acallando su propia campaña internacional contra Castillo por ese motivo.

No hay razón válida para malherir y maltratar a un peruano que nos honra y que debería despertar unánime admiración, si no fuera porque somos el país que no perdona el éxito ni valora las trayectorias de quienes mantienen coherencia más allá de lo políticamente correcto o de lo que es popular en algunos momentos. Es Vargas Llosa un peruano universal que merece respeto y no iniquidad.

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Izquierda, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

En Brasil fue un año duro en lo relativo a la pérdida de varias de sus estrellas musicales. Las más notables, por supuesto, fueron las de Gal Costa (9 de noviembre, 77) y Erasmo Carlos (22 de noviembre, 81). Mientras que la primera fue protagonista central del movimiento tropicalista en los setenta, el segundo coescribió junto a Roberto Carlos algunos de sus más grandes éxitos. Canciones como Amada amante, Un millón de amigos, Lady Laura, Detalles, entre muchísimas otras, pertenecen a ambos, compañeros de ruta desde los tiempos de La Joven Guardia. Además, Erasmo Carlos tuvo una sólida carrera en solitario, más orientado al rock. También fallecieron Luiz Galvão (22 de octubre, 87), uno de los fundadores de Os Novos Baianos, banda de rock de enorme influencia en la difusión de los nuevos sonidos brasileños en los años setenta; y el concertista de guitarra Carlos Barbosa Lima (23 de febrero, 77), quien se insertó en la movida jazzera de New York gracias a sus grabaciones junto a Charlie Byrd. Y hablando de jazz, este año partieron el pianista Ramsey Lewis (12 de septiembre, 87), el saxofonista Pharoah Sanders (24 de septiembre, 81) y el también saxofonista Ronnie Cuber (7 de octubre, 80). Mientras que Lewis y Sanders lideraron sus propios conjuntos tras trabajar con estrellas como Ornette Coleman y John Coltrane, Cuber fue un extraordinario músico de sesión, que paseó su saxo barítono con gente como The J. Geil’s Band, Billy Joel, Frank Zappa, Steve Gadd, Eddie Palmieri y la banda residente del conocido programa Saturday Night Live, entre otros.

La música latina también tiene más de un motivo para estar de luto este 2022. Comenzamos recordando al autor de La bikina, el violinista mexicano Rubén Fuentes (5 de febrero, 95), del famoso Mariachi Vargas de Tecalitlán. Fuentes escribió también otros clásicos mexicanos como Cien años o Flor sin retoño, grabados por Pedro Infante, Javier Solís, Pedro Vargas y un largo etcétera. Hace pocas semanas el mundo de la salsa se sorprendió al enterarse de la muerte de Lalo Rodríguez (13 de diciembre, 64), conocido por sus versiones de Ven devórame otra vez o Después de hacer el amor, éxitos de la “salsa sensual”. Otro histórico de la salsa, Héctor Tricoche dejó de existir a los 66 años, el pasado 17 de julio. Tricoche se hizo famoso como vocalista de la orquesta de Tommy Olivencia, con éxitos como Lobo domesticado y Periquito Pin Pin. Y el vocalista/bajista de Los Enanitos Verdes, icónica banda de rock argentino de los ochenta y noventa, Marciano Cantero, falleció el 8 de septiembre, a los 62. Finalmente, no podemos dejar de mencionar a estrellas de otros géneros como el guitarrista flamenco Manolo Sanlúcar (27 de agosto, 78), el cantautor argentino Diego Verdaguer (27 de enero, 70), la soprano española Teresa Berganza (13 de mayo, 89), y la cantante Ana Bejerano (2 de enero, 60), quien reemplazara a Amaya Uranga en Mocedades, durante la segunda mitad de los ochenta.

En el ámbito local, el público quedó estupefacto ante la trágica partida de Diego Bertie, quien perdió la vida tras caer desde el piso 14 del edificio donde vivía. Aunque se le asocia normalmente con la actuación, Bertie inició su carrera en la música, como cantante de la banda pop-rock Imágenes, con la que tuvo un par de éxitos radiales –Caras nuevas y Los buenos tiempos- allá por 1987-1988. Años después, se relanzó como cantante con un disco solista del que sonó fuertemente Qué difícil es amar (1997) y, posteriormente, tuvo uno o dos intentos más por reactivar su faceta musical, aunque su popularidad en cine, teatro y televisión fue mayor. Por su parte, Ramón Stagnaro, genial guitarrista que alternó con músicos internacionales en infinidad de sesiones de grabación y conciertos, falleció el 16 de febrero a los 76 años. Ese mes fue particularmente duro con la música nacional pues partieron, casi en seguidilla, el cantante nuevaolero Pepe Miranda (9 de febrero, 80) y, tres días antes, el compositor de fusiones instrumentales Manuel Miranda (6 de febrero, 62). El fundador y director de la popular orquesta de cumbia norteña Armonía 10, Walther Lozada, murió tras una larga enfermedad a los 61 años, el 25 de julio. Finalmente, el 22 de abril el público amante del folklore andino lamentó la partida de la compositora y activista política Martina Portocarrero, a los 72 años.

Otros notables que nos dejaron huérfanos este 2022: Angelo Badalamenti (11 de diciembre, 85), compositor de importantes bandas sonoras; Gregg Philbin (24 de octubre, 75), bajista original de REO Speedwagon; Radu Lupu (17 de abril, 76), pianista rumano de música clásica; Sir Harrison Birtwistle (18 de abril, 87), compositor británico de música instrumental contemporánea y óperas con temas mitológicos; el rapero Artis Leon Ivey, alias Coolio (28 de septiembre, 59), quien se hizo famoso en 1995 sampleando un clásico de Stevie Wonder, Pastime Paradise, con el título Gangsta’s paradise; Martín Carrizo (11 de enero, 50), bajista de la banda metalera argentina A.N.I.M.A.L.; los integrantes de la banda escocesa de hard-rock Nazareth, el vocalista Dan McCafferty (11 de agosto, 76) y el guitarrista Manny Charlton (5 de julio, 80); el vocalista de Screaming Trees y Queens Of The Stone Age, Mark Lanegan (22 de febrero, 57); el saxofonista de Earth Wind & Fire, Andrew Woolfolk (25 de abril, 71); y Calvin Simon (6 de enero, 79), una de las voces originales de los Parliament Funkadelic de George Clinton.

Toda una nueva constelación de estrellas que serán recordadas por siempre por sus aportes al mundo de la música, cada vez más desamparado y sepultado por el mal gusto y la chabacanería repetitva del reggaetón y afines.

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2022, Cultura, In Memóriam, Música

El 2023 es un año decisivo, en el que la sociedad civil democrática no puede bajar la guardia. Una actitud vigilante del gobierno y del Congreso debería encaminarnos hacia una pronta salida institucional del fatal impasse del castillismo, y si la justicia sigue actuando bajo los rigores que el Ministerio Público y el Poder Judicial han mostrado, pronto debiéramos tener buenas noticias respecto de la justa sanción a los delincuentes que tomaron el poder desde el 28 de julio del 2021.

Ellos no merecían ser expropiados o, en el peor de los casos, merecían un reconocimiento justo por el valor de sus papeles más los intereses generados en todo este tiempo (desde 1969), que, inclusive, debió haber sido otorgado en el momento, sin esperar ni tener que acogerse a fórmulas alternativas, como muchos hicieron para tratar de salvar algo del capital propio.

Hay mucho aún por escribir de la reforma agraria, sus causas, antecedentes y consecuencias. Sería un acto de memoria histórica y de justa reivindicación moral, más allá de los fallos legales como los que ahora comentamos, que algo semejante sea acometido por algún historiador. En todo caso, la verdad parece estar a medio camino entre la narrativa de ejemplares empresarios capitalistas víctimas del abuso de un militar patán, y la del campesino romántico que, organizado, recibió justicia y luego explotó racionalmente aquello que gratuitamente se le concedió.

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CIADI, reforma agraria
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