Opinión

Ya deberían haberse dado cuenta Castillo y Cerrón que es imposible e inviable la refundación socialista del Perú. Ni constitucional ni políticamente hablando es factible semejante despropósito.

Constitucionalmente, porque felizmente la Carta Magna del 93 impide consolidar un ente mostrenco como la Asamblea Constituyente y sin ella será imposible lograr, con el Congreso actual, reformar parcial o totalmente la Constitución al antojo de la ideología que los ilumina.

Y políticamente, porque no solo no cuentan con el respaldo congresal necesario sino porque el país en su mayoría no acompaña esa febrilidad ideológica.

Detrás del voto de Castillo hubo sí un porcentaje menor de radicales marxistas, no más del 10 o 15% que tienen claro el camino ideológico y político a seguir para hacer del Perú una nueva Venezuela o Nicaragua. Pero el resto fue una mezcla de voto antikeikista y antiestablishment, que no necesariamente comulga con semejantes preceptos.

No se explica de otra manera que las encuestas señalen que la mayoría del país está en contra de una Asamblea Constituyente, desapruebe un gabinete presidido por un radical como Bellido, o rechace abrumadoramente la presencia del ideólogo máximo del radicalismo perulibrista, Vladimir Cerrón.

De allí el rápido y aceleradísimo desgaste del régimen. Simple y llanamente, lo que sucede es que el pueblo, por razones en algunos casos inimaginables, terminó votando por Castillo, pero no por su ideario ni por su perfil político, sino en protesta contra el statu quo, en joda, contra Keiko, contra Lima, de modo alpinchista, vaya uno a saber, pero en ningún caso por un proyecto bolivariano.

El primer disruptivo en la contienda fue Forsyth, luego Lescano, en el medio López Aliaga y coincidió la fecha de las elecciones con la irrupción de Castillo, pero si la jornada electoral demoraba tres semanas, ¡de repente la segunda vuelta era entre Keiko Fujimori y Alberto Beingolea!

Castillo no tiene un mandato popular para la refundación socialista de la Patria. Por eso, si lo pretende, chocará con otros poderes, como el Congreso, con poderes fácticos que sintonizan mejor con la ciudadanía, o con el propio pueblo que resiente un camino ideologizado como el que la dupla Castillo-Cerrón puede creer que está autorizada por las urnas a recorrer.

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Guido bellido, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

UNO

Tengo que confesar algo, cuando vi por primera vez “Goodfellas”, en 1991, no la entendí. Luego de visionarle un par de veces más comprendí su grandeza. Cada vez que la vuelvo a ver, me deleito en extremo por esta obra maestra. Scorsese, un AUTOR, nos ha regalado joyas cinematográficas: Taxi Driver (1976), Raging Bull (1980), Goodfellas (1990), La Edad de la inocencia (1993), Casino (1995), Los infiltrados (2006), entre otras. Se despide del genero gansteril que ayudó a forjar y establecer.  Tal como lo hizo John Ford, en 1962 con el western. Ambos géneros, genuinamente norteamericanos.

La peli tiene mucho del tono derrotero e irredento de “Erase una vez en América” (Leone) y “El Padrino” (Coppola).

Es una despedida de cuatro de los más grandes actores que produjo América (De Niro, Al Pacino, Joe Pesci y Harvey Keitel). De ahí a emoción al visualizar los fotogramas.

DOS

Me conmueve la escena entre Frank (De Niro) y Russell (Pesci), mientras conversan en italiano y comen, con delectación, pan (saborizado) acompañado de vino (maridaje perfecto). Su tertulia discurre en voz baja. Al cabo de más de 3 horas, es casi la misma escena, pero con ambos en la cárcel y ancianos. Mientras degustan el pan o tratan, (Russ ya no tiene dientes y le tiemblan las manos), acompañados de jugo de uva.

Joe Pesci está esplendoroso. En las antípodas del papel que hizo en Goodfellas. Los silencios son más elocuentes. Con la mirada lo dice todo. Como cuando su esposa baja las escaleras y Russell entra a casa con la camisa ensangrentada. Se observan en silencio y le pide que se cambie la ropa, sin olvidarse de dejar los zapatos. Mientras él sube las escaleras lentamente.

O cuando en uno de los últimos fotogramas, se ve a Russ yendo, en silla de ruedas, a la capilla de la penitenciaría. Al final de sus días, encontró solaz en Dios.

Si, Pesci volvió de su largo hiato, a insistencia de Scorsese (dice que lo llamó como 50 veces), para protagonizar esta peli. No se equivocó en absoluto. Es el alma de “El Irlandés”.

TRES

Scorsese juega con los flashbacks, voz en off o lo que sería monólogo interior en literatura. Siempre lo ha hecho. Parece una novela de Faulkner, el gran autor americano. Sus personajes, aunque llegan a ostentar el poder, al final caen. Cuando más grande, más fuerte la caída. Aunque en este caso, es distinto. Frankie, al final de sus días, entiende que con sus acciones ha roto su familia. Su esposa muere y sus hijas lo abandonan. En especial, Peggy quien, siendo niña, ve cuando Frankie le da una paliza al bodeguero. Allí descubre la naturaleza violenta de su progenitor.

Martin es un maestro en el manejo del silencio, algo que deberían aprender los directores noveles. A lo largo del metraje su hija observa a su padre ir a trabajar, en la medianoche, con su arma o tomando desayuno, mirando las noticias de los asesinatos que cometió, sin que se le mueva un pelo. Para ella es un monstruo, con el cual tiene que convivir.

El punto de quiebre es cuando desaparece Hoffa, a quien ella estimaba. Le mira y le pregunta ¿Por qué? A partir de allí, su hija lo destierra de su vida.

Frank, ya anciano en el último fotograma, le pide al cura que no cierre la puerta, que la deje entreabierta. Imaginará que, a lo mejor, una de sus hijas vendrá a verlo por Navidad. La esperanza es lo último que se pierde. Pero no vendrá nadie. Ese es el precio a pagar.

CUATRO

Así también Martin ha sabido mostrar la otra cara del sueño americano. Historia, al fin y al cabo. De cómo se cimentó el capitalismo, como ayudó a construir las Vegas, entre platos de pastas, albóndigas, vino y demás delicias de la cocina italiana. Todo bajo el cobijo de “La Familia”.

Una de las cosas que más me encantan de Marty es su elocuencia. La sabiduría que posee. Nos envuelve en una costra verbal cinematográfica. Es didáctico, en cada explicación que da acerca de sus influencias, los porqués del cine y su historia.

Sus películas reflejan un universo desconocido y cuyos personajes (densamente humanos) nos han enamorado o sufrimos sus desventuras. Son literatura pura. De ahí que el cine sea arte. Al igual que el maestro Ford, Welles, Eastwood, entre otros. Cuando estrenan una película, sé que estaremos inmersos en una nueva experiencia, que nos enriquecerá.

A todo esto, solo cabe decir, que el día que Martin Scorsese nos deje, se irá un IRREMPLAZABLE. Eso sí, nos quedarán sus películas.

Gracias por todo Marty.

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No se trata de una cacería de brujas ni de una persecución política la que se aprecia respecto del gabinete Bellido, sino de una saludable práctica de vigilancia opositora debida a la falta de idoneidad de buena parte del consejo de ministros convocado por el Presidente y el Premier (y, por supuesto, por Vladimir Cerrón).

Nadie puede poner en cuestión que Castillo decida conformar un gabinete de personajes de izquierda, inclusive radicales. Una parte de su votación obedece a ese ánimo y otra a un sentimiento antiestablishment cuyo mandato está obligado a expresar y recoger.

Pero la ausencia de solvencia técnica o profesional de varios de los ministros convocados (se acaba de conocer en El Foco, por ejemplo, que el titular de Cultura, Ciro Gálvez, está denunciado hasta por sicariato), es un tema político inadmisible, sobre el cual el Congreso está obligado a ejercer control político, interpelando y eventualmente censurando a aquellos que no cumplan con los estándares éticos y laborales mínimos para ejercer el cargo para el que han sido designados.

La crisis política por la que pasa el régimen es obra y gracia de su propia torpeza. Nombrar un gabinete mediocre, admitir la preeminencia política de Vladimir Cerrón e insistir tercamente en una materia que no cuenta con aprobación ciudadana, como es el tema de la Asamblea Constituyente, es lo que explica que, por primera vez desde que las encuestas miden los niveles de aceptación de los gobiernos recién estrenados, éste muestre tan baja aprobación, inferior a su desaprobación.

A este paso, ni siquiera el plan moderado de izquierda que impulsa el sector tecnocrático del gobierno que encabeza Pedro Francke, va a poder ser desplegado (las nuevas reglas tributarias necesitan aprobación del Congreso). El encrespamiento de la oposición congresal ha hecho que el gobierno pierda aliados iniciales -como lo fueron los morados y Somos Perú- y la única manera de reconstruir puentes con el Legislativo y establecer una atmósfera de gobernabilidad pasa porque el Ejecutivo dé marcha atrás en los tres puntos señalados (gabinete, Cerrón y Constituyente).

Está a tiempo de hacerlo. Tiene que actuar rápidamente y sentar las bases de un horizonte de cinco años. Hoy, esa perspectiva está acotada a una relación inestable y tumultuosa con el Congreso, que promete más desencuentros que conciliación.

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Hace dos o tres crisis (ya no pasan los días en el Perú del golpismo empresarial y sus medios), se cuestionó duramente la decisión del actual gabinete de reducirse el sueldo ministerial a la mitad. Todos los argumentos respondieron a criterios de reforma administrativa pro-eficiencia, cuando se trataba de un gesto político para manifestar que la autoridad debe ser “del pueblo”, así le nace trabajar “para el pueblo” y “por el pueblo”. Ser “del pueblo” también pasa por convivir lo más cerca posible con las mayorías, con el 99% de peruanos que gana por debajo de los 15,000 soles que recibirían ahora los ministros, y con el 75% que percibe menos del sueldo mínimo. Lo cierto es que esta decisión, de concretarse, no afectaría los sueldos de los altos cargos administrativos y de las cabezas de los organismos autónomos, porque son asuntos que van por cuerdas separadas desde que, en el 2010, el entonces contralor Fuad Khoury se colocó una remuneración que doblaba al del presidente de entonces, sin que nadie pudiera hacerlo recular. Con esto, abrió la puerta para violentar una norma que tenía vida desde el 2004, y que llevaba la rúbrica congresal del finado Henry Pease, a quien el suscrito escuchó decir, hacia el 2009, que seguía convencido de que el presidente debe ser el cargo mejor pagado de todo el aparato estatal peruano. Complejo tema, pero la postura no tiene nada de absurda.

Pero incluso si la decisión política y voluntaria de los actuales ministros implicara reducir los salarios de los altos gerentes públicos, esto no significaría un daño a la eficiencia estatal, y menos como consecuencia de una ola de renuncias irreemplazables. Los pocos funcionarios (décimas porcentuales) que ganan más de 25,000 soles al mes en el Estado peruano, no están ahí por mérito, sino porque logran acceder a las redes que usufructúan dicha posibilidad bajos sistemas rotativos. No hay aquí evaluaciones de acceso y concurso, salvo mínimos aparentes: todos son cargos de confianza en la práctica. Algo parecido sucede con los que ganan alrededor de 15,000 soles al mes. Están más sometidos a todo el esquema formal de concursos públicos para el acceso, pero eso no significa que prime el mérito en sus procesos. Al contrario: en nuestra burocracia pública se manejan continuamente los concursos para asegurar a las personas deseadas en las plazas. Y es un mito lo de la fuga de talentos frente a la racionalización salarial. Esta red laboral del Estado peruano “se las arregla” como todos, y es de moral bastante laxa, así que no va dejar de recibir los ingresos dorados que percibe, así se los recorten. Si hubo renuncias entre los altos cargos cuando alguna vez se han reducido sueldos, éstas fueron muy excepcionales. No son empleados particularmente atractivos, para el sector privado, los organizadores y cabilderos del aparato público, mucho menos con esas pretensiones salariales. Esto no significa que no haya eventos y espacios de eficiencia entre estas redes, pero sí que éstos, cuando aparecen, no son producto de sueldos altos y mérito, sino de filtros que definen las propias argollas tecnocráticas.

¿Tiene relevancia un buen nivel salarial en la eficiencia administrativa? Es obvio que sí, y mucha, pero no en cualquier contexto organizacional. Para que haya mejoras de volumen relevante en cuanto al desempeño de los servidores públicos, es necesario tomar decisiones bajo mirada sistémica, lo que implica intentar ubicar la dinámica generativa de la productividad y la vocación de mejora entre los empleados públicos. Debe saberse, en principio, que no tenemos los insumos necesarios para aspirar a un Estado superlativamente eficiente en el comparativo, porque nuestros gremios profesionales y culturas corporativas son los propios de un país subdesarrollado. Y también que la capacitación en protocolos de planeamiento y habilidades blandas de gestión no tiene efectos en una burocracia que carece de masa profesional lo suficientemente amplia y competitiva. La formación necesaria para los servidores públicos está en las buenas universidades que apenas tenemos, en cualquiera de sus carreras y caminos de postgrado. Su compromiso final con el país depende, como en cualquiera, de cuestiones emocionales vinculadas a sus contextos coyunturales e históricos, no de lo que escucha en charlas y cursillos.

El nervio de la reforma para la eficiencia administrativa está, en realidad, en el tratamiento organizacional que se le da al empleado, lo que es una mezcla de orden regulatorio funcional a la mejora (sistema de incentivos y sanciones dirigido a mejorar la eficiencia) y entorno colectivo adecuado. El gran objetivo reformista, por tanto, es lograr que el gestor público trabaje relativamente cómodo, y que le “convenga” mejorar permanentemente. Bajo esta perspectiva, las reformas aplicadas al sector público peruano han sido de dos tipos: los intentos de conformar servicios civiles de carrera a través de leyes de empleo público, y los esfuerzos de modernización del sistema administrativo estatal. El primero grupo lo conforman las tres leyes de servicio civil de carrera de nuestra historia: la de 1950, la de 1984 y la última del 2014. La intención de cada una de estas iniciativas fue crear un cuerpo estable de servidores (bajo contratos a plazo indeterminado), e instaurar el mérito profesional en el ingreso y en los ascensos, dentro una carrera de rutas y puestos pre-establecidos. Ninguna de estas experiencias ha traído buenos resultados en términos de eficiencia. La tendencia a la formación de camarillas, producto de ser un sistema laboral donde los trabajadores pasan varias décadas conviviendo, rompe con la neutralidad y seriedad de las evaluaciones para los ascensos, por lo que el esquema tiene poca capacidad de sanción y de incentivo. También la naturaleza de las labores del gestor público conspira aquí: ellos no producen bienes, sino que organizan y regulan, lo que es muy complicado de medir para calificar. Y, finalmente, el acceso por concurso de méritos para la carrera pública siempre ha sido vulnerado, además de haber estado supeditado a las necesidades del gobierno de turno. No hay tecnología capaz de impedir esto al 100%, como todos los servidores saben.

Los resultados más tangibles de este tipo de esfuerzos reformistas se observan en aquellos empleados del Estado peruano que pertenecen al DL 276, de 1984: están estancados salarial y formativamente. Y aunque es verdad que suelen ser marginados de las actividades más interesantes y estratégicas de sus oficinas, y utilizados de chivo expiatorio para explicar las malas gestiones que abundan, no se puede negar que se han vuelto el grupo menos competitivo del sector público peruano. Mientras tanto, la reforma del 2104 – que tiene un diseño lógico pero insuficiente a nivel de directivos – no ha logrado pasar de la preparación de insumos previos para la implementación de fondo, porque sus argumentos técnicos (los de un servicio civil de carrera clásico), no logran convencer al MEF o a los presidentes, quienes deciden la entrega del muy alto presupuesto anual que necesita la implementación de la Ley SERVIR. Tampoco la ciudadanía se va poner de su lado, y no porque el tema sea técnico, sino porque no son capaces de prometer nada tangible – en términos de eficiencia – a cambio del mucho gasto público anual que piden para poner en marcha el modelo. Lo que sí obtuvieron, hace algunos años, fue el reconocimiento de una agencia internacional calificadora de riesgos, de ésas que nos amedrentan y chantajean para que hagamos lo que mandan los empresarios del primer mundo.

Con respecto al segundo de tipo de reformas, que llamo esfuerzos de modernización administrativa, me detengo en lo iniciado en el 2000, por razones de espacio y porque es un tiempo muy representativo de esta agenda. Desde el cambio de milenio hasta hoy, se ha intentado introducir – en todo el aparato público – el planeamiento estratégico y la gestión de los recursos humanos (vía CEPLAN y SERVIR desde el 2008) y la gestión con medición de resultados e incentivos a la mejora (vía PCM desde los noventa). Este último dialoga y se complementa con el programa de Presupuesto por Resultados del MEF, que condiciona la entrega de financiamiento público anual, a las entidades, al logro de sus objetivos oficiales en el periodo previo. Así, los esfuerzos de la PCM y el MEF son parte de un solo esquema teórico de gerencia e incentivos llamado gestión por resultados, que como su nombre lo indica, busca que los salarios, la entrega de presupuestos y la permanencia en los puestos dependan de los desempeños de los empleados públicos. A mejores rendimientos, más y cada vez mayores premios. De lo contrario, proceden costos de algún tipo. Este modelo es potencialmente muy eficaz, pero también muy polémico: tiende a pagar muy bien a los servidores, pero considera que los contratos de plazo indeterminado desincentivan la eficiencia. Es decir, su filosofía organizacional colisiona con el espíritu de los derechos laborales clásicos, porque rompe con la permanencia indefinida en los puestos, lo que facilita el abuso del superior al subordinado que quiere mantener su trabajo.

Todas estas rutas modernizadoras se estrellan contra la realidad profesional de la administración pública peruana (brechas salariales, alta inestabilidad y precariedad laboral), y por eso sus avances son discretos, en cantidad cuando el esfuerzo es medible, pero sobre todo en calidad. Sólo el Presupuesto por Resultados del MEF tiene posibilidades de aportar, aunque lentamente y sin capacidad ser relevante en las áreas de línea y asesoría del ejecutivo central y regional, que es donde están los principales responsables de toda burocracia nacional. Es justo en esas áreas, donde se diseña y organiza a un nivel macro – y por tanto se demanda excelencia profesional – donde es imposible cuantificar lo suficiente los resultados laborales, de tal forma que sea factible evaluar, condicionar e incentivar a los servidores en base a su desempeño. En las otras dos rutas (recursos humanos de SERVIR y planeamiento de CEPLAN), el trabajo pareciera tener como premisa que la forma de mejorar el desempeño de los servidores es explicándoles la visión de la reforma y los valores que ésta busca, así como facilitándoles algunos esquemas de sentido común para su implementación, sin contemplar la adversidad de los contextos.

Mi impresión es que, dada la precariedad del Estado peruano y la realidad de su empleo público, los disparadores de eficiencia más potentes, efectivos y factibles (a la mano y fáciles de aplicar) son la temporalidad de los contratos y los salarios. Todas las demás variables, de cualquiera de los dos modelos descritos (leyes de servicios civiles o modernizaciones administrativas), son imposibles o muy difíciles de implementar a nivel nacional, y de ahí que sus resultados sean intrascendentes hasta hoy. Estoy convencido de que si estos dos elementos son combinados en adecuado equilibrio, se pueden obtener muy interesantes resultados. La idea sería introducir, entre todos los servidores públicos que la legalidad permita, un sistema de empleo cuyos contratos duren dos años, renovable hasta en 5 ocasiones (seguidas o no) por un lapso de máximo 20 años. Sumado a periodos de prueba muy exigentes, salarios lo más altos posible (de élite en el contexto peruano), y seguros de desempleo por unos meses, para las salidas o salida final del servicio civil. Los números aquí sólo sirven para representar una lógica, debe ser definidos técnicamente. El punto, como se verá líneas adelante, es que esto reconocería derechos laborales a quienes hoy no los tienen y, al mismo tiempo, elevaría el atractivo del empleo público, lo que produciría mayores esfuerzos de desempeño entre los gestores públicos, tanto para el acceso como para la permanencia en el puesto.

Es de suyo, dada su procedencia teórica, que mi propuesta sea polémica en términos de derechos laborales. Pero antes de intentar razonar sobre sus puntos álgidos, prefiero detenerme en su factibilidad: qué volumen de servidores consideraría atractivo el esquema aquí planteado. Para aproximarnos a una respuesta, debemos detenernos unos minutos – ya termino, paciencia – en los niveles salariales y la temporalidad de los contratos laborales del sector público peruano. Según SERVIR, en el 2014, y fuera de las carreras especiales del Estado, sólo el 62% de los empleados públicos tenía contrato indeterminado: un 36% pertenecía al arriba mencionado régimen del DL 276, cuyo promedio salarial es de más o menos de 1000 soles (inflado con pagos no salariales que no cuentan como referencia jubilatoria), y un 26% pertenece al régimen laboral del sector privado (DL 728), lo que es propio de sólo algunas dependencias del Estado, cuyos salarios se mueven entre 15,000 y 5,000 soles. El resto de servidores (38%) estaba sujeto a contratos que duran, en promedio, entre uno y tres meses, bajo el régimen de Contratos Administrativos de Servicios (CAS). Hoy deben ser el 50% o más de nuestros burócratas, y sus topes salariales son de 3,300 y 12,900 soles, aunque la gran mayoría no pasa de 4,000 soles en la práctica. Este sector de la burocracia peruana, los CAS, estarían encantados de acceder al nuevo sistema de empleo y de honrarlo, lo que dependería, únicamente, de modificar el DL 1057, o Ley CAS, en lo relativo a la temporalidad de los contratos. Luego hay que sumar un novedoso seguro de desempleo, el que debe pensarse y diseñarse con la serenidad del caso, pero debe ser parte del paquete.

Es claro que, en cualquier reforma del servicio civil peruano que se intente, no se puede perjudicar a los empleados públicos que poseen un contrato de plazo abierto. Ese derecho está ganado, y no hay forma de quebrarlo ni es justo. Deben jubilarse en sus instituciones con las actuales reglas de contrato, además ser reconsiderados y repotenciados a la brevedad en el caso del DL 276. Pero la idea, en el largo plazo, es que la propuesta aquí esbozada sea la norma general del empleo público peruano, cuya fisonomía sería la de un exigentísimo, rotativo y prestigioso espacio laboral, donde trabajar unos años beneficiaría mucho a cualquier profesional peruano, además de convertirlo en un ejemplar ciudadano a ojos de la comunidad y el mercado, donde tendrían que ser competitivos porque la administración pública sería, ahora, sólo una etapa en la vida profesional de sus gestores.

Como indico arriba, el modelo de reforma es polémico y pisa territorios políticamente minados. Pero la verdad es que en cada uno de sus flancos está encima, y por varias cabezas, de la realidad actual, y a mucha distancia en cuanto a perspectivas de mejora. El primer punto crítico es su alejamiento de los contratos indeterminados, que es la situación ideal de justicia laboral, aunque su escenario presupuestal habitual es el de las economías avanzadas. ¿Estamos en situación de pagar el costo anual de una reforma bajo el sistema de indeterminación laboral sin tener seguridad sobre resultados en relación a la eficiencia administrativa? Me parece que no. Y por eso planteo un esquema heterodoxo, que no desconoce derechos (al contrario, los agrega en el caso de los CAS), pero hace mutar el esquema contractual arquetípico de nuestro derecho laboral, en nombre de otra razón de Estado que también tiene peso propio, como es la capacidad de gestión del sector público, centro gravitante de cualquier modelo de desarrollo que tengamos en mente. Un segundo temor razonable reside en el hecho de que, en este modelo, el servidor queda sujeto a la arbitrariedad de su jefe frente a las renovaciones de contratos, y que cada dos años puede ser reemplazado por profesionales mediocres procedentes del partido oficialista. Lo primero es cierto: el implícito sistema de evaluación del esquema es bianual, y puede determinar el fin de labores de modo razonable o abusivo. Lo segundo no lo es tanto, por varias razones: un jefe vigilado, sujeto a contratos bianuales, no querrá sacrificar así nomás a un buen empleado por otro mediocre. Lo más probable es que quiera asegurar un reemplazo de su confianza, pero a la altura necesaria de calidad. Como estos perfiles no abundan entre los gestores peruanos, y el nuevo sistema salarial atraería a profesionales competitivos, los empleadores, cuando deban dirimir en sus concursos de selección, buscarán formas de equilibrar sus compromisos políticos y gremiales con sus responsabilidades técnicas y de gobierno. Nuevamente, debemos mirar lo que tenemos hoy en el sector público, y lo que tendríamos con la implementación de esta ruta: sería de una importante inyección de competitividad y eficiencia. Y sobre ello, sí podría ser útil e interesante trabajar las variables de planeamiento y buen entorno, porque lo central del sistema de incentivos, lo salarial y un grado razonable de estabilidad y protección, estás asegurados.

Si alguien tiene una propuesta superior en lógica a la aquí descrita, para inyectar eficiencia al sector público peruano en el corto-mediano plazo, que la plantee y abra la debate. Al suscrito le cuesta mucho imaginarlo. No debe olvidarse que el Estado es el agente más estable y poderoso de la convivencia legal – nunca deja de recibir fondos, de penetrar el territorio y de acumular experiencia – y por ello es uno de los pocos insumos con los que cuenta un país subdesarrollado para superar su rezago. Tenemos que hacer grandes esfuerzos de creatividad funcional y flexibilidad valorativa en este terreno, porque no estamos para desperdiciar ninguna posibilidad de acortar nuestras históricas e inmensas brechas de desarrollo.

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Es momento de decirlo. No se ha jugado ningún partido con el argentino en la cancha. Aún no hace pared con Neymar ni con Mbappé, que lo mira de reojo. Tampoco un pase a profundidad para Icardi. Menos recibir de frente al arco un balón largo de Di María. Ni siquiera un panel o un tiro libre pateado. Messi aún no la toca, pero existe la posibilidad de que sea la peor decisión del siglo. 

Como negocio, es un éxito redondo. El PSG ha vendido en camisetas de Messi el precio de los dos años de contrato que deben pagarle al capitán argentino. En apenas días. Eso hace más inentendible la hipótesis de como el Barcelona perdió a su máxima estrella por razones económicas. ¿Cómo no puede ser posible mantener en el club a un jugador que paga su costo solo con venta de camiseta?

Pero el negocio está cerrado. Hay que ver con objetividad a lo que se enfrente este PSG en términos de logro deportivo. La temporada pasada, los parisinos perdieron la liga francesa contra un modesto Lille. La diferencia entre ambos equipos estuvo en la defensa. De hecho, el PSG anotó 26 goles más. Pero el Lille encajó cinco goles menos, y perdió cinco partidos menos también. 

En la Champions League le pasó algo parecido. Los goles no fueron un problema contra el Bayern Munich en cuartos de finales, hizo tres. Pero el equipo alemán anotó la misma cantidad y fue definido por el gol de visita. Ante el Manchester City en semifinales, se vio la mayor versión de errores defensivos. Un equipo mal parado atrás perdió ante un Guardiola que encontré cuatro goles. 

Como lo ha dicho Thierry Henry, el equilibrio es lo más importante en un equipo. El PSG mantiene a los tres centrales de hace cuatro temporadas: Marquinhos, Kehrer y Kimpembe. Dejaron ir al veterano Thiago Silva que los llevó a la final de la Champions League en el 2020, para traer ahora a Sergio Ramos, otro defensa veterano, que viene sacudido por lesiones. 

Una defensa que no se refuerza bien, pero un mediocampo defensivo que no se refuerza en absoluto. Verrati es el volante defensivo del equipo, el único. No hay competencia en ese ámbito. Y de hecho sus fuertes, son la distribución del balón, el pase y el dribleo. Incluso, en Italia es considerado un mediocampista mixto, y el jugador defensivo en la mitad es Jorginho.  

Pasa lo mismo con Leandro Paredes. En Argentina la gran discusión es cómo va a marcar la volante cada vez que Paredes es el defensivo, lo que abre la posibilidad que Guido Rodríguez alterne el puesto cuando hay un rival de mayor exigencia. De hecho, el argentino fue reconstruido en volante defensivo en el Empoli de Italia para poder jugar, equipo al que había llegado como enganche. 

Las otras opciones en esa parte de la cancha son el portugués Danilo Pereira y el senegalés Idrissa Gueye, dos volantes de menor prestancia. A ellos se ha sumado esta temporada Georgino Wijnaldum, un volante mixto cuyas principales talentos también se encuentran en la distribución del juego, como Verrati.

Es decir, en una lectura desde el ojo de un futbolero peruano, el PSG en la mediacancha está plagado de Yotún y no tiene nada de Tapia. De esto se quejaba el histórico defensa italiano Giorgio Chiellini cuando decía que el estilo Guardiola había arruinado a los defensas. El defensor central y el volante defensivo han ganado habilidades de pase y distribución, pero sacrifican habilidades de marca.

Todos los últimos campeones de Europa han tenido un volante ancla, defensivo. Kanté y Jorginho en el Chelsea. Kimmich, Goretzka y Thiago en el Bayern. Henderson y Fabinho en el Liverpool. Y Casemiro en toda las versiones del Real Madrid campeón. Busquets antes en Barcelona. Es una posición fundamental que trae una vieja frase futbolera a la conversación: dime cómo juega tu volante de primera línea, y te diré como juega tu equipo. 

Y qué tiene todo esto que ver con Messi, entonces. Pues, el énfasis de ataque que adquiere un jugador como ese en un equipo es inmenso. En sus incontables temporadas en el Barcelona, Messi ha jugado mejor y ha metido más goles cuando el equipo lograba recuperar el balón antes de la mitad de la cancha y empezaba a distribuirla para entregársela a él en tres cuartos para que defina.

Nunca ha funcionado con Messi que él sea un distribuidor del gol. Así que ponerlo detrás de dos puntas, o incluso colocarlo en la volante y poniendo tres delanteros por delante suyo, le resta protagonismo. Messi es el personaje principal de todas sus películas. Entonces hay tres lugares donde puede jugar. Como 9 con dos delanteros más a los lados, tirado hacia la derecha en una línea de tres, o siendo el segundo delantero de una dupla en ataque. 

Mbappé y Neymar, a menos que estén lesionados, van a jugar. No ponerlos es un shock emocional en la tranquilidad del equipo. Di María e Icardi serán los sacrificados e irán a la banca. En los decisivos, serán las tres estrellas adelante. Y ese esquema favorece a Messi, siempre que haya recuperación de balón para distribuir y el equipo no conviva únicamente del pase largo y el contragolpe. 

Algo que en sus mejores épocas era garantizado para Messi por defensores efectivos de alta jerarquía como Mascherano, Piqué, Puyol o Busquets. Y siempre que ellos no han estado, que ha sido muy poco, la frustración del argentino se ha visto evidente. De hecho, los últimos años de recuerdos de Messi en el Barcelona era la de un jugador solitario, disfuncional. O como en la peor Argentina.

El otro rol que Messi no va a cumplir es el de retornar a la marca. Nunca lo ha hecho. Neymar, gordo y ya entrado en los treinta, no está acostumbrado que sea su función de sacrificio en el club donde hasta ahora es rey. El príncipe Mbappé sería el sacrificado, pero tampoco es una función de la que sea muy ducho.

Con los tres arriba, o incluso si el técnico se anima a poner a cuatro galácticos, el PSG pierde retorno. Y va a requerir de mucho tiempo para elaborar. Se habla de que con Messi en París ya no hay excusas para ganar la Champions, pero en realidad hoy el Barcelona se percibe como un equipo más equilibrado. 

No solo el protagonismo ha quedado más distribuido en Cataluña. El Barça hoy, sin el diez, puede modificar el ataque para privilegiar otras formas de llegar al gol, como se vio contra la Real Sociedad. En centro al área tras jugadas por la banda, la profundización hasta la última línea, el contragolpe en un sistema más defensivo. Ya no solo la triangulación o la pelota al diez para la diagonal. 

¿Y si el Barcelona es más candidato a la Champions que el PSG?

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La tragedia en Afganistán está conmocionando al mundo, imágenes de personas huyendo desesperadas ante la toma del poder de los Talibanes ha despertado la indignación global. Es importante destacar que, en este contexto, son las mujeres y niñas las que llevan la peor parte; con menos posibilidades de huir, sin dinero y expuestas a un sin fin de precariedades temen por sus derechos fundamentales y la profundización de una serie de prohibiciones que anulará cualquier libertad posible y su existencia.

La crisis en Afganistán no es reciente, aunque debemos cuestionar y responsabilizarnos por haber mantenido silencio o tal vez indiferencia por lo que pasa al otro lado de “nuestro mundo”. Es claro que la toma de poder de los Talibanes, grupos armados poderosos, fundamentalistas, terroristas y que encarnan al patriarcado más asesino que podamos imaginar, afianza y pone en inminente riesgo a las mujeres de todas las edades.

Es importante recordar que los conflictos armados afectan de forma diferenciada y atroz a las mujeres, quienes son usadas como armas de guerra o como botín de las mismas, despojando de su dignidad a las víctimas. Con ello el patriarcado feroz envía un mensaje de poderío, anula la existencia y vulnera no a una, sino a todas las mujeres del mundo.

La profesora Chinkin, en un documento preparado para el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia, afirmó que “las mujeres son violadas en cualquier conflicto armado, interno o internacional, independientemente de si el conflicto tiene orígenes religiosos, étnicos, políticos o nacionalistas o una combinación de todos. Ellas son violadas por hombres de todos los bandos”*

El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, en su artículo 7 establece que se considera “Crimen de Lesa Humanidad” la violación sexual y cualquier otra forma de violencia sexual de gravedad comparable cometida como un ataque generalizado y sistemático contra una población civil. En su artículo 8 establece que, estos hechos son infracciones graves a los Convenios de Ginebra de 1949, por lo que se consideran “crímenes de guerra”.

Hechos atroces como la tortura y violencia sexual contra las mujeres cometidos en la Ex Yugoslavia, en los conflictos armados de Ruanda, Guatemala y Perú, por mencionar algunos, han puesto en evidencia como son las mujeres y las niñas, las más expuestas a la violencia y la barbarie. La exclusión que vivimos se profundiza en contextos de conflicto volviendo a recordarnos que aún nuestros derechos no se encuentran garantizados en todo el mundo ni por completo.

Hoy integridad y dignidad de las ciudadanas afganas esta en grave e inminente riesgo, su delito, ser mujeres. Es urgente que la comunidad internacional intervenga para salvaguardar la seguridad del pueblo Afgano y – especialmente-  de las mujeres, quiénes se encuentran huyendo y con gran temor frente al fanatismo y al fundamentalismo armado que terminará con sus vidas. El grito internacional debe ser uno #TodasSomosAfganas.

* En: De la Violación y otras graves violaciones a la integridad sexual como crímenes sancionados por el derecho internacional humanitario. Aportes del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia. Elizaebth Odin, 1997.

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Afganistán

La inteligencia de Béjar parece haberse subordinado a los disfrutes del poder. No se halla otra explicación a que se aferre a un cargo, en el que, a pesar de la breve estancia, le ha generado un problema político mayúsculo al recién estrenado gobierno.

No hay contexto alguno en el que sus opiniones sobre los orígenes de Sendero Luminoso y la presunta participación ominosa en ello de nuestra Marina de Guerra -que tantas víctimas tiene en sus pasivos históricos por obra y gracia del terrorismo-, puedan ser admisibles.

Es un disparate y es un agravio. Y no estamos hablando de declaraciones de hace veinte o treinta años, sino de apreciaciones efectuadas hace pocos meses, es decir, pareceres que el Canciller debe mantener en ristre y seguir sosteniendo en su fuero interno.

Pues resulta claro que alguien con ese pensamiento, propio del infantilismo de izquierda que se apreció cuando recién apareció Sendero Luminoso en el Perú (y sobre lo cual, dicho sea de paso, la izquierda peruana no ha dado cuenta histórica y en lo que no abunda, como debiera haberlo hecho, el Informe de la Comisión de la Verdad ni, por ende, el Lugar de la Memoria), no puede ser Canciller de la República.

Probablemente, Béjar provenga de la cuota de poder ministerial de Vladimir Cerrón. Un motivo más para que el presidente Castillo recapacite respecto de la capacidad de influencia que le está permitiendo al secretario general de Perú Libre.

Los grandes problemas del presente -salud y economía- requieren una mirada pragmática de parte del régimen. En ese sentido, los nombramientos de Hernando Cevallos y Pedro Francke, dentro de lo factible, parecen acertados. Pero muchas de las otras designaciones ministeriales y en particular la del canciller Béjar, generan un ruido político gigantesco, que afecta directamente la marcha de los dos programas esenciales de gobierno mencionados.

La bajísima aprobación del gobierno se debe no a la campaña de la derecha mediática o el acoso político de la oposición congresal. Se debe básicamente a los enormes desaciertos cometidos por el Presidente en la designación de su gabinete ministerial, la percepción de la influencia de Cerrón, y la terquedad en insistir con la Asamblea Constituyente. Tiene que corregir ello si quiere mantener niveles de aceptación ciudadana mínimos para sobrellevar un gobierno con alguna credibilidad (ya vimos cómo se ha reactivado el conflicto en Las Bambas, a despecho de la intervención del propio Premier Bellido).

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Héctor Bejar, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

El imaginario occidental se alimentó, en gran parte, por lo que el cine norteamericano nos dejó con su perfil de espectáculo. Es interesante analizar que la palabra espectáculo viene del latín “spectaculum” y significa: medio para «ver», «presenciar». Al cine se le vincula con el entretenimiento y la diversión. “Diversión” viene del latín “diversio” y significa «acción y efecto de recrear».

“Entretener” supone una tensión entre dos puntos de interés, es decir, incentiva la concentración; mientras que “diversión” desune o disgrega. Este análisis nos permite entender que el espectáculo del cine se concibe como entretenimiento antes que diversión; y es gracias a este punto de vista que el espectador reconoce obras cinematográficas, las contempla, reflexiona y utiliza el intelecto.

El cine, a su vez, va más allá del entretenimiento porque es responsable de la manifestación de historias que sintetizan el mundo:
“Historias leídas en el momento oportuno, jamás te abandonan. Puedes olvidar el autor o el título. Puedes no recordar precisamente lo que sucedió. Pero si te identificas con la historia, ella continuará dentro de ti por siempre.” (Neil Gaiman)

Las historias son tan poderosas que le dan sentido a nuestra vida: identidad, personalidad, organización e incluso evolución. Estas al ser contadas, producen hormonas y diseñan experiencias kinestésicas. La kinestesia proviene de la lengua griega “kínesis”, que significa “movimiento” y “áisthesis” que se refiere a la “sensación”. La kinestesia no sólo estudia el aspecto físico y sensorial del movimiento sino también el emocional, tratándose de las sensaciones que los distintos puntos corporales se encargan de transmitir continuamente a los centros nerviosos, ya sean provocadas por agentes internos o externos. De esta manera, el arte de contar historias o “storytelling” se convierte en un generador de hormonas como dopamina, oxitocina, endorfina, cortisol y adrenalina.

Las historias siguen una estructura narrativa y una línea temporal. Campbell, Syd Field, McKee son autores que desarrollaron paradigmas narrativos basados en el paradigma clásico de tres actos de Aristóteles. Para todos ellos, el acto es una sucesión de secuencias que llevan a un cambio que es irreversible y inalterado. Primero se encuentra un inicio, el primer acto, donde se presenta a los personajes y su normalidad cambia, toma un rumbo distinto debido a un incidente incitante o detonante. Las nuevas decisiones de los personajes traen consecuencias que los llevan al segundo acto de la historia, al nudo, donde aparecen las dificultades e impedimentos. Finalmente hay un segundo punto de inflexión que nos lleva, como espectadores, al punto más alto de producción de hormonas, es el momento del personaje de tomar una decisión importante que rectificará la toma de decisión del primer acto. Aquí me refiero al clímax, al tercer acto, el cual se puede comparar con el postre de una buena cena: si está a la altura de todo lo anterior la experiencia es inolvidable. Sin embargo, un mal postre puede hacer que el recuerdo de la cena sea malo.

Me atrevería a concluir que el cine visibiliza problemas, despierta emociones, genera hormonas y sintetiza la vida en historias memorables.

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Cine, Entretenimiento
  1. ¿La Constitución es la norma máxima dentro del sistema legal peruano?

En el Perú, cosa que no sucede en todos los países, los tratados internacionales que tratan sobre derechos humanos tienen el mismo rango que nuestra Constitución. Por ende, las disposiciones constitucionales se interpretan a la luz de los tratados suscritos y ratificados por el Perú.

  1. ¿Quién es responsable de interpretar la Constitución?

El Tribunal Constitucional. Dado que la Constitución es dinámica, lo establecido en sus artículos puede ser complementado por las decisiones del TC.

  1. ¿La Constitución garantiza igualdad ante la ley para todos los peruanos?

Si. La Constitución contempla una lista abierta de derechos fundamentales, entre los que se encuentra el derecho “a la igualdad ante la ley” para quienes residen en el Perú. Esto significa que, según la carta magna, nadie puede recibir un trato distinto sobre la base de su raza, religión, sexo, entre otros.

  1. ¿Es verdad que la Constitución actual no garantiza el derecho a la educación?

Es falso. El TC ha señalado que el derecho a la educación constituye un derecho fundamental, pues es mediante el acceso a la educación que una persona puede lograr su libre desarrollo (https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2017/00853-2015-AA.pdf). Adicional a ello, el Pacto internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, tratado internacional del cual el Perú es parte, también contempla a la educación como derecho fundamental. (https://www.ohchr.org/sp/professionalinterest/pages/cescr.aspx).

  1. ¿Y la salud?

El artículo 7 de la Constitución señala que todos tienen derecho a la protección de la salud. El alcance de este derecho, al igual que el de educación, ha sido desarrollado por el Tribunal Constitucional.

  1. ¿Qué dice la Constitución en materia laboral?

La Constitución refiere que las relaciones laborales deben contar con la igualdad de oportunidades. Este ha sido desarrollado también por el Tribunal Constitucional, adicional al tratado internacional que mantiene el Perú con el Organismo Internacional de Trabajo (OIT).

  1. ¿Finalmente, la Constitución garantiza el derecho a la vivienda?

El derecho a la salud mencionado arriba garantiza las condiciones mínimas de salud, como el ambiente equilibrado, adecuada vivienda, entre otros. (https://www.tc.gob.pe/jurisprudencia/2005/02064-2004-AA.pdf)

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Constitución del 93
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