Opinión

[Música Maestro] Durante un vuelo largo que me traía de regreso desde un fascinante y desconocido país del Asia Central, punto neurálgico de una de las más importantes rutas comerciales del mundo antiguo -ese que las grandes mayorías creen que no existe porque para ellas las cosas comenzaron el año que se fundó Google- tuve ocasión de ver Tár (Todd Field, 2022), largometraje elogiadísimo en prestigiosos festivales como Venecia o Cannes cuyo paso por la cartelera local fue breve e ignorado. La película me dejó varios apuntes relacionados a uno de los diversos temas que aborda, la música.

Tár: Una película para músicos

En principio, es alucinante que en otras latitudes todavía haya casas productoras y públicos interesados en esta clase de guiones, porque más allá de que el film consiga atraer la atención por sus otros focos temáticos, como son la dicotomía entre las creaciones de un artista y su vida personal, el abuso de poder y las intrigas en medio de una situación de competencia feroz, la traición e hipocresía en relaciones humanas contaminadas por ambiciones desmedidas y la problemática de género en una actividad tradicionalmente dominada por hombres, Tár es esencialmente una película para músicos y aficionados a la música.

En un mundo cada vez más controlado por las mentiras de la inteligencia artificial, el odioso latin-pop que pudre lo poco de bueno que tienen los Latin Grammy -Susana Baca, Rubén Blades, Raphael, Bunbury- y el sobrepublicitado nuevo single de Rosalía, escuchar diálogos densos, woodyallenescos, con detalladas referencias al amplio universo de lo sinfónico, desde Beethoven, Bach y Mozart hasta Mahler, Stravinsky y Varèse, constituye un rotundo llamado a la unidad de las minorías en torno a un tema común. Hasta Charles Ives, el importante compositor norteamericano de música instrumental contemporánea que actualmente nadie conoce, aparece en las discursivas conversaciones de las protagonistas.

Aunque quizás haya excepciones, es prácticamente imposible que las muchedumbres que llenan las salas de cine conecten con una historia como esta ni con sus personajes si no son capaces de entender de qué están hablando en sus principales escenas, en restaurantes, en oficinas, en alcobas. Mientras veía Tár y sus requiebros entre lo cotidiano, lo artístico y lo patológico, pensaba en todo ello y en cómo se ha degradado la cultura musical de nuestras poblaciones.

La música activa emociones

El ser humano moderno le ha perdido respeto y cariño al (buen) sonido. No me refiero, desde luego, a las pequeñas comunidades de audiófilos obsesionados con la alta fidelidad, ni a los melómanos que aun nos indignamos cuando un artista o conjunto de artistas de géneros desechables se llevan todos los premios, aparecen en todas las portadas y lideran los rankings de seguidores en todas las redes sociales.

En paralelo, esos mismos seguidores ignoran deliberadamente a los grandes músicos del pasado cuando producen algo nuevo o incluso cuando mueren -ni hablar de los que vivieron en siglos anteriores-, en una combinación macabra de desprecio y desconocimiento, una arista del comportamiento obtuso que exhiben en otras actividades como, por ejemplo, las opiniones políticas o el apoyo a opciones y personajes nocivos, lo mismo en el Perú, en Argentina o en los Estados Unidos.

Me refiero precisamente a esas masas que disfrutan, por ejemplo, del irritable ruido distorsionado que emana de sus celulares cuando los activan en lugares públicos y sin audífonos, un hecho que demuestra, además de ese egocentrismo incapaz de percibir la molestia que causa a los demás, la profunda atrofia auditiva que padecen. Hasta la composición más sublime de música clásica, salsa, jazz o pop-rock, suena horrible a través de la limitada salida de audio de cualquier Smartphone. Peor aun si lo que ponen, a todo volumen, es alguna cumbia gritona o un balbuceo reggaetonero.

La música, sea del género, estilo o época que sea, es capaz de activar todo el rango de emociones humanas. “Desde las más comunes -amor, felicidad, tristeza- hasta aquellas más complejas que no podemos siquiera nombrar” como se dice en una de las secuencias culminantes de Tár, en la que la protagonista ve y escucha, con lágrimas en los ojos, la definición que hace el legendario director Leonard Bernstein acerca del sentido de la música.

Sorprenden y estremecen, por ejemplo, los latigazos de violines y timbales que simulan la tortura de Jesucristo ordenada por Poncio Pilatos escritos por Maurice Jarre -el papá de Jean-Michel- para la banda sonora de aquella coproducción televisiva dirigida por Franco Zeffirelli en 1977. Otro ejemplo. Si se escuchan a oscuras, los coros satánicos que Jerry Goldsmith organizó para la primera parte de La profecía (Richard Donner, 1976), pueden ser fuente crónica de pesadillas.

Enfervorizan los riffs y solos de James Hetfield y Kirk Hammett durante los 55 minutos del Master of puppets (1986) y enternecen los fondos orquestales que arreglistas sensibles como Juan Carlos Calderón o Bebu Silvetti han escrito durante décadas para las grabaciones más conocidas de José José, Raphael, Nino Bravo o Mocedades. Alegran y provocan salir a bailar los merengues de Wilfrido Vargas, las salsas de El Gran Combo, el funk-soul-disco de Earth, Wind & Fire. Y así…

¿Por qué escuchamos la música que escuchamos?

Como muchas otras cosas que forman parte de nuestra constitución como adultos, la sensibilidad musical se construye durante la infancia. Aquellas melodías que se escuchan en los primeros estadios de la vida -las canciones de cuna, los himnos patrióticos, religiosos, escolares- van tejiendo en nuestro subconsciente esa base que, años después, nos permitirá distinguir, apreciar y diferenciar entre sonidos.

Sin embargo, resulta increíble que jóvenes urbanos, criados en familias medianamente estables y de sectores socioeconómicos que van de lo más o menos alejado de la línea de pobreza hacia arriba, que hicieron el nivel Inicial desde los tres años y cuyas madres tuvieron probablemente sesiones de “El Efecto Mozart”, hoy toleren la estática chirriante de posts de YouTube y TikTok reproducidos sin auriculares.

Y también es difícil de entender cómo otro grueso sector de personas, no tan jóvenes, profesionales que han atravesado por diversas formas de educación regular y superior, acompañen a las nuevas generaciones en esa distorsión sonora, además de participar con ciego entusiasmo en la elevación de artistas muy superficiales -y, en algunos casos, decididamente mediocres- a la categoría de ídolos, genios y dioses de la música popular, cuando a lo máximo que deberían aspirar es a servir de diversión ligera para una intrascendente y momentánea fiesta de fin de semana.

Educación, hipersexualización y modas

Hace una o dos semanas, un noticiero local propaló la siguiente tragedia ocurrida en Argentina: una descontrolada turba, integrada por padres de familia, quemó la casa en la que vivía un niño de 10 años acusado de “realizar tocamientos indebidos” a dos niñas de 7 años. La situación, que involucra a alumnos de un colegio bonaerense de Primaria, llama la atención por la espectacularidad y la reacción desproporcionada. La madre del niño acusado, desesperada, solo atinó a decir que “no sabía si su hijo había hecho eso”.

¿Por qué ocurre algo así entre menores de edad? Aunque el caso sigue en investigación, una mirada elemental nos lleva al tema de la hipersexualización de la infancia. Los preadolescentes del siglo XXI están sometidos a una sobrecarga de estímulos que terminan distorsionando su percepción de las cosas y los ponen, con innecesaria anticipación, en contacto directo con mensajes y conductas que incluso durante la vida adulta no son las más recomendables para una convivencia sana y respetuosa entre géneros. Y esa sobrecarga proviene, principalmente, de los artistas que siguen y las canciones que escuchan.

Si a un grupo de estudiantes de Primaria se les enseña a escuchar composiciones de lo que comúnmente llamamos música clásica -Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart, Antonio Vivaldi, Johann Strauss, etcétera- desde los primeros grados de este nivel de enseñanza, solo unos cuantos terminarán siendo pianistas, cellistas o violinistas. Pero los que no decidan hacer de la interpretación musical su vida o vocación de futuro, tendrán la oportunidad de desarrollar gustos más sofisticados y amplios, una habilidad que les permitirá no ser presa fácil de la publicidad y las modas impulsadas desde el marketing.

Generalmente, las escuelas latinoamericanas -a diferencia de las europeas- no consideran la formación del gusto musical como parte de sus currículos y solo la tienen como algo transversal, que se aprende por casualidad o por accidente. Lo que ocurre en la realidad es que los escolares consumen todo el día reggaetón, pop gringo, latin-pop, bachatas y afines, interpretados por los artistas top del momento y cientos de clones que, a través de todos los medios de comunicación y redes sociales, con sus letras y actitudes, predisponen a una amplia población con edades entre los 8 y los 13 años a asumir comportamientos y buscar experiencias que no corresponden a sus edades cronológicas, mentales y físicas.

Y lo más grave es que, debido a las distorsiones del mercado y de los conceptos degradados de libertad que priman en los ordenamientos sociales de hoy, no existe posibilidad de imponer filtros o moderar la forma en que los más pequeños acceden a estos contenidos, que llegan recubiertos de un disfraz artístico apoyado por intensas campañas de publicidad contra las cuales cualquier medida -educativa, social, política- resulta inútil.

Una crisis cultural que conviene al poder

Esta crisis cultural tiene un componente de control social que no puede ser pasado por alto. Como sabemos, todo grupo corrupto y con deseos de perpetuarse en el poder aspira a mantener a las poblaciones anestesiadas, embrutecidas. Y si lo hacen desde la más temprana infancia, cuanto mejor para ellos. Esta problemática, presente en la historia de los sistemas políticos desde hace centurias, tiene en nuestros países dos ingredientes nuevos que la hacen aun más difícil de combatir.

Por un lado, la descalificación que hacen las masas fanáticas, dispuestas a no ceder un centímetro de sus propios disfrutes, de todo intento por regular la difusión de contenidos inapropiados para evitar que lleguen a ojos y oídos de menores -en pleno cumplimiento la ley de protección del niño y del adolescente-, llamándolos “conservadores”, “censuradores” o “cucufatos”, sin prestar atención a los impactos negativos que la hipersexualización viene provocando en niños, niñas y adolescentes en su desarrollo mental integral.

Y por el otro, el ilimitado alcance de la publicidad asociada a estos personajes que terminan estableciendo tendencias y relacionándolos con conceptos como estatus, ascenso social, libertad, éxito y desarrollo personal, con todo un aparato omnipresente y desregulado de redes sociales, un paquete completo de condicionamiento que se instala en las psiquis de adolescentes con la misma fuerza de una adicción narcótica, incubando un fanatismo intransigente, agresivo e intolerante a la crítica. ¿Cómo será la adultez de un muchacho de 10 años que hoy repite las barbaridades de Ozuna, Bad Bunny y sus clones? ¿Qué hará que esa supuesta humorada adolescente no se convierta en un perfil misógino cuando sea mayor de edad?

Por cada educador o padre/madre de familia que entiende que sus hijos -hombres o mujeres- de 10 años no tienen por qué ver cómo estos artistas y sus bailarines se retuercen sobre el escenario con actitudes explícitas y letras lesivas para su mentalidad, no solo hay miles de educadores o padres/madres a quienes eso les parece normal, bacán, “cool” sino que además esos contenidos aparecen mañana, tarde y noche en Facebook, Instagram y TikTok. No estoy en condiciones de concluir de manera contundente que la lamentable situación en el colegio bonaerense tiene relación directa con la música y videos que consumen los alumnos involucrados. Pero no hace falta ser un genio para colegir que algo tienen que ver.

Siglo XXI: Las cosas son más difíciles que antes

Hace cuarenta años, en noviembre de 1985, acusaron injustamente al cantante británico Ozzy Osbourne, recientemente fallecido, de ser causante del suicido de John Daniel McCollum, un joven californiano de 19 años, por escuchar Suicide solution (Blizzard of Ozz, 1980), una canción coescrita con sus músicos Bob Daisley y Randy Rhoads. Pocos meses antes, se había fundado el Centro de Recursos Musicales para Padres (PMRC, sus siglas en inglés), un comité federal que impuso un etiquetado de advertencia en álbumes de varios artistas de pop-rock y heavy metal cuyas letras “incluían temas violentos, ocultistas, sexuales o relacionados al consumo de drogas”.

En ese entonces, se consideró que la PMRC incurría en una inaceptable censura y reconocidos músicos como Frank Zappa, Dee Snider (Twisted Sister) y John Denver participaron en audiencias públicas ante el Congreso norteamericano para explicar por qué el gobierno no tenía derecho de intervenir en las decisiones de compra de los padres y que la supervisión debía empezar en las propias casas para evitar usos inapropiados.

A pesar de esta reacción, enfocada en la defensa de los derechos artísticos y en contrarrestar una campaña que, como se supo después, venía impulsada por sectores fanáticos religiosos, tele-evangelistas y financistas del Partido Republicano -que tenía el poder esos años, con Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos- la PMRC logró su objetivo primordial, expresado en el sticker que hasta hoy acompaña a discos compactos y vinilos, una etiqueta blanquinegra que dice “Parental Advisory: Explicit Content”.

En ese tiempo, la televisión y, en menor medida, el cine, eran los únicos enemigos por combatir, pues los estudiantes no iban, como ahora, con computadoras de bolsillo a clases, no se encerraban durante horas frente a una computadora con internet y sin filtros. Las instituciones religiosas y políticas que promovieron la PMRC intentaron trasladar a los creadores la responsabilidad, cuando lo que tendrían que haber buscado era un mecanismo de control dirigido a los medios de comunicación y reforzar sus sistemas de educación pública y privada, aunque eso afectara sus negocios. Censurar músicos y canciones fue la salida más fácil y la menos efectiva.

Pero lo que ocurre hoy es diferente y más grave. Los contenidos explícitos de canciones y videoclips actuales gozan “de buena prensa”. No tienen, como sí ocurría en los ochenta e incluso en los noventa, una carga negativa que los convierta en un peligro para la mentalidad de los más pequeños. Hoy esa clase de contenidos, mucho más grotescos que los de hace cuatro décadas, son presentados con apariencia de normales, poseen amplísima aceptación social y cualquier cuestionamiento que se les haga es considerado un atropello a la “libertad de expresión”.

Por todo eso es más fácil que las niñas vean como fuente de inspiración los videos de Shakira o Karol G y se aburran ante el talento de Jacquline du Pré quien a los 25 años, la misma edad a la que las colombianas ya se exhibían en videos no aptos para menores, era capaz de interpretar con excelencia el fabuloso concierto para cello de su compatriota, el británico Edward Elgar, e scrito a principios del siglo pasado. La crisis cultural y educativa combinada con los excesos de la tecnología y la publicidad hacen de esta situación algo insostenible, sin solución. Como el Perú, como el mundo.

[EL DEDO EN LA LLAGA]  El jueves 18 de septiembre de 2025 tuvo lugar la presentación de mi libro “Las líneas torcidas. 30 años en el Sodalicio de Vida Cristiana” en la Librería el Virrey, en Miraflores (Lima). Estuvieron presentes conmigo en la mesa de presentación Rosa María Palacios, Patricia del Río y Jorge Bruce, todos ellos con comentarios muy agudos y profundos sobre este libro, que pretende no sólo dar un testimonio de lo vivido en una organización de características sectarias, sino también describir de manera completa cómo estaba estructurada la organización, tanto ideológica como disciplinariamente, y sobre todo cómo se realizaba el lavado de cerebro de sus miembros a través de prácticas abusivas e invasoras de la conciencia.

El libro está a la venta en las librerías El Virrey y Sur, y también puede ser adquirido en el stand 53 Paradero La Cultura en la Feria del Libro Ricardo Palma, en el Parque Kennedy de Miraflores.

Con mucha generosidad, Rosa María Palacios me ha cedido el texto de su ponencia, que ahora publico.

* * *

Librería el Virrey, 18 de septiembre de 2025

Quiero empezar agradeciendo a Martin por su generosidad. Esta noche nos hemos conocido por primera vez en persona. Sin embargo, tengo muchos años leyéndolo en el blog Las Líneas Torcidas, cuyo título toma para el libro que presentamos hoy. Hay que ser muy generoso para abrir con este detalle la intimidad personal a una desconocida y, por cierto, a todos ustedes. Los recuerdos de su reclutamiento, tránsito, crisis, salida y vida fuera de la comunidad y luego, finalmente, fuera del Sodalicio, los tenía yo registrados a grandes brochazos por estas lecturas previas que él puso a disposición del público desde Alemania, en el lejano 2012. El abuso, no reconocido, del sacerdote Jaime Baertl, es un episodio terrible del que hay amplia información en varios textos de lo que Pedro Salinas llama la “biblioteca Sodalicio”.

¿Qué de nuevo hay entonces en este texto? Para entender el que creo es el propósito del autor, es útil intentar una clasificación de la obra. ¿Es solo una autobiografía? ¿Un libro de memorias de ciertos hechos? ¿Un testimonio de parte en un proceso de reparación? Es eso, pero no sólo eso. Creo que esta obra es un intento muy exitoso de tratar de satisfacer algunas preguntas que se hace el autor —que se ha hecho por décadas— y nos hacemos aún hoy todos nosotros. Porque, mas allá del morbo y de la espectacularidad que puede traer la denuncia periodística sobre abusos sexuales en la Iglesia, lo que realmente importa saber es: ¿cómo es que logras vaciar la conciencia y la voluntad de jóvenes para que se sometan a la voluntad de otro? Con enorme minuciosidad, Martin va hilvanando los recuerdos de hechos que describe con mucha prolijidad y rigor en una línea de tiempo, y los une a los sentimientos que tuvo en cada uno de esos momentos ya tan lejanos, pero tremendamente vívidos en estas páginas. En estos hechos y en esas emociones trata de encontrar respuestas a su conducta, a la conducta de sus pares y a la conducta de los superiores en la comunidad. Es un trabajo muy difícil y duro recordar no solo lo que pasó sino también qué sentía una versión muy joven y distinta de él mismo.

En ese camino de introspección, que hay que decirlo es muy honesto —descarnada y detalladamente honesto—, Martin va entendiendo cómo era la maquinaria del lavado mental. Cómo se recluta con la adulación de un proyecto revolucionario para una vida que no ha vivido nada y que aspira a vivirlo todo. Cómo se inspira terror y culpa, para terminar normalizando algo tan irracional como el culto a un líder muy mediocre. Desde que Pedro Salinas comenzó a publicar sobre el Sodalicio, mi gran preocupación ha sido ese tema. Porque criar fanáticos es algo que se puede hacer bajo cualquier fachada de presunto interés noble.

Las técnicas se refinan, se especializan. Las herramientas se modifican. Las plataformas pueden ser diversas: una secta terrorista o una religiosa. Pero hay lineas matrices que se repiten una y otra vez. En la página 340 se recoge una buena definición de este secuestro del libre albedrío: es el control. Control del comportamiento, control del pensamiento, control emocional y control de la

información. Con esos cuatro, despojas de humanidad a cualquiera.

La otra pregunta, que está en estas páginas, es por qué alguien le haría algo tan monstruoso a otro ser humano como quitarle el libre albedrío para convertirlo en un zombi feliz. La respuesta es siempre la misma: por poder. La dominación de Figari sobre estos jóvenes es finalmente la fuente de su placer. En todo sentido. Diseñó y encontró, valiéndose de las vulnerabilidades de sus víctimas y de las debilidades de la Iglesia católica, un esquema de opresión que le dio todo el culto a sí mismo, que lo valida como un dictador, mientras se hacía rico a costa del trabajo y las donaciones de sus víctimas. Su conducta sexual perversa no es más que el ejercicio del poder sobre los que él oprime.

;Por qué no podían resistirse? Esa pregunta está bien contestada en este relato. Para alguien como Martin, que milagrosamente no ha perdido la fe, el castigo era el infierno. El ser un fracasado. Su autoestima fue paulatina y milimétricamente destruida, como la de tantos otros. ¿Qué lo salvo? El arte, a través de la música y el cine, es decir, la riqueza de espíritu que intentaron quitarle una y otra vez, y su conciencia moral. Ese pensamiento crítico, esa resistencia que nunca perdió. Tal vez el contacto con alumnos en esos años puede haber preservado su capacidad de razonar.

¿Cómo sucedieron tantos ataques sexuales sin que muchos no vieran nada? Este libro da cuenta de una serie de estrategias primero de dominación y luego, de encubrimiento. Este último amparado en la arquitectura de las comunidades y la sumisión absoluta a los superiores que hacía que una puerta cerrada fuera imposible de abrir para quien era un simple peón en la maquinaria. El culto al líder y a la obediencia absoluta, la falta de transparencia hasta en lo elemental, hacían el resto.

Me ha sorprendido que pese a las justas críticas que el autor hace a los perversos sujetos con los que tuvo que convivir y a sus encubridores, tenga también en cada ocasión palabras de aprecio para personas puntuales a las que, pese a la distancia o a que abandonaron el Sodalicio antes o después que él, fueron compañeros de infortunio que no tenían conciencia de éste y que, pese a todo, tuvieron gestos de amabilidad y humanidad.

Sin embargo, de todos los relatos de este libro me quedo con el homenaje a su madre. Nos recuerda que los padecimientos de las victimas no estuvieron nunca solos. Familias enteras fueron afectadas, pero fue la fortaleza de esas madres, padres, hermanos, la que nunca defraudó en las horas más tristes. La que estuvo ahí cuando el Sodalicio se convertía en una maquinaria de la que costaba tanto liberarse. Cuando, después de haber negado a los suyos, los hijos volvían a abrazar a esas madres que siempre dejaron el camino abierto para volver. El sufrimiento de las familias, porque donde hay amor se sufre con los que se ama, encuentra en estas páginas, a través de estas líneas (esas sí) derechas al corazón de su madre, un reconocimiento que creo que faltaba.

Me alegro de que nos acompañen Patricia del Rio, que hará los honores al esfuerzo literario que hay en esta prosa pausada, que se pierde en los laberintos de memorias que se superponen ; y Jorge Bruce, que puede explicar mejor que nadie los mecanismos de sumisión, el sufrimiento que crean y las posibilidades de liberación. Porque ésta es una historia, finalmente, de libertad. De encontrar un camino de esperanza y amor por la vida, sin perder la fe en un Dios verdadero.

Muchas gracias.

[Música Maestro] Un universo estilístico amplio

La música electrónica ya no es novedad. Desde mediados de los años cincuenta, infinidad de compositores mayormente desde Europa comenzaron a experimentar con la electrónica en contextos sinfónicos. Como todo en las manifestaciones artísticas, la música electrónica tuvo una interesante curva creativa que atravesó las décadas de los setenta, ochenta y noventa, entrecruzándose con otras sensibilidades para, eventualmente, estar involucrada en todos los géneros y subgéneros tanto de música académica como folklórica y popular.

Actualmente, hablar de música electrónica es tan amplio que, en una misma conversación, podemos mencionar a Vangelis, a Björk, a Aphex Twin o a toda esa nueva -ya no tan nueva, tampoco- escena de la “no música”, surgida desde tiempos de Brian Eno (post-Roxy Music) y cuyos ecos están más o menos vigentes en estos tiempos, como una confrontación de lo nuevo versus lo tradicional. El tema es interesante pero también se presta para desarrollos acomodaticios que, recostados sobre la tecnología, pretenden validar como creación musical a la manipulación fría y muchas veces improvisada de aparatos, desde consolas de DJ hasta aplicativos de IA.

Música electrónica también es, por supuesto, la movida techno que fue parte de la banda sonora urbana-marginal de nuestra generación en sus años universitarios. Nombres como DJ Bobo, Haddaway, Technotronic, La Bouche, españoles como Chimo Bayo, Cetu Javu y un larguísimo etcétera vienen a la memoria como las opciones más superficiales y masivas de una escena que escondía desarrollos aun más profundos, como todo lo que se conoce como drum ‘n bass o EDM (Electronic Dance Music), que coronaban las fiestas raves en la Inglaterra noventera.

Opciones más extremas como el ruidismo, el shoegaze o fórmulas comerciales como el lounge-chill out y la odiosa subcultura de los DJ -David Ghetta, Paul Van Dyk, Oakenfold y afines- también forman parte de ese ecosistema sonoro que, sin ser de mis favoritos, se erige como un universo amplio y diverso imposible de pasar por alto, sin hablar de la influencia que ha tenido en muchos de mis héroes musicales del rock, el jazz y más allá. Aquí algunos ejemplos de algunas de las distintas épocas por las que ha atravesado la música electrónica.

Tangerine Dream – Phaedra (Virgin Records, 1974)

La muerte del músico alemán Edgar W. Froese, hace una década, no fue noticia para la prensa convencional, metida en la ciénaga interminable de los espectáculos locales. Sin embargo, fue de significativa importancia para melómanos e investigadores musicales, por tratarse del fundador y líder de Tangerine Dream, pioneros de la electrónica a nivel mundial.

Quienes pudimos escuchar algo de música cuando todavía teníamos tiempo para hacerlo, descubrimos los enigmáticos y visionarios paisajes sonoros de Tangerine Dream como parte de nuestras exploraciones por “lo progresivo”. El grupo comenzó a fines de los sesenta dentro del movimiento kraut-rock, junto a Can, Cluster y Kraftwerk. Sin embargo, Froese y Tangerine Dream se despegaron radicalmente de guitarras y percusiones para adentrarse más en las posibilidades, aun no del todo exploradas, de la música ambiental electrónica, inaugurando la llamada Escuela de Berlín, junto a personajes como Klaus Schulze, quien también fue, en otro momento, integrante de Tangerine Dream.

En este quinto álbum, Froese experimenta con sintetizadores Moog y VCS, mellotrones, órganos, pianos y efectos de producción, además de encargarse eficientemente de bajos y guitarras, acompañado por Christopher Franke y Peter Baumann, quienes estuvieron de 1971 a 1975, en uno de los periodos más representativos de su saga artística.

El LP podría catalogarse como «música clásica contemporánea», tras escuchar las lánguidas, tranquilas e hiperespaciales notas de Mysterious semblance at the strand of nightmares, una de sus cuatro largas piezas. En la última canción, Sequence C, Baumann crea atmósferas plácidas con una flauta común, mientras Froese hace fondo con sintetizadores. Movements of a visionary es otra melodía con elementos clásicos combinados con secuencias electrónicas, utilizadas posteriormente por íconos de la electrónica como el griego Vangelis o el francés Jean-Michel Jarre.

En el tema-título se percibe, casi a la mitad de sus 18 minutos, una variación de nota que se incrementa a medida que avanza. La sensación que produce es, en sí misma, cautivadora, pero lo es más cuando uno se entera del por qué: en esa época, en que los sintetizadores eran aparatos nuevos, los osciladores variaban su comportamiento al recalentarse y por eso el sonido cambia.

Gotan Project – La revancha del tango (XL/Ya Basta Records, 2001)

El siglo XXI trajo una nueva forma de música electrónica, basada en beats pregrabados, efectos y música sintetizada con sonidos tomados de folklores de diversas nacionalidades; todo empaquetado en formatos accesibles a cualquier oído, con una atmósfera de sofisticación que gustó de inmediato a públicos de sectores socioeconómicos exclusivos sin mucha cultura musical previa.

Pronto, esta onda se convirtió en la acompañante perfecta de toda clase de eventos sociales, dando origen a la subcultura «chill-out» o «lounge». En ese contexto apareció un colectivo multinacional, liderado por Eduardo Makaroff (guitarra, Argentina), Phillippe Cohen Solal (bajo/teclados, Francia) y Christoph Muller (batería/teclados, Suiza) al frente de varios músicos argentinos bajo el nombre Gotan Project, con una propuesta que integraba todos los elementos del lounge con el tango, aquella música argentina de arrabales que, desde siempre, fascinó a los públicos anglosajones por su sensualidad y cosmopolitismo.

Junto al Bajofondo Tango Club de Gustavo Santaolalla, Gotan Project le dio un levante a la imagen del tango entre públicos jóvenes y lo posicionó como uno de los ideales de esa escala social inaccesible a la que (casi) todos anhelan ingresar. El sonido de este primer disco de Gotan -alteración lunfarda de la palabra «tango», anteponiendo la segunda sílaba a la primera, algo que los argentinos conocen como hablar al «vesre», es decir al «revés»- puede aburrir por momentos. Sus canciones no están hechas necesariamente para diferenciarse unas de otras sino para crear esa sensación de continuidad típica de los restobares de moda.

Seis de los diez temas son composiciones originales, algunas notables como Una música brutal o La del ruso, una chacarera electrónica. En canciones como Época, Queremos paz o El capitalismo foráneo, se advierten ciertas preocupaciones sociales, contrapuestos a los usos que reciben esta clase de discos. Entre los covers, la melodía central de Last tango in Paris, compuesta en 1972 por el saxofonista argentino Leandro “Gato” Barbieri es quizás la más lograda en términos de fusión; mientras que Vuelvo al sur, de Astor Piazzola (1988), suena más tradicionalista. Por su parte, el tema-título es un inesperado cover de Frank Zappa, Chunga’s revenge, de 1970.

Depeche Mode – Some great reward (Mute Records, 1984)

Los sonidos industriales y robóticos de Something to do o People are people son las características esenciales de la primera etapa del cuarteto inglés, considerado uno de los grupos más importantes de la onda electropop de los años 80. Sin embargo, en este cuarto álbum ya se vislumbran algunas de las variaciones que convertirían a la banda en íconos del pop-rock alternativo y referentes para toda una generación de artistas de música sintetizada.

Siempre reconocí que Depeche Mode nunca trató únicamente de hacer beats para bailar en las discotecas new wave de entonces -ni en los tugurios de ambiente de ahora- pues tanto Andy Fletcher, Alan Wilder y Martin Gore exhibían un trabajo en pianos y teclados que dejaba al descubierto sus destrezas sin mucho artificio, a diferencia de los ídolos de la música electrónica moderna, recostados sobre una cama de efectos tecnológicos para ocultar sus reducidas habilidades naturales.

Los mejores momentos del disco son aquellos temas en que predomina el bajo en secuencia (Andy Fletcher) como If you want, Lie to me y, especialmente, Master and servant y Blasphemous rumours. En la primera hay una clara decisión del grupo por demostrar que tenía podían construir canciones pegajosas sin dejar de innovar. La otra es un claro ejemplo de lo que vendría la siguiente década: una canción que comienza sinuosa, oscura y termina siendo una de las más bailables del álbum, con una sólida superposición de coros y fraseos ligeramente distorsionados. Aunque aquí Martin Gore aun no se anima a incorporar guitarras en el sonido de Depeche Mode, sí domina el aspecto composicional, con solo dos temas firmados por Wilder, quien además de los teclados tocaba las baterías.

La voz de Dave Gahan es otro de los atributos reconocibles de Depeche Mode y su grave tono de barítono contrasta con los susurros afeminados de Gore que aquí destacan en Somebody, una tierna balada tocada en piano, algo inusual en esta época, casi una rareza. Si eres de los que creen que su discografía comenzó en el 90 con Violator y Personal Jesus, esta es tu oportunidad de corregir ese error.

Kraftwerk – Trans Europa Express (Kling Klang Records, 1977)

Hubo una época en que no presté mucha atención a la obra de Kraftwerk -«generador» o «estación de energía»-, cuarteto alemán surgido dentro del krautrock pero que, para su sexto disco, ya había decidido usar solo teclados y sintetizadores -que más tarde complementarían con computadoras y más artilugios tecnológicas, siempre a la vanguardia en su incorporación a contextos musicales-, uso de ambientes minimalistas y repetitivos, alteraciones de la voz, y secuencias de bits que parecen extraídos del cerebro de robots y no de seres humanos.

Sin embargo, después de mucho trabajo personal de procesamiento de datos y adaptación a las influencias musicales que uno va recibiendo con el correr del tiempo, es imposible no reconocer el impacto que deben haber producido canciones como Europa endlos, o Trans Europa Express en la escena musical de fines de los setenta dominada por el punk británico y el country-rock norteamericano.

Es cierto que ya habían aparecido músicos sinfónicos como Karlheinz Stockhausen, Pierre Boulez, John Cage, entre otros, que habían experimentado con lo electrónico, pero Kraftwerk colocó la música computarizada a tono con la estética del pop-rock, ganándose el aprecio de personajes como David Bowie, Paul McCartney o Brian Eno.

Como ocurrió con todos sus LP desde 1974, este tiene también su versión en inglés. El tema Schaufensterpuppen fue muy popular bajo el título Showroom dummies (la grabaron también en francés, como Les mannequins). La carátula del disco en alemán, grabada en Düsseldorf, ciudad donde se formó el grupo, muestra una foto en blanco y negro de los cuatro, con enigmáticas y congeladas sonrisas. En la edición inglesa, es una ilustración a colores basada en esa foto monocromática, con las miradas estáticas y robotizadas.

Este álbum es considerado uno de los mejores de la década, al extremo de que algunas revistas especializadas han llegado a comparar a Kraftwerk con The Beatles, considerando a los teutones la segunda banda que hizo más por el pop y su evolución. Para este disco, las voces, sintetizadores y computadoras son manipuladas por Ralf Hütter, Florian Schneider, Karl Bartos y Wolfgang Flür, alineación de Kraftwerk hasta 1990.

Giorgio Moroder – From here to eternity (Casablanca Records, 1977)

Si hablamos de pioneros de la música electrónica para bailar, este compositor, productor y DJ italiano es uno de los nombres fijos en el recuento. Giorgio Moroder (85) había lanzado ocho discos antes, pero este fue el primero con su nuevo estatus de celebridad, tras el apoteósico éxito que obtuvo como productor de I feel love (1977), la canción que catapultó a Donna Summer como la reina indiscutible de la música disco.

Moroder produjo todos los siguientes grandes éxitos de la cantante y trabajó con conocidos exponentes del pop-rock que intentaron reproducir ese pegajoso y comercial sonido. Desde Blondie hasta David Bowie usaron a Moroder, ganador de tres Oscar por sus composiciones para las películas Midnight express (1978), Flashdance (1983) y Top Gun (1986)-, como productor y experto manipulador de sintetizadores y secuencias.

En este disco Moroder hace música disco pero con una mirada un poco más de vanguardia, aprovechando al máximo las posibilidades de los equipos que tenía a la mano y creando un ambiente electrónico bailable continuo y envolvente, a contramano de la estructura convencional de estrofa-verso-estrofa).

El tema-título es una hipnótica melodía montada sobre la base de baterías y percusiones programadas, voces distorsionadas y secuencias oscilantes. Faster than the speed of love integra al vocoder como parte esencial del sonido del disco. En este tema y en Lost Angeles aparece un bajo con harta distorsión que podría ser reproducido a la perfección por Larry Graham, Flea o Les Claypool. Canciones como First hand experience in second hand love o Too hot to handle se alejan un poco de esta onda para generar ritmos contagiosos que hacen recordar más al francés Jean-Michel Jarre que a los asistentes a discotecas de la época, que Moroder representa tan bien en la carátula.

Se trata de un álbum de un poco más de media hora de música continua que hoy no haría bailar casi a nadie pero que en esos años revolucionó todo un género musical y ayudó a la evolución de otros que se consolidaron desde mediados de los noventa, tras la asonada punk setentera y todo el rock ochentero.

Massive Attack – Blue lines (Virgin Records, 1991)

A comienzos de los noventa, mientras que en EE.UU. el glamour fiestero del hair metal languidecía y daba paso al look desprolijo y la angustia del grunge, en Inglaterra una nueva generación de músicos revolucionaba lo electrónico, fusionando elementos disímiles y distantes en el tiempo.

En la sureña ciudad inglesa de Bristol, histórica por sus calles industriales y famosa como lugar de trabajo del misterioso grafitero Banksy, surgió este colectivo llamado Massive Attack. Sus integrantes son considerados los padres del trip-hop, denominación en la que «trip», remite a su doble acepción de «viaje»: traslado de un lugar a otro y efectos del consumo de ciertas substancias. A partir de este disco, el género obtuvo su partida de nacimiento, ya que hasta el momento se había manifestado únicamente como un proyecto que circulaba en el condensado circuito de pubs bristolianos.

Básicamente un trío, integrado por Robert «3D» Del Naja (voz, teclados), Grantley «Daddy G» Marshall (voz) y Andrew «Mushroom» Vowles (teclados), Massive Attack sorprendió con este debut, una cuidadosa y muy selecta miniobra de arte sonoro en el que, a primera vista, se detecta R&B (Be thankful for what you’ve got), jazz (Lately, Safe from harm, Blue lines), reggae y dub (One love, Hymn of the big wheel) y rap (Daydreaming, Five man army).

Mirado más de cerca, es una demostración de respeto y profundo conocimiento de la música negra producida en EE.UU. en los setenta, pues abundan sampleos de artistas legendarios como Isaac Hayes, Al Green, Billy Cobham, Parliament-Funkadelic e incluso de otras cosas, como el saxofonista de cool jazz Tom Scott (en el tema-título) o The Mahavishnu Orchestra (el clásico Planetary citizen, del álbum Inner circles, es usado en Unfinished sympathy).

La colaboración de reconocidos vocalistas de la movida noventera, de distintos géneros musicales, como Shara Nelson, Horace Andy (en los temas con raigambre en la música jamaiquina), Nenah Cherry y particularmente del rapero Tricky, que luego se convirtió en celebridad por derecho propio en las escenas europeas electrónicas y del trip-hop, contribuyen al eclecticismo de Blue lines, considerado uno de los mejores discos de esa desafiante década.

[OPINIÓN] Hay personajes en la política que insisten en recordarnos —día, tarde y noche— que no cobran un centavo porque la sobra el dinero, y que la mitad de su fortuna la destinan a los pobres, a los niños, a la educación, al universo y a sus ángeles custodios. No dicen “miren qué bueno soy”, pero lo repiten tantas veces que uno termina creyendo que la frase viene con truco.

Ese viejo truco tiene nombre: humblebragging: El arte de presumir disfrazado de humildad.

Es como decir “yo no quiero hablar de mis sacrificios”, mientras te instalas un megáfono en la solapa. Nada sorprendente en ciertos personajes que creen que la caridad rinde más cuando se ejerce frente a cámaras.

En psicología esto se asocia al narcisismo: la necesidad permanente de que alguien te aplauda, aunque sea por hacer el bien. No se trata de ayudar, sino de que todos lo sepan. Y si no lo saben, se recuerda. Y si ya lo recordaron, se repite. Cada día, cada entrevista, cada acto público.

La jactancia, en su versión local, funciona además como un escudo moral. “No cobro”, “yo dono”, “yo sacrifico”, “yo entrego”. Palabras grandes para esconder vacíos más grandes. Porque la caridad auténtica es silenciosa; la otra, la de vitrina, viene con reflectores, guion y libreto.

¿Por qué lo hacen?

Primero, por validación. Quien se repite a sí mismo que es bueno, quizá teme no serlo tanto. Después, por estatus: no hay mejor inversión que el aura de filántropo; abre puertas, limpia culpas y endulza titulares.

Finalmente, por necesidad emocional: algunos necesitan sentirse salvadores para no enfrentarse a sus propias fracturas. No es maldad, pero tampoco es santidad.

El impacto es claro. La generosidad pierde valor cuando se convierte en campaña. Hasta la ética cristiana —que algunos  tanto reclaman— es precisa: que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Aquí, en cambio, las dos manos reparten volantes para que todos se enteren.

La consecuencia es predecible: la gente deja de creer. La caridad se vuelve marketing y la humildad, un accesorio. Y cuando eso ocurre, todo suena sospechoso: desde la cifra que asegura no cobrar hasta la fortuna que supuestamente dona “a la mitad”.

No hace falta nombrar al personaje. Basta escuchar sus discursos: cada frase es un recordatorio de lo mucho que sacrifica, de lo poco que recibe y de lo imprescindible que cree ser. Él no presume; él “informa”. No alardea; “solo aclara”. No busca reconocimiento; “simplemente es así”.

Que cada quien juzgue. Pero en tiempos donde la necesidad es real y urgente, la caridad que se grita deja de ser caridad. Y la humildad que se anuncia deja de ser virtud. El humblebragging o alábate coles, en castizo,  se vuelve ruido, y hoy, el país necesita menos ruido y más verdad.

[OPINION] “De lo que hablamos aquí es de la responsabilidad del país asilante, de adecuarse a las disposiciones de la Convención de Caracas, en lugar de violarlas y contravenirlas para favorecer a sus aliados político o ideológicos”

Todos recordamos las desgarradoras escenas de Quasimodo, el jorobado de Notredame, cargando en sus brazos a la bella gitana Esmeralda, luego de salvarla de su ejecución para introducirla a la celebérrima catedral gótica parisina, clamando porque el archidiácono le otorgue asilo. Esmeralda le había dado agua de beber al desafortunado jorobado cuando fue expuesto encadenado en la plaza pública. Ese solo hecho, despertó en él un amor devoto hacia la gitana en un universo urbano marginal, recreado magistralmente por Víctor Hugo, que jamás le había mostrado piedad.

La institución del asilo es muy antigua. Otrora, los perseguidos por diversas causas podían refugiarse en cualquier Iglesia y solicitarlo. Entonces el Estado no podía intervenir en lo que se consideraba una sede pontificia y era el Vaticano el responsable de decidir la suerte del desdichado que solicitaba protección.

En 1949, de manera azarosa y casi espectacular, Víctor Raúl Haya de la Torre logró ingresar a la sede diplomática de Colombia, burlando la vigilancia de la policía secreta de la dictadura de Manuel A. Odría. Colombia concedió el asilo pero el Perú no otorgó el salvoconducto. Esta situación de punto muerto motivó el confinamiento del fundador del APRA durante 5 años en la referida embajada. En octubre de 1954, la presión internacional y el deterioro de la situación interna del Perú, así como la notable merma en la popularidad de su represivo Presidente  obligaron a la dictadura a otorgarle el salvoconducto a Haya de la Torre para que pudiese finalmente abandonar el país.

En 1950, Perú y Colombia decidieron llevar este caso a la CIJ de la Haya, sin embargo esta falló ambiguamente: de una parte señaló que el asilo no había sido concedido en forma, pero de la otra indicó que Bogotá no tenía la obligación de entregarle a su protegido a las autoridades de Lima. Por aquellos tiempos, a Haya de la Torre se le conoció bajo el pseudónimo de Señor Asilo.

En virtud de esta situación, en marzo de 1954 se reunió en Caracas la Convención Sobre Asilo Diplomático, la que en su artículo I le otorgó al estado asilante la potestad de decidir la procedencia  o no del asilo al sujeto que lo demanda. En tal sentido, el otro Estado, el que persigue al asilado o demandante del asilo, tiene la obligación de acatar dicha decisión.

El referido artículo de la Convención de Caracas ha salvado muchas vidas. En las décadas de 1970 y 1980, decenas sino cientos de perseguidos políticos por implacables dictaduras de izquierda y derecha pudieron salvar sus vidas en virtud de esta salvaguarda. Sin embargo, la Convención de Caracas no es, como se está señalado, un cheque en blanco para el país asilante, o una potestad que pueda ser utilizada indiscriminadamente.

La misma Convención sostiene en su artículo III que los procesados o los sentenciados por delitos comunes que no hubiesen cumplido con sus sentencias no pueden beneficiarse con el asilo político. En otras palabras, esta institución jurídica fue instituida con la finalidad de preservar la seguridad de personas perseguidas en virtud de su actividad o ideas políticas y no con la intención de que puedan acogerse aquellos cuyos casos no revisten dichas características.

Por ello, llamó mucho la atención el asilo diplomático concedido por Brasil a la expareja presidencial Nadine Heredia, sobre quien no existe ninguna persecución política y fue condenada a 15 años de prisión por lavado de activos. Algunos cuestionan la sentencia en su contra, pero si eso bastase para solicitar asilos habríamos pervertido en absoluto el sentido de la institución.

Recién la periodista Rosa María Palacios se pronunció sobre el tema, refiriendo para ello el artículo 36 de la Constitución Política del Perú que señala que “el Estado reconoce el asilo político. Acepta la calificación de asilado que otorga el gobierno asilante”. Y es verdad, y es positivamente cierto que el Perú debía otorgar el salvoconducto a Nadine Heredia y también debe otorgárselo a Betssy Chávez.

Pero de lo que hablamos aquí es de la responsabilidad del país asilante de adecuarse a las disposiciones de la Convención de Caracas, en lugar de violarlas y contravenirlas para favorecer a sus aliados políticos o ideológicos. Este ha sido el caso del indebido asilo otorgado por el presidente de Brasil Ignacio Lula da Silva a Nadie Heredia.

Luego está el caso del ex presidente Alan García Pérez y hay que señalarlo. Su caso guarda similitud con el de Heredia. La diferencia es que García no había sido sentenciado, la expareja presidencial sí. En todo caso, el motivo de Uruguay para no conceder el asilo se sostuvo precisamente en virtud del artículo III de la Convención de Caracas y los seguidores de García tienen derecho a preguntarse ¿por qué no ha sucedido lo mismo con Nadine Heredia?

Si se tratase solamente de los principios y contenidos de la Convención de Caracas,  solo podemos colegir que el asilo político otorgado a la expareja presidencial lastima la esencia de la institución del asilo, la desvirtúa y pervierte. Luego, es mejor que el Perú no actúe como Brasil y que conceda los salvoconductos; que manifieste respeto al derecho internacional, que no deje la mala imagen que dejó hace 75 años al confinar a Haya de la Torre en la embajada de Colombia en tiempos de la dictadura de Manuel Odría.

Sobre Betssy Chávez el caso es fronterizo. No existe en sentido estricto una dictadura persiguiéndola pero sí un gobierno que se devanea entre el autoritarismo y un orden constitucional languideciente. En tal sentido, parecen escasas las garantías de obtener un proceso judicial sin injerencias políticas.

Sobre México, mi preocupación es otra, su respaldo a Pedro            Castillo, desde que este intentase perpetrar un golpe de Estado en contra del  ordenamiento constitucional en el Perú, más parece responder a la teoría progresista de la colonialidad del poder y a posturas ideológicas identitarias que a los motivos que, según la Convención de Caracas, justifican otorgar un asilo político.  Y por esta razón me parece que estamos sometiendo la institución del Asilo Político al gusto de quien quiera utilizarlo por cualquier motivación particular, menos por los principios que la Convención defiende.

Si algo extraño del periodo de la Guerra Fría, es que, con todo y todo, había ciertas reglas, ciertos consensos, ciertas columnas a las cuales aferrarse, aunque no siempre se mantuviesen en pie. Desde la brutalidad de Donald Trump, los excesos del wokismo y la libre interpretación del derecho internacional estamos manifestando la abierta intención de hacer tabla rasa con l´Ancien régime de la Guerra Fría. Me pregunto cómo será el nuevo.

[Música Maestro] Con el surgimiento de géneros como el grunge, el indie, el shoegazing, la EDM y el nu metal, la música popular anglosajona sufrió una nueva recomposición, tan fuerte y revolucionaria como lo fueron en sus respectivas décadas el rock progresivo, el punk y la new wave. Mientras que las radios trataban de adaptarse a los nuevos aires, incorporando a sus programaciones las vertientes más amables de estos cambios -el britpop, el rock alternativo. Esa renovación de sonidos también alcanzó al pop-rock en español, lo cual terminó en una generación amplia, interesante y de diversos recursos estilísticos.

En paralelo, las viejas glorias de otros tiempos continuaron su camino artístico, algunos aferrándose a sus conocidas fórmulas y otros intentando actualizarse, con resultados que fueron de lo sorprendente a lo decepcionante. Desde los padres fundadores -y sus hijos- del pop-rock de los sesenta y setenta, los ídolos ochenteros y sus ramificaciones estilísticas, hasta los barones de géneros extremos como el punk, el rap y el heavy metal, todos aportaron a la diversidad que escuchamos entre 1990 y 1999.

Para cuando comenzó la década de los noventa, el rock y sus derivados ya tenían, como mínimo 25 años de antigüedad. La reedición del festival de Woodstock, en 1999 -tres décadas después del original- en medio de la existencia de varios encuentros propios de su tiempo -Lollapalooza, Glastonbury, Coachella, entre otros- fue una especie de punto final, otro más, para la continua evolución de la música popular.

En esta nota he escogido solo seis para mostrar esa variedad de estilos que nos dejó la década noventera, dejando de lado las obviedades que aun resuenan en emisoras del recuerdo, con la intención de poner el foco en las puntas de los muchos icebergs que confirmaron esa vibrante etapa que fue, a la vez, premonitoria de la decadencia que se venía el siglo XXI, una que estamos padeciendo sin pausa ni opciones desde hace ya un cuarto de centuria.

Hole – Celebrity skin (DGC Records, 1998)

A diferencia de Dave Grohl, quien básicamente se colgó de su fama como baterista de Nirvana tras el terrible suicidio de Kurt Cobain para promocionar su propia banda, el camino musical de su viuda empezó casi en paralelo, a pesar de que ese hecho también fue publicidad gratuita para ella, algo inevitable pues todo lo relacionado al líder de la escena grunge se convirtió en objeto de culto tras aquel trágico 5 de abril de 1994.

Courtney Love había formado Hole en 1989, el mismo año de Bleach, el debut de Nirvana, con un sonido cercano al punk y al noise-rock, en la onda de Sonic Youth o The Butthole Surfers. Sin embargo, después de dos álbumes, la cantante y guitarrista decidió modificar ligeramente su línea musical en este tercero, más orientado hacia el hard-rock con ciertas influencias de la escena californiana de los años sesenta.

El resultado tiene suficiente peso como para olvidarse de quienes reprochaban a Hole ser una banda que aprovechaba su conexión con uno de los personajes más influyentes de la década. Acompañada por Eric Erlandson (guitarra), Melissa Auf der Maur (bajo, coros) y Patty Schemel (batería), Courtney Love concibió estas canciones en medio de un torbellino emocional sumamente depresivo, del cual salió gracias a su expareja Billy Corgan (líder de The Smashing Pumpkins), coautor de cinco temas, entre ellos Malibu y Celebrity skin, las más conocidas del álbum; y toca el bajo en dos (Hit so hard y Petals).

Schemel fue reemplazada en las sesiones por Deen Castronovo, por algunos desacuerdos con el productor. El antiguo sonido de la Costa Este se siente en Malibu, Awful, Boys on the radio o Heaven tonight. Otros temas como Dying, Use once & destroy, Reasons to be beautiful o Hit so hard son más grunge. Northern star es un quejumbroso tema acústico con sección de cuerdas. La voz de Courtney Love se parece, por momentos, a la de Joan Jett, pero su imagen definitivamente es mucho más controversial y chocante. Celebrity skin marcó el final de Hole, pero Love no perdió vigencia por sus constantes apariciones en noticias del espectáculo.

Pavement – Wowee Zowee (Matador Records, 1995)

Pavement fue una de las bandas fundamentales de la movida «indie» norteamericana pero, con el tiempo, su presencia en la memoria del público fue desvaneciéndose. Quizás porque, a diferencia de otros actos como Sonic Youth, The Flaming Lips o Yo La Tengo, estos californianos jamás se interesaron en firmar contrato con sellos grandes. O jamás lo consiguieron. Aquella independencia les dio estatus de banda de culto, aunque casi nadie hable de ellos.

Este es su tercer álbum, sin contar los EP, titulado Wowee zowee, frase extraída del tema Wowie zowie, del disco debut de The Mothers of Invention (Freak out!, 1966). La onda relajada y ecléctica de estas 18 canciones representa el mejor momento de Pavement y, en especial, de su principal compositor y líder espiritual, Stephen Malkmus, toda una estrella por sus presentaciones en Lollapalooza y sus dimes-y-diretes con Billy Corgan.

Malkmus es considerado una especie de genio por los seguidores de este subgénero del rock alternativo. Aunque no necesariamente llega a ese nivel, sí cabe decir que hay en sus composiciones mucha personalidad y talento, con registros que van de lo experimental (We dance, Flux=rad, Fight this generation, Grave architecture) a lo country alternativo de baja fidelidad (Motion suggests, Father to a sister of though). En Brinx job, el quinteto se pone beatlesco, mientras que en Half a canyon, la distorsión es grunge puro, a lo Nirvana.

Por eso la figura de Stephen Malkmus es importante en el desarrollo del rock noventero norteamericano, porque se puso al margen del alternativo exitoso para lanzar discos cargados de influencias diversas. Este álbum fue un retorno a un sonido más volátil, sin dejar de lado ataques rockeros de muy buena factura como en Extradition, Black out y especialmente Rattled by the rush, el tema más conocido por quienes conocen a fondo la escena indie.

Pavement siguió produciendo hasta finales de la década y posteriormente se reunieron en el 2010 para una gira. En este álbum, la formación de Pavement fue la siguiente: Stephen Malkmus (voz, guitarra), Scott Kannberg (guitarras), Mark Ibold (bajo), Bob Nastanovich (percusión, coros) y Steve West (batería).

Paul McCartney – Off the ground (Parlophone Records/Capitol Records, 1993)

El primer disco rock del ex Beatle en los noventa -en 1991 había lanzado su oratorio dedicado a Liverpool- no recibió muy buenos comentarios en su momento, sobre todo comparándolo con el anterior, Flowers in the dirt (1989). Sin embargo, escuchado a la distancia, hubo algo de mezquindad en esas críticas, puesto que su contenido refleja la creatividad compositiva de Paul así como la cohesión con su banda -Hamish Stuart (guitarras, bajos, voces), Robbie McIntosh (guitarras, coros), Paul «Wix» Wickens (teclados, acordeón, coros), Blair Cunningham (batería) y su inseparable Linda McCartney (teclados, coros).

Supongo que esa acrimonia se debió al tono acústico y comercial de Hope of deliverance, la canción más popular de este disco, el décimo como solista, sin el rótulo de Wings; décimo octavo desde la separación de los Fab Four. Pero, valgan verdades, es una canción excelente. El álbum arranca con Off the ground, de tintes volátiles y un pegajoso efecto de palmas. Aquí reaparece el McCartney más muscular, con inevitables toques beatlescos en Mistress and maid y Golden earth girl, lejos ya del disco (Coming up, 1980) o del pop sinfónico de Pipes of piece (1983), con bastantes guitarras y mellotrones.

Hay temas como Looking for changes, Biker like an icon o Get out of my way que quedan bien con la época, independientemente de su trayectoria y renombre. También hay algunas canciones románticas como la mencionada Golden earth girl, The lovers that never were y I owe it all to you, melodías suaves, sencillas y agradables al oído, algo para lo que siempre tuvo particular talento. Las guitarras de McIntosh y Stuart son sumamente claras y se combinan muy bien con la versatilidad del inquieto compositor, capaz de grabar hasta 20 instrumentos por su cuenta.

Como ocurrió en Flowers in the dirt, hay dos temas firmados con su gran amigo Elvis Costello, The lovers that never were y Mistress and maid. Al final de C’mon people hay una oculta, Cosmically conscious, que mereció mayor difusión. Buen disco de un artista venerado que, de vez en cuando, recibe puyazos innecesarios por parte de la crítica especializada.

Slowdive – Souvlaki (Creation Records, 1993)

Neil Halstead (voz, guitarra), Rachel Goswell (voz, guitarra), Christian Savill (guitarra), Nick Chaplin (bajo) y Simon Scott (batería) conforman este quinteto británico de dream-pop y shoegazing, subgéneros que iban un par de niveles por debajo del modern-rock o rock alternativo. Con este álbum, el segundo de su breve discografía, Slowdive se puso al frente de esta vanguardia subterránea: sonidos que iban por debajo de todo lo que estaba sucediendo en la superficie de la escena musical imperante.

La ominosa carga de distorsión y actitud contemplativa de Slowdive hizo que se convirtieran en banda de culto, y su devoción por el post-punk -el nombre del grupo es de una canción del quinto álbum de Siouxsie & The Banshees, A kiss in the dreamhouse (1982)- y la generación de atmósferas hipnóticas, casi psicodélicas; los pusieron al margen de cualquier posibilidad de éxito comercial. El arsenal de efectos para guitarras crea una inexpugnable pared de ruido blanco a lo largo de todo el disco. Halstead y Goswell son amigos desde la infancia e incluso fueron pareja, por lo menos hasta el momento en que lanzaron este disco, una dinámica que sin duda aportó emoción y tensión a su proceso creativo.

En su momento, las críticas de la prensa especializada no les fueron nada favorables. Incluso Alan McGee, fundador del sello Creation Records, se opuso a su grabación por considerarlo «poco comercial». La vuelta de tuerca llegó con el apoyo de Brian Eno, quien aceptó colaborar en dos canciones, como compositor y tecladista.

La sola mención de Brian Eno en los créditos hizo que la actitud de los críticos cambiara drásticamente. Slowdive pasó de ser denostado a recibir elogios, adoraciones y cultos, muchos de ellos sobredimensionados por el empujón que les dio el genial e influyente productor.

Lo cierto es que Souvlaki -nombre de una tradicional comida chatarra griega- es hoy considerado uno de los puntos más altos del showgaze, una demostración de música hecha con genuinas pretensiones artísticas y expresivas, aunque eso les cueste no ser muy conocidos masivamente. Y de lo caprichosa que suele ser la prensa musical especializada en determinados contextos.

Primus – Frizzle fry (Caroline Records/Prawn Song Records, 1990)

El primer disco en estudio de Primus -segundo de su discografía, tras el álbum en vivo Suck on this (1989)- es un torbellino frenético de canciones en clave de humor negro. El tridente Les Claypool (bajo, voz), Larry LaLonde (guitarra) y Tim «Herb» Alexander (batería) se mantuvo unido hasta 1996 con estrambóticas producciones como Sailing the seas of cheese (1991) y Pork soda (1993) que completan una trilogía de potente funk-rock con ráfagas de metal y uno que otro atisbo de prog-rock que enriquecían su colorida propuesta y dejaban a los Red Hot Chili Peppers como niños de pecho.

Las veloces y poderosas manos de Claypool combinan digitación tradicional con acordes completos y técnicas de slapping-tapping, todo al mismo tiempo, como en To defy the laws of tradition, que comienza con los primeros segundos del clásico YYZ de Rush (1981). Cada tema tiene sorpresas a nivel de instrumentación, por la amplia capacidad de los tres para generar fondos musicales equilibrados y caóticos al mismo tiempo, como LaLonde y sus pesadillescos riffs/solos o los polirritmos de Alexander.

En Groundhog’s day y Pudding time se nota claramente la influencia del jazz del trío, uno de los mejores actos de la década. Sobre la base de su pasado metalero -LaLonde en Possessed, Claypool en Blind Illusion, oscura banda de hardcore de mediados de los ochenta- Primus construye temas fuertes también, como Frizzle fry, Too many puppies, Mr. Knowitall, John The Fisherman o Harold of the Rocks, con letras que hablan de personajes simples, grises, retraídos y antisociales cuyas vidas aburridas y ridículas terminan por enloquecerlos o hacerlos peligrosos.

Sathington Willoughby y Spegetti western son instrumentales alucinantes mientras que To defy es una breve coda de la primera canción. Por su parte, otro instrumental, You can’t kill Michael Malloy, en tiempo de vals y tocado con organillo barroco, fue compuesto por su productor, Matt Winegar.

En la versión reeditada en 2002 por el sello discográfico Prawn Song Records, propiedad de Les Claypool, se incluye un cover: Hello Skinny/Constantinople, dos temas del quinto disco de The Residents (Duck Stab!/Buster & Glen, 1978), otra de sus referencias.

Underworld – dubnobasswithmyheadman (Junior Boy’s Own Records, 1994)

Para muchos este fue el debut de Underworld, banda londinense de música electrónica. Sin embargo, se trata de su tercera producción. Era un trío conformado por Karl Hyde (voz, guitarras), Rick Smith (voz, teclados) y Darren Emerson (teclados).

Cuentan que entre 1990 y 1993, Hyde estuvo a punto de abandonar la música, desanimado por el magro resultado de sus dos primeros discos, más convencionales, pero fue contratado como músico de sesión en Estados Unidos y terminó tocando con Prince, Deborah Harry e Iggy Pop, con quien incluso salió de gira.

De regreso a Londres, reunió nuevamente a Underworld y cambió completamente al grupo. Hay algo de oscuridad y misterio en estas canciones, sensaciones que aumentan con el arte de carátula, extraño collage en blanco y negro con reminiscencias de la música electrónica industrial y el trip-hop.

Los temas son largos e hipnóticos, aunque caen por momentos en la repetición que amenaza con aburrir pronto a quienes no se conectan al 100% con esta forma de hacer música pop. Las letras están siempre en segundo plano, como si fueran un efecto más, con ecos y texturas semi robóticas que hablan de vida nocturna, sexo, juventud, entre otros tópicos.

Hyde y Smith se convirtieron, a partir de este disco, en una de las parejas de productores más solicitada, llegando a trabajar con Tricky, Björk y otros. Underworld reinventó la música electrónica con su inteligente uso de osciladores, secuencias y hasta guitarras, como en Tongue. En temas como Dirty epic hay referencias a New Order y Pet Shop Boys, mientras que Cowgirl parece un interminable mantra digital. En River of bass y M.E. muestran sus preocupaciones espirituales y ambientalistas.

El álbum ganó notoriedad tres años después luego de que el single Born slippy.NUXX -incluido en el álbum, Second toughest in the infants (1996)- se convirtiera en el himno de la generación que vibró con Trainspotting (Danny Boyle, 1997), película que muestra el sórdido submundo de la adicción en el que sumerge un grupo de jóvenes de Londres. El tema inicial, Dark & long, también aparece en la película, bajo el subtítulo Dark train.

[EL DEDO EN LA LLAGA] Mons. Javier del Río Alba, arzobispo de Arequipa, ha sido nombrado comisario apostólico adjunto «para llevar a término las disposiciones vinculadas a la supresión de las sociedad de vida apostólica Sodalitium Christianae Vitae y Fraternidad Mariana de la Reconciliación, la asociación pública de fieles Siervas del Plan de Dios y la asociación privada de fieles Movimiento de Vida Cristiana», como indica una nota de prensa del Arzobispado de Arequipa fechada el 6 de noviembre de 2025. Con el mismo título y encargo también han sido nombrados por el Dicasterio para los Institutos de de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica el empresario César Arriaga Pacheco y el abogado Juan Velásquez Salazar, ambos arequipeños.

En una video-entrevista con el medio arequipeño El Búho, publicada el 19 de abril de 2017, esto es lo que decía Mons. Del Río sobre el caso de Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio:

«Hasta donde yo tengo entendido en el proceso seguido ante la Santa Sede no se ha probado la violación, o sea, delitos sexuales. Creo —porque no he tenido acceso a las actas— que no se ha llegado a probar. […] La Santa Sede no lo ha mandado a Luis Fernando Figari a una cárcel dorada como se dice. La Santa Sede lo ha mandado a que viva recluido. Ahora, corresponde al Sodalicio ver dónde está recluido. Cuando sale el tema Figari, yo me he pronunciado ante los medios, en entrevistas. […] En honor a la gente buena que hay, yo diría que no es todo el movimiento. Sí, que Luis Fernando Figari ha cometido actos abominables. Que hay algunos más, sin duda».

[Pregunta de la entrevistadora] En un movimiento tan fundamentalista como el Sodalicio que el líder fundador guía espiritual y los principales estén involucrados significa pues que toda la línea que de ahí se desprende pues estaría de alguna manera contaminada. ¿No le parece? Porque si fuera uno que no influye mucho en el movimiento, se le saca.

No, pero es que hay diversas generaciones. Hay sodálites que a Luis Fernando lo han visto una vez en la vida o dos. […] Uno de mis vicarios es sodálite. Yo he consultado con uno de los denunciantes luego con otras personas que se han salido del Sodalicio. Les he dicho: Mira, estoy pensando en este sacerdote, tú qué piensas, tú que lo conoces que has sido sodálite, ¿tiene algo? Me ha dicho: no, no tiene nada; es un buen hombre. O sea, no todo está… […] Yo creo que todavía el Sodalicio tiene que recorrer un camino muy largo. Esto tiene para rato. Mucha gente se está saliendo del Sodalicio, mucha gente está saliendo del Movimiento de Vida Cristiana o están escandalizados por lo que ha pasado. Yo pienso que con toda razón».

El sacerdote sodálite mencionado es el P. Alberto Ríos Neyra y hasta el día de hoy sigue ocupando el cargo de vicario general de la curia arquidiocesana de Arequipa.

En diciembre de 2024, El Búho recoge estas declaraciones de Mons. Del Río que van en la misma línea que las anteriores:

«Es posible que una institución haya estado corrompida en sus cúpulas, pero eso no quita que haya miembros de bien, gente que reza y trabaja sinceramente. Lamentablemente, algunos de ellos también han sufrido las consecuencias de estos hechos».

Se sigue de ello que para el arzobispo de Arequipa no era la institución la que estaba mal, sino solamente algunos miembros de su cúpula y, por lo tanto, la supresión sería una medida exagerada. Bastaría con extirpar a la cúpula corrupta, y problema solucionado.

Lamentablemente, la realidad no es así. Como ha precisado la Santa Sede, el Sodalicio carecía de carisma espiritual. Y, por lo tanto, lo que se construyó fue un sistema institucional que no solamente hizo daño a muchos de sus integrantes, sino también les enseñó a aplicar medidas disciplinarias que terminarían haciendo daño a otros, aunque hicieran esto de buena voluntad y sin malas intenciones. Los “miembros de bien” que se quedaron en el Sodalicio hasta el final también están contaminados, se volvieron cómplices de los abusadores, callaron por obediencia —en todos los colores del arco iris— lo que sabían y lo que habían visto y nunca tuvieron la mas mínima empatía con las víctimas, a muchas de las cuales las tacharon de enemigas de la Iglesia. Como hizo la cúpula misma. No se sabe de disidencias al interior del Sodalicio. Y si las hubo, fueron acalladas apelando a la obediencia o a la ley tácita de la omertà que siempre ha practicado la institución.

Mons. Del Río se ha reunido con algunas víctimas del Sodalicio en privado —según él mismo afirma—, pero en público lo ha hecho en varias ocasiones con miembros prominentes del Sodalicio y con personas vinculadas a la institución. Una de estas ocasiones es descrita en el boletín oficial del arzobispado de Arequipa “En camino” (Nº 700, 10 de diciembre de 2021), con ocasión del quincuagésimo aniversario de la fundación del Sodalicio:

«La familia sodálite en Arequipa se reunió para celebrar los 50 años de fundación del Sodalicio de Vida Cristiana. La Misa fue presidida por Mons. Javier Del Río Alba y concelebrada por sacerdotes de la comunidad y sacerdotes cercanos a la familia espiritual, en el campus San Lázaro de la Universidad Católica San Pablo (UCSP), donde también estuvieron presentes el Superior General del Sodalicio, José David Correa; el Rector de la UCSP, Germán Sánchez Contreras y toda la familia espiritual. La celebración eucarística se realizó el miércoles 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

La noche anterior el Arzobispo visitó a la comunidad sodálite presente en nuestra Arquidiócesis, para expresarle su saludo y aliento en el apostolado que realizan en la Universidad Católica San Pablo, el Instituto del Sur, el Asilo San José, varias capillas y diversas obras sociales en nuestra ciudad».

En ese entonces ya se sabía de los abusos cometidos por varios miembros del Sodalicio y la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación, convocada por el mismo Sodalicio ante el escándalo producido por la publicación de “Mitad monjes, mitad soldados” de Pedro Salinas y Paola Ugaz, ya había publicado su informe final (abril de 2016), donde se decía claramente:

«En los años iniciales de su fundación, el SCV estableció una cultura interna, ajena y contraria a los principios establecidos en sus Constituciones, […] en la que la disciplina y la obediencia al superior se forjaron sobre la base de exigencias físicas extremas, y castigos también físicos, configurando abusos que atentan contra los derechos fundamentales de las personas, universalmente reconocidos y consagrados en la Constitución Política del Perú».

Se trataba de una “cultura particular” presente en toda la institución, que permitía y fomentaba los abusos, y no de de unas cuantas “manzanas podridas”.

Incluso el mismo Mons. Del Río había tenido que lidiar con un caso de abusos, precisamente el del sacerdote sodálite Luis Ferroggiaro Dentone, entonces capellán de la Universidad Católica San Pablo (UCSP), quien fue acusado en abril de 2016 por el padre de un niño de 7 años, con quien habría sido “cariñoso” en exceso. Ferroggiaro ya había tenido anteriormente una denuncia de acoso sexual en el distrito portuario El Callao, interpuesta por un joven. Mons. Del Río pidió el retiro inmediato del sacerdote acusado, lo que derivó en su alejamiento del cargo que ostentaba y de la ciudad de Arequipa. Ferroggiaro sería expulsado del Sodalicio por orden del Papa Francisco en octubre de 2024. Actualmente estaría residiendo en los Estados Unidos.

En agosto de 2023, tras la llegada al Perú de la Misión Especial enviada por el Papa —integrada por Mons. Charles Scicluna y Mons. Jordi Bertomeu—, el tema volvió a tocarse. Así lo cuenta el portal El Búho:

«Miguel Salazar, superior del SVC en Arequipa, había reunido a los docentes de la Universidad San Pablo para tranquilizarlos sobre los resultados de esa investigación. Según dijo, ante un auditorio repleto y ansioso, “todo estaba en orden” y nada hacía prever que habría sanciones o disolución del Sodalicio. Entonces, lo confrontó un docente que llamaremos Roldán. Le reprochó que no se hubiera investigado el caso contra Ferroggiaro, que él conocía de cerca. Y habló en voz alta, por primera vez, de los abusos que cometió el Sodalicio, fuera y dentro de la universidad. Como era de esperarse, Roldán terminó rápidamente despedido de la UCSP».

En el año 2024 Miguel Salazar Steiger, José Ambrozic Velezmoro y Juan Carlos Len Álvarez serían expulsados del Sodalicio por disposición de la Santa Sede. Los tres, además de ser sodálites de alto rango, eran miembros de la Asamblea General de la Universidad —compuesta por seis miembros— y una de sus tareas era elegir al rector de la Universidad. El rector en funciones de la universidad era —y lo es hasta ahora— Alonso Quintanilla Pérez-Wicht, quien en la década de los ochenta aspiraba a ser sodálite consagrado de comunidad y estuvo un tiempo en las casas de formación de San Bartolo (al sur de Lima), donde no sólo fue testigo de los abusos que allí se cometían, sino que también él mismo los sufrió en carne propia, como yo mismo —fiel a mis recuerdos— puedo atestiguar.

Las ambigüedades de Mons. Javier del Río son evidentes, lo cual explica los recelos despertados en las víctimas a raíz de su nombramiento. Por una parte, dice estar de acuerdo con todas las medidas tomadas por la Santa Sede en relación con el Sodalicio, por otra parte parecía no estar de acuerdo en que se llegara al extremo de una supresión. Por un lado, toma medidas contra un sacerdote sodálite acusado de abuso, por otro lado mantiene lazos de cercanía con el Sodalicio —hasta el punto de tener a un sacerdote sodálite como vicario general de la arquidiócesis—y aprueba las labores apostólicas de la institución, sin ver —o sin querer ver— que hay detrás una cultura de abuso que no se limita a unos cuantos miembros.

¿Por qué ha sido él el elegido para “administrar” la supresión del Sodalicio y demás asociaciones fundadas por Figari? Tal vez porque, a ojos de las autoridades y miembros del suprimido Sodalicio, no tiene el perfil de una “figura enemiga”, y sería improbable que los remanentes sodálites inicien una campaña de desprestigio contra él, como sí lo han hecho contra los cardenales Carlos Castillo, Pedro Barreto e incluso Robert Prevost, el actual Papa León XIV.

Sólo espero que los responsables vaticanos no se hayan equivocado. Y a Mons. Del Río se le presenta ahora la oportunidad de redimirse de sus ambigüedades pasadas, que tanto malestar han ocasionado entre las víctimas.

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Hace unos días, el destacado internacionalista Francisco Tudela van Breugel-Douglas señaló que el Perú debía otorgar el salvoconducto a la Sra. Betssy Chávez para que pudiese acogerse al asilo diplomático que le ha otorgado México y desplazarse a dicho país. Está bien claro que Tudela no es, ni de lejos, simpatizante de las causas políticas e ideológicas que Chávez defiende. Sin embargo, recordó que, debido al confinamiento de Víctor Raúl Haya de la Torre en la embajada de Colombia (1949-1954) en virtud a la negativa del gobierno dictatorial de Manuel Odría a otorgarle el salvoconducto, la Convención Sobre Asilo Diplomático de Caracas de 1954 estableció en su artículo I  que: el asilo otorgado en legaciones, navíos de guerra y campamentos o aeronaves militares, a personas perseguidas por motivos o delitos políticos, será respetado por el Estado territorial de acuerdo con las disposiciones de la presente Convención.

Este fue el caso del líder indígena Alberto Pizango quien ingresó a la embajada de Nicaragua en 2009 y pidió asilo diplomático a este gobierno luego de la que justicia peruana dictase una orden de detención contra él por su participación en los luctuosos sucesos de Bagua. En aquella oportunidad,  alrededor de 20 policías y 10 pobladores indígenas amazónicos murieron en un enfrentamiento que tuvo como colofón la posible privatización de las tierras de las comunidades locales.

El entonces presidente del Perú, Alan García Pérez, no dudó en otorgar el salvoconducto a Pizango tan pronto Nicaragua le concedió el asilo y, de este modo, el líder indígena partió hacia Managua bajo la protección del gobierno autoritario de Daniel Ortega. El motivo de García fue el mismo que ha esgrimido recién Francisco Tudela: desde que Nicaragua concedió el asilo ya la cuestión pasa a ser de absoluta responsabilidad de Nicaragua según la Convención de Caracas de 1954. Al gobierno peruano le correspondía otorgar el salvoconducto.

La prevalencia del referido artículo nos parece pertinente: cientos de personas han logrado salvar sus vidas de la represión de implacables dictaduras en las décadas de 1970 y 1980, pidiendo asilo en diversas embajadas cuando América Latina se vio asolada por una ola de temibles dictaduras.

Sin embargo, hoy nos encontramos en una era de cambios paradigmáticos en los que comenzamos a perder de vista algunos consensos básicos. A nosotros no deja de preocuparnos la nula repercusión nacional y regional que tuvo el asilo diplomático concedido por el presidente de Brasil Lula de Silva a la ex pareja presidencial Nadine Heredia cuando lesiona esencialmente la institución de la que hablamos. Sobre Heredia no había persecución política alguna, lo que existe es una condena por lavado de activos, en virtud de ingentes sumas de dinero que recibió para financiar las campañas electorales del Partido nacionalista en 2006 y 2011.

En el segundo de los casos, de acuerdo con el testimonio de Marcelo Odebrecht, se otorgó a la pareja Humala-Heredia la suma de 3 millones de dólares, a solicitud del Partido de los Trabajadores, precisamente el de Lula de Silva. Al respecto, también la Convención de Caracas de 1954 señala en su artículo III que: No es lícito conceder asilo a personas que al tiempo de solicitarlo se encuentren inculpadas o procesadas en forma ante tribunales ordinarios competentes y por delitos comunes, o estén condenadas por tales delitos y por dichos tribunales, sin haber cumplido las penas respectivas, ni a los desertores de fuerzas de tierra, mar y aire, salvo que los hechos que motivan la solicitud de asilo, cualquiera que sea el caso, revistan claramente carácter político.

Sé perfectamente que existen voces críticas de la condena en contra de los Humala-Heredia. Sin embargo, si el desacuerdo con una sentencia del Poder Judicial fuese suficiente para obtener asilos políticos, tendríamos colas de ciudadanos disconformes con los fallos dictados en su contra alrededor de las sedes diplomáticas del mundo entero.

Sucintamente, la institución del asilo diplomático o político no se puede politizar, ni se le debe ideologizar, no se le puede otorgar a los amigos o a los cómplices, a los partidarios o seguidores: sólo aplica cuando los derechos de una persona peligran ante la represión política sistemática de un régimen autoritario o que no ofrece las debidas garantías constitucionales.

En tal sentido, el caso de Betssy Chávez está al límite: es presunta responsable de un quiebre del orden democrático pero es discutible si existen en el Perú las garantías procesales mínimas para obtener un juicio justo. El caso de Nadine Heredia es de escándalo y lesiona la esencia de la institución del asilo: no es una perseguida política, es una condenada por un delito común.

Tal vez deberíamos pensar en recuperar aquellos consensos de antes, de lo contrario nuestro orden internacional se sumergirá cada vez más en la tierra de nadie.

 

Página 1 de 431 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 81 82 83 84 85 86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96 97 98 99 100 101 102 103 104 105 106 107 108 109 110 111 112 113 114 115 116 117 118 119 120 121 122 123 124 125 126 127 128 129 130 131 132 133 134 135 136 137 138 139 140 141 142 143 144 145 146 147 148 149 150 151 152 153 154 155 156 157 158 159 160 161 162 163 164 165 166 167 168 169 170 171 172 173 174 175 176 177 178 179 180 181 182 183 184 185 186 187 188 189 190 191 192 193 194 195 196 197 198 199 200 201 202 203 204 205 206 207 208 209 210 211 212 213 214 215 216 217 218 219 220 221 222 223 224 225 226 227 228 229 230 231 232 233 234 235 236 237 238 239 240 241 242 243 244 245 246 247 248 249 250 251 252 253 254 255 256 257 258 259 260 261 262 263 264 265 266 267 268 269 270 271 272 273 274 275 276 277 278 279 280 281 282 283 284 285 286 287 288 289 290 291 292 293 294 295 296 297 298 299 300 301 302 303 304 305 306 307 308 309 310 311 312 313 314 315 316 317 318 319 320 321 322 323 324 325 326 327 328 329 330 331 332 333 334 335 336 337 338 339 340 341 342 343 344 345 346 347 348 349 350 351 352 353 354 355 356 357 358 359 360 361 362 363 364 365 366 367 368 369 370 371 372 373 374 375 376 377 378 379 380 381 382 383 384 385 386 387 388 389 390 391 392 393 394 395 396 397 398 399 400 401 402 403 404 405 406 407 408 409 410 411 412 413 414 415 416 417 418 419 420 421 422 423 424 425 426 427 428 429 430 431
x