Opinión

En esta semana, de partidos de eliminatorias para la Copa Mundial de Qatar 2022, el fútbol como tal quedó en un plano secundario frente a unas intervenciones simbólicas, en su mismo espacio, que han generado no solo atención mediática, sino también discusión y formación de posiciones críticas. Y es que, previo a su partido frente a Gibraltar el pasado miércoles, el representativo futbolístico noruego salió al terreno de juego con unas camisetas que contenían —aludiendo a la explotación y abusos que sufren los trabajadores migrantes dedicados a la construcción de la infraestructura deportiva en territorio catarí— la siguiente inscripción: “Derechos Humanos. Dentro y fuera de la cancha”. Antes de ser una reivindicación puntual escandinava, días después, la selección alemana se identificó con el mensaje y salió, para su encuentro ante Islandia, con sus jugadores portando, de forma individual, una letra para formar la palabra  “HUMAN RIGHTS”.

 

No creo conveniente discutir aquí el grado de radicalidad de estas acciones ni lo estrictamente legal. Solo, en principio señalar que, en el ámbito del —por lo general —conservador fútbol espectacularizado, donde los márgenes para expresiones críticas o expresión de mensajes sobre causas sociales son bastante reducidos por la posibilidad de sanciones oficiales, estas acciones se han revestido de particular importancia al sentar posición, visibilizar, llamar la atención, poner “sobre la mesa global”, un asunto generalmente ignorado por la gran prensa deportiva.

 

Ahora bien, como indicó Slavoj Zizek en su libro El Coraje de la desesperanza, en el marco de la situación económica actual , diversas formas —aunque, obviamente, no bajo un manto legal— de «esclavitud» han emergido y vuelto a manifestarde en diversas partes del globo. Así, uno de los ejemplos que expone, adquiere sentido en este contexto; es decir, la de los “millones de trabajadores inmigrantes en la península saudí (EAU, Qatar, etc.) que se ven privados de sus derechos civiles y libertades elementales y sometidos a una movilidad restringida”.  Bajo la perspectiva del filósofo esloveno, esto, lejos de ser “un accidente deplorable”, es, en realidad, una “necesidad estructural” para el funcionamiento del sistema.

 

De hecho, un informe reciente publicado el diario “The Guardian”, demuestra que, desde que Qatar obtuvo —en el 2010— el derecho a ser sede del campeonato mundial y se embarcó en un acelerado proceso de construcción de infraestructura deportiva, 6500 trabajadores —provenientes de la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka— han fallecido en su territorio. Y, aunque según los portavoces del régimen catarí, sólo 37 de los que fenecieron están directamente vinculados a las obras de los estadios, su versión ha sido cuestionada y rebatida.

 

Un aspecto resaltado en el informe es que el 69% de las defunciones de los trabajadores indios, nepalíes  y bangladesíes y hasta el 80% de los indios, son clasificadas por autoridades de la monarquía absolutista, como  vagamente “naturales”, lo cual no hace sino revelar los métodos poco transparentes —la ley prohíbe los exámenes post mortem— que se emplean en el país organizador del torneo. Para el periódico británico, que viene siguiendo el caso de cerca, esto tendría relación con la exposición de los trabajadores a “niveles potencialmente fatales de estrés térmico, trabajando a temperaturas de hasta 45 ° C durante hasta 10 horas al día”.

 

En esa línea, Amnistía Internacional también ha investigado este problema  desde hace años e identificó ocho manifestaciones de la explotación en el país del Golfo Pérsico. Pagar altas sumas de dinero a contratistas para conseguir el trabajo, vivir en condiciones deplorables, ser víctimas de engaños sobre el salario a cobrar, retrasos en los pagos, un régimen de inmovilidad inducido por los empleadores, imposibilidad de salir del país o cambiar libremente de trabajo —los empleadores generalmente confiscan los documentos de identidad de los trabajadores—, amenazas  constantes ante cualquier reclamo y, en algunos casos, trabajo forzoso bajo métodos intimidatorios, son los elementos que configuran la experiencia de los trabajadores migrantes en el régimen catarí.

 

“Aún recuerdo mi primer día en Qatar. Prácticamente, lo primero que hizo [un agente] que trabajaba para mi empresa fue quedarse mi pasaporte. Desde entonces, no lo he vuelto a ver”, expresa Shamin, un jardinero de Bangladesh que brindó su testimonio a la organización de derechos humanos. “Mi vida aquí es como estar en una cárcel. El gerente de la empresa dijo: si quieres quedarte en Qatar, cierra la boca y sigue trabajando”, agrega Deepak, obrero metalúrgico que trabaja en el estadio Jalifa.

 

En realidad, desde su designación, la Copa Mundial de Qatar 2022 estuvo marcada por irregularidades y sospechas graves de sobornos millonarios vinculados a la votación, con un supuesto protagonismo del exfutbolista Michel Platini. Las investigaciones judiciales, que se enmarcan en la causa del FIFA Gate, continúan, y dirigentes futbolísticos de todo el mundo, se encuentran, todavía, enfrentándose a la justicia. Cuando Mark Fisher, en su análisis sobre la producción de un famoso artista británico contemporáneo, afirmó que, en sus obras, las “únicas certezas son la muerte y el capital”, en realidad parece que se refería a lo que envuelve a este, cada vez más notorio, cuestionado y rechazado públicamente próximo Mundial de Fútbol.

 

Tiene razón Guillermo Nugent cuando mira con desdén a aquellos que, casi en una renuncia a la comprensión, se limitan a decir que el Perú es un país “muy complejo” y lo dejan ahí, entrampado y sin solución. Por eso es notorio (escandaloso, diría) el divorcio que existe generalmente entre el discurso político y temas clave de nuestra propia constitución cultural, como la heterogeneidad, la idea de culturas o patrimonios vivos o la riqueza en la percepción de la otredad que ofrece el fascinante –y desafiante– mosaico nacional.

 

Uno de los aspectos más interesantes del mundo andino es sin duda la religiosidad, donde se entremezclan sabia y creativamente elementos originarios y de la cristiandad. En estas celebraciones, la fiesta, la devoción, la alegría, componen un verdadero collage sincrético que, lejos de aspirar a ser una pieza de museo, cambia, se alimenta de nuevos ingredientes, es un repertorio dinámico y que mantiene, además, un vínculo muy profundo con la teatralidad.

 

Así lo entiende Zoila Mendoza, antropóloga peruana que ejerce la docencia en la Universidad de California (Davis), quien en Qoyllur Rit´i. Crónica de una peregrinación cusqueña nos ofrece una detallada etnografía sobre la fiesta del Qoyllur Rit´i, una de las más importantes de la antigua capital del incario. En fecha que varía cada año, entre los meses de mayo y junio, miles de peregrinos se dirigen al santuario del taytacha Qoyllur Rit´i (“Señor de la nieve brillante”), en el nevado Qulqipunku, a cinco mil metros de altura, en la cordillera del Vilcanota.

 

En cinco capítulos relativamente breves, Zoila Mendoza aborda la festividad desde diversas miradas, todas ella entrelazando elementos míticos y religiosos de diverso origen. El primer capítulo alude a una canción, llamada “Chakiri Wayri”, que marca el encuentro de los peregrinos y su mutuo reconocimiento en la música y el mito que late en ella, el encuentro entre el niño pastor Marianito Mayta y el Niño Jesús, naciendo de este modo una gran amistad.

 

El capítulo segundo examina el trasfondo ritual que tiene el acto de peregrinar o caminar hacia el santuario y la autora nos recuerda la existencia de la palabra quechua “puriy” cuyo doble significado nos deja poner un pie en la tierra y otro en lo sagrado, es decir, caminar y viajar. La caminata, por supuesto, tiene un sentido ancestral, pues ha sido la forma de movilizarse de campesinos y comuneros por largos siglos, lo que permite entrever una manifestación de su cotidianidad. Pero está también el sentido religioso, cifrado en la caminata hacia el encuentro con el apu.

 

El tercer capítulo se centra en el examen de las nociones de “pampachay” y “hucha” que una traducción apurada ha vinculado a un marco católico como equivalentes a perdón y pecado, respectivamente. Sin embargo, Mendoza desentraña más profundamente su sentido y anota la reverberación de estas palabras quechua en el contexto de la reciprocidad, el intercambio, la noción de trabajo comunitario que acompaña a los peregrinos al santuario.

 

El capítulo cuatro establece algo así como una “semántica” del peregrinaje e incide en una serie de sentimientos y vivencias expresadas límpidamente en la lengua quechua: “Kaswariy” (renacer), “Llanllariy” (avivar/reverdecer), “Panchariy” (florecer) o “Chi´n” (silencio) y “Manchakuy” (miedo).

 

El capítulo final muestra las manifestaciones vivas de esta peregrinación y cómo los pobladores de Pomacanchi danzan con orgullo devoto la k´achampa en honor al Taytacha Qoyllur Rit´i. Zoila Mendoza ha escrito un libro que nos permite comprender cómo lo sagrado tiene un tejido íntimo con la experiencia vital y cotidiana de una comunidad andina; ha representado, además, un fresco social y cultural donde aparecen personajes maravillosos (los ukukus, por ejemplo) y donde la música, la danza, la oralidad y la fe componen un maravilloso espectáculo digno de estudio y desciframiento. Ya leer esta crónica, querido lector, es una manera de peregrinar al santuario.

 

Qoyllur Rit´i. Crónica de una peregrinación cusqueña. Lima: La Siniestra, 2021.

Luego del debate de América Televisión, que vio más de un millón de personas, los puestos en las preferencias electorales se han movido. ¡Más de una sorpresa!

Lescano (11%, -1.2): llega a su techo y empieza a descender. El fenómeno Castillo no solo parece quitarle votos a Mendoza sino también al candidato de Acción Popular. No le fue bien, además, en el debate.

Forsyth (8.1%, +0.1): Congelado. El voto Esto es guerra se mantiene, pero ya empiezan a aparecer denuncias en su contra y a recibir ataques de sus adversarios. Eso siempre hace daño. En algún momento, su orfandad ideológica le va a pasar factura.

Fujimori (7.1%, +0.6): sigue creciendo. Lenta, pero sostenidamente. No se sale de su libreto aunque arrecie la tormenta. Su estrategia es clara: el suyo no es el aborrecible fujimorismo de los últimos cinco años sino el de los 90. Debe esperar a que algunos le crean.

Mendoza (5.4%, -0.5): la benefició el debate, pero Castillo parece haberle quitado más votos de los que pudo haber ganado al domingo pasado. Salvo que ocurra una catástrofe con Lescano, se ve muy difícil que la candidata de Juntos por el Perú pase a la segunda vuelta y gane la semifinal de la izquierda.

López Aliaga (5.2%, -2): se desploma. Baja al quinto lugar. Era previsible. Tanta altisonancia y agresividad le iban a costar en las preferencias electorales. Se ha convertido en el candidato de la amargura. Su walk over en el debate influye. La avalancha de denuncias en su contra también le han hecho mella. Erasmo Wong no fue suficiente.

De Soto (4.5%, =): ni crece ni cae. Esta encuesta no mide el incidente de la vacunación en Miami, pero el autor de El misterio del capital va a necesitar algún impulso extraordinario para trepar y meterse en la pelea. Demasiados errores cometidos en los últimos días.

Castillo (4.3%, +1.8): sigue siendo la sorpresa. Lescano y Mendoza son sus víctimas. A ambos les arrancha votos. Y lo más probable es que siga creciendo (hay segmentos en los que tiene 0% y allí aún no se ha aparecido de visita).

Acuña (4%, =): estancado. Ha hecho una buena campaña, pero por alguna razón indescifrable no ha pegado. Su narrativa era la correcta, la del emprendedor surgido de la pobreza, pero esta vez -a diferencia del 2016-, no ha hecho click.

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La sucesión de dislates cometidos por Hernando de Soto, candidato de Avanza País, ya se acercan al autosabotaje. Dice que no aceptaría vacunarse en el extranjero porque sería un privilegio inaceptable y a renglón seguido lo hace, reconociéndolo solo luego de ser pescado por la prensa. Por cierto, no tiene nada de malo que lo haga, pero lo que subleva es la impostura.

Dice haber publicado su plan de gobierno en The Economist y en The Wall Street Journal, y a los pocos minutos es desmentido tajantemente. A lo sumo, no pasaba de haber publicado algunos artículos, por lo demás bastante alejados de lo que podría ser una propuesta gubernativa cabal.

Sus voceros lo felicitan con algarabía por haber sido mediador exitoso entre el gobierno y los transportistas de carga que habían paralizado sus labores y bloqueado carreteras. Al final, uno se entera que De Soto solo se había reunido con taxistas informales y que no tuvo ni la más mínima injerencia en la solución del problema. Uno de sus aúlicos más entusiastas llegó a decir que De Soto no había esperado al 28 de julio para empezar a gobernar.

En días anteriores habíamos especulado sobre un eventual ascenso en las encuestas de De Soto, porque había salido del pasmo en el que se encontraba y había empezado una maratón de visitas regionales y apariciones mediáticas muy propicias. Y si a ello se le sumaba el estancamiento de la candidatura de López Aliaga, había margen para pensar que el autor de El misterio del capital podía terciar en la pelea de la derecha por pasar a la segunda vuelta.

Todavía es posible que suceda y que el pueblo le perdone o pase por alto sus gazapos, pero si no ocurre y hay un castigo cívico, será única y exclusivamente responsabilidad suya y de su entorno dócil de consejeros, que parecen no ser capaces de empinarse sobre el desbordado narcisismo del candidato.

Estamos todavía en los primeros 30 minutos del primer tiempo del partido por la primera vuelta y en la semifinal de la derecha se mantiene un empate técnico, pero De Soto se ha hecho merecedor de varias tarjetas amarillas que en pocos días sabremos si lo han afectado y beneficiado a sus adversarios.

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El problema mayor del Perú es la corrupción. Incluso la catástrofe que hoy vivimos, con miles de muertos por falta de oxígeno, de camas UCI, falta de pruebas moleculares, presuntos negociados en la compra de una vacuna con serias dudas sobre su eficiencia, etc.,  puede tener su explicación en el manejo corrupto de los intereses públicos. El bien común se ha extraviado, somos una sociedad fragmentada. En doscientos años de independencia no hemos podido cumplir la promesa de vida republicana de una sociedad libre, igualitaria y justa.

 

Hoy, en pleno tiempo electoral, podemos constatar que ningún candidato tiene la más mínima idea de cómo combatir con este flagelo de la corrupción. Más allá de los lugares comunes y las medidas cosméticas ninguno se ha planteado lo realmente importante, cómo lograr el suficiente civismo y compromiso colectivo para empezar a vivir en una comunidad política y no en un conglomerado de intereses difusos y egoístas en lo que hemos convertido al país.

 

La medianía y la orfandad de ideas en los candidatos a la presidencia es el sino de esta elección. Su enanismo electoral se explica por su absoluta incapacidad de convencer, pues para convencer se necesitan ideas, propuestas y ofrecer esperanza a los ciudadanos. Ninguno de los actuales candidatos es capaz de ello. Tal vez, porque todos se mueven en el marasmo de la corrupción ya sea porque ellos mismos o los líderes de sus partidos están siendo directamente investigados por corrupción, ya sea porque mantienen una relación conflictiva con la ley y son incapaces de cumplirla, ya sea porque hayan tenido que hacer pactos con organizaciones cuestionadas, ya sea por su “descuido”, sino complicidad, en llevar como candidatos al congreso a investigados o sentenciados. En todos los casos, la imposibilidad de ofrecer un plan concreto contra la corrupción obedece a su incapacidad de presentarse con las manos y el alma limpia frente a ella.

 

En los últimos 40 años la historia política del Perú ha ido cayendo en un proceso de descomposición cada vez más fuerte del que parece no existe salida. Un proceso que afectó la estructura misma del tejido social y que reproducimos en nuestras relaciones más cotidianas: violencia, autoritarismo, informalidad. La “cultura chicha”, tan alabada por algunos científicos  sociales en los noventa, se terminó convirtiendo también en una cultura que pasó de la transgresión a la permisibilidad con el delito. Se instituyó así un pacto infame que parecía decir: Te dejo robar a cambio que me dejes transgredir o Roba pero haz obra.

 

La “moral criolla”, caracterizada por lo que Gonzalo Portocarrero llamó “goce de la transgresión”, es el resultado de un fuerte conflicto aún hoy no resuelto entre la imposición colonial y la resistencia criolla. En este sentido, puede entenderse que en la sociedad criolla se haya dado un rechazo solapado de un sistema legal percibido como ajeno, extraño, impuesto, abusivo y corrupto. A su vez en este rechazo se inscribe un goce del oprimido, que al subvertir la ley y salir indemne de ello, se sienta definitivamente superior a los demás.

 

Es esta necesidad de afirmar su propia subjetividad como siendo superior a otros la que funciona como ocultamiento de la propia condición de oprimido, en que se desenvuelve el criollo, y que permite la reproducción del abuso y la transgresión a todas las capas de la sociedad. En ese sentido, en la corrupción, la violación de la ley y el abuso a los demás, no importa la posición que se ocupe, se convierten en hechos normales, desarrollándose una tolerancia con la transgresión. Son estas prácticas las que dan origen a la figura del criollo como el “vivo” o el “pendejo” que se va colando en todas las capas de la sociedad llegando incluso al migrante andino de la ciudad, que al llegar a ella se “acriolla” o “aviva” reproduciendo la misma relación de dominio y abuso con los percibidos como “inferiores”.

 

Esto produce a su vez un “gozo por la transgresión”, en el que perdura un desconocimiento del orden moral que idealmente debería regular la sociedad. Ante esta situación en que la “ley se acata pero no se cumple” nadie se escandaliza ni indigna, pasa a ser una práctica común en la que se tolera la transgresión pues ésta permite el goce de saberse un vivo. Está claro entonces, que este “gozo por la transgresión” funciona como parte de una moral negociada a lo largo de los siglos, producto, por un lado, de la falta de legitimidad de la autoridad, sentida como extranjera y abusiva, y por el otro, con la debilidad del Estado para sancionar efectivamente dichas transgresiones.

 

Podemos decir entonces que a lo largo de casi cinco siglos de convivencia se ha ido instaurando un tipo de sociedad donde el respeto por la ley no se ha constituido en el sentido común. No hemos podido construir un orden de entendimiento intersubjetivo moderno, donde la igualdad ante la ley sea el patrón que sustente un Estado de Derecho. Lo que da como resultado una curiosa situación en el que el orden legal queda separado como por una brecha del orden social. En otras palabras, nuestra sociedad se constituye en medio de una extraña combinación de autoritarismo, corrupción y laxitud burocrática en la que conviven la rebelión y el servilismo ritual, el caos más imprevisible y el empantanamiento de todo cambio hacia una sociedad igualitaria. Este parece ser un rasgo característico de la sociedad peruana, pues vivimos como entrampados en un contexto en el que nos definimos en función a ser superiores y gozar de más privilegios que los otros.

 

Es ese pacto el que hoy tenemos la oportunidad de romper y volver nuevamente a instituirnos, en el sentido de Castoriadis, como una sociedad de ciudadanos. Lo que se ha revelado hasta el momento no sólo nos muestra que la corrupción y el robo no conocen de ideologías, sino que sobre todo, nos ha enseñado la profunda miseria de aquellos que alguna vez nos gobernaron. Estamos en un punto de no retorno, en el que continuamos decididamente con el apoyo al trabajo de quienes vienen dando resultados efectivos en la lucha contra la corrupción o caemos nuevamente en el marasmo de un estilo de vida que acabará por destruir el tejido social y hacer la vida insoportable.

 

La esperanza es precisamente que nunca más volvamos a ser condescendientes con el robo y la impunidad, que nuestra relación con el servicio público cambie de una manera significativa y comprendamos que parte esencial de la ciudadanía es involucrarse en los asuntos públicos que implican el bien común. Es decir, desarrollar nuestro sentido comunitario y solidario con los otros que comparten el mundo con nosotros. La apuesta republicana hoy es decir que aún hay esperanza y que para mantenerla es necesaria la verdad.

 

 

Días estos muy interesantes los que estamos viviendo durante las campañas electorales, porque se vuelven un deleite de falacias y falsos argumentos con los que se intentan justificar muchos miedos. Los miedos más interesantes que comentaré solo son cuatro, pues seguro hay más si se presta atención al entorno:

 

El primero es el miedo de las clases medias y altas a un gobierno de izquierda. Estas lo expresan terruqueando a Verónika Mendoza, lo cual no significa que crean que cometerá las atrocidades de Abimael Guzmán; es sólo una forma grosera, violenta, un insulto para mostrar su miedo. Si prestamos atención, observaremos que este se trata de una reacción casi automática de correr a proteger propiedades e intereses financieros, pues se tiene el convencimiento de que apenas llegue Mendoza a Palacio de gobierno impondrá una estatización como la del general Juan Velasco Alvarado cuando tomó las empresas extractivas y los grandes latifundios y los puso en manos de un estado que rápidamente se corrompió y trajo abajo la producción nacional (cuando llegan aquí ya les falta el aire).  ¿Ya ven que está planteando estatizar la producción de oxígeno? Terminaremos como Venezuela, añaden. Como final, para asustar más y mejor, recurren a Nicolás Maduro, la gran sombra amenazante, como lo fue en tiempos de Nadine Heredia, el presidente Hugo Chávez.

 

Ahora bien, la izquierda sabe que Verónika Mendoza se encuentra lejos de esos modelos estatistas latinoamericanos y que su promesa está centrada en el modelo de Estado de bienestar contemporáneo. De ahí que su plan se haya estructurado en relación con los derechos humanos. Pero es justamente esta postura la que despierta el segundo miedo, en este caso, en los marxistas de la vieja escuela internacional, que, al ver esta posición en una candidata, ¡una mujer!, que ha mejorado su discurso hasta convertirse en la más coherente y cuerda de todos los candidatos, están convencidos que seguirá el modelo de Nadine, traicionará todos los principios revolucionarios y se amistará con la CONFIEP rápidamente. Lo cual conduciría a un gobierno muy parecido como con el que contamos actualmente, algo cercano al que en un inicio pareció prometer Yonhy Lescano de Acción Popular, pero que luego resultó ser solo una lista de declaraciones sin mayor sustento que han conseguido que nadie, pero nadie, ya le tema.

 

El tercer miedo es el que despierta Rafael López y bueno, aquí las razones son todas y una a la vez, porque desde su mirada, postura, hasta la forma de mentir e improvisar sin siquiera prestar atención a principios mínimos de ética, nos dan cuenta de un hombre que se debe lacerar para poder contenerse. Si no se gobierna a sí mismo, ¿cómo no temer el violento desborde al que nos llevaría su fascismo, su fanatismo religioso y su marcado desprecio por los demás cuando tenga el poder de dirigir nuestro país? Parece un anuncio apocalíptico pleno de angelitos celestes.

 

Pero el cuarto miedo es el que siento más y por eso lo dejo al final. Lo despierta en nosotras, en nosotros, el ver que una parte significativa de la población de Lima e Ica se siente entusiasmada por el don que tiene López de poder imponer lo que realmente le da la gana, sin sustento alguno. Por el goce que les da como sacerdote, como falso candidato o como la rica mujer sometida, como lo que sean, de no tener que pensar en los demás y poder pasar por encima sin culpa alguna. Y claro, después no quieren que el resto de peruanas y peruanos no miremos a Velasco y le sonriamos recordando viejos tiempos…

 

23 de marzo de 2021

 

Las últimas encuestas revelan con claridad que la ola celeste de Rafael López Aliaga se convirtió en un tumbito. Ya dejó de crecer al ritmo que lo venía haciendo y lo más probable -dada la cantidad enorme de desaciertos que viene cometiendo- es que empiece paulatinamente a bajar en su intención de voto.

El voto ultraconservador tiene un nicho en el Perú, pero tiene un límite que es incapaz de franquear, salvo que quien lo represente sea un candidato convocante, plural, sensato, todo lo contrario a lo que el líder de Renovación Popular viene mostrando ser.

Rehúye debates (no fue al de América Televisión y canceló a última hora el de San Marcos), se muestra cada vez más soez con el gobierno y sus adversarios y ha enfilado sus baterías contra la prensa que legítimamente lo cuestiona o lo investiga. Se permite inclusive retuitear los peores agravios que en las redes sociales se lanzan contra periodistas que lo ponen en aprietos en entrevistas (y, qué curioso, la mayoría son contra periodistas mujeres).

Tiene, además, compitiendo a su alrededor a candidatos del mismo o parecido perfil derechista que están recomponiendo adecuadamente sus estrategias. George Forsyth ha detenido su caída, Keiko Fujimori sigue creciendo lenta pero sostenidamente y Hernando de Soto despertó de su modorra y ha emprendido una maratón de visitas a regiones del país y se prodiga con habilidad en entrevistas en medios de comunicación. La semifinal de la derecha no la tiene ganada López Aliaga y todo apunta a que la va a perder sin atenuantes, producto de sus propios errores.

Sería una gran noticia para la democracia, para la economía de mercado y para las libertades civiles (que tanto ha costado y cuesta instaurar en el Perú), que un candidato como López Aliaga no pase de ser una efímera y lamentable anécdota en el firmamento político peruano.

La ultraderecha no merece tener protagonismo. La construcción de una república moderna y liberal marcha en sentido contrario de proyectos cavernarios que harían retroceder décadas al país.

Solo ha sido la simultaneidad de crisis -sanitaria,, económica, social y política- lo que le ha permitido a López Aliaga cosechar de ello y sorprender a una parte del electorado, pero felizmente todo parece indicar que haber aparecido tan precozmente le va a pasar factura. Este tiempo ha servido para revelar el verdadero rostro tenebroso de un personaje lamentable y peligroso.

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En el gobierno morado, ministros, exministros y hasta el presidente están en el callejón

sin salida de la mentira. El Vacunagate los persigue porque prefirieron

callar desde el principio antes que hablar con la verdad.

 

Han pasado 39 días desde que nos enteramos de la existencia del lote de vacunas de «cortesía» de Sinopharm y de la primera lista de vacunados vips pero hasta hoy nada acerca de la segunda relación que se prometió revelar. Parece que proteger a ciertos funcionarios vinculados a este régimen —y al de Vizcarra— vacunados irregularmente es lo único que sí toma en serio Francisco Sagasti. Y también, por supuesto, negar —como Pedro negó a Jesús— todo lo que salga de la boca de su exministra Elizabeth Astete.

 

Francisco Sagasti no quiere aclarar ante el Congreso las versiones de su excanciller Astete que lo involucran contundentemente en el Vacunagate: «Me vacuné en un acto público y con anuencia del presidente Sagasti», ha confesado ella. Y, además, que tras presentar su carta de renuncia [el 14 de febrero] el presidente Sagasti le propuso continuar como ministra pero que ella le dijo que no. Serias revelaciones que Sagasti, en lugar de aclararlas ante el Parlamento, prefiere negarlas de lejos con comunicados a través de la prensa sin someterse a las preguntas de sus colegas legisladores que todavía ejercen rol fiscalizador. Dice que no tiene información adicional que aportar a la investigación más allá de lo que ya ha declarado públicamente.

 

Bueno, recordemos que Martín Vizcarra declaró públicamente que sería el último en vacunarse y que Pilar Mazzetti dijo públicamente que iba a ser la última en abandonar el barco, haciendo alusión a que sería la última en ser vacunada entre el personal de salud. Mientras eso decían Vizcarra y Mazzetti públicamente, ambos ya se habían vacunado secretamente.

 

Tal parece que el señor de las corbatas rojas con puntitos que a distancia se ven moradas pero que no son moradas —así trató de confundirnos cuando hacía propaganda a su partido— no se ha dado cuenta de que la credibilidad no es una virtud de su gobierno. También es probable que le fastidie el control político que ejerce su institución: el Congreso, de donde no debió salir.

 

24 DE MARZO DEL 2021

 

Un candidato dice que “el primero de mayo, Estados Unidos ha vacunado a toda su población”. Se arma un pequeño escándalo porque está hablando del futuro como si fuera el pasado: aparentemente estaba borracho. Algunos de sus defensores justifican el uso de “ha” para hablar del futuro apelando a una libertad lingüística. Otros dicen que es un valor positivo el haberse emborrachado para compenetrarse con sus electores. Pocos mencionan que la afirmación es falsa. Lo que ha dicho el gobierno estadounidense es que van a comenzar a vacunar a todas las personas, sin restricciones de edad o profesión, a partir del primero de mayo, no que para esa fecha ya habrán vacunado a todo el mundo. ¿Les importa a los defensores del candidato que éste les mienta en la cara? Hace rato que no. El candidato se ha vuelto la medida de todas las cosas. ¿Cómo saber si una encuesta es legítima? Fácil. Si él sale arriba, la encuesta está bien; si no, ha sido comprada por la prensa mermelera. ¿Creen realmente sus seguidores que las cosas son así? La verdad es que no les importa. Sus votantes no quieren ser persuadidos por una buena mentira, solo quieren instrucciones para defenderla en sus redes sociales. ¿Y por qué razón se interesan en defender sus mentiras? No es porque crean que es un mal necesario para proteger al país del comunismo-izquierdista-castro-chavista. Después de todo, no parece importarles que se haya unido con un movimiento de extrema izquierda como el de Antauro Humala. Mi tesis es que este candidato les da la oportunidad de expresar su desprecio por los progres y liberales.

 

Algo parecido sucedió con Trump. En un mitin justo antes de comenzar las primarias republicanas el 2016, dijo que él “podría pararse en el medio de la 5ta avenida y disparar a alguien, y no perdería ningún votante.” Ese año no solo ganó la nominación de su partido, sino también la presidencia de su país. Durante esa campaña hubo innumerables ocasiones en las que Trump hacía y decía cosas impensables para un candidato presidencial, y sus críticos pronosticaban que ‘ahora sí’ sus votantes lo abandonarían, pero eso nunca sucedió y, finalmente, terminó ganando la presidencia. De presidente, Trump no fue diferente. Siempre supo que sus partidarios le permitirían mentir sin escrúpulos. Meses antes de las elecciones del 2020 dijo que si perdía era porque habría habido fraude. Y cuando las encuestas lo proyectaban como perdedor, comenzó una seguidilla de ataques infundados contra el sistema electoral. Un par de meses después de perder la elección, alentó un ataque terrorista a la sede del Congreso, bastión y símbolo de una de las democracias más fuertes del mundo. La gente no vota por Trump porque crea que va a defender la democracia estadounidense o los valores conservadores. Lo único que importa es que Trump insulta sin tapujos a los liberales. Como señala Paul Waldman en un artículo publicado el pasado diciembre en The Washington Post, el desprecio de los conservadores a los liberales es tan profundo que ya no les interesa la democracia. Si respetar un proceso democrático implica que un liberal llegue al poder, no dudan ni un segundo en abandonar la democracia.

 

Me da la impresión de que algo parecido está pasando en el Perú. Nuestro susodicho les da a sus seguidores las herramientas perfectas para expresar su desprecio a los liberales y progres, y con eso están satisfechos. Ya ni siquiera se sienten en la necesidad de racionalizar las mentiras, lo importante es tener una respuesta que dar. ¿Les importa realmente preservar el modelo económico, los valores tradicionales, o algún tipo de ideología? No lo creo. En un mismo respiro critican de inocente la defensa de los derechos humanos, y a la vez elogian cualquier muestra de respeto por los mismos por parte de su candidato. ¿Insulto a la Virgen María? Horrible cuando lo dice un caviar, pero cuando lo hace su defendido simplemente-está-expresando-sus-sentimientos. ¿Antauro Humala? ¡Jamás! Pero… bueno, en verdad sí, lo-que-pasa-es-que-es-con-los-reservistas-y-no-con-Antauro-mismo. No se vota por el susodicho por interés personal o porque se crea que es lo mejor para el país. La gran motivación, el gran premio, es imaginar la cara de impotencia de los ‘izquierdosos’ si el candidato ganara. ¿Es lo suficientemente potente esta motivación para sacrificarlo todo? Me temo que sí.

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.

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