Opinión

Una de las líneas temáticas más importantes de la narrativa colombiana contemporánea tiene que ver estrechamente con la representación, desde diversas aristas, de la violencia y sus efectos en la sociedad de dicho país. Una constatación empírica nos dice, además, que no hay una sino varias violencias: la de las guerrillas, la de los narcos, la del bogotazo y, ciertamente, la violencia de género.

 

En la tradición más reciente pueden encontrarse ya textos emblemáticos, como La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo; Rosario Tijeras (1999), de Jorge Franco; Delirio (2004), de Laura Restrepo; Los ejércitos (2007) de Evelio Rosero o esa gran novela que es La forma de las ruinas (2015), de Juan Gabriel Vásquez, por mencionar algunos textos que son ya referencia en este tema.

 

Si bien Pilar Quintana (Cali, 1972) se suma a la tradición colombiana de la violencia, es preciso mencionar también que ella forma parte de un nutrido grupo de escritoras latinoamericanas, entre ellas las argentinas Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, que han construido un mundo narrativo en el que lo excéntrico, lo fantástico, la locura, el horror y la percepción alterada de la realidad constituyen un poderoso núcleo temático, sin olvidar las connotaciones que se pueden establecer con la experiencia histórica latinoamericana.

 

Quintana, ha sido recientemente galardonada con el Premio Alfaguara de Novela por Los abismos, que debería estar muy pronto en librerías y es autora de otras cuatro novelas: Cosquillas en la lengua (2003), Coleccionistas de polvos raros (2007), Conspiración iguana (2009) y La perra (2017).

 

En días pasados, la editorial arequipeña La Travesía presentó una impecable edición de Caperucita se come al lobo, reunión de ocho relatos de Quintana, un cuentario que sirve de síntesis de las preocupaciones de su mundo narrativo: la exploración de los aspectos más sórdidos de la vida cotidiana (entre ellos, naturalmente, la violencia) y el erotismo abierto y sin tapujos, siempre en el marco de un humor ácido, de una ironía sin concesiones.

 

Ya desde el título, el volumen invita a la inversión de paradigmas, al cuestionamiento de ciertos órdenes consagrados en el imaginario de nuestras sociedades. El cuento que da título al volumen, muestra claramente esa inversión: la joven personaje de este relato tiene una total autonomía de su sexualidad y la ejerce con independencia absoluta, de ahí que ella “se coma al lobo” y abandone el lugar pasivo asignado por el clásico cuento maravilloso. Léase lo que tenga de alegoría y de reclamo a nuestra actualidad, que esa es la manera.

 

Otro cuento presente en este volumen es “El hueco”, en mi opinión el más logrado de todos, no solo por su manejo de la tensión narrativa sino además por la manera descarnada en que la autora describe el sadismo y la bárbara ferocidad con que el narco castiga la deslealtad. A propósito, cualquier parecido con la Hacienda Nápoles y los modales de verdugo de Pablo Escobar, no son mera coincidencia.

 

El lugar de enunciación de estos relatos es sin duda anti hegemónico y todos ellos, de una u otra forma, invitan a un examen crítico de las convenciones aceptadas, de la “normalidad” patriarcal y someten a prueba la pacatería moral. Cuentos que ponen al lector frente a experiencias intensas, dolores inenarrables y vivencias sórdidas. Excúsenme, lectores, de adelantar más argumentos. Solo abran Caperucita se come al lobo, sumérjanse y lean.

 

Era previsible que su ascenso repentino en las encuestas terminase por marear a Rafael López Aliaga. A la legua se le ve que es una persona inestable, voluble y a la que se le sale la cadena a la primera de bastos.

Tremendamente agresivo e intolerante con periodistas, sin importar si son de casas televisivas que son sus hinchas, gestos políticos altisonantes y frases desafortunadas resumen muy bien su último itinerario político.

Lo que parece va a ser un parteaguas en este romance disfuncional que un sector poco ilustrado de la élite AB del país le venía prodigando ha sido este pacto con el Frente Patriótico que comanda Virgilio Acuña, y que no oculta su antaurismo y ha hecho de la libertad del etnocacerista su objetivo mayor.

¿Qué lo pudo haber llevado a cometer ese grave error, que no se va a lograr disimular con desmentidos pueriles a través de notas de prensa? Quizás su vocación miliciana, propia del Opus Dei, orden religiosa ultraconservadora a la que se adscribe, lo llevo a dejarse seducir por los uniformados radicales de la izquierda antaurista. Quizás el mismo espíritu protofascista lo terminó de encandilar. Vaya uno a saber. Tarea de especialistas.

Lo cierto es que nos revela un rostro político más que cuestionable y una personalidad y carácter poco propicios para conducir los destinos del país. A consecuencia de ello, todo permitiría especular que su crecimiento se va a detener y que su votación explosiva será solo efímera y terminará por recalar a predios menos disparatados.

En la derecha, se sobrellevan dos campañas paralelas a la de Renovación Popular, que son las de Keiko Fujimori y Hernando de Soto, que al costado de la de López Aliaga parecen campañas británicas. El juego de ambos es más racional. Keiko apuesta a un crecimiento lento pero sostenido (que puede dar un salto con el trasvase de los lopezaliaguistas desencantados), y De Soto parece haber colocado todas las balas en el último mes de la campaña, suponemos que con mejores resultados que aquellos que se mostraban con una campaña opaca y silente.

Esperemos que así sea. La derecha del país merece una mejor representación que la de alguien como Rafael López Aliaga, el summum de la derecha bruta y achorada, autoritaria en lo político, mercantilista en lo económico y ultraconservadora en lo moral.

Ojalá sus crasos dislates le pasen factura. Si su rush hubiese sido a dos semanas de la elección, quizás era inquilino fijo en la segunda vuelta. No habría dado tiempo para calibrarlo. Felizmente creció faltando un mes y ese impulso anímico lo ha terminado de mostrar en su horrorosa desnudez.

 

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Rafael Lopez Aliaga, Renovación popular

Hasta antes de su exclusión por parte del Jurado Nacional de Elecciones de la contienda del 2016, Julio Guzmán llegó a tener 18% de intención de voto, y César Acuña 13%. Ambos se asomaban como eventuales contendores de la segunda vuelta electoral. ¿Qué ha pasado para que ahora muestren escuálidos resultados? Según la última encuesta de Ipsos, el líder morado tiene apenas 3.1% y el candidato de Alianza para el Progreso 2.6%.

Julio Guzmán: su incidente flamígero, definido como prueba de carácter, le ha jugado una muy mala pasada. Ha destruido su capital político y ello ya se vió en la última elección congresal de enero del año pasado, donde afectó a una buena lista parlamentaria. Guzmán no ha sabido reaccionar. Creyó que guardando silencio y perfil bajo iba a lograr que el incidente se olvidase. Inició así una campaña edulcorada, sin mayor filo, en medio de una situación en la cual la ciudadanía pide confrontación y radicalidad. Recién en la última semana ha empezado a mostrarse beligerante y agresivo. Puede ser demasiado tarde, pero también le puede resultar. Está al borde de la eliminación. Si no muestra crecimiento en la siguiente encuesta, ya casi podría ser descartado en esta contienda, aun a sabiendas de que en el Perú una semana es una eternidad.

César Acuña: se traumó por el escándalo de las denuncias por plagio de la campaña anterior. Se dedicó cinco años a limpiar su imagen y quizás pensó que toda la contienda actual iba a estar destinada a ese tema por parte de sus adversarios. Y resulta que no ha sido así. Por lo mismo, se quedó pasmado los primeros meses sin desplegar una estrategia correcta de campaña y huyendo de los medios de comunicación, temeroso de que su pobre elocuencia lo único que hiciese fuera aumentar la campaña de memes ridiculizantes que lo han agarrado de punto. Al final, ha sabido encontrar un filón productivo, como es el del empresario exitoso que surgió de la pobreza, que además reivindica su hablar como propio del pueblo. Tiene una marca potente, sobre todo en el norte del país. Quizás tiene un voto escondido por esa razón.

Ninguno de los dos está descartado. Dada la poca intención de voto de todos los candidatos, basta crecer cinco o seis puntos -lo que es perfectamente factible- para volverse a colocar en el partidor. Esta elección se va a definir faltando días u horas. Nadie está fuera aún. Por lo menos, no lo están los dos mencionados, los excluidos del 2016.

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César Acuña, JNE, Julio Guzmán

En este tramo de la campaña presidencial, a propósito de la revelación de ciertas prácticas de piedad religiosa por parte de uno de los candidatos a la presidencia, se ha reavivado un debate en torno la relación entre la religión y la política. Las reacciones a lo que constituye una práctica religiosa, se han puesto de manifiesto recurriendo a la ridiculización, sorna y hasta a la ofensa contra los símbolos religiosos que representan a las creencias de millones de ciudadanos. Incluso la prensa, de una manera vergonzosa, ha hecho escarnio de un tema tan profundo, sagrado y personal como el de la religión. De una parte a otra, los extremos se vuelven a tocar en el punto común que los vincula, a saber, la intolerancia.

 

No se puede negar que la religión es un elemento constitutivo del mundo de la vida de todas las comunidades humanas. Es con la modernidad europea, y específicamente con la revolución francesa, que se empieza a operar un fuerte proceso de racionalización y secularización que han menguado el alcance y la influencia de la religión en el espacio público.  Con la separación entre Iglesia y Estado se sustituye la autoridad de lo sagrado por aquella moderna del consenso, que corresponde más al uso del poder. Sin embargo, no se pueden negar  los valores religiosos como fundamento de la democracia y cómo éstos contribuyen a las reglas, procedimientos y normas que rigen los estados de derecho. Baste dar una mirada a la Declaración Universal de los Derechos Humanos para notar que el primer y más importante reconocimiento que hace es a la dignidad humana, sin duda un concepto elaborado por la teología cristiana, al igual que la acepción contemporánea del concepto mismo de persona. Pero, no obstante este reconocimiento del aporte de la religión a la democracia, no impide exigirle a ésta que renuncie a reclamar la posesión de la verdad y acepte la autoridad de la ciencia y se sometan a la ley secular. En otras palabras, tanto el fundamentalismo religioso como una extrema secularización destructiva son igualmente perjudiciales para la sociedad.

 

Para comprender el debate aludido líneas arriba, debemos hacer una aclaración imprescindible, entre los conceptos de laicidad y laicismo. Se entiende por el primero, el hecho político y jurídico de separación de Estado e Iglesia. En este sentido, la laicidad no tiene que ver con la religión como tal (principio de neutralidad del Estado en temas religiosos), sino con que el espacio público quede libre y en condiciones de igualdad para todos. El laicismo, por su parte, se entiende como la acción militante para llegar a la conquista de la emancipación laica y por tanto, ataca a la religión y las creencias religiosas de los ciudadanos. En el caso presente, es obvio que los críticos de las prácticas religiosas de tal o cual candidato se mueven en el ámbito del laicismo.

 

La laicidad se funda en dos principios básicos: el respeto a la igualdad entre los individuos y la protección de la libertad de conciencia y de culto. Por ello, desde una perspectiva moderna, la separación entre Iglesia y Estado y la neutralidad de éste respecto a las religiones son principios institucionales sin los cuales dicha separación no resulta alcanzable. En una república moderna, un ciudadano  es sólo un ciudadano y no está obligado a ser  antes y previamente un católico, un musulmán, o, por su puesto, un ateo. No podría tener una obligación por pertenencia o por rechazo. Esto es lo que la igualdad y la libertad deberían garantizar. El principio de igualdad es el origen y fundamento de todos los derechos, todas las personas tienen igual valor para el Estado. Las diferencias entre ellas no deberían afectar para nada a tal principio y la política no debe romper este principio en su trato con los ciudadanos, no debe hacer que la ciudadanía sea jerárquica. Éste es el valor radical del laicismo, por eso, carece de rigor pretender que una creencia, sea ésta religiosa o no, sea superior a cualquier otra, al menos en el ámbito público.

 

No puede entenderse a un Estado como laico sin la irrestricta defensa del derecho a la libertad de conciencia. Como señala Martha Nussbaum: «La conciencia es valiosa, merecedora de respeto, pero también es vulnerable, susceptible de ser herida y encarcelada… por ello necesita un espacio protegido a su alrededor… El Estado debe garantizar ese espacio protegido». Esta es la razón por la cual el Estado no debe intervenir en materia religiosa, no porque no sea importante para cada ciudadano, sino porque sabe con total claridad que lo es. Cualquier intervención en materia religiosa podría interpretarse como sesgada hacia alguna opción. El Estado y las instituciones deben manifestar su respeto escrupuloso hacia las personas, sean cuales sean las convicciones religiosas que tengan. Laicismo, entonces, es sinónimo de respeto a cada uno y a su propia conciencia.

 

Por ello, resulta sorprendente la enorme campaña ofensiva de desprestigio, banalización y burla a las creencias de gran parte de la población peruana, por parte de una élite que se proclama laica y defiende el Estado Laico. Parecen no saber lo que defienden ni lo que quieren. Burlarse de los símbolos religiosos atenta contra la dignidad de toda una comunidad. Pues en temas religiosos nunca se trata de un individuo, como nos enseña Carlos Thiebaut “es importante ya notar que esta distinción entre público y privado (…) por ejemplo en el derecho de la libertad de creencias o de culto, es cuanto menos borrosa: toda creencia, toda práctica de justificación, es ya una creencia pública no es una creencia que se refiera a una imposible gramática de individuos aislados.” Entonces, cuando se recurre a la burla de las creencias religiosas, ésta no se dirige a una persona en particular, sino a toda la comunidad que la sustenta.

 

Es esta intolerancia y ceguera la que ha causado muchas veces conflictos que han llevado a la violencia y el extermino. La burla a las creencias religiosas más arraigadas del pueblo esconde en realidad la discriminación y el maltrato, de una élite, hacia a éste, por considerarlo ignorante, primitivo e irracional en el modo como han decidido conducir su vida. Esto sólo revela su intolerancia y su incapacidad de pensar. Es por demás llamativo que 200 años después de nuestra independencia un sector de nuestra prensa no haya aprendido nada de democracia y siga tratando a los ciudadanos como si fueran estúpidos, como si no se pudieran hacer responsables por sus elecciones personales y por la libertad de su propia conciencia. El respeto a la diferencia y la diversidad aún es una terea pendiente para todos los peruanos.

 

Es tiempo de visibilizar aquellas candidaturas que aprovechando un contexto de dolor traen consigo propuestas, personajes y una ideología de odio revestida de “superioridad moral” que amenaza con hacer daño, poniendo la palabra de “Dios” como justificación para retroceder décadas en materia de derechos de las mujeres e igualdad y profundizar un modelo económico deshumanizante que – en gran parte- es responsable del drama que se vive.

 

Concretamente me refiero a Rafael López Aliaga y su entorno plagado de personajes peligrosos, fanáticos y fundamentalistas, con pensamientos trasnochados y discriminatorios. No sólo su candidata a la Vicepresidencia Neldy Mendoza (que renuncia fuera de tiempo), sino además una de sus candidatas al congreso, la señora Milagros Aguayo; cada una de forma diferenciada ha señalado que las mujeres somos seres sin derechos, sancionando moralmente el uso de anticonceptivos, afianzando roles tradicionales de género e incluso una de ellas se ha atrevido a afirmar que somos menos inteligentes que los hombres por lo que no debemos cuestionar su autoridad.

 

En pleno siglo XXI estas dignas representantes del patriarcado nos devuelven a la edad media. Son ellas las guardianas del orden de género, ese que debe mantenerse para que el mundo de privilegios masculinos siga funcionando.

 

Pero acaso ¿son sólo ellas o es toda una organización política ideologizada y con propuestas peligrosas para las mujeres, empezando por su líder? El partido Renovación Popular trae consigo el pañuelo y color celeste, utilizado muchas veces por representantes de “Con mis hijos no te metas” en oposición al pañuelo verde de las feministas que defienden el derecho a decidir por años. Pero, además, el candidato, muy al estilo de los antiderechos ha tenido afirmaciones falsas sobre los contenidos de las guías de educación, señalando que estas quieren “homosexualizar a los niños.” Cuestión que es claramente errada y tendenciosa, pero que además pone en evidencia un trasfondo homofóbico.

 

De otro lado, las propuestas de este partido en materia de derechos de las mujeres son mínimas y nada ubicadas en la realidad. Primero, propone la reducción de Ministerios, lo que indicaría una intencionalidad de eliminar el Ministerio de la Mujer, así como una propuesta basadas en la meritrocaria, lo que desconoce por completo las desigualdades preexistentes y que hoy más que nunca son evidentes. Nada en relación a la violencia que mata y viola todos los días a las mujeres y niñas, ni a la educación, justicia o salud. Ver propuestas aquí: https://bit.ly/3dlrRIq

 

Este candidato al que no le importan las mujeres, las niñas ni las personas LGBTIQ+, ni ninguna población vulnerable; difunde un discurso peligroso y estratégico. Muchos/as han afirmado que, si Lopez Aliaga señala que se flagela para estar más cerca a Dios, si difunde que practica el celibato y afirma sin problema que si ve un “mujeron” piensa en la Virgen María, porque está enomorado de ella, es parte de su vida privada y no debe importarnos. Pienso todo lo contrario. Estas afirmaciones bastante desequilibradas, son parte de una estrategia para situarse desde una “superioridad moral”, construirse como un santo, una persona por encima de lo terrenal que guiará los destinos del país. No es su vida privada, es un mensaje de un candidato a la presidencia, por lo tanto, ni simple ni inocente. Hay una ruta trazada.

 

Sumado a todo ello, en los últimos días se han publicado evidencias de deudas con la SUNAT. Es decir, el candidato de la “moralidad” no estaría pagando sus impuestos, pero además en una reciente entrevista dejó claro que incurre en “pitufeo”, aunque luego intentó desdecirse con un descaro consternante, burlándose así de la justicia.

 

Lopez Aliaga no es un mal candidato, es el peor candidato que he visto en mucho tiempo, trae una propuesta peligrosa, quiere afianzar un modelo económico para enriquece a los que más tienen y empobrecer a la mayoría, es ultraconservador, fundamentalista, misógino, machista, antiderechos, fanático religioso y que ha decidido que colocarse como “superior moral” es un buen disfraz.

 

El Bolsonaro peruano al parecer odia a las mujeres, no defiende ninguno de nuestros derechos; por el contrario, afianza el sistema de dominación que nos ha relegado por siglos. Un posible presidente con este perfil fascista generaría retrocesos inimaginables, mayor violencia, discriminación, pobreza, desigualdad y corrupción. Un representante así jamás defenderá derechos básicos como la salud, la educación, el empleo digno, eso es lo que tenemos que entender, si se opone a la igualdad se opone a todo lo bueno en el mundo.

 

Bloquear su avance es una obligación ética con los derechos de las mujeres, con la igualdad, con la democracia y con el sentido común.

 

Solo basta un costurero y alguien que promocione el traje.

O una encuestadora y una portada. Trabajar en pared. Nada más.

 

Hace 5 años, entrevisté a Alfredo Torres, presidente de Ipsos, la encuestadora que innovó en cuarentena con encuestas por WhatsApp entre sus vecinos, yendo, incluso, contra sus propios principios de investigación. Alguna vez el director de Estudios de Opinión de Ipsos, Guillermo Loli, me explicó que para que una muestra sea válida, tiene que ser probabilística, tiene que ser aleatoria: «Yo no puedo seleccionar solamente a una zona porque ahí me interesa ir porque ahí están mis amigos», con ese argumento, Loli intentó convencerme de que Ipsos realizaba sus estudios sin sesgos y que, por eso, sus resultados eran fiel reflejo a la realidad. Lógico, así debería ser, pero los whatsappazos de Alfredo finalmente desdibujaron toda esa teoría idealista que me pintó Loli porque ¿a quién tienes agendado en el WhatsApp?: a tus amigos, a tus vecinos, a un grupo que no representa al Perú sino a tu mundo personal.

 

En la entrevista con Torres, justo después de que conociéramos los resultados oficiales de la primera vuelta presidencial del 2016, en la que resultaron contrincantes Keiko y PPK, le pregunté cómo influyeron las encuestas en el elector hasta ese momento. Alan, Acuña, Toledo, Popy, Ántero, Urresti, Reggiardo, Nano, Hilario, Gregorio, casi todos los derrotados en las urnas se habían quedado con el sinsabor de que las encuestas les jugaron en contra porque —claro— figurar en la cola del catálogo o en el club de los «otros» indujo al elector a usar el famoso «voto útil»; o sea a elegir a última hora entre los que sí tienen posibilidades de ganar según los resultados de las encuestadoras, por supuesto. Este comportamiento de sumisión del público ante «la opinión dominante» no es particular de los peruanos, está sustentado en un estudio de la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann publicado en 1977 al que ella denominó «La espiral del silencio». Esta teoría estudiada hasta hoy en las escuelas de periodismo reconoce que la tendencia de la gente, efectivamente, es enmudecer si detecta que sus opiniones forman parte de las minorías. En resumen, el comportamiento del público está influido por la opinión dominante. ¿Y cuál es la opinión dominante? Artificialmente la que aparece en las portadas de los periódicos. Un control social.

 

Con Torres, no hablé de la espiral del silencio, pero su respuesta a mi pregunta me convenció de que conoce bien la teoría y el comportamiento sumiso del público.

 

—¿Cómo influyeron las encuestas en el elector?

— Si quedan tres candidatos con opción [de ganar] y alguien tiene preferencia por el candidato que está sétimo, lo más razonable es votar por alguno que pueda pasar a la segunda vuelta, esa es una decisión que las encuestas ayudan a tomar —afirmó Alfredo Torres aquél día de abril del 2016.

 

Hoy, según la gran prensa: encuestas + portadas, la opinión dominante es que George Forsyth, el alcalde distrital inconcluso, es el segundo favorito de los peruanos, sí, el arquero que tiene el fetiche de eructar en la cara a las mujeres, como lo ha denunciado públicamente su propia esposa y víctima. Ella se apartó de él apenas 8 meses después de su boda, pero no sin antes contar a los medios que los maltratos comenzaron en el día cinco de su matrimonio, cinco días después de que todo el Perú observara por televisión el casamiento infeliz. ¡Ah!, no puedo dejar de mencionar el detalle de todo esto, el especial detalle que me hace pensar que probablemente Forsyth usó a una mujer para ganar popularidad electoral llevándola falsamente al altar: el matrimonio, televisado, se realizó en medio de la campaña municipal, 20 días antes de la elección de Forsyth como alcalde de La Victoria, distrito que por supuesto tampoco amó porque dejó botado tan fácilmente como dejó su matrimonio, para aspirar a algo… mejor, claro: ser presidente. ¿Tú votaría por él? Haz esa pregunta a diez personas y el resultado te dirá lo contrario a lo que dicen las grandes encuestadoras. Te lo aseguro. Ya lo hice.

 

¿Y con quién pasaría a la segunda vuelta George Forsyth, según las encuestas + portadas? Nada menos que con el castigado en el parlamento por acosar sexualmente a una periodista: Yonhy Lescano. ¡Mira ve! El obsceno personaje que pertenece al partido político «golpista» para la prensa vizcarrista hoy resulta ser presidenciable. Este «político tradicional», «dinosaurio», «viejo lesbiano» que desde el 2001 no ha sabido hacer otra cosa más que reelegirse como parlamentario hasta el 2019, hoy resulta ser presidenciable. Que este candidato puntee en las encuestas solo me lleva a concluir una cosa: que las marchas de noviembre antivacancia fueron fabricadas, nadie odiaba al expresidente Merino (acciopopulista como Lescano) por haber asumido el cargo que dejaba Vizcarra tras ser vacado por incapacidad moral permanente. No encuentro otra explicación.

 

Lescano, con todo su historial obsceno y cercano al terrorista Abimael Guzmán, no es presidenciable ni en el barrio donde vive. Lo ponen primero en las encuestas porque la argolla que dejó Vizcarra desea meterlo a la segunda vuelta para, cuando esta ilusión se haga realidad, en ese momento empujarlo al vacío sacándole todos sus trapos sucios y así destruir de una vez por todas al monstruo que hoy fabrican.

 

Y Forsyth, ¿dónde quedaría? Sentado en Palacio, siguiendo al cuidado del legado de Vizcarra que hoy está bien custodiado por el gobierno morado. La impunidad.

 

17 DE MARZO DEL 2021


Verónika Mendoza ha decidido romper con sus consejeros que le recomendaban migrar al centro y tratar de conquistar ese electorado mayoritario, pero indefinido que identifica a la ciudadanía peruana. Así, ha propuesto recientemente, por ejemplo, la nacionalización (estatización) del gas o la toma de posesión de todas las plantas de oxígeno privadas para atender la emergencia, etc.

Para quienes aspiramos a que en el Perú se construya una opción de izquierda creyente en el libre mercado, no es una buena noticia que la lideresa mayor de la izquierda peruana se radicalice, claro está, pero, sin duda, es su mejor estrategia electoral. En el caso de Mendoza, lo que de ella asusta a la alta burguesía limeña es lo que le gusta a su electorado de a pie.

Mendoza tiene un doble desafío por delante: arrebatarle votos a Yonhy Lescano, quien sin ser propiamente de izquierda, le ha quitado un caudal significativo de electores. Si Acción Popular lanzaba a Alfredo Barnechea o a Raúl Diez Canseco probablemente hoy estaría debajo de la valla electoral. Con Lescano la achuntaron. Ese bolsón de votos tiene que ser recuperado por Mendoza. Ese debería ser su objetivo estratégico (increíblemente vemos a sus huestes enfervorizadas haciendo campaña contra un zombie, como es el partido Morado)

Y para ello necesita propuestas concretas, audaces, como las referidas líneas arriba, no engolosinarse tontamente en abstracciones como el cambio de la Constitución, que además la mayoría del país apoya, pero porque quiere una Carta Magna más conservadora y autoritaria, no como aquella con la que sueña la candidata de Juntos por el Perú.

Y de otro lado, Mendoza no puede permitir que Pedro Castillo le quite los votos radicales del sur. Según la última encuesta del IEP, el candidato de Perú Libre tiene 8% de intención de voto en el sur y 3.5% a nivel nacional. Si Mendoza sumase esos votos estaría segunda en las encuestas.

Verónika Mendoza está congelada desde hace meses. Habrá que ver en el transcurso de los días, y con la siguiente encuesta en mano, si le funcionó la estrategia de radicalización. Anticipo que sí, que la gente está esperando formatos confrontacionales, sean de derecha o izquierda, y no las de un malaguoso centro. La crisis simultánea de salud, economía, social y política nos ha conducido a eso y quienes lo han entendido están cosechando fructíferamente.

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Candidatos presidenciables, Elecciones 2021, Verónika Mendoza

Adapto el famoso término de Guy Standing para llamar precariato al 85% de peruanos cuyo salario mensual tiene como tope superior un poco más del sueldo mínimo. Es sencillo contrastar este dato en redes y bibliografía específica, pero una clara señal de su realismo es que el 75% de la economía peruana es informal; es decir, sólo un 25% de nosotros tiene la capacidad productiva suficiente para generarse ingresos y/o pagar salarios superiores al mínimo establecido, además de cumplir con el pago de sus impuestos. Agrava el escenario que más de la mitad de los precarios peruanos reciba menos de 500 soles de ingresos, lo que incluye a los micro-productores del sector agropecuario, los peor remunerados del empleo nacional.

 

Dado que el capitalismo global está en crisis, precariatos hay en todo el planeta. El del primer mundo occidental, por ejemplo, congrega al cada vez mayor número de ciudadanos que trabaja en la informalidad, mientras declinan sus estados de bienestar y los derechos universales que éstos implican. En el subdesarrollo sucede lo contrario: el precariato es la condición histórica permanente de las mayorías excluidas. Varios autores ven en los precariatos potenciales clases sociales, sugiriendo que podrían convertirse en frentes republicanos y democráticos, cuyos gérmenes empiezan a manifestarse en la sociedad civil actual. Mientras en paralelo se observa que grandes grupos precarios hacen eco a narrativas xenofóbicas o religiosas radicales, así como autoritarias y violentistas. No sin lógica, todo precariato tiende a ser crítico a los grandes poderes del orden económico, y luego sus contextos nacionales y sociales explican sus particularidades interpretativas frente al sistema que rechazan.

 

En lo que a nosotros concierne, el precariato peruano es mayoritariamente igualitarista y conservador. Lo dicen las encuestas sobre cultura política contemporánea de varias instituciones, y lo dice el reparto de las preferencias electorales frente a la muy próxima elección presidencial. De dónde proviene este sentido común contradictorio, y hacia dónde puede o debe ir, es una pregunta relevante para todo observador político interesado en el desarrollo del país.

 

El precariato peruano es inevitablemente igualitarista, porque padece una situación cotidianamente hostil, consecuencia de operar en contextos micro-empresariales de baja productividad (que corresponden al 95% de nuestra economía). No existe estabilidad laboral posible en estos entornos, pues la mayoría de sus emprendimientos quiebran al año y contratan por periodos breves, ofreciendo a cambio salarios de subsistencia, de aquellos que no permiten obtener los insumos básicos para conservar la salud y las capacidades productivas. El mundo rural, con sus particularidades, reproduce estas incertidumbres. Y entonces el precario peruano, que es todo menos tonto, se da cuenta de que la gran mayoría vive tan ajustada como él, salvo unos cuantos millonarios corruptos. De ello, reclama un mínimo de igualdad material y de oportunidades. No es socialista ni comunista, es simplemente un igualitarista pragmático.

 

Sin embargo, y pese a haber padecido históricos y deliberados atropellos, el precariato peruano es mayoritariamente conservador en lo económico. Es decir, asume que todos podemos progresar en el capitalismo liberal si el Estado arbitra adecuadamente el mercado, y cree que la receta para ello es universal e indiscutible: hay que esforzarnos y competir para hacer los méritos suficientes. A nuestro precariato no le resulta obvio que la mecánica de robo, abuso y explotación a la que es sometido por un grupo de grandes empresarios – que controlan a casi toda la clase política protagónica – le impide el progreso material.

 

Este contenido funcional al libre mercado, que se manifiesta con diferentes niveles de complejidad y conciencia – dependiendo del contexto y su nivel de degradación -, es suministrado y reforzado con diferentes dinámicas. Una de las más potentes es el bombardeo mediático: todos los informativos y programas políticos de alcance masivo protegen el modelo económico y su sentido común, y ningunean a sus críticos o los buscan apabullar. Abundan entre sus argumentos las causalidades absurdas, ignorantes y manipuladoras, como aquella que vincula todo acto regulatorio al comunismo que termina en inflación, o la que responsabiliza a nuestros pocos gobiernos heterodoxos e industrializadores del subdesarrollo nacional, cuando es exactamente lo contrario. Todas son tesis que provienen de los pregoneros locales de una economía que se presenta como rigurosa, lógica y absoluta, pero que fue inventada para promover el capitalismo y está lejísimos de la neutralidad sofisticada que pretende aparentar.

 

En paralelo, los grandes medios también intoxican al precariato peruano con mensajes subliminalmente consumistas y evasivos. El mercado aprovecha, y vende todo lo que puede a diferentes públicos, incluso facilitando el crédito. Y así el distraído precariato peruano anhela el éxito capitalista individual, y piensa que corresponde buscarlo hasta alcanzarlo, como personas y como país. Esta prédica engañosa también penetra el mundo rural, que tiene sus particulares consecuencias predatorias. Y el conservadurismo económico de nuestro precariato se termina de enraizar a partir de la muy deficiente oferta educativa del país: entender la conspiración mafiosa del gran capitalista peruano, y el orden económico con que la disfraza, demanda un nivel de abstracción que se consigue con experiencia reflexiva y registro de conocimiento, o con explicaciones muy didácticas y detenidas, que no abundan entre nuestros liderazgos progresistas.

 

De otro lado, el precariato peruano es políticamente conservador. No hemos construido democracia, y más bien nuestra generalidad de gobierno ha sido el régimen militar. La institucionalidad política peruana siempre estuvo al servicio de los intereses de la clase empresarial privilegiada y corrupta. En consecuencia, el precario peruano tiene un espíritu autoritario y muy ajeno a las formas democráticas, que se manifiesta en el cotidiano y en la elección de sus autoridades políticas. Ciertamente, tres siglos de sumisión pesan mucho en las costumbres y creencias, sobre todo si el imaginario colonial ha permanecido casi intacto hasta hace muy pocas décadas. A esto se suma una serie de vivencias habituales en el precariato, todas adversas a la posibilidad de conformar una ciudadanía activa, informada y crítica: desequilibrio emocional por estrés laboral y angustia frente al futuro, degradación familiar, aislamiento social por urgencias de tiempo, violencia e inseguridad en el entorno.

 

Finalmente, la mayoría de nuestro precariato padece conservadurismo sexual y de género, lo que además de ocasionar crímenes machistas y reforzar nuestro retrógrado y anti-democrático patriarcado, petardea el disfrute pleno de la intimidad y la felicidad sentimental entre las gentes. Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el catolicismo cristiano en el Perú. Algún día cada vez menos lejano, los peruanos redescubriremos la espiritualidad pre-hispánica y sabremos de la inmensurable riqueza valorativa que se pretendió extirpar: fomento de la empatía recíproca como una necesidad de equilibrio personal y colectivo, apertura a la diversidad de creencias y patrones morales, entendimiento de la sexualidad como un evento cósmico saludable, tolerancia a la diferencia sexual, cultivo masivo de la vida espiritual y de la experimentación con energías naturales profundas, desprendimiento material y preocupación por el bienestar colectivo. No es verdad que el Estado debe ser laico en el ideal, salvo simplismo materialista de fuente occidental: debe fomentar la vida espiritual de sus ciudadanos y ser neutral frente a su diversidad religiosa.

 

¿Hay posibilidades de desarrollo nacional con un precariato que demanda igualdad material y de oportunidades pero rechaza lo único que podría asegurarlo a largo plazo? ¿Hay futuro con un precariato de sexualidades insanas y machistas que quieren subordinar a la mitad femenina del país para seguir abusando de ella, física y emocionalmente? Es muy difícil, y pareciera que imposible, pero la verdad es que el cambio sigue acercándose, pues el capitalismo global no tiene respuestas para la actual crisis, y la sociedad digital facilita la organización y emergencia de contrapoderes insurgentes. Al final son élites ideológicas las que inician el cambio de sentido común, si tienen la capacidad de ubicarse y unirse, de trabajar con disciplina y paciencia, de estudiar (con o sin libros) para intentar ser visionarios, de cultivar sus vidas espirituales, de afinar sus capacidades didácticas y lógicas, y de ganar elecciones para tomar atajos en el largo camino que cualquier transformación social profunda demanda. Mentes progresistas hay entre precarios y no precarios, hay que construir y fortalecer todas las redes posibles.

 

Según la filosofía política prehispánica, ningún pasado colectivo está muerto, y mucho menos si ha sido construido durante 20 mil años. El nuevo amanecer de nuestro mundo andino peruano sigue procesándose, lentamente, así como la nueva síntesis civilizatoria que tarde o temprano vendrá, porque el hábitat natural planetario se cae a pedazos. Debo divulgar que el historiador sistémico y lógico irreductible que fue Pablo Macera, dejó esta vida asegurando que existe una élite inca activa en la sierra peruana, cuya misión es conservar en secreto los rituales y contenidos de la cosmovisión prehispánica, mientras termina el actual pachakuti (o crisis transformadora), que habría empezado en la década de 1970. Llegado el momento, estos contenidos de tiempos ancestrales podrán hacerse públicos a través de sus guardianes, cuando no haya peligro de persecución, violencia y desprecio, y puedan ser bien recibidos y aprovechados.

Es verdad que en primera vuelta se produce un desfleme de propuestas y que recién en la segunda vuelta -en la búsqueda de conquistar el centro- éstas se morigeran, pero de por sí, si nos guiamos por el formato discursivo de los candidatos, el panorama que se viene para los siguientes cinco años no es muy alentador.

Yonhy Lescano y Rafael López Aliaga, los dos candidatos más potentes (a pesar de la aparición de George Forsyth en la última medición de Ipsos), han hecho gala de un populismo desmadrado. Lescano ha anunciado controles de precios y tasas, presiones al BCR por plata, empleos en base a inversión pública; López Aliaga ha arremetido contra los monopolios mediáticos, lechero y farmaceútico con clara connotación intervencionista.

En ambos casos, no proponen el libre mercado competitivo como mecanismo de solución de los problemas que se puedan encontrar sino la intervención estatal.

A esa situación de riesgo populista se agrega el escenario de un Congreso tan o más fragmentado que el actual y, por ende, lleno de competencias internas por ver quién lanza la iniciativa más populista y demagógica. Y el problema es que a diferencia de lo sucedido con PPK, Vizcarra o el propio Sagasti, lo más probable es que esta vez estas iniciativas tengan eco en el Ejecutivo.

El último bastión contra propuestas de este tipo ha sido en los últimos tiempos el Tribunal Constitucional, pero a la vez hay que tener en cuenta que será el nuevo Congreso hiperfragmentado el que designará a los seis reemplazantes de los magistrados con mandato ya vencido. Así pues, probablemente toque en suerte un TC a la medida del populismo desembozado del flamante Legislativo.

Ya que no está Verónika Mendoza en lugar expectante, se podría descartar un cambio del modelo económico, pero sí vamos a ver infinidad de perforaciones populistas. No veremos expropiaciones, pero sí regulaciones ad hoc contraproducentes; no veremos empresas estatales creadas, pero sí injerencia en procesos privados.

No se ve muy halagueño el panorama. Queda un mes todavía por delante y podría ocurrir que los candidatos más liberales (Keiko Fujimori o De Soto), o menos populistas (Forsyth), logren crecer o mantenerse en lugar expectante y variar la perspectiva, pero la foto de hoy nos muestra un panorama sombrío.

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Candidatos presidenciables, Elecciones 2021, Populismo
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