Opinión

Si gana Keiko Fujimori, como todo lo hace prever, y no realiza un gobierno extraordinario, la derecha se podrá ir despidiendo por una buena cantidad de años de la posibilidad de acceder nuevamente al poder.

Un gobierno superlativo de derecha implica no solo efectuar un shock de inversiones privadas, un golpe capitalista a la vena, que saque al país de la recesión y lo lleve a tasas de crecimiento capaces de reducir la pobreza y las desigualdades de modo significativo.

Eso no basta. Lo que mejor lo demuestra es el gobierno de García, que tuvo eso, pero por no emprender ninguna sola reforma, le dejó el camino servido a un izquierdista como Ollanta Humala en el 2011.

Junto al shock capitalista mencionado deberá desplegarse una batería moderna y eficaz de programas sociales, capaces de aliviar rápidamente la pobreza generada por la pandemia y compensar la tragedia vivida por los peruanos más indefensos.

Implicará, además, reemprender una reforma del Estado, que incluye una reingeniería de sectores públicos básicos, como salud, educación y seguridad interna. Una salud que no ofenda a los millones de peruanos que acuden a ella y son tratados como ciudadanos de quinta categoría, como ilegales dentro de su propio país. La salud pública en el Perú genera disidencias y antisistemas.

Que continúe la reforma educativa, en el sentido de otorgarle infraestructura y apoyo logístico suficiente para que se convierta en herramienta de equidad y no de mayor diferencia social. Y una política agresiva de lucha contra la delincuencia, que a quienes más afecta es a los más pobres del país.

Si Keiko no hace todo ello en el lapso de cinco años, el 2026 seguramente veremos a Mario Vargas Llosa apoyando a una Indira Huillca para evitar que triunfe una opción ultrarradical como la de Antauro Humala.

El modelo necesita cambios con urgencia. Nos hemos pasado los 21 años de la transición democrática perdiendo el tiempo, sin hacer las reformas pertinentes. Y si bien también son corresponsables políticos originalmente de izquierda, como Ollanta Humala, claramente lo que ha salido perdiendo a ojos de la ciudadanía es el modelo estrenado en los 90, frente al que la gente de a pie muestra legítima insatisfacción e irritación. Si mañana vota por Keiko, será la última ocasión de la derecha para hacer lo que corresponde hacer si quiere mantener al país en la senda de las libertades económicas y políticas.

 

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Derecha, Elecciones 2021, Keiko Fujimori

¿Estamos frente a un candidato a la presidencia o a un monigote que jamás se imaginó a un paso de convertirse en el primer mandatario?

Resulta que el candidato que promete indultar al asesino de policías, Antauro Humala, tiene miedo de que lo maten. Pedro Castillo no puede dormir, en su cabeza ronda un chanchito inofensivo y escucha su voz repitiendo «muerte al comunismo, muerte a Castillo, muerte a Cerrón». Eso, lo tiene inquieto, asustado y escondido debajo de la cama. Tanto que no quiere ni debatir.

Pero hasta ahí todo bien. El antiamauta Castillo tiene derecho a sentir miedo, incluso de un chanchito. Tiene derecho a tener pesadillas, pero que no nos venga con incoherencias ridículas si pretende presentarse como un político serio. Si su bandera de campaña es la de las promesas de cerrar instituciones de servicio público, hoy se ve gracioso que recurra a ellas para que lo defiendan. Total, ¿no que la Defensoría no sirve para nada y que por eso se cierra cuando él sea presidente? Es patético verlo hoy llevando papelitos a esa entidad para quejarse de Rafael López Aliaga por ser tan malo, malvado, perverso al decir «muerte al comunismo, muerte a Castillo, muerte a Cerrón» en una plaza pública delante de miles. Claramente RLA se refería a la muerte civil del comunista Castillo. Tan claro que no se necesitaba aclaración; sin embargo, para evitarse una tergiversación y un mal uso de sus expresiones en la recta final de la campaña de segunda vuelta electoral, él y sus voceros lo zanjaron a través de varios pronunciamientos: «Estimados amigos, quiero aclarar que hoy me referí a la muerte política del comunismo y de dirigentes de Perú Libre, porque su ideología solo va a generar miseria y pobreza en el Perú».

Aún así, a Castillo, alguien le sopló al oído la idea de hacer el show ridículo de ir a la Defensoría del Pueblo (institución que él promete «desactivar» porque no sirve para nada) a pedir que lo defiendan.

Últimamente, el autodenominado rondero, Pedro Castillo, está dejando notar su improvisación, su incoherencia política e incapacidad para sostener promesas e idearios. Detesta las importaciones pero usa accesorios de marca extranjera, dice estar con el pueblo pero no se atiende en un hospital del pueblo sino en clínica privada. ¡Ah! y no solo lo revisa un médico sino una junta médica, qué crees. El candidato chotano reta a Keiko Fujimori a debatir pero luego rehuye, no sabe qué excusa poner. Pide cárcel para los corruptos y parece no darse cuenta que el mandamás de su partido, Vladimir Cerrón, es uno de ellos, y condenado, incluso, en dos instancias. Castillo llama «oportunista» a Verónika Mendoza pero decide convertirse en su víctima firmando alianza con ella. Quiere deslindar con el terrorismo pero su virtual congresista electo, Guillermo Bermejo, está a la espera de un nuevo juicio por ser acusado de pertenecer a la banda terrorista Sendero Luminoso. Castillo dice que la Defensoría del Pueblo no sirve pero recurre a ella.

¿Acaso estamos frente a un candidato a la presidencia o a un monigote que jamás se imaginó a un paso de convertirse en el primer mandatario?

12 DE MAYO DEL 2021

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Elecciones 2021, Pedro Castillo, Terrorismo

Un imprevisto puede cambiar el curso de los acontecimientos electorales. Ha ocurrido en otras elecciones. Una denuncia periodística, por más feble que sea, si es escandalosa causa daño (la denuncia de Cuarto Poder le quitó el triunfo a Keiko el 2016); un error inaparente (el chicharrón de Barnechea); una frase infeliz (“nosotros matamos menos”); etc.

Aun estamos a tiempo de que algo así ocurra. Ambos candidatos, Pedro Castillo y Keiko Fujimori, tienen pasivos enormes y flancos débiles que en cualquier momento pueden detonar y generar daño estructural en sus respectivas campañas.

Pero hay un hecho fortuito, ajenos a las veleidades políticas, que merece atención y que sería bueno acometer: evitar la posibilidad de que cualquiera de ellos se contagie de Covid. Si eso ocurriese, el afectado perdería la elección porque tendría que suspender el resto de su campaña y proyectaría, además, una imagen de fragilidad absolutamente contraria a la investidura presidencial que pretende, y viciaría de ilegitimidad el proceso.

El gobierno y el Ministerio de Salud en particular debieran preocuparse en vacunar a ambos candidatos en el término de la hora. La vacuna Pfizer, además, que es la que el Perú tiene, protege hasta en un 80% desde la primera dosis. Acotaría enormemente que alguno de los candidatos corra ese riesgo.

Así como el presidente Sagasti se ha vacunado, como correspondía, es recomendable que cualquiera de los llamados a ocupar el sillón palaciego desde el 28 de julio del bicentenario, lo pueda hacer en justicia de competencia, sin que el virus termine por sacarlo de la carrera.

Ambos están permanentemente expuestos al contagio por el solo hecho de viajar y juntarse con gente que se les acerca y los toca (y lo último a lo que deberíamos aspirar es a que las elecciones del bicentenario terminen definiéndose de modo virtual).

Ello, por lo demás, no generaría ningún rechazo de la población, no sería visto como un privilegio, sino como un acto de justicia, de razón de Estado. Ojalá haya una reacción rápida de las autoridades sanitarias. Merecemos una contienda equitativa hasta el final y que las cruciales elecciones que tenemos en curso no se vean manchadas por un hecho sanitario lamentable e indeseable.

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Covid-19, Elecciones 2021, Vacunación

Aunque el resultado electoral aún es incierto, lo real y lamentable es que ambos candidatos representan una amenaza a la democracia, al estado de derecho y por supuesto un riesgo terrible para el avance en materia de derechos de las mujeres. La oposición de ambos al enfoque de igualdad de género es clara, explícita y de mucho tiempo atrás. 

Independientemente de los resultados tenemos que reconocer que esta elección la ganaron sectores opositores a la igualdad, dejando claro que:  (i) estamos en un país profundamente conservador y machista, (ii) el impacto de estrategias fundamentalistas como la Campaña “Con Mis Hijos No Te Metas” (a la que ambos candidatos se plegaron)  hizo muchísimo daño y (iii) a puertas del bicentenario el odio a las mujeres y a las poblaciones vulnerables se tolera, incluso un gran sector de población espera una regresión en los avances logrados.

El escenario futuro se muestra tremendamente hostil para la defensa de los derechos humanos; especialmente para asuntos vinculados con:  la memoria y reparaciones en el marco del conflicto armado interno, la lucha contra la violencia de género, los derechos sexuales y reproductivos y los derechos vinculados a la población LGBTIQ+.

La firma de acuerdos y compromisos, el pensar que se puede dialogar una agenda mínima puede ser una peligrosa utopía que estamos creando ante la desesperación que genera el vacío de opciones democráticas. Sin embargo, en materia de derechos ¿puede pedirse una agenda mínima?, ¿a qué renunciaríamos o qué aceptaríamos se postergue?, ¿no son acaso los derechos humanos irrenunciables? 

Recogiendo los términos de algunas/os colegas no tenemos que exigir agendas mínimas, sino “agendas urgentes”, importantes y “fundamentales”. En coherencia con la ética de quién defiende derechos y aunque parezca una batalla perdida no podemos dejar de exigir aquello que es eje central para la democracia: la igualdad, la memoria, el respeto a las libertades, la justicia y la no discriminación por ninguna razón.

A escasas semanas del bicentenario no tenemos nada que celebrar, pero si mucho que reflexionar; evidentemente no hemos llegado a esta situación por nada. La desigualdad, la pobreza, el racismo, el clasismo, el machismo son realidades deshumanizantes con las que vivimos, taras que arrastramos vulnerando a millones de personas. 

Los próximos años ameritarán mucha coherencia, fuerza y entereza para vigilar el accionar de las autoridades; habrá que movilizarse cuando sea necesario, denunciar y promover el respeto irrestricto a los derechos humanos y al principio de igualdad y no discriminación. 

Que el pacto sea entre quienes defendemos derechos fundamentales, no daremos un paso atrás en la defensa de los mismos.

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DD. HH.

El Código Penal Peruano dice que hay estafa cuando alguien saca provecho ilegal de un bien ajeno, a través de un fraude al dueño para que éste acceda a entregar  voluntariamente lo que le pertenece.

 

Eso es lo que pusieron en marcha Fujimori y 8 AFP en 1992. Y lo que constitucionalizaron* con el decreto ley 25897 (norma de dictadura), en pleno autogolpe y sin congreso. El solo texto de la norma invita a sospechas: escueto, sin justificación alguna pese a que se trata de un tema de alta relevancia. Más parece un reglamento dirigido a asegurar las utilidades e intereses de las partes.

 

Pero aun legalizada, la mecánica de la estafa está ahí, a vista del quien se detenga a mirar. Nos obligaron a incorporarnos a una AFP con varias tretas adicionales al decreto ley 25897, que habla de afiliación voluntaria. Divulgaron la absurda idea de que el Estado no era capaz de administrar las jubilaciones, y se presentaron como eficientes y bienintencionados. Luego petardearon a la ONP (sistema público) con un tope de 600 soles (hoy 893) para sus pensiones jubilatorias. Así, el esquema no tiene nada de voluntario para los millones de trabajadores formales que están legalmente obligados a afiliarse a uno de los dos sistemas (público y privado), y aspiran, razonablemente, a un retiro laboral con ingresos más elevados. La opacidad informativa de entonces, y los prejuicios contra lo estatal, nos hicieron presa fácil de empresarios carroñeros, quienes hoy administran los aportes jubilatorios de tres millones de peruanos con sueldos superiores al promedio, obligados a entregar, mensualmente, un porcentaje de sus ingresos a una entidad privada de origen inconstitucional, además de ventajista e ineficiente.

 

El fraude es conceptualmente escurridizo y se protege con los mismos vacíos legales que aprovecha. Pero en este caso, la estafa legalizada es bastante visible, porque los perpetradores se inventaron un problema, copiaron una solución privada ineficiente que los hacía millonarios sin el menor riesgo, la constitucionalizaron con un decreto ley dictatorial y la hicieron obligatoria con normativa complementaria. La forma institucional que le dieron al esquema expresa el ánimo que lo inspira, y es una innegable violación a la constitución. Pudieron mantener un sistema estatal que centralice los descuentos y tercerice la administración de los fondos, de tal forma que los jubilados estuvieran protegidos y no sujetos a la voracidad acumulativa de los privados, pero eso era inseguro para el saqueo (por decreto) a perpetrar, pues cualquier nuevo gobierno podría ser fácilmente presionado por los aportantes, y cambiar de proveedores o de sistema. Así que hicieron que cada trabajador – aislado y desvinculado del Estado – contrate con la misma entidad privada, para que el modelo no corra peligros políticos. Y dado que entregarle el servicio a una sola firma hubiera sido demasiado escandaloso, se inventaron un oligopolio de ocho oferentes, que se ha terminado fusionando (con un par de nuevas firmas entrantes y alguna saliente) en cuatro. En la práctica es casi un monopolio a cuatro dueños, pues todas las AFP cobran casi lo mismo y generan – a los fondos – rentabilidades anuales bastante parecidas. La constitución vigente prohíbe las posiciones de dominio, y esto llega mucho más lejos, porque es un oligopolio totalmente protegido (sin posibilidad de pérdida), que esconde una situación cercana al monopolio.

 

Hay que decir que aquí las responsabilidades no son sólo de Fujimori y sus ministros firmantes: todos los congresos, salvo el actual, así como todos los presidentes y sus titulares de economía – desde entonces hasta hoy – han sido cómplices silenciosos de esta infamia, cuando han debido denunciarla e intentar solucionarla de emergencia. Los dos últimos gobiernos incluso hacen de bufete voluntario de las AFP, planteando acciones de inconstitucionalidad contra leyes con las que el congreso pretende hacer mínima justicia, dado que el ejecutivo no tienen ningún interés en empujar las cosas hacia el lugar que les corresponde.

 

Los argumentos de los voceros de las AFP (periodistas y economistas conservadores, autoridades públicas, políticos y ex-funcionarios del MEF ahora ejecutivos suyos) son falsos, y sublevantes cuando se mezclan con lugares comunes manipuladores. No hay espacio aquí para analizar la frecuente publicidad engañosa a la que apelan.

 

Un mito populista, que siguen alimentando desde 1992, es el que asegura que el Estado no está en capacidad de mejorar la gestión previsional privada. Es indiscutible que el Estado podría ofrecer un servicio superior a los pensionistas de las AFP: no cobra, no tiene interés legal contrario a los jubilados, tiene mayor capacidad de cobertura por legitimidad y herramientas legales, está más obligado a la transparencia y, por su naturaleza pública, tiene un mayor número de modelos pasibles de implementar con fines de favorecer a los pensionistas. No hay complejidad desbordante en administrar e invertir fondos, mucho menos para una entidad de gobierno especializada. Y, además, las AFP están muy lejos de ser una inversión eficiente. En principio, la posibilidad de poder usar esos dineros los haría mucho más rentables. Estamos en una revolución tecnológica que ofrece cada vez más opciones de inversión financiera y nichos comerciales, por lo que disponer del capital ahorrado permitiría muchos movimientos estratégicos en el tiempo, que terminarían redundando en una mucha mayor rentabilidad del dinero. También son opciones más eficientes la bolsa de valores (inestable en el corto plazo, pero segura frente a la paciencia del largo plazo), los fondos mutuos (algo menos rentables pero utilizables en cualquier momento) o la compra conjunta de una propiedad inmueble (ahora que están bajando).

 

Es cierto que desde el 2016 (recién) se puede retirar todo el dinero acumulado a los 65 años (y no verlo por partes en pensiones mensuales muchas veces miserables), o a partir de los 55 años en situaciones de largo desempleo. Y que también se puede sacar el 25% para adquirir una vivienda. Pero aun con esta reforma – que fue conseguida ante la agresiva y sonora oposición de las muy poderosas APF – la ineficiencia que genera el secuestro no desaparece. Y tampoco es que sea alta su pensión jubilatoria promedio: es aproximadamente 1100 soles. Según la misma Asociación de AFP, al 2018, el 35% de sus pensionistas superaba esta cifra, y el resto estaba por debajo. El 43% recibía menos de 750 soles, y el 6% menos de 450 soles. No pueden decir que no sabían que esto sucedería en una realidad de subempleo como la nuestra. Sumado a ello, los pensionistas han estado sujetos a una gravísima desinformación sobre la situación de sus montos (no sabían ni cuánto tenían) hasta por lo menos el 2010. ¿Y cuánto se llevan las AFP por obligarnos a contratarlos como administradores de nuestras futuras jubilaciones? Según la Superintendencia de Mercado de Valores, en el 2019 ganaron 501 millones de soles, y en el 2020 bajaron a 414. Sin riesgo ni inversión significativa. Año tras año y sin contar lo que ya ganaron.

 

Una estrategia retórica habitual, que han usado mucho los dos últimos ministros de economía para impedir los retiros de las AFP aprobados por el congreso, es decir que las administradores de fondos son parte del sistema nacional de pensiones, y que éste debe ser resguardado por responsabilidad con los futuros jubilados y el país. Es una afirmación deliberadamente superficial y demagógica, que obvia el tipo de vinculación de las AFP con el sistema pensionario. El decreto ley dictatorial y traidor que da origen a las AFP dice que el objeto legal de éstas es contribuir al desarrollo y fortalecimiento del área de pensiones (administrando fondos) en el sistema jubilatorio. Es decir, brindan un servicio, y no se ocupan de nada que esté fuera de su carísima labor técnica. Es claro que son un fusible del sistema, pero están amparadas por una norma inconstitucional que les permite – además de abusar – obligar como si fueran responsables, y ser defendidas bajo esa consideración.

 

Y como no tienen que responder por el sistema nacional de pensiones, no se hacen ningún problema con solo cubrir – según el BID del 2018 – al 20% de los trabajadores del país. Culpan a la informalidad, como si hubieran contratado con un Estado cuyo país era totalmente formal y protegía el empleo. De hecho, alguna vez el mismo Julio Velarde sugirió que podrían encargarse de dar una pensión universal a todos los peruanos, lo que correspondería si quisieran honrar el oligopolio. Obviamente lo rechazaron, incluso cuando esto les podría haber dado mayor margen de inversión sobre nuestros fondos. Dijeron que esa responsabilidad es del Estado. Y no se equivocan, según la oscura ley que los cobija. Así que Tony Alva y Waldo Mendoza no defienden al sistema nacional de pensiones, sino a las administradoras privadas que le dan un servicio, en un esquema de fraude constitucionalizado. Si de verdad algún gobierno quisiera proteger el sistema jubilatorio peruano, buscaría, desde su opinión y liderazgo, aliarse con el congreso para que ese dinero entre de emergencia al BCR – cortando de inmediato el secuestro legalizado – y así se pueda discutir, en plazo perentorio, si las AFP son necesarias y en qué condiciones, y cuál sería el destino óptimo de esos fondos. Soluciones institucionales hay, si se tiene voluntad política.

 

Y esto abre la pregunta de cuáles son las salidas progresistas al embrollo. Si algún ejecutivo quiere aprovechar lo acumulado en estas décadas por los afiliados a las AFP, para empezar a construir nuestro primer sistema jubilatorio público, universal y solidario (que toma tiempo pero sería lo ideal), debe encontrar esquemas en los que el futuro jubilado reciba más renta, para que desde ese excedente acepte sacrificar una parte para un fondo común. Obligarlo a compartir su dinero y recibir menos pensión que la que hoy espera,  sería seguir en el abuso granuja, esta vez con una expropiación. Si el gobierno reformista no lograr hacer aquello, pero no quiere arriesgar el futuro pensional de los actuales afiliados a las AFP, debe manejar sus fondos previsionales desde el Estado, en las  condiciones que hoy están vigentes, y con mayores flexibilidades para retiros durante el tiempo laboral. Y el último camino es simplemente devolver los dineros de propiedad privada. Mientras tanto, el presupuesto peruano está en perfecta capacidad de jubilar con – por lo menos – 500 soles mensuales a todos los peruanos mayores de 65 años que no tengan afiliación a sistema alguno, o que reciban menos de esa cifra en alguno de los dos sistemas posibles. Sería histórico y oportuno en el bicentenario, y sobre todo muy desarrollante en términos económicos.

 

* Constitucionalizar significa, aquí, legalizar con una norma que la constitución del 93 no coloca en el dominio de la acción de inconstitucionalidad, lo que la deja prácticamente fuera del control del TC. Tratándose de una norma previsional, es muy posible alegar que sus únicos caminos de derogación sean los establecidos en el artículo 200 de la carta magna, relativos a una reforma constitucional.

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AFP, Constitución del 93, Ley

 

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Keiko Fujimori, Pedro Castillo, Segunda vuelta

La última encuesta de CPI arroja 34.2% para Castillo y 32% para Keiko Fujimori. En los hechos, ya podemos hablar de un empate técnico. Esta medición confirma la tendencia que ya han mostrado Datum. Ipsos e IEP, con Castillo estacionado o ya cayendo (este es el dato político más significativo) y con Keiko subiendo sostenidamente.

El mayor desplome de Castillo ocurre en la costa y sierra norte, donde cae de 40.2% a 28%, y en el interior rural, donde se desploma de 61.5% a 43.6%. En el caso de Keiko, su mayor ascenso ocurre en el interior, que pasa de 17.9% a 28%, en costa y sierra norte, donde pasa de 23.2 a 36.7%, en la costa sur, que sube de 11.9 a 23.7%, en el oriente que crece de 22.2 a 38.6% y en el interior rural que se dispara de 13.8 a 23% (casi el doble).

Ello no es gratuito. Es resultado de una estrategia afinada de Keiko y de una falta de estrategia por parte de Castillo, quien parece seguir convencido de que el “modelo Frepap” -que le permitió pasar a la segunda vuelta- le alcanzará para ganar las elecciones.

Y seguramente pensará que la activación de todos los colectivos antifujimoristas -que será el principal aporte de Verónika Mendoza a su campaña- le alcanzará para crecer, sin percatarse que ya no basta con la puesta en marcha de antivotos sino que la campaña ya entró en otra dinámica.

Se equivoca Castillo de cabo a rabo. El problema para él es que está atado de manos. No puede moderarse porque esencialmente él y Cerrón son radicales y la impostura saltaría a la vista: adscribe una proclama convocada, entre otras entidades, por la Conferencia Episcopal, y al día siguiente lanza una estrategia de reforma constitucional abiertamente inconstitucional y autoritaria.

Se niega a debatir y mostrar equipos técnicos y no ceja en ello, mostrándonos el mismo talante del Castillo de la huelga magisterial del 2017, intransigente, caprichoso y beligerante. Como ocurrió en Ecuador, la derecha va a ganar gracias a los errores de la izquierda.

Castillo no es un buen candidato. Tuvo la fortuna de que la rueda de disruptivos sucesivos que hubo (Forsyth, Lescano, López Aliaga), le tocará justo a él en el momento mismo de la primera vuelta, pero en esta segunda ronda definitoria está mostrando groseramente sus limitaciones.

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Encuesta, Keiko Fujimori, Pedro Castillo

Con veintidós años en el Arsenal, la trayectoria de Arsène Wenger está fuertemente asociada a los Gunners. Tan intensa identificación con el cuadro londinense, al parecer, impone la idea según la cual la vida futbolística del Profesorse agota en tan largo periplo. Sin embargo, con la reciente publicación de su  autobiografía, traducida al español comoArsène Wenger. La filosofía de un líder(Córner), queda claro que su amplia carrera se conforma de variadas y sustanciosas experienciascomo futbolista y entrenadorque, además, se inscriben de manera protagónica en el marco de las grandes transformaciones del fútbol contemporáneo.

Aunque pueda parecer poco común, en estas memorias, Wenger no tiene la intención de abundar en los detalles, en las descripciones detenidas de los sucesos que configuraron su carrera futbolística y, menos aún, en las «polémicas». Quizá se pueda argüir que la mayor evidencia de ello es que le dedica sólo un capítulo a sus veintidós años en la dirección técnica del Arsenal. Pero, lo cierto es que, a partir de un relato de carácter sintético, el técnico francés incluye no solo reflexiones interesantes surgidas desde la comprensión de su trabajo futbolístico, sino también aporta consejos sobre la gestión en los grupos humanos que pueden ser de utilidad para otros campos profesionales.

Desde su infancia en Duttlenheim, una pequeña comuna de agricultores ubicada en Alsacia, donde predominaban los valores religiosos y el respeto por el «esfuerzo físico», el fútbol se convirtió en la actividad que le daría sentido a su vida. En el bar de sus padres, por las noches, el humilde equipo de comunidad se solía reunía para organizarse; de ese modo, Arsène fue adquiriendo interés en el juego. Así, ante el limitado horizonte de expectativas que otorgaba la cotidianidad del pueblo, el fútbol se constituyó como un espacio de libertad y de imaginación. Este es el recuerdo de aquellos días:

Jugábamos en la calle. Jugábamos sin camiseta, sin entrenador y sin árbitro. Jugar sin camiseta era estupendo porque nos obligaba a levantar la cabeza, a desarrollar visión periférica y a adquirir una visión profunda. No tener entrenador cuando éramos jóvenes también era muy bueno, porque nos hacía tomar la iniciativa ¿No habremos caído en todo lo contrario hoy día?

A lo largo del texto, aparecen una serie de cuestionamientos similares. No es una visión idealizada del pasado ni mucho menos pesimista, pero sí una que intenta reconocer y recuperar la tradición para, desde ahí, ejercer una crítica sobre cuestiones problemáticas que han surgido en la actualidad. Por ejemplo, la del uso predominante de los datos en los equipos. Las estadísticas y la tecnología deben formar parte del análisis futbolístico de cada jugador, pero hay que usarlas a partir de un conocimiento profundo del juego. Los últimos estudios muestran que demasiados datos pueden desmoralizar al futbolista, al que parece que se despersonaliza, señala.

Wenger fue introductor, en todos los equipos que dirigió, de innovaciones en los entrenamientos, un creyente de la importancia de cuestiones tildadas en su momento de secundarias como la alimentación saludable para sacar el mejor rendimiento de sus jugadores. De hecho, en su etapa en el Mónaco entre 1987 y 1994, cuenta qué tan útil, para su trabajo, fue la introducción de la tecnología Top Score, pero siempre de forma suplementaria, entendida como un apoyo que permite tanto seguir el progreso de los futbolistas como impedir que las emociones –por lo general negativas- dominen sus valoraciones como entrenador. El fragmento, que no de casualidad menciona la «despersonalización», se puede entender en el marco de la crítica al «dataísmo» de Byung Chul Han, pues ese conocimiento profundo del juego que señala Wenger no es sino capacidad de interpretación, de otorgar sentido en el  análisis del juego: El dataísmo es nihilismo. Renuncia total al sentido. Los datos y los números no son narrativos, sino aditivos. El sentido, por el contrario, radica en su narración. Los datos colman el vacío de sentido.

Así, en el capítulo sobre sus años por el Mónaco, años de de su madurez en banquillos, con títulos, grandes fichajes de jóvenes promesas como George Weah, Liliam Thuram y ascenso al primer equipo de jugadores de la talla de Thierry Henry, se encuentra una definición de la acción del pase que capta la sensibilidad de la visión futbolística de Wenger: Hacer un pase es comunicarse con el otro, estar al servicio del compañero. Resulta esencial. Para que el pase sea bueno, el jugador tiene que ponerse en el lugar de quien va a recibirlo. Es un acto de inteligencia y generosidad. Yo lo llamo «empatía técnica». De esta forma, la empatía en el plano colectivo, el de la interacción entre los futbolistas, se genera con mayor naturalidad.

Tras su exitosa campaña en la institución monegasca, el técnico francés aceptó una propuesta proveniente Japón y se convirtió en entrenador del Nagoya Grampus. Luego de un inicio complicado con ocho semanas sin victorias, donde incluso se intentó sacar a su intérprete, el Profesorrealizó no solo determinadas modificaciones tácticas, sino también en su propia disposición hacia los jugadores. La diferencia cultural requería una postura abierta a la comprensión, a la adaptación y, en ciertos casos, a otorgar concesiones. Esto no implicó una pérdida de autoridad, pero sí una conducción distinta que trajo buenos resultados, pues el equipo mejoró de manera notable, consiguiendo  títulos como  la Copa del Emperador en 1995 y la Supercopa de Japón en 1996. Para Wenger este periodo fue el de un reencuentro con los orígenes viví por el juego y para el juego [] volví a la esencia de nuestro trabajo-, una desintoxicación de todo lo que rodeaba al balompié europeo y, en especial, la adquisición de una serie de aprendizajes culturales que enriquecieron su aproximación hacia el fútbol.

Cada lector sacará sus propias conclusiones del capítulo más cuestionado del libro, a saber, el que aborda los años en el Arsenal. Esperaba algo más de los pasajes en los que se relata la conformación y las vivencias de esos equipos campeones en los años dorados previo a la final perdida de la Champions League del 2006 frente al Barcelona, el gran momento de quiebre. Aun así, los comentarios sobre la llegada al club londinense de jugadores como Patrick Vieira, Nicolas Anelka, o Kolo Touré, el traslado al Estadio Emirates y su impacto en las medidas austeras de gasto que supo equilibrar Wenger con su liderazgo futbolístico, ganan su interés. Además, vemos algunos apuntes que son centrales para comprender la conflictiva actual coyuntura:

Progresivamente, hemos pasado de que los propietarios fueran los propios aficionados a que lo fueran los inversores. Con todo lo que ello implica, los clubes -y el Arsenal no es una excepción- se han convertido en empresas. La dimensión humana se ha perdido, o al menos se ha reducido. La organización se ha vuelto más pesada, y la parte técnica -el equipo, los jugadores, la cantera- se han empequeñecido en el seno de una empresa cuyos departamentos comerciales, de marketing y de prensa ocupan cada vez más espacio.

A medida que va llegando el cierre de su etapa en el Arsenal, ya mostrando desgaste fuerte, la partida cada vez más rápida de futbolistas, la intromisión de falsos especialistas con opiniones sesgadasy la burocratización del club, se evidencia que la tensión por preservar la «identidad», el «espíritu deportivo» de la institución era mayor. A pesar de todos los logros y el legado construido, la desazón con respecto al último trato de tanto de ciertos grupos de hinchas como de los directivos no deja de remarcarse. Se entiende, además, por la dedicación absoluta, monacal, con el club en cada temporada, que no siempre fue reconocida, incluso con episodios de marcada hostilidad de la prensa. Por ello, la figura de Arsène Wenger tiene algo de nostalgia. Pero, no es una nostalgia que detiene ni anhela un pasado que nunca existió, sino que apunta a seguir contribuyendo al progreso del fútbol desde el compromiso y la pasión por el juego. Así, qué mejor lugar para cumplir con ello que como director de Desarrollo Mundial de Fútbol de la FIFA, su nuevo espacio en el mundo del fútbol.

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Arsenal, Arsène Wenger, Fútbol
[CAJA NEGRA] Se acorta la brecha entre Castillo y Fujimori. Desafíos pendientes para ambos
 

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