Opinión

Ni firmas falsificadas ni suplantaciones de identidad hubo en el proceso electoral. En otras palabras, no hubo fraude, según concluye la investigación de seis fiscalías provinciales abocadas a ello luego de que el Jurado Nacional de Elecciones les remitiera las denuncias de Fuerza Popular en ese sentido.

Se confirma así el papelón político monumental que supuso para un sector de la derecha la cantaleta del fraude para intentar explicar la derrota legítima, en las urnas, de Keiko Fujimori, una muy mala candidata; peor, que eso, una pésima perdedora.

Sin aprender un ápice del desastre político que generó por su resistencia a aceptar el triunfo de Pedro Pablo Kuczynski el 2016, esta vez, cinco años después, volvió a repetir el plato con mayor intensidad, tratando de que las autoridades electorales desconozcan el triunfo de Pedro Castillo y se vuelvan a convocar elecciones o se le proclamase a ella como la ganadora.

Será cuestión de recordar todos los nombres de quienes alentaron ese despropósito, porque revela su mala entraña política, capaz de ir más allá de los hechos con tal de plasmar sus objetivos. Y en ese afán, lamentablemente llegaron a involucrar a nuestro Nobel, Mario Vargas Llosa, seguramente mal informado, estuvo dispuesto a usar su influencia para lograr el mismo afán.

Dicho sea de paso, la derecha, lo que tiene que aprender es a lanzar buenos candidatos. No lo eran ni Keiko Fujimori, ni Rafael López Aliaga, ni Hernando de Soto. Hay que reconocer que la candidata de Fuerza Popular hizo una excelente campaña en primera vuelta y en buena parte del tramo de la segunda, pero cometió errores groseros en el desenlace casi final, que le costaron la estrecha derrota frente al muy básico y endeble candidato de Perú Libre.

Esta investigación de la Fiscalía debería bastar para que un grupo de enfebrecidos baje sus revoluciones y entienda también que a Castillo se le debe combatir usando las armas de la propia democracia constitucional y no con atajos golpistas. Porque entre quienes exigen vacancia exprés y quienes gritaron fraude hay una línea de continuidad que ojalá se empiece a resquebrajar.

La del estribo: monumental el esfuerzo de la Derrama Magisterial, en conmemoración del Bicentenario, de haber lanzado al mercado editorial la colección, en seis tomos, de la Nueva Historia del Perú Republicano. Bajo la conducción editorial de académicos como Manuel Burga, Carlos Contreras, María Emma Mannarelli y Claudia Rosas, se perfilan nuevas miradas, inquietantes preguntas, tratamientos novedosos de hechos ocurridos desde 1780 hasta la fecha. Edición de lujo, pero a precios asequibles que ya encuentra en kioskos y librerías.

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Este martes 18 de enero vuelve a cumplirse un doble aniversario que en buena medida resume la historia del Perú.

Por un lado, Lima, nuestra querida y a la vez odiada capital, llega a sus 487 años, como una viejita remozada que en nada se parece a esa Lima de 1535, cuando Francisco Pizarro enarboló sus estandartes en el valle del Rímac para fundar una nueva sede administrativa para su gobernación y a la vez tener una cercanía al mar que le permitiera acceder a un puerto exportador de tesoros y escapar en caso de una rebelión indígena. Fue, sobre todo, una jugada estratégica, de fines militares y comerciales. 

El otro aniversario son los 111 años de José María Arguedas, que representa una cara muy distinta del Perú. Nacido en Andahuaylas, departamento de Apurímac, en 1911, Arguedas vivió su infancia y primera adolescencia en la serranía aprendiendo quechua e interactuando con los comuneros indígenas que le enseñaron la verdadera naturaleza del cariño. De hecho, puede decirse que el quechua fue su lengua materna (todo parece indicar, además, que su madre biológica fue una mujer indígena, según recientes investigaciones de Ghislaine Delaune-Gazeau en la revista Lienzo, n. 42).

Lima y Arguedas en sus inicios encarnaban polos opuestos. El mismo nombre original de la urbe –la Ciudad de los Reyes– exhalaba aristocracia y santidad, acero y naftalina al mismo tiempo. Sus símbolos eran importados, europeos. Su función no solo era la de enclave para facilitar la sujeción del inmenso territorio del Tahuantinsuyo, sino que el valle mismo del Rímac estaba poblado de agricultores. Los especialistas oscilan en definir una población nativa entre 30 mil y 120 mil habitantes dedicados al cultivo de plantas para la alimentación, el comercio y el manejo de canales y edificios de barro que servían de vivienda a los caciques y de templos ceremoniales. Además, el valle era fértil y verde y estaba muy cerca del gran santuario de Pachacamac, centro de peregrinaje. Hoy quedan más de 300 restos arqueológicos en el radio urbano de Lima como testimonio de que el valle nunca estuvo realmente desierto.

Arguedas llegó a la costa (primero a Ica) en su adolescencia, a esos “arenales candentes y extraños, entre gente que no quiero, que no comprendo”, como dice su personaje Ernesto en el enternecedor cuento “Warma Kuyay”, de 1935. Ya en Lima, para asistir a la universidad, entró en la vorágine de las contradicciones que en el siglo XX alimentaba una migración cada vez más creciente de provincianos hacia la capital. Con el tiempo, como sabemos, esa migración ha convertido a Lima no solo en una ciudad principalmente habitada por provincianos o sus descendientes, sino también en la ciudad quechuahablante más grande del mundo. 

A la vez, el interior del país es cada vez más penetrado por la avanzada occidental, mermando las culturas locales, amestizándolas, en el mejor de los casos, cuando no desapareciéndolas, pero nunca dejando de afectarlas. Y con ellas la naturaleza, cada vez más depredada.

Muchos dirán que se trata de la expansión de un mestizaje triunfante, de la forja de una verdadera identidad peruana. Lima se vuelve más quechua; el interior se castellaniza cada vez más. Pero a la larga, los modelos culturales y la función del estado siguen siendo los occidentales, como si los procesos de evangelización de la colonia se hubieran transformado ahora en la creencia igualmente fanática en el «progreso» capitalista y como si las modernidades alternativas no fueran posibles. 

¿Qué Perú nos encontramos este 18 de enero? Difícilmente un Perú homogéneo, pese a los esfuerzos de las élites financieras y criollas que quieren ajustarlo a su lecho de Procusto. Había algo de esperanza de que las cosas cambiaran con la subida de Pedro Castillo al poder el pasado 28 de julio. Pero, atenazado por una ultraderecha golpista y la angurria de una izquierda burguesa, el profesor -silenciado y silencioso-  no ha podido hacer gran cosa. 

Lima y su aniversario y Arguedas con el suyo siguen siendo dos heridas que no logran cerrarse.

 

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En inglés, el término que se refiere a un número par, “even”, apunta a significados de nivelación, justicia, constancia. El que connota un número impar, odd, a anormalidad, aberración, atipicidad. No deja de ser interesante que en el mundo de lo supuestamente exacto, la mitad de sus habitantes más comunes sean raros, extraños. 

En un grupo cuyos integrantes suman un número justo, par, estos pueden estar completamente seguros de que nunca van a sobrar, siempre van a tener pareja. En el caso de los extraños, impar, lo anterior no es así. Que alguien quede al margen es inevitable. ¿Quién? Es un enigma, es incierto. 

Quizá por eso, la palabra odd también significa probabilidad, ese concepto tan difícil para la mente, que nos permite estimar qué de todo lo posible termina ocurriendo en un mundo esencialmente desordenado, aunque en general no lo parezca. No lo parece por que nuestro cerebro se ilusiona, hace malabares para percibirlo estable. Tiene éxito relativo, salvo en épocas como las que estamos viviendo. 

Las casas de apuesta —en línea o retail— son un negocio vibrante. Desde nuestro esperado regreso a los mundiales en 2018 y los juegos panamericanos de los que fuimos exitosos anfitriones, hacen muchísimo dinero, quizá porque combinan excitación intensa —sin necesidad de desplazamiento— con el sentimiento de vencer la impotencia pandémica. 

¿Quién va a ganar un partido, digamos, entre Sporting Cristal y Manchester United? ¿Novak Djokovic va a participar en el Grand Slam de Australia? ¿Habrá disolución del congreso o vacancia? El juego no es entre uno y una máquina, o uno y otro jugador, sino entre todos y el devenir de la vida. 

En ese escenario hay un personaje muy interesante, el Oddmaker.

Determina, en función de las probabilidades que cada evento tiene, la ganancia de quienes aciertan el curso de la realidad. Trabajo apasionante. En el caso del imaginario encuentro futbolístico mencionado no hay mucha chamba, pero en el muy real trance del astro tenístico invacunado, mucho más. Hay que tomar en cuenta cuestiones legales, factores geopolíticos, grupos de presión, entre otras muchas cosas. 

De vuelta a la pandemia.

A estas alturas del partido, si no surge algo nuevo —que, lo sabemos, siempre puede ocurrir— ya no se trata de evitar la muerte, o si queremos bajar la intensidad, el cuarto de hospital o la llegada a una UCI. Pero parece que el contagio es inevitable.  Ahora, el objetivo es sortear la multitud de peajes que surgen en el camino, administrar los encierros, filtrar los contactos, meternos hisopos en las narices o dejar que otros lo hagan, mostrar de maneras creativas los resultados de las diferentes pruebas, todo ello en medio de normas oficiales que definen actividades, horarios y aforos.

Concretar algunos de nuestros planes y minimizar nuestras desilusiones es lo que ahora importa. Aunque nuestras decisiones no parecen en la actualidad de vida o muerte, están generando dilemas potentes. Si estuve en contacto con tal que dio positivo hace tantos días a una prueba de antígenos, me encierro una semana al cabo de la cual, previo hisopado casero, puedo participar de una cierta actividad que me importa especialmente. En ese lapso he dejado de asistir a una serie de encuentros que producían expectativas en otras personas, quienes ven mi estrategia como una forma de rechazo o, en el mejor de los casos, una preferencia que los deja de lado. 

En otras palabras, todos nos convertimos en Oddmakers y, al mismo tiempo, apostadores. ¿Alguien puede ganar?

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Decisiones, Oddmakers

Ahora que se avecinan las elecciones municipales, soltamos algunas propuestas al desgaire para la maltrecha capital de la República a ver si el nuevo ocupante del sillón de Nicolás de Ribera el Viejo, se inspira en algunas: Peatonalizar todo el damero de Pizarro, entendiendo por ello lo comprendido entre el río Rímac, Tacna, Nicolás de Piérola (La Colmena) y Abancay. Para empezar, después se debe ampliar más al sur; lograr que la Beneficencia y la Iglesia católica vendan los cientos de propiedades que tienen en el centro histórico, en estado ruinoso o subarrendadas y tugurizadas. Emprender un plan de reubicación de las familias afectadas; dar facilidades a bancos o grandes empresas para que restauren viejas casonas del centro histórico; tumbar los muros de los parques zonales, hacerlos abiertos al público, gratuitos, como grandes espacios públicos democratizadores e inclusivos; construir playas en todo el litoral de la Costa Verde, hacer espigones para arenar, ascensores o buses gratuitos para hacer de esos 22 kilómetros el gran parque natural de Lima y Callao; retomar el proyecto Río Verde, que creaba 25 hectáreas de áreas verdes y recuperaba la ribera del Rímac; reemplazar las escaleras de Castañeda Lossio por escaleras mecánicas, como existen en muchas ciudades del mundo; eliminar los 43 distritos en Lima y los siete del Callao y que Lima-Callao sea regido por una sola autoridad.

No hay ninguna otra ciudad en el mundo que se maneje con el caótico menjunje distrital que acá existe; construir una vía subterránea del Metropolitano en la avenida Bolognesi en Barranco para recuperar esa vía de tránsito entre Lima y Chorrillos descongestionando el tráfico del sufrido distrito barranquino; gestionar que la base aérea de Las Palmas se mude fuera de Lima y allí se construya un gran parque público y espacios recreativos; que las instalaciones militares de Chorrillos permitan un pase vehicular, de modo de romper el dique urbano que supone esa infraestructura, que, en verdad, ya debería salir fuera de la ciudad; prohibir la urbanización del valle de Lurín: que se construya en las pampas aledañas, no en el valle mismo, y que no se repita el asesinato ecológico del valle del Rímac y el Chillón; completar la reforma del transporte iniciada en la gestión de Susana Villarán; extender las líneas del sistema del Metropolitano; acelerar la ejecución de “Pasamayito”, que une Comas con San Juan de Lurigancho; integrar la red de ciclovías que sin orden ni concierto han desplegado los municipios distritales; construir una vía paralela a la carretera Panamericana Norte para que el peaje no sea de uso obligatorio para cientos de miles de vecinos y mientras no se logre, entregar tarjetas de pago subsidiadas para que los lugareños transiten por la vía y no les cueste el referido peaje; reducir aún más los límites de velocidad recientemente rebajados: que no se pueda circular a más de 40 kph en la ciudad; arrancharle al Ejecutivo más rentas e invertir en seguridad ciudadana vía serenos dotados de armas defensivas (continuará…).

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Si lo pensamos detenidamente, ninguna de las bandas de pop-rock y su infinito abanico de variantes cuyos nombres son acrónimos ha tenido nunca la intención de enviar mensajes cifrados o subliminales. 

Recuerdo que, hace ya varias décadas, hubo un intento de hacer creer a la opinión pública que Kiss («beso» en español), nombre del cuarteto enmascarado más famoso del mundo, era una sigla que escondía propósitos demoníacos («Knights In Satan’s Services» o «Caballeros al Servicio de Satán», nada menos) y, también hace años, a algún creativo pionero de las fake news se le ocurrió decir que Ac/Dc significaba «Antes de Cristo/Después de Cristo», un disparate ya que los hermanos Angus y Malcolm Young no hablaban ni una palabra de español cuando armaron este grupo, en la lejanísima Australia (por cierto, Ac/Dc es la abreviatura en inglés para la indicación del tipo de corriente eléctrica, alterna o directa, que seguro estos músicos vieron desde niños en la cortadora de césped de sus padres). 

En esos tiempos también se decía que Hotel California (Eagles, 1976) era una canción satánica y que si ponías a girar al revés el single Another one bites the dust de Queen, del álbum The game (1981), se escuchaban claramente frases de adoración al diablo y al consumo de marihuana. Épocas en que no existían Google ni Wikipedia para desbaratar esta clase de errores esparcidos por DJs sin ningún rigor informativo. 

Hablando de acrónimos, podemos mencionar casos como el de R.E.M. (Rapid Eye Movement) que hace alusión a un hecho fisiológico relacionado al sueño; O.M.D. (Orchestral Manouvres in the Dark), línea de una de las primeras composiciones del dúo electropop que popularizó temas como Enola Gay o Electricity; E.L.O. (Electric Light Orchestra), otro nombre producto del azar; R.E.O. Speedwagon, que homenajea al pionero de la industria automotriz Ransom E. Olds; W.A.S.P., grupo de heavy metal ochentero que nunca llegó a esclarecer qué significaba su nombre, si una pandilla de degenerados («We Are Sexual Perverties») o de protestantes racistas («White Anglo-Saxon Protestants»); o S.O.D. (Stormtroopers Of Death), el proyecto alterno de Scott Ian y Charlie Benante de Anthrax, cuyo nombre podría ser el de personajes de algún cómic o película de ciencia ficción. Y ni hablar de conjuntos como Abba, Nsync, B.T.O. o CSN&Y, que son las letras de los nombres de sus integrantes.

Pero hay una banda que sí decidió lanzar, desde una sigla, una clara y abierta diatriba contra la sociedad y la política de su tiempo. Formado en Texas y forjado en Los Angeles, a donde se mudaron tras el lanzamiento de sus primeros demos, durante los años duros del gobierno republicano de Ronald Reagan, un cuarteto integrado por el cantante/gritante Kurt Brecht, su hermano Eric en la batería, Dennis Johnson en el bajo y el guitarrista Spike Cassidy, disparó una llamarada de hardcore punk bajo el nombre D.R.I. que, al desplegarse, hizo levantar la ceja a más de uno: Dirty Rotten Imbeciles («sucios podridos imbéciles»).

Aunque la sigla surgió de algo que decían los demás sobre ellos, por el insoportable ruido que producían sus primeros ensayos, allá por 1981, en el garage de la familia Brecht, el contexto de sus letras respalda la teoría de que, además de ese cinismo autodestructivo, el nombre también funcionaba como un abierto insulto a los destinatarios de sus amargas canciones: los eternos políticos, militares, empresarios, periodistas, personajes de farándula, abogados y sacerdotes que, detrás de sus respetables apariencias, cocinan actos de corrupción, componendas, campañas de desinformación, hipocresías y demás iniquidades, en cualquier país e idioma del mundo. Al margen de todo, D.R.I. se convirtió en una reconocida banda subterránea y, a su manera, dejó un fuerte impacto tanto en la escena del punk extremo como en las huestes del thrash metal que llegaba de la Costa Oeste, con las que estableció fuertes nexos a mediados de la década de los ochenta.

Como todas las bandas seminales del hardcore punk -Black Flag, Minor Threat, Bad Religion y, especialmente, los Dead Kennedys-, D.R.I. arremetió contra el establishment con furibundas letras cargadas de inconformismo nihilista y ese sonido violento que buscaba destruir no solo el concepto original del punk británico de los setenta, más asociado al rock y, en sus últimos tramos, al reggae y el ska; sino también las ondas más estilizadas y potencialmente comerciales de sus dos derivados, el post-punk y la new wave, como nuevos abanderados de la subcultura del «Do It Yourself» («hazlo tú mismo» o simplemente DIY), ubicada en las antípodas de la sofisticación, tanto sonora como de imagen, que caracterizó a los grupos surgidos tras la caída de los Sex Pistols y The Clash.

De hecho, uno de los primeros logros en la carrera de los D.R.I. fue salir como teloneros de, precisamente, Dead Kennedys, la controversial banda liderada por Jello Biafra que, entre 1978 y 1986 sacudió a su público -y, en menor medida, al público en general, debido a la obvia inexistencia de su grupo en canales de difusión convencionales o no subterráneos-, con sus agresivos, cuestionadores y  malcriados temas que iban del hardcore al punk rock de sonido tradicional, como Holiday in Cambodia (1980) o Too drunk to fuck (1981), ambos de casi nula rotación en radios y televisoras como MTV o BBC. Pero poco después, D.R.I. decidió expandir su estilo y moverse hacia el thrash metal, sin dejar del todo la actitud y la cacofonía de sus inicios.

Sus dos primeros lanzamientos, Dirty Rotten LP (1983) y Dealing with it! (1985, además del EP Violent pacification, en medio de ambos) son unas tormentas de distorsión guitarrera, baterías desordenadas y frenéticas, voces agresivas y casi inaudibles, de urgencia desmedida (Dirty Rotten LP dura menos de 20 minutos y tiene 22 canciones, algunas no llegan ni a los 30 segundos). A partir del tercer álbum, titulado Crossover (1987), es que D.R.I. -con su alineación definitiva: Kurt Brecht, Spike Cassidy, Josh Pappe y Felix Griffin en bajo y batería- comenzó a modificar y pulir su sonido, con canciones más estructuradas y de duración más o menos normal, como los clásicos del thrash Anthrax o Kreator, con quienes solían alternar. En este disco están incluidas dos de sus canciones más representativas, Hooked y The five year plan

El término «crossover», usado para definir el puente que tendían entre el hardcore punk y el metal -más por cuestiones de intuición visceral que por sesudas pretensiones de cambios estilísticos- se usó a partir de aquel disco para etiquetar un subgénero híbrido, «crossover thrash» o simplemente «crossover» que después usaron, de manera aleatoria, otros grupos como Corrosion Of Conformity, Suicidal Tendencies o Nuclear Assault. Sin embargo, el rótulo no es exclusividad de la música extrema, pues también suele usarse para denominar el cruce de artistas pop que cantan en dos idiomas -José Feliciano, Gloria Estefan, Abba, la generación de baladistas italianos y franceses de los años setenta- y aquellos que combinan lo clásico con el pop, como Plácido Domingo, Josh Groban, Sarah Brightman o Il Divo y sus afines (Il Volo, The Ten Tenors, etc.).

Luego de Crossover, siguieron los álbumes 4 of a kind (1988) que contiene Suit and tie guy y All for nothing, conocidas para cualquier metalero que se respete; Thrash zone (1989), Definition (1992) y Full speed ahead (1995), su última producción oficial. Después, la banda entró en receso debido a que Spike, el guitarrista, fue diagnosticado con cáncer, enfermedad que afortunadamente superó. Después del lanzamiento de un extraño EP de cuatro canciones, But wait… there’s more! (2016), los D.R.I. no han vuelto a ingresar a los estudios, pero sí se han mantenido activos en giras mundiales, como las que los trajeron hasta Lima, en tres ocasiones (2002, 2008 y 2016). 

Las bandas de hardcore punk tienen un propósito muy concreto: gritar verdades a la cara sin el más mínimo filtro ni corrección social o política. Los antivalores que promueven -anarquismo, incredulidad, rabia incontenible, cinismo, apatía hacia el futuro y una abierta postura antisocial- hace que sean difíciles de digerir por el público convencional, que suele reaccionar con comprensible rechazo frente a estos escupitajos de sinceridad gruesa e indignada, cargados de insultos y frases demoledoras e intransigentes. Dicho sea de paso, esta movida informó ampliamente tanto a nuestra primera generación “subte” (Narcosis, Eutanasia, Leusemia, Zcuela Crrada, etc.), como al punk vasco (La Polla Records, Kortatu) y de otros países como Inglaterra (The Exploited, Discharge), Brasil (Ratos de Porão) y un largo etcétera. 

Y, aunque no siempre sea posible suscribir todas y cada una de sus ideas o conductas -muchas de las cuales nacen de una agresiva rebeldía cultivada desde infancias y adolescencias disfuncionales o difíciles- las letras de estas canciones y la subcultura del hardcore, en general, reflejan lo que muchas personas de bien pensamos de personajes como los que llenan nuestras secciones de política local, que encarnan a la corrupción institucionalizada y que parecen siempre capaces de salirse con la suya, solo por el poder de la plata (como cancha). O de publicaciones supuestamente finas que colocan en sus portadas a hombres y mujeres que han amasado fama y fortuna haciendo daño a la sociedad durante años, ya sea desde la televisión o sus oscuros nexos con la política y venden sus imágenes como si se tratara de gente admirable cuando, para describirlos, basta pensar en estas tres letras: D.R.I.

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Querida Manuela,

Te cuento que este 2022 ha empezado con la tercera ola de la pandemia del Covid 19 aquí en Perú y Lima no se salva. Sale con fuerza el sol y se extienden los contagios, felizmente es una variable del virus menos agresivo. Al menos eso dicen los expertos. ¿Tu recuerdas Lima? Viviste varios años aquí y conocías a muchos locales ilustres e influyentes, como María Micaela Villegas y Hurtado de Mendoza. He leído que disfrutabas mucho del teatro y fuiste amiga de ella. Era la directora del Coliseo de Comedias, una empresaria teatral con buena posición económica. Por cierto, ¿sabes el real origen de su apodo La Perricholi? Es gracioso cómo las mujeres de esa época pasan a la historia no por sus logros sino por sus amores. En las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma se popularizó la idea de que el Virrey Amat y Junyet mandó construir algunas de las obras arquitectónicas más bellas de aquella época en Lima, como la Alameda de los Descalzos y el Paseo de Aguas, en honor a la ella. Hoy estas hermosuras quedan en el distrito del Rímac y es uno de los legados de la época virreinal. ¿Tú qué piensas de eso?

Como te comenté cartas atrás, tu casa en La Magdalena es hoy un museo. Actualmente se encuentra en Pueblo Libre. Fue el libertador José de San Martín quien bautiza el distrito así en reconocimiento al patriotismo de sus moradores. Pueblo Libre es histórico y cultural, y guarda grandes secretos de la Independencia. Allí viviste con el Libertador Simón Bolívar y sus generales Sucre, Córdova, La Mar y otros cuyos nombres se leen en las calles de hoy, como homenaje. Lamentablemente no hay calles con tu nombre ni el de Rosa Campusano, mujeres que lucharon por la independencia. Somos una ciudad sin representación femenina en sus calles ni espacios públicos.

Tu conociste las murallas de Lima, creadas para proteger la capital del Virreinato de los piratas. Actualmente casi no quedan recuerdos de estas murallas, pero aun queda algo de esa época en lo que hoy es la Plazuela del Cercado que queda en Barrios Altos (en el distrito de El Cercado límite con el distrito de El Agustino). Era lo que conociste como el pueblo de indios de Santiago del Cercado zona exclusiva para alojar a la población indígena que venían a la capital. Fue creada como parte de una reducción cuyo fin era agrupar a la población indígena y separarla de la española con la finalidad de poder evangelizar y cobrar los tributos de manera más fácil. Con esta visión, la ciudad fue creciendo segregada y diferenciada.

Hoy somos 10 millones de personas las que vivimos en Lima, es gigante y es nuestro hogar. Es una ciudad con 43 distritos muy diversos entre ellos. Ahora abarca tres valles con playas y montañas. Salimos de las murallas físicas pero creamos otras invisibles. El 18 de enero es su 487 aniversario y quería compartir contigo lo importante que es tener espacios inclusivos, honrando a mujeres que crearon historia o que aportaron a la sociedad peruana o a la ciudad. Al tener parques, calles o avenidas con nombres de mujeres se nos incluye y quizá de esta manera podemos generar espacios públicos más seguros para nosotras. Visibilizarnos en las calles, avenidas, parques, playas o ríos hace que estemos en la ciudad y en la historia. 

No te asustes, tenemos colegios públicos como Maria Parado de Bellido o Clorinda Mato de Turner o museos como el de Marina Nuñez del Prado. Existen también algunos bustos y escultura esparcidos en la ciudad dedicados a mujeres. En Miraflores está la recientemente inaugurada escultura de Magdalena Terual y cerca a esta escultura tu tienes una mirando el mar  dentro de un hermoso parque. Pero no es suficiente para una ciudad tan grande. Necesitamos parques, plazas, avenidas, coliseos, calles reconociendo a las mujeres y su diversidad.  Las mujeres debemos dejar de ser invisibles en lo público. Solo así podamos vernos todos y todas en nuestra gran Lima, ciudad de reyes y reinas.

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Con la complicidad del gobierno, no solo representado por la bancada de Perú Libre sino también por el propio ministro de Educación, Rosendo Serna, quien ha enfilado baterías contra la Sunedu, el Congreso pretende tirarse abajo la reforma universitaria.

Quiere extenderle plazos a las universidades no licenciadas abriendo irregularmente las puertas para que las estafas educativas perpetradas por ellas vuelvan a desplegarse y, además, busca concederle nuevamente poderes a la felizmente extinta Asamblea Nacional de Rectores, responsable del descalabro académico de las casas superiores de estudio en el Perú (situación de la que recién estamos saliendo, de a pocos, gracias precisamente a la reforma universitaria realizada, que los parlamentarios han decidido desmontar).

Curiosamente, el operativo de demolición es liderado no solo por la izquierda radical sino también por los partidos de la derecha, que demuestran una vez más no entender un ápice de las reformas institucionales. Para ellos, solo se trata de instalar el capitalismo salvaje, sin cortapisas democráticas ni presencia eficaz del Estado, como ente regulador y garantía de un capitalismo competitivo, moderno y liberal.

Una de las pocas buenas reformas institucionales desarrollada luego de la vorágine reformista de los 90, ha sido precisamente la universitaria y la creación de la Sunedu. Los gobiernos post Fujimori se dedicaron a gobernar en piloto automático y abandonaron los ímpetus de cambios sustantivos en tantos sectores pendientes, la llamada “segunda ola de reformas”, que aún ningún gobierno ha querido retomar.

La dupla Congreso-Ejecutivo no solo no piensa, desarrolla ni despliega nuevas reformas sino, como se ve, quiere tumbarse las pocas que se han hecho en los últimos lustros. Las declaraciones en sentido contrario de la premier Mirtha Vásquez, pesan muy poco, lamentablemente.

Nuevo acto de irresponsabilidad.- Uno de los tecnócratas más calificados que tiene el Perú, reconocido así por organismos internacionales, como el BID o el Banco Mundial, es el ingeniero Alejandro Afuso. Gestor de sinfín de proyectos e instituciones a lo largo de su vida, hasta hoy se desempeña como coordinador ejecutivo del Programa Nacional de Innovación para la Competitividad y Productividad (Innóvate Perú). Al parecer, como parte de la política gubernativa de arrasar con los pocos nichos de excelencia tecnocrática que funcionan en el país, se habría decidido -según ha publicado el diario Gestión ayer- su cambio. Una barbaridad, desde todo punto de vista. El Perú perdería a uno de sus mejores cuadros por obra y gracia de la ambición politiquera del partido de gobierno -en complicidad con el ministro de la Producción- de copar mediocremente todas las instituciones que aún operan con eficacia y de modo íntegro. Se trata, al parecer, de llevar el Estado a su colapso.

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Enrique Sánchez Hernani es un poeta y periodista de dilatada y reconocida trayectoria. Pertenece a la generación del 70 (o del 75, según preferencia declarada por él mismo), un período que coincide con el advenimiento de cambios notables en la dicción y la escritura poética peruana.

En efecto, gracias a la irrupción de distintos colectivos, como Hora Zero, Estación Reunida o La Sagrada Familia (grupo este último al que perteneció Sánchez Hernani), la poesía se abrió de modo más intenso, más visceral a la experiencia histórica y social, algo que implicó la incorporación del lenguaje de la calle, además de una mirada más cercana al ímpetu popular y al universo marginal de la ciudad.  

La poesía de Sánchez Hernani no fue ajena a esta ola renovadora inicial. Sus primeros libros, Por la bocacalle de la locura (1978) y Violencia de sol (1980) están claramente inscritos en un discurso que busca convertir la expresión poética en una extensión simbólica de la militancia, en una manera de intervenir en la escena pública, cuestionando el poder desde la rebeldía, el inconformismo y la rabia existencial. 

Sus siguientes libros –si bien mantuvieron rasgos como cierto espíritu rebelde y juvenil, un prosaísmo irónico, una preferencia por la narratividad, así como el registro coloquial– recorren un camino de decantación que conducirá al poeta a una escritura dedicada a explorar, no solo en su orilla musical, sino también política, un referente cultural de indudable importancia: el rock. A Banda del sur (1985) pertenece, precisamente, uno de sus poemas más memorables: “Heavy Rock”, cuyos últimos versos rezan: “nos encerraron en celdas con chinches y sabandijas / nos arrancaron los jeans / amenazaron con hacer de nosotros hombres y mujeres razonables / que amasen a su patria y pudiesen morir sin gemidos por su bandera / y una lenta canción nos devolvió el recuerdo de nuestros discos / desvaneciéndose en los armarios / heridos por el sol / y el insoportable ruido de nuestros sueños”.

Otros libros suyos como Altagracia (1989), Pena capital (1995), Música para ciegos (2001) y Vinilo, 42 poemas del rock and roll (2006), sin abandonar del todo las características ya reseñadas, empiezan a mostrar cierta contención expresiva, así como un sutil viraje hacia la intimidad, el lirismo y la exploración subjetiva. Quise decir adiós (2011), libro motivado por la desaparición del educador Constantino Carvallo, terminaría por confirmar esa tendencia.

De este modo se inicia una suerte de regreso al orden, a la contemplación serena que no renuncia a la ironía pero encuentra cauces expresivos donde la madurez brilla por su presencia, lejos ya del grito y el desparpajo, más cerca de palabras meditadas, sopesadas, dichas preferentemente con sobriedad. Poemarios como Catálogo del maestros de obras (2017) o Taller de maestranza (2018) van por ese derrotero

Y así llegamos a Parábola de las ideas impuras (2021), un libro dividido en dos partes: la visión y el presentimiento del desastre, el mal, la enfermedad, por un lado, y por otro, la vivencia de la pandemia según el ojo del poeta. El título parece explicitar muy bien estos detalles: las parábolas son alegorías y también relatos, no en vano en estos poemas lo narrativo sigue siendo un asunto crucial. Las ideas impuras son un horizonte que abarca no solamente la enfermedad sino sus consecuencias: el encierro, el hastío, la muerte. 

Ante esta situación extrema el hablante reacciona. Es capaz de detallar con puntillosidad de relojero su entorno, sensaciones diversas que abarcan un espectro que van del hastío a la esperanza, del sarcasmo a la calma, de la desesperación a la contemplación de la vida. Y diría aquí lo que dicen los versos finales de “Aparición de la poesía”: “Todo se reduce a esta implacable certeza / las páginas de un nuevo libro / son un largo muro por donde aún no ha soplado / el viento divino de ser alado alguno / y si se mantiene intacto es gracias a las dudas / y a la falta de coraje de los atónitos escribas / pero según pasan los días / en sus dedos ya no tiemblan / las palabras inexpertas sino un duro cincel / con el cual buscan derrumbar el antiguo muro / que hasta hoy habíamos venerado / al parecer sin ningún propósito para el futuro” (p.38).

Hay un cambio de estilo, nuevas inflexiones. En conversación reciente con Sánchez Hernani, me refirió que mantiene algunos libros inéditos que expresan ese cambio. Espero que su lectura confirme el título de esta reseña, que hay un poeta en progreso.

Enrique Sánchez Hernani. Parábola de las ideas impuras. Lima: Fondo Editorial Cultura Peruana, 2021.

Libro Parábola de las ideas impuras.

 


Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

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